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Diario Financiero - VIERNES 17 DE MARZO DE 2017
humanitas Entrevista al Padre Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa
Igual es más fácil reconstruir Siria que Europa “La única novedad real es la que supone la encarnación del Hijo de Dios, su pasión, muerte y resurrección”. Todo gira en torno a esta piedra viva, esta certeza, en el diálogo con el padre Francesco Patton, Custodio de Tierra Santa, desde mediados del 2016. “Nuestra fe no se basa en un mito sino en algo que ha acontecido en la historia”. -Usted no sólo es custodio de los santos lugares sino el superior de los hermanos menores que viven en todo Oriente Medio. ¿Cuál es su balance personal de los meses que lleva a cargo de la Custodia? -Más que el superior, estoy llamado a ser su
custodio, que es una palabra muy bonita porque es bíblica -invita a custodiar el rebaño, la casa, la familia- y porque la usó san Francisco para expresar el servicio que debemos prestarnos entre hermanos para ayudarnos mutuamente a vivir nuestra vocación, cada uno según su propia responsabilidad. Mi balance personal se sitúa a mitad de mi “noviciado” en Tierra Santa, así que todavía tengo muchísimo que aprender, pero puedo decir que estoy contento por la disponibilidad que he encontrado entre mis hermanos, entre la gente y también a nivel ecuménico. -¿Qué sentido tiene hoy, con los cristianos repartidos por el mundo entero, custodiar los santos lugares? ¿Qué sentido tiene custodiar la memoria de nuestros orígenes? El sentido de ser conscientes de nuestras raíces para poder vivir hoy nuestra fe con humildad y conciencia. Por desgracia, el nuestro es el tiempo de la “memoria corta”, donde solo cuenta lo que es nuevo. Pero aquí, en realidad, custodiamos los lugares donde es posible recordar que la única verdadera novedad es la que supone la encarnación del Hijo de Dios, su pasión, muerte y resurrección. ¿Acaso hay novedades más grandes o importantes que el hecho de que Dios haya colmado la distancia que nos separaba de Él precisamente aquí, en Nazaret y Belén? ¿Hay una novedad mayor que la que emana del sepulcro vacío, que testimonia que la muerte ha sido realmente derrotada para siempre y lo testimonia delante
El islam se enfrenta al fantasma de la laicidad Una declaración de coexistencia mutua entre cristianos y musulmanes se firmó hace unos días en El Cairo al término de una conferencia sobre “Libertad, ciudadanía, diversidad e integración”, promovida por la universidad de Al Azhar, el principal centro cultural del islam suní, y el Consejo islámico de los Ancianos, un organismo que tiene su sede en Abu Dhabi. Siguiendo el Mensaje de Amán de junio de 2005 y la Declaración de Marrakesh de enero de 2016, esta nueva declaración es otra importante etapa en el camino iniciado en el seno del mundo musulmán para dar fundamento en términos de ortodoxia islámica a principios como la libertad religiosa, la libertad de conciencia y las libertades civiles. Y, por tanto, deslegitimar el integrismo islamista desvaneciendo su pretensión de ser el islam auténtico. Así se concibe también la Carta de Medina, es decir, el acuerdo que Mahoma suscribió con los habitantes de aquella ciudad garantizando a todos ellos su libertad para profesar libremente su fe, cualquiera que esta fuera. Si bien es cierto que el islam puede liberarse del integrismo solo en virtud de una reforma interna y no por presiones externas, hay que felicitarse por que
tal proceso avance positivamente. De hecho, las presiones externas por sí solas no pueden tener más que efectos contraproducentes. Es importante y prometedor el hecho de que las tres iniciativas hayan tenido lugar bajo la égida de los más relevantes líderes del mundo musulmán sunita: los dos reyes, Abdalá II de Jordania y Mohamed VI de Marruecos, cuyas dinastías proceden de una descendencia directa del Profeta, y el presidente egipcio Abdel Fatah Al-Sisi, es decir, quien gobierna el país más importante del mundo árabe. Pero supone una limitación nada desdeñable el hecho de que todo ello suceda en un ámbito suní que por el momento no llega a implicar al islam chiíta, minoritario pero consistente. Con el Mensaje de Amán se fundamentaba en el Corán la libertad de la persona, afirmando que “el islam honra a todo ser humano independientemente del color de su piel, raza o religión”. En la Declaración de Marrakesh, teniendo en cuenta que “en diversas partes del mundo musulmán la situación se ha deteriorado peligrosamente a causa del recurso a la violencia y a la lucha armada como instrumento para resolver los conflictos e imponer a otros el propio punto de vista”,
se invitaba a los países de mayoría islámica a reformar sus constituciones tomando como base la Carta de Medina, la Carta de Naciones Unidas y otros documentos relacionados, “como la Declaración universal de los derechos humanos”. Y lanzaba además un llamamiento a los “expertos e intelectuales musulmanes de todo el mundo para desarrollar jurisprudencia sobre el concepto de ciudadanía, inclusivo de los diversos grupos”. Un llamamiento que ha sido acogido de manera evidente en la Conferencia de El Cairo, donde la ciudadanía era el tema clave. En la conferencia han participado más de 600 académicos, políticos y autoridades religiosas cristianas y musulmanas procedentes de casi cincuenta países distintos. Sus dirigentes han sido el presidente del Consejo islámico de los Ancianos y el gran imán de Al Azhar, Ahmad Al Tayyib. El papa cristiano copto Tawadros II también estaba entre los participantes. Al buscar un fundamento del principio de la libertad religiosa y de conciencia –sin haber en el islam nada parecido al “dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”, sobre el que se fundamenta el principio de laicidad de los países de tradición cristiana–, la vía de la