DF: Zygmunt Bauman, profética "voz en el desierto"

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Diario Financiero - VIERNES 26 DE MAYO DE 2017

humanitas

Zygmunt Bauman, profética “voz en el desierto” Redacción revista HUMANITAS * El 9 de enero de 2017 falleció Zygmunt Bauman, uno de los más notables intérpretes de la así llamada “posmodernidad”. Algunas voces autorizadas lo han denominado como un “no creyente, pensante”, e incluso un “padre de la cultura contemporánea”. El adjetivo que lo hizo mundialmente célebre, por referencia al contexto social, es el de “líquido”. Bauman no se cansaba de repetirlo: “la vida líquida es precaria, se vive en condiciones de continua incertidumbre”. Proponía partir de nuevo desde el “principio de la esperanza” y desde la reconstrucción de un ahora en el que fuese posible encontrarse, promover estilos de vida sobria, invertir en política ambiental. Mirando al hombre de nuestro tiempo, distinguía dos prototipos sobre los cuales fundar una vida: aquel del turista ansioso de consumir experiencias sin conocer el sentido, y aquel del peregrino que se pone en camino para lograr su meta.

Pincelada biográfica Nacido en Poznań, Polonia, el 19 de noviembre de 1925; de origen hebreo, en 1939 se refugia en la URSS y se enrola en el ejército soviético contra la invasión nazi de su patria polaca. Terminada la guerra estudia sociología en la Universidad de Varsovia. De 1944 a 1953 Bauman asume como oficial del ejército polaco, dependiente del soviético. En 1946 se hace miembro del Partido comunista. De 1953 a 1968 enseña sociología y filosofía marxista, siendo tributario de Gramsci. En 1968, a consecuencia de la corriente antisemita del régimen comunista, que le priva de su cátedra, se traslada a Israel con su mujer y tres hijos. En Tel Aviv se indispone con el sionismo de su padre. Desde 1971 se instala en Leeds, una pequeña ciudad inglesa a 300 km al norte de Londres, donde consigue una casa y una cátedra. Es a partir de allí que su pensamiento echa raíces y se recogen los frutos de su obra, que ha hecho debatir a Occidente por medio siglo.

Liquidez, velocidad y crisis de identidad La expresión “líquido” viene en Bauman a contrastar la actual sociedad con aquella de la cultura europea premoderna. En esta última, predominaba una percepción lenta del tiempo y una noción estable del espacio: El tiempo transcurre sin frenesí y la población es estable geográficamente, vinculada a la tierra. Una situación que se hace así propicia a la transmisión del saber de padre a hijo, de abuelo a nieto, creando una tradición inalterada que se enriquece a través de los siglos. Dicha situación sufre un cambio progresivo

con los descubrimientos y las innovaciones que se suceden ininterrumpidamente en el curso de un siglo, de forma siempre más acelerada, provocando grandes mutaciones tecnológicas, políticas y culturales. El resultado más tangible, como lo indica Bauman en su libro Vida Líquida, es que lo durable se transforma en transitorio, y viceversa, habitamos la transitoriedad. En efecto, es hoy tal la aceleración de la vida en todos los niveles que “la situación en la cual actúan los hombres, se modifica antes que su modo de actuar llegue a transformarse en hábitos y procedimientos” (VL). En tal situación, es difícil que se llegue a arraigar una tradición y un estilo de vida, pues se vive en un estado líquido y no sólido: “Moverse tiene como único fin el permanecer en movimiento” (VL). Predomina la velocidad por sobre la duración, la experiencia inmediata por encima de la planificación a largo plazo. El tiempo es visto como pequeñas unidades independientes, aquello que Bauman llama una “percepción temporal puntual”, la que se cruza con una percepción globalizada del espacio. La continuidad histórica entre presente, pasado y futuro se pierde, en tanto se privilegia la experiencia de pequeñas unidades de tiempo a cada instante, aisladas unas de las otras. La expectativa de vivir el presente en estas pequeñas unidades de tiempo, que se suceden al infinito, sustituyen el lugar de la eternidad: “Gracias al número infinito de experiencias terrenas que se espera poder tener, no se siente la ausencia de la eternidad: así, su pérdida puede pasar desapercibida sin dificultad” (VL). Por ello no sorprende que en esta situación una noción como la de vida eterna se desvanezca del imaginario social y de la experiencia cotidiana del ciudadano. En efecto, hoy la formulación de una pregunta fuerte sobre el futuro ultraterreno, se relega habitualmente a la categoría de la curiosidad; es habitual encontrar estados de desencanto relativos al futuro y a sí mismo, y la razón más evidente es que las fuentes de seguridad que tradicionalmente asistían a los ciudadanos (como la fe religiosa, la estabilidad en la familia, el amor a la propia tierra) se han “licuado”. Se abre así la crisis de identidad del “hombre líquido”, pues es difícil construir una identidad sin estabilidad y sin continuidad. El resultado es paradojal: se vive el tiempo del mundo globalizado, percibido según el paradigma de la “percepción temporal puntual”, en un contexto social donde apremia el miedo, el individualismo y el consumismo. Según Bauman, cunde hoy entre el ciudadano contemporáneo, una sensación de miedo, inseguridad y ansia; la realidad social aparece como muy compleja para ser comprendida, produciendo confusión y una sensación de inestabilidad. Al temor a lo desconocido se le agrega el temor a lo inestable. El sistema produce incerteza e inseguridad (VL).


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