DF: "Humanae vitae, una encíclica profética"

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Diario Financiero - VIERNES 3 DE AGOSTO DE 2018

HUMANITAS

Humanae Vitae, una encíclica profética

POR LUIS JENSEN A. Ginecólogo-Obstetra, Magíster en Bioética

“El gravísimo deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para los esposos, colaboradores libres y responsables de Dios Creador, fuente de grandes alegrías, aunque algunas veces acompañadas de no pocas dificultades y angustias. En todos los tiempos ha planteado el cumplimiento de este deber serios problemas en la conciencia de los cónyuges, pero con la actual transformación de la sociedad se han verificado unos cambios tales que han hecho surgir nuevas cuestiones que la Iglesia no podía ignorar por tratarse de una materia relacionada tan de cerca con la vida y la felicidad de los hombres.” (HV 1) Así comienza Humanae Vitae, que hace pocos días, el 25 de julio, cumplió 50 años desde su publicación: una de las encíclicas más proféticas en la historia de la Iglesia Católica y de la cultura de nuestro tiempo, escrita por Pablo VI, pronto a ser canonizado en octubre. Profética en dos dimensiones, ya que predijo todo el impacto negativo del hecho de separar los dos significados del amor conyugal, y también porque delineó la maravilla del amor esponsal y de la paternidad responsable al asumirla como una misión que conoce y respeta el lenguaje del cuerpo humano. La gran invitación revolucionaria de esta encíclica es la dimensión positiva, novedosa y desafiante, de cultivar siempre la íntima unión que existe entre el amor de comunión personal que implica la máxima expresión del amor sexual, cuyo significado más profundo es el encuentro personal del varón y la mujer en el acto sexual, con el otro gran significado que se hace realidad en este acto humano, cuando las condiciones son favorables, que es la concepción de un hijo, el significado procreativo,

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fecundo del amor. Es evidente que lo que está en juego aquí es el amor personal en su forma más plena, la que por algo es llamada el arquetipo del amor humano: el amor conyugal. Manteniendo unidos los dos significados, el unitivo y el procreativo en todas sus expresiones, crece cada uno de los que participa desarrollando lo mejor de sí mismos: crece el matrimonio construyéndose a diario ese consorcio que se manifiesta en la unidad de corazones, de alma y de voluntad que abarca todas las dimensiones de la persona y se consolidad en el goce de ser una sola carne. Hay una exigencia permanente, una ascética necesaria sobre todo el impulso y los afectos para que las caricias expresen lo que realmente se busca decir, comuniquen la verdadera intención del corazón. Para integrar impulso, sentimiento, razón y voluntad se requiere un gran dominio de sí mismo, es decir, conocimiento y educación del mundo interior. Es el dominio del lenguaje que logra la mejor poesía, del artista que obtiene las mejores notas del instrumento, del sabio que conoce la verdad de las cosas, en este caso, de la paternidad responsable.

En este contexto, el verdadero significado de responsabilidad es que somos libres para amar. Aquí radica nuestra dignidad de persona, dueños de nuestros actos, capaces de entender lo que hacemos gracias a nuestra voluntad animada por el amor.

El correcto significado de paternidad es la capacidad de transmitir la vida que me fue regalada por mis padres, y así de generación en generación hasta llegar en último término al dueño de la vida, Dios Padre Creador. El hijo surge del amor conyugal, que es el mejor camino para valorar la propia vida, al saberse querido, si esto es mutuo, la plenitud de esa experiencia es la fuente para querer invitar a otro a esta fiesta de la vida. Es el continuo del bien de la vida que surge como fruto del amor conyugal, expresión preciosa de una vocación que se llama matrimonio y que es elevada, perfeccionada y santificada por un sacramento, por la gracia del mismo Dios. Una vez más destaco aquí la íntima unión entre amor y vida, que partió con un enamoramiento gratuito, que reconocimos y cultivamos hasta formalizarlo, y al llevarlo a su plenitud, a su comunión total, da origen al hijo como fruto del amor, como don del don, testimonio permanente de que en algún momento nos dimos el uno al otro sin ninguna reserva. En este contexto, el verdadero significado de responsabilidad es que somos libres para amar. Aquí radica nuestra dignidad de persona, dueños de nuestros actos, capaces de entender lo que hacemos gracias a nuestra voluntad animada por el amor. Por lo tanto, en el ejercicio de nuestra misión de paternidad responsable, está en juego nuestra vocación de amor personal y nuestra dignidad, de manera que el acto conyugal sea siempre una expresión de nuestra vocación de amor y refleje nuestra dignidad. Que lo realicemos integrando todo nuestro mundo impulsivo, afectivo, racional y volitivo. Que asumamos de antemano el mejor momento y asumamos todas las consecuencias que se derivan de él. En el ejercicio cotidiano de la misión de paternidad responsable a través del uso de los métodos naturales de regulación de la fecundidad que se plantean y defienden

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