alianzaeditorial.es JOSHUA FERRIS FORMA PARTE DE LA SELECCIÓN DE LOS MEJORES ESCRITORES MENORES DE 40 AÑOS DE THE NEW YORKER.
«Desesperadamente divertida como sólo los libros realmente serios pueden llegar a serlo». THE GUARDIAN
FICCIÓN
Novela finalista del Man Booker Prize y ganadora del Premio Internacional Dylan Thomas.
«Hay libros que, sencillamente, hacen que nos dejemos llevar por la fuerza y la energía de la imaginación del autor y su peculiar visión del mundo. Éste es uno de esos libros». STEPHEN KING
OCTUBRE
Joshua Ferris
Levantarse otra vez a una hora decente Traducción de Catalina Martínez Muñoz ALIANZA LITERARIA (AL)
15,50 x 23,00 cm 352 páginas Rústica ISBN 978-84-9104-143-6 Código 3472509
€ 18,00 EBOOK DISPONIBLE
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Paul O´Rourke es un hombre lleno de contradicciones: adicto a su iPhone y enemigo de las redes sociales, furioso seguidor de los Red Sox desconcertado por sus victorias, ateo confeso que no quiere renunciar a Dios, dentista concienzudo que sin embargo fuma y es incapaz de superar su natural torpeza para las relaciones humanas. Es un hombre que ama este mundo pero que no sabe cómo vivir en él. Se pasa el día trabajando en su prestigiosa clínica de Park Avenue y las noches lamentando los errores cometidos con su exnovia Connie, recepcionista de la consulta, y abrumado por el optimismo del resto de la humanidad. Pero su vida va a cambiar cuando
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Joshua Ferris
Levantarse otra vez a una hora decente
descubre horrorizado e impotente que alguien le suplanta en internet, que tiene una web de su clínica dental, y que desde Facebook y Twitter envía polémicas opiniones en su nombre sobre un misterioso pueblo antiguo y olvidado. Mientras averigua por qué le han robado su identidad, tendrá que enfrentarse a su nebuloso pasado y a la posibilidad de que el Paul virtual pueda ser mejor que el real.
Joshua Ferris es uno de los más
brillantes narradores de la nueva generación de escritores estadounidenses. Forma parte de la lista de The New Yorker sobre los veinte mejores escritores actuales menores de cuarenta años. Ha ganado el premio Hemingway Foundation/PEN, el Barnes & Noble Discover, y fue finalista del National Book. Con Levantarse otra vez a una hora decente ha ganado el International Dylan Thomas y quedó finalista del Man Booker.
Levantarse otra vez a una hora decente es una novela brillante y muy original que derrocha una inventiva deslumbrante y un humor ácido y cínico. Nos retrata irónicamente lo absurdo de una sociedad actual marcada por las redes sociales, la soledad, el problema identitario, la disfunción familiar, y el peso de la religión, las finanzas y el deporte de masas... Elementos cotidianos que sirven a Ferris para acercarnos a cuestiones fundamentales de la existencia humana como son el sentido de la vida, la certeza de la muerte, el valor del amor y la lealtad..., y, por supuesto, la importancia de usar el hilo dental.
www.joshuaferris.com PRENSA
«No es fácil conjugar un hilo dental con la fe y la identidad, pero Joshua Ferris, uno de los escritores made in USA con más talento, lo hace a la perfección.» IL MATTINO «Ferris tiene una prosa fluida, espléndida y … de una belleza escalofriante.» THE NEW YORKER
«Hiperdivertida (...) una obra maestra.»
THE NEW YORK TIMES
«Un escritor de primer orden.» BOSTON GLOBE «Ferris se ríe de las circunstancias ordinarias y las convierte en algo extraordinario.» THE ECONOMIST
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Grandes cuestiones en torno al hilo dental y la filosofía. Alex Clark – The Guardian
Paul O’Rourke tiene una duda. Si, al final, “el corazón se para de todos modos, las células mueren, las neuronas se apagan, las bacterias consumen el páncreas, las moscas ponen sus huevos , los escarabajos roen los tendones y ligamentos, la piel se vuelve amarilla como un queso, los huesos se deshacen y a los dientes se los lleva la corriente”, ¿para qué molestarse en usar hilo dental? Este dilema existencial es planteado en la página inicial de la aguda tercera novela de Joshua Ferris, y acto seguido genera dos afirmaciones: en primer lugar, las cosas serían realmente mucho peores si uno no usara el hilo dental; en segundo lugar, a pesar de que podría reportarle más trabajo, esta negligencia no puede de ninguna manera ser alentada por un reputado dentista con cinco salas de consulta y una elegante clínica en Park Avenue en Nueva York. El dentista es Paul O’Rourke y la tensión entre su alegre positivismo y su nihilismo privado es lo que dota de una fuerza inusual a su singular e impredecible historia.
En el trabajo, sus habilidades para relacionarse con sus congéneres no son necesariamente perfectas –como ejemplo, el lector es testigo de sus tensas relaciones con su higienista temerosa de Dios, su ex-novia y recepcionista Connie Plotz, y Abby, su silenciosa auxiliar- pero en cambio sus prótesis son impecables; y la experiencia con la que rellena sin esfuerzo las caries de sus pacientes es inversamente proporcional a su habilidad para rellenar los huecos de su vida. En ella, nada funciona: ni el golf, ni el banjo, ni las novias con las que, por un breve tiempo y fascinación extrema “se encoña”, y ni siquiera su duradera y primigenia obsesión por los Red Sox, el equipo de béisbol que, en el colmo de la paradoja, resulta más desconcertante cuando gana. ¿El hecho de que su
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padre, maniaco-depresivo, se suicidó es lo que hace que O’Rourke no consiga adaptarse a la vida normal, una vida caracterizada aquí como el tipo de vida en la que uno puede salir a comprar alfombras, pedir ensalada, escuchar a los U2 y beber chablis, actividades todas ellas que parecen implicar cierto grado de cuidado personal o incluso de alegría de vivir, pero también desprenden el aroma de una fláccida uniformidad disfrazada de discernmiento? ¿O se encuentra en un callejón sin salida? ¿O es el sentimiento de identificación con su padre lo que hace de O’Rourke una bala perdida?
El mundo encuentra siempre maneras para castigar a los que no están dentro, especialmente a aquellos que lo intentan pero no lo logran. La religión proporciona tanto la posibilidad de integrarse como la posibilidad de ser castigado a través de la damnación eterna o la persecución en vida, pero todos los intentos de nuestro héroe dentista en esa dirección resultan fracasados. El hecho de utilizar sus relaciones sentimentales –con la católica Samantha Santacroce y más tarde con la judía Connie- como puerta de entrada a un club cuyas reglas no termina de comprender no ha servido de ayuda; contar un chiste sobre un sacerdote y un rabino cuando la familia de Connie está guardando shivá por un familiar difunto ciertamente no puede salir bien, como tampoco el describir detalladamente el antisemitismo de Martín Lutero a un tío de Connie durante una boda. Pero su propia incapacidad para creer en Dios ha sido el desencadenante. “Lo peor de ser ateo no era la pérdida de Dios y de todo el consuelo y la seguridad de Dios”, explica O’Rourke, aunque añade que “esto no es poco”. Más desoladora es “la pérdida de todo un léxico humano. Gracia, caridad, trascendencia: podía experi-
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mentarlas como cualquier creyente, aunque tuviera di- por parte de un grupo secreto. ¿Y cuál es el rasgo distinferencias sobre la causa última de éstas, y sin embargo tivo de la ideología de los ulms? Su sólida fe acerca de la no disponía de palabras adecuadas para ellas”. superioridad y la eficacia de la duda. Y entonces entra en escena otra gran manera de estar dentro y esta vez de un modo muy contemporáneo. Durante una mañana de paciente trabajo dental, la consulta de O’Rourke se encuentra de repente con una web propia. El hecho de no haber tenido una web de la consulta hasta ese momento tiene que ver con su visceral rechazo del totalitarismo omnisciente de Internet (“¿No había un extraño y olvidado placer en regocijarnos en nuestras ignorancia? ¿No podíamos simplemente estar equivocados y cometer errores?”) y su apoyo a una subjetividad narcicista (a lo largo de la novela se refiere a los smartphones como “me-machines” (máquinas yo) y no le entusiasman en absoluto). ¿De dónde procede la web? ¿Quién o qué es la misteriosa empresa “Seir Design” aparentemente responsable de la página? ¿Y quién está tuiteando y enviando e-mails en nombre de O’Rourke, que incluyen declaraciones públicas como “Imaginen un pueblo tan miserable como para envidiar la historia de los Judíos”?
La madriguera cibernética por la que O’Rourke empieza a caerse le conduce hasta un misterioso grupo llamado los ulms, cuya historia se remonta a los primeros israelitas y cuyo exterminio ha sido tan completo que ha desaparecido cualquier registro histórico de su existencia, pero que cuenta sin embargo con algunos descendientes que pueden ser identificados a través de pruebas genéticas. O’Rourke, por supuesto, es uno de ellos, y la web y los tuits la manera de entrar en contacto con él
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Este inesperado desarrollo de la vida de O’Rourke tiene un efecto a la vez cómico y aterrador: consagra la profana alianza entre el esoterismo místico y el poder de internet; el poder de la religión para atraer incluso a los más descreídos bajo su amparo; su continuada capacidad para alimentar tanto la unidad como la desconfianza. Y también le permite a Ferris improvisar sobre temas como la autenticidad y la distancia que existe entre las identidades privadas y públicas de las personas, del mismo modo que lo hizo en su primera novela Entonces llegamos al final, que describía a un grupo de trabajadores al mismo tiempo como un único organismo y como una colección de individuos efervescentemente dispares.
Levantarse otra vez a una hora decente a veces se debate para sostener el peso de su arriegada apuesta (las digresiones sobre la historia de los amalecitas pueden confundir un poco al lector), pero en su conjunto es realmente impresionante: profundamente humana y comprometida con los misterios de la fe y del escepticismo, con un lenguaje ágil y provocador , y desesperantemente divertida como sólo los libros realmente serios pueden llegar a serlo. Se plantea la cuestión de si se puede realmente escoger estar dentro o si tienes que ser elegido para ello, y, de un modo satisfactoriamente complejo, no ofrece una respuesta. ¿Pero logra convencer al lector de la importancia de usar el hilo dental? Bueno, nadie se atrevería a negarlo.
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