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micr oficc ion es Escritores Juarenses

•Pablo Vladimir Araujo Jurado • Andrea Iridiana Barraza Ochoa • André Jesús Broca Martínez • Juan Elmich • Elpidia García • Agustín García Delgado • GABOCON • Juan Edwin Montañez Martínez • Korina Rodríguez • Gerardo Ropele Maúl •Juan Marcelino Ruiz • Stephanie Sánchez Portillo • Mari Tiber


Isaías mientras limpiaba la vajilla. Pablo Vladimir Araujo Jurado

Como otros días, el café en el desayunador, la tostada y el cotidiano cigarrillo. Siempre pongo un servicio extra, ¡Vaya maña para empezar el día! Todo siempre con cuidado. Cada cosa dispuesta de acuerdo a su orden, que como antes, estaba dispuesto por tu manía de cuidado al detalle: me volvía loco que fuésemos así. Los cubiertos, el tarro de jalea, el plato y la taza en exacta réplica pero en sentido opuesto con el servicio que equidistaba del otro, añado yo aquí, dos centímetros de diferencia. Este sutil cambio, te obligaría a estarme mirando a los ojos cada vez que tomases algo. 5 de octubre de 1957, 8 y 43 de la mañana.

Isaías y su domingo de limpieza. Pablo Vladimir Araujo Jurado

Hay una pequeña nota que he descubierto este día. La encontré mientras limpiaba el cajón de las camisas. Es la tarjeta marrón en donde escribiste una dedicatoria que acompañaba a la última camisa que me obsequiaste. Llegaste un domingo, tranquila, con tu sonrisa y un paquete envuelto en papel lazado, lo dejaste sobre el buró hasta el anochecer, cuando te pregunté qué contenía. Es el color que me gustaría verte antes de despedirnos. Vuelve a mí la misma sonrisa y unas lágrimas, ahora estas son mías. 16 de octubre de 1958, 11 y 42 de la mañana. 1


Caminata en el primer día de primavera Juan Elmich

En el cielo las nubes se enorgullecen de pintar el primer atardecer de la primavera. Van caminando juntos. Los árboles presumen hojas recién estrenadas. Ella en tacones le toma bien el brazo; él, a paso cansado bordea la banqueta. Los carros que pasan se fijan en la pareja. Ella le dice algo al oído que provoca que su acompañante levante la mirada y finja una sonrisa. Se detienen justo debajo de un arbotante que recién prende con las primeras sombras de la noche. Se ve que le toma el rostro con delicadeza y le dice algo justo al momento en que se detiene un carro enseguida de ellos. Las cuatro chicas dentro del auto ríen: “ándale mensa, pregúntale”. -¿Qué a cuanto la noche? Él baja la mirada. -450 sin cuarto, mi´ja, contesta acercándose al carro. -¿Y sí aguanta a las cuatro? -Pues claro, está bien fuerte el muchacho. Si quieren les puedo traer otro para que comparen, o los dos por 800, ¿cómo la ven? Discuten dentro del carro. –No, pues ahí vamos a dar una vuelta y a ver. Y se va el carro. Ella toma la mano del acompañante y lo vuelve a exponer sobre la banqueta, siempre hacia la parte de afuera pidiéndole que sonría.

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Caballerosidad

Juan Edwin Montañez Martínez A J.J. Arreola Dos ligeros golpes en su hombro izquierdo, producidos por el índice y corazón, acompañados de una voz un tanto temblorosa (quizá por los bruscos saltos periódicos que daba aquél deteriorado transporte) pero segura, dijo: —Aquí hay lugar… —palabras que fueron suficientes para llamar su atención, ella se giró para mirar los ojos de esa voz desconocida, él no supo más qué hacer al ver los suyos, mirar su hermoso rostro y los dos asientos vacíos al lado, con vacilación agregó: —Me gustaría sentarme a tu lado, pero si prefieres estar con tu amiga no hay problema —se atrevió —yo te cargo —dijo como última escapatoria a su mortal silencio, a él le pareció verla sonreír, sin embargo cuatro segundos después se acariciaba la mejilla roja, aún marcada con aquella figura dulce, tierna y fuerte de una mano femenina.

Discurso

Elpidia García “Hoy, más que nunca, tenemos una nación más equitativa y próspera debido a la estabilidad y la certidumbre económica” decía el Presidente en su discurso televisivo cuando cortaron la luz por falta de pago. Resignada, María salió a pedirle unas velas prestadas a la vecina.

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La hubiera amado

André Jesús Broca Martínez Salía de revisar a uno de los pacientes que me había sido asignado, cuando de repente noté un gran alboroto. Entraba en una camilla una chica, era impulsada por un par de enfermeros muy alarmados, según había sufrido un accidente. No lo dudé, yo debía atenderla. Después de intervenir, y que la muchacha estuvo mejor, me dirigí al cuarto donde se encontraba en reposo Parecía otra persona, no era la misma muchachita a quien yo había atendido. Tanta hermosura me dejó perplejo, y era increíble que nadie hubiera ido a informarse acerca del estado de salud de la muchacha. Hice lo que se debe hacer en una revisión de rutina y no pude dejar de contemplar su bello rostro. Su piel blanca, sus labios impresionantemente rojos, de complexión delgada, debo decir, y un hermoso cabello negro. Era simplemente perfecta. Durante mi jornada, estuve muy pendiente de ella, pero ya tarde, casi a punto de irme a casa, entró a mi oficina uno de los enfermeros que se encargaba de atenderla. -¡Doctor, es la chica! Ha muerto. – dijo Me levanté y corrí como loco esquivando todo a mi paso, entré y sus labios ya no eran rojos, me coloqué a un costado de la camilla, me incliné y acerqué mi oído a su pecho, creyendo la noticia y esperando que su corazón latiera. Pero no, estaba muerta. Una lágrima recorrió mi mejilla. No la conocí, jamás la había visto, pero en definitiva, la hubiera amado.

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Historia de un día de lluvia Andrea Iridiana Barraza Ochoa

Itzel como siempre vuelve a tomar su cuaderno, lo abre en una página donde aún no hay nada escrito, toma su pluma y piensa. Entonces, empieza a escribir; escribe sobre cualquier cosa, también sobre nada, a fin de cuentas no hay que complacer a nadie. Ahora es de noche y no ha parado de escribir, la realidad ya no existe para ella, sólo su pluma negra plasmando palabras sobre una hoja que antes había estado en blanco. Comienza a llover. Está cayendo la lluvia más fuerte que jamás había caído, el agua entra por la puerta de su casa, pero no se da cuenta de lo que está ocurriendo. Dos horas, 25 minutos y 39 segundos demoró la lluvia antes de que se percatara de esto e hiciera algo al respecto. Observa su cuaderno, todo lo que había escrito desapareció entre los renglones de la libreta que ahora se encuentra totalmente mojada. Ahora sólo la lluvia sabe lo que llegó a ser escrito, alguna vez, en esa casa. Y así pudo haber ocurrido en cualquier parte del mundo, y así había ocurrido más de una vez. La lluvia guardaba uno a uno los más grandes sentimientos, historias que nunca fueron contadas. Es así como cada día lluvioso podemos apreciar distintas historias, todas creando una sinfonía armoniosa al compás de las gotas, para que todas esas historias lleguen a los oídos de todo aquel que sabe escuchar

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Nácar

Korina Rodríguez Había tenido días complicados, de esos en que todo lo cuestionas, nada es como quisieras: ¿ por qué mis manos son tan pero tan flacas ? ¡no me gusta mi voz, parece pato con gripa ! En fin, hasta lo más insignificante se torna enorme y negativo. Una tarde antes, estuvo frente al espejo por un buen rato, sumergida en un llanto interminable, ya en la madrugada sus ojos quedaron sin lágrimas, se acurrucó en la cama y pudo dormir. 8:00 a.m., un martes cualquiera, Andrea despertó y a través de la ventana pudo ver el cielo gris, triste igual que ella esa mañana invernal, fue a la cocina envuelta en cobijas, se preparó un té (por un momento fue como una ostra que resguarda su cuerpo en fortalezas nacaradas una sobre otra), mientras disolvía la miel, escuchaba la música metálica de la cuchara contra el cristal y la lluvia suavemente sobre la banqueta fría, llegaron también granitos de arena y polvo como basurita, recuerdos opacos; llegaron sin avisar a su corazón: ostión de plata, luego llovía sobre charcos de té, esta vez los ojos de Andrea fueron las nubes. . . puso la taza tibia entre sus manos, respiró profundo y sonrió. De pronto, sus recuerdos eran perlas de luz, iban sanando heridas y humectando cicatrices, las enhebró creando un collar luminoso con el que vistió su cuello, no tenía miedo, salió de casa y al cerrar la puerta no era invierno, giraba en brisa fresca de mar.

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Pajareando

Agustín García Veinte minutos para las ocho en la parada del autobús —“la rutera”, como aquí le llamamos—. Cuando llegue hasta nosotros, próximos pasajeros con el tiempo apenas justo, lo más pronto subiremos a esa bestia repleta de gente que va a trabajar. Con suerte, encontraremos un lugarcito, de pie, donde podamos asirnos del tubo atornillado al toldo del camión, para mantenernos verticales durante el viaje por baches y curvas. Entretanto, aguantando el frío de enero y la impaciencia, observamos él y yo, viejos empleados a punto del retiro, unos pájaros que llegan en montón a despeinar un pinabete. Se pierden entre el follaje, bajan al suelo con un estrépito de trinos y se van volando juntos, en movimientos como de olas. Poco a poco, los pájaros acaban por abandonar la cercanía del arbusto, convencidos de que no hay comida o con ganas de ir a travesear a otras alturas. Me quedo pensando en la trascendencia de la vida pajaresca, en la libertad de quien no tiene que rendir cuentas a un patrón, en las enseñanzas que nos da un inocente alboroto de grajos. Devuelvo mi atención a la vigilancia de veras importante, el transporte público, que no se detiene si no le hace uno la señal. Muy tarde: la rutera está pasando frente a mí, repleta como nunca, y el chofer es sordo a mis silbidos. Pregunto al otro viejo a mi lado: ¿qué pasó, amigo?, ¿por qué no hizo la parada? Por lo mismo que usted —contestó divertido—, se me fueron los minutos pajareando.

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Los dos viejos hicimos enseguida este gesto simultáneo: pusimos las manos en los bolsillos y nos hundimos en un silencio reflexivo, al tiempo que sonreímos cada uno para sí durante unos segundos. Al rato estábamos con sendas carcajadas.

Cinturón de castidad Juan Marcelino Ruiz

Los ojos de John, se humedecieron cuando Sir Orlando le anunció que mientras él estuviera luchando a muerte contra los moros en el sagrado intento por recuperar Tierra Santa, dejaría a su cargo la llave del cinturón de castidad de su esposa Lady Marie. Era la mayor muestra de confianza hacia un vasallo por parte de su señor. Si el guerrero regresaba vivo, le recompensaría ampliamente por haber cuidado de su honor; si moría en batalla, sería su obligación destruir la llave evitando que cayera en manos de hombre alguno. Los ojos de John, se humedecieron más aún, cuando fue llevado a rastras con el castrador de cerdos como una última medida precautoria.

El amor

GABOCON Quizá el amor, sí esté tras la esquina —pensó —lamentablemente el mundo es redondo...

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Infierno frío

Stephanie Sánchez Portillo Ayer Lucifer le dijo a Doña Ilaria que el infierno era frío, mientras ella calentaba unos panes para hamburguesa en una orilla de la parilla. La radio tocaba un disco de Lola Beltrán a todo volumen y el olor a grasa impregnaba la noche. -ay Lucy, ¿pues en que andas metido ahora, mijo? Si todos dicen que el infierno arde con llamas eternas.-pero Doña Ilaria, nadie ha escrito que el infierno esté lleno de llamas y lava, ni la misma Biblia describe el infierno.-Pero todo el mundo lo cree, ¿acaso todo el mundo está mal Lucy?-No mal Doña Ilaria, sólo equivocados-Que esté en llamas o no, ¿de dónde sacaste que es frio?-Fíjese que hay un libro llamado La Divina Comedia, escrito por Dante Alighieri, donde describe que el infierno es frío y congelado-Pues ya me empezaste mal Lucy, ¿qué clase de comedia habla del infierno?-Doña Ilaria, sólo se titula comedia, pero no lo es, es un poema épico-qué triste poema ha de ser si habla del infierno- le dijo ella. Quitando los panes de la parrilla, los puso sobre un papel de aluminio para empezar a armar la hamburguesa en silencio. Lola Beltrán cantaba con tristeza sobre esa maldita paloma negra que sólo le traía penas.

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Concedido

Gerardo Ropele Maúl Los Manríquez habían adquirido una propiedad en el centro de la ciudad, donde antes era una famosa paletería; Carlos y su familia habían juntado con muchos sacrificios durante varios años el dinero para poder comprarla y reabrirla. Al cabo de varias semanas de remodelación, el dinero se agotaba. El poco dinero que quedaba no iba a ser suficiente para todas las cosas que faltaban para el negocio. Los Manríquez tendrían que esperar. Al cabo de un tiempo de juntar dinero nuevamente, la abuela enfermó y el dinero tuvo que ser usado para cubrir los gastos del hospital. En la desesperación de Carlos, su hijo más pequeño le dijo – no te preocupes papá, mi ángel me dice que vendrán tiempos mejores, que sigamos con nuestras ilusiones y la alegría que siempre ha habido en nuestra familia, y me dijo que mañana en tu cumpleaños, pidas tu deseo a la hora de cenar -. Una semana después de haber pedido su deseo, Carlos se dió a la tarea de demoler una pared que estorbaba para instalar los refrigeradores. Al caer la pared, cayeron cientos de monedas de oro ante los ojos de Carlos. Después del hallazgo, la familia completa se reunió y dieron gracias por lo recibido. Esa tarde junto a ellos, estaba el Ángel que los cuidaba y que había platicado con el niño. Que gusto les hubiera dado el poder ver su cálida sonrisa y la luz que emanaba de sus alas.

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Tarea extra Mari Tiber

El líquido rojizo que sale de mi cuerpo es tibio. Iba saliendo de la tienda cuando me tumbó un ardor en la espalda. Sentí dolor y dentro del pecho un barullo como de concierto de banda. Me dieron. Y todo por andar buscando al Basman y al Robin. Un muchacho alto y serio y otro sonriente de cara redonda me levantan del suelo. Sus batas blancas quedan tapizadas de rojo cuando me cargan. Me meten en un Jetta. Veo borrones de personas, calles y carros. Distingo dos camionetas con hombres de ropa oscura y armas largas. La chavita que viene junto a mí en el carro me tapa con una cobija. El obeso se aferra al volante y con ansia dice: no nos vieron, podremos conservar el cuerpo para estudiarlo. Ella murmura: ya adelantamos la tarea que encargó el maestro. El serio exclama: ¡increíble, escasez de cadáveres con tato muerto que hay! El piloto entre carcajadas dice: cuando los fallecidos tienen relación con hechos violentos, la poli dice que los cuerpos les pertenecen. Empiezo a temblar. El gordito exclama: ponle más relajante, lo oigo quejarse, su dolor me vale pero lo pueden oír. Me avientan en un cuartucho. Oigo a la muchacha decir: creí que nomás era uno. Los ojitos del gordo brillan al contestar. —No, con este son tres. Hice tarea extra. De esos aquí sobran.— Alcanzo a ver los zapatos del Basman, seguro que el otro bulto es el Robin.

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San Valentín

Juan Edwin Montañez Martínez Por el suelo el viento arrastraba un sinfín de pétalos multicolor, una rosa en el piso desecha era la señal inequívoca de un amor terminado, de un amor, sólo por llamarlo de alguna manera, finito. Eso fue, exactamente, lo que él vio aquel día de sol espléndido; tal hecho no le hubiese causado la menor conmoción de no haber sido porque uno de esos, seguramente, destrozados corazones era el suyo. Globos rojos, con forma de amor comercial, flotaban sin rumbo por el cielo despejado, en grupos de tres algunos acompañados sólo de una carta, con una única lectura en su haber, la carta de una confesión y el principio de un adiós.

Gato de mirada torva Elpidia García

El gato de mirada torva estuvo acechando afuera de la casa. Hambriento y enfermo permanecía echado a pocos metros de la puerta, mirando sin esperanza a los ojos de los dueños cuando salían. Pasaron semanas sin que se moviera de ahí. Y los ojos se le fueron volviendo tristes , la pelambrera opaca, y la lengua se le salió por la sed. La pareja no quiso darle de comer para no malacostumbrarlo. Un día no lo vieron más y pensaron, acertadamente, que el animal había muerto de hambre. Se dieron cuenta que detrás de esa mirada extraña había esperado en vano, que tuvieran compasión de él.

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El amor es un regreso eterno Agustín García Delgado

Ella tenía 15, yo 17 años. Una tarde que fui a buscarla, me preguntó: “¿Conseguiste ya un trabajo?”. Al tiempo que hablaba corrían algunas lágrimas por su rostro amadísimo; lloraba porque ya conocía la respuesta. En el tono tan triste de su voz, yo entendía muy bien lo que iba a seguir, y lloré también, con la dulce tristeza de lo irremediable, como muy pocas veces en toda mi vida. Desde ese día dejamos de vernos y ocurrieron mil cosas. “Me casé de vez en cuando”, como dice Neruda. Cuando recordamos a personas queridas, guardamos rasgos, visibles y no, pero esenciales. Por muchas transformaciones que haya practicado el tiempo, reconocemos los gestos, la voz amada, un pedacito de su piel, un destello infantil remoto, pero presente todavía, en la mirada. Un día (hace años de esto) la encontré: sola, en la mesa de un café; los ojos hundidos y la cabeza altiva, igual que en sus catorce años. Ahora, estaba más allá de sus cincuenta; yo estaba cercano a las seis décadas de una buena vida, medianamente saludable y bendecido por un tercer divorcio. Ella sonreía sin motivo aparente, como solía cuando era jovencita. Esta semejanza me transportó como un rayo al pasado: ahí estaba otra vez, definida por algo distinto de la edad y la apariencia. Esencialmente, era la misma. Y yo, ¿porqué no?, también. Así que me acerqué. Convivir con alguien es difícil, pero ya lo sabíamos. La belleza 13


es una ilusión de la que ya pasamos, pero cada uno de nosotros, según fuimos descubriendo, conservó de sí lo más amable. ¿Qué más faltaba? Como dos que se acaban de conocer, comenzamos de nuevo la historia que una vez dejamos trunca.

La boda

Juan Marcelino Ruiz Desde el día en que su hija se casó, Luciana se ve inmensamente triste; algunos familiares y amistades le han ofrecido compañía para servir de consuelo, pero Luciana continúa profundamente triste. Con sacrificios y deudas para las cuales no estaba preparada, había reunido el dinero suficiente para que la celebración fuera todo un acontecimiento. Ella misma encaló las paredes de la casa y, con la ayuda de sus dos comadres, preparó ilusionada el mole y el arroz para la cena. Por su parte, el novio y los padrinos se encargaron de que nadie se quejara por falta de cerveza. En la apretujada sala se improviso una pista de baile, los convidados disfrutaron de la fiesta y fue hasta muy entrada ya la madrugada cuando se retiraron, luego de haber comido y bebido hasta el hartazgo. Pero la gente suele ser ingrata y abusiva: esa noche, aprovechando el estado de ebriedad de todos, incluidos los propios anfitriones, alguien se llevó el televisor. Es por eso, que Luciana se ve triste, terriblemente triste.

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2 años

24,600 lectores

Es una iniciativa realizada por escritores y ciudadanos con el afán de difundir la literatura y fomentar la lectura en la ciudad, y que este año cuenta con el respaldo del Programa de Apoyo a Culturas Municipales y Comunitarias (Pacmyc) Para mayor información sobre nuestras actividades o si desea integrarse a nuestra agrupación escríbanos al correo electrónico hojaderutajrz@hotmail.com o conri@hotmail.com


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