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DIARIO FINANCIERO - VIERNES 1 DE FEBRERO DE 2019
HUMANITAS
Pablo VI, barquero de la modernidad POR CLAUDIO ROLLE
La canonización de Pablo VI el pasado 14 de octubre fue un acontecimiento eclesial de primera importancia. Compartimos en esta sección un extracto del artículo de Claudio Rolle, historiador y académico UC, publicado en Humanitas n°89. Para leer el texto completo con sus respectivas referencias, puede dirigirse también a www.humanitas.cl. “El espectáculo que en esta memorable hora se ofrece ante nuestros ojos es tan solemne, tan magnífico y tan expresivo que no puede por menos que impresionar a nuestra alma, y pide silencio mejor que palabras: una tácita meditación en vez de un discurso”. Con estas palabras comenzaba su homilía –y su pontificado– Giovanni Battista Montini el domingo 30 de junio de 1963, con el Solemne Rito de Coronación como Papa Pablo VI. Había ya en estas frases y en el lugar del rito un sello innovador que se haría distintivo del nuevo pontífice: su vocación de comunicador, de creador de vínculos y de aperturas en un tiempo de renovación para la larga historia de la Iglesia, inspirando su acción en la fidelidad a su lema episcopal In nomine Domine. La ceremonia de coronación del Papa Pablo VI tuvo un carácter liminar, pues se utilizaron por última vez algunos ornamentos como la tiara, símbolo de soberanía, y fue la primera ocasión en que este acto solemne se realizó en la Plaza de San Pedro, fuera de la basílica vaticana, inaugurando una práctica que sus sucesores confirmarían haciendo de este espacio el símbolo de una sede episcopal que abre los brazos a todo el mundo*. La referencia al “silencio mejor que palabras: una tácita meditación en vez de un discurso”, indica un rasgo central en la figura de un Pontífice de meditación y de acción, que debió atravesar aguas muy difíciles y enfrentar los vientos a veces huraca-
nados de los complejos años sesenta y setenta del siglo XX, conduciendo la barca de Pedro, según la clásica imagen de la Iglesia*. Esto porque Pablo VI no fue un Papa silente, no fue un pontífice volcado al interior de la Iglesia Católica, sino, por el contrario, actuó como un barquero que trasborda, que pone en contacto las orillas, que buscó llevar a Cristo y el Evangelio a los desafíos más acuciantes de la modernidad para construir una nueva civilización fundada en el amor. He querido comenzar este breve recorrido por parte de la historia del pontificado del nuevo Papa canonizado, que alcanza en los altares a su predecesor -Juan XXIII- y a su sucesor en la conducción de la Iglesia, Juan Pablo II*, poniendo atención a sus palabras en el inicio de su acción como siervo de los siervos de Dios. Pese a la reflexión sobre el silencio y la meditación, que sería lo que el nuevo Papa desearía, Pablo VI establece de inmediato con claridad la responsabilidad que el cargo impone e, implícitamente, las circunstancias históricas demandan: “Pero es nuestro deber hablar como si en realidad el clementísimo Señor deseara públicamente mostrar su misericordia y su bondad hacia nosotros, por lo que elevamos nuestro agradecimiento junto con el respeto y la fe de las personas y de los pueblos”. Daba así también particular proyección al lema episcopal que honrará en sus más de 15 años como obispo de Roma, llevando su palabra y su presencia al mundo, iniciando una práctica que revolucionará el modo de ejercer la actividad de cada sumo pontífice, quienes usarán los medios técnicos modernos para las comunicaciones como complemento de la actividad evangelizadora, emprendiendo viajes que los convierten en peregrinos y pastores universales atentos a tomar contacto con los fieles de todo el mundo. En este sentido, Pablo VI muestra desde el inicio de su pontificado una disposición a moverse a encontrar al Pueblo de Dios, a reconocer en todos los seres humanos el rostro de Cristo, convirtiéndose en el primer pontífice
* Texto completo y referencias en www.humanitas.cl
que viaja en avión para visitar todos los continentes, con disposición de servicio y anuncio del evangelio. Hombre sistemático y organizado, no dado a las improvisaciones o a los impulsos, enuncia ya en esta homilía inicial el cómo entiende su misión y servicio: Justamente porque hemos sido elevados a la cumbre de la Iglesia militante, nos sentimos al mismo tiempo colocados en el más bajo puesto como siervo de los siervos de Dios. La autoridad y la responsabilidad aparecen así maravillosamente conectadas; la dignidad, con la humildad; el derecho, con el deber; el poder, con el amor. Giovanni Battista Montini se convertía en Papa en un momento particular, pues estaba en curso el Concilio Ecuménico Vaticano II que seis meses antes de su elección había iniciado un período de intervalo entre sesiones conciliares. Monseñor Montini había sido desde muy temprano un sostenedor del Concilio, siendo la primera voz que manifestó apoyo y claro entusiasmo por el anuncio que Juan XXIII hiciese el 25 de enero de 1959 en contraste con la desatención de L’Osservatore Romano frente a la gran noticia dada por el Papa. Monseñor Montini compartía la preocupación de Juan XXIII por la necesidad de atender los desafíos pastorales que el mundo contemporáneo planteaba a la Iglesia en su vida estructural y apostólica*. Como arzobispo de Milán, la mayor diócesis de la Iglesia, desde 1954 había desarrollado una intensa actividad de renovación de iniciativas pastorales y de la vida parroquial intuyendo lo que el Papa Juan XXIII llamaría aggiornamento de la Iglesia*. Con amplia experiencia en la administración de la acción de asistencia y servicio de la Iglesia, especialmente desarrollada en los años de la Segunda Guerra Mundial y en la inmediata posguerra, monseñor Montini era una figura reconocida en el episcopado italiano. Fue llamativo el hecho de que Pío XII, con quien Montini trabajó estrechamente por muchos años en la Secretaría
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El primer tercio del pontificado de Pablo VI fue de propuestas y reformas significativas, llevadas adelante por el Papa y el Concilio, con un enorme esfuerzo de Pablo VI por ser un fiel intérprete y traductor del trabajo del Vaticano II. En este período, el Papa percibe con claridad una Iglesia en busca de sí misma que cambia a la luz de los años del Concilio.
de Estado vaticana, no lo hubiese creado cardenal como era costumbre para la sede episcopal de Milán. Debía esperar a la elección de Juan XXIII para alcanzar el cardenalato. Apenas elegido Papa, Roncalli puso en primer lugar de la lista de nuevos cardenales en su primer consistorio a Montini, e incluso le comunicó su decisión el día de su coronación*. Ya como cardenal, Montini sostuvo el Concilio con decisión y convicción, con la conciencia de que se estaba iniciando una nueva etapa en la vida de la Iglesia. La elección del Papa luego de la muerte de Juan XXIII podía parecer en cierto modo simplificada, dadas las manifestaciones de aprecio que el Papa Roncalli había tenido con el arzobispo de Milán. Sin embargo, el escenario era más complejo justamente porque estaba en curso el Concilio, al interior del cual se confrontaban posiciones diversas acerca de la naturaleza y magnitud de los cambios que el aggiornamento de la Iglesia requería. Tratándose de un Concilio Ecuménico, con representaciones consistentes de las Iglesias de todo el mundo y con una explícita orientación hacia el desarrollo de un espíritu de ecumenismo al buscar el acercamiento con las Iglesias separadas, las sensibilidades de los padres conciliares eran variadas y amplias, y no coincidían con las orientaciones que predominaban en el Colegio Cardenalicio, en el que había una significativa repre-
“Reanudaremos con la mayor reverencia la obra de nuestros predecesores, defenderemos a la Santa Iglesia de los errores doctrinales y de costumbres que dentro y fuera de sus fronteras están amenazando su integridad y ensombreciendo su belleza.” Pablo VI, 30 de junio, 1963. sentación de cardenales curiales que eran, predominantemente, más tradicionales y en cierto modo escépticos de las orientaciones que había tomado el Concilio*. El día 21 de junio de 1963, a la quinta votación del Cónclave el cardenal Montini fue elegido Papa, tomando como nombre el de Pablo por devoción al “Apóstol de las Gentes”. En su homilía de coronación, Pablo VI se refiere a la imagen que tiene de la figura y misión del romano pontífice: No olvidemos la admonición de Cristo, de quien somos ahora Vicario: “Que el más grande entre vosotros sea el más pequeño y que el jefe se convierta en siervo”. Consiguientemente tenemos conciencia en este momento de asumir una sagrada, solemne y grave misión: la de continuar y extender sobre la Tierra la misión de Cristo.
Establecía así uno de los principios rectores de su pontificado, que están presentes desde su primera encíclica Ecclesiam suam del 6 de agosto de 1964 hasta su último gran documento, la exhortación apostólica Envangelii nuntiandi del 8 de diciembre de 1975, vinculando implícitamente su nombre como Papa a la tarea de evangelizar el mundo moderno. Con clara conciencia del enorme proceso que se había puesto en marcha poco más de nueve meses antes con la primera sesión del Concilio y las iniciales discusiones, tomas de posición, propuestas y orientaciones de la reunión de los padres conciliares en Roma, Pablo VI propone desde el inicio una definida orientación de sus acciones y preocupaciones como obispo de Roma. Su propuesta “programática” es clara:
Reanudaremos con la mayor reverencia la obra de nuestros predecesores, defenderemos a la Santa Iglesia de los errores doctrinales y de costumbres que dentro y fuera de sus fronteras están amenazando su integridad y ensombreciendo su belleza. Procuraremos preservar e incrementar la virtud pastoral de la Iglesia, que se presenta, libre y pura, en su propia actitud como Madre y Maestra, amante de sus hijos, respetuosa y paciente, pero invitando cordialmente a unirse a ella a todos aquellos que no están todavía en su seno. Estas frases del inicio de su pontificado marcaron toda su extensión, anunciando en cierto modo los aspectos que más dificultades y dolores le traerían a Pablo VI en sus 15 años como sucesor de Pedro, en los que se esforzó por atender a todas las sensibilidades, por buscar los encuentros, por promover la paz, fundando esa tarea en el anuncio del Evangelio y la difusión de la doctrina de Cristo. Con valor, coherencia,
humildad y caridad, Pablo VI honró este propósito enunciado al iniciar su misión como Papa y que desarrollaría de modo más sistemático poco más de un año más tarde con Ecclesiam suam. Era, sin embargo, la continuidad del Concilio el gran reto y desafío para el nuevo pontífice y para la Iglesia entera. Por eso en la ocasión solemne en que desea el silencio de la meditación, Pablo VI es claro al subrayar: Reanudaremos, como ya hemos anunciado, el Concilio Ecuménico, y pedimos a Dios que este magno acontecimiento confirme la fe en la Iglesia, vitalice sus energías morales, la fortalezca y la adapte mejor a las exigencias de nuestro tiempo. Y así se ofrezca a los hermanos cristianos separados de su perfecta unidad, de una manera que haga posible su reintegración en el Cuerpo Místico de la única Iglesia Católica en la verdad y la caridad, fácil y jubilosamente.
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REVISTA DE ANTROPOLOGÍA Y CULTURA CRISTIANA DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
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