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Diario Financiero - VIERNES 31 de marzo de 2017
humanitas
Entrevista al filósofo alemán Jürgen Habermas
Frente al populismo, volver al lado de los últimos Desde 1989 se habla de un “fin de la historia” en la democracia y en la economía de mercado. Hoy asistimos a un fenómeno nuevo: la llegada al poder -desde Putin y Erdogan hasta Donald Trump- de formas de liderazgo populistas y autoritarias. Resulta evidente que una nueva “internacional autoritaria” determina cada vez más el discurso público. -¿Tenía razón entonces su coetáneo Ralf Dahrendorf cuando preveía un siglo XXI marcado por el signo del autoritarismo? ¿Se puede y se debe hablar ya de un cambio de época? -Cuando, después de los grandes cambios de los años 89-90, Fukuyama retomó el eslogan de la posthistoria –que originalmente iba ligado a un conservadurismo feroz– como una reinterpretación del concepto que daba expresión al triunfalismo miope de élites occidentales que confiaban en la fe liberal para mantener la armonía preestablecida entre democracia y economía de mercado. Estos dos elementos plasman la dinámica de la modernización social, pero están unidos a imperativos funcionales
que tienden continuamente a entrar en conflicto. Solo gracias a un estado democrático digno de este nombre fue posible conseguir un equilibrio entre crecimiento capitalista y participación de la población en el crecimiento medio de economías altamente productivas: una participación que aceptaba, aunque solo en parte, como socialmente equitativa. Sin embargo, históricamente este equilibrio, que solo puede justificar el nombre de “democracia capitalista”, fue más la excepción que la regla. Ya solo por eso, se comprende que la idea de que el sueño americano pudiera consolidarse a escala global no era más que una ilusión. Hoy preocupa el nuevo desorden mundial y la impotencia de los Estados Unidos y Europa frente a los crecientes conflictos internacionales, y genera un gran nerviosismo la catástrofe humanitaria en Siria o Sudán del Sur y los atentados terroristas de matriz islamista. Sin embargo, en la constelación que evoca su pregunta no consigo identificar una tendencia unitaria directa hacia un nuevo autoritarismo, solo varias causas estructurales y muchas casualidades. El elemento unificador es el nacionalismo, que por otra parte también lo tenemos en nuestra casa. Antes de Putin y Erdogan, Rusia y Turquía tampoco eran
Europa cansada, pero con un patrimonio que necesita el mundo No podía existir marco más significativo e imponente que la Capilla Sixtina, con los frescos de Miguel Ángel sobre las cabezas de los líderes europeos, para hacer memoria de los orígenes y recobrar aliento en este momento de dudas y tribulaciones. La propia decisión de los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 de acudir junto al Papa antes de la cumbre para conmemorar el sesenta aniversario de la firma de los Tratados de Roma habla del peso de este momento y reconoce la aportación decisiva de la Iglesia católica a esta aventura. Si contemplamos estos sesenta años, bien podemos decir que todos los papas han sido firmes sostenedores del proyecto europeo, a pesar de que no pocas veces sus instituciones han coqueteado con el laicismo y la ingeniería social. También Francisco, el primer Papa no europeo en 12 siglos, ha querido mostrar en esta hora difícil su convicción de que Europa merece ser construida. El discurso fue denso y profundo, con dos partes bien diferenciadas. La primera, dedicada a hacer memoria de los orígenes, de la mano de los grandes padres fundadores del proyecto de unidad europeo. Como dijo Francisco, volver a Roma sesenta años más tarde no podía ser sólo un viaje al pasado, preñado de nostalgia, sino una ocasión de hacer memoria para construir el futuro. La memoria empieza por afirmar que Europa no es un conjunto de normas y protocolos,
sino una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad sagrada. Esa ha sido la fuerza generadora de la Unión, y cuando esa conciencia se diluye, todo el edificio se resiente. Reducir los ideales fundacionales de la Unión a las exigencias productivas, económicas y financieras sólo puede conducir al desafecto de los ciudadanos y al
colapso de este proyecto. No podía faltar el recuerdo al empeño europeo de abatir aquel muro que dividía al continente desde el Báltico al Adriático, empeño que apoyó con tanta clarividencia y pasión san Juan Pablo II, el primer pontífice eslavo de la historia. Y sin embargo, subrayó Francisco, hoy se ha perdido