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Diario Financiero - VIERNES 18 DE MAYO DE 2018
HUMANITAS
La visita del Papa Francisco a Chile Comentarios a sus discursos en Humanitas 87 En su visita apostólica a Chile, el Papa pronunció cinco discursos y tres homilías. En la última edición de la revista Humanitas (disponible en Librerías UC y en papel digital en www.humanitas. cl), se reproducen la totalidad de sus palabras con un breve comentario de análisis junto a cada una de las intervenciones. El padre Joaquín Alliende, Enrique Barros, Fray Ricardo Morales, Joaquín Fermandois, el padre Benito Rodríguez, Jaime Antúnez y Eduardo Valenzuela, entre otros, fueron invitados a dejar sus impresiones. A continuación, destacamos tres de los comentarios recibidos, los que permiten continuar reflexionando sobre la visita de Francisco a Chile, cuyo
significado y frutos aún no acaban por comprenderse. El primer comentario es de Fray Ricardo Morales, Superior Provincial de los mercedarios Chile, sobre la visita al Centro Penitenciario Femenino; el siguiente, del sociólogo Eduardo Valenzuela, sobre la Santa Misa por el progreso de los pueblos, en Temuco; y finalmente, el del historiador Joaquín Fermandois, sobre la misa de la Virgen del Carmen y oración por Chile, en Iquique. ***
Comentario a saludo del Papa en breve visita a Centro Penitenciario Femenino (Fray Ricardo Morales OM):
La visita a Chile de S.S. el Papa Francisco ha dejado un recuerdo imborrable no solo en el pueblo fiel, sino también en toda la sociedad
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VIERNES 18 DE MAYO DE 2018 - Diario Financiero
El índice del número 87 de HUMANITAS (248 págs.) incluye, además de una sección dedicada a los discursos y comentarios del papa en Chile -que concluye con la Audencia General del día 24 de enero-, las ponencias que se realizaron en la presentación del número 86 de la revista (del rector Ignacio Sánchez, del decano eduardo Valenzuela y del entonces director de la revista, Jaime Antunez), una entrevista a William Carroll sobre Tomás de Aquino en China, un artículo sobre la cuestión del bien común hoy, la presentación de Dom Columba Marmion, una figura de la Cristiandad en el siglo XX y un maestro espiritual por redescubrir, y el destaque de la labor artística de Monseñor Francisco Valdés Subercaseaux.
chilena. En este último sentido, si hay una actividad que haya quedado en la memoria y el corazón de los chilenos, ha sido el encuentro con las mujeres privadas de libertad; la emoción se respiraba en el ambiente ya desde antes de la llegada del Santo Padre, y al recibirlo en el recinto penal la alegría y la emoción contenida se desbordaron en todas esas mujeres, incluso en las autoridades presentes y en aquellos que participábamos observando por televisión. Las imágenes hablaban por sí solas, mujeres con sus hijos en brazos, gendarmes pidiendo la bendición del Papa, cantos entonados desde el corazón, la presencia del Vicario de Cristo en un lugar de tanto dolor y soledad era un signo de esperanza y alegría. El Papa les habló a las mujeres privadas de libertad de la necesaria esperanza, de la dignidad que nunca hay que dejarse arrebatar y de la anhelada reinserción, sin la cual cumplir una pena se vuelve solo un castigo estéril. Pero creo que también sus palabras nos invitaron a todos nosotros a crecer en la necesaria actitud de pedir perdón, creciendo en humildad y en “la
conciencia que nos equivocamos, de que nos podemos equivocar y que cada día estamos invitados a volver a empezar, de una u otra manera”; eso, nos ha dicho el Santo Padre, nos “humaniza”. El Papa invitó a las mujeres, desde su ser madres y gestar vida, a “gestar futuro”, luchando con lo que denominó “determinismos cosificadores”, propios de una cultura utilitarista y que se olvida de la trascendencia y dignidad humana. Una cultura que entiende a las personas como números. Hermosamente el Papa recordó que desde esa dignidad de cada ser humano es posible crecer en la dimensión de esperanza, nunca dando las situaciones como perdidas o sin salida. Por eso señaló que estar privado de libertad “…no es sinónimo de pérdida de sueños y esperanza. Es verdad, es muy duro, es doloroso, pero no quiere decir perder la esperanza, no quiere decir dejar de soñar”. En este sentido, siempre es un desafío en el trabajo carcelario invitar a no perder los sueños, a no dejarse vencer por esos “determinismos” que señalaba el Papa, que muchas veces desde el estigma condenan para siempre a
quien reconociendo su falta quiere enmendar camino. Finalmente, el Papa nos dejó un gran desafío a toda la sociedad chilena, que no puede desentenderse de los hermanos privados de libertad, más allá de los esfuerzos realizados hasta ahora. La necesaria reinserción que debe procurarse desde el reconocimiento de la dignidad de cada persona, generando procesos que promuevan capacitación laboral y recomposición de los vínculos con sus familias. Con fuerza, el Santo Padre señaló que “la seguridad pública no hay que reducirla solo a medidas de mayor control sino, y sobre todo, edificarla con medidas de prevención, con trabajo, educación y mayor comunidad”. En su corazón de Pastor el Papa tuvo palabras para todos los que se vinculan al mundo carcelario: agentes de pastoral, voluntarios, capellanes, profesionales, funcionarios de Gendarmería y a sus familias; palabras de esperanza y bendición. Como dijo Francisco en el avión de regreso a Roma opinando de este encuentro con el mundo de la cárcel: “Quedé muy conmovido. De verdad, muy conmovido de ese encuentro. Fue una de las cosas más hermosas del viaje”. ***
Comentario a homilía del Papa en Santa Misa por el progreso de los pueblos (Eduardo Valenzuela):
En el aeropuerto de Maquehue el Papa ha recitado la primera estrofa de la canción de Violeta Parra que recuerda que «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar». La existencia de un territorio y de una cultura históricamente expoliada debe ser inequívocamente el punto de partida de un nuevo trato con el mundo mapuche, y con los pueblos indígenas en general. El Papa ha sido un testigo viviente, sin embargo, de cómo la violencia puede torcer el propósito más justo y verdadero, como sucedió con el gran ciclo de violencia política que azotó al conjunto de América Latina hace cincuenta años. De esa experiencia desgarradora proviene la vehemencia con que el Papa ha declarado que
la unidad debe siempre prevalecer por encima de la división. No se trata de eliminar la contradicción, el conflicto ni la disputa, ¿cómo podría hacerse cuando existen motivos para ello?, pero ninguna de estas cosas debe tener la última palabra. ¡Señor, haznos artesanos de unidad!, dijo el Papa en la Araucanía, retomando —sin mencionarlo esta vez— la antiquísima tradición de los Parlamentos que instauraron los misioneros jesuitas encabezados alguna vez por Luis de Valdivia y retomada hasta el día de hoy por las comisiones de diálogo en las que todavía juegan un rol principal los obispos de la zona. La otra indicación del Papa es su definición de la unidad como diversidad reconciliada. La importancia de la diversidad debe ser subrayada tanto como la causa de la justicia. La exigencia actual de respetar la diferencia cultural y evitar actitudes y programas puramente asimilacionistas no puede ser eludida de ninguna manera. Pero tampoco se trata de afirmar que solo existe Verdad en la diferencia, y que aquello que es común y compartido adolece de Verdad, puesto que no es más que el resultado de una coacción. El Papa cita el ruego de Jesús al Padre para que “todos sean uno” (Juan, 17,21) y nos recuerda que todos estamos llamados a ser uno en el Padre, aspiramos y queremos lo mismo porque el anhelo de Dios y de su salvación habita en todos. Hacia el final de su homilía el Papa indica asimismo que todos somos pueblo de la tierra citando el libro del Génesis, y podemos reconocernos en una morada primordial que es la del Küme Morgen (citado textualmente por el Papa en su expresión mapuche), el lugar donde podemos vivir bien, que habitualmente es el lugar donde hemos nacido y donde hemos conocido la experiencia originaria del Amor y de la benevolencia. Aunque algunos hayan nacido aquí y otros allá, la experiencia del amor de Dios es común para todos. Existen muchos motivos para afirmar la unidad de todos aquellos que habitamos, no obstante, en la diversidad de lenguas, etnias y culturas, y buenas razones también para conciliar las diferencias, resolver pacíficamente las disputas y reconocernos en una casa común. ***
Comentario a la homilía del Papa en la Santa Misa celebrada en Iquique (Joaquín Fermandois):
Francisco le dio una vuelta de
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tuerca al lenguaje de la Iglesia, sin que sea una ruptura en la continuidad del magisterio papal. En primer lugar, está el rescate de la fiesta y de la alegría en su lectura especial del Nuevo Testamento, acentuando una línea que siempre ha existido pero que debe ser resaltada ante los desafíos del presente: el valor de lo festivo como parte constitutiva de la vida cristiana. La Iglesia en su larga historia supo siempre integrar elementos que veía como legítimos de las tradiciones paganas, y la fiesta, las tradiciones y la magia local —en el sentido del espíritu de un lugar— eran integradas a la vida espiritual y fundidas con la totalidad de la experiencia sagrada, o acompañando a esta última. En Iquique al incorporar en su mensaje la celebración de la fiesta —algo que siempre es único y de ahí su gracia, aunque se repita innumerables veces—, Francisco también asumió las tradiciones precolombinas y las del mundo mestizo-criollo dentro de la cultura del catolicismo chileno y en potencia latinoamericano. En realidad se trata de una fusión donde no hay una clara separación en los diversos públicos en Chile. Siempre ha habido un debate entre los católicos acerca de si se deben poner límites más severos al carácter no ya de los rastros paganos —sacralizados en la fe—, sino que a su carácter mundano, puramente secular, y a los elementos orgiásticos que la habitan. Será siempre un equilibrio precario. El Papa hizo un llamado a acentuar una alegría en la que como punto de fuga habite la experiencia religiosa y la caridad cristiana. En una segunda parte, Francisco se refirió a lo que era más esperado, la acogida al inmigrante. Se trató de esa “tierra de ensueño” a la que aludió por Iquique, por lo mismo que en el Norte Grande es donde más se ha experimentado el impacto de la inmigración. El llamado es directo, simple y afectuoso: aprender a hospedar a este inmigrante —que no busca simplemente mejores horizontes, sino que huye de la destrucción de su país— siguiendo los criterios evangélicos. Me atrevo a agregar que Jesús solicita a sus emisarios que llevan su Palabra que “(en) la ciudad en que entréis y os reciban, comed lo que os pongan; curad los enfermos que haya en ella” (Lucas, 10, 8), lo que suponía la disposición a recibirlos. Existen deberes y derechos mutuos en esta relación.
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REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y CULTURA CRISTIANA de la pontificia universidad católica de chile
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