Texto de Rafael Yockteng para GRETEL Mil gallos más Mirar un pájaro posando en una rama, escuchar la voz de la lluvia contra el tejado, observar una pareja tomada cariñosamente de la mano, sentir la arena caer entre los dedos, conocer el entorno y no dejar que pase sin tocarlo son, sin duda, actos necesarios para ilustrar. Cada hombre tiene un tiempo de vida diferente durante el cual recorre espacios, conoce personas, disfruta comidas distintas, vive su única vida la cual le obliga a tener ideas distintas. Cuando empecé a ilustrar no entendía bien esto, siempre me gustaron los dibujos, los cómics, las animaciones, las veía porque eran técnicamente impresionantes y por las historias que se contaban, pero no entendía que eran el resultado de la vida del autor, de un hombre. Al igual que cualquier ilustrador, artista, director de cine, escritor, todo hombre tiene algo diferente, y algo en común, diferente por ser seres únicos e irrepetibles y común por estar vivos en este tiempo y espacio. Por eso, ilustrar es una propuesta personal, es dar una opinión sincera sobre lo que tenemos en común, el conocimiento de un entorno y de uno mismo es necesario para realizar esta labor. Claro, el entorno puede ser un cuarto, el barrio, una ciudad o el mundo y por qué no el universo o lo desconocido: a un entorno mayor, mayor el ilustrador. Así pues, el ilustrador tiene una percepción única del mundo, en donde su trabajo formal es el de comunicar y requiere, en la práctica, entender las ideas de los demás, en especial las ideas del escritor junto a quien uno trabaja. El enfrentarse a un texto requiere un acto de empatía, ese momento maravilloso de ponerse en los zapatos del otro, el personificar mentalmente cada personaje, imaginarlo y darle vida propia, recrear paisajes e ideas propuestas por un desconocido, meternos en el mundo de otro y hacerlo nuestro. En el trabajo de un libro álbum, la comunicación entre los actores es fundamental para lograr un resultado de calidad: el editor como el director de orquesta, el escritor como el compositor, el ilustrador como el instrumento. Las mejores experiencias como ilustrador han sido junto a dos amigos queridos, Jairo Buitrago y María Osorio, escritor y editora de Eloísa y los Bichos, libro del cual los tres estamos profundamente orgullosos. Esta relación solo se puede dar si los tres están dispuestos a discutir, hablar y proponer, calzarnos los zapatos del otro. Así como un escritor tiene elementos técnicos, la gramática y la ortografía, el ilustrador tiene el color, la textura, el trazo, la composición, el ritmo, para transmitir un mensaje, una sensación, que se utilizará para contar una historia, para comunicarse con el observador. Estos elementos deben ser estudiados con cuidado y explotados diariamente. La técnica es la parte formal de las ilustraciones, y es la base de nuestro lenguaje, sin estudiar, sin practicar, sin intentar, es imposible lograr una comunicación con el lector. Es el oficio del ilustrador. Cuando empecé a ilustrar, el miedo era un sentimiento recurrente al hacer una imagen, el trazo me preocupaba, el color me preocupaba, el tiempo me preocupaba. Si le preguntan a cualquier persona si es capaz de dibujar, la mayoría responde, “no, no puedo, es muy difícil”, pero no se acuerdan de su infancia, donde fueron capaces de todo, hasta volar. Para un niño el dibujo es algo natural, pero en la medida que crecemos nos llenamos de miedos y de dudas sobre lo que podemos hacer y nuestros límites nos encajonan en cuatro paredes. Un ilustrador tiene que ser arriesgado; tal vez tanto riesgo lo lleve a hacer imágenes que no le gusten al comienzo, pero el