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Gloria Soriano. El camino

Gloria Soriano

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El camino

—Cuidado, te van a adelantar —oí que decías a mi espalda.

El camino discurría encajonado entre los cerros. Vi a un ciclista con casco gris rebasarme y desaparecer detrás de una curva. Más adelante cruzamos un arroyo. Él nos esperaba al otro lado. —¿Conocéis la zona? —Poco. Según el GPS para ir a Los Cortados tenemos que desviarnos a la derecha, pasar el puente de Congosto y seguir todo recto. —Por allí no se puede continuar, lo han cercado. Venid conmigo, os enseño la ruta nueva.

Pasado el puente nos detuvimos. —No queda más remedio que meterse por aquí —dijo señalando un desnivel lateral que bajaba a un sendero paralelo al río.

Avanzábamos en fila entre la arboleda. Llegado un punto, el sendero giró alejándose del agua y de las sombras de los álamos, hasta desembocar en una gran pista de tierra blanca donde nos paramos otra vez. Un hormiguero de ciclistas circulaba en sentido inverso. Después me volví hacia la voz y vi que el hombre llevaba un corcho incrustado en el casco gris. — ¿Conocéis la ruta que va por las tapias del Pardo hasta el encinar? Está muy bien. Hay que ir con alguien que sepa. Hay otra que sale de…—el hombre hablaba y hablaba mientras el sol caía a plomo sobre nuestras cabezas—…éramos un grupo de veinte, pero hubo accidentes, lesionados y lo fueron dejando —lo dijo como si él fuera el excluido.

Pensé que el hombre solitario del casco gris había traído la mala suerte a los demás. También le daba vueltas al porqué del corcho encajado en el casco. Estaba deseando que nos pusiéramos en marcha, escapar del martilleo del sol, no obstante le hice la pregunta. —Este corcho representa al Argos del Camino de Santiago, al vigilante —contestó. Me extrañó que un monstruo de mil ojos estuviera simbolizado en un corcho inerte. Lo miré más de cerca y me pareció ver en los poros pupilas brillantes.

Según nuestro mapa, en aquel punto deberíamos despedirnos, pero el sol ya estaba demasiado alto, y el calor nos hizo desistir de la ruta. Seguimos al hombre por una pista que nos iba acercando a la ciudad. Él pedaleaba despacio, sin dejar huella. A menudo se volvía para mirarnos. Nosotros detrás, sin atrevernos a pasarlo. Los barrancos y los miradores cada vez más lejos. Ya en el asfalto, en una bifurcación nos despedimos.

☘☘☘

Seguimos recorriendo caminos. Uno de esos días tú mirabas en el móvil dos rutas alternativas, yo los montes ondulados que ocultaban el horizonte. De pronto oí la fricción de una rueda al frenar, giré la cabeza y vi al recién llegado. ¿Algún problema?, preguntó. Dudamos sobre qué camino elegir —contestaste— los dos van al mismo sitio, uno más largo que el otro, pero nos preocupa su dificultad. Nos aconsejó el largo. El iría también por allí.

Era un hombre de mediana estatura, prototipo de jubilado con piernas musculosas y años acumulados en la cintura, que le impedían lucir tableta en el abdomen. Los caminos están llenos de hombres así, parecidos al espontáneo que nos alejó de Los Cortados. Nos presentamos, pero su nombre no nos dijo nada. El tampoco dio señales de reconocernos. Cuando se puso de perfil me fijé en el corcho que llevaba incrustado en el casco rojo junto a la oreja. ¿Y eso?, le pregunté. ¿Esto?, del Camino de Santiago, y con el mismo dedo apuntó a un nubarrón negro que se extendía a nuestra espalda. Vámonos, ese cielo tiene mala pinta. Al principio yo iba pensando en los caminos medievales transitados por fervor o por arrepentimiento, y en los símbolos del peregrino: el bastón, la vieira, la calabaza, el sombrero…

El ciclista del casco rojo iba delante, a un ritmo rápido, difícil de seguir hasta para la nube. A qué tanta prisa, le dije sin aliento, después de todo ese corcho te salvaría en caso de un diluvio. Yo ironizaba con la flotabilidad, pero me respondió cortante, ni con lo sagrado, ni con lo diabólico se bromea. Empezó a diluviar, íbamos en fila india, tú detrás de mí salpicándote con el barro que soltaban mis ruedas. Cuando llegamos a aquel pueblo donde confluían los caminos largo y corto, nos despedimos. Nosotros empapados, a él la lluvia le había resbalado sin mojarle. ☘☘☘

Unos meses más tarde, ya entrado el invierno, en la hora de tregua de un día de lluvia, fuimos en bici al parque más grande de la ciudad para hacer un circuito. Estábamos casi solos. Subiendo un cerro adelanté a un hombre que caminaba empujando la bici. Tú te detuviste para preguntarle si tenía algún problema, pero no oí lo que respondió. En cuanto noté que no me seguías, di la vuelta y os encontré junto a un árbol con una rueda desmontada. Todo hubiera sido normal de no haber percibido que un corcho me miraba desde su casco negro. Aquello me inquietó e hice como que no lo había visto. Me alejé con la disculpa de rellenar el bidón en una fuente. Estaba deseando que terminarais y continuar nuestro camino en solitario. Al despedirnos, los mil ojos pestañearon. Tú, por supuesto, no me creíste.

☘☘☘

A finales de la primavera empezamos el Camino de Santiago. Durante la ruta tú te fijabas en las otras bicis, yo en los cascos, todos vacíos. En la Plaza del Obradoiro, un guía

especializado en los símbolos secretos nos habló de una inscripción griega que había sobre la puerta de entrada, y se leía argos, o arjo. En medio de aquel bullicio no se escuchaba bien. Quise entender “argos”, una palabra que se me había vuelto obsesiva. Él hablaba del inicio, de la causa de todas las causas. Nada sobre un guardián gigante con miles de ojos reducido a un tapón. Pensé en los mundos que se crean con las palabras y en lo importante que es usarlas con precisión. Esperé a que el guía terminara sus explicaciones para preguntarle, sin mencionar el corcho. Hasta donde yo sé, el Argos de la mitología griega no se encuentra en el Camino, me contestó bajo un incipiente sirimiri.

Desatamos las bicis de la reja para ir al alojamiento. Antes de llegar, el agua empezó a caer con fuerza y por un momento me sentí como si estuviera pasando por debajo de un canalón, el casco vibraba. Cuando me lo quité vi que tenía un corcho empotrado. Lo dejé allí. Sé que me lo trajo la lluvia pero ignoro si viene de dios, del diablo o de sus ancestros. Vigilo su sueño y espero que cuando abra los ojos me irradie con sus poderes. Me parece un buen final.

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