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Historia universal del arte y la cultura Ernesto Ballesteros Arranz
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La cultura bizantina
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HIARES 4ª Edición ISBN: 978-84-16014-96-5 Paseo de Guadalajara, 74 28700 San Sebastián de los Reyes (Madrid)
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l Imperio Bizantino es la prolongación del Bajo Imperio Romano, que hemos llamado Imperio Cristiano. Presenta unas características bien distintas a los reinos bárbaros occidentales de la Primera Edad Media. ¿Por qué dos continuaciones tan distintas? Fundamentalmente por el distinto concepto que tienen unos y otros (occidentales y orientales) de lo
que es el mundo y lo que es el espíritu. En Occidente la Iglesia influye en la política y el Derecho (recordemos los Concilios de Toledo de los visigodos), pero no se identifica con el Estado. Hay una permanente hostilidad entre obispos y gobernantes, que les impide someterse a un poder diferente que el que ellos representan. El hombre occidental siente su personalidad dividida en dos esferas incanjeables: la esfera polí-
tica y la esfera religiosa. La primera es el mundo social, la segunda protege su intimidad. No confunde nunca el trato social y el trato con Dios, porque para él Sociedad y Dios son dos fenómenos de perfil completamente distinto que se alojan en dos compartimentos estancos de su alma. De ahí que el hombre occidental nunca acepte someterse por entero a una sola de estas dos ideas. En Occidente, pues, ni la Igle-
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1. Bóveda sobre pechinas (Esquema).
sia ha estado jamás sujeta por completo al Estado, ni viceversa. Muy al contrario, el hombre oriental no siente esta segmentación de su personalidad que significaría para él una escisión neurótica del espíritu. No distingue los atributos de ciudadano y fiel. Desde el primer momento conjuga y mezcla los asuntos políticos y los religiosos. Tiene una conciencia unitaria de su personalidad, opuesta al espíritu occidental, siempre analítico y diferenciador. No piensa el oriental que hay dos autoridades, una temporal y otra religiosa, porque no concibe que el trato social sea una cosa distinta que el trato con Dios. En rigor, sólo cree en una clase de autoridad legítima, la divina,
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y por eso, en Oriente, siempre han prosperado los regímenes absolutos investidos con autoridad teocrática. De un modo u otro, en unas u otras circunstancias, el monarca oriental es el representante de Dios en la Tierra. El poder civil es sólo un reflejo o manifestación sensible del poder religioso, único considerado como legítimo. Tanto el faraón egipcio, como el monarca asirio, como el emperador bizantino o el califa musulmán, no ejercen su enorme e ilimitado poder por razones temporales, sino como representantes de Dios, a quien se reconoce omnipotente y único. No es el hombre oriental un espíritu servil, sino un espíritu empequeñecido ante Dios, un náufrago de Dios. Esta condición psicológica y colectiva del oriental le da
una mayor estabilidad anímica, aunque le resta facultades de acción en el campo material. Estamos hablando del hombre del Próximo Oriente, no del Extremo Oriente, cuyas características anímicas son muy distintas. He aquí el esquema, extremadamente sucinto, de la distinta interpretación del Cristianismo por el hombre occidental y el oriental. Aquéllos lo instalan en el interior de su conciencia, como norma última de su comportamiento, y lo separan de sus actividades periféricas. Por eso jamás sujetan el Estado (política) a la Iglesia (religión). Viven estas dos organizaciones de un modo independiente y autónomo. Los orientales, en cambio (Bizancio), instalan el Cristianismo en el centro
vital de su comportamiento y todo lo demás lo realizan en función de esto. La política sólo es una consecuencia de esa creencia primaria y absoluta. Por eso el monarca es el representante de Dios en la Tierra. Se ha dicho frecuentemente que la distinta evolución histórica de Oriente y Occidente, en la Edad Media, se debe a su diferente economía (agrícola autárquica en Occidente y mercantil e industrial en Oriente). Pero nosotros no creemos que el único motor que impulsa la Historia sea la economía, sino también las creencias vitales y la imaginación.
El dilema se encuentra, al parecer, planteado en estos términos: o bien la economía es una consecuencia de la vida, o bien la vida es una consecuencia de la economía. Se trata, pues, de determinar cuál es la función primaria e inmediata del hombre: su vida o su actividad económica. Según tomemos un criterio u otro, resultarán dos puntos de vista históricos diferentes, como «historia vital» o «historia económica».
2. Utilización como contrarrestos de estribos y semicúpulas.
PRINCIPALES ACONTECIMIENTOS HISTÓRICOS El año 330 Constantino funda Constantinopla sobre el solar de la antigua Bizancio e inaugura toda una época (que realmente tiene su arranque en el año 313: Edicto de Milán y liberación del Cristianismo). Era un lugar ideal, por su emplazamiento geográfico, para servir de centro a un Imperio que unía el Próximo
Oriente y Europa Sudoriental. En Constantinopla confluyen varias corrientes de civilización: Mesopotámica y Persa, Helénica y Cristiana.
son Teodosio II, Zenón y Anastasio. La dinastía teodosiana fue acercando el Imperio cada vez más a los modelos orientales.
Del año 395 (muerte de Teodosio y separación oficial del Imperio) al 518, domina la dinastía Teodosiana, cuyos representantes más notables
El año 518 sube al poder Justiniano (518-565), que marca una época de gran esplendor del Imperio de Bizancio. Este labrador de
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Macedonia (paisano, por tanto, de Aristóteles y Alejandro), tenía dos grandes obsesiones: la Idea de Imperio Absoluto y la Idea Cristiana. Vivió para realizar estas dos ideas en una sola: El Imperio Cristiano. Reconquistó a los bárbaros occidentales África, Sicilia, Italia, Córcega, Cerdeña, las Baleares y una zona de Hispania. Los merovingios le reconocieron como Señor y Emperador. Desarrolló además una ingente labor en el campo del Derecho (Corpus luris Civilis) y en el artístico, levantando los monumentos
más importantes de la historia de Bizancio. Fue el portavoz de una ambición grandiosa y embriagadora que le hacía verse dueño del mundo como vicario de Dios en la Tierra. Pero este sueño tenía un capítulo irrealizable, la anexión de Occidente. Justiniano soñaba con someter a Roma y, por tanto, al Papa. Nunca pudo realizar este sueño. En cambio, su esposa, Teodora, tenía una Imagen más acertada de lo que era posible. Quería olvidarse de Roma y del Papa, romper todos los lazos que unían a Constantinopla con
3. Capitel Bizantino.
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Occidente y levantar un Imperio reducido al ámbito oriental, sobre la herejía monofisita. En esta herejía se muestra de un modo patente la estructura del hombre occidental y del oriental, tal como la hemos presentado al principio de este capítulo. El occidental cree que en Cristo hay dos naturalezas, una divina y otra humana. No le cuesta trabajo pensar así, porque en su intimidad encuentra esta misma división entre sus creencias religiosas y su actividad temporal. El oriental sólo admite una naturaleza en
4. Iglesia de San Demetrio (Salónica).
Cristo (monofisitas), que es la naturaleza divina, y cree que la apariencia humana era sólo un accidente sin importancia, porque no puede comprender dentro de su alma semejante escisión de la personalidad. Es decir, que tanto el occidental como el oriental, se imaginan a Dios con las características anímicas propias. Teodora era monofisita y orientalizante, pero Justiniano prefería seguir las indicaciones de Roma, y en este sentido paraliza la evolución natural del Imperio bizantino. Hay que pensar que si se hubiese seguido la idea imperial de Teodora, Bizancio se hubiera defendido mejor contra árabes y persas. Constantinopla,
lanzada hacia Oriente por Constantino, se ve detenida en su curso por Justiniano que -como Teodosio- quiere volver a unir la suerte de Oriente y Occidente. «El Oriente olvidado -dice Diehl- iba a vengarse del modo más terrible». A la muerte de Justiniano (565) se liquidó rápidamente el esplendor bizantino, agotado por el esfuerzo material y espiritual a que le sometió el gran emperador. Sus sucesores se defienden inútilmente contra la desmembración interna y contra los persas que atacan desde Oriente. Cuando parecía que los persas iban a acabar con el Imperio bizantino, surge la formidable figura de Heraclio (fundador de la dinastía
Heraclia) el año 610. Rechaza a los persas y los vence en Ninive y Ctesifonte. Lleva la guerra al corazón del Imperio persa y se constituye el primer «cruzado» de la Historia, al defender la idea cristiana contra la religión mazdeista persa. Pero un nuevo peligro amenaza al Imperio bizantino en el siglo VII, el Islam que brota como una fuente enérgica e inagotable de los ardientes desiertos de Arabia, inflamados por la penetrante voz de Mahoma. Los musulmanes se abaten sobre los sucesores de Heraclio y los vencen en todos los frentes, arrebatándoles sus posesiones asiáticas y africanas, que eran más de la mitad del Imperio (Siria, Egipto, África del Norte, Armenia). Al mismo
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5. Santa Sofía (Exterior) (Constantinopla).
tiempo que los musulmanes atacaban por Oriente, los búlgaros y eslavos avanzan por el norte y los lombardos se apoderan de Italia. En el siglo VII el Imperio bizantino sólo tenía la península balcánica, Asia Menor y el Exarcado de Rávena en Italia. Esta peligrosa situación da lugar a una serie de transformaciones. De carácter etnográfico, pues los eslavos, servios, croatas y búlgaros se instalan en el norte del Imperio. De carácter administrativo, pues se centraliza mucho más la administración y se divide el Imperio en «temas» o distritos administrativos. De carácter social, pues el elemento griego se impone totalmente al romano y el griego desplaza al latín, que llega a olvidarse
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prácticamente a partir del siglo VII. Los últimos años de la dinastía Heraclia (695 a 717) son críticos y parece que de un momento a otro los musulmanes iban a derrumbar las fronteras y apoderarse de Bizancio. Pero esto no llega a suceder por el advenimiento de otra figura importante, creadora a su vez de una nueva dinastía: León III el Isáurico (dinastía Isáurica, 717-867). La progresiva llegada al poder de individuos excepcionalmente dotados para la política y para la guerra, nos demuestra la fecundidad espiritual del Imperio de Oriente, que, aunque atravesó muchas épocas decadentes, conservaba en su interior un alma realmente vigorosa.
León III rechazó a los musulmanes de un modo violento y autoritario, conforme a su carácter. Se le ha atacado mucho porque decretó la herejía «iconoclasta», apartando las imágenes del culto cristiano. Lo hizo por varias razones. Primero para poder enfrentarse en igualdad de condiciones a unos guerreros que practicaban una religión espiritual e intima, típicamente oriental, los musulmanes. Segundo, para arrebatar a los monjes el gran poder económico y didáctico que tenían en el Imperio. Pero de todo esto ya hablaremos con más detalle en el capítulo dedicado a la religión. Esta herejía rompió las relaciones con Roma y dejó a ésta en manos de Carlomagno. Los emperadores Isáuricos tuvieron una corte magnífica, rica y espléndida que rivalizaba con el fasto del Califato de
Bagdad, sobre todo en tiempos de Teófilo (829-841). Otro emperador, Bardas, reconstruyó la Universidad de Constantinopla, dando nuevo vigor a la ciencia y la filosofía griega. En esta época isáurica los monjes bizantinos Cirilo y Metodio evangelizan el mundo eslavo y llevan hacia el norte el alfabeto griego o cirílico, que adaptan a la lengua eslava. Al finalizar esta dinastía, en 867, con Miguel III el Borracho, puede decirse que está definitivamente trazado el perfil nacional bizantino que se abre a un nuevo periodo de renacimiento espiritual y económico en los siglos posteriores.
en este pueblo (a Basilio II se le llama el Bulgaricida o degollador de búlgaros). El emperador bizantino, llamado «basileos», se convierte en el monarca más poderoso y respetado del mundo durante los siglos X y XI. Educa a los bárbaros del Norte dándoles su religión, alfabeto, derecho, arte, etc… Durante el siglo X, Constantinopla era la ciudad más rica y lujosa del mundo, el «París de la Edad Media»,
6. Santa Sofía (Interior) (Constantinopla).
Del 867 al 1057 está en el poder la dinastía Macedónica (casi doscientos años), y es la época cumbre del Imperio. Los emperadores más importantes de esta época son Basilio I, fundador de la dinastía, Nicéforo Focas, Juan Zimisces y Basilio III. Todos ellos dieron días de gloria al Imperio bizantino. Recuperan Siria, Palestina, vencen a los zares búlgaros y hacen terribles matanzas
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