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Diario Financiero - VIERNES 22 DE MARZO DE 2019
HUMANITAS Invención y descubrimiento en ciencia y música
Por Francisco Claro Huneeus Doctor en física, académico de la Facultad de Física de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
En esta conferencia dictada en la Universidad de Oxford, el autor se pregunta si existe una relación entre una melodía musical y los teoremas matemáticos o las teorías físicas. Desde la perspectiva del descubrimiento y la invención, muestra como tanto la ciencia como la música constituyen lenguajes que se despliegan en ámbitos bien definidos y específicos, sujetos a restricciones propias de cada uno. Mientras la ciencia se encuentra sujeta a la lógica y al comportamiento de la naturaleza, la música está sujeta al dictado de la belleza. Sin embargo, la amplitud de posibilidades en la creación musical otorga a esta una libertad que la ciencia no parece ofrecer. El artículo, con sus correspondientes notas, puede leerse completo en Humanitas n°89 y en www.humanitas.cl. *** A menudo se dice que la ciencia y la música tienen algo en común, particularmente aludiendo al estilo y repertorio de Juan Sebastián Bach. Pero, ¿qué es ese “algo”, precisamente? Por supuesto, la música es mediada por el sonido, un fenómeno físico que atañe a la ciencia. Se origina en algún material que vibra y luego se transmite por el aire para remecer esa extraordinariamente sensible membrana que protege el oído medio y que llamamos tímpano, siendo eventualmente procesado por el cerebro, situaciones que la física, la biofísica y la neurociencia abordan en propiedad*. Pero no es ese el tipo de relación entre ciencia y música la que más nos interesa, ya que solo se refiere al soporte material del sonido, no al contenido que este transmite a través del discurso musical, que excita nuestro intelecto y mueve nuestras emociones. Menos explorada es la vinculación
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entre los procesos creativos que tienen lugar en la composición musical y en la investigación científica. ¿Están ellos relacionados? La frase atribuida a Gottfried Leibniz “la música es el ejercicio aritmético oculto de un alma inconsciente que está calculando” parece avalar esta asociación. Relaciona la habilidad de calcular con la experiencia artística de componer o escuchar música. A un nivel básico de análisis existe un ritmo y un pulso en la música, que encierran una cierta forma de contar cuando el sonido fluye de compás en compás. El contenido estético o emocional de este mero contar es en gran parte de la literatura musical escaso, ya que no hay significado de por sí para la secuencia de pulsos, y se podría acompañar igualmente la melodía contando “uno, dos, tres” o diciendo “a, b, c” o meramente golpeando una mesa. El director de orquesta no gesticula dando sentido numérico a los intervalos de tiempo que marca con la batuta, solamente lleva el compás para asegurar la acentuación natural de la partitura y la coordinación temporal entre los miembros de la orquesta, formando así el esqueleto sonoro de la pieza que se ejecuta. El contenido musical mismo lo apreciamos más bien en otras dimensiones, como la expresión de su rostro, los gestos corporales, el a veces sutil movimiento de sus manos y dedos más allá de la batuta. Si bien es cierto que hay ritmos de gran complejidad y expresividad en partituras como las de Igor Stravinsky, el pulso en la mayor parte de la literatura música no suele encerrar más contenido matemático que el latir de un corazón. Conexiones estructurales con simetrías de la naturaleza se encuentran explícitas en unos cuantos casos. Un ejemplo es el segundo canon de la Ofrenda Musical de Juan Sebastián Bach, a veces llamado Canon del Cangrejo. Esta pieza consta de dos voces, una de las cuales es la inversión temporal de la otra, es decir, partiendo de la última nota de la otra voz, avanza hasta terminar en la primera. La
operación se llama simetría bajo inversión temporal, importante en la física del siglo veinte. Otro ejemplo es una singular obra que se atribuye a Mozart, que contiene solo un pentagrama –una voz– dividido en setenta y seis compases*. La partitura se pone sobre una mesa entre dos intérpretes ubicados uno frente al otro. Mientras el primero ejecuta la obra en un sentido, el segundo lo hace simultáneamente en el sentido inverso, formando una sonoridad de dueto. Por la inversión de perspectiva, cuando para un intérprete un intervalo es ascendente, para el otro es descendente. La partitura es (imperfectamente) simétrica bajo las operaciones de reflexión respecto a una línea vertical que pasa por su centro –entre los compases 38 y 39– e inversión respecto de una línea horizontal, más algunas trasposiciones de origen seguramente estético. Ambos intentos, el de Bach y el de Mozart, ilustran dos épocas y dos temperamentos, el primero austero y riguroso, mientras el segundo, posterior, se revela menos paciente, más libre y juguetón. El desafío que plantea componer una obra sujeta a alguna simetría voluntariamente
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