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LECTURAS MIGRATORIAS COLUMNA Por: Javier Vargas de Luna
Edgardo Cozarinsky: imaginar un espejismo Edgardo Cozarinsky: imaginar un espejismo
También están los envíos, libros como emisarios esperándonos frente al domicilio de nuestros desarraigos. Y al entrar a casa, en la isla de Montreal de todos los migrantes del mundo, el aviso de la oficina de correos señalará las cuarenta y ocho horas de gracia para recoger el paquete. Mañana por la tarde, al regresar de las rutinas del día, me detendré unos minutos sobre el verano tan diferente de la avenida Saint-Laurent (cielos encapotados y permanentes advertencias sobre le calidad del aire : culpa de los incendios forestales, dicen las noticias)
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Mascarillas sanitarias, mamparas de acrílico, ojos asiáticos, y los empleados sonreirán al escucharme decir muchas gracias en chino, “chié-chié”, o algo así Es todo lo que sé decir en dicha lengua, y firmaré de recibido, y la cajita me parecerá un libro, tiene que serlo, ojalá una novela, acaso una biografía, o tal vez algún poemario de versos trascendentales, y de regreso a las aceras de las cuatro de la tarde la abriré para volver a pensar que las y los lectores trantserrados siempre seremos esto en el Polo Norte: el ansia de que nuestros buzones conserven su vigencia en tanto que orillas posibles de la lengua española. Dicho de otro modo, al expatriarnos de la calle natal, cualquier libro vivido en castellano es un acto de resistencia y también un refugio, o siquiera un combate por conservar la lucidez del pasado verbal que nos define.
Es algo de Edgardo Cozarinsky, no lo conocía En ausencia de guerra (2014), un título que Mimí me hace llegar desde su librería en Ushuaïa, en la Argentina más austral, frente al estrecho de Magallanes. “Te va a gustar, porque este libro se te parece, che” , me dice en la dedicatoria donde ahora reconozco los trazos de una caligrafía perfecta en sus propios términos Ushuaïa, fin del mundo y principio de todo, así decían los letreros de aquella ciudad, y entonces seguiré recordando a mi vieja amiga, gestora cultural, contadora de cuentos en centros culturales, también en bares bohemios, nadie como ella para darle voz precisa y colores exactos a Silvina Ocampo, por ejemplo. Y apresuraré el paso para sentarme en la cafetería del viernes donde comenzaré a leer a Cozarinsky (Buenos Aires, 1939) con precauciones dobles por culpa de Mimí: los migrantes, al mirarnos en el espejo de páginas que se nos parecen, queremos asistir a la sorpresa de nuestras propias palabras, ser y estar en el asombro de un español muy nuestro y también muy inesperado, o quizás todo se deba a mi natural fobia por los determinismos, dentro y fuera de la literatura No, yo nada sé de cierto, sólo lo supongo (así lo diría Sabines), y en silencio he agradecido que alguien, en la Tierra del Fuego, entienda mi necesidad de que la lengua castellana siga floreciendo en mí, muy a pesar del tiempo y de la distancia
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Sí, Cozarinsky entretejió un libro de desarraigos, enlazó los viajes con los exilios, superpuso ciudades en los destierros y trasplantó lenguas mediante palabras de doble fondo No, no es una novela porteña, ¿cómo decirlo?, y porque tampoco pudo dejar de serlo, de sus páginas se deriva una forma muy argentina de ser cosmopolita Ahora bien, en mi lectura migratoria co- menzaré agradeciendo los cultismos y los regionalismos; sí, allí está la primera reverberación lingüística del relato, quise decir, el estallido verbal que me rescata como aprendiz del diccionario español, porque los “rulemanes” son baleros de rodamientos en los acentos rioplatenses, porque la “jaquetía” es una variedad del judeoespañol hablada por los sefardíes de Marruecos, porque las “ligustrinas” son una especie de arbustos y el “pedregullo” (esta podía deducirla) un poco de ripio, piedras diminutas Por lo demás, entre los vaivenes del personaje central reconoceré al propio Cozarisnky, un autor cuyas trashumancias entre París y Buenos Aires hacen recordar aquella cita de Henry Laborit: “en tiempos como estos, la fuga es el único medio para mantenerse vivos y continuar soñando”...
Y porque descreo de la crítica informativa de cualquier libro, no diré nada sobre la trama de En ausencia de guerra, sino sobre sus exploraciones narrativas. Sobremanera, esta novela le aplica una doble vuelta de tuerca literaria a sus peripecias, pues sus capítulos inician y concluyen sospechando que “todo es literatura”. Acaso porque desde Marcel Proust cualquier relato ha aprendido a decir que la vida transformada en memoria contiene gérmenes de ficción, aquí echar la vista atrás, o conjeturar sobre nuestro “porvenir de antaño” (ahora cito a Unamuno), es un accidente lingüístico cuyos vocablos exigen orden y sintaxis, un azar de lo verbal que apela a la gramática para reinventar los sueños y refundar significados.
En este mismo sentido, y tan migrantes como son todas y cada una de las figuras de Edgardo Cozarinsky, diríase que es su condición de seres expuestos a muchos sistemas ortográficos y a tantas fronteras geopolíticas lo que les permite definirse como almas escriturales; de hecho, al sobrevivir fuera de sus respectivas lenguas maternas, los habitantes del texto han aprendido a traducirse y a descifrarse, y también a borronearse, en el marco de un siglo XX cuyas utopías sociales tropezaron con la ideología y cedieron a la tentación del pensamiento único.
Al final, lo que más llama la atención de En ausencia de guerra es la paulatina conciencia que el libro despliega sobre su propia creación. Sí, estamos ante una novela que acopia elementos y analiza los instantes que más tarde le permitirán existir en nuestra mirada: magia mayor de la creación literaria, ¿no es cierto?, hacernos creer en el espejismo de los tiempos y de las edades, pues en Cozarinsky somos el libro que seremos, ¡somos imaginación postergada!, mientras hoy sé por qué Mimí me ha hecho llegar este título desde el otro lado del continente, cuando en la página 39 descubra el nombre de la isla de Montreal, la ciudad en que recién concluyo la lectura migratoria de una novela que aún no ha sido escrita…
Javier
Vargas de Luna
Nacido en Tampico, México, es autor de más de una veintena de libros Poeta, narrador, ensayista, cronista, docente e investigador literario, ejerció el periodismo antes de partir hacia Quebec, Canadá, donde radica desde 1996 Después de cursar la Maestría en Literatura en la Universidad de Ottawa, recibió el grado de Doctor en Letras en la Universidad McGill (Montreal) Desde el año 2004 es catedrático titular en la Facultad de Letras de la Universidad Laval (Ciudad de Quebec) y en diversos periodos de su vida ha sido profesor en la Universidad de Massachusetts (UMASS-Lowell), la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), la Universidad Libre de Bruselas (ULB), la Universidad Eötvös Loránd (ELTE) de Budapest, la Universidad de Quebec (UQÀM) y el Instituto de Estudios Avanzados de Francia (IEA-París) En la actualidad continúa construyendo una enciclopedia de la lectura en el mundo hispano conocida como Bibliotecas ajenas