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Historia universal del arte y la cultura Ernesto Ballesteros Arranz
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El barroco en los PaĂses Bajos y Europa Central
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HIARES 4ª Edición ISBN: 978-84-16015-18-4 Paseo de Guadalajara, 74 28700 San Sebastián de los Reyes (Madrid)
El barroco en los Países Bajos y Europa Central
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n temas anteriores vimos la difusión del estilo barroco en Flandes y Francia. En el presente vamos a estudiar el barroco en Países Bajos y Europa Central principalmente. Con ello hemos querido señalar la profunda diferencia que existe en este estilo entre los países católicos (Italia, Flandes, España, Francia) y los protestantes (Holanda, gran parte de
Alemania, países nórdicos). La frontera Rin-Danubio, el antiguo «limes» del Imperio romano, sirve todavía para explicar los distintos movimientos culturales europeos, por su grado distinto de romanización, que es como si dijéramos por su interpretación diversa de la herencia grecorromana. En el capitulo anterior dimos las características más sobresalientes del barroco católico,
tal como han sido estudiadas por hombres como Weisbach, Hauser, Wolfflin, etc. No había un solo barroco, sino varios. El barroco eran, al menos, dos comportamientos artísticos completamente diversos: el católico y el protestante, como han demostrado posteriormente Weisbach y Hauser. La homogeneidad formal del barroco se desmorona cuando tratamos de perforar la dura coraza de la forma y enterarnos del significado que esa forma
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1. Iglesia de San Miguel (Munich).
tenia para los hombres que la vivieron, que la crearon. Los estudios formalistas no pueden explicar totalmente la realidad artística. Eso lo sabemos muy bien hoy, aunque el formalismo desempeñó un papel muy importante en la Historia del Arte a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Por eso no basta con decir que las formas barrocas se caracterizan por la composición en diagonal, la forma abierta, etc., sino que es preciso penetrar en los supuestos sociológicos y económicos de la época para tener una idea
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más aproximada del significado de aquellas formas para los hombres que las vivieron. Si en Flandes se unieron perfectamente la Iglesia católica y el Estado monárquico de los archiduques, en los Países Bajos (Holanda) se experimentó una unión paralela entre la República y el protestantismo reformista. El catolicismo mantenía la idea de monarquía por derecho divino, mientras que los protestantes, que rechazan el autoritarismo religioso en todos los aspectos, tratan de relacionar a los fieles directamente con Dios. No
hay intermediarios, como en el caso de la Iglesia católica, y por tanto, cada conciencia es responsable ante Dios, no sólo de los actos religiosos, sino también de los éticos y políticos. Era muy frecuente comprobar que cada uno escogía la religión -catolicismo o protestantismo- que mejor se adaptaba a su sentido político, es decir, según admitiera la monarquía de derecho divino o creyera que el gobernante debía ser elegido por los ciudadanos. Prueba de ello es que después de la escisión oficial todavía superaban los católicos a los protestantes en
2. Colegiata (Melk).
3. Iglesia de San Carlos (Viena).
Holanda, y unos años después, a medida que el problema político se fue acentuando y los habitantes de Holanda se tuvieron que enfrentar más categóricamente contra la monarquía hispano-flamenca, el número de protestantes aumentó rápidamente hasta invertir la proporción en pocos años. Dice Hauser que este momento histórico es el más apropiado para comprender la influencia de las características socioeconómicas en la actividad humana integral. Estos dos pueblos -Flandes y Países Bajos- son de base racial similar y tienen una historia muy parecida hasta este momento. Lo que les diferencia, fundamentalmente, son sus condiciones económicas y sociales. Y precisamente
estas condiciones determinan la escisión política primero, religiosa después y, finalmente, histórica integral entre Flandes y Países Bajos a partir de este siglo. Anteriormente se puede establecer una diferencia entre los pintores flamencos y los holandeses, pero esta diferencia no es muy marcada, aunque posteriormente queramos nosotros verla excesivamente clara. La diferencia entre la manera de pintar de David o Brueghel con la de Van Eyck o Memling no es tanto territorial como personal. Y ello tiene una fácil explicación. Flandes y Países Bajos forman un mundo unido, o, al menos, fácilmente relacionable. Los pintores holandeses descienden a Brujas en busca de oficio, temática e inspiración. A partir de la escisión políticoreligiosa del siglo XVII. Flandes
y Holanda se desenvuelven en dos mundos separados, dos compartimentos estancos prácticamente sin relación. Por eso la pintura flamenca y la holandesa comienzan a tener un estilo peculiar y diferente a partir de entonces. Dice concretamente Hauser en su “Historia Social de la Literatura y el Arte”: «En ningún capítulo de la Historia del Arte es más concluyente el análisis sociológico que en éste, precisamente donde dos direcciones artísticas tan esencialmente diferentes como el barroco flamenco y holandés surgen, en coincidencia temporal casi perfecta, en estrecho contacto geográfico y excepto por lo que hace a la situación económica y social, en condiciones completamente análogas. Esta separación de estilos, cuyo análisis permite descartar todos los factores de realidad no sociológicos, puede precisamente considerarse como ejemplo típico de la sociología en el arte». La sublevación de Holanda contra España fue por motivos religiosos y, al mismo tiempo, sociales y económicos. No fue una revolución de progresistas
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contra un rey anticuado, sino todo lo contrario: la sublevación de una burguesía medieval, amante de sus prerrogativas, sus privilegios, sus ciudades autónomas, sus gremios y su estilo de vida, contra un rey que pretendía -como Luis XIV en Francia- imponerles un sistema estatal centralizado, racionalista y moderno. La revolución de los Países Bajos es una revolución conservadora, con ingredientes religiosos, sociales, políticos y económicos igualmente importantes. La burguesía de las provincias del Norte (lo que hoy
compone el país holandés) salió victoriosa, mientras que la burguesía de Flandes y Brabante, es decir, la de las provincias del Sur, fue aplastada por la reacción monárquica española. En Holanda se formó un Estado descentralizado, de tipo federal, mientras que en toda Europa predominaba el moderno Estado centralizado que Felipe II había tratado de imponer. A partir de este momento, la burguesía flamenca perdió importancia y fue sustituida por la aristocracia, mientras que en las provincias del Norte (Holanda) la burguesía
4. Iglesia de San Mariano y Amiano (Rott Am Inn).
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empuñaba enérgicamente las riendas del Estado y desplazaba casi totalmente a la aristocracia de la faena del mando. Si en algún caso los aristócratas holandeses desempeñaron una función dominante en Holanda fue porque asimilaron las funciones burguesas, es decir, se dedicaron a las mismas faenas que los burgueses. Holanda se aprovechó, a partir de entonces, de su emplazamiento y de la debilidad económica del Estado español, embarcado en la aventura americana y en la aventura imperial europea al mismo tiempo. Demasiada ambición para un Estado que tenía una burguesía pobre y una hacienda resquebrajada e hipotecada. La suerte que corrió el Imperio español en el siglo XVII es de todos sabida: se derrumbó en un siglo de agonía, desde Felipe II a Carlos II. Los holandeses, estratégicamente situados en el mar del Norte, sólo tuvieron que aprovechar la catástrofe imperial hispana. El hecho más notable fue la caída económica de Amberes, arruinada por la quiebra de
5. Iglesia de Peregrinacion de (Vierzenheiligen).
Felipe II en 1956. A partir de entonces, el esplendor económico de Amberes, demasiado intervenido por la monarquía de los Austria, lo recoge Amsterdam, donde se refugian muchos capitalistas y comerciantes que huyen del «crack» hispano-flamenco. La alta burguesía holandesa no fue liberal, como cabía esperar dentro de una lógica estricta pero no histórica. Sometió duramente tanto al obrero manual como a la pequeña burguesía, que vivía difícilmente en el marco económico holandés. Esa alta burguesía dominadora nombró unos representantes o «regentes» que administraban el país de forma liberal, tan mercantilista como en los países de monarquía autoritaria. Y los puestos regentes de Holanda fueron poco a poco haciéndose hereditarios, porque, aunque en teoría eran electivos, en la práctica se transmitían dentro del seno familiar, con lo que llegó a formarse una auténtica casta aristocrática cerrada, en la que el acceso de los demás miembros sociales era prácticamente imposible. Los hijos de estos burgueses 6. Iglesia de Wies.
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7. Palacio de Schönbrunn (Viena).
se preparaban en las mejores Universidades en todos los asuntos de Derecho que iban a capacitarlos posteriormente para desempeñar los puestos directivos del Estado. El arte holandés está determinado por este público burgués-aristócrata que es su cliente y promotor. Ante todo, no es arte religioso. La Iglesia deja de ser el principal cliente del artista, como en Italia y Flandes. La iconografía holandesa sólo, excepcionalmente, es religiosa. Si acaso, conforme a la ideología protestante, se representan escenas del Antiguo Testamento o incluso éstas en número incomparablemente menor que en los países mediterráneos sometidos al pensamiento católico. Los temas holandeses son los de la vida cotidiana:
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retrato, costumbres, paisaje, bodegón, etc. Estos temas habían sido tratados marginalmente hasta entonces y ahora pasan a ocupar el centro de la obra de arte. Los objetos, vegetales, animales, etc., que habían sido un complemento del tema religioso o heróico, se convierten en auténticos protagonistas de la pintura holandesa del siglo XVII. El artista se instala en la realidad doméstica que siempre ha tenido a su alrededor, pero que ahora descubre como centro u objeto primordial de su arte.
8. Palacio de Belvedere Superior (Viena).
Aparte del elemento temático, muy importante, se descubre en el arte holandés un formalismo típicamente naturalista, pero de un naturalismo «sui generis», determinado, en primer lugar, por las pequeñas dimensiones del marco, adaptable al interior de una casa burguesa, y también por las pretensiones psicológicas que caracterizan al burgués. Es un cuadro pequeño en el sentido espacial y psicológico, que no trata de representar estados de ánimo o recuerdos místicos o heroicos, sino que se limita a reproducir de forma fidedigna el naturalismo espacial de los objetos y el psicológico de los personajes. En los países monárquicos, la Corte es un centro de irradiación cultural y artística de primer orden (como El Escorial o Versalles), pero en Holanda los edificios públicos son pequeños