Yo Soy Luis Carlos Galán

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YO SOY

LUIS CARLOS

GALÁN



YO SOY

LUIS CARLOS

GALÁN


F U N D A C I Ó N

Luis Carlos Galán Colombia

Reservados todos los derechos © Pontificia Universidad Javeriana © Fundación Luis Carlos Galán Investigación, textos y fotografías Oigamos a Galán. Bogotá. Fundación Luis Carlos Galán, 2021. ¡Ni un paso atrás, siempre adelante! Bogotá, Fundación Luis Carlos Galán, 1991. Galán. Bogotá. Zalamea Fajardo Editores, 1990. Archivo histórico Fundación Luis Carlos Galán. Archivo fotográfico Revista Semana. Archivo Histórico Juan Manuel Pacheco, S. J, Pontificia Universidad Javeriana. Intervención de las fotografías de las pp. 14 y 125, Lina Arias. Comité editorial Carlos Julio Cuartas Chacón, Sergio Andrés Amaya Cubillos y Daniel Felipe Malaver Cruz. Diseño y diagramación Kilka Diseño Gráfico Impresión Xpress Estudio Gráfido y Digital Primera edición: Bogotá, diciembre de 2021 ISBN: 978-958-781-676-1


Contenido

Reseña biográfica

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Cronología 19

SUEÑO Y COMPROMISO DE UN JOVEN UNIVERSITARIO 1. Una tribuna en defensa de la dignidad

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Revista Vértice, editorial. Volumen I, número 1. Bogotá, noviembre de 1963

2. Nuestra pasión es Colombia

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Revista Vértice, editorial. Volumen I, número 2. Bogotá, mayo de 1964

3. Las ideas liberales y el cuento de la Democracia colombiana Autonomía (periódico universitario). Bogotá, 4 de abril de 1963

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BANDERAS DE UN SERVIDOR PÚBLICO 4. La universidad, reflejo del sistema

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Apartes del discurso del ministro de Educación ante el Senado de la República. Bogotá, 1971

5. Lo primero es Colombia

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Palabras en el cóctel Pro-casa Liberal de Bogotá, en la Sociedad de Amigos del País, 30 de noviembre de 1979

6. Por Colombia, siempre adelante

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Palabras candidatura presidencial. Rionegro, Antioquia, 18 de octubre de 1981

LUCHA DE UN CANDIDATO PRESIDENCIAL 7. Para que exista democracia

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Intervención en la Convención Nacional del Partido Liberal. Bogotá, 22 de julio de 1989

8. Unificar los sentimientos de la nación Declaración, Bogotá, 18 de agosto de 1989

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Mis primeras experiencias políticas comenzaron en los años cincuenta, más exactamente en septiembre de 1956 cuando gané distinciones especiales entre mis condiscípulos al pedir públicamente la elección popular del Presidente de la República en reemplazo del gobierno dictatorial. Luego confirmé mis convicciones liberales al unirme a los estudiantes que en las calles de Bogotá exigieron en abril y mayo de 1957 la renuncia de Rojas Pinilla y por eso fui detenido en la cárcel los días 5 y 6 de mayo de aquel año. Toda la época universitaria en los años sesenta la dediqué a proponerle una alternativa liberal a mi generación para que no se identificara con las opciones extremistas ni se sacrificara inútilmente en los montes ni levantara su brazo contra una vida humana. En la revista que fundé, en los periódicos de amplia y modesta circulación donde escribí y en los programas radiales que dirigí en aquellos años, así como en los Congresos Nacionales Universitarios a los que asistí propuse a mis contemporáneos que nos preparáramos para luchar por el cambio social dentro de las reglas de juego de la democracia política y di siempre el testimonio de las ideas liberales.

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En los años de 1965 y 1966 tuve a mi cargo la movilización de la juventud universitaria en apoyo de Carlos Lleras Restrepo. Al lado de Eduardo Santos en “El Tiempo” y de Carlos Lleras en “Nueva Frontera” durante diversas etapas de los años sesentas y setentas completé doce años de vida periodística que me permitieron recorrer, desde entonces, amplias zonas del territorio nacional, escuchar a compatriotas de toda condición social o económica y ejercer las responsabilidades políticas al escribir miles de editoriales y columnas en esas dos tribunas del pensamiento liberal. Inmerecidamente fui llamado al Ministerio de Educación en agosto de 1970 en el gobierno del Frente Nacional que presidió Misael Pastrana Borrero. Acepté el cargo porque me fue propuesto como una invitación a expresar las ideas de la juventud sobre el sistema educativo que desde hacía varios años era sacudido por las más diversas y profundas conmociones. Propuse una revisión total y cuidadosa de la educación nacional para democratizarla y modernizarla, para llevarla realmente a la población campesina, transformar a los educadores y crear un sistema nacional universitario.

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Tales ideas, ampliamente debatidas en el Congreso Nacional y en los más diversos Foros tuvieron partidarios y enemigos. Fueron años en los que las cuestiones educativas llegaron al primer plano del interés nacional, se cumplió una labor concreta y se abrieron los caminos para sucesivos esfuerzos cuantitativos y cualitativos en la educación colombiana. Serví luego los intereses nacionales en el exterior y cuando era Embajador en Italia yen la FAO, entre otras labores me correspondió iniciar a fines de 1973 y 1974 las gestiones que dieron lugar a los programas de Desarrollo Rural Integrado (DRI), los cuales fueron apoyados por el Gobierno desde la Administración López Michelsen y han generado importantes obras y transformaciones en zonas de minifundio en numerosos departamentos. Después, consciente de las dificultades que tienen los partidos para realizar en el gobierno lo que le ofrecen a la Nación en los procesos electorales, así como de la necesidad de transformar los partidos para modernizar la política y la vida de la Nación me uní a la causa propuesta por Carlos Lleras Restrepo en 1976 con el fin de democratizar al Partido Liberal. Llegué al Sena-

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do elegido por los liberales santandereanos en 1978 y confirmado por los bogotanos y cundinamarqueses en 1982 y 1986 para representarlos en las comisiones de Educación y Salud, de Asuntos Económicos y Sociales y de Relaciones Exteriores en casi doce años de trabajo en el Congreso. Desde 1979, cuando propuse un Nuevo Liberalismo, mis objetivos y mis acciones en estos diez años han sido sometidos a la voluntad popular en siete debates electorales nacionales distintos que me dieron la representación del pueblo en las Asambleas de 21 de los 23 Departamentos y en todas las Intendencias, todo lo cual me ha permitido servir los intereses de la Nación y trabajar por las ideas liberales al lado de muchos colombianos, con el convencimiento de que esas ideas pueden elevar espiritual y materialmente a Colombia.

Luis Carlos Galán Sarmiento 4 de julio de 1989 *Fragmento del discurso en el acto de iniciación de la campaña por la candidatura presidencial del Liberalismo.

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Reseña biográfica

El 18 de agosto de 1989, víctima de un atentado, a los 45 años de edad murió Luis Carlos Galán Sarmiento, candidato a la Presidencia de Colombia, casado con Gloria Pachón de Castro en 1971 –periodista que conoció en El Tiempo–, y padre de Juan Manuel, Claudio Mario y Carlos Fernando. Nacido en Bucaramanga el 29 de septiembre de 1943, en el hogar formado por Mario Galán Gómez, entonces contralor departamental, y Cecilia Sarmiento Suárez, fue el tercero de 12 hermanos. Bachiller del Colegio Antonio Nariño de Bogotá, ciudad donde se había radicado la familia, concluyó sus estudios de Derecho y Economía en la Pontificia Universidad Javeriana en 1965 y recibió su título profesional en 1970.

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Inició su vida política en 1956 en el movimiento contra el gobierno del general Rojas Pinilla y su trayectoria como periodista en los claustros universitarios. Fue entonces, entre 1961 y 1965, cuando fundó la revista Vértice y escribió los primeros editoriales. Catedrático en la Universidad de Bogotá Jorge Tadeo Lozano y en la Universidad Javeriana en 1967, estuvo vinculado al periódico El Tiempo –fue editorialista, asistente del director, miembro de la Junta Directiva y subgerente del periódico– y a la revista Nueva Frontera. En 1968 viajó a Nueva Delhi como secretario de la delegación de Colombia en la Segunda Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por su sigla en inglés). Fue ministro de Educación entre 1970 y 1972, año en que viajó a Roma para ocupar los cargos de embajador de Colombia en Italia y representante ante la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés). Estudioso de la realidad colombiana y orador excepcional, se dedicó por completo a la actividad política desde 1978, fue concejal de Oiba y Bogotá y también senador de la República. En 1979 fundó el movimiento Nuevo Liberalismo, fue candidato presidencial en 1982 y, años

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después, en 1989, luego de promover la unión del Partido Liberal, se perfiló como el candidato con mayor opción para suceder en 1990 a Virgilio Barco Vargas, presidente de la República desde 1986. Fue autor de los libros Los carbones de El Cerrejón (1981) y Nueva Colombia (1982). Para honrar su memoria, el 18 de agosto de cada año se celebra en Colombia el Día de la Democracia. Por su parte, la Pontificia Universidad Javeriana inauguró en 1993 el auditorio que lleva su nombre y desde 1997 custodia los archivos de la Fundación Nuevo Liberalismo para una Colombia Nueva, entidad creada en 1984, que cambió su denominación en 1989 y fue vinculada a la universidad a partir de 1997.

Reseña biográfica

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Cronología

1940 1943 – 29 de septiembre Nace en Bucaramanga, hijo de Mario Galán y Cecilia Sarmiento.

1948 – 9 de abril Como otros liberales, Mario Galán es perseguido mientras su familia se encuentra en Pamplona.

1949 – La familia Galán Sarmiento se traslada a Bogotá.

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1950 1950 – Empieza sus estudios en el colegio Antonio Nariño de Bogotá.

1957 – 5 de mayo Participa en manifestaciones contra el gobierno de Gustavo Rojas Pinilla.

1960 1960 – 19 de noviembre Grado de Bachiller, con las mejores calificaciones del Colegio Antonio Nariño.

1963 – 4 de abril Se publica en el periódico Autonomía su escrito “Las ideas liberales y el cuento de la Democracia Colombiana.

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1963 – noviembre Como estudiante de la universidad Javeriana, publica la primera edición de Vértice, Revista Liberal Javeriana, de la cual es director y fundador.

1965 – 14 de agosto Aparece su primera columna en el periódico El Tiempo.

1969 – Carlos Lleras Restrepo lo nombra miembro de la delegación colombiana a la Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo en Nueva Delhi. Es su primer cargo público.

1969 – 23 de agosto Secuestro del avión José Antonio Galán, en el cual es uno de los pasajeros.

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1970 1970 – 6 de agosto Grado en la Universidad Javeriana.

1970 – 7 de agosto Toma posesión como Ministro de Educación del gobierno de Misael Pastrana Borrero.

1971 – 22 de diciembre Contrae matrimonio con la periodista Gloria Pachón.

1972 – Es nombrado embajador en Italia.

1972 – 29 de julio Nace su hijo Juan Manuel.

1974– 26 de octubre Mientras realiza una especialización en la Universidad de Roma, nace su hijo Claudio Mario.

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1975 – Regresa a Colombia.

1976 – 21 de enero Publica su primera columna en la revista Nueva Frontera; es su codirector.

1977 – 4 de junio Nace su hijo Carlos Fernando.

1978 – 26 de febrero Por primera vez es elegido Senador, por Santander.

1979, 30 de noviembre Funda el movimiento Nuevo Liberalismo.

1980 1980 – marzo Elegido Concejal de Bogotá.

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1980 – 29 de abril Primera convención del Nuevo Liberalismo en el “Salón rojo” del hotel Tequendama en Bogotá.

1981 – Publica el libro “Los carbones del Cerrejón”

1981 – 18 de octubre Lanza su candidatura presidencial en Rionegro, Antioquia.

1982 – Enero Se publica Nueva Colombia, selección de sus escritos, realizada por María Mercedes Carranza.

1982 – 20 de mayo Obtiene 745,000 votos en la elección presidencial.

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1984 – 30 de abril Es asesinado el Ministro de Justicia y miembro del Nuevo Liberalismo, Rodrigo Lara Bonilla.

1984 – 23 de agosto Se constituye la Fundación Nuevo Liberalismo para una Colombia Nueva.

1984 – El Nuevo Liberalismo obtiene 600,408 votos en las elecciones para concejales y diputados.

1985 – 2 de agosto Primer congreso nacional del Nuevo Liberalismo.

1986 – 11 de marzo Renuncia a candidatura presidencial y apoya al candidato Virgilio Barco.

1987 – Dicta un curso en la universidad de Oxford.

1988 – 13 de agosto En la Convención Nacional del Liberalismo en Cartagena se abre la

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posibilidad de una consulta popular para elegir un candidato presidencial.

1988 – 18 de noviembre Segundo Congreso Nacional del Nuevo Liberalismo.

1989 – 4 de julio Acto de proclamación de la precandidatura presidencial de Galán.

1989 – 22 de julio Convención nacional del Partido Liberal. Se aprueba la consulta popular.

1989 – 4 de agosto Es víctima de un atentado en Medellín.

1989 – 18 de agosto En la mañana es asesinado el coronel Valdemar Franklin Quintero. En la noche, durante un evento de campaña en Soacha, es asesinado Luis Carlos Galán.

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SUEÑO Y COMPROMISO DE UN JOVEN UNIVERSITARIO



1. Una tribuna en defensa de la dignidad

Revista Vértice, editorial. Volumen I, número 1. Bogotá, noviembre de 1963

Nos hemos propuesto preparar y publicar esta revista por un imperativo moral ineludible. Es necesario que conste públicamente el esfuerzo firme y concienzudo de un grupo de universitarios javerianos de la Facultad de Derecho que tiene una serie de convicciones sobre los deberes de la juventud universitaria liberal. Nuestros convencimiento son muy claros.

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Tenemos fe en el liberalismo, en su filosofía dinámica, en su concepción de la sociedad y del Estado. Estamos persuadidos de la eficacia de sus procedimientos y de su vasto panorama de acción. Nos preocupa la actual preparación de la juventud liberal para afrontar las responsabilidades que le depara el porvenir del país. Consideramos que las ideas liberales son trascendentes a los hombres liberales y que existen principios de solidaridad para toda juventud liberal que superan la división actual. Creemos en la necesidad de marginar a la juventud liberal de la fascinación de la fama prematura y efímera, representada por posiciones políticas que comprometen su independencia de los intereses creados y condicionan su posibilidad de prepararse completamente en el servicio de las aspiraciones colombianas. Convidamos a la juventud a estudiar los problemas y las cosas colombianas y a reflexionar y me la alcance de las indispensables mutaciones del Estado y la sociedad actuales. Sabemos que nuestras tesis no son las más complacientes y que los cometidos que le proponemos a la

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juventud son los más arduos. Sin embargo, creemos que el heroísmo es la vocación de la juventud de hoy y que solo con él se puede preparar las facultades de los futuros servidores públicos. Publicamos la revista con la convicción de que el ideal de la humanidad es la libertad del hombre en todas las latitudes. Por eso la revista será de todos, dentro de la amplitud de un humanismo sabio, sin confusiones. Somos la generación que no hizo la guerra civil iniciada en 1948, pero que sí la vivió y vive muchas de sus consecuencias, estamos dispuestos a cerrar el ciclo de las luchas civiles de origen político o de estirpe clasista y postulamos la convivencia de todos los colombianos. Queremos una Colombia donde quepan todas las ideas y donde la discusión pacífica de los problemas colombianos sustituya a la violencia. Queremos el diálogo de la concordia y de la reconciliación dentro de una libre discusión de los asuntos colombianos, queremos en fin, que todos los colombianos volvamos a reunirnos en el ámbito de la patria, para reincorporarla al ejercicio de la verdadera libertad y de la verdadera democracia. Queremos que nuestro suelo no se pueda hallar rastro de dolor y de muerte.

1. Una tribuna en defensa de la dignidad

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Coincidimos con la rebeldía social de nuestro pueblo, con sus anhelos por resolver los graves problemas seculares que siempre aquejaron a Colombia. Nuestro propósito con Vértice es el contribuir a elevar y humanizar la vida colombiana. Ofrecemos al país el primer número de Vértice con el ánimo de hacer de nuestra revista una tribuna en defensa de la dignidad humana, una voz clara en permanente rebeldía, que exija siempre, sin descanso, una irrestricta libertad humana.

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2. Nuestra pasión es Colombia

Revista Vértice, editorial. Volumen I, número 2. Bogotá, mayo de 1964

Cuándo en el editorial pasado convidábamos a los universitarios liberales a marginarse del fraccionamiento actual del liberalismo y a reflexionar en las indispensables mutaciones de la sociedad y del Estado colombiano, pensábamos en nuestra generación, pensamos que le corresponderá incorporarse plenamente al que hacer nacional para actuar en Colombia y sobre Colombia un momento histórico singular.

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Medio siglo de fracaso y desconocimiento del destino nacional señala la frustración rotunda de todas las generaciones posteriores a la llamada “Generación del centenario”: generaciones que no estuvieron a la altura de su responsabilidad histórica; que entendieron la política como la acción agresiva de perturbación social, demoledora de instituciones, de polémicas estériles que solo servían para el descrédito de la libertad ideológica; generaciones que no quisieron reconocer como la política es un debate auténtico en el cual se buscan soluciones con partidos nacionalmente responsables, como presupone aprendizaje, educacion e instruccion para discutir los sentimientos, el destino, los deseos de un pueblo en su afán de mejorar o ver mejorar a sus hijos; como es en el donde un arte que por su naturaleza exige métodos para el funcionamiento de las instituciones según los cambios en el tiempo y en los acontecimientos; generaciones que se resistieron a creer como con la política se buscan soluciones de modo que los intereses nacionales, en paises democraticos, no permanezcan en manos de las clases dirigentes, los círculos de familia, los advenedizos políticos y los oportunistas.

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No solo se malograron las posibilidades de estas generaciones sino que por las equivocaciones de quiénes la dirigieron, el hombre colombiano siente un principio de frustración que ensombrece aún más el panorama del país. Un principio de frustración que se origina la convicción cierta de que podemos ser y no somos, en la convicción cierta de épocas pasadas debidas a los próceres que construyeron la patria y liberaron naciones sin otro respaldo que la voluntad inquebrantable de hacerlo. Era la época en que Colombia tenía iniciativa propia y capacidad creadora. Teníamos soluciones nuestras para nuestros propios problemas. Compensar la frustración de estas generaciones constituye una tarea inmensa, significa que una sola generación logre los cometidos que se le encomendaron a varias. Pero nadie elige su deber, este se impone al hombre con las circunstancias en qué nace y el nuestro consiste en llenar el vacío generacional que se aprecia en Colombia. este deber es intransferible por qué es nuestro destino. cumplirlo o no depende únicamente de nosotros. ¿De qué manera se puede cumplir este deber con el país y con nosotros mismos? Es difícil, acaso imposible que logremos nuestro propósito histórico si no

2. Nuestra pasión es Colombia

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nos rebelamos contra el balance de las generaciones pasadas, si no señalamos sus grandes equivocaciones y no nos cuidamos de establecer las condiciones necesarias para no cometerlas también. Los jóvenes liberales y conservadores no traicionamos nuestras convicciones porque nos revelamos unidos contra quienes provocaron la violencia por indolentes o por haber convertido el odio al adversario político en un deber moral, mediante falsos argumentos de la lógica y la filosofía de los partidos. No acusamos a nadie individualmente porque conocemos demasiado la impotencia del individuo frente al poder de las obsesiones colectivas; pero si acusamos a las generaciones en general que toleraron la confusión en sus filas y pusieron su inteligencia y su preparación al servicio de la beligerancia partidista. Las acusamos para demostrar que no somos herederos de sus errores y qué aprendemos del pasado para nuestro porvenir. No buscamos subrayar la importancia de nuestra generación mediante una rebelión injusta contra las precedentes, lo que buscamos es demostrar que nuestra lucha pertenece a un tiempo diferente, la movilizan otros valores y tiene una concepción del destino nacio-

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nal distinta. Estamos enriquecidos por las experiencias de otras generaciones pero nos moviliza el anhelo de ir más lejos que ellas. Ahora la lucha es más ardua y nuestra generación, la generación que hace estudios universitarios en la década del sesenta, tiene que entenderlo ya, pues el vertiginoso ritmo de transformación que predomina en el mundo contemporáneo nos ha dejado atrás; (advertimos que al ubicar en el tiempo a nuestra generación no queremos reducir la un concepto simplemente cronológico, pues lo que Define una generación son ciertamente sus ideales, sus realizaciones y en general su actitud ante el país). Los culpables de la frustración de las generaciones vencidas fueron sus conductores y sus intelectuales, quienes por su instrucción y experiencia debieron conocer el destino nacional y lo negaron con sus actos y contradicciones por debilidad y por conveniencia. Nosotros no podemos cometer el mismo error. Nuestra generación debe recorrer una trayectoria concatenada y lógica desde todas las posiciones de servicio y durante toda su intervención en la vida nacional. La trayectoria de un gran viaje que le exige sólida preparación a la juventud para dirigir hacia él al país; qué le demanda estudiar

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constantemente los problemas colombianos; qué la obliga a marginarse siempre de los intereses creados; qué le ordena conocer las tesis expuestas por todos los hombres verdaderamente notables del país, sin discriminar arbitrariamente los méritos de sus análisis, Aunque su ideología sea una u otra; un gran viaje que tiene como uno de sus fundamentos las nuevas perspectivas de la integración económica y la solidaridad política en los países americanos, con las cuales se superarán definitivamente el aislamiento y las fronteras artificiales que predominan en el continente; un gran viraje qué le establece a la juventud como su primer deber, valorizar la nación sin que ello sea un impedimento para apreciar también las acciones y los valores grandes de todos los pueblos; qué la llama a sacrificar su comodidad y su seguridad personal con tal de contribuir a aquellos fines; qué le exige merecer por su preparación y sus esfuerzos el derecho de servir a Colombia; qué le aclara el condicionamiento recíproco que existe entre la libertad, la justicia, la solidaridad y la paz en una nación; que en fin le manda saber dar soluciones originales para realidades propias y recuperar así la iniciativa, para no

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ser simple y rutinaria imitadora de otros aspectos revolucionarios sin capacidad de creación. Si nuestra generación entiende estos llamamientos y estas exigencias, Se aprecia el valor de la trayectoria de este gran cambio transformará a Colombia, si no lo hace, será otra esperanza fallida. Tenemos fe en nuestra generación y si desde ahora depositamos nuestra confianza en ella, no quiere decir que hipervolaremos la juventud; nuestra fe se origina en que creemos posible movilizarla y obligarla sin necesidad de promesas, sino con imposiciones y llamamientos a su espíritu de sacrificio y su voluntad de entrega. Convidamos a nuestra generación a la lucha, o sea al heroísmo y al sacrificio, porque creemos que en la gigantesca fuerza que encierra el desinterés, el entusiasmo y la acción dirigida a un objetivo suprapersonal, fuerza esta que es capaz de realizar una verdadera revolución; una revolución con sólo recursos morales. Estamos ciertos de que al país y a su juventud, no lo mueven sólo y ni siquiera primordialmente, sus intereses de clase, sino, simultáneamente sentimientos y juicios de carácter general y elemental –como el deseo

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de la paz, la solidaridad y la libertad– sin los cuales no es posible que subsista la nación. Aspiramos a que nuestra generación cuente en la historia, en donde solo cuenta lo logrado en plenitud, a que la vida y obra de esta nueva juventud consista en encender confianza y solidaridad en la nación, pues nada existe realmente entre nosotros si no apoyamos a Colombia que vuelve escéptica y resignada de la confusión y la violencia de los últimos 16 años. Ahora el hombre colombiano vuelve a apasionarse; pero su pasión no es la de los partidos que pervirtió los espíritus y empujó a millares de compatriotas a la muerte en aras de los fantasmas de ideales egoístas. Ahora nuestra pasión es Colombia y creemos en este ideal como el único capaz de unir a todo el país. Pero el amor a un ideal no exige el odio a los creyentes que aman el suyo; no creemos en aquellas modalidades de nacionalismo que desataron las guerras de este siglo; amamos nuestra patria y respetamos y admiramos la voluntad de los demás de amar la suya, porque esto es lo verdaderamente humano y en ningún momento significa contradictorio.

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La pasión por levantar a Colombia representa el común ideal que anima nuestra generación. Apoyémosla en su generoso empeño, apartándola de lo inestable y fugaz y levantándola hacia lo duradero o inmutable. Busquemos que sea animosa y libre, que no se deje avejentar por el ambiente y que no sea servil con los ungidos, para que demuestre como Colombia también es joven porque tiene corrientes vivas entre sus hijos, Capaces de conducir la en la lucha colectiva, en esta cruzada por la dignificación del hombre colombiano. Encomendémosle a nuestra generación la responsabilidad del destino nacional para que sea grande y defienda la grandeza en Colombia.

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3. Las ideas liberales y el cuento de la Democracia colombiana

Autonomía (periódico universitario). Bogotá, 4 de abril de 1963

Estos párrafos –para dos entregas y quizás un poco desordenados– Los escrito pensando exclusivamente en los jóvenes que mantienen su certidumbre en el destino de Colombia, en aquellos jóvenes que desean sinceramente para la patria una mejor vocación, pero que al apreciar todos los matices de la crisis colombiana, se manifiestan renuentes a decidirse por una posición determinada en la vida política del país.

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Me refiero a los jóvenes que no se consideran incorporados en ninguna ideología, porque no se sienten comprendidos, ni explicados por los principios que puedan presentar actualmente nuestros partidos políticos. Hablo de los jóvenes que se hallan a la expectativa de un nuevo camino, de una nueva alternativa porque presumen fosilizados a los partidos colombianos. Se trata de jóvenes que por la misma generosidad en dependencia que poseen, tienen por egoísta, infructuoso y extemporáneos a los sectores de la actual política colombiana. LA TRAMOYA DE LOS PARTIDOS Sucede lo siguiente: en las universidades colombianas se discurre a diario sobre esta crisis de los partidos y de las ideologías. Los universitarios anotan frecuentemente que no hay tesis de fondo en ninguno de los partidos, que ambos están girando en torno de hombres –hombres que no tienen programa distinto de las virtudes que ordinariamente le son atribuidas– y que si en alguna ocasión se escucha algún llamado –Simultáneamente altruista– desde los partidos, en el fondo hay

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intereses personales que sólo quieren mantener entre telones la curatela de sus privilegios y desequilibrios. Pero no es esto lo único que origina y fomenta la desconfianza de los jóvenes respecto de los partidos de sus dirigentes; la juventud universitaria ve a diario estimulado su volterianismo político por muchas circunstancias; entre otras, la viciosa organización establecida por los partidos, qué hace de nuestra democracia una irrisión; la proliferación del demagogo que hace carrera mediante la incitación del humilde y el halago al poderoso; la persistencia de los bizantinos parlamentarios, mientras se agudizan los males de la República; la reducida visión de la mayoría de los dirigentes que obran exclusivamente en función de posiciones burocráticas; la debilidad económica –comprobada en los tremendos traumatismos del reciente reajuste monetario– qué desbarata toda pretendida Independencia y soberanía política y cultural. LA ESTERILIDAD DEL ESCEPTICISMO Bajo todo aspecto los universitarios tenían la razón en su actitud crítica. Sin embargo, si la crítica no se hace

3. Las ideas liberales y el cuento de la Democracia colombiana

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con sincera intención constructiva no conduce a nada. Al insistir en un nihilismo disolvente y obstinado, lo único que se logra es aumentar la confusión y la desesperanza; desesperanza para el país, cuya única ilusión en un futuro mejor está reducida aquellos que la juventud le ofrezca. Por eso los jóvenes estamos obligados –más que nadie– a no marginarnos en ningún momento de la realidad, de los problemas y de la crisis contemporánea. No tenemos derecho a volverle la espalda a la inmensa tragedia que agobia a Colombia. Nos comprometemos a reflexionar sobre los males de la República y prepararnos para aplicar la debida terapéutica en el momento oportuno, y solo no será oportuno el momento en que fundemos nuestra autoridad para solucionar los problemas colombianos en el hecho de conocer tales problema. Ante todo será oportuno y extravagante. Los jóvenes estamos en el período de la preparación. Aún no hemos llegado al de la acción.Somos espectadores, aún no somos actores. Es prudente esperar. Estamos en el periodo del robustecimiento ideológico; primero debemos consolidar un criterio inteligente, denso e independiente. Una vez definamos nuestros criterios de análisis y de juicio, nos corresponde estudiar

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con él los problemas nacionales; después de examinar con esas consideraciones los problemas colombianos, ya podremos ofrecer soluciones objetivas y seremos capaces de afrontar esa responsabilidad tremenda que se nos va a venir encima: la responsabilidad de reconstruir un país que hoy sea halla en lo moral anárquico; en lo económico, colonial; en lo político, demagógico y en lo social, absurdamente injusto. LO QUE QUIERO PROPONER Yo quiero destinar estas anotaciones – hechas en dos contados por lo vasto del tema– Sobre el liberalismo y el cuento de la Democracia colombiana, a persuadir a los jóvenes de la inteligencia de la democracia liberal para ofrecerle al país una óptima alternativa en la crisis que ha venido pareciendo y que en vista de las circunstancias se va a prolongar más. En ese plan de ideas, corresponde demostrar dos cosas; por una parte, qué el liberalismo colombiano no corresponde a las verdaderas ideas liberales y, por otra parte, qué la llamada democracia colombiana, no es la verdadera democracia.

3. Las ideas liberales y el cuento de la Democracia colombiana

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EL ANTILIBERALISMO DEL PARTIDO LIBERAL COLOMBIANO Una cosa es el Partido Liberal contemporáneo –sea oficialista o lopista– y otra cosa es la democracia liberal. El llamado Partido Liberal oficialista es una organización al servicio de la minoría que controla lo político, lo económico y lo moral en Colombia. El llamado Movimiento Revolucionario Liberal es un mosaico de ambigüedades en el que quieren coexistir los revolucionarios que creen en la libertad y los que la toman por una ficción, una realidad. La democracia liberal, en cambio, es la vocación de Colombia y de todos los pueblos americanos, es aquella democracia que garantiza la libertad, para que cada hombre realice su destino y que asegura la justicia, para que lo realicen todos los hombres. Esa sería la definición de Castelar si hubiera conocido nuestros tiempos. Los ideales del liberalismo han sido frustrados permanentemente, no solo en Colombia, sino en toda la América Latina, se les tergiversa con los hechos, la teoría de los políticos respecto a ellos, no es más que eso, teoría.

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No estamos obligados por ningún motivo a asumir la responsabilidad de esos retruécanos de la vida del liberalismo colombiano. Será más positiva nuestra labor si analizamos al desnudo los subterfugios de que han sido objeto las ideas liberales. Será una magnífica elección el hecho de hacer una sincera disección de las ambigüedades del Partido Liberal colombiano. UNA FRUSTRACIÓN DESOLADORA Fueron las ideas liberales las que inspiraron la lucha emancipadora de 1810 y bajo su tutela como se inició la estructuración de las instituciones políticas americanas. Sin embargo, a esas consecuencias positivas que se derivaron de la influencia liberal, hay que añadir lamentablemente una utilización funesta que se hizo de los planteamientos, con el lúgubre propósito de apuntalar privilegios. No es –ni mucho menos– nuevo y original mi punto de vista. El discutible liberalismo de los partidos liberales americanos y específicamente del nuestro, ya ha sido advertido y señalado por personas más autorizadas que un simple estudiante de derecho. El liberalismo

3. Las ideas liberales y el cuento de la Democracia colombiana

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anticlerical de hecho está revaluado, primero, porque no es una actitud liberal y, segundo, porque no es al clero a quién se debe combatir; la lucha es con la intolerancia, sea católica, se comunista, sea budista, sea confucionista, sea mahometana, y viniere de donde viniere. El laissez faire, laissez passer, evidentemente, si no tiene la medida de la justicia y de la responsabilidad, es antagónico con la libertad. El Estado gendarme fue una reacción frente al absolutismo, pero es tan extremista como él. Sobre estas cosas de los principios imputados al liberalismo, es urgente aclararle la situación a un inmenso número de jóvenes liberales, para que no renieguen de sus principios y, más bien, se persuadan de la necesidad de transformar el Partido Liberal anémico, descomunal pero vacío, qué se nos volvió arcaico, antediluviano y vetusto.No esperemos que los actuales dirigentes del liberalismo colombiano hagan esas transformaciones, cuando ellos están interesados en mantener la situación privilegiada que les favorece. Tal vez sea irónico, pero en Colombia las oligarquías del dinero, las del nacimiento y las de la política adoptaron, para defender sus intereses, el amparo de las teorías más refractarias a los privilegios que querían

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mantener. La verdadera democracia es francamente antónima a la consolidación de las oligarquías. Las oligarquías repararon en el peligro de oponerse abiertamente a la democracia y por eso prefirieron veladamente tergiversar la y presumir de intereses infalibles del espíritu liberal, ante las contingencias político-sociales. De ahí que nuestro liberalismo se nos quedó enmarañadas entre: laissez faire, laissez passer, La estrategia anticlerical, las libertades teóricas y la democracia de opereta. El liberalismo y el conservatismo también no han sido sino simples instrumentos de una minoría para encauzar, según su conveniencia, las aspiraciones populares. Al campesino conservador se le amedrentó con razones religiosas para reasignarlo a admitir como inmodificable su penuria y a liberar se le ilusionó con una democracia que no ha pasado de ser una pantomima, para usufructo de la misma minoría, qué interesada en mantenerse no le ha importado utilizar procedimientos nominalmente opuestos. Se tranquilizaron con frases como aquella de Juan Lozano y Lozano: “ el conservatismo tiende a la aristocracia, aún cuando parte de las filas del pueblo; el liberalismo, a la democracia, aún cuando parta de la

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oligarquía”. Y ahí en las tendencias y los buenos deseos se nos quedó de nuevo el liberalismo. Ese remedo de democracia, esa seudodemocracia, esa pantomima de democracia fue la obra de los oligarcas americanos, con la cual afianzaron sus monopolios y establecieron sus inmunidades. Las oligarquías sedujeron al pueblo con la libertad, reservándose, eso sí, el derecho a interpretar la libertad como simple seguridad de la persona y el reconocimiento nominal de algunas libertades públicas. Reiteradamente, por un complejo funesto, han querido imitar sistemas óptimos en el extranjero, sin tener en cuenta que la bondad de las leyes es relativa al espacio y al tiempo. Permanentemente han procurado que la democracia falle por su base. Por eso se obstaculiza la educación entre nosotros. Se sabe que el funcionamiento de la Democracia presupone un pueblo preparado y unos conductores capaces. Si se quiere complementar realmente las dos versiones de la democracia –de un lado la fundada en la justicia y de otro lado la fundada en la libertad– es necesario impulsar la educación en todos los niveles y con una libertad garantizada y responsable. Por eso, las oligarquías

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se han empeñado en someter la educación y en evitar que ella esté al alcance de personas distintas de las beneficiadas por el sistema. Es muy claro que mientras subsista la ignorancia, no habrá manera de combatir con eficacia el núcleo económico absorbente y exclusivista: por la falta de preparación, fracasaran todas las instituciones que se inventen, entre la burocracia, el arribismo el manzanillaje y la improbidad personal y política. PARÁBOLAS LAS HAY RECIENTES Son repetidas las circunstancias de la historia colombiana en las cuales la minoría dominante emplea ideas altruistas para amparar con ellas sendos privilegios; la más reciente en la del Frente Nacional. Creado para derrocar la dictadura y dar fin a la guerra de sectarismos, se convirtió en un instrumento de las oligarquías –constitucionalizado– con el cual, fácilmente, declaran hereje a todo aquel que se les enfrente. Está tan bien establecida la maquinaria, que aquel a quien declaran hereje, se le confunde irremediablemente con el rojismo pecaminoso o con el comunismo espeluznante. No hay

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otra posibilidad para las oligarquías. Todo aquel que se oponga al Frente Nacional de los plutócratas, es un esbirro de la dictadura, o es un agente traidor a la patria, según ellos – del comunismo internacional. Es el régimen del terror intelectual: el poderío de la prensa y de los intelectuales del sistema, enfocado a sostener injusticias de un régimen de minorías. con un abismo de diferencias y proporciones, la actitud de muchos de los intelectuales colombianos es comparable a la de los escritores austriacos que condena Zweig en su autobiografía, aquellos pobres diablos que se dedicaron a alabar la guerra y el patrioterismo prusiano, sin apreciarla barbaridad que cometían. Tan servirles como ellos. Tan débiles como ellos. venden el pensamiento y se venden así mismos, quizás vienen algo más de sí mismos, algo que ya no les pertenece. Esas minorías se defienden con todo: no respetaron ni siquiera la Constitución. La ley la colocaron al servicio del sistema, para sostenerlo, para demorar su agonía. Ellos, los que desataron la violencia desde el gobierno y el parlamento utilizando la prensa gobiernista y de oposición; los dirigentes liberales y conservadores: los mismos que la aprovecharon económicamente; los

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que no respetaron las tumbas de miles de compatriotas abiertas por su culpa intelectual; los maquiavélicos de la política que apasionaron al pueblo por objetivos estúpidos como la hegemonía; todos ellos, están hoy en el Frente Nacional por un tácito acuerdo de encubrimiento recíproco de culpas y hoy también, pretextando arrepentimiento de sus faltas, y perdón y olvido de los demás, se creen dignos de estar dirigiendo la nación, de estar conformando sus cuerpos directivos en lo político, en lo económico, en lo social y en lo moral, qué es lo más cínico. Ellos son los que hoy han conformado una inquisición velada, hipócrita. los que se han arrojado el derecho a ejercer justicia, la misma justicia que para serlo, deberían empezar por obrar sobre ellos. Pregonando la paz, pregonando la justicia, pregonando el entendimiento han embaucado al pueblo quien, patidifuso por la violencia que desataron sobre él, les ha creído.

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BANDERAS DE UN SERVIDOR PÚBLICO



4. La universidad, reflejo del sistema

Apartes del discurso del ministro de Educación ante el Senado de la República. Bogotá, 1971

Llegamos entonces al tema que más ha preocupado al país en los últimos meses, el problema de la universidad. Creo que está muy clara una idea: el problema fundamental de la educación colombiana no está en la universidad, a pesar de que la realidad de la crisis de la universidad merece la mayor preocupación del país.

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Pero la verdad es que el problema está en el resto del sistema educativo y que en la universidad lo único que está ocurriendo, o una de las cosas fundamentales que están ocurriendo, es el hecho de que se refleja allí la mayoría de las deficiencias del resto del sistema educativo. Porque basta pensar cuál puede ser el problema educativo de las universidades si ellas tienen escasamente un poco más de ochenta mil estudiantes, mientras los tres millones de niños que deberían estar en la enseñanza primaria se encuentran en las condiciones que ya he expuesto, y mientras los 2.300.000 jóvenes que están en la edad adecuada para encontrarse en la educación media se hallan también en condiciones deplorables y deficientes. ¿Qué tipo de estudiante es el que llega a la universidad? Un estudiante necesariamente mediocre, necesariamente impreparado, acostumbrado a una metodología pedagógica pobre, anacrónica, que no despierta en él una capacidad de investigación, una capacidad creadora. Es una persona memorista, es un repetidor, es una persona que busca el camino del menor esfuerzo y que, por consiguiente, llega en condiciones de penuria intelectual a manos de la universidad.

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Lo menos que le sucede a la universidad colombiana es verse obligada a emplear, por lo menos, uno o dos años de periodo académico universitario para tratar de reparar las fallas del estudiante por culpa de la educación media. Pero la universidad, en sí misma, tiene fallas graves. La primera de ellas salta a la vista, después de esta exposición. Es la desvinculación de la universidad respecto del resto del sistema educativo. La universidad inicia sus programas académicos sin considerar cuidadosamente los programas académicos desarrollados en los demás niveles del sistema. Simplemente superpone sus programas a los que se cumplieron en primaria y media, pero no busca garantizar coherencia con tales programas. Y, por esa razón, emplea por lo menos el treinta por ciento de su tiempo en reparar y enmendar las deficiencias de la educación media. La inmensa mayoría de las universidades, por no decir todas, carecen de programas de formación de profesores. De la misma manera que el profesor de educación media muchas veces se improvisa. No existen programas definidos de capacitación de profesores a nivel universitario. Simplemente, los ex alumnos, a los

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dos o tres años del grado y ante la escasez de profesores, se improvisan como tales. Realmente lo que ocurre es un verdadero incesto intelectual. Se reproducen, de generación en generación, cada vez con mayor debilidad y deficiencia, los escasos recursos y las escasas calidades intelectuales ofrecidas por los educadores que en algún momento iniciaron el proceso. Basta dar un dato que aclara mucho el problema: en 1958, las universidades colombianas tenían un poco más de 17.000 estudiantes. Trece años más tarde superan los 87.000 estudiantes. Si se incluye al resto de la educación superior, la que no es estrictamente universitaria, hay 110.000 alumnos en la educación superior. Se puede decir que, en trece años, se ha quintuplicado los alumnos en las universidades colombianas. Es obvio que este proceso determinaba una inmensa responsabilidad, un inmenso desafío a la universidad, para que preparara el profesorado necesario, ampliara sus instalaciones, pudiera servir satisfactoriamente las aspiraciones de estos estudiantes. Quiero advertir que estoy hablando tanto de la universidad pública como de la privada, porque las cifras que estoy usando son cifras de carácter general.

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¿FÁBRICA DE PROFESIONALES O FACTOR DE TRANSFORMACIÓN? La universidad, en sí misma, ha sido una universidad sin horizonte ni meta consciente. La universidad colombiana establece unos cupos de estudiantes de ingeniería simplemente porque son los estudiantes que caben en un salón, y trata de llevarlos del primero al quinto a través de unos programas académicos que ella analizaremos, sin otra preocupación que la de producir profesionales. Nunca se ha planteado la universidad colombiana, por ejemplo, esta pregunta: ¿de qué manera, a través de este número y calidad de profesionales se puede contribuir a darle al país los recursos intelectuales necesarios para obtener determinadas metas en el desarrollo de la Nación? Ninguna universidad sabe qué fenómenos determina en la Nación con los profesionales que está produciendo. Ayer se mencionaba, en una interpelación al señor Ministro de Agricultura, que centenares de agrónomos se encuentran sin empleo. Esto muestra una serie de paradojas: ¿realmente hemos llegado ya a la situación

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increíble de que el país tiene los agrónomos necesarios para que el desarrollo de su capacidad productiva en el medio rural, o lo que pasa es que esos programas no están realmente vinculados a la realidad nacional, y han creado un agrónomo de escritorio que no tiene un contacto claro con las responsabilidades que debería cumplir por razón de su formación profesional? No ha habido un inventario de recursos humanos en el país. No sabemos hacia dónde nos dirigimos con todo este esfuerzo de 87.000 personas que se encuentran en la educación superior, y que están buscando un título profesional, no porque ello esté ligado a unas aspiraciones nacionales, sino simplemente porque ello les va a dar un status profesional y un status social. La universidad no ha considerado ningún examen de recursos humanos en la realidad nacional para ver cómo sirve a esa realidad nacional. La universidad no ha formado los profesores que debía formar en los demás niveles del sistema educativo. Y esta es la mejor manera como la universidad puede influir en la comunidad. Se habla constantemente de la necesidad de que tengamos una universidad comprometida con la comunidad; y ¿cuál es la mejor

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manera de que la universidad se comprometa con la comunidad? Obviamente debe ser proporcionándole los profesores al resto del sistema educativo, para poner en marcha procesos de carácter intelectual en el país y transformar la realidad de la educación colombiana. UNA UNIVERSIDAD EXTRANJERA No hay tampoco en la universidad colombiana verdadera investigación, y la escasa investigación que se ha cumplido en los últimos cinco años apenas empieza a tener contacto con las realidades de la comunidad. Nos hemos puesto en el lujo o la ingenuidad de repetir investigaciones ya hechas, en vez de investigar lo que sucede en el país, para que ese enriquecimiento de conocimientos tenga consecuencias ciertas en las características de la Nación y para que la universidad determine transformaciones serías y profundas en la sociedad. Escasamente el 20% del presupuesto en las universidades colombianas se está aplicando a investigación. Por otra parte, debemos observar los programas. Los programas de las universidades no sólo, como ya lo mencionaba, están absolutamente aislados de los programas

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del resto del sistema educativo en los demás niveles, sino que son un transplante de los programas académicos que se siguen en las universidades extranjeras. Cuando en una universidad colombiana se va a resolver qué se enseña en ingeniería, química, agronomía o medicina, no se hace un examen de cuál es la realidad colombiana para tratar de producir un profesional que guarde armonía con esa realidad industrial o agropecuaria o sanitaria que esté viviendo el país y que, por consiguiente, sea capaz de transformar la capacidad productiva del país. Simplemente se toma un programa de una universidad norteamericana, un programa de una universidad francesa o un programa de una universidad de cualquier ubicación entre los países desarrollados y se hace un ensamble oficial de él, se establece un currículum y se pretende que el estudiante siga su formación profesional o científica a través de ese programa. Esa es la triste realidad: la universidad colombiana no ha ido a la verdad del país para tratar de adecuar sus programas académicos a esa verdad, para transformarla ciertamente y para formar el profesional que requiere Colombia. Ante esa realidad sobran muchos

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comentarios. Sobran comentarios, inclusive, sobre la fuga de cerebros. O sobre el hecho de que nuestro profesional sea un profesional con puntos de referencia casi exclusivamente extranjeros, tanto en todos los ideales que puedan motivarlos socialmente como en el hecho mismo de su capacitación académica. Se da el caso, por ejemplo, de que los estudiantes de derecho emplean dos años en estudiar derecho romano, que obviamente tiene gran importancia y le da un fundamento por distintas razones a toda la estructura jurídica de nuestras instituciones. Pero, a pesar de gastar dos años en el derecho romano, en los cinco años de universidad nunca los llevan a una cárcel para conocer cuál es la realidad del sistema carcelario del país. Es una educación jurídica que se da en teoría, dentro de un salón, sin mostrar objetivamente el país. El estudiante de derecho, para citar una de las carreras más divulgadas en el país, es un estudiante que generalmente llega el contacto profesional y el contacto con la sociedad, sin tener idea clara sobre lo que pasa en esa sociedad. Le han enseñado, le han dado una formación jurídica consistente totalmente en conceptos teóricos pero no es un contacto con lo concreto, con lo cierto que existe en el país.

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¿Para qué hablar de las demás profesiones? ¿Para qué hablar de algunas facultades de ingeniería que enseñan las teorías, por ejemplo, de las hidroeléctricas, con base en modelos norteamericanos, en realidades norteamericanas? No hay una sola universidad colombiana que pueda afirmar hoy que, al enseñar ese tipo de materias, hacen un examen del potencial eléctrico del país. Hablamos aquí de las grandes represas existentes en los Estados Unidos o en Europa. Lo mismo sucede en todas las profesiones. La medicina: aquí en el parlamento hay distinguidos senadores que saben muy bien cuál es el contacto que existe entre la realidad de la formación académica del médico colombiano y la formación académica que debería tener. Hasta qué punto, por ejemplo, ese profesional de la medicina es un profesional que se está preparando para viajar a los Estados Unidos. En los últimos años, aproximadamente el 85% de los egresados de medicina de las distintas facultades del país, presentaron el examen para irse a trabajar en los Estados Unidos y allí se encuentran y de allí no volverán. Cada uno le costó al país por lo menos 400 o 500 mil pesos para prepararlo. En el costo de cada alumno egresado, es necesario considerar no únicamente

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el costo per cápita, de acuerdo con una simplificación del total del presupuesto y el total de estudiantes. Es necesario incluir, también, la deserción. Y si hacemos esas cuentas, respecto de cada profesional producido por cada facultad colombiana, nos encontramos con esa clase de cifras: profesionales que han costado a la Nación 800 mil y un millón de pesos y que hoy están trabajando en países extranjeros porque, entre otras razones fundamentales, la formación que les dieron no fue una formación adecuada a la realidad nacional. Y se la dieron —perdónenme la expresión— a nombre de la libertad de enseñanza.

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5. Lo primero es Colombia

Palabras en el cóctel Pro-casa Liberal de Bogotá, en la Sociedad de Amigos del País, 30 de noviembre de 1979

En el presente año, por diversas circunstan­cias, he tenido ocasión de ir a un poco más de diez universidades en Bogotá, Cali, Medellín, Bucaramanga, Pereira, Barranquilla, Cúcuta, Cartagena, Armenia e Ibagué a cambiar

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ideas sobre cuatro temas distintos pero a mi modo de ver bastante relacionados y complementa­rios: los derechos humanos en Colombia, la reforma de las universidades, el derecho de información en nuestro país y el futuro del liberalismo. Ha sido ésta una manera de dialo­gar con las nuevas generaciones y de conocer a centenares de profesores universitarios y profesionales jóvenes. En una de tales ocasio­nes fui a la Universidad de los Andes. Al tér­mino de la conferencia y del foro posterior, se me acercó quien yo creí, inicialmente, un alumno de alguna de las facultades de esa im­portante institución. Se limitó a decirme que deseaba participar en la tarea que diversas cir­cunstancias me han impuesto en la política nacional. Al otro día supe que se trataba de un distinguido profesor de la Facultad de Ad­ministración y luego, durante todos estos meses, he gozado de su inteligente, responsa­ble y eficaz colaboración para preparar varias intervenciones en el Congreso y en múltiples foros, examinar proyectos de ley y discutir acerca de innumerables cuestiones de interés nacional. Hasta aquel día el doctor Eduardo Robayo no había participado en la política, desde entonces, prácticamente no transcurre una sola semana en la cual a sus labores

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pro­fesionales y docentes no agregue varias horas dedicadas a pensar en Colombia y a propagar una serie de ideas sobre los caminos idóneos para orientarla e interpretarla en estos mo­mentos de verdadera encrucijada colectiva. Casos similares al del profesor Robayo se están multiplicando todos los días en las más diversas ciudades del país donde poco a poco también he tenido ocasión de entrar en con­tacto con los múltiples sectores políticos, económicos, técnicos y profesionales que in­tegran la nueva sociedad. Es su generosidad, su desinterés y la forma responsable y seria como han obrado en estos meses él y otros grandes amigos en Bogotá y en las doce ca­pitales de departamento recorridas en este año, lo que me ha confirmado que tenemos sobre nosotros la responsabilidad de crear un cauce a centenares de miles, a millones de compatriotas que reclaman una nueva manera de hacer política porque los antiguos caminos desaparecieron y se volvieron intran­ sitables como consecuencia del derrumbe ideológico y moral que repentinamente cerró las vías tradicionales. Por eso me complace que haya sido usted, doctor Robayo, el pri­mer orador de esta noche y que luego, a sus expresiones sólidas, a su diagnóstico certero elaborado

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en nombre de los amigos que or­ganizaron esta espléndida reunión, hayan seguido las palabras de un ilustre veterano, el Senador Alvaro García Herrera cuya voz se oyó aquí como se escucha siempre en el Congreso. La voz de una conciencia honrada y llena de carácter que así como hace cerca de treinta años fue a la cárcel porque proclamaba sus convicciones democráticas, hoy no teme denunciar las inconsecuencias de quienes dirigen transitoriamente al liberalismo. El joven profesor se suma al avezado maestro para decirnos esta noche que aquí se reúnen varias generaciones y un sólo espíritu: el de quienes tenemos nostalgia de patria y, por lo mismo, reclamamos el derecho a que la vida de 27 millones de colombianos no se frustre porque buena parte de sus clases dirigentes se niega a interpretar a la nueva Nación y le habla y la gobierna como si la historia de Colombia se hubiese detenido. Vamos a hablar esta noche de política. Como nosotros la entendemos y como es pre­ciso que se discuta y se haga la política en nuestro país. Hablar de política es analizar cuatro temas fundamentales: Colombia, el Es­tado Colombiano, la situación de los partidos y, como consecuencia de ello, la naturaleza de la tarea que

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debemos acometer para dar nues­tro testimonio y cumplir nuestra misión. COLOMBIA Lo primero es Colombia. Porque nada serio se puede hacer y decir en política si no se proclama una concepción sobre Colombia. ¿Cómo entendemos a Colombia? ¿Cómo qui­siéramos que fuese? ¿Cómo interpretamos su evolución para bien de sus propios habitantes y respecto de una América Latina donde ha influido con mayor profundidad de lo que imaginan los observadores superficiales y con menores alcances de lo que quisiéramos quie­nes conocemos sus potenciales humanos y físicos. Ubicada en un punto estratégico de la geo­grafía americana, Colombia fue la generadora de la libertad de cinco repúblicas cuando ella misma nacía a la vida independiente. Su pro­pio alumbramiento le impuso una tarea peren­ne. Ser un escenario de la libertad. Un terri­ torio donde se construye una sociedad demo­crática y donde los recursos se explotan para que la Nación crezca en lo físico y en lo espi­ritual. No somos y no podemos

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ser un pueblo que ambicione poder para oprimir a otros pueblos. Pero tenemos que ser un pueblo dueño de su destino capaz de ejercer un lide­razgo en América Latina. Nuestra Nación pue­de integrar como ninguna otra todas las ver­tientes raciales y culturales que estaban en América o llegaron a ella durante los últimos cinco siglos. Somos un pueblo triétnico y nuestra fuerza cultural está en ese mestizaje que como todo mestizaje primero es híbrido hasta que madura la nueva identidad. No nos sucede, como sí les ocurre a otros que en la Nación predomine una raza y con ella una prolongada experiencia cultural relativamente ajena o que en nuestro territorio coexistan dos razas difíciles de reconciliar. En el hom­bre colombiano están América y Asia, Euro­pa y África y aun cuando durante cierto tiem­po esas combinaciones de sangre hayan impe­dido una expresión colectiva, cuando madure el proceso —y la hora ya no está lejana— sere­mos realmente una nueva expresión cultural capaz de aproximarse sin dificultad al diálogo con todos los pueblos de la tierra. El mensaje de libertad que marcó nuestro nacimiento con el preámbulo insurgente de los comuneros —hace dos siglos— está vivo. Y mientras más se observa esta

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América convul­sionada que acaba de recibir el mensaje de dig­nidad del pueblo de Nicaragua y la rebelión civilista de los bolivianos, más claro resulta que vivimos una hora de efervescencia en la cual América Latina, en los Andes, en el Ama­zonas, en la Cuenca del Plata y en el Caribe, se apronta para dar un salto cualitativo hacia la democracia y la libertad. En ese proceso Colombia debe estar a la vanguardia y así como hace siglo y medio unos ejércitos improvisa­dos fueron constituidos con base en los labrie­ gos que Bolívar convirtió en guerreros heroi­cos, ahora debemos preparar legiones de mili­cianos de la ciencia y la cultura para que Amé­rica Latina intervenga en el diálogo interna­cional del siglo XXI no como ese subcontinen­te subalterno y sumiso que todos creen conde­nado a depender de las grandes potencias, sino como un conjunto de países que, sin aislarse en esta hora de interrelaciones universales, aporte, además de sus extraordinarios recursos naturales, un tipo de organización social digno del tercer milenio que nos espera a la vuelta de pocos años. Como es apenas obvio no tendremos nin­gún derecho a proponer un camino a los demás pueblos latinoamericanos mientras, en nuestra propia casa no hayamos demostrado la sinceridad de nuestras convicciones

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demo­cráticas y de los ideales que proclamamos. Pa­ra cambiar a los demás debemos ser capaces de cambiarnos a nosotros mismos. La nueva lucha por la independencia —porque de eso se trata— no será posible mientras no alcan­cemos la unidad nacional. Colombia está de­sintegrada en lo físico, en lo cultural, lo social y lo moral. Ponerle fin al sectarismo, tarea sensata e indispensable que se propuso el Frente Nacional, durante los últimos veinte años, no fue suficiente. Porque si bien alcan­zamos una relativa paz política pactada por los protagonistas de las luchas de mediados del siglo, no logramos la paz social ni la eco­nómica. Las desigualdades han crecido y una Nación cada día más consciente de sus dere­chos exige que la organización social asegure un mínimum de igualdad de oportunidades para todos los colombianos. El problema político en los días de la violencia se alimen­tó de la injusta realidad social y económica, pero, con escasas excepciones, los dirigentes nacionales creyeron y creen que bastaba so­lucionar la cuestión política mediante la pa­ridad y la milimetría burocráticas para lograr la paz. Naturalmente se han equivocado y problemas que habían podido tener otro ma­nejo, si hubiera existido una sincera vo-

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luntad de alcanzar la justicia social, se acumularon y se multiplicaron hasta crear profundas divisiones entre los colombianos ya no por un color político sino por una realidad social que acentúa los privilegios de unos y agudiza la miseria y la angustia de la mayoría. Colombia no realizará su misión histórica mientras no resuelva esas graves contradic­ciones internas que le impiden concentrarse en las tareas fundamentales y atomizan un pueblo capaz como el nuestro, lleno de cua­lidades, pero disperso por la ausencia de una interpretación completa y profunda de su destino. Nuestra primera tarea —el primer escalón en ese proceso— es la unidad de Colombia en todos los sentidos. Para alcanzarla tenemos que hacer un inventario de cuanto divide a los colombianos y un inventario —también— de los instrumentos que podemos utilizar para la peregrinación hacia la unidad nacional. Esto nos lleva al segundo tema que quiero tratar esta noche: me refiero al papel del Estado colombiano, es decir, a lo que se supone es la suma de la asociación de todos los colom­bianos y la expresión de nuestra soberanía. Nuestro Estado vive una crisis que afecta todo su ser, condiciona sus objetivos y desorganiza sus recursos.

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Sus responsabilidades están cam­biando todos los días pero no sólo ya no atiende bien las nuevas tareas que tiene a su cargo sino que cada día cumple peor sus an­ tiguas y clásicas obligaciones. NUEVAS RESPONSABILIDADES DEL ESTADO La libertad, el orden, la justicia y la sobera­nía —por ejemplo— eran las principales responsabilidades del Estado cuando lo crearon los progenitores de nuestra República, de acuerdo con los valores políticos de su época. Sin embargo, cada día somos menos libres en la Colombia contemporánea. Cada día tene­mos un orden más artificial que no nace del respeto recíproco de los derechos sino de la simple imposición por la fuerza de una autoridad que parece incapaz de comprender al pueblo que gobierna. Cada día la justicia se confía menos a las instituciones que deben impartirla y más a las arbitrarias decisiones individuales de quienes se hacen justicia por sí mismos, gracias a la fuerza física o al po­der del dinero. Cada día nuestra nación es menos soberana y su destino está más some­tido a lo que deciden otros, ante cuyos ojos, no somos una

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República, una Patria, sino un mercado para conquistar y explotar. En este siglo la Constitución le confió a las diversas instituciones estatales innumerables tareas. Casi todas ellas están pendientes. El Estado entre nosotros debe producir bienes y servicios; crear empleo; redistribuir el ingreso entre los colombianos; regular la economía; ejecutar un presupuesto nacional que ya su­peró los 300.000 millones de pesos al año; dirigir el proceso de urbanización; tomar de­cisiones sobre la televisión y la radio que influyen fundamentalmente en el derecho de información de nuestro pueblo; en fin, tiene las atribuciones para intervenir en casi todos los aspectos de nuestra existencia. Es el Leviatán que nos anunciaron hace más de tres siglos los pensadores que encabezaba Thomas Hobbes. Pero es un gigante omnipotente en sus atribuciones e impotente ante la realidad. Se supone que es un Estado concebido de acuerdo con los principios democráticos, o sea, que en él existe un equilibrio entre las ramas del poder público para evitar la discre­cionalidad del Ejecutivo, del Congreso o de la rama jurisdiccional Sin embargo, en las actua­les fórmulas reales de gobierno, en Colombia los miembros

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del Congreso han renunciado a sus deberes y en vez de ser los personeros de la nación, se han convertido en los dóciles su­balternos del Presidente de la República para aprobar reformas constitucionales en las cua­les no creen y tramitan un presupuesto nacio­nal que no se estudia pues la lucha por los au­xilios electorales no deja tiempo para atender lo que fue la primera obligación histórica del Parlamento. Nuestro régimen Presidencial está en crisis. Se ha concentrado en el Primer Mandatario tal cantidad de poderes nominales que hasta la democracia formal tiende a desaparecer. El Congreso de hoy no legisla, ni fiscaliza, ni delibera. Los congresistas de ahora obedecen. La descentralización administrativa no ha pasa­do de ser un estribillo con el cual se guardan las apariencias mientras se acumula el malestar en las regiones. Hemos confundido la unidad de la Nación con la concentración de recursos y poderes en el Presidente de la República y cuando en la Jefatura del Estado no existe una conciencia orientada por un concepto claro sobre el destino de Colombia, el go­bierno mismo se desintegra. Cada ministro trabaja por su cuenta en su parcela burocrá­tica y cada gobernador alimenta las porciones clientelistas

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que debe sostener para que se mantenga la ficción de este Estado colombia­no que no logra pasar de las formalidades democráticas. Es decir, en nuestro caso, las elec­ciones prefabricadas y manipuladas y la información masiva condicionada por los poderes centrales. Esta pseudodemocracia se agota día tras día. Falta poco para que queden en evidencia los poderes reales internos y externos que la con­trolan e instrumentalizan. Ninguno de ellos generado por la voluntad popular ni sometido a su escrutinio. Mientras tanto, la evolución mundial nos presenta poderes nuevos y decisivos. La tec­nología y las ciencias de la productividad han creado las complejas organizaciones informa­tivas y financieras de las empresas transnacio­nales, en las cuales se expresa también —a su modo— el nacimiento de la conciencia plane­taria. Nuestro Estado, nuestro gobierno, es aho­ra, fuera del responsable de las tradicionales funciones, el encargado de negociar en nombre de todos nosotros con las transnacionales para adquirir las tecnologías que ellas poseen y convenir las condiciones financieras en que nos proporcionarán sus productos. En la cues­tión energética, en las comunicaciones, en los servicios de

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salud, en el sistema vial y de trans­porte, en la industria y en el comercio, en la organización financiera; en fin, en todas par­tes, aparecen las transnacionales. Su presencia es buena y conveniente, porque constituyen un instrumento obvio en la internacionaliza­ción del mundo. Pero, ellas van hasta donde los gobiernos las dejan llegar. Si no recons­truimos el Estado, si no lo transformamos pa­ra que adquiera la capacidad de representarnos a todos los colombianos al negociar con ellas las condiciones de su acceso a nuestro país, lo poco que tenemos de industria nacio­nal desaparecerá sin protección eficaz y res­ponsable y nos convertiremos todos en servi­dores directos e indirectos de intereses no colombianos. Habrá tal vez apariencias de la so­beranía pero no seremos otra cosa que una nación satélite. Un pueblo que obedece y sirve a quienes, en otros países y en otros con­tinentes, deciden los factores reales de nuestra existencia. Hace pocos días en un escenario de las Na­ciones Unidas decía un agudo observador: fal­ta un interlocutor en el diálogo entre los seres humanos. Sabemos muy bien quiénes hablan y cómo, por los seres vivos. Sabemos, además, que los muertos nos comunican su

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pensamien­to a través de la religión y la educación. Pero, ¿quién habla por las generaciones futuras? ¿Quién representa a los hombres del próximo siglo que heredarán un planeta desfigurado por lo que nosotros hagamos y saqueado por el uso que le demos a los recursos no renovables? Hasta hace pocos años esta reflexión podía parecer humorística. Hoy no. Vivimos un si­glo en el cual hemos adquirido conciencia de lo que sucedió en varios milenios del pasado e inclusive de muchos millones de años en el pro­ceso de evolución de la vida en la tierra. Pero al mismo tiempo poco a poco la conciencia del futuro crece en nosotros. A veces ciertos hechos nos indican que el futuro ya comenzó y el inmediato porvenir en el mundo no puede ser más complejo e incierto. A nivel interna­cional, todos sabemos que nos esperan las peores horas de la crisis energética y sabemos también que están cambiando los equilibrios del poder en el planeta. Inevitablemente el maremoto mundial llegará a nuestras costas y el golpe de sus terribles oleadas puede gene­ramos explosivas situaciones sociales y polí­ticas capaces de precipitarnos en el totalita­rismo. En los escenarios locales también sur­gen amenazantes cúmulos nimbus. El subem­pleo urbano crece en la

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medida en que no sur­ge la estrategia que concilie al capital, al traba­jo y al Estado. Y esa estrategia no se configu­rará mientras las voces políticas no se inspiren en el bien común y los colombianos no re­construyamos al Estado convertido en simple despojo de las clientelas y todos los intereses cómplices de su acción. Después de varias dé­cadas de esfuerzos para crear un sistema de seguridad social, el clientelismo ha destrui­do lo poco que existía. La inflación sigue de­rrotando el optimismo del señor Ministro de Hacienda. Las Fuerzas Armadas tienden a lle­nar el vacío que les deja una clase política profesional oportunista, temerosa e insegura para la cual lo único que importa es refugiar­se en su ghetto y creen irresponsablemente que así es como se dirige un Estado moderno. Parece que todo nos llevara a un abismo y que en cualquier momento fuéramos a caer en te­rritorio totalitario o por lo menos no vamos a salir de esta arena movediza generada por el es­tatuto de seguridad y que movió al Maestro Darío Echandía a decirnos que vivimos en una dictadura militar donde todavía se guardan las apariencias y el Presidente de la República, se­gún las palabras del Maestro, tiene a su cargo funciones subalternas.

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NUESTRO PAPEL EN LA NACIÓN DE HOY Por todo esto nos hemos rebelado y cons­ciente, deliberada y firmemente escogimos nuestro propio camino para proponérselo a todos los demócratas colombianos. Con los demás liberales independientes, con los pro­motores de la Unión Liberal Popular, los ami­gos de la izquierda democrática y los conser­vadores no comprometidos con el actual go­bierno. No estamos en el desierto como pien­san los políticos profesionales que le sucede a quien prescinde del botín burocrático o de la parcela presupuestal Cuando vimos las deci­siones electorales del año pasado nos fuimos a buscar a la Nación donde ya no la buscan los partidos que se suponen los responsables de la tarea de recoger y expresar las principa­les aspiraciones de la sociedad civil. Nos fui­ mos a las fábricas grandes, medianas y peque­ñas. A los talleres y a las cooperativas. A las parcelas del labrador en el minifundio. A las ca­sas de inquilinato donde sobrevive la angustia de los humildes. A las universidades. A las reu­niones de los gremios y las asociaciones profe­ sionales. A los campos deportivos. A los barrios populares y las veredas donde los sacerdotes inspirados

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por el nuevo espíritu de Puebla quie­ren trabajar por sus valores religiosos aplicados a un mundo concreto. A los hogares de los transportadores y a las carreteras. A los hos­pitales y a los colegios. Hemos escuchado al capitalista y al obrero. Al profesional y al ar­tesano. Al ganadero, al avicultor, al comer­ciante y al jornalero. Al periodista y al polí­tico. Al poeta, al pintor y al artista. A la mu­jer, al anciano y al joven. A todos los hemos querido oír en búsqueda de las ideas y los va­lores capaces de unificar a los colombianos. Y aquí estamos de retorno después de este recorrido que repetiremos constantemente porque los protagonistas sociales no son úni­camente los políticos. En esta sociedad que empezará a vivir dentro de cuatro semanas las insospechables evoluciones y revoluciones de la década de los ochenta, la escolarización es mayor y la conciencia del pueblo sobre sus propios derechos crece hora tras hora. Los partidos políticos sin excepción, y no me refiero solo al liberalismo y al conservatismo, sino a todos los demás, han sido sorprendidos por esta nueva sociedad y como no saben có­mo interpretarla ni guiarla se han refugiado en el clientelismo o en la radicalización política. El clientelismo

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que denunciamos y denunciaremos sin contemplaciones no es tanto la cau­sa de muchos problemas como la confesión implícita de la impotencia de una clase polí­tica para examinar la realidad contemporánea con la Nación contemporánea. No tienen ni las ideas ni el lenguaje para expresarse en esta época. De allí que su primera tentación sea la de revivir pasiones sectarias y, luego, la de comprar al ciudadano a quien no pueden per­suadir lealmente o despreciar al abstencionista a quien no logran convencer. Así llegamos al tercer tema de esta noche. El eclipse es total para los partidos y en el ca­so del liberalismo, la oscuridad es mayor en la medida en que fue más grande el resplandor de las ideas que movilizó durante tantos años. En el Gobierno de derecha que nos rige, los que pretenden hablar como liberales no tienen voluntad creativa. Vastos sectores en todas las capitales de departamento, a pesar de sus diversos orígenes partidistas, hoy han llegado a la madurez necesaria para no declararse irre­mediablemente comprometidos con las opcio­nes tradicionales. Los criterios y los valores de la generación que hizo alguna parte de sus estudios durante el Frente Nacional son totalmente distintos de

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los que se acostumbra ma­nejar en la política rutinaria. Cada vez más Colombia exige otra manera de hacer política. Otra forma de convocar a la Nación a discutir sus grandes asuntos. Otros programas, otras ideas, otras plataformas, pero, sobre todo, otro espíritu. Porque en Colombia han obrado en estos 160 años de independencia dos espíritus que se necesitan recíprocamente pero no se pue­den confundir. El de los que quieren conser­var la sociedad y se fundan en la tradición para reclamar disciplina y calma. El de los que deseamos transformar la sociedad y para lo­grar las innovaciones, proponemos la rebelión y la inconformidad. Papini decía que es cosa de niños ponerse a discutir cuál es el primero y el más importante. “Se puede criticar y re­novar lo que ya existe; pero todo orden, toda tradición, no son otra cosa que descubrimien­ tos y rebeliones coaguladas, hechas hielo. Sin tradición se perderían las conquistas de la revolución; pero, sin revolución, la tradición conduciría al sueño perpetuo y a la feliz tran­quilidad de la muerte. “Hasta aquí Papini”. La prolongación abusiva del Frente Nacio­nal nos condujo a un limbo mental y al infier­no de la destrucción de toda ética en política. Entre nosotros, las instituciones

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cerraron los caminos para el instinto del cambio y yo no creo que los partidarios del instinto de conser­vación se sientan satisfechos al ver a su propia colectividad asfixiada por la misma farsa. Por­que algo les dice que una cosa es la tradición y otra muy distinta el anquilosamiento. Y es eso lo que nos ha movido a formular el llama­miento al cual ustedes han dado generosa res­ puesta esta noche. Queremos consagrarnos a una tarea de información y educación políti­cas adicional a la que ya estamos cumpliendo con diversos instrumentos. Queremos promo­ver una mentalidad crítica en todos los secto­res de la Nación —liberales, conservadores o socialistas— porque no predicamos un nuevo catecismo para generar un fanatismo más. Pensamos que liberar realmente al hombre es despertar en su conciencia esa mente analítica que recibe y entrega ideas simultáneamente. Somos revolucionarios pero nuestra revolu­ción no es la de la violencia anárquica que pretende legitimarse con mil razones sino la revolución en las conciencias. No hay nada más revolucionario que cambiar los sentimien­tos humanos y el contenido de los cerebros, mi las conciencias. Es allá donde queremos y debemos llegar para unir a Colombia; es eso lo que necesitamos

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lograr para redimirla. Para noso­tros éstos deben ser los criterios liberales ne­cesarios en la renovación política del país, los mismos que nos mueven a respetar a quienes no piensan como nosotros y permanecen en otras áreas políticas de buena fe, es decir, siempre que nadie haya comprado su conciencia. Nuestra tarea será prolongada y constante. No la reducimos a la conquista del poder, por el poder mismo, para quedar convertidos en esclavos del propio poder. Menos la vamos a reducir a un pleito de curules. Del mismo mo­do que hace tres meses creamos en Bucara­manga una Casa Liberal para estos propósitos, estableceremos en Bogotá una Casa Liberal donde organizaremos cursos de capacitación política, seminarios y debates sobre los temas de interés público. Les propondremos a las de­ más ciudades tareas y procedimientos simila­res con la imaginación necesaria para mejorar los sistemas de comunicación y proselitismo nacional, pero no basta saber qué es lo que su­cede. Muchos colombianos lo saben. Es pre­ciso tomar la decisión de actuar y empren­der la marcha y llegar hasta el final. Quienes se sienten impotentes bien pueden permanecer al margen, quienes entienden la situación y están decididos a cambiarla: bienvenidos.

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Nos inspiran las ideas y el ejemplo de los grandes protagonistas de la vida colombiana. Aquellos hombres que se sintieron responsa­bles de la antorcha encendida por los mártires de la revolución comunera. El fuego que a lo largo de las últimas seis generaciones quienes sintieron a Colombia en lo íntimo de su alma, no dejaran apagar. Ese fuego era el de la pa­tria alimentada por tantos corazones que en ella han creído. Y esa antorcha está aquí pre­sente, porque nosotros tampoco lo dejaremos extinguir. En esta casa reconstruida por la voluntad creativa de uno de los hombres que más ha defendido ese fuego sagrado, el doctor Carlos Lleras Restrepo, vivió algún tiempo Francisco de Paula Santander, el organizador civil de la República y la figura máxima de nuestra nacionalidad. En nombre de todos los presentes invoco su memoria y su espíritu para que nos asista en lo que queremos hacer: recuperar la Patria desintegrada y rescatarle a Colombia un camino digno del destino que le señaló su nacimiento histórico como pueblo generador de justicia, dignidad y libertad.

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6. Por Colombia, siempre adelante

Palabras candidatura presidencial Rionegro, Antioquia, 18 de octubre de 1981

Colombianos: En este histórico recinto, donde delibera­ron, en 1863, representantes de todos las re­giones de Colombia para proclamar su fe en la libertad y los derechos fundamentales del hombre, quiero manifestar a todos mis com­patriotas que asumo la responsabilidad que me ha confiado la Asamblea Nacional del Nuevo Liberalismo de someter mi nombre a la consideración del pueblo

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colombiano, como candidato a la Presidencia de la República para el período de 1982 a 1986. Después de recorrer durante los últimos años todos los departamentos de Colombia y luego de meditar serenamente sobre la situa­ción nacional y el significado de las demás opciones políticas que se han presentado o se presentarán a la decisión de los colombianos, considero que tengo el deber de aceptar la bandera que me han ofrecido los miembros del Nuevo Liberalismo para que se verifique el apoyo de la nación a los postulados que dieron origen a nuestro movimiento en 1979. Tales postulados son los siguientes: reorga­nizar la democracia colombiana; unificar a la nación y conseguir una paz auténtica y perdu­rable para todos nuestros compatriotas; ase­gurar el papel histórico de nuestro país en la evolución de América; acrecentar los recursos materiales y espirituales del pueblo colombia­no y en especial redimir a la inmensa mayoría de conciudadanos oprimidos por la miseria; conquistar e integrar a la vida nacional la tota­lidad del territorio; reivindicar el derecho de los colombianos a manejar y controlar los re­cursos naturales, sobre todo el petróleo, el carbón y los demás minerales del subsuelo. Devolver al ser

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humano su valor como eje de la sociedad, por encima de cualquier requeri­miento material que lo sacrifique aún más en aras de un teórico progreso; lograr que del pri­mero al último colombiano haya igualdad básica de oportunidades y derechos en nuestra patria de tal manera que todos puedan satisfa­cer sus necesidades fundamentales en lo físico y en lo espiritual. Entendemos que estos grandes propósitos nacionales sólo serán posibles si recuperamos la dignidad de los poderes del Estado; si mo­dernizamos la organización de las distintas colectividades políticas; si transformamos la vida político-administrativa del país dentro del marco de una nueva ética social y si ase­guramos que el poder de intervención del Estado tenga como fin fundamental garanti­zar a la nación que Colombia nos pertenece a todos y no a unos pocos privilegiados que aprovecharon la debilidad de nuestras instituciones democráticas para conseguir las más grandes concentraciones de poder económico y político que haya registrado nuestra historia. Asumo la responsabilidad de dirigir esta cruzada renovadora de la sociedad con plena fe en la capacidad de los colombianos, para lograr un gran destino

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histórico. Inicio esta nueva etapa política con inmenso entusiasmo frente al porvenir porque estoy seguro del apoyo leal, abnegado y eficaz de la inmensa mayoría del pueblo colombiano. Sé que nues­tra misión nos demandará superar innumera­bles obstáculos y afrontar toda suerte de retos a nuestra capacidad física, intelectual y moral, pero esas dificultades serán recompensadas por la inmensa satisfacción de entregarles a nuestros hijos una patria más grande, justa y próspera. Quiero manifestar a todos ustedes que en la defensa de estas banderas no capitularemos ni haremos transacciones con quienes se oponen a la renovación de Colombia. Tampoco transigiremos con quienes pretendan utilizar en forma egoísta o por oportunismo las fuerzas de opinión pública que nos acompañan y las que se sumarán a nuestro movimiento. No nos detendremos hasta realizar la tarea completa durante todos los años que sean necesarios para construir la nueva Colombia. A lo largo del proceso histórico que se ave­cina, ahora y en las circunstancias que puedan surgir en este decenio y en los próximos, ad­vertiremos lealmente a nuestro pueblo sobre los peligros concretos que amenazan su porve­nir, pero no apelaremos a la estrategia

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del miedo para convocar a nuestros compatrio­tas, como tantas veces se ha hecho en otros episodios de la vida nacional, sino a su capaci­dad de raciocinio y a su derecho a mirar con esperanza su propio futuro, así como el de sus hijos y sus familias. Creemos en la disciplina y la autoridad que surgen de la persuasión racional en contraste con quienes todo lo reducen a la represión cie­ga e indefinida de los inconformes y los rebel­des. A quienes se limitan a predicar la disciplina dentro de los partidos políticos, así ello signi­fique el atropello de las convicciones más res­petables de la gente, queremos decirles que hay una disciplina más alta que es la disciplina dentro de la nación. Creemos, como Benjamín Herrera, que el individuo debe colocar a la pa­tria por encima de sus conveniencias y de los partidos. Pensamos que los gremios, los sindi­catos, las ciudades y las regiones ya han com­prendido que nadie debe olvidar la suerte co­lectiva. La ética social que auspiciamos supo­ne la austeridad de los gobernantes y de la ciudadanía y el sentido de la responsabilidad colectiva que no debe tolerar los egoísmos, los peculados y el tráfico de influencias que ame­nazan destruir el Estado de Derecho.

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Como ha dicho Enrique Pardo Parra, esta candidatura surge de las entrañas del pueblo liberal representado por la gente honrada y sencilla que ha asistido a la asamblea del Nuevo Liberalismo proveniente de todas las regiones del país; pero ésta es, sobre todo, una candidatura de la Nueva Colombia, la que no está sometida a las maquinarias clientelistas, la que espera en los claustros estudiantiles, en las fábricas, en los campos y en la propia administración pública que le respeten su de­recho a participar en el engrandecimiento de la patria. Es la Nueva Colombia que desean los compatriotas veteranos que nos acompa­ñan con su experiencia y su desprendimiento después de muchos años de luchas y sacrifi­cios por la consolidación de la democracia. La Nueva Colombia que anhelan las mujeres y que deben construir, sobre todo, los jóvenes quienes, sin menospreciar los valores funda­mentales de la historia nacional, comprenden que vivimos una época revolucionaria y que a las actuales generaciones les corresponde mo­dernizar a la nación con los poderosos ins­trumentos que proporciona a los hombres la transformación científica de nuestro siglo.

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A las juventudes y a las mujeres quiero ha­cerles un llamamiento especial porque su idea­lismo y su generosidad son indispensables para transformar el país. Los jóvenes no han parti­cipado en la definición de las leyes que nos gobiernan y no pueden aceptar que se les im­ponga un sistema social que niega los derechos fundamentales a grandes sectores de la pobla­ción. Las mujeres han decidido el rumbo de la sociedad en las horas cruciales y éste es preci­samente, un período de reajustes en las insti­tuciones y los valores colectivos que sólo afrontaremos con el concurso de su capaci­dad de lucha, su trabajo y su apoyo intelec­tual y emocional. Partimos del sitio que alcanzaron seis ge­neraciones dedicadas, desde la Independen­cia, a la tarea apasionante de construir la nacionalidad colombiana. Continuaremos con nuestros propios criterios y según las cir­cunstancias de nuestro tiempo esa labor que siempre deberá respetar las identidades y va­lores culturales de las grandes regiones que in­tegran nuestra patria. Para nosotros la nacio­nalidad es esencialmente una obra del espí­ritu y por eso esperamos el apoyo de todos los

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educadores de Colombia y de los trabaja­dores de la cultura que interpretan y expresan el alma nacional. El Nuevo Liberalismo existe desde hace dos años, pero ahora tiene organización y promotores en todos los departamentos y en varias intendencias y comisarías. Debemos constituir, lo más rápidamente posible, comi­tés del Nuevo Liberalismo en todos los municipios, barrios y veredas de Colombia para una tarea política permanente, impulsada e inspi­rada por las bases populares adecuadamente informadas y organizadas. He solicitado al senador Rodrigo Lara Boni­lla que asuma la dirección nacional de la cam­paña presidencial y, de común acuerdo con él, en los próximos días integraremos los equipos coordinadores y los comités asesores que ten­drán a su cargo la movilización nacional, así como las relaciones con las otras organizacio­ nes políticas que decidan apoyar mi candida­tura a la Presidencia de la República. Quiero recordarle al señor Presidente de la República con todo el respeto que merece su investidura, que tiene la obligación constitu­cional de asegurar elecciones libres y que todo lo que hagan sus subalternos por ayudar al candidato o a los candidatos vinculados a los

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actos de su gobierno, irá en contra de la democracia colombiana y por lo mismo de la paz y la convivencia nacionales. Deseo mani­festar al señor candidato de las actuales mayo­rías parlamentarias a quien ha dado apoyo el Presidente de la República, que no le disputa­remos los votos controlados por las maquina­rias regionales porque vamos a la búsqueda de la inmensa mayoría de colombianos que nunca han votado o que rara vez lo han hecho o que hace pocos días al contemplar el fraca­so del proceso de reorganización del liberalis­mo, tenían el propósito de no hacerlo. Desde Rionegro llamo a los ciudadanos abs­ tencionistas para que respalden estos postula­dos de regeneración. Llamo a los liberales que no están de acuerdo con la opción presidencial que pretenden imponer mayorías parla­mentarias alejadas de los anhelos y necesida­des reales de nuestro pueblo. Llamo también a los demás sectores políticos, a los ciudadanos que no están matriculados en ningún grupo o partido; a los sectores democráticos que luchan por la transformación de Colombia dentro de la Constitución y las leyes. Los invi­to a cooperar en esta misión histórica sin que nadie pierda su identidad política y sin poner condición

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distinta de la de luchar sinceramen­te por la nueva Colombia y los postulados fun­damentales que nos guían. Llamo a los colom­bianos olvidados en la soledad y el abandono de sus campos lejanos; a los compatriotas in­ dígenas atropellados en lo más íntimo de su identidad y de sus demás derechos, a las clases medias, presente y futuro de la nación, y a los obreros; llamo a quienes han entrado o entra­rán en la tercera edad en los próximos años en medio del desorden del sistema de previ­sión social; a los escépticos y a los optimistas; a quienes conservan la fe y la esperanza y en especial me dirijo a quienes la realidad actual de la sociedad colombiana ha obligado a mar­ginarse de la vida nacional en forma doloro­sa y valiente; los invito una vez más a recon­ siderar su actitud y a participar con todos nosotros en la lucha por la construcción de una Colombia nueva que requiere de su cora­je y su voluntad de sacrificio. Con amor por su gente y admiración a la raza más trabajadora y creativa de Colom­bia, expreso al pueblo antioqueño mi profun­da gratitud por la forma generosa como aco­gió en estos días a los compañeros del Nuevo Liberalismo que han venido desde todos los rincones de la República. Desde Rionegro, donde se dio una de las

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más elevadas muestras de idealismo en nuestra historia, como acaba de señalarla Jesús Vallejo en su valeroso dis­curso pronunciado como antioqueño y como liberal, saludo a toda Colombia desde San An­drés y Providencia hasta Leticia; desde la Gua­jira hasta Nariño, desde el Putumayo hasta Cúcuta y desde el Chocó hasta Arauca. Saludo con especial aprecio a mi tierra natal, a Santander, con emocionado reconocimiento porque fue su gente quien me otorgó por primera vez el derecho a representar al pueblo colombiano. En nombre de la Asam­blea Nacional del Nuevo Liberalismo asumo la tarea de conquistar el respaldo de las mayo­rías de Colombia en las elecciones parlamenta­rias y presidenciales de 1982. Por Colombia, siempre adelante, ni un paso atrás y lo que fuere menester sea.

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LUCHA DE UN CANDIDATO PRESIDENCIAL



7. Para que exista democracia

Intervención en la Convención Nacional del Partido Liberal. Bogotá, 22 de julio de 1989

Señor ex presidente doctor Julio César turbay Ayala, director nacional del partido liberal, señores dignatarios del Congreso y miembros de la Comisión Política Central, señores precandidatos ala Presidencia de la República doctores Jaime Castro, Hernando Durán Dussán, William Jaramillo, Ernesto Samper y Alberto Santofimio, señores y señoras delegados a la Convención Nacional del Liberalismo.

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Hace cerca de un año en la Convención de Cartagena, por un gallardo gesto de los miembros de la Dirección Nacional Liberal en aquella época, fui invitado a dirigir la palabra a la Convención del Partido. Hoy puedo asegurarle al Partido Liberal que la unión es una realidad consolidada no sólo para entender la responsabilidad es que estamos cumpliendo en las diversas legislaturas y en la defensa de la tarea que adelanta el Partido en el Gobierno al servicio de la Nación, sino en el proceso de 1990 y en la perspectiva de los deberes y obligaciones que le esperan a la colectividad. UNIDAD EN OBJETIVOS Y PROCEDIMIENTOS El partido está unido porque tiene objetivos y procedimientos comunes a todos los liberales. Así es como se une verdaderamente un partido político. Está unido porque ha habido una dirección que cumplió a cabalidad el mandato que le otorgó la Convención de Cartagena y porque esa dirección a honrado los acuerdos y su palabra. Hoy, a juzgar por todo lo que hemos oído en las distintas intervenciones, la unidad del partido se va a consolidar al respaldar lo convenido, al confirmar

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los procedimientos a través de los cuales los liberales vamos a iniciar una nueva etapa en nuestra tarea de servicio a la democracia colombiana. Pero no sólo está unido el partido por esos hechos. Hay otra realidad muy importante que quiero subrayar: Durante los últimos meses he sostenido diálogos con dirigentes del liberalismo en todas las regiones de Colombia, con dirigentes que comparten y no comparten la posibilidad de que yo sea el candidato del liberalismo. Sin embargo, por encima esa consideración nos hemos identificado en la necesidad de defender al partido su unidad, garantizar el contenido de los acuerdos que la permitieron y las estrategias que faciliten la mayor representación liberal en las corporaciones públicas en elecciones del año próximo, así como los procedimientos qué conduzcan al entendimiento y al respeto de las diversas tendencias en la identificación de los candidatos únicos a las alcaldías de todos los municipios del país. EL DIÁLOGO INTERNO El liberalismo al unirse nunca se ha uniformado porque lo esencial es preservar y enriquecer el diálogo interno.

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No se debe pretender que los liberales estemos de acuerdo en todas las cosas, en todos los momentos, pero sí es fundamental que mantengamos el diálogo como el instrumento a través del cual definimos nuestras controversias. El diálogo sirva para que todos los departamentos de Colombia se obtenga la coordinación adecuada de modo que el liberalismo incremente su representación en el Senado de la República y la Cámara de Representantes, para que triunfe en todas las alcaldías y garanticen las condiciones políticas por medio de las cuales pueden servir a Colombia en una de sus crisis más delicadas cuando están amenazadas la libertad y los derechos de los colombianos, peligros que jamás se dieron con tal gravedad en la vida del país. SUFICIENTE ILUSTRACIÓN SOBRE LA CONSULTA El tema de esta proposición ha sido discutido durante más de siete meses. Se podría decir que estamos a punto de declarar la suficiente ilustración sobre la materia y después del resumen que hizo el doctor Turbay Ayala de los argumentos a favor y en contra de la

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consulta, no creo que sea necesario ahondar en consideraciones sobre esos aspectos de la consulta popular. Entiendo la consulta, además de las consideraciones ya enunciadas, con dos perspectivas fundamentales, no sólo para el Partido Liberal sino para la democracia colombiana. TRES GENERACIONES Se ha mencionado aquí, con razón, que en este recinto estamos presentes varias generaciones liberales. Por lo menos nos hayamos tres generaciones. los miembros de cada una hemos vivido experiencias y realidades diferentes. Respetamos a quienes afrontaron las difíciles circunstancias de mediados de siglo. Sinembargo, es preciso señalar que dos de esas generaciones lo único que conocimos, hasta 1986, fueron modelos políticos en los cuales, por diversas razones, un partido mayoritario, qué demostraba su mayoría en todas las elecciones, no podía ejercerla en la dirección del Estado con la plenitud de sus posibilidades mientras que un partido minoritario, por las mismas circunstancias, magnífica va su influjo y su capacidad de decisión en la vida colombiana.

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Este es un problema estructural de la democracia que, sin consideraciones sectarias tiene que ser superado para que se manifiesten los derechos de las mayorías. No simplemente porque le pertenezca al Partido Liberal, según lo ha demostrado en sucesivas elecciones, sino porque esas mayoría se expresen lo que quiere el pueblo colombiano, el cual se encuentra ante un dilema que tiene que superar: de un lado quiénes le dicen que sólo por medio de la fuerza se va a definir el destino de la patria y de otro quiénes le dicen que sólo pueden seguir viviendo dentro de las diversas modalidades de democracia restringida. Llegó el momento en el cual, a través de diversos mecanismos complementarios, uno de los cuales es el de la consulta popular, la democracia colombiana debe dar un paso adelante cualitativo en su posibilidad de expresión y realización del destino nacional. EL DESARROLLO DE NUESTRA DEMOCRACIA Son varias las circunstancias y los factores que se deben acumular para que nuestra democracia se desarrolle. Algunos están en curso. Sobre otros esperamos

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lograr resultados muy pronto y en varios de ellos se registra una lucha centenaria aún no culminada. Para que haya democracia moderna y plena en Colombia se debe consolidar el esquema de responsabilidad de las mayorías que ejercen el gobierno y la responsabilidad de las minorías en la oposición como alternativa política. Para que exista democracia debe continuar el proceso de la elección de alcaldes y el fortalecimiento de la democracia local que constituye el primer escenario en el cual, en verdad y en concreto, de manera directa cada ciudadano puede acercarse a las decisiones que afectan su vida. Para que haya democracia se necesita que los partidos políticos vivan en su interior una democracia plena, reiterando la tesis de que un partido no le puede prometer a una Nación lo que no es capaz de conseguir para sí mismo y ese partido al dar un paso adelante para vivir en su interior la democracia plena le proporciona un ejemplo y una referencia indispensable al resto de la Nación para que evolucione la democracia, ojalá también y los demás partidos políticos. En la misma lista de factores de la democratización hay que incluir la reforma del artículo 218 que busca

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darle al pueblo el derecho a incluir de manera directa en la reforma de la Constitución Nacional. Es necesario insistir, igualmente en el perfeccionamiento del sistema electoral para que el voto en Colombia sea libre y secreto en forma plena, de modo que la legitimidad de la autoridad colombiana provenga de la expresión auténtica de la voluntad popular y está sea la mejor respuesta a quién es por medio de la intimidación o de la violencia quieren condicionar el destino de nuestra Nación. RECONCILIAR PAÍS POLÍTICO Y PAÍS NACIONAL La otra consideración por la cual la consulta es fundamental, es porque tenemos la oportunidad de superar un supuesto conflicto planteado por Jorge Eliécer Gaitán hace más de 40 años sobre las contradicciones existentes entre el país político y el país nacional. Colombia no puede lograr su destino si no sabe conciliar el país político con el nacional. Sin el país político Colombia no puede organizar su proceso de toma de decisiones de manera responsable y auténtica, Pero

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sin el país nacional el país político corre el riesgo de permanecer en un “gueto” incomprendido o incomunicado en el proceso de la vida colectiva. La consulta es el instrumento por el medio del cual el Partido Liberal, 40 años después de la muerte de Gaitán, va a reconciliar el país político con el país nacional. SE HA HONRADO LA PALABRA EMPEÑADA Quiero expresar hoy que al firmar los acuerdos de Unión liberal me comprometí a plenitud con su contenido. Me siento profundamente orgulloso y satisfecho al ver que los hombres más importantes del liberalismo han honrado su palabra al respetar y cumplir esos acuerdos para abrirle otra época a la vida del Partido Liberal. Por eso, todo este proceso, como dirán seguramente los demás compañeros precandidatos liberales, implicará que todos respetemos lo que resulte del mismo según disponga la voluntad popular. Si me es favorable representaré a la totalidad del Partido Liberal en la Presidencia de la República y si no me es favorable apoyaré a quién se haya merecido el respaldo del pueblo.

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Los elementos fundamentales de la consulta fueron elaborados buscando garantizar un clima civilizado, de modo que todos los aspirantes nos respetemos en este proceso y que las competencia sea por la presentación de las mejores alternativas para una nación que reclama y espera respuestas eficaces de su primera fuerza política y no un campeonato de agravios. Por eso he dicho y lo reitero aquí ante la convención del partido que no le puede prometer la paz a los colombianos quién primero no sea capaz de contribuir a la paz entre los liberales. Respeto a todos y a cada uno de los aspirantes a la candidatura del Partido Liberal y en la misma medida en qué los respeto, considero que sería más honrosa la victoria, no sobre adversarios que yo menosprecie, sino, por el contrario, adversarios que merecen mi consideración y que van a una lucha que todos sabemos será difícil y compleja por las circunstancias que vive la Nación. No reconozco enemigos dentro del Partido Liberal. Estamos en una competencia civilizada por el bien de Colombia y por el bien del liberalismo. Los únicos enemigos son los que utilizan el terror y la violencia para

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callar al pueblo colombiano o intimidarlo o para asesinarle a sus más importantes protagonistas. Esos son los únicos enemigos que puedo reconocer, porque en el resto de mis compatriotas respeto también a quienes según sus ideologías y dentro de la Constitución y de las leyes, luchan en otros partidos por interpretar el destino de la Nación. Creo firmemente que el liberalismo es la clave del futuro de Colombia, y su reorganización y modernización son las condiciones necesarias de la transformación de la patria.

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8. Unificar los sentimientos de la nación

Declaración, Bogotá, 18 de agosto de 1989

Los asesinatos del Magistrado Carlos Ernesto Valencia y del Coronel Valdemar Franklin Quintero son nuevas manifestaciones trágicas de la guerra que han declarado las fuerzas del crimen organizado contra toda la sociedad colombiana. Al eliminar estos dos compatriotas en estos bárbaros episodios la agresión golpea los principios fundamentales de la organización social representados por los jueces y los agentes del orden. Expreso mi solidaridad a los jueces de Colombia que

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se hallan especialmente amenazados por la barbarie y mi reconocimiento a los miembros de la policía por su acción valerosa y patriótica frente al crimen organizado. Todos tenemos que afrontar con entereza el peligro que amenaza a Colombia y no desmayar en la defensa de la sociedad. Trabajemos porque se unifiquen los sentimientos de la Nación y ello se exprese en acciones eficaces del Estado. Ningún ciudadano puede ser un simple espectador de la lucha de las autoridades contra la violencia porque los jueces y los policías luchan en nombre de todos y sus sacrificio hace más grande el deber de respaldarlos y colaborarles en sus heroicas responsabilidades, de las cuales depende la supervivencia del Estado.

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<<La entidad llamada a realizar el acto definitivo en el que cristalizará y florecerá la fuerza total de la evolución terrestre ha de ser una humanidad colectiva, en la que la plena conciencia de cada individuo se apoyará sobre la de todos los hombres, tanto de los que estén vivos entonces como de los que ya no existan>>. PIERRE TEILHARD DE CHARDIN, S. J.


CÁTEDRA GALÁN Es un espacio destinado a promover el debate sobre las ideas y valores que guiaron la vida pública de Luis Carlos Galán y cimentaron su proyecto político de servicio al país, teniendo en cuenta las nuevas realidades de Colombia y el mundo. Si desea conocer más, visite nuestra pagina web http://fundaciongalan.org/ o escríbanos al correo flcgalan.redes@javeriana.edu.co ATARAXIA: GALANISMO PARA EL SIGLO XXI Ataraxia es un grupo de investigación estudiantil adscrito a la Fundación LCG que ha trabajado en la compilación de documentos históricos de Galán, así como en la producción de material escrito y audiovisual sobre la actualidad política del país. Ataraxia está abierto a todos los estudiantes universitarios interesados en la vida y el pensamiento de Luis Carlos Galán. Si usted desea conocer más de este trabajo, puede comunicarse a sergioa_amaya@javeriana.edu.co

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Esta publicación fue realizada por la Fundación Luis Carlos Galán y la Pontificia Universidad Javeriana en Bogotá, 2021.



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