Cuentos de la patada

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C uentos d e l a patada Escritores Juarenses •Jorge Espinoza • Karen Cano • Miguel de la Cruz • Hilda Sotelo • Alejandro García Delgado • Juan M. Fernández Chico


--¿A dónde?

Era--Nos un están tipoesperando. odiado

Jorge--¿Quién, Spinozaa dónde vamos?

Jesús abrió un poco la puerta, lo suficiente para asomarse sin ser Caminaba ningún problema. Su silla de ruedas estaba Suvisto. cabello chino. sin Güero. Güero de rancho. Pero del deefe. Erafrena su cama, ponía todas las de dormir. una te payasada quedonde usara latacos jugando en noches la calle.antes No me gustabaRaúl cuando Jesúspero llegóera porelprimera vezun al balón asilo. Lo llevaban en que recordó jugara con nosotros único con de verdad. unapor silla de ruedas tan era vieja, que parecía que era ella a quien interClaro, la bola, siempre delantero. narían. Hasta recuerdo que hace unos días salió con el uniforme de su --¿Por no traes tu silla? maquila. Se laqué bañaba. Con espinilleras. Un día de estos alguien --Hoy a todade madre. va tomar una amanecí de las piedras estasMira. porterías y se va a estrellar en Jesús Ahí dio un El Haciéndose movimiento pared lo hizocon tambalearse, la chompa. va. brincó. Otra vez. el carro depero la le fuede suficiente sujetarseYdecuando la cómoda no caer. mamá Ferny. Abusón. se vapara la bola debajo la troca de --Ándale,noque ya nosmeter vamos. esperando el Topo. don Tomasito, quiere losNos piesestá y patear el balón atorado --¿Elde Topo? del tanque gasolina porque “una vez se cortó con el filo de una --Sí, el Topo y la Tuta. Medio creativo y lateral derecho. ¿Te acuerdefensa”. Mentiroso. Mentirosote. das? Chin, chin, chin. Ahora nunca dejará de hablar de esto. Chin. la silla de la acercó la cama. Raúl se levantó ¿QuiénJesús hizotomó el despeje? ¿Enruedas quiény rebotó la apelota? Nunca nadie con esto dificultad, al momento estirar el brazo,El logró deslizarse intenta porquepero es pendejo. De de espaldas. Brinca. brillo de sin problema la suela. Le pega aa lalasilla. pelota. El impacto a la pelota se escucha en estaban vacíos, y Jesús empujaba Raúl con rapidez. toda laLos callepasillos y en ese momento guardamos silencio. aNo sabemos si Topo. Habían entrenado en lasson fuerzas entróEno la no.puerta, Fuera,estaba fuera,elgritamos. ¿Cómo saber si juntos dos piedras básicas de antes de que se fuera al Oro. Afuera había una camioneta que travesaños a mentis? manejaba la Luis Tuta.y Omar no quieren que sea gol. Saben lo que Hasta Oscar, sol iluminaba la carretera. se acomodó en el centro haría elElchilango. No dejaría de estarRaúl fregando en la colonia. Es porde la camioneta, mientras la silla paraDesde que noentonces, se deslizara eso que no la armaron de Jesús borlo.sujetaba No, no fue, dijeron. se movían a toda elvelocidad. el golmientras de chilena que se aventó vecino chilango sobre el pavimento jugando a la cáscara nunca existió.

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Cosa de campeones Karen Cano

Fue muy difícil mi estancia en la primaria, tormentosa y llena de maltratos. Mucho hice por estudiar sin las interrupciones de las burlas hostiles de los compañeros. Hasta que tuve una idea. –¡Quiero jugar futbol! –le dije de pronto al entrenador del equipo del colegio. Quiso persuadirme, me dijo que era peligroso para mí, que yo no sabía jugar, que los chicos serían crueles, que sería muy doloroso. Insistí. Mucho luché por ganarme el respeto del equipo, me costó varias palizas, moretones y rasguños. Por otra parte, aprender a maniobrar el balón fue otro desafío que tuve que enfrentar. Pero a base de esfuerzo, logré que los demás jugadores me toleraran e incluso reconocieran mi destreza nata para el deporte, logré que el mismo profesor me diera reconocimiento público. Gracias a mí y a mis piernas llenas de lesiones provocadas por el acoso escolar del que era víctima, ganamos decenas de partidos, tanto amistosos como de aquellos que conformaban el torneo de la liguilla inter-escolar del estado; incluso conseguí que mamá me permitiera cortar mi cabello a rape, en contra de la tradición familiar de llevarlo largo. Al final, cuando sostuve la copa en las manos, ya no era la niña que quería ser niño, ya no era Patricia o Patricio, ya no era el mejor goleador del equipo varonil que por primera vez en años había aceptado otro género en sus filas; al final, ¡Yo era la dueña del mundo, corriendo por la cancha!, ¡Podía lograrlo todo!

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Bombón

Miguel De La Cruz Era el partido más importante de su vida. Estaba a punto de jugar la final contra Los Manzaneros. Había un árbitro y dos jueces de línea. El uniforme del otro equipo lucía imponente. Un rojo que se perdía con el blanco en la camiseta. Despertarse con la sensación de ser necesario para el triunfo hacía del día algo especial. La combinación perfecta de olores, césped y humedad, inspiraban a Carlos a la creación. Justo con la punta del pie, con un tenue movimiento casi rozándolo detiene el balón. Cambia de perfil, ahora su pierna izquierda es la encargada de dibujar sobre el lienzo. Su oponente se pasa de largo y tres pasos más adelante amarra sus tachones con el pasto, y ve a Carlos encarando a otro rival. El chico le da un puntapié, pero Carlos, rápidamente jala el balón y con la parte interna da un ligero pase a su pierna derecha. La pelota lleva un poco más velocidad, Carlos la alcanza y continúa mirando hacia enfrente. Los contrarios titubean, saben que Carlos los burlará en sus intentos. Dentro de esa esfera se encuentra una sustancia dulce que todos quieren. Los granos de azúcar se le van cayendo cada vez que bota. El balón está hecho de un material que produce felicidad. Frente a la portería contraria Carlos cede su regalo. Deja que el caramelo envenenado lo saboreé su compañero.

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Marisol

Hilda Sotelo -Marisol cierra la mente, arroja la envidia, avienta el rencor, sube al elefante, patea, patea, perdona. Habla. -Abriré mi boca solo por mera rutina. Mi Negrita, yo cuando niña, iba a formar parte de mi experiencia en las buenas y en las malas, mientras evoco su diminuta figura, su risa inquieta, sus manos sobre mi rostro, un escalofrío lo recorre, avisando que la herida sana. - Ay querida Marisol, el tiempo te pasó honrando la ironía, la venganza, qué ciega estás, la energía se fuga en la destrucción, la competencia ¿dónde están tus Dones? -Lucy ¿puedo comprar algunos recipientes para encapsular el triunfo?. La templanza era lo mío, ¿dónde está? Y este balón que viene directo a mí, no, no, qué imbéciles, han roto mis joyas, los sombreros elegantes, han arruinado mi cabello, mis uñas las rompen. Odio el fútbol; bola estúpida. Odio a los mexicanos. -Marisol, ve a tu fuerza, busca tus piernas, regresa a tu centro. El fútbol tiene sus gracias. Te odias a ti misma, vives en el autogol, ¿no te das cuenta?. En el restaurante La Primavera la vieja televisión se encendía y apagaba; Lucy y Marisol discutían sobre las brujerías que la afición brasileña dominaba. Los aficionados argentinos muy pronto se asomarían pero los mexicanos descubrieron la gran fórmula, el trazo de su propia realidad. Una anciana vendía la figura de Moctezuma, malinchista chingada. Hasta cuándo el mexicano dejaría el sí se puede;

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Marisol alega que la frase es clara señal de inseguridad. -Debemos sacar ventaja de nuestra mente mágica. -Explícate, Marisol, ahora yo no te entiendo. -Mira, que te parece, en cada hogar mexicano se construye un altar, el Divino Niño Jesús en el centro y una fotografía de la selección Mexicana. -Oh no; eso qué. Mejor que no vean el fútbol y las telenovelas, mejor que estudien, trabajen. -Lucy; eso combinado con la fe hace Milagros, ¿No crees?. -Lucy, háblame de sincronías, qué es. -Marisol yo vi el encuentro entre México y Alemania, el de 1986 en Monterrey. Lo vi clarito en el 2014, habían pasado 28 años. México y los mexicanos vestían lúcidos, pacíficos y amables. La emoción desbordada quedó atrapada en una máscara de luchador, la misma emoción le dio paso a la planeación, la frialdad inundó la seguridad del triunfo. La máscara se revistió, sonreía tranquilamente conquistadora, sabía que en el fondo el mar de la transformación circulaba en los ríos del mundo entero, detrás de la máscara de hierro y del triunfo esperaba la Fortaleza de la luna lista para el tranquilo y perenne festejo. México ganaba en Brasil 2014. -Ufff, ¿solo es un sueño, verdad?. -No, me dijiste que hablara de sicronías, aquí van. Incrédula de ti que no ve más allá de sus problemas. -En mi visión había un hombre de nombre Víctor, y entre las filas de los miembros de su equipo estaban en la mira los futuros integrantes del equipo de fútbol mexicano, los del 2018. Vi a Víctor sonriente, seguro, delgado, amable y tranquilo mientras coreaba gooooooool a favor de México.


La mujeres desviaron la atención a los símbolos dentro del restaurante, el nombre del cajero era Víctor, la televisión sintonizó el programa Vudú y fútbol en Brasil. Marisol pegó un brinco y dijo. -Oh, no es posible hablas de fútbol y a lo lejos se escucha un grupo de jóvenes desesperanzados por el reciente gol de Argentina en 2010. He perdido la noción del tiempo. ¿Estamos en 1986?. Qué me pasa, veo el mundo como cuando tenía 10 años. Mira Lucy, ellos vistieron un monigote con la máscara de la muerte, la playera blanquiazul argentina atrás del monigote reza un promocional de GANA DINERO sólo se avista el GANA y debajo el monigote argentino. A la derecha un mono ataviado con el sombrero gigante típico mexicano, la playera verde, y sendo bigote seguidos del anuncio SE VENDE ESTE LOCAL, donde sólo se avistaba SE VENDE. -Marisol pon atención hacia la obvia manifestación de GANA y SE VENDE. -Por eso yo decía que el mexicanito es un idiota. - La tonta eres tú. Yo creo que ahora México gana y Argentina se vende, los altares coordinan la voz y los hechos. Se siembra la semilla del éxito en mexicanos que duermen en la pereza mental e irresponsabilidad. Dioses, altares de milagros que no llegan al individuo borracho centenario, adicto al estado alterado de consciencia, perdido en el mitote del fútbol y las telenovelas. -Disculpe señorita ya vamos a cerrar el restaurante, la esperamos mañana transmitiremos los partidos de fútbol. -Joven, ¿sabe a dónde se fue la mujer que estaba conmigo?. -No, y hasta donde sé, usted es la única en esta mesa. Apenas existo viendo el fútbol, usted debe pensar que vive cuando habla, ¿verdad?

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Los Robabolas

Alejandro García Delgado Había tres juegos en el barrio que nos gustaban mucho: el guan inner, la mano negra, y el futbol. El guan inner estaba chido. Podíamos jugar por horas o hasta que se nos perdía la bola en algún patio al que no podíamos entrar. Podíamos batear con el puño y a veces con un palo, si la bola era muy pesada o muy dura. La mano negra requería de más inteligencia y no ser muy cobarde. Una vez, el líder vio un gato atropellado y le acarició el ojo que le quedó saltado, entonces los de atrás debíamos hacer lo mismo si no, perdías y te sacaban de la fila. O si no, debías pararte en la puerta de los robabolas y gritarles: “coman mierda hijos de perra” y salir corriendo. Muy pocos tenían un balón de fut y cuando lo sacaban lo cuidaban como si fuera sagrado, como el Tano. Por eso me da tanta tristeza ver el fut ahora. Nomás de recordar cómo quedó la cara del hijo de los robabolas. Allá en la Cusihuiriachic, entre la cinco de febrero y Namiquipa estaba nuestro barrio, era más o menos tranquilo, sólo se ponía gacho cuando iban a buscar bronca los de la Brisa o los de la siete. Casi todos los días jugábamos fut en frente de la panadería, a veces hasta nos la zorreábamos en la Manuel Aguilar (la primaria) para poder jugar contra otros barrios. Daba mucha emoción ver cómo jugaban algunos como el Tano o

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el Juan, el Mosca. Algunos jugaban en equipos de liga y todo. “Los robabolas” eran una familia que vivía en el barrio pero nunca salían, sólo eran la mamá, el papá y un hijo de nuestra generación pero igual de mamón que los papás. Cada vez que se nos iba un balón a su patio salía el pinche viejo panzón en short y sin camiseta, con un cuchillo en una mano y el balón en otra para que viéramos cómo destrozaba el balón Entre todos le gritábamos de fregaderas y luego salíamos huyendo porque siempre se metía por su rifle de municiones y lo recortaba. Una tarde jugábamos un partido importante contra los de la Primavera. Se apostaba un cartón de caguamas y unas sodas para los mocosos, ganaba el primero que metiera cinco goles íbamos ganando tres a dos, ya en la tarde-noche, estábamos jugando con el balón del Tano, el Juan tiró un chanfle con el pie izquierdo y la bola en vez de ir a la portería se levantó como frisbi y fue a dar al patio de los Robabolas. Todo se enmudeció, hasta un avión que iba pasando alto dejó de escucharse. Al Tano se le salieron unas lágrimas porque presentía que iba a pasar algo terrible. Algunas mujeres que estaban en las puertas de sus casas viendo el partido y echándole porras a los del barrio, se metieron. Todos esperábamos la misma escena del panzón con el cuchillo. Al abrirse la puerta, el que salió fue el hijo, flaquito, alto. ¿Quieren ver cómo va a quedar su balón? -dijo con voz no muy firmeDame el pinche balón -reclamó el Tano- si no me lo das y le haces algo, te voy a dejar como los balones que nos ha jodido el marrano de tu padre.

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El pobre hijo, enojado sacó el rifle de municiones, se le acercó al Tano y le apuntó a la cabeza, para entonces ya todos traíamos algo con que aventarle. Al jalar el gatillo se dio cuenta que debía hacerle un recorte a la palanca del rifle. El Tano aprovechó y lo jaló hasta la calle y le puso una santa golpiza que algunos pedíamos clemencia para el pobre flaquito. Lo tiró al suelo y no le pegaba con los nudillos sino con la parte que se pega como mazo y algunos bárbaros le brincaban en la cara. Al final recuperamos el balón aunque el partido se suspendió. Supimos que el hijo de los Robabolas se aventó cuatro días en el hospital pero no pasó a mayores. Curiosamente, a partir de allí cada vez que se iba algún balón a la casa de los robabolas, ya no salía nadie, simplemente el balón regresaba solito por donde entró.

El rey del mundo.

Juan M. Fernández Chico La lluvia amenazaba desde la lejanía. El horizonte no decidía si iluminarse de rojo o gris, pero ni a Jesús ni a Raúl eso parecía importarles. A esa hora, que no pasaban de las siete de la tarde, los viejos del asilo ya se encontraban en medio de aquel ritual cotidiano antes de dormir: pastillas, una telenovela, cena ligera y el insomnio hasta las dos de la mañana. Pero Jesús y Raúl preferían esperar la lluvia, fenómeno poco frecuente en aquel lugar.

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--¿Te conté del profe Orsi? –dijo Raúl sin apartar la mirada hacia el campo que se extendía hasta una reja, y que poco a poco cedía su luz a una pesada oscuridad. --Todos los días. Raúl tocó su rodilla. La rodilla que materializaba aquel hueso débil que lo había sacado de las canchas para siempre. --Era un buen tipo. Gritaba mucho y te seguía por el campo. Acababa de ganar el mundial. Imagínate: Italia. Éramos unos niños que veían a su papá enseñarles cómo se partía un tronco a la mitad. Antes de llegar al asilo, Jesús y Raúl jamás habían coincidido en su vida, aunque los dos tenían una historia similar. Jesús era un bracero que se había ido en la primera oleada a Estados Unidos. Trabajaba como agricultor en Querétaro, y no dudó ni un segundo cuando le dijeron que estaban buscando gente que trabajara en el norte. Raúl, por su parte, era un chico que había desayunado y comido fútbol hasta los 17 años, cuando decidió viajar a la capital y probarse con el Atlante. Una semana después de que Raúl tomara un tren a California, Jesús era aceptado en las fuerzas básicas como una de las grandes promesas para el equipo mayor. Pero casi de manera simultanea, Raúl se caería de un tractor y se lastimaría ambas manos y una pierna, lo que lo llevaría de regreso a México incapaz de trabajar en el campo; por su parte, Jesús se despedía del fútbol, después que le anunciaran que tenía un padecimiento en los huesos que lentamente se los irían debilitando hasta que ya no podría caminar. En un juego impecable, una barrida de trámite le partió el fémur. De ahí, todo fue cuesta abajo. Ahora, su únicas dos grandes satisfacciones eran sus recuerdos y la lluvia que azotaba aquella ciudad dos o tres veces al año. Fuera de

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eso, nada parecía tener sentido. --Esta pinche lluvia que no llega—dijo Jesús, tratando de acomodarse en su silla. --Si no llueve hoy, pues lloverá mañana. Jesús se inclinó hacia el frente, acercándose a la barra que impedía que los viejos saltaran desde el segundo piso. --Yo sé que ya hemos hablado de esto, pero te voy a hacer una pregunta… --Ya vas a empezar. --No, es diferente. Yo sé que ya no podemos cambiar las cosas. El pasado es pasado. Pero digamos que tuvieras la oportunidad de… --Jesús hizo una pausa inesperada, lo que hizo voltear a Raúl. Miraba al horizonte, como si la tempestad que ya caía a algunos metros de ellos, le hubiera robado la voz. --¿La oportunidad de qué? --Si tuvieras la oportunidad de hacer algo para hacerte sentir bien. No del pasado, de ahorita. ¿Qué harías? Raúl deslizó su mano sobre la rodilla. Pensó que tal vez podría ser que aquel síndrome que tenía, que le debilitaría los huesos hasta volverlo en una gelatina de carne, se fuera de su cuerpo. Pero ya estaba muy viejo para jugar, incluso si estuviera sano. --No sé. --Yo, si pudiera hacer algo, mandaría a la chingada a Estados Unidos. Lo prendía en llamas. Raúl soltó una risa que fue apagada por un relámpago que cortó el cielo en dos. --En ese caso, yo le prendería fuego al estadio Azteca—dijo Raúl.

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--¿Nada más? --Es lo que se me ocurre. --Lo tuyo es más fácil. --En este momento de mi vida, hasta ir al baño solo es imposible. Jesús se talló las manos y quitó el freno de la silla de ruedas. --Bueno, pues ya no va llover. Raúl echó una última mirada y también quitó el freno de la silla. Juntando todas sus fuerzas, la movió hacia atrás, dio media vuelta y entró. En su habitación, las paredes no eran suficientes para los recortes y fotografías que Raúl había pegado. En algunas estaba él, tomadas en el campo, en medio del juego; otras, sacadas del periódico; algunas más de estudio. Todo en aquellas paredes, era fútbol. Al final, pegado a la cama, una nota de su lesión. Lo único que conservaba de su despedida. Raúl las miraba todas las noches, y esa no era la excepción. Por la ventana se colaba el sonido de la lluvia. Sacó la mano por las cobijas, e imaginó que las gotas le caían entre los dedos. Cerró los ojos. La tribuna gritaba su nombre. La podía escuchar en aquel sueño, en donde las gotas de la lluvia poco a poco se convertían en los golpes de la porra sobre las gradas. Su mano estirada perdió fuerza, y se fue soltando hasta caer por completo. Jesús lo despertó. Se le veía más activo, incluso sonreía. Aún no amanecía, serían las cinco o seis de la mañana. --Despiértate, nos vamos.

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--¿A dónde? --Nos están esperando. --¿Quién, a dónde vamos? Jesús abrió un poco la puerta, lo suficiente para asomarse sin ser visto. Caminaba sin ningún problema. Su silla de ruedas estaba frente a su cama, donde la ponía todas las noches antes de dormir. Raúl recordó cuando Jesús llegó por primera vez al asilo. Lo llevaban en una silla de ruedas tan vieja, que parecía que era ella a quien internarían. --¿Por qué no traes tu silla? --Hoy amanecí a toda madre. Mira. Jesús dio un brincó. El movimiento lo hizo tambalearse, pero le fue suficiente sujetarse de la cómoda para no caer. --Ándale, que ya nos vamos. Nos está esperando el Topo. --¿El Topo? --Sí, el Topo y la Tuta. Medio creativo y lateral derecho. ¿Te acuerdas? Jesús tomó la silla de ruedas y la acercó a la cama. Raúl se levantó con dificultad, pero al momento de estirar el brazo, logró deslizarse sin problema a la silla. Los pasillos estaban vacíos, y Jesús empujaba a Raúl con rapidez. En la puerta, estaba el Topo. Habían entrenado juntos en las fuerzas básicas antes de que se fuera al Oro. Afuera había una camioneta que manejaba la Tuta. El sol iluminaba la carretera. Raúl se acomodó en el centro de la camioneta, mientras Jesús sujetaba la silla para que no se deslizara mientras se movían a toda velocidad.

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--Una bestia el profe Orsi. Podía ver el campo desde todos lados—dijo la Tuta. --Un genio—contestó Raúl. --Un genio con cuerpo de bestia. Jesús tomó de la mano a Raúl, quien se había perdido en los recuerdos que le evocaban la Tuta y el Topo. --Vamos al estadio Azteca. Le vamos a dar en su madre. Raúl buscó la mirada de la Tuta y el Topo. Los dos sonreían. Por la ventana, el estadio apareció como un gigante dormido. En un momento, estaban ahí, en ese lugar que Raúl pensó jamás volvería a ver. Jesús sacó un tanque de gasolina y una caja de cerillo. --En toditita su madre. La camioneta aceleró y se abrió camino tumbando la reja de la puerta principal. Un guardia brincó de la cabina de seguridad, pero la Tuta pisó el acelerador. Jesús tomó el tanque de gasolina y lo vertió por la ventana conforme la camioneta rodeaba al estadio. Dimos un par de vueltas, seguidos por guardias que sacudían sus macanas por los aires, y se escuchaban las sirenas de la policía ya en el estacionamiento. Jesús tiró el tanque y le dio los cerillos a Raúl. Encendió uno. Lo miró y pudo ver cómo consumía la madera lentamente. La Tuta frenó de golpe. --Córrele, mano—dijo el Topo. Policías y enfermeros se acercaban a ellos. Raúl arrojó el cerillo. No tardó ni diez segundos en consumirlo todo. El estadio Azteca se caía a pedazos, bajo la mirada perpleja de todo el mundo.

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5 años Es una iniciativa independiente realizada por escritores y ciudadanos con el afán de difundir la literatura y fomentar la lectura en la ciudad Para mayor información sobre nuestras actividades o si desea integrarse a nuestra agrupación escríbanos al correo electrónico conri@hotmail.com


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