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Diario Financiero - VIERNES 28 DE SEPTIEMBRE DE 2018
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Acuerdo histórico entre el Vaticano y China sobre nombramiento de obispos oposición al Partido Comunista de China, las actividades que inciten a la subversión o que promuevan el extremismo. Este 22 de septiembre de 2018 la Santa Sede y la República Popular China han firmado un Acuerdo Provisional sobre el nombramiento de los obispos, luego de casi 70 años de distanciamiento. El miércoles 26 de septiembre el Papa Francisco envió un mensaje a los católicos chinos y a la Iglesia universal. A continuación, Humanitas presenta algunos antecedentes para comprender la trascendencia de estos eventos en las relaciones entre China y el Vaticano.
El catolicismo en China El catolicismo llegó a China en 1582 de la mano del misionero jesuita Mateo Ricci. Actualmente se cuentan alrededor de 12 millones de católicos oficiales y unos 40 millones de cristianos repartidos en más de 140 diócesis, donde el Papa comenzará ahora a tener poder de decisión. En 2030 el país podría convertirse en el de mayor población cristiana del mundo, con 247 millones de creyentes. Sin embargo, China, que solo reconoce cinco creencias -─el budismo, el taoísmo, el islam, el catolicismo y el protestantismo- está endureciendo de nuevo su control sobre las prácticas religiosas: una serie de regulaciones entraron en vigor en marzo de este año, las que estipulan que solo se puede celebrar el culto en lugares registrados con las autoridades, imponen restricciones sobre la enseñanza religiosa a los menores, y se ha presentado un proyecto de ley que obliga a las organizaciones que quieran diseminar contenido religioso a recibir una licencia de las autoridades de sus respectivas provincias. Este también prohíbe la
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Historia de las relaciones entre China y la Santa Sede Las relaciones diplomáticas entre el Vaticano y China se rompieron en el año 1951, cuando Mao Zedong expulsó del país al Nuncio de la Santa Sede y a sus misioneros católicos. Luego, en 1957 fue fundada la Asociación Patriótica de Católicos Chinos (APCC) y al año siguiente ya habían sido consagrados más de 20 obispos sin autorización. Desde entonces China consideraba una injerencia que Roma hiciera el nombramiento de los obispos y no reconocía la autoridad de Papa como jefe de la Iglesia Católica. La Santa Sede, por su parte, no aceptaba que los nombramientos viniesen impuestos por el régimen chino y continuó nombrando obispos. Es por esa razón que dos iglesias conviven en el país: la oficial o patriótica y la clandestina. La clandestina, legitimada por el Vaticano, con unos 30 obispos impedidos a ejercer su ministerio o incluso encarcelados, y la oficial, controlada por la Asociación Patriótica, con otros 60 obispos. Esta duplicidad ha dividido a los fieles entre los que aceptan el control del partido sobre la Iglesia por medio de la APCC -o simplemente se han resignado a él- y los que han rehusado contemporizar y han tenido que celebrar el culto en la clandestinidad. Ante estas dificultades, en 1981 la Santa Sede concedió a los obispos chinos el privilegio de consagrar a otros, en caso de necesidad, sin consultar con Roma. Con Juan Pablo
II comenzó un paciente acercamiento a China que tuvo en el 2000 un notable retroceso, con nuevas ordenaciones ilícitas de obispos y la reacción indignada del régimen a la canonización de 120 católicos chinos muertos en la rebelión de los bóxers (1899-1901): mártires para la Iglesia, ejecutados por “traidores al servicio de las potencias extranjeras” según Pekín. Al año siguiente, Juan Pablo II intentó cerrar heridas en un significativo discurso sobre Matteo Ricci, en el que pidió perdón por los errores cometidos en la evangelización de China. La mayoría de los obispos ilícitos comenzaron luego a solicitar el reconocimiento de la Santa Sede, y aunque en 2006 volvió a haber consagraciones sin mandato pontificio, un año después Benedicto XVI pudo anunciar que, tras haber acogido las peticiones, casi todos los obispos de China eran legítimos. El Papa Benedicto XVI suprimió además el privilegio de ordenar obispos ocultamente. Después de 2007 hubo un tiempo de calma, con nombramientos consentidos por Pekín y Roma, hasta que en 2010 y 2011 nuevamente fueron consagrados obispos ilícitos. El acercamiento quedó detenido. Francisco logró reanudar el diálogo que ahora da su primer fruto concreto tras reuniones semestrales entre el Vaticano y representantes del Gobierno chino (alternando la sede). En línea con lo anterior, en su carta del pasado miércoles el Papa afirma que el Acuerdo Provisional “es fruto de un largo y complejo diá-
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logo institucional entre la Santa Sede y las autoridades chinas, iniciado ya por san Juan Pablo II y seguido por el Papa Benedicto XVI. A lo largo de dicho recorrido, la Santa Sede no tenía —ni tiene— otro objetivo, sino el de llevar a cabo los fines espirituales y pastorales que le son propios; es decir, sostener y promover el anuncio del Evangelio, así como el de alcanzar y mantener la plena y visible unidad de la comunidad católica en China”.
El acuerdo El primer paso para recomponer las relaciones consiste en el reconocimiento por parte del Vaticano de los obispos nombrados por el régimen durante las últimas décadas, y en acordar los futuros nombramientos. A cambio, Pekín reconoce al Papa como jefe único. Esto, en palabras del Papa: “Se trata de un camino que, como la etapa precedente, «requiere tiempo y presupone la buena voluntad de las partes» (Benedicto XVI, Carta a los católicos chinos, 27 mayo 2007, 4), pero para la Iglesia, dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a valores humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. ap. Gaudium et spes, 1), así como los desafíos del presente que Dios le confía”. Asimismo, Greg Burke, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, ha declarado: “El objetivo del acuerdo no es político sino pastoral, permitiendo a los fieles tener obispos
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que están en comunión con Roma, pero al mismo tiempo reconocidos por las autoridades chinas”. Se busca ayudar a las iglesias locales para que gocen de condiciones de mayor libertad, de mayor autonomía, de una posibilidad de una mejor organización, y así se dediquen al anuncio del Evangelio y a contribuir al desarrollo integral de la sociedad y de la persona. De acuerdo con un comunicado de la Santa Sede, se espera que el acuerdo fomente un proceso de diálogo institucional fructífero y con visión de futuro, y contribuya positivamente a la vida de la Iglesia Católica en China, para el bien común del pueblo chino y para la paz en el mundo. El acuerdo no ha sido publicado puesto que tiene un carácter provisional o experimental, por lo que no se conoce el contenido de la fórmula que utilizará: si el gobierno o la Santa Sede escogerán un obispo entre una lista de candidatos presentada por la otra parte, o si el Papa tendrá poder de veto sobre los designados por la APCC. Este, además de tratar el tema de los nombramientos episcopales, incluye la creación de una nueva diócesis, Chengdé (Hebei, al noreste del país), cosa que no se había podido hacer desde Pío XII, en 1946. Asimismo, el día en que se anunció el acuerdo, el Papa admitió a la plena comunión a los últimos ocho obispos consagrados sin mandato pontificio. El Papa justifica el acuerdo señalando que este responde a la finalidad de “sostener e impulsar el anuncio del Evangelio en China y de restablecer la plena y visible unidad en la Iglesia”.
“En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el delicado e importante servicio episcopal”. Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia universal.
“Para la Iglesia, dentro y fuera de China, no se trata solo de adherirse a valores humanos, sino de responder a una vocación espiritual: salir de sí misma para abrazar «el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de todos los afligidos»”.
Y continúa: “Todos conocéis que, lamentablemente, la historia reciente de la Iglesia católica en China ha estado dolorosamente marcada por las profundas tensiones, heridas y divisiones que se han polarizado, sobre todo, en torno a la figura del obispo como guardián de la autenticidad de la fe y garante de la comunión eclesial. Cuando, en el pasado, se pretendió determinar también la vida interna de las comunidades católicas, imponiendo el control directo más allá de las legítimas competencias del Estado, surgió en la Iglesia en China el fenómeno de la clandestinidad. (…) El Acuerdo Provisional firmado con las autoridades chinas, aun cuando está circunscrito a algunos aspectos de la vida de la Iglesia y está llamado necesariamente a ser mejorado, puede contribuir —por su parte— a escribir esta nueva página de la Iglesia católica en China. Por primera vez, se contemplan elementos estables de colaboración entre las autoridades del Estado y la Sede Apostólica, con la esperanza de asegurar buenos pastores a la comunidad católica. (…)
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En este contexto, la Santa Sede desea hacer lo que le corresponde hasta el final, pero también vosotros, obispos, sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos, tenéis un papel importante: buscar de forma conjunta buenos candidatos que sean capaces de asumir en la Iglesia el delicado e importante servicio episcopal. (…) A nivel pastoral, la comunidad católica en China está llamada a permanecer unida, para superar las divisiones del pasado que tantos sufrimientos han provocado y lo siguen haciendo en el corazón de muchos pastores y fieles”. El acuerdo ha sido criticado por distintos sectores de la Iglesia, especialmente por algunos de los obispos y fieles que han vivido en la clandestinidad, perseguidos por el régimen, pues no tienen claro cuál será su futuro. Ellos pueden ver en un acuerdo con Pekín un menosprecio de sus sufrimientos. No obstante, otros han expresado la esperanza de que el pacto sirva para unir gradualmente a las dos comunidades. No pactar de una forma u otra prolongaría y quizá ahondaría la división en la Iglesia. Por su parte, la Iglesia Católica Oficial China ha expresado su apoyo al acuerdo y ha declarado su lealtad al Partido Comunista de China. En paralelo, queda todavía un gran escollo para la recomposición definitiva de las relaciones diplomáticas entre ambos estados: Taiwán. China considera que la isla es parte inalienable de su territorio mientras que la Santa Sede es uno de los pocos países que la reconocen como un Estado. Justamente en el marco de confusión y dificultad en que se da este acuerdo, el papa ha querido confirmar en la fe al pueblo católico chino, “para invitaros a que pongáis cada vez con mayor convicción vuestra confianza en el Señor de la historia, discerniendo su voluntad que se realiza en la Iglesia. Invoquemos el don del Espíritu para que ilumine la mente, encienda el corazón y nos ayude a entender hacia dónde nos quiere llevar para superar los inevitables momentos de cansancio y tener el valor de seguir decididamente el camino que se abre ante nosotros”.
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REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y CULTURA CRISTIANA de la pontificia universidad católica de chile
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