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LILIANA LANZ VALLEJO

Ana escribía en su libreta cuadriculada de matemáticas Su mano derecha, que sostenía el lápiz, dejaba ver unas marcas de arañazos que cubrían todo su dorso Conforme escribía, algunas de las marcas empezaban a adquirir un color rojo más intenso y a otras comenzaba a brotarles sangre. Su mejor amiga, Isabel, fue la primera en darse cuenta:

¿Qué te pasó en la mano?

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Ana rápidamente se cubrió con la manga de la chamarra del uniforme En el ademán rápido, la manga del brazo izquierdo se retractó un poco, dejando ver, a su vez, las mismas marcas de la mano derecha, ahora en la mano izquierda

¡En las dos manos!

Había bullicio en el salón de quinto de primaria, así que nadie más que Ana escuchó las preguntas de Isabel

Nada Me arañó un gato

¿De cuándo acá tienes tú un gato?

No tengo. Fue el gato de la vecina; se saltó al patio ayer.

Yo tengo gatos. Tengo cuatro gatos…

En realidad, Isabel tenía cuatro gatos y cinco perros. Si alguien sabía de animales era ella. y nunca he visto un gato que haga eso

El profesor de matemáticas se acercó a la mesa, y las niñas guardaron silencio

Ese día, Ana se regresaría de la escuela hacia su casa caminando sola por primera vez Así lo había acordado con su madre en la mañana La escuela quedaba a tan solo una calle de su casa

Ana tomó su mochila, pesada de tantos cuadernos y libros, y se la colgó en la espalda; sus manos ardían al tomar prácticamente cualquier cosa. Se preguntaba cuánto tiempo tardarían sus heridas en cicatrizar. No todas eran profundas, debería ser rápido. Caminó por tres minutos. Lo que tomaba recorrer la calle a pie.

A unos metros de llegar a su casa, empezó a escuchar un barullo que se escapaba de las ventanas Ana se encontró en la entrada de su casa con una maleta, un maletín y un par de trajes de su padre Su madre, con bebé en brazos, lloraba suplicando que no la dejara

El padre, con rostro fijo en seriedad, tomó unas últimas pertenencias y se acercó a la entrada, donde Ana veía la escena con la mochila todavía en la espalda Él la pasó de largo, subió las maletas a su Grand Marquis negro con interiores de terciopelo y emprendió la marcha sin mirar atrás, dejando a Ana sola, con el ardor de manos, sus dos hermanos, y una madre completamente fuera de sí, cayendo en espiral en lo más profundo de su depresión.

Al cerrar la puerta, la madre se acercó a Ana, ojos encendidos de odio:

¡Todo esto es tu culpa! ¡Por tu culpa, tu papá se fue!

Ana sabía exactamente de qué culpa la acusaba ella La culpa del día anterior Ese ayer no había sido el mejor día Las clases de la primaria habían terminado y debía esperar a que su madre pasara por ella No tenía permitido irse caminando a casa Era peligroso En el trayecto de una calle podría pasar cualquier cosa

A los varios minutos, Ana vio que el Grand Marquis negro, de vidrios polarizados, se acercó y estacionó en el carril de entradas y salidas de la escuela Ana abrió la puerta del copiloto

Unos gritos desesperados y graves emergieron de la cabina del auto. Ana notó entonces que el carro rebotaba y se mecía levemente de lado a lado. Se asomó a los asientos traseros del carro y vio a su hermano, Bastián, en el trance de uno de sus berrinches más violentos Gritaba con la intensidad tope de todos sus pulmones, pateaba las puertas y ventanas, con sus zapatos pesados todavía puestos, y se golpeaba rostro y cabeza con toda la fuerza de sus puños El asiento de copiloto estaba ocupado por un portabebé y, en él, su hermano menor lloraba, seguramente por el ruido Ana tomó el mango del portabebé, quizá lo podría mover para acurrucarse al lado, pero su madre le quitó la mano y, aventándola, le gritó que se subiera en el asiento trasero

Pero yo no me quiero ir atrás

La madre la vio con coraje intenso, directo a los ojos.

Te vas atrás ahora. Tienes que aprender a controlarlo.

Con honda resignación, Ana cerró la puerta del asiento del copiloto y abrió la puerta trasera. Se metió, lista para defenderse. Pero ninguna defensa fue suficiente. Bastián pateó y arañó tan fuerte como sus impulsos le dictaron Ana se protegió la cara con sus manos y brazos A todo grito de ayuda le hacían eco los gritos de su madre:

Que esto te sirva para que lo aprendas a controlar porque tú lo cuidarás cuando yo no esté

Ana agradeció el hecho de que, en esta ocasión, su hermano prefirió arañar antes que morder Sus mordidas eran verdaderamente dolorosas; los arañazos, en ese instante, no lo eran tanto. Bastián, de 8 años, se afanó en las manos de Ana, abriéndole múltiples heridas con sus uñas. En el fondo, Ana tenía la sensación de que a Bastián le dolía tanto como a ella. Se le notaba en sus ojos tristes que, aunque intensos por el berrinche, no refugiaban ninguna maldad. Por el contrario, reflejaban desesperación.

Esto es para que aprendas , retumbaban los gritos de la madre

Fue un minuto y medio de traslado de la escuela a casa Lo que toma manejar una calle

Porque caminar sola en la calle es peligroso Podría pasar cualquier cosa

Liliana Lanz Vallejo

Doctora en Ciencias Sociales, maestra en Lingüística Aplicada y licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica Actualmente se dedica a la docencia e investigación como académica en la UABC Es autora del libro Mixed feelings en Tijuana: bilingüismo, sentimiento y consumo transfronterizo Contacto en: lanzliliana@uabcedumx y facebookcom/LilianaLanzV

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