DF: "Pablo VI y el ligamen social"

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Diario Financiero - VIERNES 19 DE OCTUBRE DE 2018

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Pablo VI y el ligamen social Por Pierangelo Sequeri *

El Papa Francisco canonizó a Pablo VI el pasado domingo 14 de octubre en el marco del Sínodo de los Jóvenes que se está realizando en Roma. Además del Papa Montini, fueron también inscritos en el libro de los santos otros seis católicos ejemplares, entre ellos Oscar Romero, arzobispo salvadoreño asesinado en 1980 mientras oficiaba una eucaristía. En su homilía, Francisco se detuvo en particular en Pablo VI, el Papa de su juventud y en el que tanto se inspira su pontificado. Dijo de él que fue “un profeta de una Iglesia extrovertida que mira a los lejanos y cuida de los pobres”. Resultó significativo que recordara las “dificultades e incomprensiones” que afrontó Montini, al que calificó de “timonel” del Concilio Vaticano II. La Doctrina Social de la Iglesia debe a Pablo VI más de lo que se piensa, las razones las explica Pierangelo Sequeri en su artículo “Pablo VI y el Ligamen Social” (Humanitas 62), uno de los textos más significativos que se han escrito en nuestros números sobre su figura. Aquí presentamos una selección de párrafos, para acceder al texto completo, visite www.humanitas.cl. *** En este aporte, de cuyo encargo estoy agradecido al Instituto Pablo VI de Brescia, me propongo un doble objetivo. El primero es la revisión de algunos aspectos del magisterio montiniano, en los cuales se refleja la aguda percepción del nuevo escenario que es preciso enfocar atentamente cuando se razona sobre la relación entre la misión de la Iglesia (“experta en humanidad”) y el espesor de la forma social típica de la modernidad (la colectividad urbana). El segundo es la identificación de un punto neurálgico de aplicación del esfuerzo encaminado a la fermentación de las condiciones de una conexión fructífera entre el anuncio evangélico y el nuevo humanismo planetario (la fórmula es especialmente grata para Pablo VI) que se va constituyendo. Para ilustrar algunos rasgos hasta ahora estimulantes del magisterio de Pablo

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VI al respecto, optó por mantener en primer plano el cotejo con la Carta Apostólica Octogesima adveniens (14 de mayo de 1971), que en mi opinión ofrece sobre el punto las evidencias más inmediatas y específicas.

La noción de “ligamen social”: marco de referencia El tema unitario subyacente en esta exploración, como lo indica el título, es el “ligamen social”. Se trata de un tema cuya relevancia actual no es necesario resaltar. (…) La tendencia a la disolución de todos los vínculos, concebida como principio mismo de la libertad individual, así como el debilitamiento de la esfera política, con marcado agotamiento del concepto de bien común, constituyen hoy las evidencias comúnmente señaladas como configuración de una profunda transformación en curso. La Iglesia Católica es interpelada directamente por este fenómeno. La forma comunitaria del cristianismo no es puramente un marco institucional o un subsidio instrumental de su misión. Esta constituye su naturaleza: concierne intrínsecamente al contenido de su testimonio y al objetivo de su misión. El obsequio fraternal del ágape de Dios entre los

Pablo VI intuye, con especial visión de largo plazo, que el elemento crucial del nuevo horizonte social ya no consiste simplemente en el “clásico conflicto entre capital y trabajo”, que fuera el punto de ingreso en la novedad de la época en el memorable texto de la encíclica Rerum Novarum.

hombres forma parte del misterio central de la revelación cristiana: es la figura correspondiente y la señal eficaz de su sentido último, que en la historia anticipa su gracia visible precisamente mediante la Iglesia. En esta clave, dicha señal no puede no proponerse también como iluminación y soporte para el ligamen social entre los seres humanos. La forma cristiana, luego, en su específica dimensión religiosa, lo lleva continuamente más allá de su natural medida de sentido y sus problemáticas esperas de cumplimiento. Por consiguiente, y recíprocamente, las mutaciones que intervienen en relación con la conciencia y el orden histórico de ese vínculo interpelan directamente a la Iglesia, al margen de todo mero tacticismo, en cuanto a su capacidad de descifrar las señales de los tiempos y realizar su mandato de testimonio. La ilustración y el soporte de semejante tarea, que sigue siendo enteramente nuestra, inspiró ciertamente el magisterio eclesial de Montini, con especial implicancia en la expresión pública de su ministerio petrino. Pablo VI intuye, con especial visión de largo plazo, que el elemento crucial del nuevo horizonte social ya no consiste simplemente en el “clásico conflicto entre capital y trabajo”, que fuera el punto de ingreso en la novedad de la época en el memorable texto de la encíclica Rerum Novarum. ***

El pensamiento único de la igualdad: aislamiento

En segundo lugar, la ambivalencia de la sociedad contemporánea se realiza en el establecimiento de una ideología de la igualdad que proporciona una paradojal justificación al perfecto desinterés por el ligamen social, sobre todo donde Esta se conjuga retóricamente con la ilusión de una mayor libertad y dignidad del individuo, reconocido en su igualdad, pero abandonado a su aislamiento. “Al mismo tiempo que el progreso científico y técnico continúa transformando el marco territorial de la humanidad, sus modos de conocimiento, de trabajo, de consumo y de relaciones, se manifiesta siempre en estos contextos nuevos una doble aspiración más viva a medida que

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“Efectivamente, si más allá de las reglas jurídicas falta un sentido más profundo de respeto y de servicio al prójimo, incluso la igualdad ante la ley podrá servir de coartada a discriminaciones flagrantes, a explotaciones constantes, a un engaño efectivo. Sin una educación renovada de la solidaridad, la afirmación excesiva de la igualdad puede dar lugar a un individualismo donde cada cual reivindique sus derechos sin querer hacerse responsable del bien común”. (Octogesima adveniens, nn 22-23)

Pablo VI tiene perfecta conciencia del hecho de que la búsqueda del modelo democrático adecuado para garantizar la calidad del ligamen social mediante el ejercicio del poder político es objeto de debate. Este debate, lejos de haber terminado, es en la actualidad más candente que nunca. De esta manera resulta en realidad ser aún mayor la utilidad de basarse en su marco de referencia, con una visión de largo plazo del proceso en curso. La precisión del aparato de categorías empleado por Pablo VI indudablemente se anticipa al lenguaje más habitual de la predicación eclesiástica. ***

La topología de lo moderno: multitud y ligámenes

se desarrolla su información y su educación: aspiración a la igualdad, aspiración a la participación [...] Efectivamente, los derechos humanos permanecen todavía con frecuencia desconocidos, si no burlados, o su observancia es puramente formal. En muchos casos, la legislación va atrasada respecto a las situaciones reales. Siendo necesaria, es todavía insuficiente para establecer verdaderas relaciones de justicia e igualdad. El Evangelio, al enseñarnos la caridad, nos inculca el respeto privilegiado a los pobres y su situación particular en la sociedad: los más favorecidos deben renunciar a algunos de sus derechos para poner con mayor

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liberalidad sus bienes al servicio de los demás. Efectivamente, si más allá de las reglas jurídicas falta un sentido más profundo de respeto y de servicio al prójimo, incluso la igualdad ante la ley podrá servir de coartada a discriminaciones flagrantes, a explotaciones constantes, a un engaño efectivo. Sin una educación renovada de la solidaridad, la afirmación excesiva de la igualdad puede dar lugar a un individualismo donde cada cual reivindique sus derechos sin querer hacerse responsable del bien común”. (Octogesima adveniens, nn 22-23) *** El poder político, “vínculo natural y necesario para asegurar la

cohesión del cuerpo social”, debe tener “como objetivo la realización del bien común”. Pero a esta regla suprema de la vida común que es la política no debe concederse una invasión total en la vida del hombre; le corresponde un elevado compromiso de regulación coherente de la esfera económica y técnica, pero en ningún caso en términos de un carácter absoluto al margen de toda limitación. Eso constituiría “un peligro grave”. Por otra parte, ella representa, precisamente en la forma de constitución y ejercicio democrático del poder, un eficaz contrapeso a la invasión del dominio económico y tecnocrático en el cuerpo social.

Haciendo un detenido análisis, Pablo VI intuye también con lucidez que el ordenamiento político, jurídico –y también ético– de este proceso está en estrecha relación con la topología de la aglomeración urbana. El pensamiento de una ética pública es condenado por este motivo a lo abstracto […] y al vaciamiento en el momento mismo en que se imagina preconstituido sobre la base del modelo del sujeto humano, como actor social racional de sí mismo, descrito de acuerdo con la tipología (actualizada) del individuo político de la tradición iluminista-burguesa. (…) La forma-de-Iglesia, en semejante marco, por sí misma constituye un operador de su humanismo por cuanto incluye el anuncio de la fe destinado a iluminarlo e incluso a trascenderlo a partir de la interioridad de la historia. “Evangelizar significa para la

Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad [...] la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos” (Evangelii Nuntiandi, 18). La ambivalencia de la multitud urbana configura oportunidades y riesgos para la calidad del ligamen social. Es necesario atravesarlos y además alterarlos cuando sea preciso. (…) Por lo demás, el problema de una forma emblemática del ser Iglesia, en el espacio geográfico y político, social y cultural de la multitud contemporánea, llega hasta nosotros sin resolverse. El problema es serio y todavía no hay soluciones maduras: desde la arquitectura del edificio-iglesia (subestimada y sin embargo crucial) hasta la redefinición teológica y pastoral del concepto de comunidad local. En un contexto totalmente fluidificado, como el nuestro, al interior del cual el coágulo territorial es a menudo homólogo con el conjunto de escombros de una parte de la masa que fue expulsada de la linfa de sus escurrimientos y sus circulaciones vitales (la “periferia” de la gran “ciudad”, en sentido material y simbólico), la diferenciación cultural y pastoral de la acción de la Iglesia debe ser debidamente diseñada, con una consciente aplicación de las características y el compromiso de las propias instalaciones.

*Teólogo (miembro de la Comisión Teológica Internacional), presidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II. Cuando dio esta conferencia era presidente de la Facultad Teológica del Norte de Italia (sede Milán).

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REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y CULTURA CRISTIANA de la pontificia universidad católica de chile

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