17. El feudalismo y la vida monástica

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Historia universal del arte y la cultura Ernesto Ballesteros Arranz

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El feudalismo y la vida monรกstica


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HIARES 4ª Edición ISBN: 978-84-16015-00-9 Paseo de Guadalajara, 74 28700 San Sebastián de los Reyes (Madrid)


El feudalismo y la vida monástica

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asta aquí hemos recogido multitud de hechos aislados relativos a la Historia Medieval. Se nos plantea ahora la pregunta más interesante quizás sobre este asunto: ¿Cómo vivían realmente los hombres de la Alta Edad Media? ¿A qué dedicaban ellos su tiempo cotidiano y cuáles eran sus preocupaciones principales?

La sociedad medieval se divide en dos clases primarias y fundamentales: la seglar y la religiosa. A estas dos clases corresponde una dualidad de estructuras paralela: el feudalismo y la vida monacal. Estos dos tipos de vida son el objeto del presente tema. El feudalismo tiene su origen en el Bajo Imperio Romano, por la decadencia de los municipios ciudadanos, pero no llega a su apogeo hasta el

siglo IX. Prolonga su vigencia en Europa Occidental hasta el siglo XII. A partir de este siglo la competencia de la burguesía ciudadana y la tenaz oposición de los reyes acaba lentamente con el poder feudal. Pero en algunas naciones, como Rusia, el feudalismo perduró hasta el siglo XVIII. El feudalismo tiene una época de auge en Europa Occidental, que va de los siglos IX a XII y se llama la Alta Edad Media.

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1. Escena del Apocalipsis («Beato» de la Catedral de Burgo de Osma).

LA SOCIEDAD FEUDAL Las causas del feudalismo son muy complejas como las de todo fenómeno histórico, pero podemos señalar algunas fundamentales, en la opinión de muchos autores.

La mentalidad medieva Empapada de religiosidad y parcialmente despreocupada

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de los bienes materiales. Hasta el siglo XI el europeo creyó firmemente en la doctrina cristiana. Creyó en ella de una forma absoluta y dogmática, viviendo dentro de ella, rodeado de ella por todas partes. La decadencia del predominio espiritual absoluto del Cristianismo hay que encontrarla a partir del

año 1.000, en que toda la cristiandad esperaba el fin del mundo. Hasta entonces se vivió en un continuo «Apocalipsis» (1). El hombre altomedieval (Pág. 4) creía firmemente que esta vida es sólo un «valle de lágrimas» y que existe un «más allá» que compensa sobradamente de las estrecheces que se sufren acá. En este mundo no existe la felicidad, y, por tanto, ¿para qué esforzarse en buscarla? La vida humana es sólo un puente tendido hacia la «otra vida», que es la auténtica porque es eterna. Estas creencias anularon el estímulo y el afán de lucro de los hombres medievales durante varios siglos. Los europeos estaban resignados con su suerte, convencidos de que todo ocurría según los designios divinos y que nada podían hacer para mejorar su existencia. Por eso los hombres se resignaban a permanecer en la clase social que les había correspondido al nacer. Si no ¿cómo vamos a explicarnos las continuas sublevaciones populares a partir del siglo XIII, si las condiciones de vida eran las mismas y los


nobles no habían disminuido su poder? A partir del siglo XI el hombre comienza a sentir desconfianza y desasosiego. La fe ingenua y rotunda del hombre altomedieval se va agrietando, cuarteando, debilitando progresivamente y por esas fisuras penetran en la mentalidad europea otros afanes. Esta nueva postura ante la vida, mucho más abierta a la naturaleza, caracteriza la Baja Edad Media y la veremos en el tema XIX de esta colección.

La falta de seguridad personal Que era crónica e insoportable en esta época. Las invasiones bárbaras habían producido una psicosis de inseguridad. A ello se unía el bandidaje y la rapiña en todos los grados (2). Los caminos estaban infectados (Pág. 5) de maleantes. Los señores feudales ejercían un poder despótico sobre sus territorios y sólo se respetaba una ley: la del más fuerte. No había un poder público que garantizara la justicia y el orden. La autoridad era incapaz de hacer frente al

crimen, el robo y el delito. Esto se debía a que el tremendo aparato burocrático y policial, que había mantenido el Imperio Romano libre de esta enfermedad, se había desmoronado totalmente y los reyes bárbaros no se preocupaban de ello. Mejor dicho, no podían preocuparse porque tampoco tenían dinero, ni hombres suficientes para ello. Tenían que dejar la salvaguarda del orden público en manos de los señores feudales de cada término. Y con este poder de jurisdicción les otorgaban el «señorío» de sus posesiones. Los vasallos

se sentían desamparados y sin un poder central que les permitiese vivir en paz; tenían que ponerse bajo la protección de uno de estos señores, a quien prestaban una ayuda servil a cambio de su seguridad. Al faltar una autoridad central -un Estado-, el hombre tuvo que acogerse a esta modalidad de gobierno feudal como solución de urgencia.

La escasez de moneda acuñada Que es más bien consecuencia de lo dicho anteriormente, la

2. Caminante asaltado por bandidos (Min. del S. XIV) (París, Bib. del Arsenal).

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Londinium OCÉANO ATLÁNTICO

Brigantium Olisipo

Bonna

Gesoriacum

Aquilea Olbia Pantica Ravenna Jader Troesmis MAR Ancona Jader NEGRO Tarraco Ostia Apollonia

Narbo

Pompeya Atenas Patra Ephesus Carthago Messina

Caesarea Gades

MAR MEDITERRÁNEO

Alexandria

VÍAS DE TRÁFICO EN EL IMPERIO ROMANO

Myus Hormos

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Fatimíes

EL ISLAM EM EL AÑO 1000

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Londinium

OCÉANO ATLÁNTICO

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VÍAS DE TRÁFICO EN EL IMPERIO ROMANO

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Todavía hay un nuevo elemento a considerar. Los nuevos reinos feudales comenzaron a acuñar moneda, no siempre recomendable, pues se adulteraba la ley corrientemente. El problema se agudizó cuando

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Se llega a una paralización económica indescriptible. A ello contribuyen los musulmanes apoderándose del Mediterráneo y convirtiéndole en un muro infranqueable que separa dos mundos hostiles (3). Todo esto ocurre a partir del siglo VIII, cuando los musulma(Pág. 6) nes toman el Norte de África, España y Sicilia. Hasta el siglo VIII hay algo de comercio entre los reinos cristianos y Oriente por obra de sirios y judíos principalmente. A partir del IX, esta nueva barrera termina de cerrar a Europa Occidental en sí misma, incapacitándola para adquirir artículos en los mercados orientales. La hostilidad de las confesiones religiosas fue un factor decisivo en este caso. hen

nomía natural sin mercados» basada en la producción agraria autárquica. Es decir, cada núcleo señorial produce lo necesario para subsistir y si casualmente obtiene excedentes, los guarda para futuras hambres o los cambia en especie por otros bienes de consumo en aldeas cercanas. Los grandes mercados romanos que se basaban en el comercio mediterráneo, el tráfico entre Oriente y Occidente dejan de existir.

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falta de seguridad y la falta de estímulo para las ganancias, apartó cada vez más a la gente del comercio y la industria. Los europeos se refugiaron en el campo que les brindaba el sustento diario, y olvidaron la práctica comercial y el enriquecimiento que ella supone. Esto trajo consigo la detención del flujo monetario y se produjo un verdadero «colapso económico». Por eso se dice que la economía de esta época es una «eco-

Turcos Seljúcidas

3. Las rutas europeas del comercio y el Islam.


4. Luis X promulga la carta de los Normandos (Min.) (París).

se implantó la costumbre de acuñación en los dominios señoriales y se llegó a un estado monetario caótico. Cada noble establecía una ceca y acuñaba el dinero que quería, imponiéndole un valor arbitrario. Los comerciantes no aceptaban este dinero y, por tanto, no valía para nada. Las piezas de valor, acuñadas por bizantinos o árabes, se almacenaban y no se lanzaban a la circulación. La gente atesoraba el «dinero bueno» y se deshacía con presteza del «malo», que nadie aceptaba nuevamente. Pero como Occidente sólo producía bienes agrícolas no exportables, no tenía ocasión de obtener dinero y se fue encerrando cada vez más en

una autarquía inamovible, que favoreció notablemente el feudalismo. Los reyes no tenían dinero y no podían disponer de ejércitos permanentes, como tenían los bizantinos o los musulmanes. El rey, para ir a la guerra, tenía que contar con la adhesión incondicional de sus vasallos, y para conservarla tenía que concederles tierras y privilegios (4). (Página 7)

La decadencia de las ciudades Que se venía experimentando desde el siglo IV, y que llega a su culminación en esta época. La ciudad (urbe) había sido el órgano administrativo de Roma. Los Emperadores

habían gobernado el inmenso Imperio desde las ciudades, concentrando en ellas a los magistrados, los recaudadores de impuestos, las legiones, en fin, todos los instrumentos de la administración. La decadencia de la ciudad se fue acentuando a lo largo de la Primera Edad Media y se consumó en la Alta Edad Media. La gente se refugiaba en el campo, donde podía vivir de la agricultura, mientras que en las ciudades, despojadas del comercio, era imposible la subsistencia. La población sufrió un desplazamiento hacia los medios rurales. La ruina de la «urbe» fue el síntoma más claro de la decadencia antigua y dibujó el perfil de una nueva configuración estatal.

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5. Juramento de fidelidad (Liber Feudorum Maior).

El feudalismo es una organización de la estructura social del Occidente de Europa, determinada por la creencia en una vida ultraterrestre, la falta de seguridad personal, la contracción económica y la ruina de la civilización urbana de la Antigüedad. La aparición del feudalismo se remonta al siglo IV de nuestra Era. Pero entonces eran casos aislados. Terratenientes que abandonaban sus magistraturas ciudadanas y se instalaban en el campo «alejándose del mundanal ruido» y, sobre todo, de los recaudadores del fisco romano. Este ejemplo fue imitado paulatinamente por mayor número de con-

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tribuyentes. Las invasiones germanas de los siglos IV, V y VI, aceleraron este proceso. El hundimiento del comercio mediterráneo en el siglo VIII lo concluyó fatalmente. Las ciudades se convirtieron en un espacio inhabitable, presa del hambre y las enfermedades contagiosas. La raza se endurece físicamente, después de largos siglos de burocrática molicie. Se produce una «rebarbarización» de Europa, pero no tanto por la llegada de los bárbaros como por la aceptación de este estilo de vida rural, tan diferente de aquel manantial de relaciones humanas que era la «urbe». Pero conviene precisar cómo aparece el feudo altomedieval, en virtud de qué circunstancias concretas. En un principio los bárbaros se adueñaron de gran cantidad de tierras por su federación militar con los romanos, pacto de «hospitalitas» o «foedus». Los caudillos bárbaros repartieron

grandes lotes de tierras entre sus vasallos y familiares. Esta práctica se generalizó en la Primera Edad Media y se llamó «beneficio». El beneficio era un territorio otorgado en usufructo a cambio del juramento de fidelidad al rey (5). Era vitalicio, y a la muerte del noble pasaba de (Pág. 8) nuevo a disposición del monarca. El mismo Carlomagno, para acometer sus grandes conquistas, tuvo que repartir muchos beneficios entre sus deudos. A partir del siglo IX, el beneficio se llama «feudo» y tiene carácter hereditario. Ahora el noble no sólo se siente «dueño» de la tierra que posee, sino que se considera «señor soberano» de la misma y se cree en el derecho de traspasarla a su familia. Puede aumentar este «feudo» por conquista o por matrimonios entre herederos y recurre a cualquiera medio para aumentar su latifundio.


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