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2. Estado actual en un entorno global

ejemplo el filtro de Kalman (Rovira-Más y Han, 2006), o la lógica difusa (Rovira-Más y Zhang, 2008), técnica especialmente interesante ante la incertidumbre creada por el inevitable ruido presente en la lectura de sensores funcionando en un entorno físico y no virtual (Jordan, 2016). Tras dos décadas de frustración en los años ochenta y noventa del siglo XX, la robótica agrícola al fin parece que se está convirtiendo en una realidad, impulsada por una parte por el desarrollo tecnológico –sensores y procesadores mucho más potentes y asequibles–, y por la otra por los grandes retos a los que se enfrenta la producción agraria en el siglo XXI, y que veremos en detalle en el siguiente apartado. Como hemos comentado anteriormente, la robotización es el último eslabón –por ahora– en la cadena de la mecanización, y en estos momentos, a tenor de lo que propone la Unión Europea, constituye el avance desde la Agricultura 4.0 a la Agricultura 5.0 (Saiz-Rubio y Rovira-Más, 2020).

2. Estado actual en un entorno global

En la irrupción de la robótica en agricultura deben considerarse dos fuerzas contrapuestas: por un lado, la oferta tecnológica de un conjunto de componentes y algoritmos cada vez más accesibles; y por el otro, la presión constante de un sector con importantes problemas estructurales que demanda soluciones para producir alimentos de manera sostenible. Aunque no es posible predecir el futuro con certeza, la experiencia parece indicar que la adopción de nuevas tecnologías va a depender más de la demanda que de la oferta, ya que por muy accesible que llegue a ser una tecnología, ésta se adoptará en la medida en que resuelva problemas y mejore la situación existente. Un sistema de mayor complejidad que no resuelve un problema o aporta una mejora sustancial, difícilmente será adoptado por una mayoría, que en general tiende a buscar la máxima rentabilidad en su desarrollo profesional. En este sentido, resulta fundamental analizar los retos a los que la producción agraria se enfrenta en la actualidad, y en qué medida se les puede hacer frente desde el punto de vista de la robótica y la agricultura digital. Estos retos los podemos englobar en tres desafíos:

Desafío 1: Aumento de la población mundial y creciente demanda de carne

Según Foley (2014), la población mundial en el año 2050 aumentará un 35 % hasta alcanzar 9.500 millones de habitantes, con mayor concentración en Asia y África. Sin embargo, este incremento poblacional del 35 % irá ligado a un incremento en la cantidad de alimentos del 100 %, lo que implica duplicar los 9.500 millones de toneladas de alimentos que se producían en 2014 cuando alcancemos la mitad del siglo XXI. La respuesta convencional en el siglo XX a esta necesidad de mayor producción, por parte de la mecanización agraria, hubiera sido aumentar el tamaño y potencia de las máquinas, pero esto ya no es viable debido a las siguientes razones. En primer lugar, máquinas más voluminosas de las que se utilizan en la actualidad –pensemos por ejemplo en cosechadoras o empacadoras– presentan dificultades prácticas para circular por caminos rurales y carreteras secundarias. En segundo lugar, máquinas más grandes requieren mayores potencias, lo que entraña dificultades para enormes motores diésel a la hora de cumplir las normativas de emisiones, especialmente en Europa (EURO) y en EEUU (TIER). Finalmente, los vehículos extremadamente pesados compactan los suelos agrícolas y comprometen la sostenibilidad a largo plazo del suelo. En consecuencia, si hay que duplicar la cantidad de alimentos, pero la maquinaria ya no puede crecer más en tamaño, tendrá que hacerlo en

inteligencia para aumentar la eficiencia y satisfacer esta demanda, lo que nos lleva a la introducción en el campo de la robótica y otras tecnologías digitales afines.

Desafío 2: Envejecimiento del agricultor profesional

Los países industrializados como Japón, EEUU, y gran parte de los estados europeos se enfrentan en la actualidad a un grave problema de sostenibilidad a la hora de garantizar la producción que requiere su sector primario, siendo una de las principales causas la falta de renovación generacional al escasear los profesionales jóvenes. La media de edad del agricultor estadounidense en 2007 era de 57 años (John Deere, 2010), y en 2014 ya había siete agricultores mayores de 65 años por cada agricultor por debajo de los 35 años, que representan el 6 % de los agricultores en EEUU cuando en 1982 era el 16 % (Stone, 2014). Los 35 años es una edad de referencia, ya que se trata de un agricultor con experiencia, pero con la edad adecuada para introducir nuevas tecnologías en el campo. En Europa, lamentablemente, la situación no es más halagüeña. En España sólo el 3.7 % de los agricultores profesionales tiene menos de 35 años (Fresh Plaza, 2017), y en 2013 había 13 agricultores mayores de 65 años por cada agricultor menor de 35 años (figura 1). La Figura 1 (Eurostat) establece una comparación para el año 2013 entre el número de agricultores profesionales de varios países europeos con menos de 35 años (a), y los que superan los 65 (b), edad que en muchos países equivale a la edad de jubilación.

Figura 1. Envejecimiento del sector agrícola en Europa: a) Agricultores por debajo de los 35 años; b) Agricultores con más de 65 años. Fuente: Eurostat

Desafío 3: Costes productivos cada vez más elevados

Los costes de mano de obra requeridos para la producción de fruta en EEUU suponen entre el 40 % y el 60 % del total de costes productivos (Burks, 2008), y en Europa la situación no difiere mucho. Además de la mano de obra, los agricultores necesitan combustible para la maquinaria, semillas de buena calidad y productos fitosanitarios que, al estar sometidos cada vez a mayores

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