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Diario Financiero - VIERNES 2 DE AGOSTO DE 2019
HUMANITAS
Por Eduardo Valenzuela Carvallo
Como Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile me corresponde presentar brevemente la obra del profesor Morandé por la cual nuestra Universidad le otorga esta distinción académica. El profesor Morandé suscita en nuestra Facultad un reconocimiento académico y una admiración intelectual unánimes, en razón de su vasta trayectoria como profesor, principalmente en el Instituto de Sociología, pero también por la riqueza y profundidad de su obra intelectual. En sociología enseñó materias muy diversas relacionadas con teoría sociológica, especialmente teoría del simbolismo y teoría de sistemas, pero también ofreció los mejores cursos de especialidad en sociología de la cultura y de la religión. Fue siempre considerado un profesor de alto vuelo, de exposición exigente y profunda, con una fuerte adhesión entre los mejores alumnos. Nuestra Facultad ha reconocido su obra académica con la publicación de tres volúmenes que recopilan sus contribuciones más importantes en sociología, antropología cristiana y estudios sobre universidad (Pedro Morandé, Estudios sociológicos escogidos, Ediciones UC, 2017; Pedro Morandé, Textos escogidos de antropología cristiana, Ediciones UC, 2017 y Pedro Morandé, Escritos sobre Universidad, Ediciones UC, 2018). La originalidad y calidad de la obra del profesor Morandé ha sido reconocida ampliamente en el mundo academico, incluyendo a profesores de la nueva generación que han tenido a su cargo la edición de estas obras (Andrés Biehl y Patricio Velasco para el primer volumen, y Sofía
Brahm para los dos últimos), entre las que habrá que mencionar también la reedición de su libro más conocido y de mayor impacto, Cultura y Modernización en América Latina (publicado originalmente en la serie de Cuadernos del Instituto de Sociología en 1994; que acaba de ser reeditado por el Instituto de Estudios de la Sociedad, IES, 2018, a cargo de Josefina Araos). Respecto de su condición de profesor quisiera destacar su particular manera de comprender la formación académica, que incluía sobre todo el afán por crear una comunidad de aprendizaje entre profesor y alumno completamente apartada de la rigidez de la disciplina y del manual escolar. Todavía recordamos algunos de nosostros el gusto que siempre tuvo por los seminarios, donde profesor y alumnos leían un mismo texto al mismo tiempo, ¿cómo no recordar el que tuvimos sobre las Mitológicas de Lévi-Strauss en los años setentas donde se examinaba la distinción entre lo crudo y lo cocido, es decir el pasaje de la naturaleza a la cultura? Es algo que se podía entrever todavía hasta el final de su vida docente y, como ningún otro profesor nuestro, en el tiempo que brindaba a sus ayudantes de docencia. También se trataba del énfasis en enseñar los fundamentos antes que contenidos o competencias (y que volvía a veces insorportablementre exigente su lección) y en la índole rigurosamente personal de su clase, a través del cual se trasmite no lo que alguien haya dicho sino el modo como cada cual comprende lo dicho por otros. Pedro Morandé recogió de modo sobresaliente el ideal autoeducativo, pero también el ideal sapiencial de la universidad que está contenido en la tradición de la universidad medieval, renovada en la vieja universidad alemana de cuño humboltiano (donde él mismo hizo sus estudios doctorales) y que todavía se puede encontrar en el espíritu
de la exhortación apostólica Ex Corde Ecclesia que guía la tarea de las universidades católicas modernas. ¿Qué hemos aprendido de su manera de hacer vida universitaria? Sobre todo esto: la universidad no es el lugar del saber (o del conocimiento) sino de la sabiduría que –en conformidad con la definición clásica– consiste justamente en saber que no se sabe, lo que exige mantener la apertura del espíritu hacia una búsqueda amplia, abierta e inmoderada de la verdad. La sabiduría desborda continuamente el saber por su implacable orientación hacia la Verdad. Quien está efectivamente orientado hacia la verdad, sabe que no la retiene ni la posee sino de un modo siempre imperfecto y limitado, incierto y oscuro como quien anda a tientas en una sala penumbrosa. La sabiduría se contrapone con la ideología –la gran tentación de los jóvenes– que resuelve todo en un par de minutos y devela el misterio del mundo con pasmosa facilidad. Pero también la sabiduría se contrapone con el afán del mero especialista –la gran tentación de los mayores– del que se aferra a lo poco que sabe y se ufana de su competencia y erudición singular. Pedro supo mantener a toda una generación de sociólogos al margen de esta doble tentación, la de los jóvenes siempre capturados por el clima ideológico de todas las épocas y colores, y la de los mayores que renuncian a hacerse las preguntas esenciales del conocimiento. El énfasis heideggeriano en el preguntar como condición existencial del Dasein pudo haber sido su referencia pedagógica, porque pensar significa aprender a hacerse una pregunta y no adelantarse demasiado en la respuesta. Respecto de su contribución a la sociología no me extenderé más allá de lo que él mismo nos dirá acerca de su trayectoria e inspiración intelectual. Para nosotros,