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Reencuentro con ¿Alicia Ramírez?

Como bien saben los lectores de Luz y Tin Ta, el pasado 18 de enero presentamos en Madrid mi último libro, Onofre, la gran olvidada. Fue en el Centro Asturiano, en uno de esos actos bien organizados a que nos tienen acostumbrados. Hablaron antes que yo el presidente del Centro, Valentín Martínez-Otero, junto con Rafael Lobeto Lobo y José Tolivar Pueyo, tataranieto este último de Leopoldo Alas Clarín. Como siempre me ocurre en estos actos, volví a vivir una sensación de extrañamiento, pues no me reconozco en las palabras siempre amables y cariñosas que me dedican a mí y al libro que tengamos entre manos. En fin, les agradecí sus elogios y parabienes y hablé, mal que bien, del libro en cuestión. Al finalizar hubo algunas personas que se acercaron para que les dedicara el libro.

Mi sorpresa fue grande cuando, entre los que hacían una breve cola para la firma, descubrí la sonrisa de Gloria Soriano. Cuando llegó su turno, me levanté y nos dimos un cariñoso abrazo. No la veía en persona desde aquella aciaga mañana, en Medina del Campo, en la que la reconocí a través de una cristalera de la comisaría, sospechosa del asesinato de Alicia Ramírez.

Alicia Ramírez, mal rayo la parta, solo me ha traído disgustos y sinsabores, más algunos ‘morros’ de mi esposa que me reprocha los devaneos en que me he visto envuelto. Que además su muerte sirviera para contrariar a una buena amiga y colaboradora como Gloria, me descolocó totalmente. Cierto que Gloria Soriano le sacó punta literaria al asunto y, entre rejas reales o ficticias y mariposas más o menos volanderas, se llevó el gato al agua. Pero también es cierto que el tiempo que pasó en la cárcel por este asunto yo tendría que haber sido más solícito y no enrocarme, como hice, en el desconcierto.

En fin, le firmé el libro y luego compartimos unos canapés del aperitivo con que nos obsequiaba el Centro Asturiano, mientras intenté disculparme por mi ingratitud, pero Gloria no estaba resentida ni mucho menos, como hemos podido observar en sus colaboraciones para nuestra revista que siempre han acudido puntuales a la cita. Me contó a vuela pluma que, entre un buen abogado y un mejor detective, más la ayuda de Laudelino Vázquez, que apotó su grano de arena solidario, había podido salir airosa de aquella desagradable encerrona, y nunca mejor dicho.

Luego hablamos de la divino y de lo humano, con la proa siempre orientada a la literatura y centrada en nuestros proyectos inmediatos. Cuando yo me servía el segundo un momento de la presentación vaso de vino para bien acompañar un pincho de tortilla, que nunca falta, se nos acercó una señora de buen ver, sonriente y con gesto amigable. Llevaba el libro en la mano y me pidió que se lo firmase. Le pregunté su nombre mientras me limpiaba las manos.

—Alicia Ramírez.

—Será broma, ¿no? —repliqué confundido y molesto.

—No, no es broma. Soy Alicia Ramírez y me gustaría hablar con ustedes dos.

—Mire, buena señora —le dije mientras, enfurruñado, le devolvía el libro—. Si es broma, no la acepto, me supera este tema; y si no lo es, usted sabrá lo que pretende, pero yo no quiero saberlo. Le ruego que nos deje en paz.

Miré a mi derecha, buscando la aprobación de Gloria Soriano, pero no estaba. Alcé la vista por la sala y vi cómo se cerraba el ascensor con Gloria dentro y cara de muy pocos amigos. No me extrañó.

Cuando me di la vuelta, tampoco vi a la supuesta Alicia Ramírez. Miré por toda la sala, me asomé incluso a las escaleras, pero nada, no hallé ni rastro de ella. Sin saber qué pensar, tomé un largo trago de vino y dije para mí que esto es lo que tienen los fantasmas, aparecen y desaparecen a su capricho, van y vienen como las olas del mar.

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