DF: "La cuestión del Bien Común, hoy"

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Diario Financiero - VIERNES 25 DE MAYO DE 2018

HUMANITAS

La cuestión del Bien Común, hoy

POR JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE

En Humanitas 87 se reproducen las palabras pronunciadas por el autor, miembro de número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile, en el 1er Encuentro Iberoamericano de Academias congéneres, realizado en la sede de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en Plaza de la Villa, Madrid, Octubre 2017. Presentamos la primera parte de esta ponencia; el artículo completo con sus referencias, puede ser leído en el nuevo número de la revista, ya disponible en librerías, o en www.humanitas.cl. *** Todos quienes concurrimos a este I Encuentro Iberoamericano, a causa del contexto histórico, nos formamos en el tema de que se trata, el Bien Común, básicamente teniendo en vista tres paradigmas que expreso en trazos muy simples, pues no es la historia del Bien Común sino su presente y futuro lo que nos inquieta. Serían éstos: Aquel según el cual la cuestión del Bien Común la resolvía el Estado ejerciendo control total sobre una sociedad, en la cual, suprimida la propiedad privada, todo sería común: la sociedad comunista, con los distintos matices que esta concepción históricamente ofreciera en diversas expresiones que adoptó el socialismo, visión que se hacía presente, en todo caso, con una fuerte carga de futuro; La concepción liberal, donde el Estado garantiza la propiedad privada, vela por la aplicación de las leyes de modo que se respete la justicia establecida por los poderes legislativos, y donde cada persona o asociación de personas se ocupa de su prosperidad; Otra, una concepción que podía llamarse social cristiana (que remite a filósofos como Jacques Maritain y que tuvo fuerte presencia en los años sesenta), según la cual el fin de la sociedad es el bien común del cuerpo social, pero entendido

–para no deslizar hacia otras concepciones totalitarias- como un bien común de personas humanas. El bien honesto –“bonum honestum” como lo llamaban los antiguos– ordenado a que el conjunto de los bienes materiales y espirituales que hacen la riqueza de una patria soberana se comuniquen y se participen en la sociedad, ayudando así a los individuos a perfeccionar su vida y libertad de personas. Pregunto a seguir: ¿qué queda, con el nombre de Bien Común, de esas tres concepciones y de lo que en muy diversas partes del orbe ellas produjeron durante el siglo XX? Del año 1995, cuando tuve el honor de ingresar a la Academia chilena, recuerdo alguna ilustrada sesión que trató sobre “Occidente después del Muro”. Repasar hoy esas actas permite constatar que muchos juicios entonces formulados eran verdaderos, pero sobre todo lo eran como registro de un fin y atisbo de un comienzo. Examinarlos pasados los 22 años que han transcurrido, teniendo como foco el presente del Bien Común, lleva en cambio a la constatación que los códigos y la lógica dominante, por lo que se refiere a nuestro asunto, han sufrido un cambio integral. Respondo entonces a la pregunta: Permanecen en el plano abstracto algunas de esas ideas de Bien Común, al lado de las cuales figuran, al menos nominalmente, las de dignidad de la persona humana, solidaridad, subsidariedad, muchos

“Es el bien honesto, ordenado a que el conjunto de los bienes materiales y espirituales (...) se comuniquen y se participen en la sociedad, ayudando así a los individuos a perfeccionar su vida y libertad de personas”.

derechos y algunos deberes. Pero de esos tres históricos paradigmas mencionados, quedan en la práctica política solo esbozos, fórmulas que, sobre todo, no condicen con el plano existencial de los hombres de hoy, todo ello asimismo en un contexto que cambia a una velocidad vertiginosa. Seguramente es ésta la razón por la cual el Bien Común parece actualmente, en las sociedades democráticas e ilustradas, un gran ausente. Raramente se le evoca y cuando ello tiene lugar, esa evocación padece de un sustancial vacío.

El declinar de la política El elemento crucial del nuevo horizonte social ya no consiste simplemente en el clásico conflicto entre capital y trabajo, que fuera el punto de ingreso a la moderna cuestión social, y una base para los antiguos paradigmas de Bien Común. A través de un desarrollo progresivo –y de enorme aceleración en los últimos 25 ó 30 años– el aspecto central ha llegado a ser el “conflicto entre la nueva realidad económico-social y política, producto del progreso industrial-tecnológico, y la capacidad cultural y moral del hombre para dominarla” sin evasiones. Si lo conforme al Bien Común, lo que es justo, tanto en la esfera del Estado como en la sociedad, es tarea primordial de la Política, verificamos hoy –algo no tan claro tres décadas atrás– un cuadro distinto, en el cual la Política, por fuerza de los hechos, ha ido siendo gradualmente sometida a la economía y, a seguir, muy pronto cooptada por el eficientismo tecnocrático, paradigma que domina en la sociedad globalizada. Se da así la situación –y es una observación común– que éste último redefine la política, concibiéndole como acción circunscrita a la “resolución ejecutiva” de los problemas de la gente. De ese diálogo entre la Política y la economía, que todavía prevaleció hasta los años posteriores a la 2ª Guerra Mundial y el renacimiento de una Europa unida, o que tuvo expresiones destacables, por ejemplo, en los procesos de transición a la democracia en España y luego en Chile, queda cada vez menos. Este abajamiento en el horizonte conceptual de la cosa pública, iden-


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“El elemento crucial del nuevo horizonte social ya no consiste simplemente en el clásico conflicto entre capital y trabajo, que fuera el punto de ingreso a la moderna cuestión social, y una base para los antiguos paradigmas de Bien Común. El aspecto central ha llegado a ser el «conflicto entre la nueva realidad económico-social y política, producto del progreso industrialtecnológico, y la capacidad cultural y moral del hombre para dominarla» sin evasiones.” [Fragmento de mosaico con rostro. Museo del Castillo de los Sforza, Milán.]

tificado por el dominio de lo fáctico, se da, asimismo, en un contexto de paradojas. Así, por ejemplo, la “destrucción creativa”, que tiene sus remotas raíces en Hegel y Marx, cambia de bando y se hace a la larga una con la idea general de un “crecimiento económico ilimitado”. Mientras tanto, en el 2006, constatamos que el Decimosexto Comité Central del Partido Comunista Chino proclama dejar atrás la “destrucción creativa” de los tiempos de Mao y Deng, y apela ahora a crear una “sociedad armoniosa”. Por su lado, frente a la idea del desarrollo como crecimiento económico, aparece, de a poco y sin que se haga siempre explícita conceptualmente, una nueva idea de “desarrollo”: Sarkozy y Cameron hablaron por ejemplo de ella, valorando el Producto Interno de Felicidad (PIF) frente al clásico PIB. Entre tanto, y siempre al tenor

del eficientismo tecnocrático, se multiplican ante nuestros ojos lecturas que conjugan algo antes no pensado: crecimiento económico acompañado de extensión del malestar social y existencial; desarrollo económico seguido de disgregación social; crecimiento cuantitativo de la riqueza y aumento cualitativo de aflicciones en formatos de incertidumbre, de desprogramación de la propia vida, de creciente fragilidad en las biografías personales y también de creciente dificultad en proponer las colectivas. En resumen, se hace cada vez más incierta la visión generalmente asumida, según la cual el desarrollo tecnológico traería consigo, como tal, el desarrollo social. No puede desconocerse que “la tendencia a la disolución de todos los vínculos, concebida como principio mismo de la libertad individual, así como el debilitamiento de la esfera política, con marcado agotamiento

del Bien Común”, constituyen hoy las evidencias de una profunda transformación en curso, fenómeno que se ubica en el plano causal de esa no pensada y contradictoria conjugación entre desarrollo tecnológico y social. En un intento por aproximarnos al problema contemporáneo del Bien Común –aunque fuera sólo desde las ciencias Morales y Políticas habría muy diversas formas de hacerlo, y aquí solo cabe una parcial aproximación– observemos primero los efectos que se producen actualmente sobre éste Bien a partir del contexto físico de la globalización, tanto el que proviene del nuevo concepto de espacio como el que proporciona en su actual realidad el tiempo. La espacialidad y la temporalidad que se han impuesto como parámetros globales. Hay que estar conscientes que son muchos los beneficios y posibilidades que abre la globalización, pero no cabe dar la espalda a los grandes desafíos que conlleva en el ámbito de la persona humana. Con razón se ha afirmado que la globalización no es a priori buena ni mala: es y será, en definitiva, lo que hagamos de ella. Y estos factores, espacio y tiempo –no son los únicos, por supuesto– parece ineludible pensarlos, en su actual configuración, desde la cuestión del Bien Común.

La espacialidad

“De esos tres históricos paradigmas mencionados, quedan en la práctica política solo esbozos, fórmulas que, sobre todo, no condicen con el plano existencial de los hombres de hoy”.

La primera observación dice relación con la espacialidad: vivimos algo así como “el fin de la geografía”. Hay quien afirma que hoy es la conectividad y no la geografía lo que determina nuestro destino. Veámoslo bien por cuanto dice a nuestra preocupación, el Bien Común. La revolución tecnológica, hélice que impulsa el desarrollo (que estriba en

una combinación de informática y comunicaciones satelitales, y asimismo de transporte aéreo de personas y bienes), operando sobre el factor espacio-temporal, ha llevado indiscutiblemente a alcanzar una velocidad de comunicación nunca antes conocida en la historia y una reducción abismal, tanto en los tiempos como en el costo del transporte a distancia de mensajes, objetos y seres humanos. Esta suerte de mutación genética del espacio contemporáneo hace decir a Zigmunt Bauman, como es bien sabido, que el espacio social pasó de ser “sólido” a ser “líquido”; y también a Ulrich Beck que mutó de “unívoco” a “plural”; y según Manuel Castells, que pasó de “espacio de lugares” a “espacio de flujos”. El espacio, subjetivamente, ha venido a reducirse hoy a un solo punto y se desvanecen los anteriores criterios según los que se racionalizaba la espacialidad: “dentro y fuera”, “aquí y allá”, “cercano y lejano”, “presente y ausente”. Los mencionados autores, como otros, no sin razones sienten la espacialidad hecha pedazos. En este “espacio desmaterializado”, en realidad, cada vez sentimos más que, aunque se esté en un lugar, es como si se estuviese en muchos y, al revés, estando en varios y diversos lugares, es como si se estuviera en un único determinado lugar. Consustancial a este nuevo “paradigma espacial” es la aceleración, la cual no es hoy una aceleración cualquiera: podemos decir que es el dominio de la velocidad absoluta, cuya materialización técnica desarma las condiciones físicas y antropológicas de ese espacio que antes conocimos, así como también los de la temporalidad que conocimos. (Continúe leyendo en www.humanitas.cl)

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REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y CULTURA CRISTIANA de la pontificia universidad católica de chile

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