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Diario Financiero - VIERNES 14 DE DICIEMBRE DE 2018
HUMANITAS Número 89 de Revista Humanitas
Nuevos santos para la Iglesia
EDITORIAL Nos complace anunciar que el número de diciembre estará en librerías la próxima semana. Dejamos acá como adelanto, el editorial escrito por el director de la revista, Eduardo Valenzuela, Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile; y el sumario con el contenido de los principales artículos.
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HUMANITAS 89 La canonización de siete nuevos santos –testigos del Pueblo de Dios– es el motivo central de este número de Humanitas. Las entronizaciones más resonantes han sido las del Papa Pablo VI (1963-1978) y el obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero (1917-1980). Pablo VI cruzó muchos umbrales que nadie se había atrevido a traspasar: dejó de usar la corona pontifical, la tiara que se utilizaba desde el siglo VIII y como dice Jean Guitton, prefirió el Yo del apóstol Pablo al majestuoso Nos que usaron siempre los papas, en la búsqueda de la sencillez que es característica del mundo en que vivimos. Fue el Papa que, aunque no convocó, condujo el Concilio y lo llevó a buen término, “era aquel en quien se pensaba, aunque no se le nombrara casi, aquel a quien todas las mañanas se miraba en espíritu, como el campesino interroga al cielo para saber de dónde soplará el viento” dice Jean Guitton en sus libros de recuerdos. Se esperaba un Concilio arduo y discutido, pero que sorprendió a todos por su conciliación y unanimidad, en gran medida gracias a la capacidad de Pablo VI de “situarse siempre por encima de las divergencias”. Pablo VI tuvo, no obstante, su cruce de caminos con la encíclica Humanae vitae que ha sido vista hasta hoy con mucha reserva. En una Iglesia todavía casi enteramente europea, el catolicismo latinoamericano le debe su viaje a Bogotá para inaugurar la segunda Conferencia Episcopal de Medellín en 1968. La Iglesia lo recuerda por abrir camino en materia de sinodalidad y ecumenismo. Y el mundo aprecia sobre todo su llamado a la paz mundial que resonó en algunos de los momentos más álgidos de la Guerra Fría y de la posibilidad de una hecatombe nuclear, y por ser uno de los primeros líderes mundiales en llamar la atención sobre los problemas del hambre y la miseria en el Tercer Mundo. Una fe firme y robusta le hará decir en su testamento “ahora que la jornada avanza a su ocaso, y en este estupendo y dramático escenario temporal y terreno todo se acaba y disuelve, ¿cómo darte gracias, oh Señor, después del don de la vida natural, por el don, incluso superior, de la fe y la gracia, en el que al final únicamente se refugia mi ser superviviente?”. Entre los siete nuevos santos, Óscar Arnulfo Romero es el único que conoció el martirio, que en la antigua tradición de la Iglesia Cristiana era la prenda por excelencia de la santidad, la del que ofrenda su vida por amor a Cristo Jesús resucitado. La Iglesia se ha construido con la sangre de sus mártires, testigos autorizados de la fe. ¿De qué manera más excelente se puede probar la fe que decimos tener? Según el apóstol Santiago, existen dos maneras de hacerlo: entregando
todos los bienes a los pobres según se lee en la parábola del joven rico y ofrendando la propia vida por amor a Cristo. Los mártires nos interrogan de este modo tan particular, ¿llegaríamos nosotros hasta ese extremo?, pero también nos ayudan a creer, porque ellos han creído hasta ese extremo al que muchos no podríamos llegar. Romero nos recuerda la radicalidad del compromiso cristiano, sobre todo la parresía de la fe, la audacia de proclamar la verdad del evangelio en condiciones adversas, cuando esta es abiertamente inconveniente, y coloca la propia vida en peligro de muerte. Esta audacia es tanto mayor y tanto más necesaria cuando esa verdad evangélica incomoda a los que tienen el poder de hacerse valer por la fuerza. Romero ha sido el primer obispo latinoamericano martirizado, pero pertenece a una larga tradición episcopal en nuestro continente conformada por obispos que han bregado por la paz y defendido con ahínco a los perseguidos y expoliados de su época. Nazaria Ignacia de Santa Teresa de Jesús y María Caterina Kasper son fundadoras de órdenes religiosas dedicadas al servicio y la evangelización. Nazaria fundó la Congregación de las Misioneras Cruzadas con sede en Oruro donde desplegó lo principal de su actividad religiosa dedicada a la evangelización de pobres, al igual que la monja alemana María Caterina Kasper quien fundó las Siervas Pobres de Jesucristo. Vincenzo Romano representa, por su parte, la santidad del sacerdote diocesano dedicado al servicio de su parroquia en la huella del santo cura de Ars, mientras que Francesco Spinelli propaga el culto eucarístico a través de la adoración del Santísimo Sacramento y se encuentra de la mano de Santa Caterina Comensoli en la fundación de hermanas sacramentinas y adoratrices. Nunzio Sulprizio es un caso extraordinario de perseverancia en la fe de quien ha padecido el abandono y la enfermedad que le quita la vida antes de cumplir los veinte años. Ha sido comparado con san Luis Gonzaga, joven sacerdote jesuita que renuncia a sus títulos nobiliarios y muere asistiendo a los incurables de peste en la Italia del mil seiscientos, o con Pier Giorgio Frassati, igualmente proveniente de una familia acomodada y muerto prematuramente, héroe de la juventud católica militante en los comienzos del siglo pasado. Pero Gonzaga y Frassati conocieron la santidad presbiteral y laical, mientras que Sulprizio no tuvo nunca una actividad eclesial relevante. Sulprizio representa la santidad de la vida cotidiana y del fiel común y corriente que gusta tanto a Francisco, quien empujó personalmente su causa en la víspera de la asamblea sinodal dedicada justamente a los jóvenes de hoy. Eduardo Valenzuela Carvallo
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