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Diario Financiero - VIERNES 24 DE MARZO DE 2017
humanitas
Musulmanes en Minsk, una historia de integración Por Andrei Strocev*
Hoy Europa tiene miedo a la fe islámica de los inmigrantes porque la considera una especie de caballo de Troya, capaz de introducir un factor destructivo de las otras culturas. Muchos mantienen como innato el vínculo entre islam y violencia y a partir de este punto de vista se han ofrecido muchas respuestas distintas. Un ejemplo es el antropólogo francés René Girard, conocido por sus trabajos bore el sacrificio y lo sagrado, que consideraba que el islam constituía un retorno al pensamiento mítico, del que la tradición bíblica se había liberado después de muchos siglos. Por pensamiento mítico entendía la fe en la eficacia del sacrificio, en su necesidad. En el pensamiento de Girard, los profetas judíos critican los sacrificios cruentos, el cristianismo los abole totalmente, pero el islam vuelve atrás, de ahí su actitud contradictoria con respecto a la violencia. Un discípulo de Girard, el teólogo católico americano William Cavanaugh, planteó la hipótesis de que el problema no era en absoluto el islam sino el hecho de que la ideología de la época moderna había creado el mito de una violencia particular de tipo religioso. Según el mito, este tipo de violencia es incomparablemente más peligrosa que cualquier otra, porque es irracional y no se contenta con ningún resultado. Mientras que la violencia racional por parte del estado secular nos salva de esta fuerza descontrolada. Además, si durante siglos el papel de “chivo expiatorio” lo tuvo el cristianismo, en el siglo
XXI este papel lo asumió sin duda el islam. La tierra bielorrusa, que ha conocido grandes tensiones entre pueblos y culturas distintas, siendo por antonomasia una tierra “de paso”, también ha acogido en su seno a una comunidad islámica. Este hecho se ha insertado de manera estable en el panorama nacional y por eso no ha llamado la atención que el pasado 11 de noviembre se inaugurara en Minsk, en el centro de la ciudad, una gran mezquita con capacidad para más de mil personas. El presidente turco Erdogan estuvo allí porque han sido precisamente los fieles turcos los que han financiado la construcción. Durante el encuentro, Lukašenko recibió de manos de sus invitados el Corán, lo besó y luego, durante la oración, se puso de rodillas junto a los demás. En internet este gesto ha suscitado muchos debates. Hay quien se ha quedado perplejo y quien bromea comentando que el presidente, que una vez se definió como “ateo ortodoxo” ahora se ha convertido en “ateo musulmán”. En cualquier caso, casi nadie ha cuestionado el hecho de que se haya construido una mezquita en Minsk. En otras ciudades europeas este tema no deja de suscitar reacciones. Por ejemplo, en Milán el proyecto de construir una gran mezquita ha generado infinidad de críticas y se ha pedido la aprobación de leyes restrictivas, pero en Minsk no se ha generado protesta alguna. De hecho, los habitantes saben muy bien que no se trata de un edificio completamente nuevo sino simplemente de la réplica más grande de la vieja mezquita construida en piedra en aquella zona de la ciudad en 1902 y demolida en 1972. Y sabe que aún antes en el mismo lugar se erigía una mezquita de madera desde finales del siglo XVI. ¿Pero quién la construyó? ¿Y quién la visitó durante casi cuatrocientos años? El pueblo de
los tártaros lituanos o bielorrusos, también llamados “lipki”. Ahora en Lituania, Bielorrusia y Polonia viven cerca de veinte mil personas descendientes de aquel pueblo, con una historia que ya supera los 600 años. A finales del siglo XIV, el gran ducado de Lituania, del que formaban parte los territorios de la actual Lituania y Bielorrusia, limitaba con la Horda de Oro. Muchos tártaros cayeron prisioneros durante las campañas militares. Pero cuando en la Horda de Oro estallaron luchas internas entre los khan Tamerlano y Tokhtamysh, se
Ayudar a los migrantes en su casa, ¿pero cómo? Desde hace doce años la Fundación de la Subsidiariedad publica la revista Atlántida, donde aborda temas de actualidad con una mirada abierta a las dimensiones del mundo entero. Les mueve una pasión y una curiosidad por la realidad y por todos los aspectos de lo humano, con el deseo de dar voz a la multiplicidad de culturas. Por eso el eslogan de la revista es “un mundo que hace hablar a otros mundos”. En los últimos tiempos, han acentuado esta apertura de miras con una serie de números especiales dedicados a temas como la libertad religiosa -un bien universal amenazado en muchas partes del mundo-, las migraciones -turbador testimonio del cambio de época que estamos atravesando-, y la cooperación al desarrollo, un tema íntimamente conectado con el de las migraciones, aunque no
se puede abordar desde una perspectiva que se agote en sí misma. Profesores universitarios, analistas, representantes de instituciones, responsables de ONG, voluntarios implicados sobre el terreno orecen análisis de fondo de carácter internacional y narran experiencias vivas en África, Oriente Medio y América Latina. “Ayudémosles en casa” es un eslogan ampliamente repetido en muchas partes a propósito de este problema. Un eslogan que se puede usar como pretexto para no tener que afrontar la dramática actualidad de los flujos migratorios o evadir el deber de una acogida generosa y responsable a la vez, o bien como una indicación de método que invita a tener una mirada abierta, un enfoque amplio a la hora de afrontar los desplazamientos de millones de personas que salen de sus países
de origen e intervenir con más eficacia en los desequilibrios entre el norte y el sur del planeta. El debate sobre la eficacia de las ayudas, que no solo va ligada a su dimensión cuantitativa, se remonta a siglos atrás y vuelve a tomar actualidad comprensiblemente en tiempos de crisis económica. Hay tres críticas de fondo. La primera va unida al hecho de que a menudo las intervenciones sirven para resolver problemas específicos pero no hacen crecer al país receptor: es la llamada paradoja micro/macro. La segunda denuncia el riesgo de crear una dependencia endémica: cuando terminan las ayudas del proyecto, todo se queda parado. La tercera crítica apunta que la diseminación de las ayudas no contribuye a la formación de un sistema institucional local más eficiente en los países destinatarios, sobre todo a