El [llanto del] Crepúsculo POESÍA Manuel Monroy Correa
HEBEL
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Manuel Monroy Correa EL [LLANTO DEL] CREPÚSCULO POESÍA HEBEL
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El [llanto del] Crepúsculo POESÍA Manuel Monroy Correa
HEBEL Ediciones Micro-Bio | Poesía 5
EL [LLANTO DEL] CREPÚSCULO | POESÍA © Manuel Monroy Correa, 2017 © HEBEL Ediciones Colección Micro-Bio |Poesía Santiago de Chile, 2017. www.issuu.com/hebel.ediciones Diseño y collage: Luis Cruz-Villalobos Qué es HEBEL. Es un sello editorial sin fines de lucro. Término hebreo que denota lo efímero, lo vano, lo pasajero, soplo leve que parte veloz. Así, este sello quiere ser un gesto de frágil permanencia de las palabras, en ediciones siempre preliminares, que se lanzan por el espacio y tiempo para hacer bien o simplemente para inquietar la vida, que siempre está en permanente devenir, en especial la de este "humus que mira el cielo".
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A Lorena, luz en la oscuridad.
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[…] no podemos evitar el vacío, si queremos establecer un universo finito. Giordano Bruno
[…] una vieja piedra de molino que mueve, todavia, el cauce muerto. Blas de Otero
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De Ti
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Las rocas abren su sombra abismal sobre el crepúsculo de la espera. Somnolientas en su paso también son así mis respuestas a Tus preguntas, Inasible, Dios de carne y hueso. Como el espacio que queda en un abismo has hecho un hueco donde quepa la vida y vuelva sediento este viajero que habla a la sombra de Tus pasos crepusculares. Cuando has llegado a la cumbre de los cielos estás aquí todavía mientras se descompone esta vida al concierto del aroma de la espera.
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Escuché hablar de Ti de la noche que aplaude fuera de mi casa que venías. Hoy de nuevo supe qué es robar al viento bocanadas de fuego lento. Quiero encontrarme contigo cuando deliro por la voz de Tu anuncio. Ahora he olvidado –aunque nunca lo he sabido– cómo se recibe a un rey pero insistes en venir sobre un borrico callado prestado como un signo ausente. Quédate de nuevo –sé que hablo contigo– porque escucharme habrá sido el bálsamo que hacía falta a mi voz cuando recuerdo que estás más presente Tú que yo. He salido de las habitaciones del amor. Quiero callar de espanto pero estoy acostumbrado a este ruido de muertos. Justo en esta cloaca Tus dichos son la puerta de entrada al universo hechos tierra carne insólita.
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Como un hĂŠroe vencido que toma su espada para caer sobre ella es la noche de este insomnio con su eternidad de linterna frĂĄgil.
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No sabías —¿dijiste?— que son las olas quienes buscan al mar más allá del mar mismo. Más callado y más andante más repicado por las olas que lo pierden. Es la orilla de rocas tiempo de arena las que encuentran el mar más allá de la orilla en cada roca donde ha posado su cuerpo de agua. Pues no son sino las piedras las que han sido talladas. Eso es el mar. Las olas sólo en ellas se rompen...
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También —¿dijiste?— la ciudad rompe sus calles por pasos nunca cautivos de su andanza. Cuando la noche ha encumbrado su destino en la bóveda de los astros ausentes vuelve a abrirse la boca de los Salmos. Razón de mar que exige la aurora para ver las rocas que han cambiado de lugar y de rostro. Tú eres una –dijiste, pero sólo podría asegurarlo a la hora de mi muerte–.
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Las olas ocultan en su brillo constelaciones que dicen algo del tiempo. Una edad impenetrable una mirada –¿miríada?– de preguntas con las cuales no podría abrumarTe. Quiero hablar un poco de la noche. Es una compañera que cierra la vida como un portón alado cuando no hay migas en la esperanza de volver a hallar el sol. Aparece la voz retardada de los astros razón inhóspita del delirio. Y es cuando más Te presentas escondido. La noche se ha batido con la tarde como contra un enemigo. Al alba apareces –supongo–, ¿eres tú rodeando las ramas de esa higuera?
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He leĂdo las letras con que comienza el relato de Tu paso en la historia. Y son como bestias dormidas en el momento crucial de una tormenta. Su huella escurridiza modela el tiempo a manera de un horizonte que acaba.
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Abandona el puerto la barca donde posรณ la noche su mirada de amor. A buscarTe donde el sopor marino borrรณ Tus huellas. Nรณmbrame para estar cerca aunque tardes en llegar.
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El mar es todavĂa un desierto calculado por las soledades. Un espejo de cielo terrible donde navega la memoria y el olvido de los siglos.
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Mar de presencias
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Estos son los nombres de la muerte cuando llega la hora crepuscular de ser humano cuando sortea el alba un descanso de rocĂo cuando la espera se hizo carroĂąa y rumor.
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La niebla se acomoda como un hombre recostĂĄndose en la arena. Que ha viajado huĂŠrfano de dioses. Sin nombre y perseguido. Lo han matado. Vuelve como un beso extraviado en la fantasĂa de los amantes.
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La vida está despierta en el extravío de los tiempos. La vida insomne de esta hora de estos pies que vagaron en la espera dando pasos de hambre sombras de un dejo de absoluto. Expuesta la llama del mediodía en el mercado de carcomas se ha situado en el cajón que aguarda viandantes en este tapiz de arena y piedras donde no puede nadie construir más su casa. Vejez de las continuidades ha marchado la palpitación de la espera a los sembraderos de la muerte. Aquí la vida en el desespero por un descanso es molida como granos de sal que los hombres pisan.
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Vuelve como niebla que se recuesta en la arena el extranjero a ser silencio de un dolor marino donde salen los muertos por la boca eterna. Testigos suyos peces sueltos por las redes encalladas hombres sin escamas ni aletas asnos sin pezuĂąa hendida ni rumiantes vecinos de las zonas abisales. Recostado como una fiera que anida en los desiertos hunde en la sombra su huella de muerte dejĂĄndose dormir por el mediodĂa de la espera.
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El sueĂąo ha revivido esa paciencia oscura por la que tarda el dĂa. El miedo o la ferocidad divina en los abismos. Su capa de silencio es un tiempo por venir.
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Desprovisto de insomnio este mar se agita obligado por las horas agrietado por su niebla de luz contrahecha donde el pez es una señal olvidada y los hombres sólo cuerpo de ciénagas corales. Es un resplandor de mares intestinos que abre voces de otros que han venido a olvidarse en sus canales a ser moho debajo de las rocas a estrecharse entre los huevos de las heridas de otros peces donde los cántaros de piedra no pudieron guardar mayor agua que este mar insomne desprovisto de sol para los que no han despertado de él como por dolencia como por temor a hallarse sujetos a este ahogado cielo líquido del que sale aire tan sólo de los mantos más hondos donde pieles anteriores a la arena depositan su canto secreto de burbujas que revientan. Ahí sopla una brisa de bosque al canto de los peces capturados. Como la composta de los cielos este mar se ha adherido al fondo deja ver sus hojas de ola moribunda detiene su respiración y guarda celosamente a sus muertos.
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Pero no desfallece completamente este mar adusto. Han encallado las barcas de los vivos para verse nacer de vuelta en el cuerpo impredecible de las aguas. Locura de una sangre aĂşn sin derramar pero liberada por un pincel de aturdimiento hacia los labios abiertos del agua.
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La aurora ha pasado sobre los riscos donde mora la soledad y la mirada absorta de los hombres. Se incrusta en el tiempo de las estaciones imposibles. Fugaz hacia el deseo de que un mediodía las aclare insólitas debajo de un cielo sin espejos de sol. Acierta a su verdad sólo en la hora menguante que antecede la contemplación del final del día que los hombres toman por embarcadero del horizonte. Se asoma la noche como una capa un abrigo o una ola que besa la superficie de los rostros desnudos de luz. Los hombres permanecen atolondrados de devenir. Ella viene brotada del mar del tiempo muriente empujado por las olas hasta la orilla de esta playa virginal de pasos borrados previamente por cada resto de espuma
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(horas minutos y siglos meses aĂąos y desventuras) tan callado de sal tan detenido por el suelo de un firmamento de piedra. Los hombres aguardan por que acabe. Ya nada les sorprende.
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La muerte viene desde dentro como un capullo dado a luz en el cenit de las horas. Una percusión de hondonadas de sombras luciérnagas tumor de edades que afloran en ecos en cavidades somníferas. Cielo entrañado de clamores. Lluvia de rocas sustancia de lápidas entrada y salida del llanto atado a la sobriedad de su canto frágil. Roer el cadáver como si en él se envolviera fragmentada sórdida la vida. Cubierta por los dedos de su sombra delicada la muerte viene desde dentro capital de carbones ardientes sobre el altar de cenizas de incienso envejecido de lámparas calladas y panes fermentados. Cámara prohibida a los pies deformes los testículos heridos las piernas fallidas
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las sombras desmembradas. Cámara abierta al camino que conduce hacia la última orilla donde cae el polvo desde el despeñadero. Cámara subterránea germen de raíces donde yacen los cuerpos precisos para el alma la tierra sagrada los espasmos coloridos que volverán a encender el candelabro con medidas de aceite hasta su luz. Vientre mineral que a su pesar guarda sembrada la planta de resina solitaria. Caldo de embriones para el cabello púbico de la tierra que segarán las cuchillas y triturarán los molinos y los gusanos comerán en esta fiesta inmóvil. Hasta que venga la podredumbre a rascar ese pan como se rascan los huesos debajo de la tierra. Ahí donde es fuego lento donde una confianza improbable enciende incógnitas pendientes palabras abdicadas viene como sierpe lánguida la muerte
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en un temblor acĂşstico de ondas dormidas que aguardan como quien espera oĂr la voz de quien ama.
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Otro ciego por la linterna del paso de los días sordo conspicuo en el reconocimiento de sí en esa voz paladar de otras voces espejo de luz que abre la retina para perder instantáneamente la vista. Embriagado de su propia mudez es otro en el campo de los que duermen. Entre bocas abundantes que quemaron entre sus dientes palabras del deseo anquilosado vuelca en llamaradas el reflejo de su presencia la presencia de ese acto sanguíneo que brega desde las crepitantes cenizas por salir ese deseo que le hace otro desde el rostro de sus sentidos ambición dormida catástrofe de ser pliego de carbunclo de pieles húmedas desde el llagado de su brisa que huele a puerto de cardúmenes ahogados por el aire asfixiados por el mar. Ciego desde los órganos hasta la conflagración. Otro desde el gusto que no se sabe. Puede tocar esta voraz incertidumbre de ser sujetado en los nudos de redes abandonadas por hombres de piedra de tumbas espolvoreadas de cal en la huella de su superficie.
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Otro desde el nacimiento en las orillas de las ciudades. Otro asfixiado también que se ahoga entre otros peces de tanto nadar la muerte. Entre la arena seca y la arena húmeda y la huella de la ola impredecible quiere sembrarse aunque su estancia sea borrada y no pueda ver cómo se la lleva esta escasa duración tan sólo tocarla a la distancia.
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Encendidas por la noche se sumergen las estelas en los ojos de un viajero dormido. Colorean sus secretos mĂĄs desaparecidos mĂĄs desesperados de ser abiertos como cajas anidadas en el polvo. Sollozan porque no hay lugar en esta tierra donde puedan ser oĂdos.
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El regreso [a puerto]
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Bajo las olas de la muerte acampa un presagio. El viento dorado separado de los días los fragmentos febriles de un cielo cabizbajo de un sol común a los hombres del ciclo finito de la sangre y las mujeres del llanto enfermo en las entrañas saciadas de los niños de la voz maniatada en los cuerpos esclavos. Del ardor de la locura en la piel sarnosa de ser hombre hijo de hombre. Arena sangre. Incierta fugacidad hasta el lecho dondequiera que muera el despojado el rico el ciego. Próximo al que se ha ido y que aún no llega si está por venir. Si no ha terminado el misterio intocable de la carne y la sangre.
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En el borde de las horas que no han sido perdí el tacto de volverTe a hallar Océano incógnito de mi más alta muerte
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ÍNDICE
De Ti Las rocas… Escuché hablar de Ti… Como un héroe vencido… No sabías -¿dijiste?- … También -¿dijiste?- … Las olas ocultan en su brillo… He leído las letras… Abandona el puerto… El mar todavía es un desierto…
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Mar de presencias Estos son los nombres de la muerte… La niebla se acomoda… La vida está despierta… Vuelve… El sueño ha revivido… Desprovisto de insomnio… Pero no desfallece completamente… La aurora ha pasado… La muerte viene desde dentro… Otro… Encendidas por la noche…
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El regreso [a puerto] Bajo las olas de la muerte… En el borde de las horas…
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