DF: "Cántico a Fray Andresito"

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Diario Financiero - VIERNES 17 DE FEBRERO DE 2017

humanitas

Cántico a Fray Andresito habituado, pues en Fuerteventura también había tenido contacto con ellos. Aprendió ya a amar la pobreza y saberse necesitado, de la mano de los franciscanos, en su terruño, anticipándose al verso que escribiría el “donado García” (que era como firmaba sus cartas y versos) en Chile:

Por Magdalena Palacios Bianchi*

Su nombre real: Andrés García Acosta. Se le conoce como “Fray Andresito” (1800-1853). Lo llaman en diminutivo, trasparentando que derramaba inocencia, que conservaba todas aquellas virtudes que admiramos de los niños. Andresito: un apodo y hombre pequeño, que pareciera haber pedido permiso para existir. Incluso hoy hay quienes lo confunden con el fraile peruano San Martín de Porres, el “santo de la escoba”; sin embargo, la historia de Fray Andresito tiene colores distintos, toma de la misma fuente de la Belleza, pero de manera única. Su vida comenzó el día el 10 de enero del año 1800 en la isla de Fuerteventura, perteneciente al archipiélago de las Islas Canarias, en España. Hijo de Gabriel García y Agustina de Acosta, fue bautizado como Andrés Antonio María de los Dolores, niño de ojos oscuros, profundos y cabello moreno. Una fisonomía que poco dejaba ver acerca de su tarea en este mundo. Su tierra era notablemente árida: la escasez de agua era un tema constante. Cuando Andrés estuvo en la edad de ayudar con las responsabilidades familiares, le encomendaron la misión de ser pastor de cabras. Y como si fuese una labor especialmente querida por Dios, él ocupaba los viajes buscando agua y pasto para sus animales, rezando y apacentando su ganado al son de cánticos a la Santísima Virgen. Cuando ya se apagaba el día, disfrutaba enseñando la doctrina católica a los niños de la isla. Su rutina era apacible. Había nacido ahí y eso le bastaba porque tenía a Dios. Era, como habría dicho Shakespeare, un rey de espacio infinito: Podría estar encerrado en una cáscara de nuez y sentirme rey de un espacio infinito. (Hamlet, William Shakespeare) Un hombre ínsula que estaba destinado a ser puente entre islas y continentes, entre pobres y ricos. Seguro podía hasta parecer un monarca prodigioso con su bastón para guiar cabras, palo especial de entre 2,5 a 4 metros que se usa en Fuerteventura hasta el día de hoy para sortear terrenos escarpados, poder escalar y así practicar lo que llaman “el salto del pastor”, brinco que por momentos parece hacer “volar” a sus usuarios. Murieron sus padres, se casaron hermanos y en la isla las cosas no andaban nada bien: había sequía, mucha hambre, poca comida y escasez de trabajo. La política migratoria promovida por *Profesora de Literatura en Universidad de los Andes.

Buen ejemplo nos ha dado/el que no cabe en el cielo que se ha humillado hasta el suelo/ de pastores celebrado.

las repúblicas de América y España seguramente motivaron a Andrés a poner sus ojos en el nuevo continente. Partió de Fuerteventura a mediados de 1832 junto a uno de sus hermanos, Eugenio. El viaje en barco fue tortuoso: las tempestades y encontrones con marineros absolutamente embrutecidos fueron la tónica. Pese a los malos ratos, Andrés García llegó al puerto de Montevideo, Uruguay, el 11 de diciembre de 1832 en la goleta Flor del Río. Por esos tiempos había sido elegido primer presidente constitucional de la nueva república el General Fructuoso Rivera. Andrés ejerció como labrador y pasaba el tiempo en casa de conocidos, según escribía en una carta del 15 de mayo de 1834. Existía en Montevideo cierta presencia franciscana a la que estaba

Cuando lo nombraron hermano limosnero, su día a día era éste: se levantaba a las cuatro de la mañana para ayudar en la primera misa; comulgaba diariamente y, luego, hacía su oración de acción de gracias. A las siete de la mañana salía a pedir limosna, recorriendo las calles de Santiago.

Acercándose a esta orden fue como conoció en Montevideo al español Fr. Felipe Echenagussia OFM, quien se transformaría en su confesor, director espiritual y amigo. El que sería llamado “Fray Andresito” ingresó en 1836 al convento franciscano como laico, Hermano Donado, destinado por el Guardián Fr. Hipólito Soler a ejercer el oficio de recolector o limosnero. En la orden franciscana existen los “Donados”, que sin profesar ni hacer votos, son laicos libres de permanecer en la casa común. Se ocupan de menesteres humildes, visten el hábito y siguen las prácticas regulares de la comunidad: como los rezos en común y la obediencia a los superiores. Pese a ejercer de manera positiva su trabajo en Montevideo, Andrés fue expulsado por el Guardián del convento. Bajo este panorama tuvo que ganarse el pan como obrero de la construcción y, luego, como vendedor de objetos de piedad. Su vocación le hizo pedir su reingreso al mismo Guardián que lo había echado. Tuvo éxito, pero Dios le preparaba nuevo destino. En diciembre de 1838, cuando Andrés era portero y limosnero del convento, el Gobierno de Fructuoso Rivera declaró extinguida la Orden y decretó que dicho convento de San Francisco pasara a ser sede de una futura universidad. Fue así como Andrés volvió un tiempo a sus ocupaciones de obrero y vendedor, hasta que su confesor, Fr. Felipe, le contó que, en Chile, se había restablecido la antigua Recoleta de San Francisco, y lo invitó a dirigirse a ella, lo que Andrés aceptó acompañado de su padre espiritual. El 10 de julio de 1839 llegaron al convento de la Recoleta Franciscana de Santiago. La comunidad estaba compuesta por el Padre Guardián, que era el único sacerdote, dos seminaristas, un hermano lego y un donado. Andrés fue destinado a la cocina: lavar los platos y barrer; labores que aseguran desempeñaba con humildad, dedicación y alegría. Luego, cuando lo nombraron hermano limosnero, su día a día era éste: se levantaba a las cuatro de la mañana para ayudar en la primera misa; comulgaba diariamente y, luego, hacía su oración de acción de gracias. A las siete de la mañana salía a pedir limosna, recorriendo las calles de Santiago por los pavimentos de


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