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Diario Financiero - VIERNES 1 DE DICIEMBRE DE 2017
HUMANITAS “La Economía y el Estado del bienestar no son sostenibles sin la Persona”
Francisco Medina
Fernando Vidal es sociólogo, presidente de la Fundación RAIS en España, con un destacado recorrido en temas de agenda social y autor de numerosos e interesantes trabajos acerca del panorama social del mundo de hoy. Páginas digital conversó con él acerca de las implicaciones de la llamada cultura del descarte y del derrumbe de las evidencias en torno al sujeto, y de las consecuencias de una sociedad líquida y de una economía capitalista que tenga en cuenta al sujeto. -En la ‘Laudato Si’ se hablaba de los efectos de la degradación ambiental en el desarrollo aparte de los efectos de la cultura del descarte. En tu opinión, ¿cuál es el diagnóstico que se puede dar en Europa, en qué crees que se concreta esto que dice el Papa de la cultura del descarte? -La modernidad es cierto que se construyó contra las personas. En el siglo XIX la opción fue construir grandes máquinas donde las personas quedaban muy empequeñecidas y ciertamente la economía en las ciudades, la burocracia, los partidos, los sindicatos, puede que también incluso las religiones, superaron mucho la escala humana y la persona se vio como algo que tenía que estar “en función de”. Después de los desastres y fracasos de la modernidad, lo que vemos es que es imprescindible que sea la sociedad la que esté en función de la persona, la economía en función de la persona. Por ejemplo, a principios del siglo XX en Nueva York morían siete mil niños por accidentes de tráfico, atropellados, y luego hay que decir que los niños fueron expulsados de la ciudad, que fue construida contra las personas, contra las familias. Ahora estamos de nuevo en un proceso de reapropiación de las ciudades por parte de las familias, con las puertas humanas, la rehumanización de espacios y plazas, de lugares vacíos, y creo que debe suceder en el conjunto, también en las empresas. Las empresas que no se humanizan no son sostenibles. En esto creo que el problema de los modelos de desarrollo reside en una modernidad que dio énfasis al funcionalismo por encima del
humanismo. Ciertamente esto se manifiesta en todos los ámbitos, ambiental, económico, pero también en el propio crecimiento del Estado. -¿Cuáles crees que han sido las causas por las que se ha producido este vaciamiento, este derrumbe de evidencias sobre la persona? -Parece que hay varios focos, uno desde luego es el económico y tiene también que ver con la cultura del rendimiento. Aquello que no es rentable en los términos en que establece la economía, el prestigio o el poder, sencillamente no es visto, no es valorado, y así se menoscaba la propia antropología humana. A veces creo que hay otro factor muy relacionado con la arrogancia, y esto tiene que ver con el poder, con una forma de relacionarse con el mundo y con la existencia desde el poder y no desde el misterio, y eso nos lleva a que hayamos querido doblegar a la naturaleza, a los pueblos, a las personas, a las familias, en razón de un progreso que al final se ha mostrado insostenible, ya no por la protesta de la gente ni porque esté machacando la vida de muchas personas, sino porque la propia naturaleza se vuelve en tu contra y hace que vivamos en una cárcel, una jaula que acabará inundándonos. -En las últimas décadas hemos asistido a un crecimiento del aparato administrativo, impulsado en cierto modo por la necesidad de garantizar un sistema de bienestar, al que, muchas veces, se le ha achacado de dotar de excesivo
Después de los desastres y fracasos de la modernidad, lo que vemos es que es imprescindible que sea la sociedad la que esté en función de la persona, la economía en función de la persona.
protagonismo al aparato estatal frente a la sociedad civil, ¿estás de acuerdo? -En parte. Es verdad que el siglo XIX genera un malestar en las personas, por ejemplo el XIX es responsable, por la industrialización y la forma que se da a las ciudades, de que las familias se separen, que adopten una ideología dual según la cual el varón se va a trabajar y la mujer se queda en casa. Antes la vida era mucho más común, la esfera pública y la privada coincidían. En ese momento se escinden porque se escinde la persona en el trabajo y la persona en el hogar, y por otra parte la propia ciudad conspira contra la posibilidad de que haya hogares más unidos y de que haya una conciliación. Eso genera un malestar que ya se ve en la propia concepción y experiencia del padre, como reflejan las novelas de Dickens; y crea una reacción en la burguesía, en los obreros, por la explotación y alienación excesiva de la gente, y lleva a procesos mutualistas de auto-organización, que incluían desde hospitales, centros de salud, de ocio, mutualidades para los enterramientos, para construir viviendas… Y esas mutualidades fueron muy impulsadas también por la Iglesia católica, sobre todo en el norte de Europa. El asunto es que en cierto momento esa mutualidad es sustituida por el Estado. De nuevo se ve que para poder parar el movimiento obrero y social era necesario sustraer esos dineros que estaban aportando a la mutualidad, transformarlos en fiscalidad y que sea el Estado quien lo asuma. Es difícil minimizar el valor que tiene el estado de bienestar para las personas, en la salud, en la pensión, en la seguridad de vida que da, pero sin duda no es sostenible sin la participación de las personas. Después de la Segunda Guerra Mundial, la necesidad de reconstruir las sociedades condujo a que se confiara en grandes corporaciones para acelerar el proceso, y por eso se apostó por grandes burocracias, pero también por grandes modelos sociales como la clase media, la familia nuclear, una serie de elementos que dejaban más margen que otras realidades, como familias más numerosas o formas de vida diferentes, y que también han impactado en nuestra sociedad actual, ha impactado en la persona, que está bajo cierto maquinismo moderno. Vivimos bajo cierto maquinismo moderno y