Al derecho y al rev é s La revolución de los derechos sexuales y reproductivos en Colombia
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Al derecho y al revés La revolución de los derechos sexuales y reproductivos en Colombia
© Profamilia, 2005 Sede Nacional Calle 34 No. 14 - 52 Bogotá, Colombia Tel: 339 0900 www.profamilia.org.co ISBN: 958-8164-21-4 Impreso en Colombia por Printex Impresores Primera edición, noviembre de 2005 3.000 ejemplares Profamilia Presidente honorario: Fernando Tamayo Ogliastri Presidenta: Ángela Gómez de Mogollón Directora ejecutiva: María Isabel Plata Coordinación editorial: Liliana Schmitz, Gerente de Relaciones Públicas Carolina Orjuela Martínez, Directora de Comunicaciones Diseño de cubierta: Gustavo Andrés Sarmiento
Carlos Dáguer • Marcelo Riccardi
Todos los derechos reservados. Esta publicación, incluida la cubierta, no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, sin el permiso previo por escrito de Profamilia.
Índice
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CAPÍTULO I. DOS BOLSITAS DE CHURRUSCOS El dispositivo intrauterino llega a Colombia • La explosión demográfica • Elise Ottesen-Jensen y Margaret Sanger • La Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf) • Fernando Tamayo Ogliastri • La ciencia busca una píldora anticonceptiva • La píldora en Colombia • El Edificio Unidia o El Palacio del Churrusco • 15 de septiembre de 1965: una fecha inaugural.
CAPÍTULO II. EL DOLOR DE CRECER En busca de una sede • Los primeros donantes • Nace la Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana • La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (usaid): un donante fundamental • El censo de 1964 • La Encuesta de Fecundidad: las mujeres quieren menos hijos • Nace la División de Estudios de Población de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina • Los presidentes proponen el control de la natalidad • La oposición de la Iglesia • Un gobierno maniatado • El bautizo definitivo: Profamilia • La expansión de Profamilia • Planificación familiar en la radio.
CAPÍTULO III. CON LA IGLESIA HEMOS TOPADO Pablo vi llega a Colombia • La encíclica Humanae Vitae se opone a la anticoncepción • Iglesia e Izquierda: una alianza insospechada contra la planificación • Las denuncias de El Catolicismo • “Pacto de caballeros” entre Gobierno e Iglesia • El primer ataque contra Profamilia • La segunda embestida • Miguel Trías • La anticoncepción de emergencia en Colombia • Una defensa desde la ciencia y los derechos.
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CAPÍTULO IV. PLANIFICACIÓN AL QUIRÓFANO La masificación de la vasectomía y la ligadura • Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (aqv) • La Iglesia, a su pesar, ayuda con la publicidad • Ligadura de trompas por laparoscopia • Profamilia crea su propia unidad de cirugía • La minilaparotomía • Las unidades móviles de esterilización • Las Clínicas del Hombre • Vasectomía sin bisturí • Una nueva realidad después de la Ley 100.
CAPÍTULO V. LA HORA DE LOS MARGINADOS Distribución Comunitaria de Anticonceptivos (dca) en zonas rurales • Una propuesta audaz: anticonceptivos sin prescripción • dca urbana • Distribución por correo: un intento fallido • Nace el Mercadeo Social • Paramédicos se entrenan para aplicar dispositivos • Fusión de programas: nace el Mercadeo Comunitario • Atención primaria en salud en el Medio y Bajo Magdalena • La Gerencia Nacional de Mercadeo de Productos.
CAPÍTULO VI. DERECHOS EN ACCIÓN La Tercera Conferencia Mundial sobre la Mujer • La Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer • Apertura del Servicio Jurídico de Profamilia • Cartillas para hacer valer los derechos • Profamilia deja su huella en las leyes y en la Constitución Política de 1991 • La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ends) • La acción de tutela • La Oficina Asesora en Derechos Sexuales, Reproductivos y Género • El Centro de Conciliación de Profamilia • La unión de la medicina y el derecho • Publicaciones sobre derechos • María Isabel Plata.
CAPÍTULO VII. CRECED SIN MULTIPLICAROS Comienza el Programa para Jóvenes de Profamilia • La Casita de Chocolate • Los inicios de la educación sexual en Colombia • La Convención sobre los Derechos de los Niños • La Constitución vela por los adolescentes • El Plan Nacional de Educación Sexual • El Programa de Atención para Padres y Madres Adolescentes (Pama). • Los Jóvenes Multiplicadores • La Política Nacional de Salud Sexual y Reproductiva • Percepciones equívocas sobre la sexualidad en los adolescentes • Francisco el Matemático y Luca Adolescencia • El empoderamiento de las adolescentes: ¡El condón lo cargo yo!
CAPÍTULO VIII. EL SIDA TOCA LAS PUERTAS El primer caso de sida en Colombia • Los científicos descubren el vih • Profamilia toma cartas en el asunto • Asesorías para grupos vulnerables • La masificación de los preservativos • Los dispensadores de condones no tienen acogida • Profamilia practica y promueve las pruebas elisa • vih con rostro de mujer • Campaña para los hombres que tienen sexo con hombres.
CAPÍTULO IX. ASÍ EN LA GUERRA COMO EN EL SEXO Salud para las víctimas del conflicto armado • Salud sexual y reproductiva de las mujeres desplazadas • Servicios según las necesidades de cada región • La legión extranjera: donantes y patrocinadores • Un compromiso moral con la gente.
CAPÍTULO X. IDEAS FECUNDAS La apertura de la Unidad de Fertilidad de Profamilia • La infertilidad aumenta • Los primeros niños probeta en el mundo y en Colombia • El Comité de Ética • Reproducción asistida para la clase media.
CAPÍTULO XI. HABLEMOS DE POBLACIÓN Ángela Gómez • Transformaciones en la Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf) • La Ley 100: Profamilia cambia para permanecer • Dos frentes de trabajo: Profamilia ips y Profamilia Social • Nuevas campañas publicitarias • El tema de población: una tarea inconclusa • Las flaquezas del sistema de salud en la planificación familiar • Más énfasis en los derechos sexuales • Los Objetivos de Desarrollo del Milenio • La lucha contra la pobreza: un compromiso.
BIBLIOGRAFÍA
ANEXO. PLANIFICAR SIN MORIR EN EL INTENTO ¿Qué hace de Profamilia un caso interesante de gestión social? Por Roberto Gutiérrez, Iván Darío Lobo y Raúl Sanabria. Universidad de los Andes, Facultad de Administración. Mayo de 2005.
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Nuestros agradecimientos a todos aquellos que nos ofrecieron su tiempo y sus historias.
Y, por supuesto, a Carolina Orjuela y Liliana Schmitz, por su atenta lectura, oportuna colaboraci贸n y acertados consejos.
cap铆tulo I
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n 1965, Aleksei Leonov realizó la primera caminata espacial, el papa Pablo vi clausuró el Concilio Vaticano ii, el Ejército de Liberación Nacional llevó a cabo su primera incursión armada y el presidente Guillermo León Valencia decretó el estado de sitio. Entre tantas cosas que pasaron ese año, el doctor Fernando Tamayo Ogliastri trajo los churruscos a Colombia. Para las mujeres fue un acontecimiento. Aquel invento reciente, llamado formalmente dispositivo intrauterino asa de Lippes, apagó la mecha que terminaría en la explosión demográfica y asestó un fuerte golpe al machismo. A partir de ese momento, el país podía elegir entre ser la cuna de hijos no previstos o la de hijos bienvenidos. El doctor Tamayo tenía 43 años y en la Semana Santa había viajado a Nueva York, animado por la lectura de un artículo de la revista Time sobre el éxito de aquel diminuto aparato de polietileno y sulfato de bario, con forma de culebrilla, desarrollado por el ginecólogo Jack Lippes. Dentro del útero de las mujeres, el nuevo invento no sólo impedía embarazos, sino que planteaba una nueva dimensión en la sexualidad y podía modificar el desarrollo de los países. Ya existían otros semejantes desde comienzos del siglo xx, pero, a diferencia de sus precursores y otros métodos existentes, aquel dispositivo intrauterino tenía una efectividad casi total, no necesitaba ser removido salvo después de largos periodos y, lo más importante, por su bajo costo estaba al alcance de todas. El ginecólogo bogotano llevaba un lustro recomendando a sus pacientes la píldora anticonceptiva y el diafragma, una goma con forma de cúpula que se ponía sobre el cuello del útero y actuaba como una barrera. Se trataba de recursos eficaces que, sin embargo, le planteaban algunas dudas. Recuerda el doctor Tamayo que en ese entonces las dosis de
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las píldoras eran tan poderosas que más parecían destinadas “a los caballos” que a sus distinguidas pacientes. Cuando la opción era el diafragma, la queja venía por cuenta de su interferencia en la espontaneidad de las relaciones, pues implicaba detener el momento para untarle gel espermicida e introducirlo en la vagina. La felicidad era incompleta con cualquiera de las dos opciones.Y, peor aún, sus beneficios llegaban a una población muy reducida. Por eso resultó inevitable que el ginecólogo viera nuevas posibilidades tras la lectura del artículo. Así que compró los pasajes, aprovechó el receso de Semana Santa y se apareció en la oficina de la Federación Internacional de Planificación Familiar (International Planned Parenthood Federation, ippf), muy cerca de la Estación Central de Nueva York. Allí compró 200 dispositivos del modelo asa de Lippes, a 20 centavos de dólar cada uno. Sin que lo sospechara en ese momento, esa pequeña compra fue su primer encuentro con una organización en la que ocuparía los más altos cargos, incluido el de presidente internacional. El viaje había sido fructífero. El doctor Tamayo regresó a Bogotá con nuevos contactos y dos bolsitas llenas de esos dispositivos —100 en cada una— tan frágiles y a la vez tan capaces de armar fuertes polémicas y grandes revoluciones.
EL MUNDO EXPLOTA Unos 20 millones de embarazos indeseados se evitaron en Colombia entre 1965 y 2005 como consecuencia, directa o indirecta, de esa iniciativa.1 “Si no la hubiera tenido yo, alguien la habría tenido”, dice el doctor Tamayo, con su natural modestia. Y es cierto. En ese entonces, el desarrollo de métodos anticonceptivos era acelerado y los estudios demográficos eran 1
Cálculo de la Gerencia de Investigación y Evaluación de Profamilia a partir de los servi-
cios prestados por la institución desde 1965.
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concluyentes. Pero eso no quita el mérito, pues el país pasó de la teoría a la práctica en materia de planificación familiar gracias a su empuje. Con un valor adicional: fue uno los pioneros en el mundo. Dos fuertes argumentos justificaron a partir de los años cincuenta la necesidad de regular la fecundidad. Uno era la explosión demográfica, expresión que reflejaba el temor a que llegara el día en que los recursos del planeta no fueran suficientes para toda la población. La preocupación se podía extrapolar al ámbito de cualquier familia.Y el otro, que la maternidad involuntaria impedía el desarrollo de las aspiraciones individuales de la mujer. Una de las más sutiles formas de sometimiento quedaba pendiente después de tantas abolidas. Más de un siglo y medio había pasado desde la publicación, en 1789, del Primer ensayo sobre la población, el polémico trabajo de Thomas Robert Malthus que planteó los peligros de la sobrepoblación en el mundo y la necesidad de evitar embarazos a granel. Malthus, economista, clérigo y demógrafo británico, afirmaba que la población tendía a aumentar en progresión geométrica mientras que los alimentos lo hacían en progresión aritmética. Es decir, llegaría el día en que habría más población que medios de subsistencia.2 Sus tesis le granjearon no pocos enemigos. Malthus decía que no bastaba con fomentar la agricultura, sino también, en asuntos de alcoba, procurar la continencia, la abstención o el retraso del matrimonio. Entre sus estrategias para alcanzar el equilibrio demográfico estaba la de acabar con los subsidios para los pobres. Algo así como solucionar el problema por sustracción de materia. Las críticas de la Iglesia y del apenas naciente marxismo no tardaron, y todavía hoy llamar a alguien maltusiano puede sonar más a acusación que a calificación. Pero las tesis de este ejemplar de lo políticamente incorrecto, tan desmentidas como corroboradas, siguen suscitando enconados debates.
Sería necesario esperar que los datos se hicieran más confiables para confirmar, prácticamente con el problema encima, que la población del mundo estaba creciendo a un ritmo vertiginoso. El doctor estadounidense Harold F. Dorn, que estudió el impacto de la demografía en la salud pública, planteó las siguientes cifras: en los tiempos de Cristo, la Tierra estaba poblada por 250 millones de personas; en el año 1600, por 500 millones; en 1850, por 1.000 millones; en 1930, por 2.000 millones, y en 1975, por 4.000 millones.3 Si no cogió la idea al vuelo, vea los números de nuevo y haga cuentas de cuánto tiempo tardó la población en duplicarse en cada lapso. La conclusión es que la tasa de crecimiento fue razonable hasta el periodo 1850-1930: se necesitaron 80 años para que la población se multiplicara por dos. Mucho más rápido ocurrió lo mismo entre 1930 y 1975: bastaron 45 años. El ritmo de crecimiento de las economías resultaba incompatible con el fenómeno en casi todo el mundo. A mediados del siglo xx, las familias de los países del Tercer Mundo seguían reproduciéndose como en el pasado, pero un nuevo ingrediente inclinaba la balanza: las tasas de mortalidad, especialmente infantil, se habían reducido como consecuencia de diversas medidas sanitarias y el auge de la medicina preventiva. La creencia, aplicable hasta entonces, de que “para progresar hay que poblar” comenzaba a quedar en desuso.Y los demógrafos no tuvieron más remedio que encender las alarmas.
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Thomas Robert Malthus. Primer ensayo sobre la población.Alianza Editorial. Madrid, 1970.
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MUJERES EN LA LUCHA El tema no se agotaba ante el pavor a un mundo superpoblado. Un discurso de simple dignidad, a la postre mucho más contundente que el demográfico, marchaba en paralelo. Elise Ottesen-Jensen tenía por costumbre mostrar su mutilación.“Antes de comenzar —decía tan pronto tomaba la Citado por Benjamin Viel en La explosión demográfica. Editorial Pax. México, 1970.
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palabra—, quisiera hablarles acerca de mis manos. Probablemente, ustedes ya habrán notado que perdí dos dedos de mi mano izquierda”. Algunos pensaban que los tenía doblados, pero ella confirmaba su comentario mostrando la palma abierta. Después relataba cómo un accidente con productos químicos en sus tiempos de estudiante se los había arrancado.“Pero no vine hoy acá para hablar de mis dedos —continuaba—. Hoy he venido para hablar acerca de…”.4 La estrategia servía para ganar la atención de los asistentes.Y seguía su charla, que muy probablemente versaría sobre educación sexual o el uso de anticonceptivos. Sus logros, al parecer, dieron cuenta de la efectividad del recurso para conquistar audiencias. Ottar, como la llamaban sus amigos, nació en Noruega en 1886, pero su vida transcurrió en Suecia y el exterior. Era hija de un clérigo, y aún joven fue testigo de los padecimientos de su hermana Magnhild, cuyo embarazo indeseado la obligó a retirase de la sociedad, abandonar su trabajo como enfermera y terminar cosiendo ropa infantil en un asilo para personas con trastornos mentales. Ottar vivió en unión libre con el sindicalista Albert Jensen. Contrajeron matrimonio, pero, tras descubrir que él tenía una amante, se separaron. Ella buscó en vano una reconciliación. Después del divorcio, reconoció ante sus amigos:“¿Cómo podría alguien estar casado con una esposa que nunca está en casa?”. Ottesen-Jensen iba por la vida con aspiraciones poco usuales para su tiempo. Era una pacifista empedernida. Ayudó a refugiados del régimen nazi y apoyó organizaciones de base que tuvieran una filosofía de autoayuda y soluciones cooperativas en lugar de aquellos modelos estructurados de arriba abajo, bien fueran del Estado o de filántropos. En el periódico sindical El Trabajador tuvo una sección exclusiva para mujeres. Las preguntas que enviaban las lectoras le sirvieron para darse cuenta de las dificultades que tenían en su vida sexual y
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la obligaron a ilustrarse sobre el tema. En 1925 creó un periódico, Nosotras mujeres, cuya vida fue breve, pero que sirvió para estructurar sus futuros proyectos. En 1933, Ottesen-Jensen fue una de las fundadoras de la Asociación Nacional para la Educación Sexual (rfsu, por sus siglas en sueco), que recogió las preocupaciones y aspiraciones que en esta materia se habían planteado en Suecia desde finales del siglo xix. No fue ajena a peleas por su convicción sobre la necesidad de dar este tipo de enseñanzas a los adolescentes y de promover el uso del condón. Por estas ideas —generalmente fundadas en la sexología de la época—, alguna vez la escupieron mientras se desplazaba en la ciudad noruega de Bergen. Situaciones similares vivió en su patria adoptiva. A pesar de la oposición, Suecia introdujo de manera oficial la educación sexual en las escuelas en 1955. Las metas de Ottesen-Jensen podrían resumirse en sus palabras:“Sueño con el día en que todos los niños que nazcan sean bienvenidos, en que hombres y mujeres sean iguales, y en que la sexualidad sea una expresión de intimidad, ternura y placer”.5 En agosto de 1946, su asociación llevó a cabo en Estocolmo la que sería la Primera Conferencia Internacional de Planificación Familiar. La misión que se había impuesto iba más allá de sus fronteras. Casi al mismo tiempo, una mujer con aspiraciones semejantes y menos diplomacia llevaba a cabo una lucha parecida en Estados Unidos. De origen irlandés, Margaret Sanger, nacida en Corning en 1879, había visto la lenta muerte de su madre tras 18 embarazos y 11 partos. Antes de que estallara la Primera Guerra Mundial, Sanger trabajó como enfermera practicante con mujeres en los barrios más pobres de Nueva York. La experiencia le permitió ver que vivían privadas de salud y sexualidad, y que eran incapaces de criar a sus hijos. 5
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Bengt Hemlin.“If something about you attracts attention, satisfy the audience’s curiosi-
ty”. En www.hemlin.pp.se/USottesen.html.
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María Denielsson, Christina Rogala, Kajsa Sundström. Teenage Sexual and Reproductive
Behavior in Developed Countries. Country Report for Sweden. The Alan Guttmacher Institute. Nueva York-Washington, 2001.
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La regulación de la fecundidad era un beneficio exclusivo de las personas educadas, que podían enterarse de los métodos y adquirirlos mediante distintos subterfugios. Los productos para la “higiene femenina” eran en realidad espermicidas, y los productos “franceses” resultaban ser condones y otros métodos de barrera. Indignada con la injusticia, Sanger desafió a la Iglesia y al Estado, y puso la información prohibida al servicio de todas las mujeres. Primero, con una serie de artículos titulada “Lo que toda mujer debe saber”; después, mediante su propio periódico mensual, llamado La mujer rebelde, y, finalmente, por medio de clínicas de barrio que dispensaban métodos para el control natal. “Ninguna mujer puede considerarse libre si no se apropia y controla su propio cuerpo”, era la idea que la motivaba. Después de que un juez la hubiera enviado a un asilo por abrir una clínica que distribuía anticonceptivos, Sanger viajó a Europa. Vivió un año en Londres, donde aprendió más sobre contracepción, conoció las políticas en materia de sexualidad y conoció a la escocesa Marie Stopes, que llevaba una vida paralela a la suya en el Reino Unido. Durante la década de los veinte, también hizo viajes a India, Hong Kong, China y Japón para establecer contactos con representantes del movimiento a favor de la planificación. De regreso en su país, esta declarada neomaltusiana siguió presionando para romper el aparato legal contra la mujer. Fundó la Liga Estadounidense para el Control de la Natalidad, que se convirtió, en 1942, en la Federación Estadounidense de Planificación Familiar. Elise Ottesen-Jensen y Magaret Sanger tuvieron varios encuentros y desencuentros. Los objetivos comunes no fueron suficientes para que se entendieran. La escandinava le daba valor a la autodeterminación de las personas en cuanto al número de hijos que deseaban tener; la norteamericana tenía una visión más alarmista del incremento de la población en el mundo. La primera veía la planificación familiar como parte del conjunto de la educación sexual; la segunda insistía
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con vehemencia en que el único camino que se debía tomar era el control de la natalidad. Pero las diferencias no impidieron que en 1948 organizaran la Segunda Conferencia Internacional de Planificación Familiar, en Cheltenham (Reino Unido), donde se estableció un Secretariado Internacional de Planificación Familiar. El 29 de noviembre de 1952 se vieron más claramente los réditos de estos esfuerzos. Durante la Tercera Conferencia Internacional de Planificación Familiar, celebrada en Bombay, los representantes de ocho países (Inglaterra, India, Países Bajos, Hong Kong, Singapur, Suecia, la República Federal Alemana y Estados Unidos) establecieron la estructura definitiva de la Federación Internacional de Planificación Familiar, ippf.6 Nacía la organización privada más importante del mundo para el estudio, la promoción y la financiación de programas de planificación familiar. Margaret Sanger se convirtió en su primera presidenta junto con Lady Dhanvanthi Rama Rau, de India. Al año siguiente, la misma Sanger sentó las bases para la creación de una oficina, dependiente de la principal en Londres, que se encargara de atender las necesidades y llevar campañas a los países americanos. Finalmente, se instaló en Nueva York y recibió el nombre de Oficina de la Región del Hemisferio Occidental. En Estados Unidos, Canadá, México, Puerto Rico y el Caribe de habla inglesa estuvieron los primeros afiliados.7 Elise Ottesen-Jensen y Margaret Sanger representaron dos vertientes dentro de la ippf: la europea y la norteamericana. Pero el papel de ambas resultó fundamental. A pesar de las divergencias, el proyecto nació y creció a grandes pasos. Sanger murió en 1966, pocos días antes de cumplir 87 años, con la tranquilidad de haber visto en el mercado las pastillas anticonceptivas que ayudó a desarrollar. El año anterior, la Corte Suprema de Estados Unidos había tumbado una ley del 6
ippf.“ippf and the World – 50 Years”. En www.ippf.org.
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Gonzalo Echeverry. Contra viento y marea: 25 años de planificación familiar en Colom-
bia. Profamilia-acep. Bogotá, 1991.
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Estado de Connecticut que prohibía el uso de la anticoncepción incluso a parejas casadas.8 Ottesen-Jensen ocupó la presidencia de la ippf en 1962. Murió soltera en 1973, a los 87 años. Había luchado casi toda su vida, con el ahínco de quien tiene una misión, por unos derechos que beneficiarían más a los demás que a ella misma.9 Y como un saludable contrasentido de sus aspiraciones, la ippf parecía la más fecunda de las organizaciones del planeta. El de India fue el primer gobierno que prestó atención al aumento excesivo de la población. Resultaba valioso, pues la explosión demográfica era un problema más acentuado en los países pobres que en los ricos. La planificación en las sociedades desarrolladas ya se estaba llevando a cabo, a partir de la segunda mitad del siglo xix, como consecuencia casi automática de la urbanización y el crecimiento de las economías. No fue necesaria la intervención del Estado u otras instituciones. Las mismas parejas descubrieron que el bienestar era más accesible en las familias reducidas. En el Tercer Mundo ocurría lo contrario. Los gobiernos y otras organizaciones se vieron en la obligación de promover la planificación. Pronto se contarían en decenas los que siguieron el ejemplo de India. Al cabo de medio siglo, la ippf tenía presencia en 180 países.
EN BUSCA DE UNA PÍLDORA MÁGICA El año 1952 resultó tan importante para la planificación familiar en el mundo como para el doctor Fernando Tamayo. Mientras aquélla se promocionaba mediante la recién nacida ippf, él regresaba de completar sus estudios en ginecología y 8
Gloria Steinem. “Margaret Sanger”. The Time 100. The Most Important People of the Cen-
tury. En www.time.com. 9
Doris H. Linder. Crusader for Sex Education: Elise Ottesen-Jensen (1886-1973) in Scandi-
navia and on the International Scene. University Press of America. Nueva York y Londres, 1996.
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obstetricia en diversos hospitales afiliados a la Universidad de Harvard, en Estados Unidos. Tenía 30 años, tres hijos —después vendrían otros dos— y una deuda moral impuesta por su propia conciencia. El hijo de José María Tamayo y Helena Ogliastri había nacido en una familia acomodada de Bogotá. Su padre, vinculado con el mundo de la banca, fue fundador de la Bolsa de Valores de la capital de Colombia y un importante exportador de café a Europa. Fernando era el segundo de seis hermanos. Vivió cuatro años de su infancia en París y a su regreso estudió en el Gimnasio Moderno, uno de los más prestigiosos colegios de la ciudad. Le gustaba la geometría y el álgebra, pero nunca mostró calificaciones prodigiosas ni actitudes de niño precoz. Cuando comenzaban a asomársele los primeros vellos bajo la nariz, le trajeron de Bucaramanga el laboratorio de química que su abuelo materno utilizaba para purificar y procesar la quina. El instrumental había quedado arrinconado a merced del polvo y las arañas tras la muerte del abuelo. El nieto lo recibió con entusiasmo, pero mientras lo organizaba se dio cuenta del vidrio quebrado de las pipetas, de la escasez de tubos de ensayo y del amarillo intenso del mechero, que le hizo pensar que aquella herencia no provenía de otra ciudad sino de otra era geológica. “Me lo regalaron porque era un hueso”, rememora el doctor Tamayo. Pero fue suficiente para comenzar a mostrarle el camino. Porque mientras el adolescente preparaba hidrógenos, su mente se debatía entre la química y la farmacia. Aunque no fueran excluyentes, lo tentaba más la primera que la segunda. Se habría graduado como químico farmaceuta, que en la práctica de esos tiempos significaba ser farmaceuta, a secas. Y ahí estaba el problema: ese título no le simpatizaba. En un descuido durante uno de esos experimentos se le explotó una pipeta. Poco después le dijo adiós al laboratorio y tomó una decisión que conciliaba los polos, le ofrecía un poco más y no le causaría ningún arrepentimiento: sería médico. Los años en la Universidad Nacional, entre 1940 y 1945,
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no fueron ajenos a los debates. Las primeras generaciones de médicas en Colombia entraron casi a la par con él. Como antecedente hubo una huelga en la Facultad de Medicina contra la aceptación, en 1937, de la primera mujer en la carrera. En otros ámbitos, las discusiones sobre política nacional estuvieron complementadas por el tema inevitable de la guerra en Europa, que dividía a los alumnos, más en las palabras que en los hechos, entre los amigos de los Aliados y los amigos del Eje. Y en lo personal, Fernando Tamayo miraba el abanico de especializaciones. Fue así como, caminando por los senderos de la endocrinología, que estudiaba por su cuenta, se encontró con la ginecología. Durante el internado en el Hospital San José de Bogotá avanzó en cirugía general y conoció a Elisa Garcés Garcés, una ayudante del laboratorio con quien inició una relación sentimental. Elisa Garcés siempre había soñado con estudiar bacteriología, pero las universidades en ese entonces seguían siendo reacias a admitir mujeres. Empeñada en no renunciar de tajo a sus aspiraciones, había conseguido aquel trabajo de ayudante en el laboratorio del hospital. En 1947, Fernando Tamayo obtuvo su título de doctor en Medicina y Cirugía. A partir de ese momento comenzó a pagar lo que él llamó su “impuesto moral”. Había tenido privilegios, y se sentía intranquilo si no los ponía al servicio de un público más allá de su grupo social. Así que siguió trabajando en el Hospital San José, adonde llegaban personas de muy escasos recursos. Tras terminar la especialización en el exterior, cinco años después, y abrir su consultorio privado, dedicó medio tiempo, sin cobrar un peso, a este centro donde había tenido su iniciación. Pasó por todos los puestos, hasta llegar a ser director entre 1955 y 1956. “Si no lo hubiera hecho —dice con ironía y satisfacción—, estaría en la Costa Azul, manejando un Mercedes Benz y acompañado por una actriz de cine mona. Pero no me quejo”. Su experiencia en el San José tuvo un receso en 1950, cuando, recién casado con Elisa Garcés, viajó a Estados Unidos
para completar sus estudios en ginecología y obstetricia. Tras un análisis de sus fortalezas y debilidades, había encontrado que debía llenar algunos vacíos relacionados con la biología.Y a eso fue. Algo le tenía preparado el destino, porque allí tuvo la suerte de ser alumno de John Rock —nada menos que el futuro director de los ensayos clínicos de la primera píldora anticonceptiva— y amigo de la hija de éste, una citóloga a quien conoció en el Free Hospital for Women de Boston. El doctor Tamayo y sus compañeros sabían de las investigaciones que se llevaban a cabo en estos círculos gracias a los comentarios que surgían tras las reuniones de los médicos o de las publicaciones del The New England Journal of Medicine. “La primera vez que oí de la supresión médica de la ovulación fue en una reunión en la que yo estaba presente en el Massachusetts General Hospital de Boston —rememora—. Era un caso de una mujer que perdía un poco su visión por hemorragias retinianas cada vez que tenía la menstruación. Hubo una discusión de los endocrinólogos sobre cómo acabar con el problema, y resolvieron darle unos estrógenos muy fuertes para suprimir la ovulación”. Tratamientos de esta índole comenzaron a dar pistas sobre la creación de un anticonceptivo, aunque John Rock buscaba todo lo contrario: que la suspensión de la ovulación repercutiera en el incremento de la fertilidad cuando se eliminaran los medicamentos. El biólogo Gregory Pincus, cuyo mérito de fertilizar in vitro a unos conejos le había valido el título de Doctor Frankestein varios años atrás, trabajaba a unos 70 kilómetros, en la ciudad de Shrewsbury. La misma Margaret Sanger y la millonaria Katharine McCormik lo contactaron a comienzos de los cincuenta, pues buscaban un científico que desarrollara una píldora para el control natal. Con los recursos necesarios, Pincus y su colaborador, Min-Chueh Chang, pudieron investigar y probar que inyecciones repetidas de progesterona detenían la ovulación en los animales. El reto, sin embargo, era producir una píldora a bajo pre-
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cio. Pincus, en su condición de científico, estaba impedido para experimentar con humanos. Así que el profesor Rock, pese a sus fuertes convicciones religiosas, aceptó dirigir el proyecto. Comenzaron en 1954 con 50 mujeres infértiles en Boston y con 28 pacientes psiquiátricos, mujeres y hombres, del Hospital Estatal de Worcester. La idea con estos últimos era estudiar si la progesterona afectaba el aparato reproductivo. Pese a haber tenido el consentimiento de los familiares y haber trabajado según los estándares médicos de la época, hoy día este experimento se habría considerado falto de ética. La confirmación de que ninguna paciente había ovulado y que los efectos de la píldora eran temporales —es decir, no esterilizaba— dio ánimos para un siguiente paso. El ensayo a gran escala se llevó a cabo en Puerto Rico, en la localidad de Río Piedras, cerca de San Juan. Pincus consideró apropiada esta isla por su alta densidad de población y la pobreza generalizada. Aparte de poner a prueba el medicamento, le serviría para confrontar a los que creían que mujeres con un nivel educativo bajo eran incapaces de seguir el régimen de un contraceptivo oral. El ensayo clínico comenzó en abril de 1956, y en éste participaron 265 puertorriqueñas. Como se esperaba, la píldora inhibía la ovulación de todas, pero los efectos secundarios (mareos, náuseas, vómitos, diarreas y dolores de cabeza) provocaron varias deserciones. Tres mujeres murieron. Nunca se investigó, sin embargo, si había sido como consecuencia del estudio. Aunque llovieron las críticas, Rock y Pincus se sintieron amparados en los criterios éticos de su tiempo. Estaban conformes con ver que los efectos secundarios del medicamento eran menos intensos que los del mismo embarazo. Y entre dos males, el menos peor.10 Finalmente, en 1960, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos, fda, aprobó el Enovid, el primer anticonceptivo oral, la soñada píldora mágica. Al año
En 1954, un año después de su regreso de Estados Unidos, el doctor Fernando Tamayo se instaló, junto con otros 20 colegas, en un edificio de corte moderno, en cuyo portón se leía “Edificio Unidia”. Estaba localizado en la carrera 12 con calle 19, en aquel entonces un sector elegante del centro de Bogotá. El consultorio quedaba en el tercer piso, y era frecuentado por pacientes que generalmente pertenecían a los círculos políticos y económicos más influyentes del país. Aquellos años no trajeron grandes novedades para el oficio. Las consultas parecían limitadas a embarazos, pospartos y problemas habituales de la ginecología. Pero los años sesenta traerían cambios radicales: la anticoncepción estaba cerca de volverse tan frecuente como el amor. Lo primero que el doctor Tamayo recomendó fue el diafragma. Les tomaba las medidas a sus pacientes y los importaba de Estados Unidos. El aparatoso método era lo más eficaz que podía ofrecerles. Pero un día de 1961 un viejo conocido, llamado Hugo Willemitzer, tocó las puertas de su consultorio. El hombre puso el maletín sobre el escritorio del médico y sacó de adentro unas muestras de Anovlar, la píldora que Schering acaba de lanzar en varios países europeos. El doctor Willemitzer —Villamizar, como él pedía que lo reconocieran— había llegado a Colombia tras la Segunda Guerra Mundial. Fue médico del ejército nazi en Italia, donde
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Pbs.“The Pill. American Experience”. En www.pbs.org.
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siguiente, la farmacéutica alemana Schering lanzó al mercado Anovlar, la pionera en Europa.11 Ésta fue la primera píldora que llegó a Colombia, y el doctor Tamayo pudo conocerla gracias a Hugo Willemitzer, un singular médico alemán que un día de 1961 se acercó a su consultorio con esas buenas nuevas procedentes del Viejo Continente.
EL PALACIO DEL CHURRUSCO
Schering.“La píldora. 40 años”. En www.schering.com.ar.
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lo detuvieron los Aliados durante el conflicto. Al final de su cautiverio decidió emigrar a Colombia. Llegó en 1947. “Tenía un solo vestido y ningún peso —asegura el doctor Tamayo—. Tapaba los huecos de su traje con las manos”. Se habían conocido por medio del senador José Jaramillo Giraldo, que un día lo llamó al Hospital San José para preguntarle si podía darle una mano al alemán desamparado. En el país no existía la cirugía de guerra, así que sus aportes podrían ser útiles.Y lo fueron, porque prácticamente Willemitzer tuvo su iniciación en Colombia con los disturbios del 9 de Abril de 1948. El médico alemán encontró un espacio en la sociedad. Aunque era ginecólogo, tuvo más oportunidades en la ortopedia. Una década después de su llegada se convirtió en representante de la farmacéutica Bayer y, más adelante, de Schering. Por eso fue el pionero en la distribución de la píldora mágica en Colombia. Aunque había echado raíces, regresó a su país, donde murió en 2002. Curiosamente, la píldora no fue protagonista en Colombia inmediatamente después de su llegada. Sólo estaba al alcance de mujeres de un sector muy exclusivo de la sociedad que contaban con información, un ginecólogo particular y dinero para comprarlas. La moral imperante, dominada por la doctrina católica según la cual las parejas debían tener todos los hijos que Dios mandara, impedía que los anticonceptivos llegaran a un público masivo. Así que la ley divina permitió que los pobres siguieran llenándose de hijos y que los ricos comenzaran dosificar mejor las cantidades. La costumbre comenzó a resquebrajarse en 1965, tras el viaje del doctor Fernando Tamayo a Nueva York durante la Semana Santa. El ginecólogo tenía el propósito de ofrecer a sus pacientes los dispositivos intrauterinos que había traído y venderles algunos a sus colegas. Las ventajas pronto se hicieron evidentes, pues mientras los canales de distribución de la píldora eran limitados, el dispositivo solucionaba el problema prácticamente desde la primera cita.
Las historias parecían tener un libreto común. El doctor Tamayo aplicaba el dispositivo a sus acomodadas pacientes y ellas, al ver los resultados, hablaban de las ventajas a sus empleadas del servicio, que por lo general habían tenido embarazos indeseados. Y ellas, a su vez, regaban el cuento entre amigas y parientas. El médico siempre contestaba con un “pues mándemela”, y cobraba la décima parte si la paciente era de escasos recursos económicos. Aunque se tratara de cantidades irrisorias, cobrar por los servicios sería una constante en los proyectos del médico bogotano. Para él, las cosas obtenidas con esfuerzo eran más apreciadas que las gratuitas.Y en este caso particular, con enemigos al acecho, el cobro dejaba en claro que era la voluntad de las mujeres, y no algún tipo de coacción, la que las invitaba a convertirse en usuarias de la planificación familiar. La bola rodó con más fuerza de lo previsto. Aparte de aquel cómplice boca a boca, algunos médicos conocieron los dispositivos recién importados. El doctor Hernán Rodríguez, uno de los primeros involucrados con el proyecto, recordaba aquel momento con una precisión milimétrica:“Fernando organizó una reunión en el Hospital Militar Central, en el piso 13, pabellón sur de Obstetricia y Ginecología, sede Social Científica. Allí mostró a los médicos el dispositivo intrauterino.Yo no tenía ninguna idea de esto. Fernando dijo que pensaba que algunos de los que estábamos ahí podíamos ayudar, pero que él sólo tenía su consultorio y la buena voluntad. Nos regaló al final de la charla un dispositivo a cada uno y habló sobre estadísticas.Yo me ofrecí”.12 Las filas frente al consultorio comenzaron a hacerse más largas y más diversas. Ya no sólo esperaban las encopetadas damas; también empleadas del servicio, cocineras y otras mujeres de bajos recursos. Los médicos que se unieron las remitían desde el Hospital San Juan de Dios o el San José. El doctor Tamayo atendía a las nuevas pacientes desde las seis
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Entrevista tomada del archivo institucional de Profamilia.
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PRÉDICAS Y APLICACIONES
de la tarde, después de que hubiera terminado con las habituales.“Comenzaron a llegar gentes y gentes y se me volvió un dolor de cabeza”. Decidió que el miércoles fuera un día exclusivo para las mujeres pobres. Comenzó el 15 de septiembre de 1965. Una tarde normal: apenas dos aplicaciones. Pronto quedó en claro que aquella solución había sido apenas un paliativo. Las largas colas volvieron. Entonces tuvo que conseguir un ginecólogo para que lo ayudara. “Estuvo dos veces y dijo que no volvía a eso.Tal vez le echaron vainas —cree el doctor Tamayo—. Pero después encontré otros”. La popularidad crecía. Por su forma de bucle, los dispositivos del modelo asa de Lippes se conocieron como los churruscos. Desde la ippf enviaron nuevas provisiones para satisfacer la demanda. Y el consultorio, contra el deseo del doctor Tamayo, fue bautizado como El Palacio del Churrusco. “Estábamos enamorados del proyecto —dice Hernán Rodríguez—. La historia clínica de la paciente se archivaba en un fólder de tres argollas. Contenía el nombre, la edad, el número de embarazos, la fecha del último parto y por qué deseaba planificar. Ellas decían que no deseaban más hijos porque vivían en extrema pobreza”. El entusiasmo era superior a lo esperado. Pero las filas acabaron con la paciencia de los médicos vecinos. Como los miércoles no dieron abasto, el doctor Tamayo estableció también las tardes de los sábados para las pacientes de escasos recursos. Tampoco así se aligeró la carga y entonces el ginecólogo llegó a plantear la compra del edificio. La oferta dio un margen de espera mientras los propietarios decidían. Las opiniones encontradas, sin embargo, frustraron el negocio. Así que un día de final de año, al ver esas colas —que comenzaban en la sala de espera, continuaban en el corredor, bajaban tres pisos por las escaleras, seguían en la calle, daban la vuelta en la esquina y desesperaban a los colegas—, el médico llegó a la conclusión de que el proyecto tenía vida propia. Urgía encontrarle un nuevo espacio.
El doctor Fernando Tamayo Ogliastri nunca militó en las filas de las utopías. Buscaba hacer bien su trabajo antes que convertirse en un demógrafo o un seguidor del feminismo.“Yo quería llenar el vacío de la gran necesidad sentida entre las mujeres, porque no me dejaban hacer planificación en los hospitales —asegura—. Lo demográfico era secundario. Leía sobre el tema para poder pedir apoyo económico”. Las circunstancias, sin embargo, lo llevaron a ser el hombre que convirtió en una práctica la planificación familiar y, de manera indirecta, uno de los precursores de la liberación femenina en Colombia. Tenía más convicciones que discursos. “Quería demostrarle al Gobierno que sí era posible trabajar”, asevera. La regulación de la fecundidad en Colombia era una prioridad, pero los administradores del país no encontraban el camino. El censo de 1964 indicaba que la población nacional, de 17 millones y medio, se duplicaría en apenas 21 años. Y aparte de que la explosión demográfica era un hecho, las encuestas indicaban que las colombianas tenían un promedio de siete hijos cuando deseaban entre tres y cuatro.12 En los siguientes años, la tarea del doctor Fernando Tamayo tuvo tanta resonancia interna y externa, que muy pronto obtuvo reconocimiento más allá de las fronteras colombianas. En 1967, la ippf lo nombró vicepresidente para la Región del Hemisferio Occidental; en 1968, presidente regional —cargos que volvió a ocupar en 1985 y 1990, respectivamente—; en 1969, vicepresidente internacional, y entre 1971 y 1977, presidente internacional. Trabajó en estos puestos con la misma diligencia con que lo hacía en el ámbito local. Viajó por los cinco continentes, estableció relaciones, visitó gobiernos y logró incrementar el número de donantes y recursos de la federación, con los que fue posible que la planificación familiar se promoviera en los lugares más remotos del planeta.
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12 Gonzalo Echeverry. Obra citada.
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Las iniciativas del médico bogotano terminaron convirtiéndolo en un ejemplo de aplicación sin prédicas. Lo confirman las 34 clínicas en 30 ciudades que, cuatro décadas después, continúan el proyecto iniciado en el consultorio del Edificio Unidia. Clínicas que, a su vez, fueron fundamentales para que el país entrara al siglo xxi con una cifra más cercana a los 40 millones de habitantes que a los 56 millones que se proyectaban. La importancia de su tarea fue destacada en 1990 por el presidente Virgilio Barco, quien le concedió la Cruz de Boyacá en grado de Gran Caballero. Y los triunfos de los famosos churruscos parecían marchar en paralelo. Mientras la píldora se convertía en el símbolo de la revolución, los modestos dispositivos intrauterinos llegaban sin tanta grandilocuencia a todos los estratos. Con el tiempo aparecieron otros modelos y otros métodos, pero la chispa de la planificación familiar en el país se había encendido gracias a ellos. Está escrito en el cuaderno de control llenado a mano por el doctor Tamayo. En septiembre de 1966, un año después de las primeras dos aplicaciones que inauguraron las consultas especiales de los miércoles, 2.437 mujeres eran beneficiarias de aquel invento cuyo vínculo con la panadería se limitaba a su remoquete, pero que sería tan solicitado y alabado durante esos tiempos como el pan de cada día.
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capítulo II
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a distinguida propietaria no tuvo reparos en hacer trizas el contrato y advertirle al doctor Fernando Tamayo: “Mis apartamentos se pueden arrendar para todo, incluso para burdeles, pero no para planificación familiar”. La historia de la primera sede de la recientemente creada Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana había terminado antes de comenzar. Nunca se supo con exactitud quién calentó el oído de la aristocrática mujer, pero las creencias de aquellos tiempos permitían intuirlo. El incidente fue un anticipo de las singulares guerras que vendrían después, caracterizadas por la estrategia de los bandos de procurar golpes morales antes que menoscabo en las provisiones del adversario. Recursos para la planificación no hicieron falta. La gran carencia era de información capaz de derrumbar tabúes. El año de 1965 había terminado con largas colas y nuevas ideas. Era claro que el problema de las filas del Edificio Unidia no se resolvería con un local más grande y una mudanza. Para sacar adelante el proyecto que el doctor Tamayo tenía en mente, era necesario fundar una asociación sin ánimo de lucro. Este mecanismo, pensaba el ginecólogo, le permitiría recibir ayudas internacionales y llevar más lejos la planificación familiar en el país. Lo primero que hizo fue pedir a la Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf) el envío de los estatutos de distintas asociaciones que estuvieran implementando el control de natalidad en Centroamérica.“Después conseguí un abogado muy bueno —dice con ironía—: se llamaba Fernando Tamayo”. En su improvisado papel de doctor en derecho, se puso a la tarea de redactar los estatutos de la asociación. No vaciló en tomar apartados a imagen y semejanza de los modelos que había recibido, pues en estos asuntos la imitación
era bienvenida e inevitable. Las cosas salieron tan bien, que el abogado —el de verdad— que revisó el material apenas tuvo un par de objeciones y dio el visto bueno. La creación de una membresía de voluntarios asociados, requisito ineludible para obtener la personería jurídica, resultó aún menos dispendiosa. Recuerda el doctor Tamayo que uno de los fundadores fue el empresario Hernán Echavarría. Cuando tuvo enfrente los estatutos, le dijo:“Yo no lo conozco, pero ¿dónde le firmo?”. No fue la única persona que dio muestras de confianza de esa magnitud. En marzo de 1966, el Ministerio de Justicia dio existencia legal a la Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana. Dentro de los propósitos de la recién nacida estaba trabajar por la población pobre de Colombia, especialmente en el ámbito familiar. El enunciado no se oponía a su objetivo primordial de dar información y servicios en planificación familiar. Pero los papeles en regla no eran suficientes. Faltaba el dinero para arrancar. Y tan inesperada como el éxito de los churruscos resultó la generosidad de los donantes. Una tarde, después de leer un folleto mandado a hacer por el doctor Tamayo en el que explicaba en qué consistía la planificación familiar, Hernán Echavarría lo llamó a su consultorio.“Mándeme 200 folletos; después se los pago”, le dijo. El empresario envió 1.000 pesos para apoyar la causa y, aparte de socio fundador, se convirtió en el primer donante particular. Otro empresario, Rubén Levy, siguió el ejemplo y donó 3.000 pesos, y la División de Estudios de Población (dep) de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) prestó 20.000. “Todos los apoyos fueron importantes —asegura el doctor Tamayo—, pero los fundamentales en la primera clínica fueron los de la Embajada de Estados Unidos y la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (usaid). A mediados de 1966, me dieron 23.000 dólares a través de la ippf. Poco después enviaron un cheque a mi nombre por 120.000 pesos, sin recibo. ‘Haz lo que quieras con eso’, me dijeron. Fue una muestra de confianza muy grande”. En aquel entonces, la
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COLOMBIA EXPLOTA
usaid era una institución incluso más importante que la embajada estadounidense y el doctor Fernando Tamayo gozaba de buenas relaciones dentro de ella. Entre otras razones, por ser el ginecólogo de muchas de las esposas de los diplomáticos norteamericanos. La ayuda se prolongó durante tres décadas y, en total, fue de unos 60 millones de dólares. Algunas veces se entregaba directamente, pero, por lo general, se hacía a través de organizaciones intermediarias, como el Population Council o la ippf. Cuando los aportes no eran en efectivo, aquella ayuda del gobierno de Estados Unidos se manifestaba en anticonceptivos o vehículos que la institución utilizaba en sus campañas. Así que con esos primeros recursos, a mediados del 1966 ya era posible buscar un local. El primero que encontraron gozaba de una excelente ubicación, pero pertenecía a aquella distinguida dama que, cuando todo parecía resuelto, rompió el contrato en las narices del ginecólogo. Después tomaron uno en el centro, sobre la importante Avenida Caracas. Era una casa amplia, donde instalaron varios consultorios, sala para actividades educativas y oficinas para dirección y administración. A los pocos meses, sin embargo, el espacio resultó estrecho y fue inevitable una nueva mudanza, más al norte. Finalmente, cuando terminaba el año, la que sería la clínica más grande de planificación familiar de Colombia encontró tierra firme en la Calle 34 número 14-52. En su fachada, el anuncio decía:“Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana. Centro de planificación familiar. Unidad piloto”. No había espacio para eufemismos ni dudas éticas para ocultarlo. Veintidós años después, Gonzalo Echeverry, el primer director de la institución, se sorprendió al ver que varios centros de esta índole en Latinoamérica carecían de avisos. Según le explicaron, “podrían despertar reacciones adversas por parte de la Iglesia”.1
El carácter privado de la nueva asociación facilitó, en buena medida, que su proceso de creación se resolviera con prontitud. Mientras el camino oficial estaba atiborrado de los escollos de la burocracia y la política, el camino particular lucía libre y allanado. Como organización no gubernamental, la entidad podía salir indemne de casi todas las zancadillas que le pusieran. Quienes tuvieron que sortear el grueso de las embestidas fueron aquellos que presionaron por políticas oficiales. A mediados del siglo xx, varias personalidades de la sociedad liberal Amigos del País se habían planteado el problema del crecimiento de la población nacional. En la teoría las cosas eran claras, pero en la práctica eran pocos los dispuestos a poner la cara. En un país constitucionalmente católico, hablar de cosas tan alejadas del dogma significaba perder electores. Según los registros históricos del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (dane), Colombia había entrado al siglo xx con unos cuatro millones de habitantes. En la década de los treinta ya iba en ocho millones y en 1964, en 17’484.510.2 El ritmo de crecimiento era del 3,3 por ciento anual, lo que significaba que el país habría llegado a 2000 con 56 millones, a 2010 con 80 millones y a 2030 con 160 millones. El territorio daba abasto, pero el problema no era de espacio. El problema era que, paralelamente, el promedio de edad iría en picada. La mayor parte de la población colombiana serían niños. Descartando el romanticismo de la imagen y aplicando la contundencia de la realidad, convenía preguntarse quiénes producirían para tantas bocas. La opinión de las mujeres también resultó determinante. En 1964, el país pudo conocer los resultados de la primera Encuesta de Fecundidad. El estudio, realizado por el Centro Latinoamericano de Demografía (Celade) en siete capitales de
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Gonzalo Echeverry. Contra viento y marea: 25 años de planificación familiar en Colom-
bia. Profamilia-acep. Bogotá, 1991.
dane. “Población total censada en 1993, 1985, 1973 y 1964 por sexo, según grupos de
edad.Total nacional”. En www.dane.gov.co.
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la región, demostró que, después de Ciudad de México, Bogotá tenía el promedio más alto de hijos por mujer en unión: 5,5. Aunque las encuestadas afirmaban que el número ideal era 3,6, la media nacional, según otros estudios derivados del censo, era de siete. En conclusión, la mitad de los hijos colombianos eran el fruto de un error de cálculo. La Encuesta de Fecundidad reveló también que el 39 por ciento de las mujeres —casi en su totalidad católicas— habían usado métodos anticonceptivos. En su orden, el ritmo, el coito interrumpido, los lavados vaginales, el condón, las jaleas, la píldora anovulatoria y el diafragma. Todo esto en un tiempo en que no había campañas de planificación familiar y en el que la Iglesia, de manera explícita, se había pronunciado contra los métodos artificiales. Con estas cifras y en este contexto, era fácil adivinar qué deseaban las colombianas.
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objetivo de la dep sería la investigación en demografía, epidemiología del aborto, planificación familiar y educación sexual. Su primer director fue el amigo del doctor Tamayo y médico endocrinólogo de la Universidad Nacional Hernán Mendoza Hoyos, a quien le interesaba la planificación familiar por sus implicaciones en la demografía. Al mismo tiempo se creó, independiente de Ascofame, la Asociación Colombiana para el Estudio de la Población (acep). Fue dirigida inicialmente por el médico Antonio Ordóñez Plaja, quien después fue el ministro de Salud del presidente Carlos Lleras Retrepo y dejó el cargo al abogado Pedro Gómez Valderrama. La acep tuvo como misión realizar estudios y difundir conocimientos sobre el problema de población, pero no prestó programas de servicio.
EL LEGADO UNIVERSITARIO
LOS MÉDICOS SE ENTERAN El fenómeno de la población no había pasado inadvertido para los médicos. Durante la década de los cincuenta, la Facultad de Medicina de la Universidad del Valle, con sede en Cali, llevó a cabo un programa de salud comunitaria en el municipio de Candelaria. Una de las observaciones más impactantes fue el desproporcionado incremento de la población en relación con la disponibilidad de recursos, especialmente en educación, salud y vivienda. Esta experiencia motivó a Gabriel Velásquez Palau, entonces decano de la facultad en mención, a proponer la creación de una División de Estudios de Población (dep) dentro de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame), que él dirigía. La idea fue secundada por otros decanos y colegas, y se propuso de manera oficial durante el Primer Seminario Nacional de Demografía, financiado por la Fundación Ford. Finalmente, se materializó en noviembre de 1964, durante una asamblea de Ascofame en Medellín. El
De esta manera, 1965 arrancó con grandes proyectos en el campo de la planificación familiar. No sólo en Colombia, pues ese año, el mismo en que el doctor Fernando Tamayo trajo los primeros dispositivos intrauterinos, la ippf fue aceptada por Naciones Unidas como entidad asesora del Consejo Económico y Social y entró a formar parte de la Comisión Internacional de Población. La legitimidad de sus aspiraciones quedaba así más que avalada. También en 1965 la onu convocó a la Segunda Conferencia Mundial de Población, que tuvo lugar en Belgrado (capital de la antigua Yugoslavia). Allí quedó claro que la política jugaba su parte en las decisiones. Los países de la Europa comunista vieron en la planificación familiar una estratagema del proyecto imperialista de Estados Unidos, y consideraron que el desarrollo y la educación eran los llamados a resolver el problema, si es que en realidad existía. Poco después del encuentro de Naciones Unidas, la Fundación Ford y el Population Council, una agencia internacio-
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nal privada dedicada al estudio sociodemográfico, auspiciaron una Conferencia Internacional de Planificación Familiar en Ginebra (Suiza). A la cita acudieron Gabriel Velásquez Palau, director de Ascofame, y Hernán Mendoza Hoyos, director de la dep. Durante el encuentro obtuvieron asistencia técnica y financiera de entidades internacionales, y en buena medida gracias a sus esfuerzos, Colombia consiguió allí la sede de la Asamblea Panamericana de Población. Ningún evento había lanzado con tanta fuerza el tema de la planificación familiar en el país. La asamblea, convocada por el Population Council y la Fundación Ford, comenzó en Cali el 11 de agosto de 1965 y fue presidida por el ex presidente de Colombia Alberto Lleras Camargo. “Para quienes no queremos que la humanidad de nuestra patria se ahogue en este abismo por indiferencia y por imprevisión —dijo en el discurso inaugural—, la solución humana, la solución cristiana, la solución económica, la solución política, es el control de la natalidad. Y cuanto antes, mejor”.3 La prensa del día siguiente salió con titulares a varias columnas: “Lleras propone control de natalidad”, “Lleras pide restricción ordenada y dirigida de la natalidad”. La propuesta, criticada por la Iglesia, dio desde entonces mucho que hablar, ya no sólo en sectores especializados. La declaración final de la asamblea, aprobada por unanimidad, alertó sobre la situación en América Latina. En consecuencia, recomendó a los países asistentes la iniciación de estudios demográficos y de programas de planificación familiar, la creación de asociaciones privadas que la promovieran y el desarrollo de políticas gubernamentales. En aquellas cuestiones los países de la región eran inexpertos, y no quedaba más remedio para la dep que aprender sobre la marcha y a punta de ensayos y errores. Para llevar a la práctica y centralizar sus trabajos, se decidió que las siete facultades de medicina afiliadas a Ascofame crearan, cada 3
El Tiempo, 12 de agosto de 1965.
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una, un Centro Piloto de Planificación Familiar. Aunque el clero tenía un representante en la dep que prohibía el dispositivo intrauterino y sólo permitía la píldora para regular la menstruación, en estos centros comenzó la distribución de anticonceptivos en Colombia como parte de los servicios corrientes de salud. Su existencia, además, contribuyó a observar los escasos conocimientos y las muchas frustraciones en la sexualidad de las colombianas. Uno de los casos más recordados fueron las conclusiones de una encuesta realizada en una población indígena del Cauca. Según ésta, las mujeres de la comunidad no gozaban del acto sexual porque temían quedar embarazadas. La capacitación de personal fue una de las preocupaciones principales de la dep. Por eso envió profesionales de diversas disciplinas a adquirir más conocimientos en Estados Unidos, Chile y México. El objetivo era tener una visión del problema desde diversas perspectivas. En 1966, gracias a la ayuda que la usaid daba a las campañas relacionadas con población, la dep pudo financiar el adiestramiento de médicos colombianos. Sin embargo, vistas en perspectiva, las labores de esta división resultaron tímidas. El empuje de Hernán Mendoza Hoyos y sus colegas no fue suficiente para ir más lejos, pues la oposición del clero no resultó nada despreciable. Realizar programas de planificación familiar sin más recursos que el método del ritmo, con la píldora restringida y el dispositivo intrauterino vetado, era como atravesar el océano a nado a pesar de tener a disposición un trasatlántico. Sin que el doctor Fernando Tamayo lo esperara, aquellas trabas y aquellos reparos morales favorecieron su proyecto particular. Con un costo: el repudio de sus colegas. Hasta ese momento, el consultorio del Edificio Unidia había pasado inadvertido para la Iglesia pero no para el cuerpo médico. En octubre de 1965, unos días antes de que se llevara a cabo el Segundo Seminario sobre Población, convocado por la dep en La Ceja (Antioquia), 300 médicos del departamento amena-
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zaron con bloquear el encuentro si asistía el doctor Tamayo, quien gestionaba con Mendoza un plan para la inserción del dispositivo en los centros de Ascofame. Adujeron el rechazo del clero y, erróneamente, el daño que este método causaba a las portadoras. Muchos años después, cuando la planificación demostraba ser inofensiva y necesaria, el ginecólogo bogotano concluyó:“El problema no era moral ni científico; mis colegas tenían miedo de perder su negocio”. Es decir, menos prole, menos clientes.
LAS VOCES DEL GOBIERNO Era difícil no hablar de la explosión demográfica.Tarde o temprano, el Gobierno tendría que pronunciarse. Las circunstancias provocaron que el primer jefe de Estado colombiano que tocara el tema perteneciera al partido favorito de la Iglesia. En octubre de 1965, el dane había entregado los resultados preliminares del censo del año anterior y expresado oficialmente sus preocupaciones por el crecimiento de la población. Cuatro meses después, el presidente conservador Guillermo León Valencia manifestó las mismas inquietudes: “El mayor problema de Colombia hasta hace poco era el de la violencia, pero ahora el más difícil es el provocado por el crecimiento excesivo de la población. La explosión demográfica ha sobrepasado todas las predicciones y nos pone en la necesidad de enfrentarla en todas sus modalidades”.4 Durante el mandato de Valencia, precisamente, se llevó a cabo el primer convenio entre la usaid y el Ministerio de Salud —y mediante éste, con la dep—, que se firmó en los primeros días del mandato de Carlos Lleras Restrepo. Durante su campaña a la Presidencia, Lleras Restrepo también había manifestado sus preocupaciones. “El cambio económico y social quedará frustrado o será intolerablemente 4
Diario del Caribe, 2 de febrero de 1966.
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lento si la población continúa creciendo con las tasas actuales —advirtió el entonces candidato—. No podremos dejar de adoptar rápidamente una política de población porque el problema se hace más serio cada día”.5 A comienzos de 1966, como parte de sus preparativos para asumir el gobierno, creó un comité de estudio en diversas áreas. Una de éstas era población. El subcomité, conformado por seis personas, contaba con cuatro médicos vinculados a Ascofame.Y también con un caballo de Troya metido por el Opus Dei. “Curiosamente y por vías indirectas —narra Gonzalo Echeverry en su libro Contra viento y marea—, el médico psiquiatra y alto jerarca del Opus Dei Hernán Vergara, irreductible opositor de la planificación familiar ‘por sus firmes convicciones religiosas’, llegó a formar parte del subcomité de población y no pasaría un año sin que este fanático y fatídico personaje se convirtiera en el más acre enemigo de las actividades de planificación familiar, con la animadversión especial hacia la persona de Hernán Mendoza, para mantener esa posición durante más de 10 años consecutivos”.6 A pesar de la oposición, el comité sugirió la creación de un Centro de Población y Desarrollo en cuya directiva estuvieran representados los ministerios de Salud y Educación, el dane, el Departamento Nacional de Planeación, la dep y la acep. El objetivo era que el Ministerio de Salud prestara servicios de planificación familiar mediante la División de Atención Médica, los hospitales, los servicios materno infantiles y los centros y puestos de salud. Pero el ambicioso plan fracasó. Mendoza encontró resistencia dentro de la misma Ascofame porque quería ir más allá de la doctrina. Las facultades de medicina plantearon que era mejor esperar los resultados de las investigaciones antes que llevar a cabo campañas de planificación familiar. Y, para empeorar las cosas, durante el Tercer Seminario de Población, 5
Citado por Gonzalo Echeverry.
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Ídem
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celebrado en Buga (Valle), los decanos de las facultades de Medicina de la Universidad de Antioquia y la Universidad Javeriana se opusieron a la convocatoria para el adiestramiento en la técnica del dispositivo intrauterino, y el arzobispo de Cali lanzó una fuerte reprimenda porque la dep estaba desafiando los principios éticos de la Iglesia.Al final, sin embargo, el seminario de Buga sirvió para el intercambio de conocimientos e ideas y el establecimiento de relaciones internacionales. Así que el convenio entre la usaid y el Gobierno —que finalmente dio fondos para la capacitación en planificación familiar— se firmó en un ambiente lleno de prevenciones y ambigüedades. La doctora Emiline Royco Ott, quien estudió las políticas sobre el control de natalidad en el país, transcribió apartes de una entrevista sostenida con el ministro de Salud del presidente Valencia, Juan Jacobo Muñoz, cuando ya había dejado el cargo:“Tuve simpatía por el proyecto y lo apoyé. Pero el caso es que no queríamos firmarlo porque no es buena política irse contra la Iglesia en un país tan católico como Colombia”. Más adelante, Royco Ott anota: “Muñoz ayudó a su cuñado Fernando Tamayo en la obtención de ayuda de la usaid para sus incipientes actividades de planificación familiar, pero insistió siempre en que esto no implicaba ningún compromiso o participación del Gobierno”. Según el mismo relato —y a tono con la ambivalencia imperante—, el Ministro calificaba el enfoque anticonceptivo como superficial, pues, según él, actuaba “únicamente sobre la parte culta y organizada de la sociedad, sin efecto sobre la parte no organizada”, y consideró simplistas las propuestas de la usaid y de Hernán Mendoza.7 Después de la firma del convenio, el Ministerio de Salud contrató con Ascofame la coordinación de un plan de cursos para 1.200 médicos sobre fundamentos de demografía, sus implicaciones en el desarrollo y la salud, y sobre los métodos para regular las tasas de natalidad —aspecto enunciado con 7
Citada por Gonzalo Echeverry.
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suma delicadeza, por supuesto—. El programa, dirigido por Mendoza, tendría una duración de 18 meses, hasta finales de junio de 1968, al cabo de los cuales quedaría en manos del Ministerio. El objetivo era que la provisión de los servicios de planificación familiar no fuera responsabilidad de Ascofame sino del Gobierno. Por el momento, no hubo escándalos. Era difícil atacar el mensaje edulcorado de aquel contrato: Antonio Ordóñez Plaja, el siguiente ministro de Salud, había sabido plantearlo como un proyecto educativo. La planificación familiar también dio que hablar en septiembre de 1966, con motivo del Primer Taller Nacional de Planificación Familiar, celebrado en Popayán (Cauca), donde se expusieron los resultados de las investigaciones en esta materia y los primeros becados de la dep intercambiaron conocimientos con profesionales de diversas disciplinas. Al taller asistieron numerosos observadores internacionales. Entre otros, la directora de la Oficina Regional para el Hemisferio Occidental de la ippf, Ofelia Mendoza, que recorría los países latinoamericanos estableciendo contactos para motivar la iniciación de programas de planificación familiar. Casi de manera simultánea, gracias a la insistencia de la dep, la Academia Nacional de Medicina hizo pública una declaración en la que manifestó su preocupación por el problema demográfico y solicitó medidas al Gobierno. El caso recibió amplia publicidad cuando algunos académicos le pidieron su opinión sobre población y demografía al cardenal Luis Concha Córdoba. El prelado, aparte de insistir que estos temas debían manejarse “en estricta armonía con la Iglesia católica”, dijo que el Gobierno no podía “invadir un área que es del dominio exclusivo e individual de las parejas”. Pero en el ámbito médico, la más radical fue la Sociedad Colombiana de Obstetricia y Ginecología. En esa misma época citó al ministro Ordoñez Plaja para que explicara la posición del Gobierno ante la existencia en Bogotá de algo que uno de los socios calificó como la churrusquería. Hablaba, claro está, de la Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana, que
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ya en ese entonces, mientras políticos, clérigos y médicos discutían, establecía dos nuevos puntos de servicio —uno en el hospital San José y otro en el Infantil—, preparaba la apertura de un centro en Medellín, y conservaba sus largas y proverbiales colas. Al final de 1966, la suma de nuevas usuarias fue de 6.689.
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El consultorio del Edificio Unidia había cerrado su puerta a finales de 1966. La clausura coincidió con la apertura de la que sería la sede definitiva del Centro Piloto. Durante los meses anteriores, la demanda de dispositivos intrauterinos había sido elevada, pero pocas mujeres estaban enteradas de la mudanza. Así que durante un tiempo, para no hacerles perder el viaje, el doctor Fernando Tamayo contrató unas busetas que las llevaban de un lugar al otro. Las trabas y trifulcas que siguieron en 1967, en las que participaron el Gobierno, el Congreso, la Iglesia y Ascofame, permitieron a la Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana encontrar un camino relativamente llano. Visto que su ritmo no estaba determinado por los vaivenes políticos, recibió más aportes de la ippf. Durante este año abrió tres nuevas clínicas: dos más en Bogotá y una en Medellín. Esta última, como resultado de la adopción de un centro que había sido abandonado por la dep debido a las presiones del clero. Pronto fue inevitable la ampliación del Centro Piloto. Se crearon el departamento Médico Clínico y el de Información y Educación, que comenzaron sus actividades con un programa de citología para la detección precoz del cáncer de cuello uterino —el primero de esta especie con carácter masivo en Colombia— y cursos para médicos, trabajadores sociales, damas voluntarias y sacerdotes, respectivamente. El doctor Fernando Tamayo pronto se dio cuenta de que la asociación, en pleno crecimiento, necesitaba un director
permanente. Él no podía asumir aquella labor, pues continuaba ofreciendo sus servicios en el consultorio que tenía en el norte de Bogotá y mantenía su atención en las relaciones internacionales de la institución. Con Mendoza había seleccionado seis candidatos, pero un día se cruzó por la calle con Gonzalo Echeverry, presidente en dos ocasiones de la Sociedad Colombiana de Ginecología y Obstetricia, quien no figuraba en la lista. Al final, fue el elegido. Uno más, traído en buena medida por el azar, para las filas de la planificación familiar. Varios años después, Echeverry anotó:“Proveníamos de la práctica ginecológica y no es raro que comprendiéramos el problema del aborto y de los hijos indeseados, ya que en el ejercicio profesional estuvimos permanentemente en contacto con él por medio de nuestras propias pacientes. Por otra parte, a pesar de tener fama de ser los peores administradores, tuvimos la ventaja de poder afrontar sin temor y con argumentos la oposición de colegas, y también la satisfacción de haber logrado que el cuerpo médico de Colombia cambiara poco a poco su actitud negativa hasta dejar de ser enemigo de la planificación familiar y convertirse en uno de sus mejores apoyos”. Ese mismo año, la asociación adoptó el que fue su nombre definitivo. Una tarde de diciembre llegó un telegrama procedente de Londres a la dirección del Centro Piloto. Sólo el encabezado debió de salir muy costoso:“Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana”.Así que por razones de economía y para facilitarles la vida a los amigos, prefirieron registrar en la empresa de telecomunicaciones la dirección telegráfica “Profamilia, Bogotacol”. Sonó tan bien, que dos meses después Profamilia ya era el nombre de trabajo de la institución, aunque jurídicamente conservara el primero. Los fuertes debates que hubo por fuera durante 1967 apenas se sintieron adentro de la asociación. El año había comenzado con un artículo de Hernán Vergara —el caballo de Troya del subcomité de población preparatorio de Carlos Lleras Restrepo— publicado por el periódico El Catolicismo.
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UN BAUTIZO TELEGRÁFICO
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Según éste, el Gobierno controlaba la natalidad con métodos prohibidos por la Iglesia. La queja provocó el retiro de los sacerdotes asesores de la dep y desembocó en un debate en el Senado contra el Gobierno por la ejecución del convenio firmado con la usaid. En julio, la Conferencia Episcopal pidió al Gobierno que no se metiera en asuntos relacionados con “la ley de Dios” y rechazó, por inmoral, el dispositivo intrauterino. Finalmente, la presión del clero condujo al cierre de los programas de planificación familiar en Antioquia. El Gobierno decidió bajarle el perfil a su política en materia de población. Vino entonces el primer choque entre el Ministerio de Salud y la dep: mientras aquel adoptaba una actitud pasiva, ésta conservaba su beligerancia. El rosario de reparos tuvo su efecto entre los mismos médicos. Se acordó, en consecuencia, que no estuvieran obligados a ejecutar los programas. Lo harían según su voluntad y sin remuneración adicional. Ante la carencia de estímulos era imposible esperar resultados satisfactorios. A mediados de 1968, cuando expiraba el convenio con la usaid, unas 3.000 familias habían sido motivadas e informadas en virtud del programa educativo iniciado por la dep dos años atrás. No fue prorrogado por la retirada del Gobierno, pero sobrevivió un semestre más gracias a una ayuda de emergencia del Population Council y la Fundación Ford. Y mientras los otros debatían, al cierre de 1967 Profamilia ya estaba afiliada a la ippf y registraba una nueva marca: 22.405 nuevas usuarias de la planificación familiar en las seis clínicas existentes.
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El esquema se repitió durante un año más. A comienzos de 1968 el optimismo reinaba en las huestes de la planificación familiar. La disponibilidad financiera propició nuevos intentos, y el Ministerio de Salud, Ascofame y Profamilia estaban
dispuestos a trabajar en llave. El proyecto, que recibió el nombre de Plan Tripartito, consistía en sacar el mayor provecho de la capacidad y la experiencia acumulada en cada una de estas entidades. La unión, sin embargo, no hizo la fuerza. El Plan Tripartito asignaba funciones a cada institución. El Ministerio de Salud, aprovechando su infraestructura, llevaría la planificación a zonas rurales y desarrollaría programas móviles en regiones apartadas; Ascofame, que abandonaría el área de servicios, se encargaría de investigación, motivación y educación, y Profamilia prestaría servicios clínicos, llevaría a cabo la divulgación en centros urbanos y fomentaría la creación de asociaciones privadas. Pero era imposible calcular los imprevistos. La recepción de la ayuda internacional no podía ser más engorrosa. Mientras el Gobierno consideraba que no tenía presentación recibir apoyo directo de la usaid, ésta no podía hacer contratos bilaterales con entidades no gubernamentales. Fue necesario buscar intermediarios. Aparecieron la Organización Panamericana de la Salud, para el Gobierno; el Population Council, para Ascofame, y la ippf, para Profamilia. Las solicitudes debían ser revisadas por todos. El engranaje resultaba tan complejo que una sola falla podía desbaratarlo. Como, en efecto, ocurrió. Los trámites burocráticos retrasaron la entrega de los documentos del Gobierno, y la salud de Hernán Mendoza, el hombre que más había luchado por una política oficial de planificación familiar, se deterioró rápidamente. Murió el 28 de agosto de 1968. El panorama no pudo ser más oscuro. En junio de 1968, la Santa Sede promulgó la encíclica Humanae Vitae, que expresamente prohibía el uso de anticonceptivos no naturales, y Pablo vi anunció su visita a Colombia para agosto. El presidente Lleras se empeñó en evitar roces diplomáticos, y le pareció oportuno destituir al ministro de Relaciones Exteriores, Germán Zea, quien había criticado la nueva encíclica justamente por sus negativas implicaciones en la explosión demográfica.
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LA UNIÓN NO HIZO LA FUERZA
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Ese ánimo conciliador del Gobierno se vio reflejado en la Ley de Paternidad Responsable, que significó la creación del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar. Durante los debates en el Congreso aparecieron nuevamente las protestas de los dos extremos, derecha e izquierda, que asociaban la planificación familiar al pecado mortal o al imperialismo yanqui. Muy acorde con la doctrina, a la nueva institución se le asignaron misiones como proteger la infancia, vigilar la responsabilidad de los padres y defender la familia. Ni por asomo educar en la regulación de la fecundidad.
PASANDO AGACHADOS Y Profamilia se hizo grande. Ya había quedado bastante claro que a punta de sermones resultaba imposible contener la necesidad de las mujeres. Si el sector oficial no tenía qué ofrecer, era inevitable que el privado tomara las banderas de la planificación familiar. El panorama de finales de 1968 lo confirmaba. Mientras la dep mostraba síntomas de agotamiento, Profamilia cerraba el año con 17 clínicas en 12 ciudades y 50.000 nuevas pacientas. En los debates del Congreso apenas había sido mencionada y quizás el único daño físico que sufrió ese año fue la ruptura de su aviso luminoso por unos manifestantes que gritaban:“Abajo los Estados Unidos”. “El problema más grave que tuvimos no fue el dinero ni nada por el estilo —asegura el doctor Fernando Tamayo—; fueron los dolores de crecimiento. Manejar desde Bogotá al resto del país era complicado. La gente se capacitaba y se trataba de controlar. A veces nos metían goles. Pero la institución siguió para arriba”. La estrategia que siguió la asociación para expandirse hacia otras ciudades consistía en encontrar un voluntario que buscara el local y un médico dispuesto a orientar la nueva clínica. Con el tiempo, los voluntarios se desvinculaban, pero
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ya entonces el programa tenía vida propia. Lily de Bucheli y el ginecólogo Julián Bucheli formaron parte de aquel grupo que llevó a Profamilia más allá de la capital. En 1967, Gonzalo Echeverry, entonces director ejecutivo de la institución, le propuso a él que abriera la sede en Pasto. La propuesta no carecía de sentido, pues el ginecólogo tenía negocios familiares en el departamento de Nariño. Lo que sí resultaba complicado era mencionar el propósito.“La cosa fue sumamente difícil porque, para comenzar, nadie quería arrendar un local para una cosa tan perversa como era la planificación familiar —relata Lily de Bucheli—. Andábamos los dos para arriba y para abajo buscando un sitio para la sede hasta que encontramos a un sirio-libanés que aceptó alquilarnos un apartamento. Luego vino el vía crucis de conseguir empleados. Nadie quería trabajar en Profamilia, porque ya corría el rumor de que eso era indebido, que era pecado mortal”.8 Lily le llevaba ventaja a su tiempo: aspiraba a su independencia sin comprometer su matrimonio, buscaba el crecimiento personal más allá de la maternidad y estaba convencida de que la regulación de la fecundidad era clave para el desarrollo del país. Por eso tuvo que padecer algunos señalamientos. Incluso de la familia de su esposo, quien también,de un momento a otro, se había puesto con ideas tan liberales como la planificación familiar.“Ahora sí, con mayor razón, me meto en esto”, se dijo Lily para sus adentros. Como Julián Bucheli era el director, ella, por reglamento de la institución, no pudo entrar como empleada sino como voluntaria. Consiguió motivadoras de otras regiones, porque definitivamente las pastusas no se le midieron al asunto. Y la clínica abrió a principios de julio de 1968 y no fue nadie. Los ataques de la Iglesia cayeron como dádivas del cielo. Todas las noches, los pastusos sintonizaban la Emisora Mariana. El conocido padre Álvarez decía que “ese tal sitio” (nunca 8
Silvia Galvis. Se hace camino al andar: La otra historia de la planificación familiar.
Profamilia, 1995.
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pronunciaba el nombre Profamilia) era un antro de corrupción y daba la dirección exacta.“Un día llegué a abrir la oficina y me encontré gente curioseando —recuerda Lily de Bucheli—. Les dije que entraran y yo les conté qué era en verdad Profamilia. Así empezamos: la gente iba por curiosidad y, de cada grupo que se acercaba, salían cinco señoras planificando gracias al padre Álvarez y su Emisora Mariana, que nos había dado publicidad diaria y gratuita”.
AL ESTILO DE COCA-COLA
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El crecimiento había seguido imparable y el prestigio había aumentado aún más durante 1969. Cuando terminó el año, Profamilia contaba 26 clínicas en el país; tenía a su fundador, el doctor Fernando Tamayo, en la Vicepresidencia Internacional de la ippf; había sido el tema de un extenso artículo en el diario New York Times y había merecido una visita del entonces gobernador de Nueva York, Nelson Rockefeller. El dolor de crecer estaba a punto de llegar a su fin y comenzaba otro, no menos fuerte: el de ampliar servicios y capotear nuevas críticas.
Quizás el padre Álvarez no figuró como el pionero de la promoción de la planificación familiar por la radio porque no se lo propuso. Al final, quien se quedó con el mérito fue el doctor Fernando Tamayo, aunque no por inspiración del sacerdote. En 1969 los colombianos escucharon en sus transistores el llanto de un niño y una voz que invitaba a utilizar la planificación familiar para evitar imprevistos. Era la primera vez que la radio se usaba para promover la planificación en América. “Esta idea yo la tenía en mente desde hacía mucho tiempo y me conseguí una plata grande, como 200.000 dólares —recuerda el doctor Tamayo—. La discutimos con Gonzalo Echeverry. Le gustó mucho.Yo nunca creí en la propaganda, pero funcionó de la manera más brutal”. La única resistencia que hubo contra esta campaña no provino esta vez de izquierdas ni derechas. Provino de los mismos promotores de la planificación familiar. Durante una reunión de administradores de asociaciones convocada por la ippf en Palm Beach (Estados Unidos), el director administrativo de Profamilia recibió un fuerte regaño: “La planificación familiar es algo respetable y no una baratija que se anuncia como quien vende Coca-cola”. Poco después, el método fue adoptado por todas las asociaciones de la región, pasó a la televisión y a la prensa, y sigue siendo un recurso fundamental para dar a conocer los programas.
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capĂtulo III
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L
a transmisión mostró a Pablo vi descendiendo del avión y a una numerosa comitiva de ilustres personalidades recibiéndolo en el Aeropuerto El Dorado, de Bogotá. El país estaba casi paralizado por el histórico acontecimiento. Era el 22 de agosto de 1968. Por primera vez, un Papa visitaba Colombia. Mientras esto ocurría, 930 kilómetros hacia el sur, el ginecólogo Julián Bucheli esperaba frente a un televisor el momento en que Su Santidad besara el suelo colombiano. La inclinación pontificia sería la singular señal de partida de las actividades de la clínica de Profamilia en Pasto. A diferencia de lo que ocurría en la capital, para esta ceremonia no había tanto protocolo ni lista de invitados; sólo una paciente con ganas de meterse en ese cuento llamado planificación familiar. Pablo vi había llegado en un momento de fuertes debates alrededor del control de la natalidad. Para evitar roces diplomáticos, pocos días antes, el ministro de Relaciones Exteriores, Germán Zea, había tenido que renunciar a su cargo debido a las críticas proferidas en público contra la recientemente promulgada encíclica Humanae Vitae. No estaba de acuerdo con la rigidez de sus preceptos en materia de planificación familiar y consideraba que esto traería consecuencias negativas para el desarrollo. La polémica incluso había provocado durante los meses anteriores una singular y tácita alianza entre dos sectores tradicionalmente enemistados, la derecha y la izquierda, que se prolongó por varios años. Mientras la primera seguía los preceptos de la Iglesia; la segunda veía en la reducción de la población un aniquilamiento silencioso de los países pobres, como lo expresaron libros como Las venas abiertas de América Latina, del escritor uruguayo Eduardo Galeano:“¿Qué se proponen los herederos de Malthus sino matar a todos los
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próximos mendigos antes de que nazcan?”.1 La misma experiencia de la izquierda mundial demostró que ese tipo de temores eran infundados. Durante los años sesenta y setenta, el líder revolucionario Mao Zedong fomentó la procreación para que China creciera y no se extinguiera en caso de una guerra atómica. Sin embargo, las reiteradas hambrunas obligaron al Gobierno a retractarse. En 1979, tres años después de la muerte del Gran Timonel, comenzó el programa Una familia, un hijo, el más severo control de natalidad en el mundo. Ir contra la necesidad de las mujeres a mediados de los años sesenta era como resistirse a las leyes de la gravedad. Quizás como una manera de encontrar el justo equilibrio, muchas optaron por despojarse del dispositivo durante la confesión, de modo que cuando el sacerdote preguntara “¿Planifica?”, ellas pudieran decir la verdad del instante, “No”, e irse libres de pecado. Con la visita del Papa, la situación incluso alcanzó niveles cómicos. El ex director de Profamilia Gonzalo Echeverry recuerda que ese 22 de agosto, una mujer humilde se acercó al Centro Piloto de Profamilia en Bogotá para que le extrajeran el dispositivo. El médico le preguntó si tenía alguna complicación o un efecto indeseado, y ella contestó que no, que, por el contrario, ella y su esposo estaban muy satisfechos. “Vea, doctor —añadió la mujer—: es que el Santo Padre llega hoy a Bogotá y yo no quiero estar en pecado mortal mientras él esté aquí; apenas se vaya, yo vengo para que me lo vuelva a poner, y ojalá sea el mismo, porque me ha servido muy bien”.
COMIENZA LA BATALLA La Iglesia tradicionalmente se había manifestado en contra de la planificación familiar. Desde 1930, el sustento de la doctrina fue la encíclica Casti Connubii, promulgada por Pío xi, en la 1
Eduardo Galeano. Las venas abiertas de América Latina. Siglo Veintiuno Editores. 1987.
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que la procreación figuraba como uno de los fines primordiales del matrimonio. Esta carta pontificia sirvió al clero como base para oponerse a las primeras políticas de población que se quisieron aplicar en Colombia. O para orientarlas, como se había visto en los centros piloto de planificación familiar de la División de Estudios de Población (dep), donde había un asesor religioso encargado de recordar que los dispositivos intrauterinos estaban prohibidos y que la píldora sólo podía utilizarse para regular la menstruación. Una de las primeras señales de la guerra verbal que se vería en los años siguientes, fue la respuesta del clero al discurso inaugural del ex presidente Alberto Lleras Camargo en la apertura de la Asamblea Panamericana de Población, el 11 de agosto de 1965, en la que instó a controlar la natalidad. Dos días después, el arzobispo de Cali, que era la ciudad sede, recordó que la Iglesia condenaba “el llamado control de natalidad” y advirtió que sólo al Papa le correspondía “dar definiciones sobre el problema”.2 Un año después, la Academia Nacional de Medicina también consideró oportuno pronunciarse sobre el problema demográfico. Quiso hacerlo de la manera más diplomática posible, de modo que algunos de sus miembros fueron a pedirle iluminación al arzobispo primado de Colombia, el cardenal Luis Concha Córdoba. El religioso compartió con la academia la idea según la cual el problema de población debía manejarse “en estricta armonía con la Iglesia Católica”. Pero fue claro: “El Gobierno no puede invadir un área que es del dominio exclusivo e individual de las parejas, sino que su deber es defender la moral pública y proteger el derecho de los padres a procrear y educar sus hijos dentro del seno de la familia”.3 Hasta ese entonces, lo que había hecho la Iglesia era reaccionar ante distintas circunstancias, pero la que podría considerarse su ofensiva contra la planificación comenzó en ene2
El Siglo, 14 de agosto de 1965.
3
El Espectador, 26 de septiembre de 1966.
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ro de 1967. La declaración de guerra aparecía en dos artículos publicados en el periódico El Catolicismo, uno de ellos escrito por el psiquiatra Hernán Vergara, miembro del Opus Dei, quien había formado parte del subcomité de población nombrado por Carlos Lleras Restrepo, previa su posesión como Presidente de la República.“Con dólares americanos, el Gobierno inicia control artificial de la natalidad, utilizando métodos prohibidos por la Iglesia”, rezaba el titular del impreso. Y más adentro, el editorial, titulado “Juego limpio”, acusaba al ministro de Salud, Antonio Ordoñez Plaja, de no ejecutar los programas de planificación familiar en armonía con los preceptos del clero y de convertirse en un instrumento de la política imperialista del presidente estadounidense Lindon B. Johnson.4 La campaña continuó en columnas de periódicos, homilías y declaraciones de obispos contra el Gobierno y la dep. Los senadores conservadores Diego Tovar Concha y Manuel Bayona Carrascal promovieron un debate en el Congreso, al que fue citado el Ministro de Salud. El representante del Gobierno se defendió con tres argumentos: que nadie estaba obligado a planificar, que las altas tasas de natalidad eran un problema de salud pública, y que los dólares americanos, aparte de que eran apenas una parte de los recursos disponibles, no sólo servían para las campañas de planificación familiar sino de educación y saneamiento ambiental, especialmente en áreas rurales. En todo caso, el resultado de esta primera batalla fue el retiro definitivo de los sacerdotes que obraban como asesores religiosos en los cursillos impartidos por el Ministerio de Salud y la dep. El presidente Lleras prometió que se mantendría una atmósfera de respeto entre el Gobierno y la Iglesia, y recordó con insistencia que el convenio firmado con la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (usaid) —de donde salía buena parte de los recursos para ejecutar los programas— había sido acordado durante el periodo de su predecesor. 4
El Catolicismo, 22 de enero de 1967.
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Aunque tras el debate en el Senado hubo una especie de pacto de caballeros entre Gobierno e Iglesia, a mediados de marzo de 1967 el cardenal Concha promulgó una carta pastoral en la que recordó que el programa de la dep carecía de su apoyo, que eran ilícitos los productos que impedían la procreación y que quien los recomendara o usara estaría bajo pecado mortal.5
LLEGA EL PAPA A finales de marzo se creyó que la Iglesia había ablandado su posición, cuando Pablo vi promulgó Populorum Progressio, una encíclica que contemplaba el derecho de los gobiernos a informar sobre la planificación familiar, conservando la ley moral y el respeto a las libertades de las parejas. Pero no era tal. En julio de ese año, la 23a Conferencia Episcopal de Colombia, que reunió a 55 obispos, pidió al Gobierno mantenerse “en los límites de su jurisdicción, sin presentarse como maestro absoluto en asuntos que se relacionan primordial y profundamente con la ley de Dios y con la conciencia de los individuos”.6 Y aunque apoyó la “paternidad responsable”, recalcó la inmoralidad de los métodos anticonceptivos. En julio de 1968, un mes antes de la visita del pontífice a Colombia, se promulgó la encíclica Humanae Vitae, que disipó cualquier duda sobre la posición de la Iglesia en materia de anticoncepción. “En conformidad con los principios fundamentales de la visión humana y cristiana del matrimonio (…) —dice la encíclica—, hay que excluir la esterilización directa, perpetua o temporal, tanto del hombre como de la mujer; queda además excluida toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como 5
El Espectador, 12 de marzo de 1967.
6
El Siglo, 30 de julio de 1967.
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medio, hacer imposible la procreación”. La única posibilidad permitida era la anticoncepción natural. Es decir, el método del ritmo, descubierto en 1923 por el ginecólogo Kiusaku Ogino y, poco después, por el austriaco Hermann Knauss. El llamado “método Ogino-Knauss” se basaba en el hecho de que la mujer tenía días fértiles desde los tres días anteriores a la ovulación hasta los cinco posteriores, y dos periodos de esterilidad antes y después de esos días. Pero aquella ley no siempre se cumplía con la mencionada precisión. El mandato de la Iglesia fue impartido por la mayoría de los párrocos de las grandes ciudades, pero en las regiones apartadas, donde la vida diaria mostraba a mujeres campesinas cansadas de parir, algunos sacerdotes incluso prestaron los templos para que se dictaran charlas sobre planificación familiar. La realidad se imponía sobre la doctrina.
EN FAMILIA Durante aquellos años, los ataques directos de la Iglesia contra Profamilia fueron de corto alcance. El clero había aprovechado su influencia para atenuar el impacto de los programas del Gobierno, pero sus posibilidades de arremeter con éxito contra una institución privada eran escasas. Desde el comienzo de sus actividades, Profamilia dictaba charlas sobre planificación familiar en salones comunales, fábricas o empresas. Una tarde, Laureano Marín, uno de los médicos pioneros de la institución, alquiló una sala de cine en un barrio del sur de Bogotá para llevar a cabo una de estas charlas y, como preparativo, pegó carteleras que anunciaban el evento. El día señalado, el doctor llegó acompañado del mensajero de Profamilia. En efecto, mucha gente se había enterado y quería asistir, pero era devuelta por cinco hombres de sotana apostados en la entrada. Sin darse por vencido, el médico se fue a la tienda de la esquina y dejó al mensajero
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cerca del teatro para que lo buscara en caso de que los curas se retiraran. Y así ocurrió. La charla pudo llevarse a cabo una hora y media después, y el teatro se llenó a tal punto que ni siquiera quedó espacio en el escenario. El médico de Profamilia no tuvo más alternativa que subirse a una butaca en medio del auditorio y gritar su conferencia. Otra víctima de esas pequeñas escaramuzas fue Luis Fernando Tamayo —el hijo menor del doctor Fernando Tamayo y Elisa Garcés—, quien no pudo realizar la primera comunión con sus compañeros de curso porque inocentemente, cuando su profesora de religión le preguntó qué hacía su padre, contestó: “Mi papá hace planificación familiar”. Aquellas palabras retumbaron como improperios en los oídos de la maestra, quien no dudó en castigarlo. Le ordenó que se retirara a un rincón del aula, de espaldas al resto, y le impidió realizar el sacramento con los alumnos de su grado. Pese a su carácter anecdótico, este tipo de situaciones manifestaba los miedos que producía la planificación familiar y la fuerte influencia del clero en todos los niveles. Durante esos años, Elisa Garcés había participado en la construcción de Profamilia organizando cenas para invitados internacionales, cuando no era, en sus propias palabras, “dejando hacer” a su esposo. Aquella cercanía con todo el proceso le permitió ver cómo la planificación tocaba fibras muy sensibles de la sociedad.“Me sorprendía cómo el fanatismo de la gente primaba sobre la razón”, dice. En realidad, ella no se ajustaba completamente a los patrones de su tiempo. Aparte de haber sido una de las primeras usuarias de la píldora anticonceptiva en Colombia, creía que el derecho de las mujeres a planificar era una cuestión de sentido común. Pero cuántas luchas y cuántos argumentos hicieron falta para que el mensaje calara.
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DELIRIO DE CASTRACIÓN El que pudo considerarse el primer ataque frontal de la Iglesia contra Profamilia ocurrió en 1971. El año anterior, en vista de que muchas mujeres iban acompañadas por sus esposos a las consultas, la institución había comenzado a ofrecerles a ellos la vasectomía como parte de los servicios de planificación familiar. El dato se publicó en el informe de actividades del año siguiente y cayó en manos de la prensa, que vio en éste un excelente titular:“Profamilia esteriliza a los colombianos”. La resonancia en radio y televisión fue inmediata, y el arzobispo de Bogotá pidió castigo a los “criminales” que, al servicio del imperialismo,“mutilaban” a la gente del país. Profamilia se limitó a explicar en qué consistía realmente la vasectomía y, para sus adentros, recordó que no había mal que por bien no viniera, pues gozó de publicidad gratuita durante dos semanas. Tras este altercado, pasó algo más de una década de relativa calma, que se acabó, de manera estruendosa, el 3 de junio de 1984. La cuenta de colombianos beneficiados por la planificación familiar ya iba por 350.000, pero el clero no había modificado un ápice su posición. Ese día, el cardenal Alfonso López Trujillo, durante la 38a Convención Nacional de Clubes de Leones, en Pereira, denunció que una institución bien financiada por el Estado estaba ejecutando “una castración global”, incluso contra las libertades de las personas.Afirmó además que en un solo fin de semana, la institución había esterilizado 70 mujeres y 40 hombres, y que el mismo Estado había pagado a los médicos de clínicas y hospitales la suma de 1.500 pesos para llevar a cabo el procedimiento. Como si no fuera suficiente, el cardenal llegó a señalar la planificación como una de las tres cosas que afectaban a la familia, junto con las drogas y la prostitución. La institución a la que se refería era la ampliamente conocida Profamilia, que aparte de las vasectomías a los hombres, desde 1973 ofrecía ligadura de trompas a las mujeres. Pero el clérigo no parecía estar muy bien ilustrado en tres
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aspectos: se trataba de esterilizaciones voluntarias, a nadie se le privaba de sus órganos genitales, y los programas eran financiados con donaciones del exterior. El ministro de Salud, el conservador Jaime Arias Ramírez, en una carta que más parecía una rendición de cuentas, le recordó al cardenal que, desde el año anterior, el Gobierno había revisado los programas de planificación familiar de Colombia, ordenado la suspensión de subsidios a los médicos que realizaban esterilizaciones y removido a los directivos de la División Materno Infantil. “Coincide el Ministerio de Salud con su Eminencia en la necesidad de evitar que con el pretexto de planificar y ordenar la familia se incurra en verdaderos atentados contra la libertad y la dignidad del individuo”, anotó el jefe de la cartera .7 Fueron casi dos meses de notas de prensa, radio y televisión. Mientras los diarios El Tiempo y El Espectador, de Bogotá, tomaron partido por Profamilia, El Colombiano, de Medellín, cuya posición se basaba en el hecho de que en el país había suficiente tierra para poblar, llegó al extremo de sugerir que aquella organización fuera “objeto de intervención oficial inmediata”.8 Los más leídos columnistas de opinión expresaron sus puntos de vista, y hasta el mismo cardenal López Trujillo tuvo que salir en reiteradas ocasiones a hacer aclaraciones y precisiones: una de las primeras fue que, más que una castración, la esterilización era “una mutilación”. En el mismísimo clero había divergencias. El reconocido columnista de El Tiempo, el padre jesuita Alfonso Llano Escobar, mostró cómo la misma Iglesia no había sentado una posición definitiva y se mostró a favor de restarle importancia al debate y respetar más “la conciencia de las parejas y los pueblos”.9 No obstante, durante la 41a Conferencia Episcopal 7
El Espectador, 7 de julio de 1984.
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El Colombiano, 18 de junio de 1984.
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El Tiempo, 17 de junio de 1984.
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de Colombia, el clero local calificó de inmoral la esterilización y advirtió que ejercería vigilancia para evitar los abusos y que promovería el empleo de los métodos naturales. El debate de esos días terminó por hacer de Miguel Trías una de las personalidades más recordadas de Profamilia. En su cargo de director ejecutivo, recibió las críticas y contraatacó con fuerza. A la izquierda, que aún entonces pronunciaba el discurso trillado según el cual la planificación familiar era obra del imperialismo, le compuso frases brillantes: “Parece ser que hay entre cierta gente una tendencia a creer que las familias sólo tienen derecho a la planificación familiar después de la revolución, y no antes”, dijo en una entrevista publicada en la revista Cromos, citando el caso de Cuba, donde el aborto era legal, y el de China, donde existía un férreo control de la natalidad.10 Y no le faltaron palabras para ironizar sobre la posición del clero:“La esterilización no es inmoral, ni lesiva de la dignidad humana (…), ni constituye una mutilación sino una verdadera liberación para todos aquellos que estén seguros de que desean poner fin a su actividad reproductiva sin menoscabar su actividad sexual”. Miguel Trías fue un catalán que se hizo colombiano a los 14 años. Hijo de exiliados de la Guerra Civil española, estudió medicina y se especializó en cardiología, pero renegó de la especialidad por su pasión por los asuntos demográficos. Formó parte de Profamilia desde 1980.“Llegó porque estábamos buscando un reemplazo para Gonzalo Echeverry, que se retiraba porque le había salido un puesto en el exterior —recuerda el doctor Fernando Tamayo—. Trías había sacado adelante la Asociación Colombiana para el Estudio de la Población (acep), y lo elegimos por eso”. En 1980, el doctor Trías asumió la Dirección Ejecutiva de Profamilia. Con él a la cabeza, la institución tuvo una recia personalidad. “Era echado para adelante, incluso agresivo, y no sabía volar bajo cuando tocaba”, dice el doctor Tamayo. 10
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Cromos, 19 de Junio de 1984.
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Pero en buena medida gracias a la fuerza de su carácter y sus certeras apariciones en los medios de comunicación, la planificación familiar ganó en Colombia aún más legitimidad de la que ya entonces gozaba. El aguerrido catalán, que siempre deslumbró por su destreza con los números y las palabras, se retiró de la institución en 1994 y falleció en mayo de 2000 como consecuencia de una neumonía.
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ciones del medicamento”. En otras palabras, el permiso para la distribución de la píldora del día después estaba en vilo. Las directivas de Profamilia convocaron esa misma tarde a una rueda de prensa y los 18 medios de comunicación que asistieron se enteraron de que la mencionada revisión había sido motivada por la Iglesia Católica. En esta ocasión, la estrategia del clero no se basó en ganar el favor de la opinión pública mediante declaraciones a los medios de comunicación, sino que trató de horadar, directamente ante el Invima, el sustento científico que había permitido la aprobación del producto.
Aunque no libre de obstáculos, el siglo xxi comenzó en Colombia con buenas nuevas en el campo de la anticoncepción y los derechos. El 19 de enero de 2001, Profamilia se convirtió en la distribuidora exclusiva en Colombia de Postinor-2, la llamada píldora del día después. Con ella, un nuevo concepto entraba al debate en el país: la anticoncepción de emergencia. Postinor-2 —que son dos píldoras— fue el protagonista de uno de los más acalorados capítulos de la larga gesta del clero contra la planificación familiar. Se trata de un medicamento de la farmacéutica húngara Gedeon Richter diseñado para evitar embarazos durante las 72 horas posteriores a una relación sexual no protegida. Su principio activo, el levonorgestrel, impide que el óvulo fertilizado por el espermatozoide se implante en el útero. Según los criterios de la Organización Mundial de la Salud, no es una sustancia abortiva —justamente porque actúa antes de la implantación—, pero no todos entendieron el mensaje del mismo modo. A comienzos de marzo de 2001, cuando el número de beneficiarias del producto se acercaba a 10.000, Profamilia recibió una notificación del Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) —el mismo que seis meses atrás había aprobado el producto— en la que le informaba que el Postinor-2 sería sometido a una revisión de oficio debido a que “sectores representativos de la sociedad” habían “manifestado inquietudes con respecto al alcance y las indica-
La anticoncepción de emergencia no era, realmente, algo novedoso en el mundo. Su primer uso se remonta a 1965, cuando a una comisaría de Holanda llegó un caso de violación a una niña de 13 años. El comisario y los médicos decidieron darle altas dosis de hormonas para evitar un posible embarazo. Desde entonces, el tema se convirtió en una especie de secreto médico ampliamente utilizado.11 En el ámbito mundial, la anticoncepción de emergencia fue tratada en la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo de El Cairo (1994) y de la Mujer en Beijing (1995) como una alternativa idónea para reducir las tasas de aborto. Sin embargo, la oposición de la Iglesia Católica consiguió que el tema no quedara consignado en los documentos finales. Aun así, Profamilia decidió incluir esta alternativa en su oferta de servicios en 1995. Capacitó a sus profesionales de la salud de la Clínica Piloto de Bogotá e imprimió los primeros volantes sobre el tema. Como aún no se importaba el Postinor-2, la anticoncepción de emergencia se llevaba a cabo mediante el suministro de varias píldoras anovulatorias (método
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EL MÉTODO INADVERTIDO
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Profamilia. Anticoncepción de emergencia: Un derecho de la mujer. Profamilia. Bogotá,
2003.
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diseñado por el ginecólogo canadiense Albert Yuzpe). Para las directivas era claro que se trataba de un derecho de las mujeres y que aquello formaba parte de su autonomía reproductiva. Sin embargo, dentro de la misma institución no había consenso sobre la conveniencia de ofrecer este método: había temor por la reacción de la Iglesia y por los cuestionamientos sociales. Posteriormente, gracias a una donación de la Fundación Erik E. y Edith H. Bergstrom, se realizó un estudio para determinar la necesidad de la anticoncepción de emergencia, conocer qué tanto la conocían usuarias y farmaceutas, y cuáles eran sus percepciones al respecto. Con estos datos a mano, en 1997, gracias al apoyo de la Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf), el programa se extendió a varios centros del país e incluso tuvo cuñas radiales que, curiosamente, pasaron inadvertidas por el clero. El primer cuestionamiento vino por cuenta de la prensa. En noviembre de ese año, el diario El Tiempo tituló: “¿Microabortivos o anticonceptivos?”. El texto analizaba la legalidad de la anticoncepción de emergencia o el dispositivo intrauterino a la luz de un fallo de la Corte Constitucional que sostenía que el derecho a la vida comenzaba en el momento mismo de la concepción. El texto no provocó escándalo; más bien, puso de manifiesto los vacíos de la legislación local en cuanto a la anticoncepción.
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Profamilia se mantuvo en su propósito de darle más alto vuelo a la anticoncepción de emergencia y, en vista de que había un medicamento específico para tal fin, en 1998 se puso en contacto con el laboratorio húngaro que producía el Postinor-2. La negociación para que la institución adquiriera los derechos exclusivos de comercialización del producto en Colombia finalizó al año siguiente. Coincidió que en ese mismo momen-
to, el Ministerio de Salud elaboraba las guías de atención del sector. Profamilia, junto con el Fondo de Población de Naciones Unidas y otros consultores, trabajó para que la anticoncepción de emergencia se incluyera en ellas. Y así ocurrió, tal como se vio en las guías emitidas en febrero de 2000. En abril se presentó la solicitud ante el Invima para la aprobación del Postinor-2 y se comenzó a trabajar en una campaña para ambientar el tema en los medios de comunicación. El producto fue aprobado en Colombia el 14 de septiembre de 2000, y dio la casualidad de que, dos semanas después, en Estados Unidos fue aprobada la píldora abortiva RU-486. Profamilia aprovechó la coyuntura para generar expectativa con respecto al Postinor-2 y aclarar que éste no interrumpía embarazos como el producto que se iba a comercializar en Norteamérica, sino que los prevenía. Aun así, las noticias habían causado tanto impacto, que el mismo Ministerio de Salud consideró oportuno emitir un comunicado en que el que insistía en que el producto que se vendería en Colombia no tenía la capacidad de inducir un aborto. Los buenos vientos comenzaron a variar en octubre. Ese mes, el Invima solicitó a Profamilia más documentación científica sobre la anticoncepción de emergencia. El procedimiento del ente regulador resultó extraño y no fue difícil intuir quién había comenzado a mover sus fichas para impedir la próxima comercialización del Postinor-2. Las intuiciones no fallaron. Al mes siguiente, el sospechoso silencio de la Iglesia se rompió, cuando monseñor Fernando Sabogal, secretario general del Episcopado, y monseñor Octavio Ruiz Arenas, presidente de la Comisión Episcopal de Doctrina —heredera directa de la Oficina de la Inquisición—, presentaron un derecho de petición en el que solicitaban que se revocara al acto administrativo que permitía la distribución de Postinor-2 en Colombia, pues consideraban que la sustancia inducía el aborto. Ante esta situación, el Invima convocó a los representantes de Profamilia y del Episcopado a una reunión en su sede.
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LLEGA POSTINOR-2
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Aunque Profamilia manifestó su desacuerdo con el hecho de que el ente regulador no tenía en cuenta que en Colombia había separación constitucional de Iglesia y Estado desde 1991, aceptó la invitación con el ánimo de aclarar el asunto. Sin embargo, los jerarcas de la Iglesia no asistieron a la cita. La inasistencia de los clérigos al encuentro y el hecho de que Postinor-2 comenzara a distribuirse en enero de 2001 no significaron que el pleito ya se hubiera saldado. Aún estaba pendiente la respuesta que el Invima tenía que dar al Episcopado. Lo más conveniente para Profamilia era mantener la guardia en alto y para eso buscó la asesoría científica del Population Council y del Consorcio Internacional sobre Anticoncepción de Emergencia, conformado por ocho prestigiosas organizaciones que trabajan el tema de los derechos sexuales y reproductivos. Y, como se sospechaba, el 5 de marzo de 2001 Profamilia se enteró de que el Invima sometería el medicamento a revisión. La hora de la defensa había llegado.
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Visto en contexto, para Profamilia el Postinor-2 era mucho más que un medicamento. Era la encarnación de una larga lucha por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres colombianas, y una ratificación de la autonomía de ellas sobre su cuerpo. A diferencia de los debates precedentes con el clero, en éste la perspectiva médica iba de la mano con la perspectiva del derecho. Ese nuevo cuño era obra de la abogada María Isabel Plata, directora ejecutiva de Profamilia desde 1995, quien había creado en 1986 un servicio de consultoría jurídica familiar dentro de la institución. Un servicio establecido, justamente, para que los derechos, más que papel, fueran acción. La defensa de Profamilia tuvo, por tanto, dos frentes: uno médico, en cabeza de Juan Carlos Vargas, asesor científico de la institución, y otro desde la perspectiva del derecho, en
cabeza de María Isabel Plata y María Cristina Calderón, directora del Servicio Jurídico. Para reforzar, se contrató a un grupo de abogados para que acopiara toda la información, se obtuvo el concepto favorable de la Academia Nacional de Medicina, y diversos grupos de mujeres enviaron al Invima cartas de apoyo. Cuatro puntos básicos tenía la defensa de la anticoncepción de emergencia: uno, que respondía al derecho humano a la salud y a decidir libremente si formar o no una familia; dos, que tenía incidencia en la salud pública en lo concerniente a embarazos no deseados, abortos y mortalidad materna; tres, que diversos estudios confirmaban que el medicamento no interrumpía el embarazo en caso de que ya se hubiera dado y no producía malformaciones en el feto, y cuatro, que la Constitución establecía la separación de la Iglesia y el Estado, de modo que el clero no podía interferir en las guías de atención del Ministerio de Salud. Todo este material se adjuntó en la respuesta que Profamilia presentó el 13 de marzo. “La contestación quedó genial —dice con emoción María Isabel Plata—. De frente habíamos dicho que aquello era una arbitrariedad de la Iglesia Católica. ¿Cómo se atrevía a desconocer el derecho de las mujeres colombianas a prevenir un embarazo que no desean? Después de todo lo que se había adelantado, al Gobierno le quedaba muy difícil irse en contra de los derechos de la mujer y salir a decir que en Colombia prima la religión sobre la ciencia y que las mujeres no tienen derechos”. Además, los apoyos siguieron sumándose. La Defensoría del Pueblo también presentó un concepto favorable al Postinor-2, y las mujeres organizadas presentaron un derecho de petición en el que pedían al Invima las explicaciones técnicas y científicas que motivaron la revisión del registro del medicamento. Incluso el diario El Tiempo, el 8 de marzo, a propósito del Día Internacional de la Mujer, escribió un editorial titulado “En defensa de la píldora”, en el que recordaba que los colombianos estaban en libertad de elegir el número de hijos que
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CUESTIÓN DE DERECHOS
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deseaban e instaba al Invima a no vincular al Estado “a una campaña religiosa contra la planificación familiar”. Los esfuerzos no fueron en balde. El 16 de noviembre de 2001, el Invima reconoció que el Postinor-2 era “una buena alternativa” para casos como violación, mal uso del anticonceptivo, cálculo errado en el método del ritmo o falla del coito interrumpido, entre otras eventualidades. Nuevamente, tal como había ocurrido en el pasado cuando el doctor Fernando Tamayo tuvo que explicar que la vasectomía no era una mutilación, o cuando Miguel Trías recalcó que la esterilización no atentaba contra la supervivencia de la especie, había un motivo para agradecer la gestión del clero. “Durante seis meses —recuerda María Isabel Plata—, en todos los medios, la Iglesia habló contra el Postinor-2 y contra Profamilia, y la gente llegaba a preguntar por el producto. El primer año vendimos 150.000 unidades y nos tocó hacer importaciones adicionales. Nunca habríamos tenido el dinero para una campaña de medios de tal magnitud”.
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capítulo IV
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familia ya estaba importando los procedimientos e implantando programas de esterilización quirúrgica en el país.
C
UN ASUNTO DE HOMBRES
omenzaba la década de los setenta y un hombre se acercó a las instalaciones de Profamilia, intrigado por los rumores sobre una novedosa técnica quirúrgica que, de ser cierta, le permitiría cumplir su proyecto de vida. Durante los meses previos, una serie de escándalos creados por la prensa sobre aquel procedimiento se había convertido en comidilla de cafetines y reuniones sociales, pero, como de costumbre, la comunicación oral había distorsionado la historia. Al tiempo que unos hablaban de castración y otros de mutilación, aquel hombre anhelaba que Profamilia practicara en él la operación de sus sueños: la de cambio de sexo. Sin embargo, la verdad era que la cirugía de los escándalos no revertía lo que la naturaleza daba, ni merecía los calificativos que le endilgaban. Era simplemente la vasectomía. En esa época, los programas quirúrgicos de Profamilia estaban comenzando y, con ellos, la que ha sido considerada la segunda revolución en el campo de la anticoncepción, después de la causada por la píldora. Con esta iniciativa, la institución afirmaba una vez más su condición de pionera y entregaba a las parejas colombianas una valiosa herramienta que se traduciría más adelante en mejores condiciones de vida. Hasta ese momento, en Colombia la esterilización —tanto en hombres como en mujeres— se practicaba de manera velada y muy esporádica. Además de las dificultades técnicas que representaba una operación de este tipo, en la gran mayoría de hospitales había religiosas que atendían a los pacientes y, de paso, verificaban que nada atentara contra la moral cristiana. Pero con el desarrollo y perfeccionamiento de las técnicas de esterilización —vasectomía y ligadura— se simplificó el procedimiento hasta convertirlo en cirugía ambulatoria. Apenas unos años después de su aparición en el mundo, Pro-
Al iniciar los años setenta, Profamilia era consciente de haber tenido algún impacto en las tasas de fecundidad en los núcleos urbanos. No obstante, como sostenía en su informe de actividades 1970, “es difícil afirmar que las campañas de planificación familiar están reflejándose ya en un descenso de la tasa de crecimiento poblacional para el país tomado en conjunto”. La esterilización voluntaria se presentaba entonces como una solución oportuna, en particular para ciertos casos que no podían enmarcarse dentro de la planificación familiar tradicional: alta fecundidad, familias numerosas o intolerancia fisiológica o psicológica a los anticonceptivos. Hasta ese momento, la esterilización en mujeres implicaba procedimientos de cirugía mayor, lo cual se traducía en costos muy altos de servicios quirúrgicos y hospitalarios que no podían ser absorbidos ni por las pacientes ni por Profamilia. Además de todos los riesgos inherentes a una operación de este tipo. Sin embargo, para la época ya había en los medios científicos evidencias suficientes para considerar la vasectomía un procedimiento seguro, económico y sencillo. La técnica se conocía desde finales del siglo xix y en principio había sido recomendada como procedimiento terapéutico para ciertas afecciones de la próstata.Tras varias décadas de estudio y perfeccionamiento, a partir de los años cincuenta numerosos científicos, desde países tan distantes como India, Estados Unidos y China, comenzaron a publicar estudios que otorgaban plena confianza al método como alternativa de anticoncepción. De manera que había llegado el momento de ofrecerles a los colombianos la posibilidad de participar de manera mucho más decidida en la planificación familiar. Una cuestión de senci-
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llo enunciado pero compleja aplicación, dadas las condiciones culturales, sociales, económicas y en particular religiosas de la Colombia de aquellos años. Conscientes de eso, pero al mismo tiempo firmemente convencidos de que todas esas barreras se pueden superar trabajando bien y de manera transparente, las directivas de Profamilia comenzaron a diseñar el programa de Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (aqv) masculina. No se escatimaron precauciones. Para garantizar el mejor servicio y evitar cualquier tipo de suspicacia, todo debía hacerse abiertamente, dejando en claro que no se trataba de una campaña masiva de esterilización sino de un programa dirigido a casos voluntarios, cuyos candidatos debían cumplir una serie de requisitos mínimos relativos a edad, número de hijos y condiciones familiares. El proceso de selección incluía dos sesiones informativas —donde se hacía especial énfasis en la irreversibilidad del método—, igual número de entrevistas personales —preferiblemente en compañía de la esposa— y la redacción de un documento autorizando a la institución a proceder, que debía ir firmado por ambos cónyuges. No hizo falta que pasara mucho tiempo para que se demostrara que todo aquel escrupuloso protocolo no era suficiente para tranquilizar a los potenciales detractores de la vasectomía. Las escuetas líneas que inocentemente consignaban en el informe de actividades de 1970 las modestas 93 vasectomías practicadas, se convirtieron poco después en titular de primera página. La información irritó especialmente a los sectores eclesiásticos, que reaccionaron de manera virulenta, y durante algunas semanas Profamilia ocupó lugar privilegiado en los medios nacionales. La gran publicidad trajo como resultado que sectores más amplios de la sociedad se enteraran de la existencia de un método prácticamente desconocido en el país, cuyas bondades eran más que evidentes y que de ninguna manera era equiparable a una castración, como se afirmaba desde los púlpitos. En 1971 se practicaron 562 operaciones, lo cual significaba un notable incremento con respecto al año anterior, en
el que no se contó con la publicidad eclesiástica, y se abrieron programas de aqv masculina en las ciudades de Medellín, Cali, Manizales, Palmira, Buenaventura, Bucaramanga, Cartagena, Sincelejo y Pasto. Gabriel Manzi es probablemente uno de los médicos que más esterilizaciones ha practicado en el país. Se vinculó a Profamilia en 1976 como director del centro de Tumaco (Cauca), donde fue el encargado de instaurar los programas quirúrgicos, y continúa ejerciendo hoy en el Centro Piloto de Bogotá. Por supuesto, no le es posible saber cuántas operaciones ha realizado en ese dilatado lapso de tiempo, pero la experiencia le permite hablar con certeza de sus pacientes. Tal como explica el doctor Manzi, desde sus inicios la anticoncepción quirúrgica masculina ha tenido que enfrentar barreras culturales muy fuertes.Además de los acostumbrados reparos de corte religioso, no son ningún secreto los sesgos machistas de la sociedad colombiana, que asocian fecundidad con hombría y esterilidad con disfunción sexual. De manera que para implantar un programa de aqv masculina que tuviera beneficiarios, había primero que abolir una serie de mitos y temores completamente infundados.“La gente cree en esos mitos incluso a niveles culturales elevados: académicos, profesionales, estudiantes universitarios… Siguen creyendo en ellos porque no tienen información y porque no les interesa participar de la planificación”, señala Manzi. Por tanto, la vasectomía no ha sido uno de los métodos de anticoncepción más populares. Sin embargo, puesta en contexto, la situación colombiana no ha sido muy distante de la observada en otros lugares. Para no ir muy lejos, durante los años ochenta en países como Brasil, donde alrededor del 27 por ciento de las mujeres en edad fértil acudía a la esterilización, la vasectomía representaba menos del uno por ciento de todos los métodos.1
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J. M. Arruda. Pesquisa Nacional Sobre Sáude Materno-Infantil e Planejamento Familiar,
Brasil, 1986. Westinghouse, 1987.
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En cualquier caso, la experiencia ha confirmado que una vez recibida la información correcta, es posible conseguir un cambio de actitud. Cecilia Cadavid, una mujer que estuvo vinculada a distintos programas de Profamilia desde prácticamente sus inicios, aseguraba: “Al contrario de lo que la gente piensa, los señores han sido gente de muy buena fe”. Y recordaba como ejemplo elocuente el caso de un hombre cuya familia había seguido aumentando de número a pesar de la operación: “Los exámenes dan negativos y sin embargo su esposa lleva dos embarazos. Él dice que es cosa de la Divina Providencia”.2 Echando mano de esa premisa según la cual un turista satisfecho trae más turistas, durante aquellos primeros años funcionó, animado por la institución, un club de vasectomizados. Los voluntarios que se anotaban para participar de las actividades de esta inusual agrupación se reunían periódicamente con candidatos a la operación para relatarles su experiencia y servir como prueba viva de que hay, contrario a sus peores miedos, vida después de la vasectomía. Por otro lado, aquellas reuniones servían a la institución para medir los niveles de aceptación entre sus beneficiarios, hacer seguimiento a posibles complicaciones y detectar, en caso de que los hubiera, a los arrepentidos. Un control que arrojó los resultados más satisfactorios. El doctor Manzi señala: “La única queja, por fortuna muy esporádica, que tiene el usuario que se somete a una vasectomía, es el deseo de tener un nuevo hijo por una razón que es entendible: se separó o se le murió la esposa. Pero ellos son conscientes de que tomaron una decisión y de que no fue culpa de la vasectomía, sino de la situación nueva que aparece”. Durante los primeros años, las cifras de atención siguieron creciendo a un ritmo constante. En 1972 se practicaron 910 intervenciones y se iniciaron actividades en cinco centros más para un total de 15 ciudades con programa de aqv 2
Entrevista tomada del archivo institucional de Profamilia.
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masculina. De esta forma, al cumplir los primeros cinco años de funcionamiento se habían hecho en el país más de 4.000 vasectomías. Es cierto que los alcances del programa resultaban modestos frente a los de otros países que contaban con pleno apoyo estatal y que incluso en algunos casos se valían de incentivos económicos, cosa que Profamilia nunca hizo. Pero los logros alcanzados gracias al esfuerzo solitario de la institución perfilaban a su programa de aqv masculina como una de las experiencias más prometedoras de América Latina.
LAS LIGADURAS DE LA DISCORDIA A principios de 1973 regresaba de Baltimore (Estados Unidos) un ginecólogo que había sido enviado especialmente por Profamilia para entrenarse en el prestigioso Johns Hopkins Hospital, en las modernas técnicas de ligadura de trompas por laparoscopia. En Bogotá, sus colegas esperaban recibir a su vez la valiosa información y, si todo marchaba según los planes, colaborar en la instalación de un programa de aqv femenina. Desde que a finales del siglo xix se realizó el primer procedimiento de ligadura tubárica, en el mundo se han desarrollado más de un centenar de técnicas para la esterilización femenina definitiva. Sin embargo, fue necesario el concurso de numerosos científicos, en áreas tan distantes como la óptica y la química, para que surgiera el laparoscopio moderno. Un aparato que permite acceder a las trompas a través de una mínima incisión abdominal y proceder a su oclusión. En 1973 Profamilia pudo importar esta tecnología que simplificaba radicalmente el proceso, para ponerlo al alcance de las usuarias colombianas a muy bajo costo. De manera que con el arribo del recién entrenado ginecólogo, el horizonte de la planificación familiar en el país estaba a punto de vivir una pequeña revolución.Toda la evidente expectativa que este acontecimiento había generado recibió, sin embargo, su
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primer baldado de agua fría al poco tiempo de comenzado el programa. Gracias a un acuerdo con el Hospital Pediátrico de Bogotá, en mayo de ese año los médicos de Profamilia comenzaron a programar cirugías utilizando las instalaciones de dicho centro. Pero un mes más tarde, la Junta Directiva del hospital ya había decidido unilateralmente que el acuerdo no tenía validez. No es necesario indagar demasiado para descubrir cuáles temores y prejuicios estaban detrás de aquella decisión. Tras algún tiempo tocando sin resultado las puertas de todas las clínicas y hospitales disponibles en la capital, los directivos de Profamilia tomaron la afortunada decisión de organizar, en las propias instalaciones de la institución, una sencilla unidad de cirugía, en la cual comenzaron a trabajar. La construcción donde aún funcionan las instalaciones de Profamilia —anteriormente un edificio de apartamentos— ha sido sometida a las más diversas transformaciones, conforme a las necesidades de una entidad en permanente evolución. Beatriz Zea empezó a trabajar en Profamilia como enfermera en salas de cirugía en 1974, con escasos 19 años, pero una intensa experiencia anterior adquirida en el hospital Materno Infantil. Ha sido testigo de buena parte de las transformaciones de la institución y hoy es directora del Centro Piloto de Bogotá. “Nosotros empezamos a hacer cirugía en el sexto piso, donde hoy está la oficina de comunicaciones —recuerda—. En lo que era la cocina de estos apartamentos, se acondicionó la unidad de cirugía, y en donde era la sala, se hacia la recuperación”. Unos meses después de la adecuación, el pequeño quirófano, ya en pleno funcionamiento, fue profusamente alabado por una comisión enviada especialmente por el Johns Hopkings Hospital para verificar la marcha del programa. Durante la segunda mitad de 1973, la unidad de cirugía fue el escenario de las primeras 300 ligaduras por laparoscopia que se hicieron en el país. Al igual que con el programa de aqv masculina, la paciente que deseaba someterse a una ligadura debía compren-
der claramente la irreversibilidad del procedimiento, y contaba con tiempo suficiente para tomar su decisión. De igual forma, debía cumplir una serie de requisitos como tener un mínimo de 25 años, por lo menos tres hijos, preferiblemente de ambos sexos, y una autorización escrita, firmada también por su cónyuge. Al año siguiente, 1974, comenzó a instaurarse el programa en otras ciudades. Las primeras beneficiadas fueron Bucaramanga, Cali y Barranquilla, pero dados los excelentes resultados y la evidente demanda, en poco tiempo ya se ofrecían los servicios de aqv femenina en prácticamente todo el país. En los centros donde no existía realmente la posibilidad o la necesidad de construir un quirófano, se utilizaban las instalaciones de hospitales menos quisquillosos que los bogotanos. Todo esto requería un considerable volumen de personal capacitado para realizar las operaciones. Sin embargo, no fue necesario comprar más tiquetes de avión hacia Estados Unidos. Con un solo médico entrenado fue suficiente para que el conocimiento se transmitiera, en la mejor de las tradiciones orales, a todos los rincones del país donde Profamilia hacía presencia. Mientras todo esto ocurría, una nueva técnica había sido traída al país por otro médico de Profamilia de un congreso en Bangkok (Malasia). La minilaparotomía, a la que por indiscutible comodidad se prefiere llamar minilap, consistía en una técnica de acceso a las trompas a través de una pequeña incisión arriba del pubis, bajo anestesia local. Como técnica era menos rápida y un poco más invasiva que la laparotomía, pero tenía la enorme ventaja de que para su práctica no se requería más equipo e instrumental del que todo hospital pequeño debe tener. Laureano Marín es un ginecólogo graduado en España que acompañó al doctor Tamayo desde los primeros años de Profamilia. Con una especial debilidad por la cirugía ginecológica, Marín fue uno de los primeros médicos en entrenarse en las técnicas de ligadura y, de hecho, fue comisionado como
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instructor de las mismas no sólo en Colombia, sino en distintos países del continente. El doctor Marín explica que la minilap se ofrecía como una alternativa perfecta para complementar los programas de aqv iniciados con la laparoscopia. “Con el laparoscopio —recuerda Marín— yo despachaba a la señora en dos horas y con la minilap a las cuatro. El mismo día para su casa”. Parte de la rapidez con que realizaba el ingenioso doctor Marín las minilaparotomías, se debía a un pequeño y útil adminículo de su propia cosecha que pronto se volvió de uso corriente. El movilizador uterino de Marín, como él mismo lo bautizó, agilizaba la operación al permitir manipular el útero para ponerlo al alcance del cirujano. “Lo sacaba por la incisión que hacía en el abdomen —explica Marín— y ahí salían las trompitas y se cortaban o se ligaban.Yo lo hacía en cuatro minutos”. Durante 1974 se realizaron 530 minilaps sin complicaciones y se continuaron realizando laparocopias para completar casi 2.500 esterilizaciones femeninas. En contraste, durante ese mismo año, el programa de aqv masculina alcanzó las 1.099 vasectomías. Ya estaba claro para ese entonces que este último programa, aunque precursor, comenzaba a quedar rezagado. Una tendencia que se mantendría a través de los años siguientes hasta finales de los años ochenta, cuando el método mostró un repunte importante.
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Desde la década de los sesenta, el gobierno de India había comenzado una fuerte campaña para promover entre su población el uso de los métodos de esterilización definitiva. Dentro de ese esfuerzo por torcerle el brazo a la explosión demográfica, se instalaron campos de esterilizaciones, se establecieron pequeñas clínicas en las estaciones de tren y se acondicionaron viejos buses con moderna tecnología quirúrgica para recorrer los barrios de Bombay.
Entre tanto, la comunidad científica observaba con interés la experiencia, de la que se podían sacar no pocas conclusiones interesantes para su futura aplicación en otras latitudes. Unos años más tarde, en 1976, Profamilia emprendió una iniciativa similar en algunos aspectos, pero radicalmente distinta en muchos otros. Con las unidades móviles de esterilización femenina se trataba de llevar la planificación familiar a todos los lugares alejados de los principales centros urbanos, bajo las mismas estrictas premisas de los programas de Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (aqv) ya existentes. De manera que a partir de ese momento, pudieron acceder al servicio todas aquellas mujeres de las zonas rurales y marginadas que cumplían los requisitos y estaban animadas únicamente por la decisión libre, informada y voluntaria de poner fin a su fertilidad. La primera móvil se realizó en la población de Arboletes, en el Urabá antioqueño, gracias a una donación del general en retiro estadounidense William Drapper. Tres décadas atrás, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Drapper había sido nombrado por el general Douglas MacArthur como administrador de los recursos para la reconstrucción del Japón. Ya en retiro se apasionó con la planificación familiar y creó una oficina en Washington dedicada al cabildeo de muy alto nivel. De hecho, fue un gran colaborador de la Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf). A mediados de los años setenta, durante una comida informal en Londres, el doctor Fernando Tamayo le comentó que Profamilia tenía la intención de llegar a zonas apartadas del país, siguiendo un poco el ejemplo de los campos de esterilización que se realizaban en India. Drapper se entusiasmó con la idea y no dudó en darle 3.000 dólares. Las primeras unidades móviles arrojaron resultados satisfactorios, pero no estuvieron exentas de dificultades. En parte por ingenuidad y en parte por inexperiencia, una de ellas, realizada en Pasto, resultó “aterradora”, en palabras de Cecilia Cadavid. Antes de pasar al quirófano, las pacientes fue-
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ron dejando sus objetos personales en un ropero improvisado. Pero el volumen de usuarias fue tal, que al terminar la jornada no fue posible hacer coincidir todos los objetos con sus respectivas dueñas. “Casi me siento a llorar —aseguraba Cadavid—. Me tocó decirles a las pacientes que como ellas debían volver a un control, ahí les tendríamos todo organizado para entregarlo”.3 El equipo estaba generalmente compuesto por un cirujano, un anestesiólogo y una instrumentadota, e iba completamente aprovisionado para instalar un quirófano en medio de la selva, si era preciso. Días antes de que la unidad móvil de Profamilia llegara a la población elegida, una instructora de la institución ya había estado trabajando en la zona promoviendo, identificando, seleccionando y canalizando a las solicitantes. Esta instructora tenía además la tarea de encontrar el lugar adecuado para realizar las intervenciones y hacer los contactos y arreglos que fuesen necesarios para utilizarlo. Sin embargo, estos preparativos no eran garantía de que todo iba a transcurrir sin contratiempos, ni de que quedaran conjurados los imprevistos. El día señalado, el equipo médico de Profamilia podía encontrarse con que el domingo anterior el sacerdote de la población había amenazado desde el púlpito con todos los fuegos del infierno a aquellas mujeres que se atrevieran a poner un pie en el quirófano. Relata Beatriz Zea que, en una de estas ocasiones, la presión sacerdotal consiguió que les impidieran utilizar el hospital. “Operamos en el hotel en el que nos estábamos hospedando —recuerda—. Se alquilaron varias habitaciones y ahí se acondicionó la sala de cirugía, las áreas de recuperación, y se hizo el programa como estaba previsto”. En otras ocasiones, eran las inclemencias del clima, la situación de orden público o el mal estado de las carreteras las que intentaban, con poco éxito, interponerse en el camino de los equipos de Profamilia. A veces era necesario transportarse 3
Entrevista tomada del archivo institucional de Profamilia.
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en tractores, cargar el instrumental en hombros o esperar una semana completa hasta que se pudiera realizar el programa. Asegura Zea: “El equipo que viajaba siempre llevaba la camiseta puesta para afrontar lo que se presentara.Todos teníamos muy claro el objetivo”. En efecto, lo que primaba era cumplir el propósito. Cuando, por ejemplo, el intendente de Leticia (Amazonas) se negó a prestar el hospital, Laureano Marín lo amenazó con irse a operar a Tabatinga, el lado brasileño de la ciudad. En vista de que el objetivo se cumpliría con o sin su consentimiento, el mandatario local aceptó resignadamente la solicitud de Profamilia. En otra ocasión, la unidad móvil no tuvo reparos en pedir prestado el Mercedes Benz negro del obispo de Duitama (Boyacá) para dejar en sus casas a las mujeres recién esterilizadas. El jerarca de la Iglesia estuvo a salvo de cargos de conciencia: según le informaron, se trataba de una “brigada de salud”. Este programa de las unidades móviles tenía una segunda modalidad, aplicable para los municipios relativamente cercanos a ciudades donde había un centro de Profamilia y para las zonas urbanas marginadas. La metodología en estos casos era la misma. Primero una asesora iba hasta el lugar, daba a conocer los programas y la información pertinente, y si había un número mayor de 10 candidatas se programaban las cirugías. La diferencia estribaba en que en lugar de llevar el quirófano hasta las pacientes, se aprovechaba la cercanía para traerlas hasta Profamilia. A eso de las ocho de la mañana, después de un viaje de tres o cuatro horas por carretera, las pacientes eran recibidas en la institución, donde se les realizaba una consulta prequirúrgica, se les preparaba para la operación y, naturalmente, se les brindaba el servicio de aqv. Por la tarde regresaban a sus municipios. No sin razón, al hablar de esta epopeya humana que ha significado la labor de Profamilia, el doctor Gonzalo Echeverry señalaba en su libro Contra viento y marea: “Cualesquiera que hayan sido las circunstancias financieras, materiales o políticas que acompañaron el movimiento de la planificación
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familiar en Colombia, hay que repetir hasta el cansancio que el factor primordial del éxito fue el material humano involucrado en la cruzada”.4 De esta forma, al finalizar la década de los setenta los programas de aqv femenina y masculina representaban en conjunto una de las iniciativas de este tipo más grandes y mejor establecidas en el mundo.
INNOVACIÓN Y DIVERSIFICACIÓN Al comenzar la década de los ochenta, Colombia era un país con 26 millones de habitantes que había conseguido reducir su tasa de crecimiento demográfico de manera espectacular. Aquel 3,3 por ciento anual registrado por el censo de 1964 se había convertido en 1,9 por ciento con tendencia a la baja. Para que esto fuera posible habían concurrido una serie de factores. Durante ese período, el país, al igual que muchos de sus vecinos latinoamericanos, había comenzado un incipiente proceso de modernización, caracterizado por el crecimiento de los centros urbanos, una mayor cobertura educativa, mejoras en el nivel de vida general, descenso en las tasas de mortalidad infantil y entrada de la mujer al mercado laboral. En este nuevo panorama, el modelo de familia numerosa comenzó a quedar en desuso. El cambio social, por tanto, había generado una mayor demanda de métodos anticonceptivos que —y en esto radica la diferencia frente al resto de América Latina— encontró una respuesta oportuna. No era, evidentemente, el mismo país que había visto nacer a Profamilia y era el momento en que ésta también debía comenzar a cambiar. La institución contaba entonces con 31 centros de atención en 25 ciudades, y los programas de aqv habían realizado en total más de 150.000 esterilizaciones femeninas y al4
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rededor de 7.000 vasectomías. Sin embargo, los directivos de Profamilia tenían bastante claro que la institución no podía satisfacer por sí sola todos los servicios que el país estaba demandando. Sabían, además, que una expansión indefinida planteaba riesgos para su propia supervivencia y podía ir en detrimento de la calidad de los servicios que se prestaban. Ésta fue una de las razones por las cuales en la década de los ochenta se optó por transformar algunas de las premisas de trabajo. Era necesario sacrificar un aumento en cobertura para estar en capacidad de ofrecer más y mejores servicios. Fue así como en el transcurso de esta década se abrieron, entre otros, servicios de psicología, ecografía ginecobstétrica, laboratorio clínico, medicina general y laparoscopia diagnóstica, además de todos los servicios tradicionales. Otra razón que motivó el cambio fue la necesidad de acercarse más a la soñada autosuficiencia y de disminuir la dependencia de las donaciones internacionales, últimamente en merma como consecuencia de la aparición de casos más apremiantes en África, Asia y Europa del Este. Vista a la distancia, aquella apertura de nuevos servicios fue una decisión acertada si se tiene en cuenta que para 1990 aquéllos representaron cerca del 50 por ciento del total de servicios prestados y que con ellos fue posible cubrir más de la mitad de los gastos de la institución. Gracias a esta dinámica de diversificación, el programa de aqv masculina recibió un notable impulso a mediados de los años ochenta con la creación de la Clínica del Hombre. “Este enfoque respondió no sólo al deseo de vincular más eficazmente al varón a los quehaceres y preocupaciones de la planificación familiar, sino a la creencia de que su supuesta indiferencia era debida mucho más a intimidación ante clínicas desbordadas de mujeres que a oposición deliberada a la contracepción”,5 señalaba el entonces director ejecutivo de Profamilia, Miguel Trías.
Gonzalo Echeverry. Contra viento y marea: 25 años de planificación familiar en Colom5
bia. Profamilia-acep. Bogotá, 1991.
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Miguel Trías. Profamilia en sus 25 años. Historia de un esfuerzo. 1990.
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En efecto, la Conferencia Internacional de Planificación Familiar de 1980, realizada en Yakarta (Indonesia), reconocía en sus conclusiones que el hombre tenía los mismos derechos reproductivos que la mujer y recomendaba, en consecuencia, la creación de servicios y programas que dieran respuesta a las necesidades masculinas en ese sentido. Un año después, se fundaba en Brasil la clínica Pro-Pater (Promoção da Paternidade Responsável), inicialmente orientada a ofrecer servicios de vasectomía. Creada con el objetivo de fomentar la participación masculina en la planificación familiar y de buscar estrategias que abrieran las puertas a un número más cuantioso de usuarios, con el tiempo la clínica fue ampliando el abanico de servicios en salud reproductiva y consiguió interesantes resultados. Con estos antecedentes, Profamilia abrió en 1985 Clínicas del Hombre en Bogotá y Medellín, en las que se ofrecían servicios de urología, fertilidad, sexología, medicina general, laboratorio, pruebas y tratamiento de infecciones de transmisión sexual, planificación familiar y, evidentemente, vasectomías. La iniciativa tenía el doble propósito de satisfacer las necesidades en salud reproductiva de los hombres y acercarlos a la planificación para aliviar, de cierta forma, esa carga en la mujer. Pero para que esto fuera posible, antes había que conseguir unos cuantos hombres. Efraín Patiño es orientador de la Clínica del Hombre desde su fundación y puede dar fe de que no fue tarea sencilla abrirle una clientela a la nueva clínica.“En esa época —relata Patiño— llegaban muy pocos hombres. La verdad sea dicha, les daba pena”. Según explica, había algunos que iban por curiosidad, otros que se enteraban porque venían acompañando a sus esposas a las consultas, y también había unos cuantos desorientados que, entusiasmados por el nombre, llegaron creyendo que se trataba de una casa de lenocinio. De manera que fue necesario comenzar a difundir la existencia de la clínica en todos los escenarios posibles. Se dieron charlas en fábricas, juntas de acción comunal, centros
de salud y en las mismas salas de espera de Profamilia se abordaba a las señoras para invitarlas a que en la próxima ocasión trajeran al marido. “Trabajar con hombres no es fácil —dice Patiño—. El hombre va al médico pero cuando está bien enfermo. Cuando ya no tiene de otra”. Poco a poco, el número de hombres que llegaban a la clínica fue aumentando, pero sin abandonar todavía los recelos. Muchos de ellos se paraban en la esquina o caminaban en círculos frente a la clínica hasta estar completamente seguros de que no había moros en la costa.“Apenas veían que no pasaban carros, entraban. Era tabú”, asegura Patiño. Otra de las precauciones que solían tomar era no decir directamente lo que estaban buscando. Para eso se valían de un reducido número de eufemismos —como asegurar que estaban allí para un “examen médico”— o minimizar lo que les estaba ocurriendo. Cosas del tipo:“tengo un flujito”,“me salió un granito”,“la otra noche tuve un pequeño accidente”. En todo caso, gracias a la valentía de aquellos primeros clientes, la clínica comenzó a arrojar resultados prometedores. Asegura Patiño que al poco tiempo ya se estaba practicando un promedio de 100 vasectomías mensuales, cuando lo máximo que habían hecho en el año y medio anterior eran unas 65 al mes. En 1986, la institución recibió un importante apoyo de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (usaid), que contemplaba, entre otras cosas, la creación de cuatro nuevas clínicas e incluía una partida para subvencionar los programas de aqv. En ese momento, Profamilia estaba ofreciendo las operaciones al precio más competitivo posible. Pero con la subvención, que volvía las tarifas prácticamente simbólicas, la demanda, tanto en hombres como en mujeres, aumentó en un 30 por ciento. Un par de años más tarde, en 1988, una nueva tecnología vendría a facilitar el camino de la planificación familiar para los hombres: la vasectomía sin bisturí. Con el fin de enseñar el procedimiento a urólogos y cirujanos del país y del conti-
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nente, llegó ese año a Profamilia el doctor tailandés Apichart Nirapathpongporn. El procedimiento había sido desarrollado por el médico chino Li Shunqiang, preocupado por la poca popularidad que la vasectomía tenía en su país, y ofrecía una alternativa menos invasiva, más rápida y sencilla que la vasectomía convencional. A partir de ese momento, el método, que representa evidentes ventajas operatorias y postoperatorias tanto para el cirujano como para el paciente, se comenzó a usar en la mayor parte de las vasectomías que se practican en Profamilia. En términos generales, la década tuvo, como es apenas natural, algunos altibajos y planteó a la institución serios desafíos que fueron superados con tenacidad e ingenio. Durante este período se calculaba que Profamilia proveía alrededor del 70 por ciento de toda la planificación que se hacía en Colombia y se batieron todos los registros en cuanto a servicios. Con respecto a los programas de aqv, para 1983 ya se estaban realizando más de 50.000 intervenciones anuales y al finalizar la década la cifra superaba la sorprendente marca de 60.000 operaciones al año. En estímulo a esta labor, la institución recibió durante este período diversas distinciones nacionales e internacionales. Dentro de ellas, es preciso destacar el Premio Mundial de Población otorgado por las Naciones Unidas en 1988. Una excelente manera de cerrar con broche de oro una década pródiga en realizaciones.
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Una serie de novedades alteraron la evolución de las actividades de Profamilia a comienzos de los noventa. En el plano nacional, dentro de las reformas tendientes a la reducción del Estado, el Congreso aprobó una modificación dramática en todo el sistema de seguridad social a través de la Ley 100 de 1993. Esta medida afectaba directamente a Profamilia, que a
partir del momento se vería obligada a adaptarse a las nuevas condiciones creadas por la aparición de competidores. Por otra parte, la misma institución había comenzado un proceso de renovación interna haciendo fuertes inversiones en infraestructura y dotación de sus clínicas en todo el país. A partir de 1994 se abrieron y equiparon quirófanos, se ampliaron sedes y se construyeron nuevas clínicas. Mientras tanto, el 70 por ciento de las parejas colombianas en edad fértil ya practicaban de manera regular algún tipo de planificación familiar y estaban demandando más servicios conexos a su salud sexual y reproductiva. Las Clínicas del Hombre, que ese año estrenaron instalaciones en Bogotá, también fueron sometidas a una importante reestructuración. En ese momento había siete clínicas en igual número de ciudades con independencia administrativa y física de las clínicas femeninas. Pero en aras de mejorar la atención y optimizar su funcionamiento, fue necesario integrar ambos servicios. Jaime Guevara empezó a trabajar con Profamilia como anestesiólogo en 1985. Ocho años más tarde, y después de haberse especializado en administración, el doctor Trías lo llamó para que lo acompañara como asistente médico de la Dirección Ejecutiva. Guevara explica que en 1994 se fusionaron administrativamente las clínicas masculinas ya existentes a las femeninas.“Desaparece toda la parte administrativa de la Clínica del Hombre —dice Guevara—. Se va director y administrador, y se fusionan todos los servicios bajo la batuta del director y la administradora de la femenina”. A partir de entonces, las siete Clínicas del Hombre dan paso a casi 30 programas masculinos en todo el país, y quedan como espacios independientes sólo las clínicas de Bogotá y Medellín. “Pero los programas seguían igual —precisa Guevara—. Nada se perdió, la gente ni se dio cuenta, porque se presta exactamente el mismo servicio”. Éste fue el preámbulo de una serie de reestructuraciones mayores que a partir de 1995, bajo la dirección de María
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Isabel Plata, se emprendieron con la intención de hacer más eficiente la institución y despejar el camino hacia su autosuficiencia. Un asunto de vital importancia dado que por aquellos años, las donaciones internacionales seguían diminuyendo considerablemente y la única manera de subsidiar los programas quirúrgicos, y en general toda la labor social, era con recursos propios. La estrategia surtió efecto. Tras una primera etapa de transición, en la que por efecto del menor volumen de recursos hubo una merma en la prestación de servicios, Profamilia pudo enfrentar los desafíos que las nuevas condiciones le habían planteado y llegar al final del decenio con resultados más que alentadores.“Profamilia ha crecido, ha mejorado su infraestructura física y tecnológica como nunca en sus 40 años lo había hecho”, afirma Guevara. El programa de Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (aqv) masculina, que en los primeros años había tardado en despegar, durante la segunda mitad de los años noventa se mantuvo estable por encima de las 5.000 operaciones anuales hasta superar en 2002 las 8.000 intervenciones. En el caso de la aqv femenina, se registró un descenso en el número de pacientes entre los años 1998 y 2000, cuando la economía colombiana atravesaba momentos difíciles y el mercado llegaba a una cierta saturación de prestadores del servicio. No obstante, a partir de ese momento las cifras se han recuperado y la aqv femenina continúa siendo uno de los principales servicios que Profamilia ofrece a las mujeres.“Cuando las aseguradoras se dan cuenta de que no son eficientes —explica Guevara—, vuelven a nosotros. Tanto es así que hemos aumentado la contratación tremendamente en todo lo que es ligadura. En eso está el futuro y nosotros estamos fuertes”. Sin embargo, en todo este tiempo hubo una parte de los programas de aqv que, por razones externas a la institución, no presentó mayor movimiento. Desde principios de los años noventa, los quirófanos portátiles de Profamilia fueron menos utilizados que dos décadas atrás.“Las brigadas móviles —afir-
ma Guevara— se siguen haciendo, pero se han limitado mucho por cuestiones de seguridad”. Esto no quiere decir que la idea se haya abandonado por completo. Sólo se esperan mejores tiempos para que arranque de nuevo.
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l proyector, un Bell Howell de 16 milímetros, había llegado hasta ese lugar a bordo de un jeep Willis, propiedad de la Federación de Cafeteros, embalado en dos maletas cuadradas, una para el aparato y otra para el altavoz. Afuera era de noche y los chasquidos y cantos de los animales nocturnos se filtraban en el recinto, mezclándose con la voz de la asesora de Profamilia Magnolia Peláez Patiño, mientras hacía una pequeña introducción al filme que estaba a punto de ser proyectado. Detrás del auditorio, con dedos ágiles su colega Consuelo Vásquez terminaba de insertar la película por las guías del proyector, algo para lo que meses atrás había sido entrenada en Bogotá. Poco después, un haz de luz atravesaba la sala para proyectar un cortometraje protagonizado por diversos animalitos de caricatura.Todo un acontecimiento. Para ese entonces, octubre de 1971, Colombia era un país donde los medios masivos de comunicación estaban lejos de cubrir todo el territorio nacional, de manera que muy probablemente nadie, entre el puñado de campesinos cafeteros que observaban expectantes la improvisada pantalla, había visto en su vida algo similar a una imagen en movimiento. Aquella era también la primera vez que en la alejada vereda Canceles, zona rural del municipio de Belén de Umbría (Risaralda) alguien pronunciaba las palabras “planificación familiar”, que era el tema del que aquellas dos asesoras de Profamilia habían ido a hablar, apoyándose en ese prodigioso medio audiovisual. Al finalizar la exhibición, nuevamente Magnolia Peláez tomó la palabra, y tras algunos comentarios finales la cedió al público para responder a sus interrogantes. Casi no quedaron manos sin levantar. Más de 30 años después, Consuelo Vásquez recuerda conmovida aquella escena con la que se dio comienzo efecti-
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vo al programa de Distribución Comunitaria de Anticonceptivos (dca). Una idea más que innovadora para aquella época. “Realmente, de todas las experiencias que yo viví con Profamilia, que fueron bastantes y en diferentes campos, ese trabajo con los campesinos fue el más lindo. La gente era muy receptiva y estaba ávida de recibir información”, asegura Consuelo Vásquez. Con esta nueva estrategia, Profamilia no buscaba en realidad nada distinto a lo que, de hecho, fue desde el principio el motor de su actividad: llevar la planificación a todas aquellas personas que, por diversos motivos, no tenían acceso a ella.Al respecto, señalaba el entonces director de Profamilia, Gonzalo Echeverry, en una ponencia que presentó en Tokio (Japón) en 1977, que hasta ese momento había tres grandes ausentes en los programas de planificación familiar: la población rural, los habitantes de los barrios marginados de las grandes ciudades y los pobladores de municipios intermedios o pequeños.1 Para llegar a esos sectores, a lo largo de los años la institución ha puesto en marcha diversos mecanismos, algunos de los cuales se han transformado, evolucionado o desaparecido en el camino. De manera que a partir de aquella primera proyección en Risaralda, comenzaron a izarse por todo el país olvidado, desde las veredas retiradas hasta los cinturones de miseria que rodean a las ciudades, esas banderitas verdes que indicaban la presencia de Profamilia.
DEMOLER PAREDES El origen del programa rural se dio de la manera más casual imaginable. Una conversación informal entre el doctor Gonzalo Echeverry y un alto directivo de la Federación Nacional de 1
Gonzalo Echeverry. “Action Now Towards More Responsible Parenthood Worldwide”.
Proceedings of the Tokyo International Symposium. Japan Science Society, Draper World Population Fund. 1977.
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Cafeteros de Colombia, en medio de un evento social, concluyó que era necesario establecerlo, y que la Federación podía patrocinar su inicio. En cualquier otro escenario y con otros protagonistas, muy probablemente las cosas habrían quedado de ese tamaño: vainas que se dicen al calor de unas copas. De manera que no pasó mucho tiempo para que comenzara el diseño del programa y para que los fondos, haciendo valer la palabra empeñada, estuvieran asignados. Sin embargo, la decisión de establecer un programa de distribución rural de anticonceptivos estaba lejos de ser una cuestión puramente metodológica. En primer lugar, las condiciones no eran en apariencia las más propicias. Colombia era un país con escasas vías de comunicación, predominantemente rural, con altos índices de analfabetismo, pobreza, mortalidad infantil y, factor importante, de fuerte tendencia conservadora. Adicionalmente, a todas esas barreras se sumaba un requisito aparentemente pequeño, pero difícil de cumplir: como regla general, todos los anticonceptivos se vendían con prescripción médica. Así que para poder llevar la planificación a las zonas rurales, Profamilia debía contar con un verdadero ejército de doctores que recorrieran el país armados de lapiceros y resmas de recetarios. Un imperativo logístico que sencillamente estaba por fuera de las posibilidades de la institución.Aunque nunca se les pasó por la cabeza la idea de que era descabellado intentarlo, prefirieron diseñar una estrategia relativamente sencilla, que con el tiempo y sobre el terreno fueron perfeccionando. La base de esa estrategia serían las mismas usuarias. Humberto Montoya, quien se vinculó al programa como asesor y posteriormente pasó a ser su coordinador nacional, explica que se buscaban personas que tuvieran algún tipo de ascendente sobre su comunidad.“Por lo general —dice— era la señora que tenía un pequeño salón de belleza, una miscelánea, una tienda. A estas personas les ofrecíamos el programa y les explicábamos en qué consistía la planificación familiar.
Todo en un lenguaje muy elemental, de tal manera que pudieran transmitir el mensaje a la gente de su barrio”. Adicionalmente, esas mujeres recibían alguna capacitación que les facilitara administrar mejor su negocio y, naturalmente, el de los anticonceptivos. “En un momento dado, cuando ya veíamos que la distribuidora estaba capacitada, le entregábamos en consignación algunos anticonceptivos orales, condones y óvulos —recuerda Montoya—. Cada mes se hacía un inventario para ver qué había vendido, recibíamos el dinero y volvíamos a surtirla de acuerdo con las ventas que había hecho”. Ese tipo de anticonceptivos se habían escogido porque su utilización no requería asistencia clínica, su eficacia estaba fuera de toda duda y, no menos importante, al provenir de donaciones o estar de alguna manera subsidiados —mayoritariamente por la Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf)— Profamilia podía venderlos a precios realmente bajos y, aun así, obtener algún beneficio. La labor de las distribuidoras, en quienes recaía al final el éxito o fracaso del programa, era voluntaria, dependía básicamente del entusiasmo que las asesoras de Profamilia consiguieran contagiarles por la planificación familiar. Sin embargo, y para no dejar todo a la buena voluntad de las personas, la institución les reconocía un pequeño incentivo de carácter simbólico —uno o dos pesos de la época— por cada venta. “En la puerta —recuerda Montoya— se les ponía un aviso que decía ‘Puesto de Información en Planificación Familiar’ y se izaba la bandera verde de Profamilia. Eso se veía en todas las áreas marginadas”. De esta manera, era posible atender considerables sectores de la población, con un reducido número de funcionarios. En cuanto a las prescripciones médicas, la única posibilidad concreta que existía era prescindir directamente de ellas. Profamilia iba a vender anticonceptivos a todo aquel que los requiriera, con o sin receta. Sencillamente, no había forma de realizar tantos exámenes médicos y elaborar tantas recetas
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como hubiera sido necesario. Basta recordar que sólo en el primer año de labores, el programa distribuyó unos 20.000 anticonceptivos entre ciclos, óvulos y condones. Ésta fue una osada iniciativa que, como se verá más adelante, le valió no pocas críticas a la institución.
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Poco tiempo después de comenzado el programa de dca, Profamilia pudo comprobar que la realidad era más propicia de lo previsto inicialmente. Existían, en efecto, todas esas barreras que se habían sospechado, pero ninguna de ellas era infranqueable. “Al principio —recuerda Montoya— la gente era un poquito recelosa, pero poco a poco, con bondad, con mucho respeto, se iban venciendo esas cosas y se daban cuenta de las ventajas del programa”. Para realizar este trabajo, las asesoras de Profamilia se desplazaban hasta las remotas comunidades utilizando el medio de transporte que fuera necesario. A veces utilizando los vehículos de la Federación de Cafeteros, pero cuando éstos no estaban disponibles o cuando sencillamente no existía un camino transitable, se echaba mano de buses, camiones, tractores, canoas, animales de carga o, en el peor de los casos, de los pies. De esta forma, las asesoras atravesaban veredas, pastizales, sembradíos y cerros para llegar a su cita cargando las dos maletas del proyector, una caja con volantes y material educativo, un maletín lleno de anticonceptivos y, a los lugares donde no había energía eléctrica, también llevaban una pequeña planta generadora. Para Consuelo Vásquez, semejantes proezas fueron posibles gracias al compromiso y la dedicación que los empleados de Profamilia empeñaron en su trabajo. “En esa época —recuerda— uno se metía a trabajar con la comunidad y podía sentir cómo necesitaba lo que se le estaba llevando. La respuesta agradecida de la gente era suficiente para uno enfren-
tar cualquier situación. Yo creo que hicimos patria, y que de una u otra manera se sigue haciendo”. De esta forma, por primera vez en América Latina, un grupo de más de 10.000 mujeres de la población rural recibió por más de dos años la píldora anovulatoria, sin presentar complicaciones importantes, y todo esto a pesar de que ninguna de ellas había sido formulada por un médico. Ante tales resultados, estuvo claro que había llegado la hora de presentar el programa en sociedad. La oportunidad se presentó durante un consejo regional de directores de las asociaciones afiliadas a la ippf en el hemisferio occidental, reunida en Río de Janeiro (Brasil) en septiembre de 1973. Sin embargo, a veces no es fácil ser pionero: en lugar de aplausos y palmaditas en el hombro, lo que le llovió a Profamilia fueron críticas airadas. Sus pares de la región no sólo estaban en desacuerdo con la orientación que se había dado a la planificación familiar, sino que solicitaron la suspensión inmediata del programa. A pesar de todo aquello, la iniciativa logró continuar con la anuencia de la ippf gracias a una visita que el director médico de esa institución hizo al país: quedó tan convencido de las bondades de la dca, que sugirió a su oficina en Londres que se promoviera la creación de programas parecidos en otros países y, de hecho, recomendó que dentro de la misma ippf se abriera un departamento de programas comunitarios. Y así ocurrió más tarde. De esta forma, un aparente revés se había convertido en éxito. Para ese entonces, la experiencia acumulada había permitido establecer unas reglas metodológicas básicas y afinar todos los mecanismos del programa.También se habían generalizado los sistemas de registro y seguimiento —cuya finalidad era minimizar los abandonos (drop-outs)—, y se estaba atendiendo en las zonas cafeteras de seis departamentos: Risaralda, Quindío,Valle, Cundinamarca,Antioquia y Tolima. La dca estaba lista para ir más allá de las zonas cafeteras y extenderse por todo el país.
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En ese sentido, uno de los progresos más importantes que tuvo en esos años el programa fue la apertura de la modalidad urbana de dca, que ocurrió en 1974. Dice Montoya:“Nos fuimos a las áreas más marginadas, a los cinturones de miseria de las ciudades. Muchas de estas personas venían del campo, huyendo de la violencia, y otras habían llegado buscando posibilidades de empleo y educación, atraídas por la fantasía de la gran ciudad”. La metodología era la misma que en los programas rurales. Previo contacto con la comunidad, la asesora llegaba a la zona con todos los materiales y el equipo, por lo general después de las cinco de la tarde para asegurarse de que pudieran asistir a la reunión las personas que trabajaban durante el día. Entonces se hacía una charla introductoria, se resolvían las inquietudes, se repartían los materiales y la información pertinente para después dejar que el Pato Donald, proyectado en la pantalla, hiciera el resto del trabajo. Hubo, como en todo, inconvenientes que debieron ser superados no sin algo de astucia. Por ejemplo, Montoya recuerda el caso del barrio bogotano Policarpa Salavarrieta, donde no les fue posible establecer un puesto de distribución. Los miembros de la Junta de Acción Comunal del barrio, el cual ha sido un reducto tradicional de la izquierda militante en la ciudad, se negó rotundamente a dejarlos entrar. En casos como ése, se iban al barrio colindante, para abrir no uno sino dos puestos de distribución. De esta forma, las mujeres que escuchaban hablar del asunto a sus vecinas se interesaban por la planificación y tenían un sitio cercano para obtener información y anticonceptivos. “Entonces —asegura Montoya— no teníamos que pelear. Para pelear se necesitan dos y nosotros no peleábamos con nadie”. Dadas las condiciones de agrupamiento de la población y la mayor facilidad para las comunicaciones, la versión urbana de la dca consiguió crecer y consolidarse de manera más rápida y eficaz que la modalidad rural. Entre marzo de 1974, cuando se inició el programa, y diciembre de ese año, había
un total de 29.166 nuevas aceptantes y se habían vendido más de 100.000 ciclos de pastillas en 288 puestos de distribución. Ya para ese entonces, la dca en sus dos modalidades surtía a poco menos de la mitad de las beneficiarias de los servicios de Profamilia. Ese mismo año se decidió terminar con los sistemas de registro y seguimiento. La razón, anotada por el doctor Miguel Trías en un estudio de la época, resultaba sensata:“Se instituyó el derecho al drop-out como un derecho complementario y tan respetable como el de planificar”. De todas formas, Profamilia ya sabía que, para efectos demográficos, daba lo mismo una mujer planificando todo el año que 12 mujeres haciéndolo durante un mes. La institución tampoco tuvo reparos en utilizar los más insólitos métodos para alcanzar el don de la ubicuidad. Lo importante era llevar el mensaje. De esta forma, un buen día de 1975 comenzaron a aparecer en los periódicos nacionales una serie de avisos invitando a ponerse en contacto con Profamilia a los habitantes de las regiones más apartadas del país que estuvieran interesados en la planificación familiar. La intención era reclutar tantos distribuidores como fuera posible en todos aquellos lugares donde Profamilia no estaba en capacidad de llegar físicamente. Todas las transacciones, el suministro de información, la capacitación administrativa y el abastecimiento de los elementos contraceptivos se harían, sencillamente, utilizando el sistema nacional de correos. El Programa de Distribución Comunitaria por Correo, aunque audaz, no pudo ser sostenido por mucho tiempo. En sus cinco años de funcionamiento logró establecer poco más de 30 puestos de distribución y, por tanto, las cifras de colocación no alcanzaron las cotas esperadas. Pero aquello no fue impedimento para que la institución continuara ensayando innovaciones. Más adelante, bien por iniciativa propia o bien obligada por las circunstancias, Profamilia tendría oportunidad de demostrar su capacidad de innovación y transformación.
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LOS AÑOS DIFÍCILES Los años ochenta no fueron fáciles para América Latina y Profamilia no pudo sustraerse del clima de zozobra e inestabilidad generales que embargaron tanto a la economía regional como a la mundial. La Década perdida, como la llamaron los economistas, estuvo caracterizada, sobre todo en sus primeros años, por altas tasas de inflación monetaria, recesión, desempleo e insolvencia de las economías nacionales. Ante la consecuente reducción de la ayuda internacional, Profamilia se vio obligada a emprender un plan de reorganización administrativa, que incluía el cierre de varios centros. Así, las 39 clínicas que funcionaban en el país para 1977, se vieron cinco años más tarde reducidas a 28. Se trataba en su mayoría de centros poco eficientes, que la institución mantenía funcionando más por el interés de asegurar la presencia en ciertas regiones que por sus resultados reales. De la misma forma, en 1981 se decidió integrar los programas rural y urbano. A partir del momento sólo habría una Distribución Comunitaria, a secas. Y ante las pocas señales de mejoría de las circunstancias externas, los 4.094 puestos de distribución que la institución sostenía en ese momento se fueron reduciendo paulatinamente hasta llegar a 3.412 en 1985. Estuvo claro entonces que para relanzar las cifras de distribución era necesario tomar nuevas medidas. Alcanzar la autosuficiencia fue, desde sus primeros años, una especie de sueño dorado para Profamilia. Si bien nunca se despreció la importancia de las donaciones locales e internacionales, siempre se tuvo claro que aquello no iba a durar toda la vida. En ese sentido se habían desarrollado diversas estrategias, dentro de las que destaca particularmente el programa de Mercadeo Social, iniciado en 1973. El programa tenía el propósito de generar, mediante la venta comercial de productos anticonceptivos, utilidades que permitieran sostener otras actividades menos productivas o completamente improductivas en términos económicos.
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Contando con la sustancial ventaja de que nadie estaba en capacidad de vender más barato que Profamilia, la institución desplegó una amplia red de distribución para colocar condones, espumas, óvulos y tabletas vaginales en puntos de venta establecidos en todo el país, desde droguerías hasta graneros y cooperativas. Conciliando el espíritu social de la institución con sus propias necesidades económicas, la idea era poner la planificación familiar al alcance de la mayor cantidad de personas a precios accesibles. En aquella época, no superaba el dos por ciento de la población el número de colombianos que habitaban en los llamados Territorios Nacionales, que eran entidades administrativas menores, donde el Estado llegaba más bien poco. Sin embargo, esto no fue impedimento para que estas regiones fueran también contempladas dentro del plan de cobertura de mercadeo. Al mismo tiempo que los distribuidores de Profamilia llegaban a las droguerías de las ciudades y municipios, había empleados de la institución viajando en carros, barcazas y aviones ligeros, aprovisionados con víveres suficientes para pasar una temporada en la selva y con cajas de anticonceptivos para surtir graneros, tiendas y cooperativas campesinas. Olga Montaño, una de aquellas asesoras pioneras de Profamilia, cuenta que para llegar, por ejemplo, hasta las poblaciones fronterizas con Venezuela, debía emprender una expedición de quince días a lo largo del río Meta.“Es difícil explicar lo que uno sentía viviendo sobre ese planchón, porque no era una lancha adecuada, sino un planchoncito de carga, con un motor que hacía un ruido terrible y producía una vibración tremenda. Lo demás era agua y sol”.2 Con el fin de sacar el mejor provecho de los recursos disponibles, en la misma embarcación llevaban una camilla para aplicar dispositivos intrauterinos y tomar citologías. Desde 1972, Profamilia adiestraba a enfermeras y auxiliares de 2
Silvia Galvis. Se hace camino al andar. La otra historia de la planificación familiar. Pro-
familia, 1995.
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enfermería para tal fin. La iniciativa no había gustado a los médicos, quienes hasta entonces tenían el monopolio de estos procedimientos, pero después tuvo tanto éxito, que en 1976 la institución incluso impartió cursos regulares sobre el particular. El mismo doctor Miguel Trías había enseñado a Olga Montaño cómo poner los dispositivos. En sus recorridos, la asesora de Profamilia pudo ser testigo de la existencia de un país prácticamente olvidado, donde lo más cercano a un método de planificación familiar era un milagroso vaso de agua postcoito, secretas infusiones de plantas o un algodón empapado en vinagre. De esta forma, durante la década de los setenta la institución llegó a abastecer cerca del 70 por ciento del mercado nacional de anticonceptivos. Las considerables ganancias de esta actividad eran a su vez reinvertidas en servicio a la comunidad. La dicha no alcanzó a durar diez años. Con la crisis de los ochenta, la moneda colombiana había comenzado un rápido proceso de devaluación, lo que encarecía el valor de los anticonceptivos y reducía el margen de utilidad. Sumado a todo esto, aparecieron en el mercado nuevos competidores y, de hecho, el principal proveedor de Profamilia, los laboratorios Wyeth, después de que la institución les había abierto el mercado, terminaron la relación comercial para meterse al negocio por su cuenta. De manera que a mediados de los años ochenta fue necesario realizar una nueva fusión administrativa dentro de la institución. Así, la unión de Mercadeo Social con Distribución Comunitaria dio a luz —utilizando el nombre del primero con el apellido de la segunda— al nuevo Mercadeo Comunitario.A partir de ese momento esta oficina tendría la responsabilidad de recoger las banderas de los programas de dca y, al tiempo, asegurar en los años venideros una fuente de recursos propios para la institución. Esta vez la estrategia dio resultado y al finalizar la década, Profamilia abastecía 4.000 puestos comunitarios y 6.000 puntos de venta.
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PROGRAMAS INTEGRADOS A finales de la década de los ochenta, el doctor Fernando Tamayo, entonces presidente de la Junta Directiva de Profamilia, recibió una invitación para que la institución se vinculara en un vasto programa de inversión social que la Presidencia de la República, en cabeza de Virgilio Barco, llevaba a cabo en distintas regiones del país: el Plan de Rehabilitación por la Paz. En concreto, se esperaba que la institución pusiera en marcha un proyecto de atención primaria en salud para las zonas del Medio y Bajo Magdalena, región que, con sus 50.000 kilómetros cuadrados y casi dos millones de habitantes, concentraba gran parte del conflicto interno del país. Aunque hasta ese momento Profamilia se había mantenido firme en su posición de dedicarse exclusivamente a la planificación familiar, al estudiar las condiciones de extrema pobreza en que vivía un importante porcentaje de la población en esa zona y sus precarias condiciones de salud, las directivas de la institución decidieron aceptar el reto. Lo cierto es que alguna experiencia previa tenían en ese campo.A partir de 1978 y durante cuatro años, se había realizado en 348 escuelas rurales de 21 municipios una iniciativa que integraba algunos elementos de atención primaria en los programas de planificación familiar. Aquella iniciativa, financiada y promovida por la Organización Japonesa para la Cooperación Internacional en Planificación Familiar (joicfp), incluía la formación de las comunidades en diversos aspectos de higiene y salud, así como la distribución subsidiada de antiparasitarios de amplio espectro. Sin embargo, aquel programa no tenía los alcances del que ahora se estaba proponiendo a la institución. Germán López es el hombre que ha estado detrás de varios de los proyectos más importantes de Profamilia. Cuando la institución, en 1987, le entregó la planeación del programa para el Magdalena Medio, acababa de finalizar una experiencia similar a la realizada con los japoneses en los setenta pero en las zonas urbanas marginales de siete ciudades intermedias. El
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nuevo proyecto cubriría toda la rivera del Magdalena, desde Rionegro (Cundinamarca) hasta la desembocadura del río. Con el apoyo técnico de la Fundación para el Desarrollo de la Educación en Salud en Colombia (Fudesco), una organización especializada en atención primaria, Profamilia preparó un equipo de 20 asesoras y dos supervisoras zonales para cubrir un total de 74 municipios. “Combinamos la metodología de Fudesco en esa línea temática y la experiencia de Profamilia —dice Germán López—. Se cambió la táctica que venía trabajando Profamilia de hacer charlas aisladas, a hacer procesos de formación con las mujeres en la comunidad”. En esas condiciones, el personal de Profamilia empezó a trabajar planificación familiar, infección respiratoria aguda, enfermedad diarreica aguda, parasitismo, paludismo, prevención del cáncer uterino, control de crecimiento y desarrollo en los menores, lactancia y nutrición. “Fue un programa muy fuerte que vino a llenar un vacío que tenía el sector público en el país, que era la prevención de base en salud primaria”, asegura López. A pesar de que se trataba de una de las zonas más conflictivas del país y del difícil momento de orden público que estaba atravesando, el programa estuvo funcionando tres años sin mayores incidentes. Asegura López que, por el contrario, el personal de Profamilia en términos generales era muy bien recibido.“Uno iba bajo la bandera de Profamilia, y eso era garantía permanente de seguridad”. Lo cual no quiere decir que en ningún momento surgieran imprevistos. Para visitar a todas las asesoras, dotarlas de anticonceptivos y supervisar el funcionamiento general del programa, López debía emprender travesías que duraban 25 días a lo largo del río Magdalena por vías terrestre y fluvial. En tan largo trayecto no era inusual encontrarse de pronto flotando a la deriva a bordo de un bote con el motor averiado, pernoctando al raso en pueblos desconocidos y alimentándose con galletitas o animales de monte cuyo origen realmente desconocían.
En 1990, la financiación de la Federación de Cafeteros se terminó, pero, sin embargo, el proyecto no se desmontó completamente. Con dineros provenientes del Fondo Siglo xxi de la ippf, sumados a recursos propios de la institución, fue posible asegurar la permanencia en la región durante los años subsiguientes bajo la figura del programa rural, en municipios seleccionados como prioritarios.
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PLANIFICACIÓN PARA TODOS Con la llegada de los años noventa, ocurrieron nuevas transformaciones en el trabajo que Profamilia venía adelantando con las comunidades marginadas. Por cuestiones estrictamente operativas, el sistema de distribución comunitaria finalmente dejó de utilizarse y todas aquellas banderitas verdes que identificaban la presencia de la institución debieron arriarse en las zonas marginales del país. Lo que no desapareció fue el espíritu de esa iniciativa. El Mercadeo Comunitario anticipó la creación de la Gerencia Nacional de Mercadeo de Productos, que continuó llevando a los municipios y zonas marginadas del país métodos anticonceptivos a los precios más competitivos del mercado. Para esta labor se utilizaba una amplia red de distribuidores, entre los que se incluían cajas de compensación, cooperativas, cadenas de almacenes, droguerías y otros puntos de distribución, como tiendas de barrio y cacharrerías.Así, en la primera mitad de los años noventa la institución alcanzó a cubrir aproximadamente el 80 por ciento de los municipios del país. El otro propósito del programa —generar utilidades que permitieran apoyar la labor social de Profamilia— se siguió consiguiendo a pesar de los altibajos naturales en todo mercado. Sólo en 1994, por ejemplo, el excedente generado por la Gerencia Nacional de Mercadeo de Productos permitió, entre otras cosas, subsidiar alrededor de 25.000 cirugías de planificación familiar.
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Para esto, ha sido fundamental esa otra característica de la institución que le ha valido la permanencia a través de los años: capacidad de innovación. Profamilia fue el primer distribuidor de condones en Colombia, trajo los anticonceptivos inyectables, la terapia de reemplazo hormonal y, marcando un verdadero hito en la historia de la planificación en el país, la anticoncepción de emergencia. Catalina Uribe, actual gerente nacional de Mercadeo de Productos, explica que durante todo este tiempo su oficina ha buscado ampliar la línea de productos afines con la salud sexual y reproductiva o, como en palabras llanas ella misma dice, “se trata de pegar primero”. Eso ha permitido que las multinacionales y laboratorios reconozcan la labor de Profamilia y su importancia en la distribución y comercialización de cualquier anticonceptivo.“Se hace claro que estar o no con Profamilia marca una diferencia”, dice Uribe. Desde los años setenta, cuando toda esta historia comenzó, la institución ha distribuido a través de sus distintos programas más de 100 millones de ciclos de píldoras y casi 160 millones de preservativos. La mayor parte de ellos fueron entregados a personas de escasos recursos, que de otra manera no tendrían acceso a la planificación familiar. Explica Uribe que en 2005 se atienden más de 400 municipios en todo el país, se siguen haciendo movilizaciones a las áreas rurales y se surten depósitos, puntos de venta y todo tipo de clientes. “Digamos —concluye Uribe— que se mantiene la labor social de Profamilia en términos de cobertura, desplazamiento, distribución y accesibilidad. Pero la señora del barrio con la banderita en la puerta ya no existe”.
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Derechos en acción
capítulo VI
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ntes del amanecer, el teléfono de la casa de la familia Plata Tamayo repicó varias veces.Al otro lado del mundo, la voz de María Isabel, la hija de 33 años, se escuchaba entrecortada y presurosa. Desde Nairobi (Kenia) buscaba hacerles llegar un mensaje urgente al presidente de Profamilia, Fernando Tamayo, y a su director ejecutivo, Miguel Trías, pero los únicos que a esas horas parecían dispuestos a recibir una llamada y tomar nota de las inquietudes de la entusiasta abogada eran sus propios padres. Corría la segunda quincena de julio de 1985 y María Isabel Plata asistía a la Tercera Conferencia Mundial sobre la Mujer, cuyo propósito era abrir la discusión en torno al problema de la discriminación contra la población femenina, sensibilizar a la gente y trazar metas en este sentido, con proyección al año 2000. La abogada colombiana estaba maravillada al descubrir cómo en un mismo espacio se abrían todas las ventanas sobre aquellos temas de mujer que, desde los tiempos en que era estudiante de Derecho de la Universidad del Rosario, de Bogotá, despertaban en ella grandes inquietudes intelectuales. Aparte de la emoción de ver de cuerpo presente a las autoras que leía, una de las más significativas experiencias fue compartir con abogadas y sociólogas de un centenar de países la percepción de que en los últimos años había habido grandes avances en materia de derechos de las mujeres en el mundo, pero que muchos de ellos todavía eran letra muerta en sus respectivas naciones. Precisamente, María Isabel Plata había concluido el año anterior un trabajo para Profamilia y la Universidad de Columbia, de Nueva York, titulado Ley, población y la situación de la mujer en Colombia, que analizaba
las desigualdades entre hombres y mujeres; la planificación familiar en la legislación civil, laboral y penal, y sus repercusiones en las decisiones sexuales y reproductivas. Durante las sesiones informales de la conferencia en Nairobi, el grupo de mujeres discutió y planteó estrategias sobre cómo llevar los derechos a la acción y, muy especialmente, sobre cómo dar a conocer la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (Cedaw), aprobada por Naciones Unidas en 1979. Gracias a esos encuentros y casi de manera providencial, María Isabel Plata supo que la organización británica Population Concern ofrecía financiación para montar proyectos relacionados con población en distintos países, y pensó que si obtenía el apoyo de Profamilia y la organización internacional aportaba el dinero, tendría una inigualable oportunidad de convertir muchas de las propuestas de Nairobi en una realidad. Entonces hizo aquella llamada en horas en que Bogotá todavía dormía y dejó el mensaje en casa. Hacia las tres de la mañana del día siguiente recibió una respuesta en la habitación del hotel.A través del teléfono escuchó que los directivos de Profamilia respaldaban su iniciativa, pero le advertían que la institución no estaba en capacidad de incurrir en gastos. Por primera vez en su vida, Plata tenía que sentarse a redactar un proyecto de esa índole. Contó con la ayuda de la reconocida abogada de la Universidad de Columbia Rebeca Cook, con quien madrugó esos días para preparar la propuesta antes de que acabara la conferencia. Los papeles llegaron a manos de los representantes de la organización británica casi en el límite del tiempo, y María Isabel Plata regresó a Colombia y continuó sus investigaciones como abogada. A mediados de 1986 recibió la noticia de que, finalmente, el Population Concern había aceptado financiar el proyecto de crear, dentro de las instalaciones de Profamilia, una oficina de asesoría legal para las mujeres. El problema, entonces, era por dónde comenzar. “Yo nunca litigué y ni me gustó la mecánica del derecho —dice Plata—. Por eso me di a la ta-
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rea de buscar compañeras de clase que ejercieran y fueran magníficas abogadas. Contacté a María Cristina Calderón y a Athala Peña, les planteé la cosa y ellas se entusiasmaron con la idea”. Las tres mujeres estaban a punto de dar, al amparo de Profamilia, un nuevo paso que tendría repercusiones en el ámbito nacional.
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Tras año y medio de separación de hecho de su marido, la señora Martha quiso reclamar la custodia de su hija y una separación de bienes en regla. Mientras relataba los pormenores de su caso, al otro lado del escritorio María Isabel Plata tomaba atenta nota, registrando en un octavo de cartulina la información relevante. La escena transcurría en una pequeña oficina en el quinto piso de la sede administrativa de Profamilia, el 14 de enero de 1987. La señora Martha, remitida desde el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (icbf), se convertía así en la primera persona que utilizaba el Servicio Jurídico de Profamilia. La abogada María Cristina Calderón recuerda que en aquel momento Colombia era un país que, en las normas, ofrecía ciertas garantías a las mujeres, pero toda una serie de rezagos, más que todo culturales, las hacían inoperantes. “Las mujeres —asegura— seguían siendo ciudadanas de segunda clase. Se necesitaban programas y servicios que en la práctica les permitieran ejercer esa igualdad que la ley les había reconocido”. Calderón venía de trabajar en la oficina jurídica de un banco y acababa de terminar una especialización en el área comercial y bancaria. Sin embargo, la propuesta de ir a trabajar en el Servicio Jurídico, a pesar de significar un relativo cambio de rumbo en su carrera, no pudo parecerle más interesante. “Ser pobre e ignorante en el sentido más amplio de la palabra, es decir, desconocer los derechos, dificulta tanto la
vida en este país, que uno siente que hay que intentar ayudar a la gente”, confiesa la abogada. El comienzo de las actividades de la nueva oficina fue el 1 de noviembre de 1986, pero la apertura al público tomó dos meses y medio, pues las tres abogadas tuvieron que realizar un buen número de preparativos logísticos y administrativos para que el servicio pudiera funcionar. Una de las cosas en las que habían estado trabajando eran las hojas de entrevista, necesarias para llevar el registro de las personas que acudían. Para las abogadas fue claro desde el principio que para optimizar su trabajo necesitaban información clara, confiable y de primera mano que les permitiera conocer las características de quienes atendían en la consulta y el grado de conocimiento de sus derechos como personas y como integrantes de una familia. Con este propósito, desarrollaron una pequeña encuesta a través de la cual empezaron a calibrar los niveles de conocimiento que tenía la población sobre sus derechos:“¿Sabía usted que el abandono de hogar no es un delito?”,“¿Sabía que la violación entre cónyuges puede constituirse en un delito?”. “No queríamos trabajar a partir de supuestos —explica Calderón—. Hicimos la encuesta para no asumir y suponer, sino para mirar quién venía a nuestros servicios y qué necesidades tenía”. Los resultados de esas encuestas tendrían más adelante un papel determinante en la toma de decisiones y en la evolución misma del servicio. Pero mientras tanto, las abogadas se ocupaban en atender las consultas que, poco a poco, comenzaban a presentarse. Como es natural en todo comienzo, la afluencia fue lenta y espaciada. Situación que no varió mucho durante el resto del primer año de actividades, en el que se atendieron, en total, 953 consultas de primera vez. En ese entonces, los motivos más frecuentes de consulta eran, como siguen siendo hoy, alimentos, divorcios, separaciones y casos de violencia en la familia. “En Colombia, después del robo, el delito más común y el más impune es la
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LENTO PERO SEGURO
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inasistencia alimentaria”, asegura Calderón. Un problema en el que confluye una serie de factores sociales, económicos y culturales que escapan a la esfera netamente legal, y que ilustra el tipo de situaciones que enfrentarían las abogadas en los siguientes años. En efecto, desde un comienzo, la consulta jurídica permitió un conocimiento profundo de la realidad del país y descubrir, tristemente, que a veces la dignidad de las personas se negocia con una bicicleta, una grabadora o una olla a presión.
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Las abogadas tuvieron claro desde un principio que esa labor permanente de información y asesoría de manera individual no era suficiente. Para conseguir una transformación significativa de las condiciones de las mujeres en el país —lo cual era el propósito final de sus actividades— tenían que trabajar también en esos otros factores no precisamente legales que confluían en la problemática de la mujer colombiana. Por eso, de manera paralela fueron desarrollando una labor de divulgación masiva que mediante charlas, conferencias y distintos materiales de apoyo alcanzaran un sector más amplio de la población. Para este propósito, en aquellos días previos a la apertura de la consulta, las abogadas habían desarrollado algunos materiales como la cartilla Conozca sus derechos, que en Profamilia se considera un verdadero clásico. De ella se hicieron más de 10 ediciones. “La imprimimos y actualizamos permanentemente —recuerda Calderón—, pero ya estaba tan remendada, que con la llegada del año 2000 decidimos renovarla. Entonces hicimos una que se llama Hablemos de derechos, que ha sido muy bien recibida”. Con el tiempo, nuevos materiales vendrían a engrosar el contingente de apoyos didácticos y divulgativos: volantes, folletos, libros, videos y hasta una obra de teatro. Se echaba
mano de todo aquello que pudiera servir para poner en conocimiento de las mujeres colombianas un mensaje sencillo pero provocador para ese entonces: “Somos iguales ante la ley”. Ese material se distribuía en charlas, conferencias, encuentros, seminarios y, en definitiva, en todos aquellos lugares donde Profamilia hiciera presencia. La labor pedagógica empapaba todas las actividades del Servicio Jurídico. Desde muy temprano en su carrera, María Isabel Plata había adquirido una especie de resistencia a la terminología enrevesada con que abogados y médicos solían dirigirse a sus clientes o pacientes.“Ese lenguaje técnico mantiene a la gente en la ignorancia —asegura Plata—. Al aterrizarlo, queríamos volver a la esencia misma del derecho, a ese punto en que la persona actúa sobre sus derechos”. Así que, tal como ocurría con las cartillas, en la consulta las recomendaciones eran claras y directas: “Mire, señora, la comisaría de familia más cercana a su casa queda en este lugar”. “Mire, señora, si su marido la golpea, cambie las guardas de la casa e infórmele a la policía y al comisario. Y, si quiere, dígale a su marido que venga y hablamos con él”. La misión pedagógica también se extendía al ámbito de los jueces, a quienes se intentó persuadir para que consideraran, por ejemplo, la situación de indefensión de las mujeres después de la separación.Tras varios años de vida dedicados a la crianza de los hijos, muchas de ellas habían perdido buena parte de sus competencias laborales. Era claro que entrarían al mercado con una gran desventaja en relación con sus antiguos esposos, pero aun así los jueces repartían los bienes por mitades, convencidos de que estaban tomando la más imparcial de las decisiones. La divulgación directa en las comunidades fue una de las labores más enriquecedoras que desempeñó María Isabel Plata en el servicio. En esa época, Profamilia contaba con algunos jeeps que llevaban a las trabajadoras comunitarias de la institución a las zonas marginales de la ciudad. Plata hizo muchas veces ese viaje para dictar charlas de 10 ó 15 minutos,
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INFORMACIÓN PARA TODAS
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donde pasaba la consigna y los folletos a su atento y en ocasiones sorprendido público. En efecto, hablar de derechos era una pasión. Por eso no resultaba extraño que con bastante frecuencia la atención de los casos no se limitara a ver qué se podía hacer a la luz de los códigos, sino que incluyera un buen surtido de ideas sobre la liberación de las mujeres. María Isabel Plata recuerda que alguna vez se acercó a ella una mujer que ya había sido atendida por una muy feminista abogada del Servicio Jurídico para pedir que se la reemplazaran por una “abogada jurídica”. —¿Una abogada jurídica? —inquirió Plata. —Mire, doctora —replicó la mujer—, es que yo quiero una doctora que me hable sólo de las leyes. No quiero que me hable de qué puedo o no puedo hacer como mujer, porque lo mío es un caso muy serio. Entendido el mensaje, la directora del servicio la llevó con otras abogadas, a quienes les pidió no hablarle de filosofías; sólo de leyes, tal como lo deseaba. Una década y media después, Plata reflexiona: “Eran tiempos en que abundaban mujeres que habían sido criadas para obedecer, que se sentían tranquilas si les decían qué debían hacer e incómodas si se les daba la posibilidad de elegir”. Mientras todo esto ocurría, el servicio comenzó a encontrar nuevos aliados. Varias entidades internacionales, como la Fundación Ford, el Population Council, la Fundación McAshan y la entonces Comunidad Económica Europea, se interesaron en el trabajo y comenzaron a patrocinar diversas actividades. Éstos y otros apoyos permitieron que a principios de la década de los noventa, cuando el servicio se acercaba a sus primeros cinco años de funcionamiento, contara con cinco centros: dos en Bogotá, uno en Medellín, otro en Bucaramanga y el último en Cali. Las personas atendidas también se fueron incrementando. Por las mismas fechas, ya se habían dictado charlas y conferencias a unas 15.000 y se habían prestado servicios de consultoría a cerca de 20.000 más. Esas cifras fueron crecien-
do de manera estable con los años y alcanzaron su punto más alto en la segunda mitad de la década de los noventa.
Desde su creación, el Servicio Jurídico estuvo en contacto con diferentes grupos y organizaciones de mujeres con los que, de una u otra manera, mantenía cierta afinidad. Por eso resultó inevitable que, en 1991, celebrara la conformación de la Red Nacional de Mujeres, que hoy agrupa unas 80 organizaciones en todo el país. Este interés permanente en los asuntos y derechos de las mujeres ha permitido que Profamilia participe en muchas actividades y eventos, como la preparación del segundo y tercer informe del gobierno colombiano al Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, de Naciones Unidas; la elaboración, junto con otras abogadas, del marco jurídico de la Convención interamericana para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra la mujer; la aprobación del Protocolo Facultativo a la Convención de la mujer, y la redacción de los informes presentados por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 1997, 2001 y 2005. Así mismo, en el campo de las normas nacionales, el Servicio Jurídico ha intervenido cuando se han presentado propuestas y reformas relacionadas con violencia intrafamiliar, el Código del Menor o el Código Penal. Pero tal vez una de las oportunidades más importantes en este sentido se presentó en 1991. Aquel año, María Cristina Calderón se había convertido en la directora del Servicio Jurídico; María Isabel Plata había asumido como asistente de la Dirección Ejecutiva, y Colombia vivía uno de los acontecimientos políticos más significativos del final del siglo xx: la redacción de una nueva Constitución Política. Plata recuerda con emoción que la comisión de la Asamblea Nacional Constituyente encargada del capítulo de Derechos y Garantías se había puesto en contacto con Profamilia.“El doctor Miguel Trías
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INTERVENCIONES PÚBLICAS
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y el doctor Fernando Tamayo encargaron al Servicio Jurídico que elaborara una serie de materiales para justificar y explicar porqué la planificación familiar debía ser considerada un derecho de la persona”, recuerda Plata. De inmediato, las abogadas comenzaron a estudiar y revisar las constituciones de países como Brasil, Nicaragua y México, de manufactura reciente, y de otras consideradas progresistas, como la italiana y la francesa. A partir de ese estudio y de las propias inquietudes de Profamilia, se elaboró una propuesta que abordaba temas como la libre opción de la maternidad y el derecho a la planificación familiar. Poco más tarde, la propia comisión asistió a las instalaciones de Profamilia para discutir esos temas. “Tras algunas deliberaciones, había acuerdo en que se debía incluir la planificación como un derecho —recuerda Calderón—; en lo que no había acuerdo era en si se trataba de un derecho de la pareja o del individuo”. Aunque Profamilia se inclinaba por esta última opción, quedó consignado en la Constitución como un derecho de la pareja. Sin embargo, visto a la luz de los principios de la misma carta relacionados con la no discriminación hacia la mujer, puede ser interpretado como una opción que no puede ser impuesta. Otros de los aspectos positivos de la nueva Constitución de los colombianos fue la inclusión del artículo 13, que estableció principios generales de igualdad; del artículo 40, que garantiza la adecuada participación de la mujer en la administración pública, y del artículo 42, que consagra la igualdad de derechos entre los cónyuges. De esta forma, la carta se convirtió en una herramienta fundamental en la transformación del Estado y la sociedad colombianas, a través de los derechos fundamentales y sus mecanismos de protección y garantía, como la acción de tutela, instrumentos que el Servicio Jurídico de Profamilia comenzó a utilizar para que las mujeres maltratadas obtuvieran la protección del Estado.
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LA GRAN ENCUESTA A medida que el Servicio Jurídico se iba conociendo y el número de consultantes aumentaba, las abogadas comenzaron a tener una idea cada vez más clara sobre la verdadera realidad de las mujeres. Gracias a las hojas de entrevista, a esa pequeña encuesta que diseñaron y, por supuesto, a la observación directa, fue posible detectar la que desde ese momento ha sido una de sus principales preocupaciones: algo que en ese momento se llamaba violencia intrafamiliar y ahora, para cobijar un espectro más amplio de sus manifestaciones, se prefiere agrupar bajo el nombre de violencia de género, es decir, aquella que sufren las mujeres por el hecho de ser mujeres. La herramienta que permitió tener la visión más general del fenómeno fue la Encuesta de Prevalencia, Demografía y Salud de 1990, un trabajo que en cinco ocasiones anteriores, entre 1976 y 1986, había realizado la Corporación Centro Regional de Población (ccrp), pero cuya elaboración quedó en manos de Profamilia a partir de los noventa. Realizada cada cinco años bajo la dirección de Gabriel Ojeda, gerente de Investigación y Evaluación de Profamilia, esta encuesta constituye la más fidedigna fuente de información en Colombia en temas relacionados con reproducción, anticoncepción, nupcialidad, inmunizaciones y salud básica, entre muchos otros. El nivel de detalle de este trabajo —cuyo nombre, desde 1995, es Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ends)— no ha hecho más que aumentar cada lustro. La muestra pasó de ser de 8.644 mujeres en 1990, a 41.344 en 2005. Más aún, esta última versión incluyó la toma de peso y talla a 116.038 personas. El personal a cargo de la ends puede preciarse de haber recorrido poblaciones remotas de Colombia, y la minuciosidad de sus cuestionarios incluso ha llegado a tornarse sospechosa para los grupos armados, que en una ocasión retuvieron a un equipo de encuestadoras cerca de la ciudad de Cartagena. Por suerte, la buena imagen de Profamilia las puso
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fuera de peligro y les permitió volver a sus trabajos cinco días después.
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En vista de las posibilidades que daba la entonces llamada Encuesta de Prevalencia, Demografía y Salud, en 1990 el Servicio Jurídico decidió incluir en ella preguntas específicas sobre violencia intrafamiliar. Así se tendría un panorama más exacto y se verificaría si esa situación que les comentaban a las abogadas en la consulta se daba en forma generalizada en el país. La respuesta no sólo fue afirmativa, sino que la magnitud del problema era ciertamente alarmante: una de cada cinco colombianas en edad reproductiva era víctima de alguna forma de maltrato en sus propios hogares. Durante los años siguientes, las cifras no resultaron más alentadoras. En la ends de 2000, el porcentaje de mujeres maltratadas ya ascendía prácticamente a una de cada dos. La lectura de este incremento tenía varias interpretaciones. Una podía ser que, efectivamente, el problema se hubiera acentuado; otra, que cada día se destapara más una situación que había permanecido oculta y se hubiera perdido el miedo a denunciar. Explica Calderón que cuando el Servicio Jurídico abrió sus puertas, la violencia era un tema del que sencillamente no se hablaba. Su invisibilidad era tal, que ni siquiera se le mencionaba directamente en la que había sido la hoja de ruta del Servicio Jurídico: la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. “Poco a poco las mujeres han venido sintiendo que de esto se puede hablar sin culpabilidad ni vergüenza —destaca Calderón—. Cuando perdieron el miedo, empezaron a destapar muchas otras cosas y se empezó a hablar de las distintas formas de violencia y del abuso sexual. Ha sido un proceso en el que hay que mirar todo dentro de ese contexto histórico”.
Era, sin duda, un cambio, pero la situación distaba mucho de prestarse para celebraciones. Se necesitaban medidas más efectivas y la nueva Constitución tenía a disposición de las personas varias herramientas que estaban a la espera de ser utilizadas. Por una parte, estaban todos esos artículos que protegían los derechos de las mujeres y, por otra, mecanismos como la acción de tutela, que permitía a cualquier persona conseguir protección inmediata —a lo sumo 10 días— de sus derechos fundamentales. Rápidamente, las abogadas obtuvieron apoyo para interponer acciones de tutela por violación de los derechos fundamentales contra las mujeres.“Cuando conocimos cómo operaba el mecanismo, hicimos una cartilla informativa y empezamos a formular para obtener protección a las mujeres maltratadas, aprovechando el primer pronunciamiento que sobre el tema había hecho la Corte Constitucional”, recuerda Calderón. En efecto, el 18 de septiembre de 1992, gracias a un fallo de tutela, la señora Blanca C. L. consiguió que el Estado le brindara protección frente a su esposo, Gustavo C., quien, según el alegato de la mujer, la agredía físicamente, en público y en privado. Al principio, los jueces se habían mostrado reacios a admitir este tipo de tutelas por haber sido interpuestas contra particulares, pero la Corte Constitucional recogió el caso de la señora Blanca para estudiarlo y emitir un concepto favorable. “La Corte consideró que la violencia que ocurre en el ámbito de la familia es una amenaza a los derechos fundamentales —recuerda Calderón—. Por tanto, la tutela procedía, aunque fuera contra un particular, por el estado especial de afecto e indefensión a que están sometidas las mujeres”. Apoyándose en esta decisión, a partir de 1993 el Servicio Jurídico de Profamilia adelantó en Bogotá 15 acciones de tutela de para mujeres que deseaban protección del Estado y en 1995 el número ya ascendía a 90. Fue así como en todo el país, solas o con el apoyo de organizaciones y profesionales del derecho, las mujeres co-
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AL AMPARO DE LA CONSTITUCIÓN
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menzaron a utilizar la tutela en todos los casos en que veían amenazados o vulnerados de alguna forma sus derechos: adolescentes embarazadas que habían sido expulsadas de sus colegios, madres que veían amenazada su situación laboral, reclusas que deseaban ser madres, mujeres que querían ingresar a las Fuerzas Militares. Este tipo de reclamos legales se repetía en todos terrenos de la sociedad y aún continúa, pues constituye un mecanismo ágil para garantizar en la práctica los derechos reconocidos en la Constitución y en las leyes. La expedición, en julio de 1996, de la Ley de Violencia Intrafamiliar, significó que las acciones de tutela dejaran de ser utilizadas en casos de violencia, ya que consagró las “medidas de protección” como el mecanismo idóneo para hacerle frente a este problema.Así las cosas, el Servicio Jurídico inició estos trámites, que para la época y hasta 2000 se llevaron a cabo ante los jueces de familia y desde entonces, ante las comisarías de familia. Sin embargo, con la reforma del Código Penal en 2000, el delito de violencia intrafamiliar se volvió querellable, desistible, conciliable y excarcelable, características que lo hicieron muy frágil y que le restaron garantías a las mujeres.
CAMBIO Y ADAPTACIÓN
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de salud sexual —referida, entre otras cosas, a diversidad, vih/ sida e infecciones de transmisión sexual— estaba quedando en un segundo plano. Se hablaba de ella, pero en el fondo la institución era mucho más salud reproductiva. La transformación se cristalizó a finales de 1995 con la creación de la Oficina Asesora en Derechos Sexuales, Reproductivos y Género. Así, mientras las abogadas del Servicio Jurídico se concentraban en lo suyo, el derecho de familia, la nueva oficina recogía algunas de sus antiguas funciones y asumía responsabilidades adicionales. Del diálogo entre las dos dependencias han surgido propuestas como la inclusión de servicios para personas transgeneristas. Servicios que, por supuesto, deben ir acompañados de apoyo jurídico, de asesoría legal en la parte de vih, en tutelas para los medicamentos, y en derecho al trabajo y a la educación. El balance de las labores de la Oficina Asesora en Derechos Sexuales, Reproductivos y Género es altamente positivo. Gracias al apoyo de diversas entidades internacionales como la Unicef y la Fundación Ford, se han elaborado diversos materiales divulgativos sobre derechos.Adicionalmente, se han realizado numerosas jornadas de capacitación y sensibilización, dirigidas a profesionales del derecho y de la salud del sector público y privado, a organizaciones de mujeres y de jóvenes, e incluso a policías. La actividad internacional de la oficina también ha sido fecunda y nutrida. Dentro de ella, cabe resaltar, por su particularidad, la invitación que en 1999 le hizo el Fondo de Población de Naciones Unidas para asesorar la redacción de los capítulos referidos a la salud sexual y reproductiva de la Constitución de Venezuela.
La segunda mitad de la década de los noventa trajo para Profamilia una serie de transformaciones determinadas por circunstancias internas y externas. Dentro del plano, digamos, teórico, la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo (cipd), celebrada en Cairo (Egipto) en 1994, y la Conferencia de la Mujer, realizada en Beijing (China) en 1995, renovaron el debate mundial sobre la salud sexual y reproductiva. Profamilia, atenta como siempre a todos estos procesos, estuvo haciendo un seguimiento activo a la discusión y comenzó a plantearse algunos interrogantes sobre su propia labor en el país.A partir de esta reflexión, concluyó que la parte
Hacia 1998 el país entró en un período de incertidumbre política, social y económica que inevitablemente afectó los servicios de Profamilia y, entre ellos, al Servicio Jurídico, que vio un
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NUEVOS TIEMPOS
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poco reducidas sus consultas. Durante esos años difíciles, los consultorios jurídicos se vieron reducidos a cuatro: Bogotá, Medellín, Cali y Bucaramanga. Sin embargo, a medida que las condiciones generales se fueron estabilizando, la afluencia de usuarias volvió a aumentar. Un hecho relevante para el desarrollo del Servicio Jurídico ocurrió en 2001. Ese año, la ley 640 convirtió en requisito la conciliación extrajudicial en los asuntos de familia e incluyó la posibilidad de que organizaciones sin ánimo de lucro abrieran centros de conciliación. Así que, en diciembre de 2003, el Ministerio del Interior y la Justicia autorizó la creación del Centro de Conciliación de Profamilia, con el cual la institución extendía sus actividades y aplicaba un mecanismo alternativo para la solución de conflictos familiares. La filosofía de trabajo, no obstante, ya estaba clara con anterioridad: si quienes están comprometidos en un conflicto conocen cuáles son sus derechos, se facilita llegar a acuerdos razonables. “La conciliación no depende de la formación cultural —dice Calderón—. La conciliación es un acto de sensatez”. De este modo, el Centro de Conciliación de Profamilia abrió las puertas ofreciendo a sus usuarios una ventaja que no tenía ningún otro centro en el país: la experiencia de 17 años asesorando exclusivamente en derecho de familia y promoviendo que las personas resolvieran sus conflictos a partir del conocimiento de sus derechos y los mecanismos legales para hacerlos valer. A pesar de todos estos logros, había un asunto que aún inquietaba a Profamilia y sobre el que la ends de 2000 no dejaba lugar a dudas: las mujeres colombianas seguían siendo víctimas de violencia. Según esta encuesta, el 65 por ciento de las entrevistadas aseguraron que sus esposos o compañeros ejercían sobre ellas algún tipo de control; un 26 por ciento declaró haber sido objeto de violencia verbal, y el 41 por ciento reveló haber sido víctima de algún tipo de violencia física, desde empujones hasta violación o intento de asesinato. Con el fin de iniciar un proceso de detección y remisión
de las mujeres maltratadas, en 2002 se incluyeron preguntas específicas sobre violencia en las historias clínicas de salud sexual y reproductiva, y en 2004 se desarrolló un protocolo de atención a mujeres maltratadas que se está comenzando a implementar en todas las consultas de Profamilia. Este proyecto se propone a largo plazo prestar una atención integral en los servicios que presta la institución y en los contactos con profesionales y entidades externas. Adicionalmente, el personal de la institución ha comenzado a ser entrenado y sensibilizado para que esté en capacidad de percibir los signos y síntomas que hacen sospechar que una mujer está sufriendo algún tipo de violencia, aunque el motivo de su consulta no sea consecuencia de una agresión. No se puede desconocer que la violencia constituye una violación de los derechos humanos y un asunto de salud pública. “Sin el componente del derecho, el ejercicio de la medicina se rezaga”, sostiene Calderón. La abogada, por supuesto, no puede recordar todos los casos que ha atendido, ni las caras, ni los nombres. “Muchos producen una terrible sensación de impotencia y desconcierto, y es lamentable saber la insuficiente respuesta de las autoridades frente a ese grave problema que sólo denuncia el 22 por ciento de las víctimas”, señala.
Dos décadas después de creado el Servicio Jurídico, María Isabel Plata no puede ocultar la satisfacción al recordar aquella experiencia que marcó su iniciación en la institución. Si la historia está llena de proyectos inconclusos, aquella oficina es una excepción, pues en ella la teoría se hizo acción y, a su vez, la acción alimentó la teoría. “Tuvimos siempre tres niveles, que se desarrollaron paralelamente —dice la abogada—: por una parte, la investigación sobre la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la
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VEINTE AÑOS DESPUÉS
Derechos en acción
mujer; por otra, la cartilla para aterrizar la teoría en la práctica y, por último, las asesorías”. Y, en efecto, si en Colombia se comenzó a hablar sobre la mencionada convención, en muy buena medida fue gracias a las tres abogadas que pusieron a andar el Servicio Jurídico de Profamilia. Porque la lucha no sólo era contra la violencia machista, sino contra el desconocimiento que había en el país del derecho internacional.“Uno de los objetivos clave del Servicio Jurídico —dice Plata— era hacer conocer que existía una legislación internacional que Colombia había acogido y que, en consecuencia, las normas y prácticas nacionales que estaban en contra de estos principios debían modificarse”. La evolución del proyecto también pudo verse reflejada en diversos textos y eventos académicos que se han convertido en referentes habituales en el ámbito de los derechos de la mujer y los derechos sexuales y reproductivos. Entre ellos, los libros Los derechos humanos y la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (1988)1, Violencia y los derechos de la mujer (1992)2, Derechos humanos de la mujer (1997)3, Salud reproductiva y derechos humanos (2003)4 y el seminario Derechos sexuales y reproductivos en acción (2001). Para haber llevado tan lejos todas esas ideas, había que tener visión, perseverancia e irreverencia, características ligadas a la personalidad de María Isabel Plata. Una mujer para quien no había pasado inadvertida en su juventud la lectura de El segundo sexo —aquel clásico de Simone de Beauvoir que se anticipó al movimiento feminista—; una mujer que se 1
María Isabel Plata y María Yanuzoba. Los derechos humanos y la Convención sobre la
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resistió a la militancia porque su talante no estaba para marchar al compás del resto; que tuvo que sortear durante sus años universitarios las críticas por, supuestamente, quitarles espacio a los hombres en el mercado laboral, y que desde joven fue seguidora de los retos y avances de Profamilia. Una mujer que develó que buena parte de las desigualdades del mundo comenzaba en la sexualidad, y que concluyó que desde el derecho era posible dar bases aún más sólidas y mayor alcance al trabajo iniciado desde la medicina por el doctor Fernando Tamayo. Con el tiempo, la personalidad de la abogada terminó por irradiar al resto de la institución.Tras su experiencia como asistente de la Dirección Ejecutiva, se convirtió en la directora ejecutiva en marzo de 1995. Con ella a la cabeza, era inevitable que Profamilia se hiciera aún más consecuente consigo misma, así que los rezagos machistas que se conservaban por efecto de la costumbre se fueron atenuando, las jerarquías se hicieron más horizontales, se fortaleció el trabajo en equipo y se “desmedicalizó” la imagen de la institución. María Isabel Plata reconoce que los avances han sido grandes, pero insiste en que aún es necesario defender las posiciones ganadas y seguir adelante. Tras haber trabajado con especial entusiasmo contra la violencia doméstica y los derechos reproductivos, el próximo paso será hacer más énfasis en los derechos sexuales, aquellos que se refieren, entre otros aspectos, a la libre elección de la pareja, a que las personas no sean forzadas a tener relaciones sexuales, a la integridad corporal, a recibir educación e información sobre sexualidad, y al goce de la sexualidad.Y qué mejor aliciente para continuar que ver cómo el proyecto nacido en África se hizo realidad.
eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Profamilia, 1989. 2
Varios autores. Violencia y los derechos de la mujer. Profamilia, 1992.
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Editado por Rebeca J. Cook. Derechos humanos de la mujer: Perspectivas nacionales e
internacionales. Profamilia, 1997. 4
Rebeca J. Cook, Bernard M. Dickens y Mahmoud F. Fathala. Salud reproductiva y de-
rechos humanos: Integración de la medicina, la ética y el derecho. Oxford-Profamilia, 2003.
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Creced sin multiplicaros
capĂtulo VII
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da sobre salud sexual y reproductiva. Un vacío que le había indicado a Profamilia que era necesario llegar a esa población.
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LA CASITA DE CHOCOLATE
os colegiales llevaban ya un buen rato parados en la esquina, fisgoneando desde lejos la entrada de Profamilia. Estaban allí con la intención de conseguir alguna información para una tarea de biología pero no se animaban a acercarse. Les daba vergüenza. Fue necesario que desde la casita prefabricada que se levantaba en el antejardín de Profamilia los llamaran para invitarlos a entrar: “Tranquilos, aquí nadie va a juzgarlos”. En Profamilia llevaban ya un buen tiempo viendo casos parecidos y ésta era una de las varias razones por las que había sido levantada esa casita prefabricada. Desde el martes primero de junio de 1990, había en ese espacio de 25 metros cuadrados un consultorio médico, una pequeña área de orientación, otra administrativa y una salita de espera donde el que llegara de quinto debía esperar de pie. Frente a la casita había un gran aviso de latón en el que se podía leer, en letras verdes sobre fondo blanco,“Centro para Jóvenes”. Comenzaba el Programa para Jóvenes de Profamilia, experiencia pionera en Colombia, y uno de los primeros obstáculos que debían salvar era, precisamente, encontrar jóvenes interesados en utilizarlo. Por eso el personal que allí laboraba —una psicopedagoga, una auxiliar de enfermería, una ginecóloga y una secretaria—, debía esperar a que los remitieran de otras dependencias de Profamilia o salir a buscarlos en los colegios, los alrededores o en las mismas salas de espera de la institución: “¿Disculpe, señora, usted tiene hijos adolescentes?”. En ese entonces, unos siete millones de colombianos estaban entre los 10 y los 19 años, y muy pocos estaban recibiendo atención médica especializada e información adecua-
La educación sexual para los adolescentes era un asunto de vieja data en algunos países. Suecia, pionero en la materia, la había hecho obligatoria en los colegios desde 1955. En buena medida, ese logro se debió a la Asociación Nacional para la Educación Sexual (rfsu), fundada por Elise Ottesen-Jensen, cuyas propuestas fueron criticadas por, supuestamente, despertar impulsos dormidos en los adolescentes. Ella solía contestar, contrariando a sus inocentes adversarios, que a esas edades los muchachos y muchachas ya tenían sus instintos bastante despiertos.1 La puerta de entrada de la educación sexual a Colombia fue la planificación familiar. El ingreso de los anticonceptivos al mercado hizo inevitable que la gente comenzara a hablar de cosas como la fisiología de la reproducción o de la responsabilidad en la procreación. En 1970, la División de Estudios de Población (dep) de la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina (Ascofame) y el Departamento de Medicina Preventiva de la Universidad Nacional redactaron el proyecto Educación para la vida familiar en la comunidad, que produjo un programa de educación sexual para padres, profesores y alumnos desde cuarto de primaria hasta sexto de bachillerato. En principio, el proyecto fue recibido amablemente en el Ministerio de Educación, pero nadie quiso comprometerse con tan espinosa materia.Y cuando por fin el ambiente lucía favorable, gracias al nombramiento del joven ministro Luís Carlos Galán, las circunstancias quisieron que tuviera que abandonar el cargo en 1972.
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K. Lindahl. La educación sexual desde la perspectiva sueca. En www.sec.es/cd_granada/
ponencias_17.htm.
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En vista de que los ministerios de Educación y Salud no hacían nada a favor de la educación sexual, pero dejaban hacer, una ginecóloga llamada Cecilia Cardinal de Martín tomó cartas en el asunto.“Se hablaba de educación sexual en los clubes sociales, en los sindicatos, en las asociaciones científicas, se hablaba a todo grupo que pudiera reunirse en todo tiempo y lugar —escribe Cardinal de Martín—. La educación sexual, una causa para apenas un puñado de personas, comenzó a ser una causa para muchos. Sin embargo, en 1975 había sólo 10, o máximo 15 personas dedicadas enteramente a la causa y que habían hecho de la educación sexual su profesión”.2 Así que en 1976, esta ginecóloga se convirtió en una de las fundadoras del Comité Regional de Educación Sexual para América Latina y el Caribe (cresalc), que mediante publicaciones y conferencias promovió el tema en una amplia gama de población: grupos indígenas, maestros, profesionales de la salud, mujeres y adolescentes. Gracias a esta labor, Cecilia Cardinal de Martín sería considerada la pionera de la educación sexual en Colombia. La labor no fue en vano: al comenzar los ochenta, el Ministerio de Educación estableció la cátedra de Comportamiento y Salud. Aunque tarde y sin profesores capacitados. Dentro de Profamilia, las iniciativas de este corte comenzaron a gestarse en 1988, a raíz de viarias observaciones. Una de ellas fueron los resultados de la Encuesta de Prevalencia Demografía y Salud de 1986, que mostraban que, en efecto, muchas adolescentes colombianas de entre 15 y 19 años ya tenían una vida sexual activa. Un dato que no tomaba por sorpresa a la institución, acostumbrada a ver, casi a diario, muchachas bañadas en lágrimas como consecuencia de una prueba de embarazo positiva. Aparte de esto, Profamilia se había convertido en un centro de documentación de muchos estudiantes en busca de 2
Cecilia Cardinal de Martín. Educación sexual: Un proyecto de múltiples facetas. Siglo del
Hombre Editores. Bogotá, 2005.
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material para las tareas de la asignatura de Comportamiento y Salud. Y cuando no eran estudiantes, eran las mismas directivas de los colegios las que acudían a la institución en busca de orientadores que dictaran charlas sobre sexualidad o planificación familiar en los planteles. El licenciado en psicología y pedagogía Germán López, quien entonces coordinaba un ambicioso proyecto de salud en el Magdalena Medio, comenzó a prestar atención al fenómeno y a plantear que no estaría mal darles a los adolescentes un espacio propio en la institución. El tema no resultaba en absoluto ajeno a López: aparte de su licenciatura, había asistido, en 1986 y 1987, a dos congresos sobre adolescentes en México y Nicaragua, donde pudo conocer diversas experiencias en el continente americano. Una de las que más había llamado su atención era el centro de The Door, de Nueva York, que combinaba recreación con orientación en salud sexual y reproductiva. En 1988 se puso manos a la obra y diseñó el proyecto, que fue financiado por la Fundación Moriah y la Federación Canadiense de Planificación Familiar (ppfc). Después Profamilia mandó construir la casita prefabricada, muy pronto bautizada La Casita de Chocolate y, finalmente, en 1990, se dio inicio a las actividades del Programa para Jóvenes. “Así les dimos la posibilidad a los chicos de entrar por un lugar distinto al de los adultos —relata Germán López, quien asumió como coordinador del programa—. De la Clínica Piloto nos enviaban la gente. El lugar se llenaba con pocas personas, y al poco tiempo tuvimos que comenzar a utilizar el jardín”. Si bien al comienzo fue necesario salir en busca de adolescentes para que acudieran a las consultas médicas, en lo que se refiere a las actividades educativas hubo, como describe López, “una verdadera avalancha de solicitudes desde los colegios”. En el primer año, 18.500 adolescentes participaron en actividades de educación e información, 500 maestros acompañaron el proceso y 170 docentes fueron capacitados en talleres.3
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VIENTO A FAVOR El ambiente nacional e internacional era favorable para la nueva causa de Profamilia.Apenas seis meses antes de que La Casita de Chocolate abriera sus puertas, la asamblea general de Naciones Unidas había adoptado la Convención sobre los Derechos de los Niños. Esta herramienta daba las pautas y parámetros a partir de los cuales cada gobierno debía desarrollar sus políticas sobre adolescencia y niñez. Colombia suscribió el acuerdo y el Congreso de la República lo ratificó a través de la ley número 12 de 1991. En ese entonces, el país se encontraba inmerso en una etapa de profundos cambios políticos. Eran los tiempos de la Asamblea Constituyente que después daría a luz la Constitución de 1991. Entre las numerosas fuerzas sociales que fueron convocadas para su elaboración —entre ellas, Profamilia— algunas trabajaron activamente para que fueran contemplados tanto los derechos sexuales y reproductivos, como los derechos de los jóvenes y los niños. Así, la redacción final del artículo 45 establecía:“El adolescente tiene derecho a la protección y la formación integral. El Estado y la sociedad garantizan la participación activa de los jóvenes en los organismos públicos y privados que tengan a cargo la educación, protección y progreso de la juventud”. Adicionalmente, otros artículos recogían aspectos relacionados con esas necesidades. Todas aquellas herramientas y normas, incluidas las dispuestas por la nueva Constitución, comenzaron a cristalizarse de diversas maneras en el país. El mismo año de 1991, por ejemplo, el gobierno del entonces presidente César Gaviria, a través de la Consejería para la Juventud, la Mujer y la Familia, comenzó la elaboración de un Plan Nacional de Educación Sexual. El Centro para Jóvenes, que ya era un modelo de aten3
Germán López. “Un año de trabajo con adolescentes”. Revista Profamilia. Volumen 7,
número 18. Diciembre de 1991.
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ción integral a los adolescentes en el campo de la salud sexual y reproductiva, sirvió como referente para el proyecto de la Presidencia. Dos años después, el Ministerio de Educación divulgó una serie de lineamientos generales para que las instituciones educativas diseñaran e impartieran la educación sexual en todos los grados de la educación básica primaria y secundaria. Una responsabilidad que al año siguiente quedó en manos del recién creado Viceministerio de la Juventud.Ahora los jóvenes contaban incluso con una instancia oficial dedicada exclusivamente a ellos. La creación de este viceministerio tenía un enorme significado. Hasta la década de los ochenta, las actuaciones estatales respecto a los jóvenes habían estado caracterizadas por intervenciones puntuales —educación, deportes, justicia— y desarticuladas en su conjunto. Con esto se abría, entonces, una nueva estrategia de políticas integrales de intervención social. El panorama no podía ser más prometedor. Había una labor directa tanto de instancias gubernamentales como no gubernamentales, una legislación y normatividad favorables y, cosa extraña, todo parecía indicar que había incluso voluntad política de trabajar por los jóvenes. Además, el contexto mundial parecía dar espaldarazos a este tipo de iniciativas. Un acontecimiento de gran relevancia fue la Conferencia Internacional de Población y Desarrollo (cipd), celebrada en El Cairo (Egipto) en 1994. Fue la conferencia intergubernamental sobre población más grande jamás llevada a cabo. Más de 180 Estados y 11.000 asistentes participaron en las negociaciones para establecer un programa en el área de población y desarrollo para los siguientes 20 años. Tanto el capítulo vi, “Crecimiento y estructura de la población”, como el capítulo vii, “Derechos reproductivos y salud reproductiva” —objetado por la Santa Sede— contemplaban directamente a los jóvenes y adolescentes. En los apartados correspondientes se instaba a los gobiernos, entre otras cosas, a velar por los derechos sexuales
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y reproductivos, a mejorar las condiciones de vida, evitar los abusos y la discriminación, y fomentar la libre determinación de las mujeres jóvenes.“Ello —señalaba el texto— es particularmente importante en lo que respecta a las actividades y los servicios de información, educación y comunicación sobre la salud reproductiva y sexual, incluida la prevención de los embarazos tempranos, la educación sexual y la prevención del vih/sida y de otras enfermedades que se transmiten sexualmente”. Al leer ese y los demás apartes relacionados, es inevitable tener la impresión de que se estaba describiendo la labor que Profamilia, mediante su Programa para Jóvenes, realizaba desde 1990. Un programa que, al cabo de cuatro años, ya había beneficiado con servicios y actividades educativas a cerca de 230.000 personas, entre jóvenes, padres de familia, educadores y profesionales de la salud. Adicionalmente, unos 60.000 jóvenes habían recibido distintos servicios médicos y de orientación. El programa avanzó a pasos agigantados, pero en las instancias gubernamentales nada garantizaba la continuidad de las iniciativas. En concreto, porque pocas cosas se mantienen más allá de los cuatro años que dura un periodo presidencial. De manera que más adelante todo este proceso sufriría algunos retrocesos.
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Los jóvenes de principios de los noventa pertenecían a una generación marcada por la transición. De diversas maneras y en diferentes campos trataban de mirar el mundo desde una perspectiva distinta a la que tuvieron sus padres. La sexualidad, por supuesto, era uno de esos territorios. Esa transición se hacía evidente en las mismas contradicciones de su mentalidad: al tiempo que conservaban algunas de las ideas y prejuicios de sus padres, comenzaban
a darles espacio a ideas de distinto signo. Así lo reflejó una encuesta realizada por el Centro Nacional de Consultoría, cuyos resultados fueron publicados el 14 de abril de 1991 en el diario El Tiempo. La mayoría de los encuestados aprobaban las relaciones sexuales antes del matrimonio, pero al mismo tiempo la virginidad seguía siendo un tema muy importante para más de la mitad de ellos. De igual forma, esos mismos jóvenes que mostraban una mentalidad más abierta frente al sexo, no la tenían para las diferencias: la homosexualidad era un asunto intolerable. La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ends) de 1990 también dio bases sólidas a la idea de trabajar por los adolescentes. Entre sus más significativas revelaciones se incluían el hecho de que los jóvenes estaban iniciando sus relaciones sexuales a edad más temprana y que el 12,8 por ciento de las adolescentes estaban embarazadas o ya eran madres. Sin embargo, nadie les estaba proporcionando la educación, la información y los servicios médicos apropiados porque, en teoría, sencillamente no “deberían” tener relaciones sexuales. Así que cuando Profamilia abrió su Programa para Jóvenes, sólo fue cuestión de que se enteraran de su existencia. Y la casita prefabricada comenzó a quedarse pequeña.“Un tiempo después —recuerda Germán López— nos tomamos un auditorio anexo a la casa y allí hicimos los talleres. Era un sacrosanto lugar, con alfombra y todo, destinado a reuniones de alto nivel”. Aquella invasión no fue bien vista por toda la institución, pero sin duda fue premonitoria de la importancia que con el tiempo ganarían los jóvenes en Profamilia. Desde sus comienzos, el programa tuvo el propósito de brindar a los jóvenes un espacio y unos profesionales propios e independientes de los servicios para adultos, entrenados para que superaran eventuales rezagos o prejuicios culturales. Con esto, se garantizaba no sólo un mejor servicio, sino que ese carácter confidencial permitía a los jóvenes vencer las reticencias y temores. Pero en la práctica, por cuestiones presupuestales, no en
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JUVENTUD EN CRECIMIENTO
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todas las ciudades fue posible levantar una casita prefabricada para tal fin. De manera que el programa tuvo que expandirse en dos modalidades: Centros para Jóvenes, como La Casita de Chocolate, y Servicios para Jóvenes, que se prestaban en las mismas dependencias de los servicios para adultos. De todas formas, se intentaba dar a los jóvenes algún tipo de intimidad al atenderlos, por ejemplo, en horarios distintos. Era eso o nada. Para calibrar las posibilidades de esta iniciativa, en julio de 1991, con el apoyo de la Fundación Restrepo Barco, se escogieron como experiencias piloto las ciudades de Barrancabermeja, Florencia, Popayán y Soledad. Ciudades pequeñas, donde Profamilia ya tenía una larga tradición y que además mostraban altos índices de embarazos no deseados, infecciones de transmisión sexual y, en general, donde era evidente la necesidad del Programa para Jóvenes. Un aspecto importante de estos servicios era su carácter netamente social. Es decir que, como parte del espíritu de Profamilia, se buscaba que no tuviera mayores costos para sus beneficiarios y que éstos fueran asumidos, total o parcialmente, por alguna institución pública o privada. La estrategia dio resultado y, en 1996, Profamilia ya atendía a jóvenes de 18 ciudades del país.
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Durante los primeros años, el Programa para Jóvenes tuvo que apostar especialmente por la educación. Aparte de que era uno de sus objetivos, también era el mejor método que tenía para darse a conocer. Se trataba de charlas y talleres que se dictaban en los colegios e instituciones educativas que se mostraran interesados. En ellos se hablaba de educación sexual, toma de decisiones, proyecto de vida y, obviamente, anticoncepción. Con el tiempo el servicio educativo se fue especializando y ampliando de diversas maneras. Se diseñaron módulos,
materiales impresos y audiovisuales, ejercicios participativos, y se amplió también la oferta educativa. Una de las cosas que habían notado es que no bastaba con darles información a los jóvenes si después éstos no iban a encontrar apoyo y comprensión en los adultos. Así que padres de familia, docentes y profesionales de la salud hicieron desde el principio parte importante del auditorio. María Isabel Plata, directora ejecutiva de Profamilia, cuenta que lo complicado era lograr que los jóvenes hicieran lo que ella llama “el clic”. Es decir que, a partir de la charla, relacionaran Profamilia con los servicios y comenzaran a visitar el Centro para Jóvenes.“Eso ha sido siempre lo más complicado —dice María Isabel Plata—. Con las mujeres adultas, si se les daba la información, automáticamente venían al servicio. Pero con los jóvenes eso no estaba claro porque ellos no habían identificado que tenían esa necesidad y tampoco creían que corrían riesgos”. Pero ése era un obstáculo que, de una u otra manera, terminaban por superar. Cuando un joven finalmente hacía “el clic”, encontraba todo un equipo profesional y una infraestructura dispuesta a brindarle, como a los adultos, servicios en medicina general, ginecología, urología, psicología, control prenatal, prevención del embarazo y de las infecciones de transmisión sexual, pruebas de embarazo, ecografía y servicios de laboratorio.Todos ellos con tarifas especiales y precedidos de una asesoría gratuita encaminada a despejar dudas y conjurar temores. Hasta ese momento, Profamilia había dirigido sus esfuerzos a la población adolescente en general. Sin embargo, era cada vez más evidente que ciertos sectores de la población necesitaban una atención y ayuda especializadas. La ends de 1995 demostró que el porcentaje de adolescentes embarazadas había aumentado a 17,4. Fue así como un año más tarde nació una de las iniciativas más novedosas y a la vez interesantes: el Programa de Atención para Padres y Madres Adolescentes (Pama).
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SERVICIOS A UN CLIC
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Una de las particularidades del Pama es su carácter flexible. Como programa permanente sólo fue establecido en Bogotá, pero sus actividades se podían extender a todo el país en la medida en que fuera solicitado o se consiguiera su financiación. Mediante este programa, las adolescentes son acompañadas emocional y médicamente durante todo su embarazo. Susana Moya, coordinadora nacional de Profamilia Joven, explica que Pama es un espacio donde “las adolescentes gestantes pueden hablar de cómo se sienten, educarse, prepararse y adaptarse para la maternidad”. Con este programa, Profamilia estaba abriendo un nuevo frente de trabajo, pero sin descuidar ninguno de los ya existentes. En 1998, las actividades del Programa para Jóvenes de Profamilia ya estaban presentes en 20 ciudades del país y se habían realizado alrededor de un millón de servicios médicos y educativos para ellos.
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Los buenos vientos que trajo la década de los noventa para los jóvenes comenzaron a menguar hacia el final del siglo. En 1997, el gobierno de Ernesto Samper había expedido la Ley de Juventud (Ley 375), con la que se creaban las bases legales para la conformación del Sistema Nacional de Juventud. Como consecuencia de esto, en 2000 fue promulgado el Decreto 089 que reglamentaba la organización y el funcionamiento de los Consejos de Juventud como espacios de participación juvenil y mecanismos de interlocución, veeduría y construcción concertada de políticas. No obstante, a partir de 1998, durante el gobierno de Andrés Pastrana, la financiación pública destinada a programas de juventud prácticamente desapareció, el Viceministerio de la Juventud fue eliminado y la educación sexual se redujo en los currículos escolares. Otro tanto ocurría con la Ley de Juventud que, por omisión, era implícitamente inoperante: de
los 51 artículos que la componían, sólo cuatro fueron implementados. “Desafortunadamente —recuerda María Isabel Plata—, viene el cambio de gobierno y se comete un error terrible: mezclar religión y sexualidad. Este cambio de perspectiva oficial condujo al desmonte de programas existentes y hoy nos encontramos con una educación sexual reducida a su mínima expresión”. No era la primera vez que encontraban este tipo de obstáculos y no iba a ser la última. Más adelante habría oportunidad de volver al debate sobre los espacios oficiales para los jóvenes. En 1999 llegó a Profamilia una invitación para participar en una reunión internacional cuyo fin era la conformación de la Red Latinoamericana y Caribeña de Jóvenes por los Derechos Sexuales y Reproductivos (Redlac). A las directivas de la institución les pareció buena idea que la representación de la institución en ese encuentro saliera de entre las filas de los Jóvenes Multiplicadores. Este grupo venía funcionando desde prácticamente los inicios del Programa para Jóvenes. Fue pensado inicialmente como un grupo de voluntarios con ciertas características de liderazgo, que recibían una capacitación especial para que se convirtieran en una especie de mediadores entre la gente de su generación y Profamilia. Con el tiempo, los multiplicadores se fueron convirtiendo en un valioso apoyo institucional, en particular en las ciudades de provincia donde las características de las clínicas permitían una mayor compenetración con la institución. Podía vérseles organizando el archivo en Santa Marta, prestando asesorías en Bucaramanga o realizando labores logísticas en una campaña de Pasto. Los multiplicadores habían alcanzado, además, cierta relevancia nacional a partir de 1995 con los encuentros llamados Los jóvenes se pronuncian frente a su salud sexual y reproductiva, financiados por la Federación Canadiense de Planificación Familiar. Estos encuentros, que congregaban a miles de jóvenes, se realizaban simultáneamente en las ciuda-
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LOS JÓVENES SE PRONUNCIAN
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des del país donde Profamilia tenía centros y servicios para ellos. El propósito era generar procesos de opinión pública y darles presencia nacional a las temáticas juveniles. Cuando llegó la invitación para la Redlac, los multiplicadores de entonces escogieron como su representante a Marcela Rueda, entonces una chica recién llegada de Bucaramanga que comenzaba sus estudios universitarios en Gobierno y Relaciones Internacionales, pero quien traía una intensa trayectoria dentro de la agrupación desde sus años escolares. A ese encuentro asistieron numerosos jóvenes líderes del continente, muchos de los cuales ya venían trabajando activamente en políticas públicas sobre derechos sexuales y reproductivos. La primera consecuencia de este encuentro fue la idea de articular a los jóvenes multiplicadores colombianos en una red interna que, a su vez, estuviera en capacidad de dialogar con la red latinoamericana. En consecuencia, se abrieron canales de comunicación entre los grupos de multiplicadores de las distintas ciudades, se comenzaron a coordinar sus trabajos y poco a poco fueron ganando espacios dentro de la misma institución. Primero un logotipo, un boletín de noticias, una página electrónica, y después, con un poco de esfuerzo, una oficina e incluso un puesto en la misma Junta Directiva de Profamilia. De manera que el grupo, que en principio no dejaba de ser un apéndice de la institución, a fuerza de entusiasmo comenzó a integrarse activamente en su trabajo. El seguimiento a encuentros nacionales, regionales y mundiales relacionados con salud sexual y reproductiva realizado por estos jóvenes, así como su contribución en la creación o en el fortalecimiento de grupos semejantes, fueron las primeras incursiones en el terreno público de la Red de Multiplicadores. El propósito: que dentro de la agenda política siempre estuviera presente la discusión sobre los temas para adolescentes y evitar que volvieran a presentarse vacíos como los que se vivieron al finalizar el decenio de los noventa.
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CHICAS PRESERVADAS Mientras la red se consolidaba, en el plano político nacional el tema de la juventud, que llevaba algún tiempo en remojo, comenzó a moverse nuevamente. En 2003, de acuerdo con lo establecido en el Plan Nacional de Desarrollo (Ley 812 de 2003), se encargó al programa presidencial Colombia Joven la tarea de diseñar y construir, de manera participativa, una Política Pública Nacional de Juventud, que fijara prioridades para la intervención del Estado en ese sentido con una visión de 10 años. En febrero de ese mismo año, el gobierno del presidente Álvaro Uribe, a través del Ministerio de la Protección Social, formuló la Política Nacional de Salud Sexual y Reproductiva, algo que, tras todos esos años de desamparo, resultó un verdadero alivio. La participación de Profamilia en este proceso había sido fundamental. Aun antes de asumir la Presidencia, Álvaro Uribe Vélez nombró a Juan Luís Londoño ministro de Salud —posteriormente de Protección Social—. En los meses previos a su posesión, el futuro ministro comenzó a trazar sus objetivos. Dada la experiencia de Profamilia en el campo de la salud sexual y reproductiva, una de las invitadas para tal fin fue Ángela Gómez, presidenta de la institución desde 1999, en reemplazo del doctor Fernando Tamayo, quien continúa como presidente honorario.“Nuestra influencia fue clave para la Política Nacional de Salud Sexual y Reproductiva —dice Gómez—. Apenas lo nombraron ministro, Juan Luís Londoño organizó una reunión en su casa con unas 200 personas para decirles qué iba a hacer. Cuando llegó al tema de salud reproductiva se dirigió a mí y, en efecto, Profamilia fue muy activa en la elaboración de ese documento”. En la política del Gobierno se abordaron varios de los temas en los que la institución venía insistiendo desde tiempo atrás: maternidad segura, planificación familiar, prevención y atención integral de infecciones de transmisión sexual, violen-
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cia de género y, por supuesto, salud sexual y reproductiva de los adolescentes. De hecho, la ends de 2000 había mostrado un nuevo aumento de las mujeres de entre 15 y 19 años que ya habían sido madres o estaban embarazadas: ahora era el 19,1 por ciento. La política estableció entonces que esa cifra debía reducirse a 14 por ciento, y para cumplir aquel propósito el Ministerio incluyó la promoción sin tapujos de los anticonceptivos e incluso de la anticoncepción de emergencia, algo hasta entonces inédito en lo que se refiere a políticas oficiales. Que una de cada cinco adolescentes ya hubiera comenzado la maternidad no fue el único dato inquietante de la ends de 2000. Además de esto, la encuesta mostraba que la mitad de las adolescentes entrevistadas no sabía qué era una infección de transmisión sexual y, lo que es peor, apenas el 17,8 por ciento de ellas reconoció que mantenía relaciones sexuales protegidas con condón. Con el apoyo de la Organización Mundial de la Salud, Profamilia emprendió, en distintas ciudades del país, un estudio específico sobre el tema al que llamó Percepción del riesgo y los procesos de negociación relativos a la prevención de embarazos no planeados y las enfermedades de transmisión sexual entre adolescentes sexualmente activos. Gracias a la información recopilada fue posible comprobar que, entre otras cosas, subsistían entre los jóvenes colombianos viejos prejuicios y percepciones equívocas sobre la sexualidad que estaban incidiendo desfavorablemente en su salud sexual y reproductiva. En particular, las chicas no se sentían en condiciones de exigir el uso del preservativo, los chicos creían estar en todo su derecho de no utilizarlo, y ninguno de ellos creía que ese comportamiento podía ponerlos en riesgo. Fue claro entonces que para combatir esa tendencia había que comenzar por hacerles cambiar de idea.
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EL PODER DE LOS MEDIOS En 2001, la arquitecta Diana Barco entró a formar parte del Comité de Promoción de Profamilia.Tras hacer una cuidadosa lectura de las ends de 1995 y 2000, llegó a la conclusión de que, a pesar de que la institución prestaba tanta atención a los jóvenes, su impacto en la reducción de las tasas de fecundidad en ellos todavía era tímido.“Yo ya sabía que en Profamilia había consciencia al respecto, pero me empeñé en reiterar, reiterar y reiterar la idea”. Madre de dos adolescentes, Diana Barco acostumbraba ver con ellos un programa de televisión llamado Francisco el Matemático. El seriado había salido al aire en 1999, y tuvo como punto de partida una investigación del Instituto para la Investigación Educativa y el Desarrollo Pedagógico (idep) que recopiló historias y anécdotas de cerca de 40 docentes de escuelas públicas de Bogotá. Más adelante, con nuevas temáticas sobre adolescentes, fue emitido en el espectro nacional por el Canal RCN y alcanzó altísimos niveles de audiencia. “Creí que por ahí podíamos enfocar los esfuerzos y sembré esa idea en el Comité de Promoción”, recuerda Barco, quien desde 2003 pertenece a la Junta Directiva de la Institución. Así fue como, tras algunos contactos con las directivas del canal que emitía la serie, Profamilia comenzó a asesorar a los libretistas para que incluyeran temas relacionados con el empoderamiento de las mujeres —aquella capacidad de decidir sobre sus propias vidas— y la prevención de las infecciones de transmisión sexual en los adolescentes. Fueron 27 los capítulos en que Profamilia estuvo tras bambalinas, con tal acierto que Francisco el Matemático fue galardonado, en octubre de 2003, en los Shine Awards, un premio internacional entregado por The Media Project, de Los Ángeles, a aquellos programas de entretenimiento que muestran retratos de la sexualidad de manera adecuada y honesta. El éxito del programa televisivo permitió que fuera explotado en otros frentes. De manera paralela, en 2002 Profa-
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Creced sin multiplicaros
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milia realizó ocho videos que, bajo el título de Luca Adolescencia, buscaron ilustrar a los jóvenes en aspectos como auto cuidado y salud sexual, infecciones de transmisión sexual y vih/sida, doble protección, métodos anticonceptivos, sexualidad y cambios en la adolescencia, derechos sexuales y reproductivos, anticoncepción de emergencia y violencia intrafamiliar y de género. Las historias son parte de las actividades de educación sexual de la institución y tienen como imagen principal a la joven actriz Diana Ángel, quien protagonizaba Francisco el Matemático. Al año siguiente, siguiendo la misma línea, vino una campaña agresiva y contundente, que dio un atrevido giro al enfoque tradicional de la prevención y la protección. Su propósito fue llegar directamente a las mujeres y plantear su empoderamiento sin tapujos ni eufemismos.Tuvo por nombre ¡El condón lo cargo yo! y fue presentada el 9 de octubre de 2003 ante casi 40 medios de comunicación. Los actores Diana Ángel y Julián Román —también de Francisco el Matemático— fueron escogidos como la imagen de la campaña. El componente masculino buscaba mostrar al hombre que celebra y defiende la autonomía de su pareja. Cuando la actriz escuchó la propuesta no tuvo que pensar mucho para aceptarla. “Era una idea muy interesante y atrevida el hecho de que fuera una mujer la imagen central —reconoce Ángel—. Eso levantó polémica, porque había muchos mitos alrededor del condón”. En efecto, ¡El condón lo cargo yo! significaba una ruptura en relación con las campañas institucionales que hasta entonces se habían realizado. Por primera vez, una mujer decía que ella también podía llevar el condón y exigir a su pareja que lo usara. No faltaron señalamientos contra la actriz, pues algunos interpretaron que promovía una imagen de mujer fácil, pero ella estaba segura de que era una oportunidad para que se conocieran los riesgos y las oportunidades que pueden tener hombres y mujeres frente a la protección. Como preparación, Ángel y Román habían recibido alrededor de 120 horas de capacitación en sexualidad y salud
sexual y reproductiva en Profamilia. Más o menos, el mismo proceso que sigue un joven multiplicador. Toda esta preparación era fundamental, porque de ellos se esperaba no solamente que participaran en las actividades publicitarias propias de una campaña, sino que además estuvieran en capacidad de sostener charlas y conferencias en diferentes escenarios del país llevando el mensaje a los adolescentes. En estas charlas, de manera amena, clara y coloquial, los carismáticos y reconocidos actores hablaban ante grupos de no más de 100 personas sobre planificación, toma de decisiones, derechos, e incluso enseñaban la manera correcta de utilizar los condones que eran repartidos entre el cautivado auditorio. Después de transmitida la información básica, como todo buen joven multiplicador, Ángel y Román respondían con total soltura los interrogantes del público. De ese intercambio surgió la cartilla Preguntas y respuestas sobre sexualidad. La necesidad de este trabajo está más que justificada por los hechos. La edad de la primera relación sexual de los colombianos sigue en descenso, la mayor parte de los adolescentes no usa métodos anticonceptivos, y cerca de la mitad de las adolescentes no tiene ningún tipo de cobertura en salud. Profamilia sabe que la misión va más allá de encender las alarmas y que no puede asumir las soluciones en solitario. Por eso urge que el país comprenda la necesidad de aunar esfuerzos y caminar hacia el mismo lado.
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capĂtulo VIII
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l padecimiento comenzó en octubre de 1983. Las primeras manifestaciones fueron mareos, náuseas, vómitos, debilidad muscular, pérdida de peso y diarreas recurrentes. Los médicos no atinaron con el tratamiento ni con el diagnóstico. Tres meses después, la mujer, de 1,59 metros de estatura y 36 kilos de peso, experimentó dolores en músculos y articulaciones, la eclosión de ampollas en la boca, una tos con esputo purulento, y la caída del pelo y las vellosidades. Había nacido en Cali y desde hacía cinco años vivía en Cartagena. Era mestiza, trabajadora sexual y consumidora de marihuana y basuco. Y resultaba imposible convencerse de que apenas tuviera 23 años. Realizó su último viaje el 4 de enero de 1984. Esta vez no fue en busca de los marineros europeos y estadounidenses que atracaban sus buques en el puerto, sino hacia el Hospital Universitario. El examen de admisión añadió nuevos ítems a la lista de males: estertores, atrofia en la piel, herpes genital. Desde ese día recibió antibióticos, hiperalimentación oral y cuatro transfusiones de sangre. Pero todo fue en vano. Un par de meses después, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, el sida, había cobrado su primera víctima colombiana.1 Los primeros años de la enfermedad —apenas descrita en 1981— estuvieron cargados de misterios. Fue necesario esperar a 1984 para que los científicos Luc Montagnier, de Francia, y Robert Gallo, de Estados Unidos, descubrieran que aquel síndrome, caracterizado por la pérdida de las defensas del organismo, era causado por el virus de inmunodeficiencia humana (vih). Los casos registrados eran tan escasos y estaban tan concentrados en grupos homosexuales, que la mayor 1
Cambio. “Sida: Las nuevas víctimas”. No. 536, 6-13 de octubre de 2003.
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parte de la población se sentía libre de riesgos.Aquello contribuyó para que la infección se propagara rápidamente en todo el mundo. Por eso, en 1987, cuando los casos notificados por el Instituto Nacional de Salud de Colombia ya sumaban 292 —sin duda, muy distantes de la realidad—, Profamilia tomó cartas en el asunto. De diversas organizaciones internacionales llegaron plegables con información sobre la enfermedad, que fueron distribuidos entre curiosos y usuarios de la institución. Poco después, Profamilia diseñó los suyos, en blanco y negro. Lo urgente, en todo caso, era salir en busca de las poblaciones más vulnerables para invitarlas a adoptar medidas preventivas.A finales de 1988, un grupo de asesores de Profamilia se alistó para tal fin y llevó el mensaje a los reclusos de las cárceles de Bogotá, un sector proclive a prácticas sexuales de riesgo, dadas sus condiciones de hacinamiento. Con la anuencia de las autoridades carcelarias, los asesores irrumpieron en los talleres de mecánica, las misas, los comedores de los reclusos o incluso en las filas de las mujeres en espera de la visita conyugal. “Llevábamos los folletos, un proyector de diapositivas y otro de cine, un Bell Howell que pesaba toneladas —recuerda Pedro Nel Armero, asesor de servicios de Profamilia—. La gente se quedaba voluntariamente, con la motivación de que les proyectaríamos una película”. Al comienzo las audiencias fueron reducidas, pero a medida que el sida dejaba de ser una cuestión ajena a la vida de las personas, las concurrencias se hicieron más numerosas, a tal punto que tuvieron que adaptarse auditorios hasta para 130 reclusos. Pero, como siempre, la teoría no podía ir desvinculada de la práctica, y al final de cada conferencia se repartían condones, el elemento más efectivo para prevenir la transmisión del virus en las personas sexualmente activas. Al principio había para todos, pero cuando se supo que algunos guardianes los incautaban para venderlos después, se hicieron reparticiones más dirigidas. Por suerte, las autoridades carcelarias intervinieron y, de hecho, cuando Profamilia se retiró de
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la escena para cubrir nuevos frentes, las mismas autoridades, con sus médicos y trabajadoras sociales, terminaron llevando a cabo campañas de prevención por su propia iniciativa.
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El siguiente grupo vulnerable hacia el que se orientaron los esfuerzos fueron las trabajadoras y los trabajadores sexuales. Los asesores de Profamilia establecieron contactos con los propietarios de casas de citas y bares gay de todos los estratos sociales para que les abrieran sus puertas y los dejaran entrar con sus proyectores, afiches, folletos y condones. “Había mucho desconocimiento y muchos mitos sobre las enfermedades —dice Pedro Nel Armero—. Varias personas que conocimos no sabían ni siquiera cómo ponerse un condón, y había muchachos convencidos de que un poco de vinagre o un poco de limón después de cada relación eran suficientes para evitar las enfermedades”. En general, los asesores encontraron un público receptivo, pero pronto se dieron cuenta de que no bastaba con hablar de las bondades del condón si, al final, los clientes seguían vetando su uso e incluso pagando tarifas extras por relaciones sin protección. Esto motivó a los asesores de Profamilia a convocar en una oportunidad a los usuarios más frecuentes de una casa de citas del centro de Bogotá para hablarles del tema:“No se preocupen, aquí no vinimos a juzgarlos; sólo vinimos a hablarles de cómo prevenir infecciones de transmisión sexual”. También fue indispensable crear estrategias para que las trabajadoras y los trabajadores sexuales mostraran a sus clientes que el ritual de poner el preservativo podía aumentar el placer. Una propuesta que significó llevar un buen surtido de bananos o pepinos a las charlas, que no sólo pusieron la nota cómica, sino que fueron excelentes herramientas para el entrenamiento.“Sin embargo —añade Pedro Nel Armero—, lo
más importante fue hablar de autoestima: fue necesario insistir mucho en el hecho de que unos pesos de más no servirían de nada si el resultado era poner la vida en riesgo”. Los grupos que recibieron las charlas se fueron diversificando, del mismo modo como el vih terminó afectando a una población cada día más plural. Entre esos grupos que recibieron información se incluyeron colegios, empresas, el Ejército y diversas entidades de la Policía. Una de las consecuencias de las conferencias fue que muchos bares o casas de citas comenzaron a vender los condones. En vista de los buenos resultados, la idea se extendió a los moteles de la ciudad y, en efecto, algunos de ellos empezaron a ofrecer preservativos a su clientela e incluso a dejarlos en las mesitas de noche. La acogida que parecía tener el preservativo dio pie, en 1993, a la idea de instalar dispensadores automáticos en los establecimientos. La propuesta parecía brillante, pues había personas a quienes todavía les producía cierta vergüenza pedir personalmente los condones. No obstante, al cabo de unos meses, las maquinas comenzaron aparecer rotas o subutilizadas, y los administradores de los moteles llamaban a pedir que las retiraran. ¿Demasiado impersonal? ¿Desconfianza de la tecnología? ¿Escasez de monedas? El misterio nunca se resolvió. Sin embargo, entre todas las experiencias que vivieron los asesores de Profamilia, una de las más difíciles fue entregar resultados positivos en las pruebas para la detección del vih —pruebas elisa—. En 1991, la institución había comenzado a practicarlas y a capacitar a sus asesores para que estuvieran preparados para informarles a las personas, cuando fuera el caso, que en efecto estaban infectadas. Pedro Nel Armero dice que de poco sirvió el adiestramiento cuando tuvo el primer caso frente a él. En un pequeño cubículo dividido por un escritorio, le entregó el sobre con los resultados de la prueba a una mujer de 30 años, casada y con hijos. La mujer lo abrió, leyó los resultados, dudó y miró al asesor para que él confirmara si era cierto. Armero asintió.
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INSTRUCCIONES PARA USAR UN CONDÓN
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La mujer se echó a llorar, desconsolada, durante una hora y cuarto.“En esa época —recuerda el asesor— había muy poca información científica con respecto al manejo de los pacientes, así que no era posible darles muchas esperanzas. Ésa fue una de las experiencias más duras que he tenido en mi vida, porque no pude hacer otra cosa que acompañar en silencio a esa mujer”.
DIVERSIFICAR ESTRATEGIAS Aunque las primeras víctimas visibles del sida fueron homosexuales y trabajadoras sexuales, con el paso del tiempo la enfermedad comenzó a afectar a grupos que inicialmente no se consideraban vulnerables: hombres heterosexuales y amas de casa. El rostro del síndrome se hizo cada vez más femenino. Si al comienzo de la epidemia en Colombia había una mujer infectada por cada 20 hombres, una década después la relación ya era de una por cada 10, y dos décadas después, de una por cada tres hombres.2 Hallar el porqué del incremento de mujeres con vih no exigía grandes esfuerzos. En el año 2000, según la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ends), el 16 por ciento de las colombianas no sabía cómo prevenir el virus y apenas el 23 por ciento de las solteras sexualmente activas usaba condón, cifra que bajaba a siete por ciento entre las que tenían relaciones estables. Para Profamilia era claro que las mujeres, por razones culturales, carecían de poder para exigir el uso del preservativo, una condición que se replicaba en las adolescentes, según lo confirmó el estudio de la institución titulado Percepción del riesgo y los procesos de negociación relativos a la pre2
Franklyn Prieto, Ricardo Luque, Ricardo García. Veinte Años del VIH en Colombia,
1983-2003. Datos de la vigilancia epidemiológica. Instituto Nacional de Salud, Ministerio de la Protección Social, Onusida. Bogotá, 2003.
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vención de embarazos no planeados y las enfermedades de transmisión sexual entre adolescentes sexualmente activos, realizado en 2002. Según este trabajo, las colombianas menores de 19 años tenían dificultades para establecer conversaciones sobre sexualidad y para negociar el uso del condón con su pareja.Y, peor aún, consideraban que no usarlo era una demostración de amor. Como lo ha demostrado la experiencia, los sentimientos de afecto, así como la atracción física y la percepción de aseo, son factores que conducen a la reducción de las medidas preventivas. Todo esto planteaba la necesidad de diversificar las estrategias para frenar el vih. Una epidemia que, al comenzar el siglo xxi, ya iba por los 30.000 casos notificados en Colombia, pero cuyo subregistro podía ser del 70 por ciento. La prevención de la enfermedad obligaba a trabajar en tantos frentes, que Profamilia consideró oportuno incluirla en todos sus programas, aunque puso el énfasis en algunos grupos de población. “Para nosotros era claro que con la gente joven tendríamos más posibilidades de cambiar comportamientos —dice Marcela Rueda, coordinadora del Programa de Salud Sexual y Género de Profamilia—. Lograr esto en una mujer de 39 años que lleva 10 de casada, sin duda resultaría más difícil”. De modo que los videos de Luca Adolescencia, realizados en 2002 con el propósito de contar historias que mostraran un ejercicio responsable de la sexualidad en los adolescentes, hicieron parte del surtido de herramientas que usó Profamilia para estimular la protección contra el vih. Al año siguiente, la campaña ¡El condón lo cargo yo! vino a reforzar la idea. Y la estrategia gustó. El 3 de diciembre de 2003, el editorial del diario El Tiempo invitó a superar los obstáculos religiosos y culturales al uso del condón, denunció la irresponsabilidad de quienes se oponían a su uso —la Iglesia y algunos grupos ultraconservadores— y señaló “la importancia de campañas como la de Profamilia, protagonizada por la premiada actriz Diana Ángel en un exitoso comercial, en la cual afirma ‘El condón lo cargo yo’”.
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PARA MAYORES
UN GRUPO NO AGRUPADO
El hecho de que la población adulta eventualmente fuera más renuente a adoptar nuevos comportamientos no significó que Profamilia claudicara en este campo. Las campañas para que las mujeres exigieran el uso del condón tenían fundamentos sólidos, pero era evidente que el consejo resultaría difícilmente aplicable en aquellas que tuvieran relaciones de largo tiempo y sin una cultura de la protección contra infecciones de transmisión sexual. Por eso, sin renunciar a la primera idea, la estrategia orientada a estas mujeres consistió en estimularlas para que se practicaran la prueba elisa. “Promovemos la prueba porque queremos que las mujeres se acerquen a recibir una asesoría que les permita entender el significado del vih y recibir educación en habilidades de negociación del condón”, explica Marcela Rueda, quien puso en marcha esta iniciativa en 2005. Entre enero y junio de este año, Profamilia realizó 3.200 pruebas, principalmente a mujeres. El 0,7 por ciento dio un resultado positivo. Además, estaba el hecho de que vivir con vih había dejado de significar una muerte inminente. La aparición, en los años 90, de las terapias combinadas contra el virus aumentó la esperanza de vida de las personas infectadas. Esto significó que el diagnóstico temprano ganara importancia, pues ya había herramientas para bajar la carga viral. En el caso de las mujeres en embarazo, el inicio oportuno de la terapia hizo posible prevenir la transmisión al feto. El carácter preventivo de la prueba se demuestra incluso en el hecho de que una persona que ha dado un resultado positivo eventualmente asume una sexualidad más responsable a partir de ese momento.
También en 2005 Profamilia encontró que había una población desamparada en materia de derechos sexuales y reproductivos y fue en su búsqueda: los hombres que tienen sexo con hombres (hsh). La categoría incluye a homosexuales y a aquellos que no se identifican como tales pero han tenido, o esporádicamente tienen, relaciones sexuales con sus pares. En general, esta última es una población anónima, sin representación y, en consecuencia, olvidada en términos de derechos sexuales y reproductivos. El interés por este grupo surgió a partir del hallazgo cada vez más frecuente de casos de infección por vih en hombres que atendían a este perfil y en vista de que carecían de organizaciones que los representaran o tendieran redes entre ellos, a diferencia de los homosexuales o lesbianas. Ante esta evidencia, Profamilia, en alianza con Proyecto Colombia Diversa, puso en marcha un programa en sus 34 centros del país, que tuvo por nombre Promoviendo los derechos sexuales y la prevención del vih/sida para hombres que tienen sexo con hombres en Colombia. El objetivo general fue contribuir a la defensa de los derechos sexuales y reproductivos de los hsh, reducir el estigma y la discriminación hacia ellos, y mejorar su acceso a la salud.Todo esto encaminado a reducir las tasas de vih en este grupo. La población objeto del proyecto han sido los hombres en espacios homosociales, tales como cárceles, instituciones militares, internados o colegios masculinos, donde a veces se tienen prácticas sexuales.También busca llegar a los hombres gays, que se encuentran en los circuitos homosexuales, y a las mujeres, especialmente aquellas casadas o en relaciones estables. De este modo, mediante conferencias y la distribución de plegables en los centros de atención, escritos con un lenguaje positivo, no discriminatorio ni sexista, Profamilia ha ofrecido a Colombia sus propias estrategias para cerrarle las puertas a una epidemia que, 22 años después de aquella mujer
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en Cartagena, deja 43.000 casos notificados, un total estimado en 190.000 —de los cuales 62.000 son mujeres— y muchas tareas pendientes por hacer.
Así en la guerra como en el sexo
capítulo IX
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ces, escenas similares a la descrita se han vivido en todos esos barrios que, como el Nelson Mandela, se han ido formando durante los últimos 15 años en la periferia de ciudades y municipios como Barranquilla, Florencia, Valledupar y Quibdó, por citar sólo algunos de ellos.
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l grupo de hombres estaba en el andén, aprovechando la espesa sombra que el sol de las cinco de la tarde arroja sobre las polvorientas callejuelas del barrio Nelson Mandela, en la periferia de Cartagena, Costa Atlántica colombiana. Cuatro de ellos, sentados en butacas, azotaban las fichas de dominó sobre una pequeña mesa de madera, y el resto, de pie a su alrededor, observaban interesados la partida. Algunos de ellos habían nacido en la región, pero la gran mayoría habían sido arrojados allí por el conflicto armado poco tiempo atrás. Desde entonces, pasaban los días en ese lugar, consiguiendo trabajos ocasionales y realizando tareas para las que en realidad no estaban preparados, tratando de reinventarse sus vidas, a veces de manera errática, y matando el tiempo alrededor de un juego de dominó. Cuando terminó la partida, las risas y comentarios de los jugadores fueron interrumpidos por una voz femenina que les solicitaba por favor unos minutos de su tiempo. Un poco sorprendidos por la inesperada visita, los hombres la escrutaron rápidamente, tratando quizás de confirmar su verdadera identidad. La mujer, ataviada con una gorra para protegerse del sol y una camiseta que en letras verdes decía Profamilia, les aseguró que sólo deseaba entregarles unos volantes y alguna información sobre salud sexual y reproductiva. Los hombres accedieron. Salir a buscar a los hombres —por lo general poco interesados en estos temas— es sólo una de las estrategias que Profamilia ha emprendido desde 1998 para llevar servicios y educación a las miles de personas que en los últimos años se han visto obligadas a abandonar sus lugares de origen como consecuencia del conflicto interno colombiano. Desde enton-
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LA POBLACIÓN INVISIBLE Nadie sabe con certeza el número de desplazados que tiene Colombia. Se calcula que para 1995 eran alrededor de 600.000 y que al finalizar la década eran entre uno y más de dos millones de personas, según quien haga las cuentas. Compuesta en su mayoría por niñas, niños y mujeres provenientes de áreas rurales, la población desplazada suele agruparse en los cascos urbanos donde tienen pocas opciones de trabajo, estudio, alimentación y salud. La situación de las mujeres es especialmente vulnerable, dado que a todo el drama humano del destierro se suman condiciones de desempleo, violencia intrafamiliar y altos índices de analfabetismo. Un estudio publicado por la Oficina Asesora en Derechos Sexuales y Reproductivos y Género de Profamilia, indicaba:“El desplazamiento tiene impactos específicos sobre las mujeres; en su mayoría, se convierten en jefes de hogar debido a la viudez, a la ruptura de las relaciones de pareja o a la pérdida de su compañero o de sus hijos”. Señalaba, así mismo, que entre el 36 y el 39 por ciento de los hogares eran dirigidos por mujeres.1 En el campo de la salud sexual y reproductiva, la situación no era mucho mejor. Según la encuesta Salud sexual y reproductiva en zonas marginadas: Situación de las mujeres desplazadas, presentada en 2001 por Profamilia y financiada 1
Ana Cristina González Vélez y Adriana de la Espriella. Aproximación a la salud sexual
y reproductiva de las mujeres desplazadas. Espacio libre. Oficina Asesora en Derechos Sexuales Reproductivos y Género. Profamilia, 2004.
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por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (usaid), sólo el 40 por ciento de ellas estaban afiliadas al Sistema General de Seguridad Social en Salud (sgsss), aunque eso, en todo caso, no siempre garantizaba el acceso efectivo a los servicios. Igualmente, la encuesta indicaba que entre las mujeres desplazadas las tasas de fecundidad eran muy superiores a la media nacional: aquellas entre 40 y 49 años tenían, en promedio, 5,3 hijos, mientras que la media nacional en este rango era de 3,4. Además, mientras una de cada tres adolescentes desplazadas ya era madre, en la población general era una de cada cinco. A pesar de que había altos niveles de conocimiento de la existencia de métodos de planificación familiar, el 31 por ciento de las mujeres no utilizaba ninguno de ellos, y dentro de las que sí los utilizaban muy pocas tenían en realidad información concreta sobre el método usado. La falta de información y educación era, precisamente, uno de los asuntos más preocupantes. Alrededor de la mitad de las mujeres no sabía que existiera un examen para detectar el vih/sida, más del 70 por ciento no había participado nunca en charlas sobre citología vaginal o autoexamen de seno y, en general, las mujeres encuestadas manifestaron tener dificultades para negociar el uso del condón o de métodos anticonceptivos. Profamilia había realizado esta encuesta con la intención de tener información más exacta y de primera mano sobre la situación de las comunidades de desplazados en el país. Cuando la institución había comenzado a trabajar con ellas, la incertidumbre con respecto a las verdaderas dimensiones del fenómeno era uno de los aspectos que más la inquietaba. De modo que para hacer comparables los datos, el cuestionario siguió los mismos parámetros de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ends).
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A LA MEDIDA DE LAS NECESIDADES Con el propósito de mantener informada a su comunidad, la Junta de Acción Comunal del barrio Julio Rincón del municipio de Soacha, a las afueras de Bogotá, instaló un sistema de altavoces mediante el cual se transmiten noticias relativas a vacantes de empleo, objetos perdidos, mensajes familiares y brigadas de salud.“Las personas interesadas en salud sexual y reproductiva, medicina general, vasectomías y ligaduras —dice el presidente de la junta a través de la amplificación— pueden acercarse a la casa de doña Cristelia, frente a la imagen de la virgen, en el camino que conduce a las areneras”. Esta brigada de salud se llevó a cabo el 15 de septiembre de 2005, fecha en que Profamilia celebraba sus 40 años de existencia. Ese día, mientras las pacientes esperaban para pasar al consultorio, Elsa García, una de las asesoras de la institución, se hizo aparte para escuchar con atención la historia de una pareja de desplazados que llegó a Soacha menos de dos semanas atrás. Quería conocer las condiciones en que se encontraban, si había más personas con ellos, su lugar de origen y si otras familias abandonaron la región al mismo tiempo. El alto volumen de la población desplazada, su constante movilidad y su natural resistencia a declararse como tal, son algunos de los factores que inciden en la dificultad que representa determinar su número y ubicación exacta. Sin embargo, bien por sus propios medios, o bien tomando como referente los reportes de diferentes organizaciones gubernamentales o independientes, Profamilia continuamente está haciendo el seguimiento a la población desplazada en el país. Una vez detectado un grupo importante de desplazados, una asesora de la institución se pone en contacto con instancias y autoridades locales, como la junta de acción comunal o líderes comunitarios, a las que informa el tipo de trabajo que se va a realizar. Desde la década de los setenta, a raíz de experiencias como los programas rurales y los programas de Anticoncepción Quirúrgica Voluntaria (aqv), Profamilia había diseñado
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dos modelos de atención. El primero, de carácter centrípeto, implicaba disponer los medios necesarios para que las usuarias pudieran llegar hasta la institución donde serían atendidas. En el segundo modelo, de carácter centrífugo, era la institución la que se movilizaba para atender a las personas en su misma comunidad. Para el trabajo con desplazados se han aprovechado ambas metodologías, adicionando a éstas una variación intermedia. Mediante la entrega de unas tarjetas de remisión, donde están consignados el nombre de la persona, la tarifa que debe pagar y el servicio que se le debe prestar, se le da a la usuaria la posibilidad de acudir a la institución cuando esté en posibilidad de hacerlo. Además de las evidentes facilidades que esto representa para las usuarias, les permite obtener tarifas subsidiadas sin la necesidad de identificarse como desplazadas.“El objetivo de este programa es brindar educación y servicios —explica Patricia Ospina, coordinadora del Programa de Desplazados—. Por ejemplo, para que una persona solicite una citología es porque ha pasado por un proceso de capacitación, ha tomado conciencia del riesgo y sabe que existe un examen para detectar y prevenir el cáncer”. En las zonas donde Profamilia hace presencia se vienen prestando servicios médicos y quirúrgicos, así como labores educativas que hacen especial énfasis en aspectos como planificación familiar, infecciones de transmisión sexual, derechos sexuales y reproductivos, vih/sida y salud familiar. Una parte importante de este trabajo educativo se ha llevado a cabo con multiplicadores comunitarios, es decir, jóvenes entusiastas que son capacitados en talleres para que transmitan luego la información en sus comunidades. Aparte de las características comunes a todo el fenómeno del desplazamiento, las asesoras suelen encontrar en cada comunidad particularidades específicas a las que debe ajustarse su estrategia de trabajo. Ya se mencionó, por ejemplo, que en la Costa Atlántica, donde las costumbres machistas se encuentran más arraigadas, se han reforzado los esfuerzos por
integrar a los hombres a los procesos educativos. En municipios como Riosucio (Chocó) se ha encontrado que las mujeres, después de lavar en los ríos, acostumbran dejarse puesta la ropa húmeda, lo que genera un alto riesgo de infecciones dermatológicas y genitales. Esto ha requerido tener un especial cuidado en hacer seguimiento a este tipo de problemas de salud. Medidas específicas se han tomado también en otros lugares como el albergue La Rayadora, ubicado en Tulúa (Valle), donde las condiciones de hacinamiento han facilitado la propagación de enfermedades infecciosas como dengue y varicela, especialmente entre los niños. En el barrio Julio Rincón de Soacha, cuando el viento sopla se elevan espigadas columnas de polvo que luego se abren en flor para esparcir las partículas sobre las calles, las casas, las personas y los pulmones de los niños. Miguel Parroquiano, médico que presta sus servicios en las brigadas de Bogotá y sus alrededores, explica que los problemas más comunes que encuentra entre la población desplazada en general son hipertensión y gastritis, pero que en este sector en particular son habituales las gripas, la tos y los problemas respiratorios y dermatológicos, en especial entre la población infantil. Para todos ellos, Profamilia trata de encontrar soluciones en la medida en que sus propias capacidades lo permitan. Por ejemplo, la institución subsidia toda o parte de la medicación que eventualmente puedan requerir las personas que acuden a las brigadas. En otras ocasiones, es el propio compromiso personal de los funcionarios el que consigue salvar las dificultades. Por ejemplo, el día de la brigada de salud en el barrio Julio Rincón, en su conversación con la asesora Elsa García, aquella pareja de desplazados manifestó su imposibilidad de ir hasta Profamilia para que la señora pudiera realizarse unos exámenes: no tenían dinero suficiente para pagar la tarifa simbólica que estos costaban, ni mucho menos para el transporte. García los tranquilizó: al término de la brigada podrían viajar en la camioneta de Profamilia y una vez allá, entre todos, harían una colecta para pagar el resto.
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LA LEGIÓN EXTRANJERA
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Los primeros dineros que permitieron comenzar el trabajo con comunidades en situación de desplazamiento fueron aportados por el Consorcio para la Salud Reproductiva de los Refugiados (rhrc), una organización asesora de Naciones Unidas en esta materia. El proyecto Servicios de salud sexual y reproductiva para personas desplazadas por la violencia en Colombia, que sería ejecutado en 1998, estaba contemplado para implementarse en siete municipios que albergaban una alta concentración de población desplazada. Patricia Ospina explica que el proyecto fue aprobado para brindar información, educación y servicios médicos, quirúrgicos y de apoyo diagnóstico en salud sexual y reproductiva. “El trabajo en el que nos apoyaron eran actividades educativas y servicios de salud subsidiados —comenta Ospina—. Se cobraba a la gente una cuota mínima para que las personas valoraran lo que se les estaba dando”. El proyecto había sido aprobado por el término de un año, al cabo del cual se habían prestado casi 2.000 servicios y se habían capacitado más de 5.000 personas. Sin embargo, antes de que terminara ese tiempo, y con toda la experiencia adquirida de primera mano sobre el terreno, para Profamilia era bastante claro que la tarea no podía abandonarse. Gracias a la intermediación de la Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf), una nueva partida presupuestal fue aprobada en octubre de 1999, esta vez por el Fondo Nacional de Loterías de Caridad de Inglaterra (nlcb), hoy Fondos Comunitarios del Reino Unido. Este proyecto estaba contemplado para brindar atención e información en salud sexual y reproductiva, tanto a los desplazados como a sus comunidades receptoras, en 23 municipios de 10 departamentos durante tres años. Según explica Ospina, la nueva partida presupuestal les permitió ofrecer una mayor cantidad de servicios, programar más actividades educativas y cubrir un mayor volumen de po-
blación en más ciudades y municipios. Gracias a este proyecto se prestaron casi 30.000 servicios, fueron dictadas poco más de 3.000 charlas a las que asistieron unas 65.000 personas y fueron capacitados, en 580 talleres de 20 horas de duración, alrededor de 14.000 líderes comunitarios. En junio de 2001, la institución pudo abrir un nuevo proyecto, orientado esta vez a la formación de jóvenes desplazados y receptores, gracias al apoyo de Marie Stopes International y la Universidad de Columbia. Desde esa fecha y hasta diciembre de 2003, más de 6.000 jóvenes fueron atendidos por la institución y alrededor de 12.000 más participaron en diferentes talleres y actividades educativas, en las ciudades costeras de Cartagena y Barranquilla. Por otra parte, desde octubre de 2000 y gracias al apoyo de usaid, se continuó el trabajo en otro proyecto para llevar educación en salud sexual y reproductiva a poblaciones desplazadas y sus comunidades receptoras en 23 departamentos y 121 municipios del país. Este proyecto estaba planeado para dos años. Sin embargo, ha sido extendido en varias ocasiones para permitir que el trabajo tenga continuidad. “Viendo las necesidades de las comunidades y el buen uso que se le ha dado a los recursos, la usaid ha continuado con este programa, y lo que iba a ser para dos años ya va en cinco”, asegura Ospina. De esta forma, hasta junio de 2005, el proyecto había prestado servicios a medio millón de personas y educación a otras 400.000, a través de unas 15.000 charlas. Con éste, se ha capacitado a jóvenes multiplicadores comunitarios, quienes llevan a otros de sus comunidades mensajes positivos frente a la sexualidad, a su salud y a sus derechos sexuales y reproductivos. La experiencia de trabajo con jóvenes desplazados y receptores ha encontrado continuidad gracias a que Profamilia fue seleccionada por el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria de la Organización de Naciones Unidas como parte del mecanismo coordinador de un ambicioso proyecto de atención a los jóvenes de las comunida-
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El sida toca las puertas
des receptoras de desplazados. El proyecto, que desde febrero de 2005 se encuentra en fase de ejecución, busca reducir la vulnerabilidad frente a las infecciones de transmisión sexual y el vih/sida de 600.000 adolescentes y jóvenes, ubicados en 47 municipios de 24 departamentos, y en nueve localidades de Bogotá.
SE HA APRENDIDO A partir de este trabajo, las asesoras de la institución se han encontrado escenas que desde hacía años habían dejado de ser moneda corriente: mujeres que se sonrojan en una charla cuando la asesora descubre las láminas que representan los órganos genitales; la persistencia de mitos que ya se creían erradicados como aquel según el cual un dispositivo intrauterino puede herir o maltratar al compañero sexual, y casos de verdaderas multíparas, con proles que suman hasta 16 hijos, de las que ya poco se escuchaba hablar. Y en el caso de los hombres, a veces también parece que el tiempo se hubiera estancado: es frecuente ver que el mayor número de hijos se sigue asociando a virilidad y que, consecuentemente, la vasectomía se asuma como una merma de la hombría. Todo lo anterior sirve como metáfora elocuente de la verdadera situación de desamparo y desinformación en que viven las personas que se encuentran en situación de desplazamiento. “Hay una cosa —señala Ospina— que va más allá de todo esto, y es que Profamilia tiene un compromiso moral y social con Colombia. La razón de ser de estos proyectos son aquellas personas que están viviendo situaciones muy difíciles”. No hay que perder de vista que se trata de gente que está huyendo a causa de la violencia, gente que ha sido aterrorizada y violentada para que abandone toda la vida que había construido. Nidia Melo, asesora de Profamilia en Bogotá, reconoce que al principio, cuando comenzó a trabajar con
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desplazados, pasó por una época de negación. “Cuando los escuchas contar sus historias —dice Melo— lo primero que piensas es que es mentira, que eso no existe, que no puede estar pasando”. A pesar de los naturales recelos y prevenciones que la población desplazada pueda tener, las asesoras de Profamilia no han encontrado resistencia ni se han enfrentado a situaciones de peligro. “Nosotros los hacemos sentir personas —asegura Melo—. La idea es ayudarlos a construir vidas nuevas, orientarlos, que vean que pueden seguir adelante. Pero ése es un proceso largo, largo, muy largo”. Pero tal vez quienes mejor pueden hablar de esto son las mismas personas beneficiadas. En un encuentro nacional de las asesoras que trabajan en el proyecto, una de ellas, de Bucaramanga (Santander), contaba que al finalizar un taller de capacitación con líderes comunitarios, una señora pidió la palabra para agradecer todos esos bienes inmateriales que había recibido: “Hemos aprendido a valorarnos y valorar a nuestra pareja. Hemos aprendido que la planificación familiar no es solamente evitar los hijos. Hemos aprendido a respetar la intimidad de nosotros y de los demás. Aprendimos a hacer valer nuestros derechos”.
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gracias a esos modestos esfuerzos. Muchas otras salieron de las instalaciones de Profamilia directo a los centros de reproducción asistida. Pero muchas no pudieron pagar los costos de un tratamiento de esta índole.
E
l 10 de abril de 2004, en la Clínica del Country, de Bogotá, se escuchó el primer llanto de los mellizos Gabriela y Lucas Suárez Figueredo. La emoción no fue sólo de los familiares. En la sede de Profamilia, el biólogo Carlos Jiménez y su equipo de trabajo vieron que sus proyectos ya eran de carne y hueso. La foto de Gabriela y Lucas hoy decora la sala de espera de la Unidad de Fertilidad de Profamilia. Y sobran los motivos: fueron los primeros niños concebidos mediante fertilización in vitro en este centro. Parece una paradoja. De un momento a otro de su historia, la institución que estableció los primeros programas de planificación familiar en Colombia apareció ayudando a las parejas a reproducirse. Aunque el nombre original de la institución estimulaba el propósito —Asociación Pro Bienestar de la Familia Colombiana—, la experiencia daba para pensar que lo último que le interesaría sería poblar el mundo. A fin de cuentas, la Unidad de Fertilidad fue el resultado de decisiones prácticas. Desde finales de los años sesenta, los ginecólogos de la institución atendieron consultas por problemas de fertilidad, e incluso lograron algunos embarazos, pero no específicamente mediante técnicas de reproducción asistida. Cuando los casos carecían de solución, eran remitidos al Departamento de Trabajo Social y a la Casa de la Madre y el Niño, para que allí iniciaran el trámite de adopción. Ante el hecho de que la experiencia de ginecólogos y urólogos había sobrepasado los límites de la anticoncepción, al comenzar los años noventa Profamilia comenzó a ofrecer la más básica de las técnicas de reproducción asistida: la inseminación artificial. Nada de tecnología sofisticada; apenas los aparatos necesarios para capacitar el esperma e inyectarlo. Muchas parejas vieron realizados sus sueños de ser padres
El contexto nacional y mundial impedía soslayar el tema de la infertilidad. Si bien la posibilidad de controlar la fecundidad había logrado liberar a la mujer de cientos de yugos históricos, el consecuente incremento de la edad para concebir —derivado, en buena medida, del cumplimiento de las aspiraciones profesionales— había repercutido en la reducción de la fertilidad. En efecto, las probabilidades de embarazo de una mujer después de los 35 años comienzan a decaer, hasta precipitarse hacia los 38. El problema no se limita a la reducción de la reserva ovárica, sino al envejecimiento de los mismos óvulos. La situación ha llevado a que 80 millones de parejas en el mundo enfrente problemas para tener hijos, según la Organización Mundial de la Salud. Los avances científicos en el ámbito de la fertilidad humana han contribuido a reducir las dificultades. Probablemente, el adelanto más significativo fue la aplicación con éxito en humanos de la fertilización in vitro, que permitió el nacimiento, en 1978, de Louise Joy Brown, en Bristol (Inglaterra), la primera niña probeta de la historia, gracias a los esfuerzos de los científicos Patrick Steptoe y Robert Edwards. El procedimiento consistió en fecundar los óvulos por fuera del útero y en transferir los embriones al cuerpo de la madre —quien tenía obstruidas las trompas de Falopio— para que allí creciera la nueva vida. A pesar de la oposición de la Iglesia y varios sectores conservadores, su aplicación en el mundo fue inmediata. En enero de 1985, Diana Carolina Méndez se convirtió en la primera colombiana —y, de paso, latinoamericana— nacida gracias a la fertilización in vitro. En este caso, el
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LA ESTERLIDAD SE MULTIPLICA
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“padre científico” fue el médico ginecobstetra Elkin Lucena. Precisamente, en el laboratorio de Elkin Lucena fue donde el biólogo Carlos Jiménez, a lo largo de 1990, tuvo su entrenamiento en temas de fertilidad. Jiménez se había graduado el año anterior y su tesis de grado había sido un estudio genético de pacientes infértiles. Tras su experiencia con Lucena, trabajó en centros de fertilidad en Venezuela, Brasil y Colombia, hasta que en 1992 se vinculó con Profamilia. En esos años, lo más avanzado que podía ofrecer la institución a las parejas con dificultades de fertilidad era la inseminación intrauterina. Cuando el caso era más grave, se les recomendaba ir a alguno de los pocos centros de reproducción asistida que había en Bogotá. A juicio de Carlos Jiménez, la situación era un poco absurda: Profamilia tenía los conocimientos para hacer lo mismo, pero la falta de equipos le impedía hacerlo. Las discusiones sobre crear una unidad de fertilidad dentro de Profamilia comenzaron hacia 1997 y se centraron en tres temas: el primero era si convenía o no diversificar la institución hacia un terreno ajeno, e incluso contrario, a la planificación familiar; el segundo era sobre prestar servicios a estrato sociales más altos que los que tradicionalmente había atendido la institución, pues los altos costos de la medicina reproductiva así lo exigían, y el tercer tema de discusión, como suele ocurrir con cualquier proyecto, era la cuantiosa inversión que requeriría la apertura de esta área.“Definitivamente, creo que la Unidad de Fertilidad partió en dos la historia de los esquemas de Profamilia”, asegura, con justo orgullo, Carlos Jiménez, quien vio su insistencia materializada en junio de 2003, cuando se inauguró el centro, y aún más cuando supo del nacimiento exitoso de Gabriela y Lucas.
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OTRA VEZ PRIMERA Aunque la reproducción asistida sigue siendo un lujo en Colombia, con la creación de la Unidad de Fertilidad, Profamilia volvió a marcar un hito: fue la primera vez que estas tecnologías se pusieron al alcance de la clase media del país. En buena medida, los precios más competitivos se deben a que la unidad cuenta con el respaldo de la institución, con su laboratorio clínico y con su experiencia en urología y ginecología. De hecho, es un centro autosuficiente, en el que ninguna pareja se ve en la necesidad de realizarse exámenes por fuera. Esto ha permitido que, a menor costo, la Unidad de Fertilidad tenga la misma tasa de éxito que los centros de reproducción de mayor trayectoria en Colombia. Cuatro de cada diez parejas que la visitan logran ver realizado el sueño de ser padres, gracias a tratamientos médicos y quirúrgicos o las complejas técnicas de reproducción, como la fertilización in vitro o la inyección intracitoplásmica de espermatozoides, que consiste en inyectar dentro del óvulo la cabeza de un gameto masculino que tiene problemas de movilidad. Otra novedad que la unidad introdujo en el ámbito nacional fue la conformación de un Comité de Ética, que toma la palabra en la eventualidad de que un caso se salga de las prácticas habituales de la reproducción asistida, y cuya existencia se debe, en buena medida, a la ausencia de una ley que regule los centros de fertilidad en el país. La mayor parte de los beneficiarios de la Unidad de Fertilidad, como se había presupuestado, han sido padres de clase media. De este modo, Profamilia, tal como lo hizo hace cuatro décadas con la anticoncepción, sigue haciendo posible que los servicios encaminados al bienestar de las familias no siempre sean un privilegio de las clases más favorecidas.
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a embarcación, una lancha de diez puestos con motor fuera de borda, partió de Quibdó al amanecer y tomó uno de los brazos del río Atrato. Además del grupo de médicos, en aquel recorrido por el departamento del Chocó viajaba Ángela Gómez, presidenta de Profamilia, quien ese día se había incorporado a la brigada de salud para ver la realidad sobre el terreno. Al escuchar el ruido del motor, un surtido de niños desnudos y mujeres ociosas de un pequeño caserío se acercó a la orilla para recibir a los visitantes. Por razones de su oficio, Ángela Gómez había visto la pobreza extrema en decenas de pueblos alrededor del mundo, pero esa mañana no pudo sustraerse del asombro cuando puso pie en tierra. Era el año 2004, la planificación familiar llevaba cuatro décadas en Colombia y la cobertura de los servicios de salud había aumentado en los últimos años. Sin embargo, varias de las mujeres que esa mañana daban la bienvenida tenían alrededor de diez hijos y se extrañaban al ver médicos en su caserío. Y como anticipando un frustrante porvenir, algunas admitían que sus pequeños no iban a la escuela. “Ay, doña, la pobrecía (sic)…”, intentó explicar una de ellas. Ángela Gómez había realizado decenas de viajes del mismo corte a lo largo de su carrera. Tras graduarse como politóloga de la Universidad de los Andes, de Bogotá; de ser alcaldesa del municipio de Madrid (Cundinamarca) con apenas 25 años, y de ser directora de Acción Comunal del departamento, había recibido, en 1976, una invitación del doctor Fernando Tamayo para que fuera miembro de la Junta Directiva de Profamilia. Su pertenencia a la institución, sin embargo, había comenzado mucho antes, aunque no de manera oficial: “Mi
mamá, Beatriz Kopp de Gómez, fue fanática del doctor Tamayo y trabajó como voluntaria con él desde 1965”, recuerda. Una década después, cuando se desempeñaba como directora departamental de Acción Comunal, unía equipos de Profamilia con los de esta institución, y mientras aquéllos iban por las veredas hablando de planificación familiar, éstos dictaban charlas sobre liderazgo y sobre cómo organizar a la comunidad. Fue allí donde inició aquellas correrías que le permitieron conocer de primera mano la realidad del país. Como miembro de la Junta Directiva se dedicó a pensar en las cuestiones políticas de la institución, sin inmiscuirse en los aspectos administrativos. Su experiencia en el campo dio suficientes argumentos para que en 1991 fuera elegida en dos cargos de la Federación Internacional de Planificación Familiar (ippf): miembro de la Junta de la Región del Hemisferio Occidental y miembro de la Junta Internacional. Aquellos fueron tiempos de grandes transformaciones dentro de la ippf. Aparte de significativas reestructuraciones administrativas, en 1992 amplió su espectro y pasó de ser una institución dedicada a la planificación familiar, a ser una institución orientada a la promoción de la salud sexual y reproductiva. Después vinieron para Ángela Gómez dos hechos relevantes y poco distanciados en el tiempo. En marzo de 1999 fue elegida presidenta de la Junta Directiva de Profamilia —en reemplazo del doctor Fernando Tamayo, quien desde entonces es presidente honorario de la institución— y, apenas ocho meses después, tras una reñida votación, fue elegida por el Consejo de Gobierno presidenta internacional de la ippf. La prioridad al asumir el cargo fue devolverle el liderazgo a la federación, erosionado por la aparición de otras instituciones dedicadas a la promoción de la salud sexual y reproductiva. Para conseguirlo tuvo especial esmero en buscar un nuevo director general, y tras una cuidadosa búsqueda internacional encontró a Steven W. Sinding, quien tenía una vasta experiencia en temas de población en todo el mundo. En efecto, Sinding venía de trabajar como profesor de salud
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pública en la Universidad de Columbia, había sido director del programa de Ciencias de Población de la Fundación Rockefeller y miembro de la delegación de Estados Unidos en la Conferencia de Población y Desarrollo de El Cairo en 1994, entre otros cargos. Sinding asumió como director general de la ippf en 2002 y, con él a la cabeza, la institución llevó a cabo una revisión de sus programas y prioridades. Como resultado, se trazaron metas a 10 años, centradas en cinco aspectos: adolescencia, vih/sida, aborto, acceso y promoción. “Steve Sinding no sólo ha logrado racionalizar y aumentar el presupuesto, sino devolverle el alto perfil, la credibilidad y el reconocimiento de la comunidad internacional a la federación”, señala Ángela Gómez.
OTROS TIEMPOS
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ción había alcanzado a ser proveedora del 70 por ciento de los servicios de planificación familiar en Colombia, la ayuda de las agencias internacionales comenzó a emigrar hacia África, Asia y Europa Oriental, regiones que tenían un rezago mayor en esta materia.A pesar del vacío que dejaban los donantes, su partida podía interpretarse como un reconocimiento de que la institución había hecho bien las cosas y podía sostenerse por sí misma. El otro hecho fue la expedición de la Ley 100 de 1993, que reorganizó el sistema de seguridad social y dejó en manos de las nuevas entidades prestadoras de salud (eps) la provisión de servicios de planificación familiar. Aunque muchas de ellas contratan con Profamilia este tipo de atención, el mercado se diversificó, al punto que la institución redujo su participación en este campo del 70 al 30 por ciento. Ante ese panorama, Profamilia decidió acudir a nuevas estrategias para hacerse viable financieramente sin renunciar al componente social que desde sus orígenes le daba su razón de ser.
Al asumir como presidenta de Profamilia y de la ippf, Ángela Gómez seguía los pasos que desde los años sesenta había dado el doctor Tamayo dentro las dos instituciones, aunque muchas cosas habían cambiado en Colombia y en el mundo en ese tiempo. En efecto, como una confirmación de sus aciertos, la ippf en el ámbito internacional, al igual que Profamilia en el nacional, encontraron un buen número de competidores. No dejaron de estar a la vanguardia en la promoción o la oferta de servicios de planificación familiar, pero sí se vieron afectadas por la aparición de otras organizaciones que tenían intereses similares. En el caso de la ippf, la financiación de los donantes tuvo que repartirse entre más instituciones y, consecuentemente, los recursos nunca volvieron a ser iguales a los que se tuvieron en los primeros años. Una crisis que se sumaba al hecho de que el tema de población había desaparecido paulatinamente de la agenda internacional y había sido reemplazado por otros como el medio ambiente, el terrorismo o la pobreza. En el caso de Profamilia ocurrió algo similar y su evolución tuvo dos fases. Hacia los años ochenta, cuando la institu-
En mayo de 2005, diversas especies de aves irrumpieron en los medios de comunicación. En medios impresos, se vio la imagen de un avestruz con la cabeza sumergida en la tierra, acompañada de una leyenda que decía:“¿Te da pena hablar de lo que pasó? En Profamilia encontrarás soluciones médicas, jurídicas y psicológicas en salud sexual y reproductiva, para que tu pena sea cosa del pasado. En Profamilia somos más que planificación”. Ideas del mismo corte —con loros, cigüeñas, gallinas y otras especies aviares—, aparecieron en prensa, radio y televisión. La institución comenzaba así su más agresiva campaña en medios masivos de comunicación, con la que buscaba promocionar seis negocios distintos: servicios para hombres, servicios para mujeres, cirugía laparoscópica, planificación fa-
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IDEAS QUE VUELAN
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miliar, unidad de fertilidad y atención médica, jurídica y psicológica integrada. El momento de encarar el futuro con visión de empresa había llegado. Se hizo entonces necesario diferenciar más claramente los dos frentes de trabajo. La institución prestadora de servicios, Profamilia ips, asumiría la misión de obtener recursos para que su hermana, Profamilia Social, mantuviera sus programas activos. Era eso o poner en riesgo la viabilidad económica de la institución, como lo mostró el estudio Planificar sin morir en el intento: ¿Qué hace de Profamilia un caso interesante de gestión social?, realizado por Roberto Gutiérrez, Iván Darío Lobo y Raúl Sanabria, de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes.1 Cambiar las estrategias de promoción se convirtió en una prioridad. Ante la percepción generalizada de que Profamilia se dedicaba de manera exclusiva a la planificación familiar, se insistió en mostrar al público la diversidad de su oferta. En efecto, a esas alturas de la historia, eran muy pocos los que sabían que la institución atendía consultas de medicina general, control prenatal, pediatría, fertilidad, andropausia, menopausia, seno, psicología, urología, ginecología y sexualidad, y que incluso ofrecía apoyo diagnóstico para aquellas especialidades. Así fue como la estrategia publicitaria de las aves buscó atraer usuarios para que la institución pudiera sostener otros programas menos costo-efectivos. Porque era claro que al cabo de cuatro décadas era mucho lo que se había hecho en el campo de la salud y los derechos sexuales y reproductivos, pero también que era mucho lo que quedaba por hacer.
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El estudio mencionado constituye el anexo de este libro.
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PAÍS SIN EQUILIBRIO Al llegar 2005, la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ends) indicó que la tasa de fecundidad en Colombia era de 2,4. Un descenso vertiginoso y en apariencia positivo si se tiene en cuenta que 40 años atrás, el promedio de hijos por mujer era de siete. Pero desagregando el promedio, es claro que la tarea quedó inconclusa, porque la tasa deseada de fecundidad es de 1,7; porque casi la mitad del millón de nacimientos que se presentan cada año en el país no son deseados en ese momento o son francamente indeseados, y porque las desigualdades son enormes entre regiones y estratos sociales: los que tienen más recursos tienen menos hijos, y los que tienen menos recursos tienen más hijos. Las mujeres de Medellín tienen en promedio 1,6 hijos, pero las del Litoral Pacífico tienen 3,4. Mientras las mujeres con educación superior tienen en promedio 1,4 hijos, las que no tienen ninguna educación tienen 4,5.Y mientras las de estratos socioeconómicos más altos tienen 1,4 hijos, las más pobres tienen 4,1. Las iniquidades se acentúan; la pobreza se perpetúa. Cuatro décadas después del inicio de los primeros programas de planificación familiar en Colombia, el fantasma de la explosión demográfica ha desaparecido, o al menos luce menos amenazante. Con el paso del tiempo se ha observado que el crecimiento de la población no acarrea de manera automática hambrunas y catástrofes, pero sí queda en evidencia que las tasas de fecundad tienen relación con el desarrollo y las desigualdades: las familias reducidas están en capacidad de destinar más recursos para educar a sus hijos, quienes, por este motivo, tienen mayor probabilidad de ingresar al mercado laboral y en mejores condiciones. Varios factores confluyeron para que Colombia hubiera bajado la guardia en materia de población. “Tal vez el más importante fue que hacia mediados de los setenta el país cantó victoria: con la caída de sus tasas de natalidad se pensó que el problema estaba conjurado o, al menos, en camino de
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estarlo”, anotan los economistas Armando Montenegro y Rafael Rivas.2 A esto se sumó la aparición de otras prioridades en la agenda internacional del desarrollo y el simple hecho de que, desde la década de los ochenta, los gobiernos locales asumieron el ritmo de crecimiento de la población como un asunto de segundo orden. “Ni se menciona ni se discute. Es algo que se toma por dado e inmodificable, como el clima o la ubicación geográfica del país”, en palabras del ex ministro de Hacienda Rodrigo Botero.3 Con el tiempo aparecieron otros problemas. La expedición de la Ley 715 de 2001 fraccionó la prestación de los servicios de planificación familiar en el régimen subsidiado de salud, lo que significó que las mujeres que acuden en busca de métodos anticonceptivos no encuentran toda la oferta un mismo lugar: una red ofrece métodos temporales y otra, los métodos quirúrgicos. El sistema es engorroso y, en consecuencia, la demanda es baja.Así que los 18 millones de colombianos que pertenecen al régimen subsidiado, más los 12 millones que no están afiliados al sistema, tienen servicios deficientes o carecen de cualquier atención en planificación familiar.4 Los principales afectados: los jóvenes y los más pobres. Profamilia ha comenzado a plantear nuevas estrategias. Al hacer un balance, María Isabel Plata, directora ejecutiva de la institución, cree que las conquistas en el campo de los derechos reproductivos han sido grandes, pero que falta hacer énfasis en los derechos sexuales. Es decir, en aquellos que se refieren al derecho de todos a acceder a servicios de salud sexual y reproductiva, a recibir información y educación sobre sexualidad, al respeto a la integridad corporal, a la libre escogencia de pareja, a ser o no activo sexualmente, a decidir cuándo y cuántos hijos tener, y a demandar una satisfactoria, 2
Armando Montenegro y Rafael Rivas. Las piezas del rompecabezas. Desigualdad, pobreza
y crecimiento. Editorial Taurus. Bogotá, 2005. 3
El Colombiano, 25 de julio de 2002. Citado por Montenegro y Rivas.
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Armando Montenegro y Rafael Rivas. Obra citada.
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segura y placentera vida sexual.“Yo creo que cuando arrancaron los programas de Profamilia en 1965 quedaba muy difícil hacer las peleas de la planificación y la sexualidad al mismo tiempo —dice Plata—. Eran dos cosas nuevas en las que había mucha oposición. Creo que ahora, que ya hemos avanzado en planificación familiar, en salud reproductiva y en derechos reproductivos, tenemos tiempo de abordar el tema de la sexualidad, de la violencia sexual, de los derechos sexuales, de las orientaciones sexuales, del vih/sida y de las infecciones de transmisión sexual”. Pero para cumplir la meta se necesitan recursos. Y para obtener recursos es indispensable convencer a gobernantes, empresarios y agencias internacionales de que la misión no está cumplida.“En la Junta Directiva concluimos que teníamos que poner el tema de población y de los derechos sexuales y reproductivos en primer orden —añade Ángela Gómez—. Es un tema que no se tiene en cuenta para los planes de desarrollo y que debe estar en el subconsciente de todos los mandatarios locales y nacionales”. En varias regiones la empresa privada se ha involucrado en las soluciones. En Cartagena, por ejemplo, una importante cementera contrata los servicios de Profamilia para que lleve planificación familiar a comunidades necesitadas.Y en San Antero (Córdoba), una camaronera financia las brigadas móviles o el desplazamiento a Montería —donde la institución tiene una clínica— a personas que buscan ligaduras o vasectomías.
BITÁCORA DE VUELO Desde el ámbito local y en las áreas en que sea posible, el propósito de Profamilia es aportar al cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio aprobados por Naciones Unidas en 2000: erradicación de la pobreza extrema y el hambre, enseñanza primaria universal, igualdad entre los sexos y la autonomía de la mujer, reducción de la mortalidad infan-
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til, mejoramiento la salud materna, lucha contra el vih/sida y otras enfermedades, sostenibilidad del medio ambiente, y fomento de una asociación mundial para el desarrollo. La salud sexual y reproductiva resulta fundamental dentro de tales propósitos, pues sin ella cualquier esfuerzo contra las desigualdades sociales y de género será en vano.“La imposibilidad de determinar cuántos hijos tener y en qué momento limita las opciones en la vida de una mujer —señalaba el informe Estado de la población mundial 2005, de Naciones Unidas—. Posibilitar que las personas escojan libremente la cantidad y el espaciamiento de sus hijos también redunda en familias más pequeñas, crecimiento más lento de la población y menor presión sobre los recursos naturales”.5 Profamilia tiene claro que debe insistir. Urge llegar con educación y servicios a todos los rincones.Así se podría evitar que en Colombia sigan naciendo cada año niños no deseados. Niños que con mayor probabilidad serán víctimas de violencia intrafamiliar, que muy probablemente carecerán del afecto de sus padres, que acentuarán los niveles de pobreza y que se convertirán en una carga para el Estado. La imagen de aquellas familias numerosas en el Chocó, sin educación, sin recursos, sin un futuro promisorio, aparece de manera persistente en la mente de Ángela Gómez: “Tenemos que llegar a esa gente y atenderla. Hay que hacer esfuerzos para que esos niños tengan educación y salud; para que esas mujeres y esos hombres tengan derecho a acceder a servicios en salud sexual y reproductiva, y para que la población en general tenga un futuro con mejor calidad de vida”. Colombia no es la misma 40 años después. Atrás quedaron los tiempos de las protestas por el ingreso de las mujeres a la universidad. Atrás quedaron las excomuniones para aquellos que promovían la anticoncepción.Atrás quedaron los que 5
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impunemente pregonaron que el único destino de las mujeres era la sumisión. Atrás han quedado muchas taras de la sociedad colombiana, pero no las desigualdades ni la pobreza. Profamilia sabe que desde su ámbito todavía hay mucho para dar y que sobran razones para seguir adelante.
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E
E Planificar sin morir en el intento: ¿qué hace de Profamilia un caso interesante de gestión social?
Este capítulo fue elaborado en el marco de la investigación adelantada por la Iniciativa en Emprendimientos Sociales –IESO– de la Facultad de Administración de la Universidad de los Andes, como miembro fundador de la Social Enterprise Knowledge Network –SEKN (http:/www.sekn.org). De la investigación se derivó el estudio de caso de Profamilia, que será publicado por Harvard Business School Publishing como parte de la colección de casos SEKN.
E E
Roberto Gutiérrez Iván Darío Lobo Raúl Sanabria1
Universidad de los Andes, Facultad de Administración Mayo de 2005
E 1. Introducción Durante más de tres décadas, la bandera verde ondeante de Profamilia ha simbolizado una organización a la que es fácil identificar. En muchas instituciones públicas de salud puede encontrarse información sobre los servicios de planificación familiar y salud sexual que presta Profamilia. En la radio es común escuchar sus mensajes publicitarios. Esto, sumado al número de centros de atención que tiene en todo el país y a los programas de servicio que llegan a zonas muy apartadas, refuerza incluso la falsa creencia de que Profamilia es una institución del Estado. Se ignora que nació y permanece como una organización de carácter privado y que surgió de la iniciativa de un médico con una vocación de servicio tan fuerte como su capacidad de liderazgo. A Profamilia se puede acudir, como comentan algunas de sus usuarias, “sin temor a ser juzgado”. En el contexto colombiano ésta es una ventaja apreciable, pues el trato abierto del tema sexual es algo que aún hoy despierta tabúes. A pesar de ello, el panorama actual sería muy distinto de no haber sido por el impulso que a partir de la década de los sesenta ganó en Colombia el tema de la planificación familiar. De acuerdo con algunas estimaciones, para Colombia hubiera sido insostenible mantener las tasas de crecimiento de población que tenía en la época en que fue creada Profamilia. Con una tasa de 3.5% en 1950, por ejemplo, la población total hubiera alcanzado los 56 millones de habitantes en el año 2000 y 80 millones en el año 20102. Según los datos de la primera Encuesta de Fecundidad de 1964, elaborada por el Centro Latinoamericano de Demografía en siete ciudades de la región, Bogotá tenía en segundo lugar, 1
El orden de aparición de los autores es alfabético.
2 Gonzalo Echeverri, Contra viento y marea, 25 años de planificación familiar en Colombia. Asociación Colombiana para el Estudio de la Población –ACEP–, 1991 p. 13. Según estimaciones del
DANE,
en el año 2004 había en Colombia 45.325.261 personas.
después de Ciudad de México, un promedio de 5.5 hijos por mujer en unión. Según estudios posteriores la media nacional era de 7 hijos.3 Aunque en años recientes se ha dado un ligero incremento, hoy la media por mujer se estima en alrededor de 2.6 hijos, cifra comparable con el promedio nacional de muchos países económicamente desarrollados. En ese proceso de cambio Profamilia ha jugado un papel destacado. Aunque es imposible atribuir causalidades directas, dada la cantidad de factores que inciden en la variación de las tasas de población de un país, el hecho destacable es que a lo largo de su historia Profamilia ha contribuido significativamente al logro de metas que superaron las expectativas más optimistas. ¿Qué es lo que esta organización ha hecho bien? ¿Cómo ha sorteado las dificultades? Las interpretaciones sobre el control de la explosión demográfica son variadas. En opinión de algunos, el desmesurado aumento poblacional representa una bomba de tiempo capaz de agravar las condiciones socioeconómicas de un país. Para otros el control de la natalidad no necesariamente garantiza mejores condiciones de vida, pues por sí solo no implica una mejor distribución de la riqueza. No es nuestra intención argumentar a favor de una u otra posición. Nos concentraremos en tratar de explicar las prácticas distintivas de una organización que, de manera sostenida, ha atendido una necesidad social sentida en un segmento de la población económicamente menos favorecida. Así, este artículo señala los factores y variables que hemos considerado más relevantes para entender qué hace de Profamilia un caso destacado de gestión social. En una primera parte describiremos esos factores (foco estratégico, manejo del entorno, liderazgo, cultura organizacional, estilo gerencial, eficiencia operacional, relaciones con sus grupos de interés). Posteriormente examinaremos los desafíos y oportunidades que enfrenta la organización en la actualidad, a la luz de las relaciones entre dichos factores, pues uno de nuestros supuestos es que las propiedades emergentes de la organización como sistema son
Fuente: http://www.dane.gov.co/inf_est/series_proyecciones.htm. Fecha de consulta: 26 3
de octubre de 2004.
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Profamilia,“El dolor de crecer”, documento no publicado, Bogotá, s. f.
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E tan importantes como las particularidades de sus elementos constitutivos. En el proceso hemos interactuado con el equipo directivo y con usuarias de la organización y hemos conocido de cerca algunos de los programas que ésta desarrolla.4 No es gratuito que haya sido “interesante” el adjetivo que usamos en el título de este artículo. ¿Por qué no hablar, por ejemplo, de Profamilia como un caso “exitoso”? En la literatura y en el lenguaje de la administración es común encontrar expresiones como “mejores prácticas”, “factores de éxito” u “organización de clase mundial”. Por lo general estos conceptos obedecen más al interés de quien los usa que a un marco objetivo desde el cual observar el desempeño de una organización. Quienes se han aproximado con cierto rigor a determinar factores clave de desempeño en las organizaciones advierten sobre el trato liberal que se les ha dado a estos conceptos.5 Hablar de una “mejor práctica”, por ejemplo, lleva implícita una comparación que no es fácil de establecer con claridad. En el mejor de los casos estos términos son confusos; en el peor son antipáticos. Esta dificultad es intrínseca al hecho de querer determinar qué es exitoso y qué no. Difícilmente puede concebirse el éxito alejado de un contexto específico, lo cual hace que éste no pueda considerarse como un atributo independiente de quién lo define y de dónde se define. Como organización, Profamilia es un caso de estudio interesante. Por su razón de ser, toca la esfera de lo público; es de carácter privado por su naturaleza legal / organizacional y 4
ha mantenido una misión social. Cumple además con las que pueden identificarse como características distintivas de una empresa social: objetivo social, independencia del Estado y de otras organizaciones de negocio y autosostenibilidad a partir de mecanismos de mercado6. De una manera consistente y quizá más decidida que la de otras organizaciones similares, Profamilia ha aportado un grano de arena para generar el cambio de un tipo de valores sociales; en particular, de aquéllos relacionados con el derecho de decisión individual sobre la sexualidad. De este cambio de valores se derivan otros de igual importancia, como la reivindicación del rol de la mujer en la sociedad. Para Bernardo Kliksberg, el conjunto de valores éticos predominante en una sociedad es la característica que permea otras tres que, juntas, definen lo que es capital social.7 Desde esta perspectiva, es posible afirmar que Profamilia ha ayudado en la construcción de este tipo de capital. Según Atilio Borón, la política social que ha predominado en los países de América Latina ha sido la de “gerenciar la pobreza”. Contribuir en la solución de problemáticas sociales desde la perspectiva empresarial ha sido la manera en que Profamilia se ha alejado de esa triste sentencia. Por esta condición sui generis es relevante aprender del camino recorrido por esta organización. Esperamos poder dar algunos indicios que les permitan a otras organizaciones extraer ideas valiosas y, con su emulación, aproximarse a un mayor bienestar organizacional.
Tuvieron lugar nueve entrevistas –al fundador de Profamilia, a sus siete principales
directivos en la actualidad, y a un directivo de una aseguradora de salud–, un grupo focal con seis usuarias de los servicios de la organización, visitas a algunos de sus centros de atención, acceso a documentos internos y externos de Profamilia, y la participación en
6
uno de sus programas móviles.
reconocimiento”, documento no publicado, 2002.
5
7
Algunas aproximaciones tratan de superar la dificultad de evaluar el éxito de una orga-
Gutiérrez, Ezequiel Reficco y Trujillo, “Empresa social: una especie en búsqueda de Kliksberg es director de la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Ética y Desarrollo
nización. Por ejemplo, la técnica del Best Practice Benchmarking está definida al menos
del Banco Interamericano de Desarrollo. Las otras tres características con que él define
por dos características: búsqueda cuidadosa y aprendizaje detallado de los métodos de
capital social son: el nivel de confianza entre los miembros de una sociedad, la capaci-
aquéllos que logran un desempeño superior en una actividad específica relevante para
dad de asociatividad y el grado de civismo (actitud frente a lo colectivo).“Ética y capital
la organización propia. Para conocer otras aproximaciones, véase Rob Paton, Managing
social” intervención en el Primer Encuentro Internacional de Gerencia Social, Cali, 15 de
and Measuring Social Enterprises Sage Publications, Londres, 2003, p. 82.
septiembre de 2004.
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E 2. Profamilia: su historia y su presente
con las necesidades de la organización. Se consolidaron los sistemas y el equipo gerencial alrededor de cinco áreas: servicios, productos, finanzas, recursos humanos, y evaluación.8 En las conclusiones del informe de ese proceso se mencionaba:
Antes de abordar la descripción de los factores determinantes del desempeño de Profamilia, haremos –a manera de contextualización– un breve recuento de su historia y su momento presente.
Con los estudios efectuados hasta el momento se han logrado mejoras en algunos procedimientos y sistemas de información, concretamente en el funcionamiento de la bodega central, control de flujo de droga en los programas comunitarios, políticas de inventarios en el programa comunitario urbano y control de viáticos en el programa comunitario rural. También se ha colaborado en la determinación de procedimientos para planeación de estrategias y toma de decisiones mediante la participación en la elaboración de un plan a mediano plazo y programas de trabajo y presupuesto para 1977 (…)9
Una historia de logros La historia y el reconocimiento hablan bien de los logros de la organización. Profamilia es la Asociación de Planificación Familiar (apf) más grande del mundo después de la Planned Parenthood Federation of America, de Estados Unidos. Fue fundada en 1965 y en sus inicios se concentró en la provisión de productos y servicios de planificación familiar. Con el tiempo amplió su misión a la difusión de la salud sexual y reproductiva, y alcanzó a ser responsable del 70% de la planificación familiar en Colombia. En América Latina y el Caribe tiene una posición de liderazgo; es un punto de referencia en cuanto al volumen de servicios y a la eficiencia en su manejo administrativo, y por ello ha sido objeto de estudios y visitas de entrenamiento por parte de muchas apf de la región. La historia de la organización puede dividirse en tres etapas determinadas por momentos de replanteamiento estratégico. Primera etapa (1965 a 1975): Ordenamiento del edificio. Al final de su primera década de existencia, Profamilia ya contaba con mil empleados y atendía una necesidad cuya demanda iba en aumento. Este crecimiento puso en evidencia falencias administrativas que ya empezaban a tornarse críticas. El líder fundador optó por asesorarse de entidades sin ánimo de lucro e instituciones educativas para “ordenar el edificio”. El primer apoyo que se gestó –a manera de seminarios– vino por parte de la Fundación Ford, que estaba apoyando administrativamente programas de planificación familiar. Posteriormente, con la ayuda de varias universidades, se inició el proceso formal de creación e implementación de una estructura administrativa acorde 201
Más adelante, el mismo informe resaltaba: Sin embargo, el resultado más importante es posiblemente el cambio observado en los directivos de Profamilia. Se ha creado una conciencia en la necesidad de procesos administrativos bien organizados. Se observa una mentalidad más administradora y planeadora y además se observa una confianza en el grupo asesor como instrumento de apoyo y consulta para problemas de tipo administrativo.10.
Segunda etapa (1975 a 1995): Cambio en el sector. En el transcurso de la década de los ochenta Profamilia se consolida y vive su momento de mayor prosperidad. Al frente de la organización, como mano derecha de su fundador, se destacó la figura de Miguel Trías, quien fuera director ejecutivo por 8
Entrevista a Fernando Tamayo, fundador de Profamilia.
9
Antonio Burbano P. y Alberto Samper K.,“Identificación y resolución de problemas ad-
ministrativos en el área de la planificación familiar: resumen de una experiencia”, documento de trabajo no publicado. 10
Ibíd.
202
E más de dos décadas. Durante este período la cobertura de los servicios aumentó vertiginosamente. El equipo de Trías logró darle atención a un número creciente de personas de escasos recursos económicos, manteniendo un alto nivel de calidad. Al comenzar la década de los noventa Profamilia vivió los cambios más difíciles que hasta hoy ha tenido que enfrentar. El hito que marca el segundo gran escenario de replanteamiento estratégico es la entrada en vigencia de la Ley 100 de 1993. Esta ley se promulgó con el fin general de asegurar el cubrimiento integral de los servicios de salud para toda la población, independientemente de su clase socioeconómica. Sólo hasta mediados de la década de los noventa se empezaron a sentir los efectos de la aplicación de la Ley 100, pero Profamilia logró prepararse para afrontar los cambios que se presentaron. De acuerdo con el resultado de algunos estudios, la combinación de una alta especialización en planificación familiar y la diversificación de servicios en salud sexual y reproductiva fueron los factores clave para acometer los cambios en el entorno del mercado y mantener el nivel de competitividad11. En 1996 Profamilia debió además enfrentar el hecho de que el principal donante durante su historia, la usaid12, tomara la decisión de dejar de transferirle fondos con el argumento de que el problema de la planificación familiar en Colombia había dejado de ser crítico y había países en donde su ayuda era más necesaria.
por servicios, y de una sostenibilidad financiera basada en donaciones a una basada en ventas. En particular, como señalaron estudios posteriores13, esta etapa influyó para Profamilia en al menos siete aspectos: a Aumento de la competencia. La Ley 100 introdujo la planificación familiar y los servicios de salud sexual y reproductiva dentro del Plan Obligatorio de Salud – pos. Eso implicó que las entidades aseguradoras –EPS– y prestadoras de servicio –IPS– entraran a competir directamente por la prestación de los servicios que Profamilia había desarrollado. a Fortalecimiento de programas. Ante la ausencia de donaciones, Profamilia se vio abocada a generar sus propios recursos a través de la venta de servicios y productos. a Estructura de costos. La composición de costos de la organización pasó de 78% en planificación familiar, en 1991, a 74% entre planificación y servicios de salud sexual y reproductiva, en 2000. a Ingresos. Los ingresos por concepto de venta de servicios de salud sexual y reproductiva pasaron de representar el 26% al 47% del total, entre 1991 y 2000. En el mismo período se consolidó el subsidio cruzado entre estos servicios y otros programas inviables financieramente pero necesarios socialmente. a Estructura administrativa. El organigrama de Profamilia se “horizontalizó”. Se conformaron seis gerencias dependientes de una dirección ejecutiva. a Perfil profesional. Profamilia debió fortalecer el énfasis en la calidad de sus servicios como una medida para diferenciarse y competir más eficientemente. Fue necesario cambiar el perfil profesional del equipo directivo: mucho más orientarlo hacia la formación
Estos factores obligaron a Profamilia a fortalecerse en lo administrativo y en lo organizacional, para acomodarse al paso de una operación por proyectos a una operación 11
“Profamilia’s Role in Health Sector Reform in Colombia. Case study summary”, Catalyst
Consortium, Bogotá, marzo de 2003, p. 7. 12
La United States Agency for International Development –USAID– es la entidad oficial del
gobierno de los Estados Unidos encargada de promover el desarrollo social y económico 13
de los países más pobres del mundo.
203
“Profamilia’s Role...”, O. C.,p. 7.
204
E administrativa, a diferencia del que había en la organización durante sus inicios. a Población objetivo. La organización fue capaz de mantener su foco social, lo que se percibe como un gran logro. Sus servicios siguieron llegando primordialmente a la población de menores recursos socioeconómicos, sin dejar de atender a personas de otros estratos. Tercera etapa (1995 a 2003): Refinamiento del negocio. En los últimos ocho años de historia, en Profamilia han sido más evidentes los efectos de los cambios en el sector de la salud. Esta evidencia motivó un nuevo proceso de replanteamiento estratégico cuyo objetivo, en palabras de las directivas, fue “refinar el negocio”. Profamilia detectó la necesidad de hacerse fuerte en las áreas que le permitan competir mejor dentro de su entorno de mercado. Para la organización se ha tornado crítico mantener su salud como negocio sin comprometer con ello la misión social que la distingue. Momento crucial Al cumplir su cuarta década, Profamilia atraviesa por un momento crucial de redefinición estratégica, cuyas raíces son los cambios del sector de la salud en Colombia durante los últimos diez años. A partir de la entrada en vigencia de la Ley 100, se afianzó en el sistema de salud el paso de una administración centralizada –en el nivel local público y privado– a la libre competencia público– privada en la provisión de los servicios de salud. Profamilia ostentó por más de dos décadas un monopolio relativo como institución privada prestadora de servicios y productos de planificación familiar en Colombia. La reforma del sector permitió la entrada de otros entes privados que llegaron a competir directamente con Profamilia; ésta pasó de ser la entidad independiente líder en planificación familiar a ser uno más de los competidores, o a prestarles servicios a las entidades prestadoras de salud (EPS). El resultado más visible fue la disminución de su participación en el mercado. Si bien la organización se preparó con relativo éxito para 205
enfrentar los cambios que trajo consigo la ley –especialización de sus áreas de negocio, creación de nuevas gerencias, replanteamiento de su estructura de costos e ingresos, cambio en el estilo de servicio–, según sus directivas surgieron nuevos elementos que la llevaron, de nuevo, a repensarse estratégicamente: a Algunas eps crecieron en tamaño y capacidad. Esto les permitió verticalizar sus servicios; no sólo cumplir su función de aseguradoras sino además convertirse en prestadoras de servicios. El resultado de este fenómeno fue que estas instituciones se erigieron como competidoras muy fuertes que, desde el punto de vista de las directivas de Profamilia, amenazaron con suplir los servicios que presta la organización, disminuyendo aún más su participación en el mercado. a Consecuentemente, se incrementaron los retos en términos de la eficiencia en la venta de los servicios que presta Profamilia. Ante el aumento en la oferta, para atraer a los clientes se hizo más crítica la diferenciación en términos de servicios. Se presentaron, además, dificultades para vender los servicios de la organización en el nivel municipal. a La mayor complejidad del entorno de mercado hizo más evidente lo que se percibe como una tensión entre la misión social de la organización y la necesidad de sostenerse como empresa. En cómo sortear esa tensión hubo un reto adicional para la organización. Las directivas identificaron posibles alternativas ante estos factores y dieron pasos concretos para implementarlas: a Buscar maneras de replantear las relaciones y negociar acuerdos con esos nuevos actores del sistema: las eps que se han convertido en aseguradoras y prestadoras de servicios. a Mejorar la eficiencia en la prestación de los servicios, con el fin de competir con altos niveles de calidad manteniendo costos bajos. a Consolidar servicios en salud sexual y reproductiva adicionales a la planificación familiar.
206
E a Abrirse a nuevos ámbitos de negocio. El recientemente implementado programa de tratamiento de la infertilidad es un ejemplo de ello. a Fortalecer áreas de negocio en donde la competencia todavía es incipiente y donde Profamilia pueda aprovechar la ventaja de ser primera. Por ejemplo, el programa dedicado a la población joven. a Concentrarse en impulsar las áreas de negocio en donde Profamilia ha acumulado mayor experticia, y en donde la capacidad de la organización pueda ser usada de manera eficiente en el futuro. a Afinar las unidades de negocio que son más lucrativas, para que los ingresos generados de ellas, subsidien servicios deficitarios. Bajo este contexto, Profamilia está enfocada en desarrollar el proceso de planeación de manera que los resultados que de él se deriven no comprometan la sostenibilidad: manteniendo características de servicio en relación con la calidad, los precios, el cubrimiento y la variedad que le permitan llegar al grupo objetivo, concentrado mayoritariamente en los estratos socioeconómicos medio y medio–bajo.
Foco estratégico: mirar para el mismo lado La estrategia de Profamilia ha estado centrada en la cobertura y la especialización. La organización tiene presencia en 31 ciudades del país –en 21 departamentos de los 32 en que está dividido–, con un total de 35 centros de atención. En el centro piloto, con
sede en Bogotá, funciona la sede administrativa. La evolución de esta cobertura es interesante. En sus inicios Profamilia atendía las regiones por fuera de Bogotá mediante el Programa de Distribución Comunitaria, que llevaba productos –y algunos servicios– hasta el lugar en donde se detectaba la necesidad. Ante la comunidad, los puntos de atención se identificaban izando en la entrada una bandera verde. Cuando la demanda crecía lo suficiente, se tomaba la decisión de establecer un centro de atención permanente. Además de los centros, hoy en día permanece el Programa de Brigadas Móviles. Éste sigue una estrategia centrífuga mediante la cual el equipo de profesionales del área de la salud (un médico general, un auxiliar de enfermería y un asesor de servicios) se desplaza a la zona para desarrollar las actividades de promoción y prevención, y una estrategia centrípeta mediante la cual las cirugías se realizan, para minimizar los riesgos quirúrgicos, en las sedes de Profamilia con equipo médico completo (un ginecólogo, un anestesiólogo, un auxiliar de enfermería e instrumentadoras). Cualitativamente, la estrategia de Profamilia se distingue por dos características: claridad y coherencia. Para el equipo directivo de la organización la misión reviste una importancia significativa; todos tienen claridad sobre cómo aporta su gestión al logro de la misión. La estrategia de Profamilia está estrechamente alineada con los programas y con el modelo de gestión social. En gran medida, la congruencia en el foco estratégico está soportada por un consistente marco de valores y comportamientos, compartido por todo el equipo directivo de Profamilia. La alineación que hay entre la razón de ser de la organización y los valores y creencias de las personas que trabajan en ella es un claro elemento aglutinador. Desde el ápice directivo se busca que el personal que ingresa y permanece en la organización sea “amigo de la causa” de la planificación familiar, para garantizar que tenga un lazo no sólo ideológico sino afectivo con los objetivos de Profamilia. La apuesta siempre ha sido que, al compartir la ideología de la organización, la persona trabajará en el desarrollo de esa causa. En palabras de la gerente de Relaciones Públicas,
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3. Factores determinantes Hemos identificado siete factores clave del desempeño de Profamilia. En cada uno de ellos determinamos un grupo de variables que sirven para explicar características distintivas de la organización (véase en el anexo el listado de estos factores y variables).
E Por estatutos, tanto en los procesos de selección de miembros de Asamblea como de Junta Directiva, debe existir la voluntad expresa del interesado en volverse miembro y se pasa la solicitud a consideración de la Junta. No hay una norma que diga que deben ser cincuenta o sesenta miembros; lo que se busca es mantener equidad de género, que el candidato sea una persona a quien se le reconozca interés y sensibilidad frente al tema. En este momento hay 56 miembros. Lo importante es que son amigos de la causa, gente reconocida en el ámbito nacional y bien posicionada, que se compromete con lo que hace la institución, que en el evento de requerir su apoyo se tenga la seguridad de que estará disponible.
empresa. En palabras de Ángela Gómez, presidenta de la Junta Directiva, Yo diría que el doctor Tamayo es el gran gestor de Profamilia como empresa. Él es médico pero además es un hombre empresario con vocación social. Tiene un sentido de los negocios fuera de serie. Él insistió desde el principio en que siempre evaluáramos el costo/beneficio de los servicios. Esa mentalidad permeó a toda Profamilia y la ha hecho una organización sin ánimo de lucro que se puede autosostener y prestar un gran servicio a sus usuarios y al país.
La claridad del foco estratégico y la alineación entre la estrategia organizacional y la labor gerencial se han hecho particularmente críticas en el último proceso de replanteamiento estratégico. La dirección tiene una meta clara: involucrar de manera directa a todo el equipo gerencial en la definición de los nuevos derroteros y en el desarrollo de las tareas concretas que sea necesario llevar a cabo. Con tal fin ha definido unas metas para el trabajo de las gerencias durante los próximos años. En este sentido se espera que la congruencia entre las metas del personal directivo y las de la organización sea todavía más estrecha y fructífera de lo que ha sido hasta hoy. Así lo exige el carácter de la situación actual. Ha sido un proceso difícil pero, en opinión de las directivas, muy necesario. Al respecto María Isabel Plata, directora ejecutiva, afirma:
Dado que el fundador es un personaje reconocido y admirado por todo el personal, no defraudarlo a él ni a su “gesta” también contribuye al buen desempeño. Además, los miembros de la organización se preocupan por cultivar un ambiente de confianza, informalidad y “camaradería” entre todo el personal. Este elemento es reconocido como un facilitador del trabajo y como una manifestación del buen trato que se recibe en Profamilia. Hay una dificultad inherente a la razón de ser de Profamilia y a la causa social en la que cree: alrededor del tema de la salud sexual y de la planificación familiar no son pocos los tabúes que –a pesar de los giros hacia la liberalización del pensamiento y de la práctica de la sexualidad– todavía hoy persisten en Colombia. Es difícil pensar que las dificultades adicionales que este elemento agrega a la labor de la organización pudieran ser sobrellevadas sin el compromiso fuerte de sus miembros. Contar con un personal que cree en la causa es la apuesta que Profamilia ha hecho para abrirse paso en medio de un contexto adverso en varios niveles. La adaptación a estos cambios se vio facilitada por la orientación empresarial que ha caracterizado a Profamilia desde sus inicios. Al mantener la orientación social sin ánimo de lucro, Fernando Tamayo –el fundador– tuvo siempre la claridad y la aptitud empírica para administrar la organización como una
Manejo del entorno: adaptabilidad y aprendizaje En la manera como Profamilia enfrenta la incertidumbre del entorno hay pistas importantes sobre su efectividad como organización. Uno de sus elementos sobresalientes es la
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En el proceso actual está todo el mundo corriendo y aun así nos hemos demorado mucho con la redefinición de la misión, visión y objetivos. En realidad no importa que nos demoremos. De hecho creo que es bueno, pues esa definición es clave para que todo el proceso quede bien. Si no queda claro, después empieza todo a cojear.
E independencia. Ésta no sólo se manifiesta en la misma concepción de la organización –alejada de filiaciones con el sector público o incluso con agremiaciones dentro del sector de la salud, sino también en el desempeño de sus miembros. Pareciera como si el carácter independiente de la organización hubiera influido en la actitud de trabajo “de puertas para adentro”. Si bien la cohesión del equipo directivo es alta, también lo es la capacidad individual de cada gerente para tomar sus propias decisiones, definir sus directrices y velar por el correcto desarrollo de los planes propios de su área. Hacia el exterior, la independencia se manifiesta en la neutralidad política que Profamilia ha mantenido desde su concepción. Éste no es un atributo gratuito; es quizá necesario, dado su campo de acción social, pues por enfocarse en la promoción de la salud sexual y reproductiva, y en particular en la planificación familiar, no han sido pocos los conflictos de interés en los cuales se ha visto involucrada. La neutralidad le ha permitido mantenerse “aislada” de algunas presiones del entorno. En sus inicios, por ejemplo, mientras se exacerbaba el conflicto entre la visión religiosa, política y científica sobre el tema de la planificación, Profamilia pudo continuar con su labor; su carácter privado y su neutralidad política la blindaron contra injerencias directas en sus actividades. La adaptabilidad es quizá el elemento más revelador de la relación de Profamilia con su entorno. La llegada de la Ley 100 puso a prueba la capacidad de la organización para responder a la incertidumbre. Profamilia se preparó con antelación para la entrada en vigencia de la ley y en ese proceso estuvo ampliamente comprometido el equipo directivo. Al respecto María Isabel Plata comenta: La planeación estratégica de los noventa respondió a tres inquietudes que tenía el doctor Tamayo en ese momento: la Ley 100, la ida de la USAID de Profamilia y el cambio de guardia, pues ya se sabía que el doctor Trías estaba llegando a su edad de retiro. Esas tres cosas vienen a interactuar muy fuertemente. Sobre todo la Ley 100, pues con su entrada en vigencia se sabía que nos iba a “cambiar el caminado”.
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Tocaba empezar a vender servicios, ya que teníamos que reemplazar el dinero de la USAID con dinero nacional.
La necesidad de adaptarse al entorno ha tenido implicaciones prácticas en la operación de Profamilia. Por ejemplo, el efecto conjunto de la implementación de la Ley 100 y el retiro de la usaid como principal donante supuso grandes retos y aprendizajes. Uno de los más importantes fue el cambio generado al pasar de la dependencia de donaciones de cooperación internacional a la generación de recursos propios. En particular, la organización tuvo que cambiar su mentalidad al menos en tres aspectos concretos: el manejo de cartera (adaptar sus procedimientos a la venta a crédito), las inversiones de capital y la reestructuración centrada en las gerencias como unidades administrativas. Estos aspectos generaron a su vez cambios en la estructura organizacional, la gestión financiera, la composición de costos, la destinación de los ingresos, e incluso, como se mencionará más adelante, la cultura de la organización. En la capacidad de adaptarse ha sido clave el conocimiento que mantiene Profamilia sobre su entorno. Desde 1990 elabora la Encuesta Nacional de Demografía y Salud, tarea que acometió luego de que los fondos internacionales que sostenían ese proyecto migraron de Colombia, como consecuencia de los resultados positivos alcanzados por el país en planificación familiar. Desde entonces, cada cinco años Profamilia se encarga de gestionar recursos nacionales e internacionales para elaborar esta encuesta. Esta labor, estrechamente ligada con la medición de impacto de la organización, genera un valor adicional para Profamilia, pues en la encuesta se desprenden subproductos que la organización utiliza como insumos en la toma de decisiones, en el monitoreo de sus resultados y en el conocimiento profundo de los segmentos poblacionales a los cuales dirige sus programas. Al mismo tiempo la encuesta constituye una fuente de información que es consultada por otras entidades (privadas y públicas) del sector de la salud, así como por instituciones educativas. Esto genera buena imagen para la organización al convertirla en un
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E referente de conocimiento del sector. Sobre la encuesta, comenta el gerente de Evaluación e Investigación: Se utiliza como medio de evaluación de impacto. También para ver cuáles son las necesidades sentidas que hay en las diferentes regiones o subregiones, y para poder orientar los programas hacia esos sitios. Se usa además como punto de arranque de otros proyectos y se ha utilizado para la fijación de políticas del Ministerio de Salud. Un gran porcentaje de la política de salud sexual y reproductiva que aprobó el Ministerio de la Protección Social, que ahora va a ser un documento CONPES, está basado en la información que brinda la encuesta.
En estrecha relación con lo anterior, sobresale también la manera como Profamilia percibe y analiza su entorno. En ello ha sido determinante su capacidad de mantener mediciones y estadísticas de servicio muy precisas. Todos los programas y servicios son objeto de evaluación, control y seguimiento a través de la comparación de metas y logros. “El proceso comienza”, afirma el gerente de Evaluación e Investigación, “con la definición, en cada programa, de las necesidades por atender, y termina con la evaluación de los diferentes pasos seguidos, los resultados y el impacto generado. La meta es mantener un reporte válido, veraz y oportuno”. Como ampliaremos más adelante, la labor de evaluación y medición es liderada por la Gerencia de Evaluación e Investigación. Las distintas unidades de la organización cuentan con información respecto a la prestación de servicios como un insumo necesario para la toma conjunta de decisiones. Éste es quizá uno de los elementos más distintivos del aprendizaje en la organización: poder llevar a la cotidianidad de sus procesos de gestión los insumos recogidos a partir de la observación sistemática del entorno y de la operación.
sólo a su fundador sino también un referente de comportamiento. Varias de sus características personales y profesionales han pasado a formar parte de los valores compartidos en la organización, y con el tiempo se han convertido en un elemento de cohesión y compromiso ideológico. Todos los miembros del equipo directivo, por ejemplo, tienen claridad sobre la razón de ser de la organización. En ellos se manifiesta la visión de que Profamilia está concebida y quiere permanecer como una empresa eficiente, orientada hacia su misión social. Parte de esa comprensión es atribuida al empuje de su fundador, como afirma la gerente de Relaciones Públicas: “Profamilia ha sido el producto del liderazgo en cabeza del doctor Tamayo. Es él quien ha buscado la permanencia de la institución a través del tiempo para garantizar el cumplimiento de su objeto social: llevar la planificación familiar a los estratos socioeconómicos más bajos”. En un testimonio del gerente de Servicios de Salud Sexual y Reproductiva, se advierten elementos sobre el modo en que la persona y la trayectoria de Tamayo influyen en los demás miembros de la organización: Me sentí como sin piso cuando en 1999 Fernando Tamayodejó la presidencia de Profamilia, porque él es un hombre a quien hay que admirar mucho. Tiene una gran visión y proyección. Él le enseñaba mucho a uno. Imagínense, un hombre con tanta experiencia... Conocía Profamilia, la creó, la vio crecer. Aunque él no estaba a disposición de uno para todas esas dudas o cosas que uno enfrenta a diario, venía y almorzaba por lo menos cuatro días a la semana con nosotros cuando estaba en el país; siempre estaba pendiente de Profamilia. Entonces su partida sí fue crítica para mí.
Liderazgo: compromiso compartido En parte, entender una organización es entender el rol de sus líderes. En la figura de Fernando Tamayo, Profamilia ha tenido no
En el fundador confluyen cuatro elementos distintivos que parecen haber incidido en la manera como la organización que él creó se ha venido desarrollando durante su historia: su fuerte vocación de servicio, su claridad y coherencia en el manejo empresarial de Profamilia, su carisma y la ausencia de interés de lucro personal. Lo anterior es relevante con respecto a la efectividad de Fernando Tamayo para articular la estrategia de la
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E organización, pues pone de manifiesto que esta articulación, más que hecha a través de mecanismos formales, ha sido un proceso de aprendizaje en el nivel humano. El líder ha transmitido sus valores a través del ejemplo, y a partir de ellos la organización ha incorporado un estilo administrativo propio. Cuando narra la manera como se gestó la organización, Fernando Tamayo manifiesta su vocación hacia el tema social: Yo había trabajado como médico voluntario hacía mucho tiempo en el Hospital San José. Primero me vinculé como interno, después como miembro de la Sociedad, luego como director del hospital. Fui presidente. Traté de hacer un nuevo hospital, porque estaba ubicado en la plaza de mercado, y conseguí un dinero para comprar un lote en la calle cien. Se puso la primera piedra, unas 53.000 varas, cinco manzanas. Se hicieron los planos, se hicieron reuniones. Por algunas cosas empezaron a decir que eso no se podía hacer. Como yo era un médico bastante ocupado prácticamente me tocó salirme de ese proyecto. Siempre me ha gustado lo social y luego de eso estuve mucho tiempo pensando en qué hacer; había un grupo que hacía estudios de población, la Sociedad de Amigos del País, junto con Ascofame, la Asociación Colombiana de Facultades de Medicina. Yo era muy amigo del director. Nos reuníamos a discutir programas, a discutir la manera de hacer los estudios de los problemas de población. Cuando estaba Alberto Lleras de presidente de Colombia, hizo un discurso sobre los problemas que se venían en el tema de población. Al mismo tiempo en el San José, aunque no se permitía hacer planificación familiar, en mis consultas particulares yo la hacía. Era algo que muchos querían. Cuando salió el dispositivo intrauterino fui a Estados Unidos y conseguí unos. Con algunos colegas discutíamos cómo hacer para que el gobierno entrara a prestar estos servicios dentro del sistema de salud; tenía la intención de hacer un proyecto de demostración para el gobierno. Esto fue durante el inicio de la presidencia de Guillermo León Valencia, muy conocido mío porque yo era
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médico de su familia. La respuesta del gobierno fue “hagan lo que quieran”, y empecé a ofrecer planificación familiar en mi consultorio.
En el testimonio parece manifestarse que la vocación social de Fernando Tamayo no fue la única ventaja para desarrollar su iniciativa. Su origen social le permitía establecer redes de relaciones de alto nivel. No obstante, él mismo afirma que la existencia de esas redes –y el acceso que tenía, por medio de ellas, a círculos de poder social y político–, nunca fue un factor que usara deliberadamente para ganar favores. En el hecho de que Tamayo no haya buscado prebendas se manifiestan dos elementos interesantes: una creencia fuerte en las bondades de su proyecto y una tendencia a mantener la transparencia y la honestidad. La regla, en el contexto colombiano, es que quien tiene acceso a esos privilegios los usa en favor de sus intereses personales. Otro ejemplo de la vocación de Tamayo hacia la causa social se manifiesta en el hecho de que nunca devengó un salario por su trabajo en Profamilia. ¿Qué hizo que Fernando Tamayo viera en el mercado una falla que los demás no vieron? Al parecer hubo dos factores: por una parte la coyuntura de la importancia que empezaba a ganar en el mundo el tema de la planificación familiar, frente al cual Tamayo empezó a sensibilizarse cuando trabajó con la Sociedad de Amigos del País; por otra, las evidencias de una necesidad sentida, que empezaron a manifestarse en su entorno inmediato de trabajo: Llegaban las señoras de la sociedad, de la política, y me decían: “La hermana de mi cocinera tiene cinco hijos y no tiene con qué alimentarlos”. Yo les decía: “Dígale que venga a las seis de la tarde, le cobro solamente el dispositivo y los gastos”. Las señoras me recomendaban a las mujeres de escasos recursos, y por la cantidad de gente se me volvió un dolor de cabeza en mi consultorio. Yo no trabajaba los miércoles por la tarde; resolví organizar eso y en septiembre del 65 empezamos a tratar los miércoles por la tarde. Se les
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E cobraba veinte pesos, que en esa época era platica, y eso empezó a crecer de una manera fabulosa. El número de pacientes aumentaba mes a mes; logramos llegar a un nicho de una necesidad sentida de la población. Eso era propaganda boca a boca.
La confluencia de los dos factores mencionados determinó el surgimiento de la organización. La decisión de Tamayo de crear a Profamilia llegó con la certeza de que ya no estaba atendiendo únicamente la necesidad de algunas empleadas del servicio doméstico de sus clientas habituales. Al abrir ese espacio de atención sólo estaba tocando la “punta del iceberg” de una necesidad social sentida. La Encuesta de Fecundidad de 1964, elaborada por Centro Latinoamericano de Demografía, reveló que “el 39 por ciento de las mujeres –casi en su totalidad católicas– había usado métodos anticonceptivos en un tiempo en que no había campañas de planificación familiar y en el que la Iglesia, de manera explícita, se había pronunciado en contra de los métodos artificiales”14. En palabras de Fernando Tamayo, “a Profamilia la creé cuando me di cuenta de que ya no era cosa mía”. Contrario a lo que podría esperarse, dada su extracción socioeconómica, Tamayo amplió el espectro de su labor más allá de la atención a pacientes pertenecientes a las clases sociales más pudientes del país. Al hacerlo puso al servicio de las personas menos favorecidas los mismos recursos (conocimiento, instalaciones, instrumentos) que dedicaba a la atención de sus clientas tradicionales. Gracias entonces a que la semilla que dio origen a Profamilia –la diversificación en el tipo de clientela– nunca fue concebida por Tamayo como una actividad periférica a su reputada labor, se sentaron las bases para que la organización creciera sólidamente. Resulta interesante que Tamayo nunca hubiera tenido una educación formal en administración. Sus conocimientos sobre el manejo empresarial venían, según sus palabras, de haberle ayudado a su padre en algunos negocios familiares. Parece que
recurrió más al sentido común, para procurar que Profamilia fuera orientada a convertirse en una empresa de carácter social. El carisma de Fernando Tamayo como líder, como profesional y como persona es otro de los elementos que han moldeado el desarrollo de Profamilia. El de Tamayo puede definirse como un liderazgo cimentado en valores, entendido como “una relación entre el líder y sus seguidores basada en valores compartidos e interiorizados, que son llevados a la práctica por el líder”.15 Este tipo de liderazgo suele generar altos niveles de confianza, legitimidad y respeto entre el líder y su equipo. En el caso de Profamilia este elemento es evidente. En la manera como el equipo directivo se expresa de Tamayo y en cómo han incorporado varios de sus valores distintivos en las operaciones de la organización, se manifiesta el grado de congruencia entre el estilo de liderazgo y la receptividad por parte de dicho equipo directivo. Cultura organizacional En ocasiones, la cultura en las organizaciones se desarrolla a partir de la “impronta” que deja el líder fundador. Esto es muy visible en el caso de Profamilia. Hemos mencionado que buena parte de los elementos distintivos de la cultura de la organización –valores como la voluntad de servicio, la orientación hacia los resultados, la confianza, el compromiso con la causa, la informalidad, el respeto, la sencillez, etc.– está estrechamente relacionada con los valores personales y profesionales de Fernando Tamayo, y ha sido incorporada en las prácticas del equipo directivo. No obstante, la afiliación misional no es una característica exclusiva de los directivos de la organización. Las personas que trabajan en las brigadas móviles, por ejemplo, llegan a estar emocionalmente comprometidas con el trabajo que hacen. Este trabajo implica estar en contacto permanente con problemáticas sociales que pueden ser abrumadoras; detrás de la usuaria promedio de los 15
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Profamilia,“El dolor de...”, O. C., p. 4..
Richard L. Daft, Teoría y diseño organizacional. International Thomson Editores. 6a
ed., 2000 p. 383.
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E servicios de las brigadas –mujer de estrato socio económico bajo– hay problemáticas asociadas al maltrato, violencia intrafamiliar y sexual, abandono, desnutrición y analfabetismo, por mencionar sólo algunas. La dificultad de interactuar a diario con este tipo de conflictos hace que el trabajo sea psicológica y emocionalmente agotador. Aun así, es difícil no contagiarse del entusiasmo que se respira en las brigadas. Además de ese compromiso con la misión, hay dos valores que determinan significativamente la cultura de la organización: la especialización en su foco de acción (planificación familiar y salud sexual y reproductiva) y la orientación al servicio. Ambos son importantes porque configuran la forma en que Profamilia, como empresa, busca el logro de sus objetivos sociales. Durante sus primeros años la organización se dedicó casi exclusivamente a la distribución de productos de planificación familiar. A lo largo de dos décadas logró consolidar su estrategia de mercadeo social con base en dos características: la buena imagen de la organización y el cubrimiento. Aprovechar la amplitud de su cadena de distribución –fortalecida con el Programa de Distribución Comunitaria– fue una ventaja significativa. En total conformó una cadena de aproximadamente 2.850 clientes, entre los cuales están mayoristas, minoristas y entidades de salud. Tras la llegada de la Ley 100 –y con la reducción de ingresos por donaciones– empezó a fortalecer la prestación de servicios como parte esencial de su operación. Sobre la evolución del modelo de mercadeo social, comenta la gerente de esta área: El Programa de Distribución Comunitaria consistía en que los representantes o los asesores de servicios iban de casa en casa –casi que literalmente– y hablaban de los diferentes métodos anticonceptivos. Con eso se hizo una labor quijotesca. En su momento Profamilia contó con alrededor de 4.000 puestos de distribución comunitaria. A mediados de los ochenta se hizo un desmonte del programa y se canalizó a través de una estructura de ventas y de comercialización como se entiende hoy. Todavía hay señoras que atendieron los puestos de atención comunitaria que llaman y pregun-
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tan por las personas que hasta hace poco estaban aquí, para averiguar sobre la distribución de métodos. Ya después Profamilia se enmarca dentro de un concepto de comercialización y venta más al nivel de la industria farmacéutica, atendiendo mayoristas, minoristas, y con canales de distribución como bien se entienden ahora, dentro del concepto de mercadeo social.
Otro cambio significativo en términos de mercadeo se dio en la estrategia de promoción. Después de 1996 se asignó un presupuesto específico para publicidad en medios de comunicación masiva. De esa manera Profamilia consolidó su estrategia promocional, en lo que ya había sido pionera cuando en 1969 empezó a hacer propagandas de salud sexual y reproductiva a través de la radio. El tema educativo siempre ha sido un componente esencial en el enfoque social de Profamilia. Por ello el énfasis en publicidad ha sido para los programas más que para los productos. Según los responsables de mercadeo éste es un elemento difícil de manejar, pues al hacer propaganda a los programas –y no a productos específicos– se le hace promoción indirecta y gratuita a la competencia. A mediados de 2003, por ejemplo, se dio inicio a una campaña denominada “¡El condón lo cargo yo!” que buscaba fortalecer el uso del preservativo en la población femenina adolescente. Para la campaña se recurrió a la imagen de las actrices de uno de los programas de televisión juvenil de mayor audiencia en el país, gracias a lo cual se generó mucha recordación entre las usuarias. Según la gerente de Mercadeo, “como los presupuestos han sido tan ajustados, tú piensas más en el propósito y la responsabilidad social que tenemos. Si ves la campaña ¡El condón lo cargo yo!, lo que se ha trabajado en medios es más el concepto del condón como método más que nuestra marca en sí”. Como pilar de su acción social, Profamilia ha mantenido siempre una orientación clara hacia el servicio, específicamente –como declara su misión– a las clases menos favorecidas. No obstante, esta orientación adquirió un carácter distinto a partir de
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E los cambios ocurridos con la llegada de la Ley 100. En particular, la organización debió fortalecer sus capacidades de servicio como un valor central dentro de su cultura, como mecanismo de diferenciación dentro de un entorno más competido. En palabras de la directora ejecutiva, En el nivel de servicios sucedió que la gente nuestra, acostumbrada en sus treinta años de historia a que los clientes le dieran las gracias por atenderlos –”Gracias Profamilia por traerme estos servicios, gracias por ser tan queridos”–, tuvo que dejar esa actitud paternalista, típica del sistema de salud antes de la Ley 100, de omnipresencia, de ser el benefactor que nunca se equivocaba. Profamilia además tenía un monopolio, con lo cual yo creo que podíamos ser doblemente arrogantes. Aprendimos con la Ley 100 que el que tiene que dar las gracias es el proveedor: “Gracias señora por venir aquí, porque usted puede ir allá al frente a que la atiendan”. Antes no se pensaba en la calidad como eje fundamental del servicio al cliente; ésta variaba mucho entre las diferentes instituciones de salud. Con la reforma a la ley la calidad del servicio se vuelve clave.
En quienes más claramente se manifiesta la orientación al servicio de Profamilia es en las usuarias de sus servicios. Al respecto ellas comentan: • Cuando uno llega a esta institución la atención es más que todo personalizada. Lo atienden y le dan una orientación acerca de lo que uno requiere, y eso es primordial, porque yo he tenido la experiencia de ir a otras partes y en ninguna le dan a uno esa atención sino que le dicen: “Yo creo que lo que usted necesita es esto”, y lo mandan a un consultorio y ya. En cambio el servicio aquí es diferente, uno llega y le dan orientación dependiendo de lo que necesite. • La primera vez que utilicé el servicio de Profamilia también lo hice por nombre. El nombre de Profamilia da seguridad: seguridad en la calidad del procedimiento que uno vaya a realizar, seguridad de los resultados que se van a ob-
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tener, de todo. Profamilia es una entidad que tiene mucho respaldo. No sé si es del Estado o es privada, no sé. El hecho es que le da a uno seguridad.
En este último testimonio surge un elemento interesante sobre la percepción, que suele ser generalizada, del carácter de propiedad de la organización. Es común encontrar la idea de que Profamilia es una entidad gubernamental. En palabras de una de las usuarias, Muchas veces uno encontraba papeles y volantes promocionales de Profamilia en las clínicas del Estado; entonces por eso creía uno que Profamilia era una entidad del Estado. También tiene bastante publicidad dentro de hospitales del Seguro Social. Además se piensa que es del gobierno porque tiene mucho cubrimiento. Ver uno que el servicio de Profamilia está en los barrios y llega hasta allá lo hace pensar que es el gobierno el que está haciendo esos programas”.
Podría pensarse que esta percepción puede en algún momento ser contraproducente para Profamilia, por las connotaciones peyorativas que con frecuencia se atribuyen a muchas entidades gubernamentales en Colombia. Pesa más, no obstante, la percepción de calidad en el servicio. Las ideas que las usuarias tienen del servicio social que desarrolla la organización, independientemente de sus inferencias sobre la propiedad, son en su mayoría positivas. Al respecto una de ellas comenta: Claro que la acción social de Profamilia es importante porque está aportando la orientación, sobre todo para los jóvenes, que hoy en día son como alborotados; entonces como que la gracia está en orientarlos bien, en no prohibirles nada pero que no hagan todo lo que quieran. Hoy tenemos una población como grande y creo que eso es bueno para todos.
En términos culturales, vender un “producto” y una causa atada a la intimidad del individuo, y fuertemente marcada
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E por el tabú social, tiene una complejidad grande. Exige tener presentes valores como el respeto, la tolerancia y la discreción. Tener esa claridad ha sido clave en la manera como Profamilia vende sus servicios. Por ejemplo, el ambiente de la sala de espera en el centro de atención donde funciona la sede administrativa, está marcado por la mesura. En la sala se hace una proyección televisiva permanente de videos educativos relacionados con el tema de la salud sexual y reproductiva y de propagandas de los programas y servicios que presta Profamilia. Hay afiches con información sobre métodos temporales y permanentes de anticoncepción, sobre enfermedades de transmisión sexual, campañas de programas y, en general, información relacionada con la misión de la organización. Hay dispuestos unos estantes en donde las personas pueden acceder a volantes con información sobre los servicios de Profamilia y sobre temas como los métodos de planificación, instrucciones de uso de preservativos, embarazo, etc. Nadie distribuye esa información. Los clientes tienen la libertad de acceder a ella directamente, sin tener que interactuar con nadie ni hacer preguntas. Al respecto comenta una usuaria:
adquisitivo. En palabras del gerente financiero, “la razón por la cual con precios bajos generamos superávit está en que si uno se especializa en hacer un procedimiento y logra hacer cien al día, y otro hace dos al mes… ¡La respuesta está dada! Hemos llegado a hacer hasta 80.000 ligaduras al año”. Los ejemplos que se han mencionado –el espíritu de servicio de quienes hacen las brigadas móviles y el ambiente de las salas de espera– son manifestaciones visibles de los valores que le dan piso a la cultura organizacional de Profamilia. La cohesión del equipo directivo ha mantenido vigentes esos valores y, en una relación circular, ha sido alimentada por ellos.
La alta especialización le ha permitido a Profamilia generar grandes volúmenes de atención en la prestación de servicios. Gracias a ello los precios se mantienen en un nivel asequible para el público objetivo, en su mayoría con bajo poder
Estilo gerencial En sus prácticas gerenciales Profamilia equilibra con acierto el rigor y la informalidad. Con ello ha desarrollado un estilo gerencial particular –heredado del fundador– que se caracteriza por elementos muy puntuales, como la orientación hacia los resultados, la transparencia, la creencia en la estabilidad y la confianza en el equipo, entre otros. De estas características sobresale la creencia en la estabilidad. Históricamente Profamilia ha mantenido unos niveles muy bajos de rotación del personal directivo. El empeño por mantenerse fiel a este principio ha hecho que la organización vaya en contra de lo que la teoría considera medianamente “saludable” para una organización de sus características. Profamilia ha mantenido el convencimiento de que la rotación puede llegar a ser nociva: la cercanía, el trato informal y la cohesión del equipo –elementos altamente valorados en la cultura de la organización–, son más fácilmente asimilables cuando las personas aprenden a conocerse profundamente. Tamayo y los demás directivos de la organización no perciben como un riesgo el “estancamiento”. Por el contrario, ven más perjudicial para la organización la alta rotación en los cargos directivos. En palabras de Fernando Tamayo, no tiene sentido cambiar a alguien “cuando se está desempeñando a satisfacción y cuando uno como directivo está contento con su trabajo”. Explícitamente la organización se ha empeñado en
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Lo que me gusta de las instalaciones del centro de atención es que tienen sus ventanillas de información, a diferencia de otras instituciones en donde toca preguntarle a todo el mundo dónde queda esto, dónde queda aquello. Eso me gusta aquí en Profamilia. Una de las cosas positivas es que cuando llegas a la entrada tu encuentras información en volantes, entonces llegas y cualquier cosa que necesites ahí la encuentras. No hay necesidad de preguntar ninguna cosa. Además aquí vienen muchos jóvenes, y como jóvenes les da pena preguntar; entonces eso es una cosa muy positiva para ellos, que puedan entrar y de una vez encuentren información ahí en los volantes.
E reclutar personas con la visión de mantenerlas vinculadas por un número significativo de años. En consecuencia, la historia de sucesión en Profamilia ha sido muy poco variada. Fernando Tamayo fue presidente de la organización desde su fundación, en 1965, hasta 1999. Ángela Gómez, la presidenta que lo sucedió en la Junta Directiva, permanece todavía en el cargo. En la Junta también hay una gran estabilidad. De igual manera, los gerentes y directores han permanecido vinculados a Profamilia por varios años. Donde sí hay algunos cambios es en los miembros de la Asamblea General. Allí se incorporan nuevos miembros, amigos de la causa, por invitación. En apoyo a la intención de mantener la estabilidad, ha sido clave la capacidad de la organización para armar su equipo de trabajo. Desde muy temprano, Fernando Tamayo se empeñó en reclutar personal con dos características clave para lo que él quería de la organización: un alto perfil en términos de calificación profesional, y una alta afinidad con la causa social en general y con la misión de Profamilia en particular. Para Tamayo siempre fue importante que las personas que entraran a formar parte del equipo directivo de Profamilia demostraran ser competentes en su área de trabajo, y tuvieran una orientación de valores y principios acorde con los que Profamilia promulga. Se puede inferir un beneficio adicional del hecho de que no haya una alta rotación directiva: la estabilidad parece jugar en favor del aprendizaje organizacional, entendido como la incorporación que hace la organización de las prácticas que más facilitan el desarrollo de su misión. Cuando Fernando Tamayo afirma que “es mejor malo conocido que bueno por conocer” está apelando justamente a la manera como Profamilia se ha adaptado a una forma de hacer las cosas que ha sido probada como exitosa y que, justamente por ello, no es susceptible de ser cambiada. Si bien la estabilidad de las personas en los cargos tiene aspectos positivos, esta característica crea una inercia organizacional que dificulta la adaptación de la organización a los cambios en el entorno. La dirección de Profamilia ha sido consciente de la necesidad de cambio y ha logrado hacer los ajustes requeridos.
Las prácticas de buen gobierno corporativo son otro elemento distintivo del estilo gerencial en Profamilia. Además del grupo de gerentes, responsable directo de las operaciones de la organización, Profamilia cuenta con una Asamblea General y una Junta Directiva. En su conformación, como ilustra el siguiente testimonio de Ángela Gómez, presidenta de la Junta Directiva, sobresale la búsqueda de pluralidad:
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La estabilidad de la Junta Directiva ha incidido positivamente en la continuidad y el crecimiento de la institución. Afortunadamente la Asamblea General ha elegido una Junta Directiva de la más alta calidad, que cambia poco y cuyos miembros se caracterizan por su compromiso con las actividades de Profamilia. En la Junta tratamos de tener diversidad profesional de los miembros. Los perfiles de médico, financista, académico, personas vinculadas con el sector privado o con contactos internacionales, son muy importantes. Además, tenemos en cuenta la representación de otras regiones del país, el equilibrio de género y la edad. Desde hace unos años tenemos en la Junta a una joven menor de 25 años, que viene de la Red de Jóvenes Multiplicadores. La Junta elige un Comité de Nominaciones que se reúne antes de la Asamblea para hacer la plancha para las elecciones. Funciona de manera parecida al Comité de Nominaciones de la IPPF/Hemisferio Occidental, y permite presentar una plancha equilibrada a consideración de la Asamblea.
Probablemente una de las mayores ventajas del estilo gerencial de la organización es lo cercano que está a las expectativas de los miembros del equipo directivo. En todos ellos existe una alta motivación. Otro factor es la congruencia entre los valores misionales de la organización y las creencias del personal directivo. No es, por supuesto, una congruencia fortuita; no en vano la organización es rigurosa en seleccionar a las personas que están más alineadas con su causa. Esta claridad parece suficiente para el buen desempeño del equipo directivo, pues está acompañada
E de un alto grado de autonomía. Los gerentes tienen la potestad de determinar autónomamente la manera de llevar a cabo las tareas necesarias para cumplir la misión de la organización. En esa determinación están acompañados por todos los demás miembros de la dirección. Varias de las prácticas gerenciales de Profamilia redundan en altos niveles de satisfacción de los empleados. En particular, esta satisfacción puede explicarse al menos por cuatro elementos: salarios competitivos, rigor en el proceso de identificación y reclutamiento, clima organizacional (informalidad en algunos procesos, relaciones cercanas) y congruencia de valores (compromiso con la causa de la organización). Eficiencia operacional En cabeza de las ferencias Financiera y de Evaluación e Investigación, están dos de los pilares operativos de Profamilia. Las labores de ambas están imbuidas en la operación cotidiana de la organización. En particular, son las unidades más directamente relacionadas con los procedimientos concretos de reporte, que son insumos clave para todos los demás miembros de la gerencia. La retroalimentación de estas dos gerencias a todas las demás es rápida, ya que se hace a través de informes diarios y mensuales. Sobre los detalles de cómo se levanta, procesa y divulga la información que se requiere como apoyo al logro de las metas, el gerente de Evaluación e Investigación, comenta: La recopilación mensual de información, mediante formatos de reporte diarios, ha sido fundamental en la toma de decisiones y otras labores gerenciales. Seguimos un proceso de cuatro etapas muy sencillas. Primero hacemos la conceptualización de la información; reúno a los usuarios de la información y vemos qué necesitan, para qué, con qué frecuencia, y qué decisiones van a tomar con base en esa información. Después identificamos bien las variables, y luego vemos cómo se pueden recoger los datos relacionados con esas variables. Entonces hacemos los formatos. Controlamos mucho la calidad de recolección. Cada clí-
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nica tiene que mandarnos los formatos diligenciados, y a partir de ellos, nosotros elaboramos los informes y hacemos la retroalimentación.
La planeación financiera surge del trabajo colegiado del grupo gerencial. En el nivel directivo el plan financiero es una herramienta más de trabajo y de toma de decisiones gerenciales. Su uso es cotidiano en las reuniones de gerentes, y su confidencialidad es más externa que interna. La Gerencia Financiera tiene un nivel de autonomía superior al del promedio de las organizaciones del sector. Las prácticas de manejo financiero son rigurosas; en palabras del gerente financiero, hay una “contabilidad al centavo”. La organización ha mantenido estrictos sistemas de control presupuestario. Al respecto la directora ejecutiva, María Isabel Plata, comenta: La Gerencia de Evaluación y la Financiera sacan información mensual. Hay una reunión formal de balance donde miramos programática y financieramente a la institución; analizamos cómo van las distintas clínicas, en qué mejoran, en qué caen. Entonces estamos midiendo el desempeño en ese sentido cómo vamos. Los resultados nos importan muchísimo para el diario actuar. Frecuentemente nos reunimos el grupo de la Dirección Ejecutiva y los gerentes. Si hay un problema, generalmente tomamos decisiones en conjunto. Se interactúa muchísimo. Eso me permite a mí como directora ejecutiva saber por dónde va cada gerencia. Obviamente cada una tiene sus objetivos anuales y eso lo vamos mirando a ver cómo llegamos a lograr lo que se planteó. La evaluación no la hacemos con documentos. La hacemos constantemente pero con resultados: cómo vamos en mercadeo, cómo se comportaron los condones, qué pasó con los servicios, qué pasó con la planificación familiar, ¿subió o bajó? Yo creo que eso es como una tradición acá en Profamilia, siempre estar midiendo resultados. Tal vez lo único que haya cambiado conmigo es que antes Profamilia era más vertical. Yo creo que ahora es más horizontal –o al
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E menos ésa es la ilusión que me hago, pues una cosa opina el dueño del circo y otra el payaso ¿no?. Creo que hemos logrado horizontalizar un poco. Pero las prácticas de evaluación permanecen.
acceder a descuentos por pronto pago con sus proveedores, y cubrir sus requerimientos operativos. Los mismos directivos de Profamilia reconocen que la supervisión y el control del personal han sido siempre muy informales. La ausencia de sistemas formales de evaluación se suple con un conocimiento muy cercano de lo que las personas hacen en la organización. En palabras de Fernando Tamayo, “las evaluaciones se hacen charlando informalmente con la persona sobre su trabajo. Los sistemas formales de evaluación] nunca tienen en cuenta qué está haciendo la persona en la vida y cómo afecta eso su rendimiento; un divorcio, una separación, a eso hay que tenerle paciencia porque eso pasa. En esos momentos de la vida no hay que acosar”. Esa informalidad en la supervisión de los miembros del equipo directivo se manifiesta también en la ausencia de evaluaciones de desempeño. Según las palabras de María Isabel Plata, “en el tema de evaluaciones Profamilia es simpática porque no hay un procedimiento de evaluación formal a final de año, que es lo que uno ve en muchas empresas o en este tipo de organizaciones. Sin embargo tenemos por costumbre seguirle mucho la pista tanto al tema de finanzas como de desarrollo programático”.
Dentro del sistema de evaluación de la organización hay tres actividades definidas: estadísticas de servicio, como número de consultas por tipo de servicio, características sociodemográficas, usuarios, etc.; investigaciones operacionales sobre el tipo de atención prestada, y estudios especiales sobre salud sexual y reproductiva, utilizados por Profamilia y otras organizaciones. El uso combinado de estas tres actividades le permite a la organización mantener una medición de su impacto. La rigurosidad con que Profamilia acomete estas tareas refleja la importancia del tema de la medición y la evaluación. No es gratuito que desde la década de los setenta la dirección se haya preocupado por poner personal con altas calificaciones académicas al frente de la Gerencia de Evaluación e Investigación; mantener mediciones claras y regulares es una garantía para atraer donantes extranjeros y para diferenciarse de otras instituciones del sector. En este sentido la organización parece haber sido exitosa, pues ha logrado canalizar recursos del exterior, aun para sus estudios particulares, provenientes de organismos multilaterales, donantes particulares, empresas y organizaciones del tercer sector. Si bien no es posible afirmar que las prácticas de medición sean la condición central para la consecución de esos fondos, sí son un factor determinante. Aun cuando internamente Profamilia es una organización que valora la información, es también consciente de que la mayor complejidad de los servicios y operaciones, así como el aumento de la competencia y la presión sobre los precios, hace que tenga que perfeccionar su información sobre costos. Gracias a la responsabilidad con que ha asumido su operación financiera, Profamilia ha mantenido una salud financiera estable. El exceso de liquidez le ha permitido a la organización tener respaldo para cubrir sus pasivos (de carácter pensional únicamente, que son menos del 10% de su patrimonio),
Relación con grupos de interés Aunque se pueda considerar parte de la relación de Profamilia con su entorno, hay un elemento que vale la pena destacar. Se trata de la manera como la organización ha interactuado con sus diversos grupos de interés (stakeholders). Más específicamente, la forma de administrar las relaciones que ha sostenido con estos grupos a lo largo de su historia. Es posible que en ese manejo resida una parte del buen desempeño que hasta hoy ha logrado la organización. Describiremos a continuación hechos sobresalientes de la relación de Profamilia con algunos de los grupos de interés que más incidencia han tenido en el desarrollo de la organización. Las organizaciones internacionales han jugado un rol importante. En 1968, sólo dos años después de haber sido instituida, Profamilia se hizo miembro de la International Planned
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E Parenthood Federation ippf.16 Esta membresía le dio acceso no sólo a las donaciones que tal institución canalizaba ó sino al respaldo de la federación internacional más importante en el tema de la planificación familiar. Con el paso de los años, el desempeño de Profamilia aumentó cada vez más su reconocimiento internacional. Gracias a ese prestigio los fondos para planificación sobrantes en países económicamente desarrollados empezaron a canalizarse hacia Colombia a través de Profamilia. Por más de dos décadas los ingresos de la organización dependieron mayoritariamente de la cooperación internacional. Para un proyecto que había nacido en el consultorio de Fernando Tamayo, la exposición internacional resultaba ser un activo importante y así lo entendieron sus directivas. A través de la ippf se gestionaron varias negociaciones con las casas matrices de algunos proveedores y se obtuvieron contactos clave para la organización. La relación de Profamilia con esta federación no se limitó a un papel receptivo. En 1971 Fernando Tamayo fue nombrado presidente de la ippf, y desde esa posición cambió muchas cosas con las que no estaba de acuerdo. Esta labor luego sería reforzada por la presidenta de la Junta Directiva, Ángela Gómez, quien ocupó también la presidencia de la ippf. De su experiencia ella cuenta: Afortunadamente pude liderar un cambio fundamental en todo el manejo de la IPPF porque la Federación Internacional venía en franco deterioro. Ya no tenía la credibilidad de antes. Mi gestión clave fue la de reclutar un nuevo director general que pudiera hacerse cargo de esta organización tan compleja y sacarla adelante. No podíamos equivocarnos en este ejercicio, y por suerte, con el Comité de Búsqueda, encontramos el candidato preciso. Los procesos de deterioro se reversaron. Mucho me sirvió el ejemplo de Profami16
La
IPPF
es una entidad sin ánimo de lucro que agrupa a asociaciones de planificación
familiar (APF) autónomas, en 180 países. Es la organización de carácter voluntario más grande del mundo en el tema de la planificación familiar y la salud sexual y reproductiva. La Federación se sostiene con fondos de más de veinte estados y donaciones de fundaciones privadas e individuos. En la actualidad financia alrededor de noventa de sus afiliadas,
lia en este proceso. No sólo en la toma de decisiones sino después, para convencer al voluntariado internacional de la IPPF de que mantuviéramos separadas y complementarias las funciones del voluntariado y de la administración. El ser presidenta de Profamilia me dio mucha credibilidad en el nivel internacional.
Como resultado del reconocimiento internacional, Profamilia fue convocada para participar en el Programa de Cooperación Sur–Sur, financiado por el gobierno de los Países Bajos a través del unfpa. El objetivo del programa era promover el intercambio de experiencias, procesos y conocimiento relevante entre países en vías de desarrollo, para fortalecer la salud sexual y reproductiva. Profamilia fue tomada como eje del proyecto y compartió con colegas de América Latina y el Caribe las experiencias acumuladas en sus más de treinta años de servicio. En los cuatro años del proyecto Profamilia capacitó en aspectos conceptuales, administrativos, técnicos y operativos a un total de 1.444 profesionales de la región y brindó un total de 37 asistencias técnicas. En palabras de la gerente de Relaciones Públicas, “la ippf, las misiones de la usaid y entidades internacionales hicieron las recomendaciones para que nos visitaran y para poder hacer el intercambio de experiencias. La Asociación de Planificación Familiar en Filipinas diseño su trabajo basada en la experiencia de Profamilia Colombia”. La vinculación con la ippf favoreció la relación de Profamilia con varios de sus proveedores. Con la formalización de la estrategia de mercadeo, Profamilia pasó a ser distribuidora exclusiva de productos de planificación familiar de laboratorios farmacéuticos como Schering, Grünenthal, Janssen–Cilag y Wyeth. Acuerdos de la ippf con las casas matrices de los laboratorios le permitían a Profamilia obtener los productos a un bajo costo y tener así un margen de intermediación en el precio de venta, que para mantener la misión social era de todas maneras inferior al precio promedio del mercado.
principalmente en países en vía de desarrollo económico.
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E 4. Desafíos y oportunidades Un jugador más en un entorno complejo La relación de Profamilia con su entorno revela muchas pistas sobre su situación actual y sobre la manera como hacia el futuro puede sortear los retos que tiene enfrente. La percepción que hay en el país sobre el papel de Profamilia es bastante positiva. Su labor ha sido tan significativa y visible que el nombre de la organización se ha convertido en un indicador de calidad y confianza. Como afirma un directivo de una de las más grandes empresas aseguradoras de salud en Colombia, “para mí Profamilia es un excelente prestador de servicios; es un excelente proveedor, pues es una institución de reconocida trayectoria y de incuestionable calidad, con posicionamiento y un reconocimiento en el mercado que genera confianza en el usuario. Es decir, la calificación que nosotros podríamos dar de ellos, desde afuera, es bastante favorable”. Pero el elemento más importante con relación al entrono no es solamente la percepción que los agentes externos tienen de la organización. Lo interesante es ahondar en la forma como el entorno ha influido en el desarrollo de Profamilia, en su desempeño y en momentos de desafío como el actual. Para comenzar, hay que enfatizar en el hecho de que las condiciones del entorno en las que Profamilia surgió no fueron fáciles. En sus primeros años, tuvo que enfrentarse a sectores de la sociedad tan poderosos como reticentes a aceptar la causa por la cual fue creada. De estos sectores la más fuerte opositora fue la Iglesia católica, que aún hoy juega un papel político y social preponderante. Por ello, entrar en conflicto con sus lineamientos implica ir en contra de corrientes de opinión (y comportamiento) considerablemente fuertes. A pesar de las evidencias científicas la Iglesia suele rechazar de plano cualquier forma de planificación “no natural”.17 De acuerdo con la opinión de algunos de los directivos de Profamilia, la oposición más fuerte es la que los altos 17
El método del “ritmo” es el único que la Iglesia católica acepta como medio natural de
control de la natalidad.
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jerarcas han ejercido para influir en la legislación de temas como la anticoncepción de emergencia. Es interesante anotar aquí que el gobierno siempre mantuvo –estratégicamente, por demás– una posición “neutral” frente a la polarización de la Iglesia. Si bien por la misma razón de la fuerte influencia de la Iglesia en la sociedad al gobierno le es difícil tomar partido en favor de la causa de la organización, también le ha convenido no entorpecer el camino recorrido por Profamilia desde su fundación. Conservar esa posición de defensa de la causa de Profamilia, procurando al mismo tiempo mantener las buenas relaciones con la Iglesia católica, fue siempre una apuesta acertadamente calculada por el gobierno. Profamilia es una entidad privada que ha liderado una tarea en otros países responsabilidad del Estado. Lo ha hecho, además, con una eficiencia mayor a la que tradicionalmente caracteriza el sector público colombiano. ¿Para qué entonces entorpecer el camino de alguien que además de “hacer la tarea” la está haciendo bien? Además del sutil juego político desempeñado por el gobierno, hay otras razones por las que no se ha vinculado directamente con la labor de la organización. Según Fernando Tamayo, “cuando me preguntan por qué ha sido tan difícil que el gobierno participe en la planificación, yo lo que diría es que el exceso de burocracia impide que los servicios se presten eficientemente o que el gobierno colabore con los programas que hacemos. Los centros de salud del gobierno viven recargados de trabajo; tienen por ejemplo muchos niños con muchos problemas y ésas son cosas que hay que atender con urgencia. La planificación no es una prioridad del gobierno, porque para éste hay cosas más importantes”. En resumen, si bien el gobierno no ha apoyado directamente a Profamilia, tampoco se ha constituido en una traba para su desempeño. Otro actor relevante en la relación de Profamilia con su entorno fue, en su momento, la izquierda colombiana. Para las más radicales corrientes políticas de izquierda la planificación atentaba contra el deseo de aumentar la población y garantizar con ello un eventual “triunfo revolucionario”. En más de una ocasión, como
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E cuentan los directivos, las instalaciones de Profamilia se vieron incluso físicamente atacadas por manifestantes que acusaban a la organización de ser un patrocinador de las políticas capitalistas. Esta acusación se alimentaba no sólo del enfrentamiento ideológico que en la década de los sesenta y setenta se vivió con más intensidad como consecuencia de la guerra fría, sino del hecho de que Profamilia recibía donaciones internacionales y estaba afiliada a la ippf, ambos hechos fácilmente interpretables como una “prueba” de la relación entre Profamilia y el “capitalismo yanqui”. Persiste aún hoy, de hecho, la leyenda urbana de que Profamilia fue un invento del gobierno estadounidense, que articuló un “complot secreto” para frenar un crecimiento poblacional de América Latina que en el largo plazo pudiera atentar contra la influencia norteamericana en la región. A pesar de la dificultad que representaron esos grupos de presión, la forma legal que adoptó Profamilia –como asociación privada sin ánimo de lucro– la “blindó” contra injerencias directas en sus actividades. Con ello pudo mantenerse relativamente al margen de los enfrentamientos más fuertes entre la Iglesia, el gobierno, los medios y algunas asociaciones médicas. Mientras éstos trataban de llegar a acuerdos en el tratamiento del tema de la planificación familiar, Profamilia continuaba con su labor. En parte gracias a ello, durante sus primeros años experimentó un nivel de crecimiento que la fortaleció todavía más. Además de las complejas relaciones con algunos actores del entorno inmediato de Profamilia –Iglesia, gobierno y grupos políticos de izquierda los más representativos–, el entorno de mercado ha jugado un papel definitivo en el desarrollo de la organización y en su situación actual. Es posible distinguir tres etapas que marcan una característica especial de esa relación Profamilia–entorno: a Durante los primeros años, Profamilia crea su entorno de mercado. Antes de ella no había ninguna otra organización que trabajara en el tema de planificación familiar. La atención de una necesidad insatisfecha, que ya empezaba a ser considerada por varios sectores de la sociedad (incluido el gobierno), le dio a Profamilia la ventaja de ser la primera 235
en su campo. Es la manifestación de esa necesidad lo que lleva al fundador a desarrollar su proyecto. a Con el paso del tiempo, en la medida en que la “idea” de Fernando Tamayo se consolidó como una empresa y se fueron ajustando las características del servicio que prestaba, Profamilia consolida ese entorno de mercado aprovechando las ventajas derivadas de haber sido la primera y la fuerza (organizacional, administrativa, financiera) que por ello logró acopiar durante sus primeras décadas de funcionamiento. a En la última década el sector de la salud en Colombia vivió cambios fundamentales. Con éstos cambios se dio una transformación en las reglas de juego (aumento de la competencia, nuevos roles para las entidades de regulación y control, etc.) que demandaba ajustes profundos en la organización. Esto la obligó a reaccionar ante un entorno que se le volvió adverso. De la observación de estas tres etapas, y en particular de la última, surgen evidencias interesantes. Profamilia contó durante años con la ventaja de haber sido la primera en moverse hacia una necesidad hasta entonces insatisfecha (first mover advantage)18. Esta ventaja se tradujo en el mantenimiento de un monopolio relativo que la posicionó como la asociación de planificación familiar más grande y efectiva no sólo en Colombia sino de América, exceptuando a Estados Unidos. La posición de ventaja no fue ganada gratuitamente, pues la organización tuvo aciertos en términos del manejo empresarial desde sus inicios. Al haber incursionado en un campo nuevo, tratando de llenar una falla del mercado que ninguna otra organización –privada, pública o social– había atendido hasta entonces, era el único jugador. Hoy en día es uno más, dentro de un entorno que se tornó más complejo. De ahí que Profamilia se haya visto abocada a adoptar 18
El término denota la ventaja que tiene una empresa –a veces muy difícil de superar por
otras– al ser la primera en incursionar en un nicho de mercado.
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E una posición reactiva ante el entorno donde antes era ella la que proactivamente abría los caminos. En este punto hay una consideración pertinente. Cuando se es el único jugador es fácil ser exitoso. Sin desconocer el trabajo que ha desarrollado Profamilia a lo largo de su existencia, y sin dejar de reconocer que muchos de sus logros han llagado como resultado de su propio esfuerzo, no es difícil inferir que hasta antes de los cambios legislativos que propiciaron la situación de crisis actual había mejores condiciones para erigirse como la organización más destacada. Sin duda el cambio en las reglas de juego es responsable del hecho de que la participación en el mercado de Profamilia haya disminuido notablemente en los últimos años. Pero conviene preguntarse qué otros elementos –más atados quizá a la eficiencia organizacional– han influido en esa disminución. Para construir hipótesis al respecto pueden ser útiles algunas ideas pertenecientes a la teoría de la ecología de las organizaciones. Hannan y Freeman enuncian las que para ellos son limitaciones obvias a la capacidad de las organizaciones para adaptarse a sus entornos.19 Entre ellas mencionan dos que, para efectos de este análisis, resultan pertinentes. La primera es la limitación que llega como resultado de la propia historia de la organización. Según los autores, una vez que la organización ha establecido estándares de procedimiento y asignación de tareas y autoridad, y los ha hecho parte de los acuerdos normativos que la cohesionan, los costos del cambio se incrementan. En otras palabras, cuando la organización ha incorporado una manera de hacer las cosas y es probada a través de la historia como algo efectivo, es difícil siquiera poner en duda la validez de esos procedimientos; el cambio, en este escenario, no se percibe como necesario. La segunda limitación se refiere a la legitimidad externa de la organización. Toda legitimidad ganada por una organización, afirman los autores, constituye un activo para manipular el entorno (vía el manejo que haga de esa legitimidad
para procurarse condiciones favorables). En la medida en que la adaptación al entorno suponga una violación de esa legitimidad (sacrificar, vía adaptación, elementos que le han granjeado la legitimidad) la organización incurre en costos considerables. Profamilia parece haber sufrido ambos tipos de limitación. Por una parte, ha imbuido en sus miembros unas reglas propias respecto a la manera de funcionar, incluso por fuera de lo que se considera “saludable” para una organización de sus características (por ejemplo, propender por la baja rotación del personal directivo). Los miembros de la organización reconocen que esa manera de funcionar ha tenido mucho que ver en el buen desempeño de Profamiliaa, pero también se están preguntando si ha tenido que ver en las dificultades actuales. El alto costo, los desafíos y las dificultades que implica replantear la validez de esos procesos no son desconocidos por las directivas de la organización. Al respecto afirma María Isabel Plata:
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Como se observa, el tema de las marcas propias –como Piel, Confiamor, Profamilia y otras que la organización piensa
Michael T. Hannan, John Freeman, “The Population Ecology of Organizations” The
American Journal of Sociology, vol. 82, nº. 5, marzo de 1977, pp. 931–932.
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Toda la vida hemos sido un grupo muy unido. Todo el mundo jala para el mismo lado. Yo creo que eso es importante. [El proceso de planeación actual] va a salir obviamente con tiempos, metas inmediatas y metas intermedias bien definidas. Queremos que ojalá nos suene la flauta; que esto nos sirva para cinco años. Es que el sector salud está cambiando muy rápido, entonces de golpe en tres años estamos otra vez en las mismas. Una de las preocupaciones que tiene Profamilia, asociada tal vez también como una razón de la planeación estratégica, es que va a haber cambio generacional; ya lo hubo en el nivel de clínicas, pero ahora viene en el nivel de gerentes, porque se nos van a jubilar varios. Eso también inquieta y angustia. Por otra parte, Profamilia también se ha visto limitada por su propia legitimidad externa. No en vano, por ejemplo, el tema de la imagen de marca es tan sensible al interior de la organización.
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E vender en el futuro– será un elemento importante en sus estrategias de mercadeo. En ello hay una manifestación de la seriedad con que Profamilia concibe la imagen que tiene frente a sus consumidores y otros grupos de interés. La buena imagen que ha ganado a lo largo de los años es un activo valioso por la legitimidad que con ella obtiene. Esa buena imagen, o good will, es incluso reconocida por sus directivos como parte del valor agregado del mercadeo de la organización. Como menciona la gerente de Mercadeo Social, “esta gerencia es, como llamo yo, una muy buena novia para otros laboratorios por varias razones; entre otras por el good will que tenemos y la referencia que somos”. Otro ejemplo de la reticencia de Profamilia a arriesgar su imagen es el hecho de que la organización no ha sido nunca propensa a establecer alianzas más allá del estado transaccional20. No es un asunto meramente coyuntural, pues con algunos proveedores ha establecido relaciones largas y estrechas que bien podrían dar pie a colaboraciones más profundas; es más una intención de preferir hacer las cosas por sí misma –lejos del riesgo de que agentes externos dañen la imagen de la organización–, aun a pesar del costo de oportunidad que ello implique. Debido justamente a lo importante que es para Profamilia conservar la legitimidad que tiene frente al país en general, se incrementan los costos asociados a asimilar cambios que impliquen poner en riesgo esa legitimidad. En las dos limitaciones que acaban de explicarse (la que viene de la historia y de la legitimidad ganada por la organización) hay evidencia de cómo Profamilia puede llegar a ser más proactiva en la recuperación de la eficiencia que mantuvo en sus inicios. Lo 20
Es posible pensar en una tipología de tres alianzas: filantrópicas en las cuales la re-
lación se limita a la transferencia de recursos genéricos de un socio a otro; transaccionales cuando los socios comparten recursos mutuamente valorados de manera similar a una relación de compra–venta, con un nivel de compromiso mayor en el desarrollo de la alianza; e integrativas cuando la relación crece hasta involucrar competencias y recursos clave para cada uno de los socios, que generan nuevo valor. James E. Austin, The Collaboration Challenge: How Nonprofits and Businesses Succeed through Strategic Alliances. The Drucker Foundation Future Series, Jossey–Bass Publishers, 1a ed. San Francisco, California, 2000.
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anterior no desconoce la influencia negativa –e inevitable– que sobre Profamilia han tenido los cambios del entorno; simplemente soporta el argumento de que esa influencia no ha sido la única causante del momento de crisis de la actualidad. ¿Cambio de rumbo? La evolución de la misión social de Profamilia es una buena manera de observar la relación entre su razón de ser, los requerimientos del entorno y la estrategia que se ha planteado para cumplir sus objetivos. Con el paso de los años la misión de Profamilia ha pasado por una transformación significativa. El objetivo inicial de difundir la planificación familiar fue ampliado al de contribuir con la salud sexual y reproductiva en Colombia, objetivo del cual el primero es un subconjunto. Lo que la organización ha experimentado, entonces, es una ampliación de su foco misional. Esta ampliación responde principalmente a la manera como se ha transformado el entorno de la organización en los últimos diez años. En particular, los cambios legislativos en el sector de la salud trajeron como consecuencia nuevas reglas para las instituciones del sector y las obligaron a replantear el rumbo. En el caso de Profamilia, estos cambios trajeron una consecuencia clara: la disminución de la participación en el mercado de la prestación de servicios de salud, como consecuencia del incremento en el número de competidores. Profamilia perdió una posición de ventaja que pudo mantener por casi tres décadas gracias a que el contexto del sector de la salud así lo permitió, y a que fue la primera organización en ocuparse del tema de la planificación familiar. Es difícil determinar si la organización tuvo conciencia previa de las implicaciones que tendrían esos cambios del entorno y si esa conciencia la llevó a replantear su misión. La evidencia apunta más a que los cambios en la misión fueron resultados reactivos ante cambios en su entorno de mercado, propiciados por otros de carácter normativo–legal, que escapaban al control de la organización y a los que obviamente debía adaptarse. Lo interesante de observar en detalle esa adaptación misional está en preguntarse tanto por las causas como por las
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E implicaciones que ha tenido para la organización. La misión se ha abierto a un espectro de servicio mayor al que la organización tenía en sus inicios. La causa que se manifiesta más evidente es la de las exigencias de mercado; ante el aumento en la competencia, Profamilia debe moverse a una gama de servicios más amplia que le permita diversificar su portafolio de servicios, buscando disminuir el riesgo obvio de pasar de ser el actor aventajado a ser uno más dentro de una gama amplia de competidores. La diferenciación podría ser una alternativa plausible para una organización interesada en recuperar la fortaleza que tuvo antes. ¿Cómo diferenciarse en un entorno más competido cuando la organización nunca tuvo que enfrentarse a una necesidad así? El desafío que representa recuperar el liderazgo es un motivador para adoptar prácticas innovadoras. ¿Es el cambio en el foco misional de Profamilia una manifestación de esa innovación? Una de las implicaciones más claras del cambio en la misión de Profamilia es la migración, cada vez más evidente, del foco social al foco de negocio. Lo anterior no significa que Profamilia haya dejado de ser una empresa social. Lo que significa es que ante las nuevas exigencias del mercado se ha visto abocada a fortalecer sus características de negocio para asegurar su sostenibilidad y la de los objetivos sociales que persigue. En este sentido hay varios elementos interesantes. Es natural preguntarse si el cambio de rumbo –en términos de la ampliación de la misión– ha llevado a la organización a atender focos que no son un problema social apremiante. La incursión en la prestación de servicios para tratar la infertilidad es un ejemplo revelador; si bien obedece a la ampliación de la misión, es un objetivo que dista –e incluso puede parecer contradictorio– de los objetivos que motivaron la creación de Profamilia. Si la planificación familiar dejó de sentirse como un problema social crítico para el país –que en la actualidad tiene la tasa de natalidad en niveles equiparables con los de muchos países económicamente desarrollados–, ¿qué consecuencias tiene el cambio en la problemática que atiende la organización? Esa migración hacia el componente de negocio pone de manifiesto una dinámica interesante. Como ilustra el gráfico 241
a continuación, el desplazamiento de Profamilia hacia la derecha es una manifestación del interés por balancear sus objetivos de negocio con sus objetivos sociales. El punto medio puede ser la opción más deseable (con un balance totalmente equilibrado entre el objetivo de negocio y el objetivo social), pero la realidad es que las condiciones internas y externas de la organización la alejan de ese punto hacia alguno de los dos extremos.
Balance entre objetivo de negocio y objetivo social
OBJETIVO DE NEGOCIO
Máximo énfasis en el objetivo social (nulo en el objetivo de negocio)
Máximo énfasis en el objetivo de negocio (nulo en el objetivo social)
OBJETIVO SOCIAL
El cambio de foco en la misión es una manifestación de esa migración. Pero ésta no es la única causa ni será la última vez que Profamilia deba moverse hacia alguno de los dos extremos que representa el gráfico. De hecho, puede verse que al interior de la organización hay programas y servicios que están más hacia alguno de los extremos que otros. Por ejemplo, algunos servicios se prestan con el ánimo de que subsidien aquéllos que, por su carácter eminentemente social, no generan los recursos necesarios para su sostenimiento. El programa de fertilidad es uno de ellos; las poblaciones menos favorecidas económicamente no pueden todavía acceder al elevado costo de este tipo de servicios. Aunque Profamilia quiere hacerlos asequibles, todavía el costo está un nivel alto. Si el programa se consolida, es factible que se convierta en una fuente de ingresos que le permitan a la organización continuar atendiendo a las personas de menos recursos. Otro ejemplo es el hecho de que Profamilia alquila parte
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E de la infraestructura de la organización –equipos quirúrgicos y de diagnóstico, laboratorios, etc.– para la prestación de otro tipo de servicios médicos, intentando generar ingresos adicionales para apoyar sus servicios regulares, a partir del usufructo de la capacidad instalada. En esa dinámica permanente de énfasis en el tipo de objetivos –de Profamilia como institución y también de los programas y servicios que presta– se manifiesta una tensión interesante; detrás de ella subyace el supuesto de que ambos tipos de objetivos tienen carácter de suma cero: lo que Profamilia haga por el negocio deja de hacerlo en pro del objetivo social y viceversa. Esta visión parece congruente con la de las directivas de la organización; éstas reconocen que siempre ha existido una “lucha” interna –en un sentido no peyorativo– entre quienes consideran que Profamilia debe centrarse más en ser un negocio eficiente y sostenible, y los que intentan mantener el objetivo de servicio social por encima de cualquier otra consideración. Las mismas directivas ven en esa tensión una fuente de dinamismo saludable para la organización. La situación actual por la que atraviesa Profamilia ha exacerbado esta tensión, pues el entorno del negocio (el mercado de la salud) se ha vuelto mucho más exigente de lo que era en el pasado. Eso ha hecho que desde el ápice directivo se orienten los esfuerzos de la organización hacia el fortalecimiento de las ventajas competitivas de Profamilia como negocio. Esa tensión puede estar relacionada con la diferencia entre la sostenibilidad de una empresa social como organización y la sostenibilidad de la solución que promueve. Al respecto puede explorarse una hipótesis sobre las condiciones sociales alcanzadas: si la solución a una problemática social es sostenible, la organización dedicada a promover esa solución busca ampliar su misión; es natural que la organización se pregunte en qué utilizar su capacidad cuando su labor en una tarea específica se hace menos relevante. Con el paso de los años, Colombia llegó a un nivel en el que la planificación familiar aseguró su permanencia aun si
la organización que la ha promovido con más ahínco dejara de existir. El factor que hizo más crítico este hecho fue el cambio en las condiciones del sector de la salud; éste propició que Profamilia se convirtiera en un actor más y puso en evidencia el hecho de que si la organización desaparecía, su mercado sería rápidamente absorbido por los competidores. Es entonces factible que la ampliación de la misión de Profamilia sea la manera en que ésta quiere mantener su sostenibilidad como empresa, ante la evidencia de que su causa ya tiene raíces propias. En este testimonio de María Isabel Plata se advierten pistas al respecto:
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Durante muchos años se dijo que el éxito total de Profamilia se alcanzaría cuando desapareciera, porque el país ya no la necesitaba. En teoría eso pasó con la Ley 100, porque tanto el sector público como el privado, todos los hospitales y todo el mundo, tenían que hacer por ley lo que hacíamos nosotros. Sin embrago, cuando se promulga la Ley 100 se hace un análisis interno y se decide que no, que vale la pena seguir, porque los temas y los programas deben seguir; la institución se transformó para poder competir dentro del esquema de ley, y ahí vamos. Se cambió el paradigma de “desaparecemos porque ya cumplimos”. Estos programas hay que seguir desarrollándolos, hay que fortalecer la institución porque todavía hay mucho por hacer, y temas como la sexualidad, los derechos sexuales y reproductivos de la población colombiana, necesitan entidades como Profamilia que los defiendan.
En este punto resultaría interesante abordar el análisis de la tensión desde la definición misma de empresa social. Lo que todo esto podría estar revelando es cómo en determinadas circunstancias las características distintivas de la empresa social pueden entrar en conflicto entre ellas: hacer sostenible un objetivo social y ser sostenible como empresa dentro de los mecanismos de mercado. Al respecto podría argumentarse que en una empresa de negocio este elemento no tiene el carácter crítico que tiene para una empresa social, pues en ese caso la orientación está
E claramente dirigida hacia el mantenimiento del negocio. Sin embargo, no hay razón para pensar que haya una disyuntiva real entre la sostenibilidad de la respuesta social y la sostenibilidad de la organización promotora. De hecho, hay evidencias de que es legítimo que una empresa social busque su sostenibilidad como negocio sin que ello deba ir en detrimento de la causa social que promueve, y de que el objetivo de negocio y el objetivo social, más que excluirse, se complementan21. En el caso de Profamilia la organización se está orientando a alcanzar armónicamente ambos tipos de objetivos de manera que no haya una suma cero sino una generación de valor entre uno y otro. ¿Qué requiere Profamilia para sortear con éxito esta encrucijada? Como ya se mencionó, esta tensión no es nueva para la organización. Convivir con ella ha sido un factor presente a lo largo de su historia. Pero las condiciones en las que ahora se manifiesta esa dinámica sí son excepcionales y demandan un esfuerzo más integrado de toda la organización. Requieren, además, cambios en su estructura organizacional. Profamilia es una entidad especializada, prestadora de servicios de salud sexual y reproductiva y de planificación familiar, que busca una diferenciación clara en su orientación hacia el alivio de un problema social. Hoy el éxito de Profamilia social depende del éxito de Profamilia como organización de servicios de salud en Colombia.
y los “científicos” sociales.22 Para los misioneros, “aquéllos para quienes cada problema tiene una solución que depende sólo de su voluntad y denuedo”, la fe y la convicción en el alivio de los problemas sociales es una condición suficiente para que éste en efecto se dé. Para los científicos, el escepticismo y la orientación hacia el método, el pragmatismo y la medición sistemática, son garantía de una aproximación más realista que desiderativa. En ambos, por supuesto, hay virtudes y limitaciones. En varias de las prácticas de Profamilia se manifiesta esa tensión. Por ejemplo, comenta María Isabel Plata, en la disyuntiva entre la promoción de los programas y los productos:
5. Epílogo: razón y corazón
Lo más valioso en el caso de Profamilia es que esta tensión ha sido ampliamente constructiva. Ha permitido, en primer lugar, que la organización aprenda sobre sus propias prácticas; hay un desafío permanente que exige conciencia sobre lo que se hace y apertura a la generación de cambios. También
Lidiar con la oposición de sectores sociales influyentes puede no haber sido la lucha más significativa para Profamilia. Al interior de la organización se ha dado una “batalla” quizá menos visible pero sí muy reveladora. Se trata de la tensión entre los “misioneros”
Lo que con frecuencia discutimos es si Profamilia debe invertir en propaganda para salir en televisión y decirle a los jóvenes “Protéjanse contra el sida”, o si debe invertir en vender condones Piel. Ahí es donde se arman discusiones, porque cada uno tira para su lado: los de mayor orientación social dicen que tenemos que hacer campañas de prevención porque el Estado no las está haciendo; pero los orientados hacia el negocio nos dicen que además de hacer país lo que tenemos es que hacer plata. Ese conflicto es constante. Uno como directora ejecutiva a veces se desespera y dice: “O esto es para hacer plata o es para hacer función social”. La respuesta es que son ambas: hay que hacer plata para poder hacer lo social. Poner de acuerdo a las unidades de negocio para que hagan función social es tenaz.
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William Easterly,“Missionaries vs. Scientists in economic development”, citado en Ale-
James E. Austin, Ezequiel Reficco y otros. Social Partnering in Latin America: Lessons
jandro Gaviria, “Del romanticismo al realismo social: Lecciones de la década de 1990”
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E ha unido a los miembros del equipo directivo en torno a la causa social; entender y vivir las dificultades de sacarla adelante ha sido una manera de aunar voluntades. Evidentemente, nada de ello sería posible, si en los miembros de la organización no existiera el deseo interno por acometer los retos, darle sentido a su trabajo y dejar en Profamilia una buena parte de sus convicciones. Quienes están a favor de incorporar la “cultura de la gestión” –basada en la eficacia y la eficiencia– en las organizaciones sociales, argumentan dos razones: la primera es que por la necesidad de especialización y el mayor grado de responsabilidad que han adquirido ante la sociedad, las organizaciones del sector social deben profesionalizar su gestión; la segunda es que estas organizaciones deben responder mejor a las necesidades de los voluntarios. De igual manera, para quienes la cultura de la gestión no tiene espacio dentro de las organizaciones sociales hay también dos razones centrales: por una parte la “cadena de mando” implícita en esta cultura atenta contra la libertad y el tipo de valores tácitos en las organizaciones del sector social; por otra parte la cultura de la gestión tiene el riesgo de ahuyentar a los grupos que no ven con buenos ojos la formalización excesiva23. Profamilia ha andado un camino intermedio entre las que parecen dos visiones excluyentes. Debido a que el factor diferenciador de las organizaciones sociales son los valores que promueven y encarnan –tales como la tolerancia, la libertad, la justicia, la igualdad, la responsabilidad, el civismo, el humanismo, la paz, el respeto, etc.–, la clave está en desarrollar una cultura propia de la gestión, desde la especificidad de esos valores24. Profamilia encontró la manera de incorporar la cultura de la gestión de forma que no fuera en contra de la promoción de los valores organizacionales que la distinguen. La frialdad que con frecuencia se atribuye a las cifras, los balances, las evaluaciones y los indicadores –entre otras 23
características de la gestión– ha sido impregnada en Profamilia por el espíritu de servicio que caracteriza a sus miembros. Si son ellos “misioneros” o “científicos” importa poco. La organización creada por Fernando Tamayo, terminó siendo un espacio en donde, desde la “cultura de la gestión”, aquéllos cautivados por su causa pusieron en práctica la “cultura del corazón”. Gracias a esto, muy seguramente, la bandera verde seguirá ondeando por varios años más.
Vernis, Iglesias, Sanz, Solernou, Urgell y Vidal, La gestión de las organizaciones no
lucrativas Ediciones Deusto, España, 1998, p. 39.. 24
Ibíd., p. 35.
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E Anexo: Factores y variables sobresalientes Foco estratégico Objetivos: claros, concretos, estratégicos Estrategias y programas alineados Marco de valores y comportamientos Sin ánimo de lucro pero con sostenimiento financiero Manejo del entorno A Neutralidad política A Independencia A Adaptación al cambio A Percepción y capacidad de análisis A Información de consumidores Liderazgo A Compromiso ideológico A Identificación con ideas y valores Cultura organizacional A Compromiso organizacional A Orientación al servicio A Orientación al mercado Estilo gerencial A Estabilidad en directivas A Buen gobierno corporativo A Centralización y delegación A Satisfacción de los empleados Eficiencia operacional A Información operativa A Información financiera A Supervisión y control A Medidas de desempeño Relación con grupos de interés A Instituciones internacionales A Proveedores A Gobierno A Iglesia
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