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HUMANITAS

AÑO X

REVISTA DE ANTROPOLOGIA Y CULTURA CRISTIANA / Nº 38 / AÑO X

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JUAN PABLO II: UN PAPA «MAGNO»


HUMANITAS Revista de Antropología y Cultura Cristiana Publicación trimestral de la Pontificia Universidad Católica de Chile La revista HUMANITAS nace de la conveniencia de que la Universidad disponga para el servicio de la comunidad universitaria y de la opinión pública en general, de un órgano de pensamiento y estudio que busque reflejar las preocupaciones y enseñanzas del Magisterio Pontificio (Decreto Rectoría Nº 147/95, visto 2º). DIRECTOR Jaime Antúnez Aldunate COMITE EDITORIAL Hernán Corral Talciani Gabriel Guarda, O.S.B. René Millar Carvacho Pedro Morandé Court Ricardo Riesco Jaramillo Juan de Dios Vial Correa Juan de Dios Vial Larraín Rafael Vicuña Errázuriz SECRETARÍA DE REDACCIÓN Marta Irarrázaval Zegers María Isabel Irarrázaval Prieto CONSEJO DE CONSULTORES Y COLABORADORES Presidente Honorario: S.E.R. Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile Carl Anderson, Andrés Arteaga, Antonio Amado, Joaquín Alliende, Bernardino Bravo, Jean-Louis Bruguès O.P., Rocco Buttiglione, Raúl Bertelsen, Carlo Caffarra, Guzmán Carriquiry, Alberto Caturelli, Cesare Cavalleri, Francisco Claro, Isabel Cruz, Nicolás Cruz, Carlos Cousiño, Ricardo Couyoumdjian, Sergio Cotta, Francesco D’Agostino, Fernando Debesa, Adriano Dell’Asta, Vittorio di Girolamo, José María Eyzaguirre, Luis Fernando Figari, Juan Ignacio González, Stanislaw Grygiel, Henri Hude, José Miguel Ibáñez, Raúl Irarrázabal, Paul Johnson, Ricardo Krebs, Abelardo Lobato O.P., Nikolaus Lobkowicz, Alfonso López Quintás, Cardenal Alfonso López Trujillo, Alejandro Llano, Raúl Madrid, Julián Marías, Javier Martínez Fernández, Carlos Ignacio Massini Correas, Mauro Matthei O.S.B.,Cardenal Jorge Medina, Anneliese Meis, Augusto Merino, Dominic Milroy O.S.B., Antonio Millán Puelles, Hugo Montes, Antonio Moreno, Fernando Moreno, Michael Novak, José Miguel Oriol, Máximo Pacheco Gómez, Silvia Pellegrini, Francisco Petrillo O.M.D., Bernardino Piñera, Cardenal Paul Poupard, Héctor Riesle, Florián Rodero L.C., Enrique Rojas, Alejandro San Francisco, Romano Scalfi, Cardenal Angelo Scola, Josef Seifert, Alejandro Serani, Gisela Silva Encina, Luis Eugenio Silva, Robert Spaemann, Juana Subercaseaux, Olga Ulianova, Juan Ignacio Varas, Diego Yuuki S.J.

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Andrés Arteaga: Obispo Auxiliar de Santiago. Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica. Antonio Amado: profesor de Metafísica de la Universidad de Los Andes. Joaquín Alliende: director de la Fundación Cultural Angaro. Bernardino Bravo: profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Francisco Claro: profesor de la Facultad de Física de la Universidad Católica. Carlos Cousiño: profesor del Instituto de Sociología de la Universidad Católica. Ricardo Couyoumdjian: profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica. Isabel Cruz: profesora del Instituto de Historia de la Universidad Católica. Nicolás Cruz: jefe del departamento de Historia Universal de la Universidad Católica. Vittorio di Girólamo: profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez. Fernando Debesa: dramaturgo, Premio Nacional de Arte 1981. José María Eyzaguirre: profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Juan Ignacio González: Obispo de San Bernardo, Chile. José Miguel Ibáñez: teólogo y poeta. Raúl Irarrázabal Covarrubias: profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile. Ricardo Krebs: Premio Nacional de Historia 1982. Raúl Madrid: Secretario General de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor de la Facultad de Derecho. Mauro Matthei, O.S.B.: Sacerdote y monje benedictino. Historiador. Cardenal Jorge Medina: Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Anneliese Meis: profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Católica. Augusto Merino: cientista político, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez. Hugo Montes: Premio Nacional de Educación 1995. Antonio Moreno: Arzobispo de Concepción. Fernando Moreno: filósofo, director del programa de Ciencia Política de la Universidad Gabriela Mistral. Máximo Pacheco Gómez: Embajador de Chile ante la Santa Sede. Silvia Pellegrini: Vicerectora de Comunicaciones de la Universidad Católica. Bernardino Piñera: Arzobispo Emérito de La Serena. Héctor Riesle: Abogado. Ex embajador ante la Santa Sede y la Unesco. Alejandro San Francisco: profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica Alejandro Serani: profesor de Etica Médica y Antropología Filosófica de la Universidad de Los Andes. Gisela Silva Encina: escritora. Luis Eugenio Silva: profesor de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Olga Uliánova: doctora en Historia por la Universidad de Lomonosov, Moscú; Investigadora de la Universidad de Santiago. Juana Subercaseaux: profesora del Instituto de Música de la Universidad Católica. Juan Ignacio Varas: Prorrector de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Carl Anderson: Director del Instituto Juan Pablo II para la Familia, sede Washington. Jean-Louis Bruguès, O.P.: teólogo francés. Obispo de Angers. Rocco Buttiglione: filósofo italiano; Ministro de Estado. Carlo Caf farra: teólogo italiano; Arzobispo de Bolonia. Guzmán Carriquiry: Subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos. Alberto Caturelli: filósofo argentino. Cesare Cavalleri: Director de Studi Cattolici, Milán. Sergio Cotta: filósofo del derecho, italiano. Francesco D’Agostino: profesor de filosofía del derecho en la Universidad Tor Vergata de Roma. Presidente del Comité Nacional de Bioética en Italia. Adriano Dell’Asta: profesor de la Universidad Católica de Milán. Luis Fernando Figari: fundador y superior del Sodalicio de Vida Cristiana, Lima. Stanislaw Grygiel: filósofo polaco, profesor de la Universidad Lateranense de Roma. Henri Hude: filósofo francés. Ex rector del colegio Stanislas, París. Paul Johnson: historiador inglés. Abelardo Lobato, O.P.: Presidente de la Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino. Nikolaus Lobkowicz: Director del Instituto de Estudios de Europa del Este y Central de la Universidad de Eichstätt, Alemania. Alfonso López Quintás: filósofo español. Cardenal Alfonso López Trujillo: Presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Alejandro Llano: filósofo español, ex-Rector de la Universidad de Navarra. Julián Marías: filósofo español. Javier Martínez Fernández: Arzobispo de Granada, España. Carlos Ignacio Massini Correas: catedrático de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Dominic Milroy, O.S.B.: Monje de Ampleforth, ex-Rector de Ampleforth College, York (G.B.) Antonio Millán-Puelles: filósofo español. Michael Novak: director de estudios políticos y sociales del American Enterprise Institute, Premio Templeton 1994. José Miguel Oriol: Presidente de Editorial Encuentro, Madrid. Cardenal Paul Poupard: Presidente del Pontificio Consejo de Cultura. Francisco Petrillo, O.M.D.: Superior General de la Orden de la Madre de Dios. Florián Rodero L.C.: profesor de Teología del Ateneo Regina Apostolorum en Roma. Enrique Rojas: psiquiatra español. Romano Scalfi: Director del Centro Rusia Cristiana, Milán. Josef Seifert: Rector de la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein. Cardenal Angelo Scola: Patriarca de Venecia. Ex rector de la Universidad Lateranense Robert Spaemann: filósofo alemán. Diego Yuuki, S.J.: director del Museo de los 26 Mártires de Japón, Nagasaki.


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Humanitas Nº 38 OTOÑO 2005 - AÑO X

Editorial JUAN PABLO II: REGALO DE LA DIVINA MISERICORDIA

206

A 13 años de su publicación ACTUALIDAD DOCTRINAL DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA Cardenal Joseph Ratzinger

237

Nuestra Señora de Kazán LAS PERIPECIAS DE UN ICONO Dmitry Chafizov

253

¿OPTIMISMO? ¿PESIMISMO? ¿REALISMO? Cardenal Jorge Medina

270

En el quinto centenario de Isabel la Católica «UNA DIVINA MANERA DE GOBERNAR» Jaime Antúnez

286

CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA Y CRISTIANISMO Augusto del Noce

300

LAS RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL GOBIERNO SOCIALISTA EN ESPAÑA Ignacio Aréchaga

308

La moral católica LO QUE ESTÁ HOY EN JUEGO Jean-Louis Bruguès O.P.

322

Palabra del Papa TESTAMENTO ESPIRITUAL DE JUAN PABLO II HOMILÍA EN EL FUNERAL DEL SUMO PONTÍFICE

333 354

Libros JUAN PABLO II: MEMORIA E IDENTIDAD José Miguel Ibáñez Langlois

386

Música HEINRICH SCHÜTZ Fernando Martínez Guzmán

406

Sumario Editorial La Palabra del Papa Panorama Libros Sobre los Autores

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En orden a facilitar el contacto con nuestros lectores y eventuales suscriptores, se pueden consultar los contenidos de este y de los anteriores números de HUMANITAS en la «World Wide Web» de Internet. Dicha información se entrega por medio de resúmenes de cada uno de los trabajos publicados. Se informa asimismo, por su título, cuáles han sido los libros, películas y videos comentados.

La dirección es:

www.humanitas.cl

HUMANITAS (ISSN 07172168) recoge los trabajos de sus colaboradores regulares, nacionales y extranjeros. Asimismo, de otros autores cuya temática resulta afín con los objetivos de esta publicación. Toda reproducción total o parcial de los artículos publicados por HUMANITAS requiere de la correspondiente autorización, a excepción de comentarios o citas que se hagan de los mismos. Diseño y producción: Departamento de Diseño de la Vicerrectoría de Comunicaciones y Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Impresión: Alvimpress Suscripciones y correspondencia: HUMANITAS, Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Av. Libertador Bernardo OʼHiggins 390, 3er piso, Santiago, Chile. Teléfono (562) 686 6519, Fax (562) 635 3755, E-mail: humanitas@uc.cl Suscripción anual, $ 22.000; estudiantes, $ 16.000. Valor por ejemplar, $ 7.000.

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HUMANITAS Sumario N° 38 (abril-junio 2005)

JUAN PABLO II: REGALO DE LA DIVINA MISERICORDIA. El anuncio emocionado en la Plaza San Pedro del Secretario de Estado de Su Santidad, Cardenal Angelo Sodano, de que un ángel acababa de visitar los aposentos pontificios para decir a su siervo «entra en la casa del Señor», junto con desencadenar lágrimas y aplausos en la multitud allí congregada, hizo también tomar conciencia a millones de personas en todo el mundo, con paz, alegría, gratitud y confianza en un Dios cuya mano «no se ha acortado», que un tiempo de inmensa gracia y de misericordia había sido regalado al mundo en este cuarto de siglo, que se lleva la impronta imborrable de Juan Pablo II. A ese gran místico, que la Providencia dio la misión de inaugurar el tercer milenio de la era cristiana, se le tenía reservado desde la eternidad su día, que coincidiría con el de la fiesta de la Divina Misericordia, por él mismo instaurada hacía cuatro años. Perfecta recapitulación de lo que fue toda su vida, su pensamiento y su obra. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 206-232

ACTUALIDAD DOCTRINAL DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA por Cardenal Joseph Ratzinger. El Catecismo de la Iglesia católica, que el Papa Juan Pablo II entregó a la cristiandad el 22 de octubre de 1992 con la Constitución Apostólica Fidei Depositum (Depósito de la fe), salía al encuentro, por un lado, de un anhelo, que estaba vivo en todas las partes de la Iglesia; pero, por otro, se topó con un muro de escepticismo, más aun, de rechazo en sectores del mundo intelectual católico occidental. Después del giro epocal del Concilio Vaticano II, los instrumentos catequísticos utilizados hasta entonces parecían insuficientes y ya no a la altura de la conciencia de fe, como se había expresado en el Concilio. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 237-252

NUESTRA SEÑORA DE KAZAN. LAS PERIPECIAS DE UN ICONO por Dmitry Chafizov. Uno de los expertos que participaron en abril del año 2003 en el trabajo de peritos con el icono de la Madre de Dios, en el Vaticano, ha reconstruido sus intrincadas vicisitudes y peregrinaciones en el siglo XX entre Rusia, los Estados Unidos y Europa Occidental. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 253-269

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¿OPTIMISMO? ¿PESIMISMO? ¿REALISMO? por Cardenal Jorge Medina Estévez. Todo cristiano tiene profundos motivos para el optimismo. Principalmente, el amor de Dios, la Verdad revelada, la venida de Cristo Salvador y Redentor, la compañía y auxilio de Nuestra Madre María, la pertenencia a la Iglesia y la comunión con sus santos y mártires. Sin embargo, sería una gran ingenuidad negar la presencia terriblemente visible del mal en el mundo. Guerras, violencias, menosprecio de la dignidad de los seres humanos, corrupción, venalidad, odios, rencores, apetito insaciable de riquezas y bienestar, mentira, egoísmo desenfrenado, el erotismo y la lujuria como ingredientes de la publicidad cotidiana, etc. Todo esto constituye una realidad a la que el cristiano no debe dar la espalda, aun cuando sea dolorosa y pudiera conducir al pesimismo. Por el contrario, el realismo cristiano consiste en ver como ve Dios, en pensar como piensa Dios, en confiar en su poder sin límites, y en saber, sin sombra de dudas, que Él en definitiva triunfará y nos asociará a su triunfo, a su bienaventuranza y a su gloria. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 270-285

EN EL QUINTO CENTENARIO DE ISABEL LA CATÓLICA: «UNA DIVINA MANERA DE GOBERNAR» por Jaime Antúnez Aldunate. Hace pocos años, en el clima de celebraciones del tercer milenio adveniente, una consulta dirigida a cerca de un centenar de personalidades de la cultura de distintas nacionalidades, les pidió definir cuáles eran las mayores figuras del milenio que terminaba en los ámbitos religioso, artístico y político-social. Las respuestas señaladas para cada uno de estos campos arrojaron respectivamente tres mayorías consistentes: Francisco de Asís con igual número de preferencias que Santo Tomás de Aquino en lo religioso; Miguel Ángel Buonarotti en lo artístico; Isabel la Católica en lo político-social. El texto que se publica en este número es parte del homenaje tributado a Isabel de Castilla por el Instituto de Chile, al conmemorarse los 500 años de su muerte, ocurrida en noviembre de 1504. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 286-299

CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA Y CRISTIANISMO por Augusto del Noce. Hace 15 años fallecía en Roma el gran filósofo político italiano, Augusto Del Noce. Por su calidad académica, senador italiano, vinculado a la bancada del antiguo PDC, fue un profundo conocedor del marxismo gramsciano y un agudo previsor del proceso de secularización que afectaba crecientemente a la cultura cristiana. El presente texto, constituye una profética visión del panorama que se desarrollará en las tres décadas finales del siglo XX. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 300-307

LAS RELACIONES ENTRE LA IGLESIA Y EL GOBIERNO SOCIALISTA EN ESPAÑA por Ignacio Aréchaga. Desde la instauración de la democracia con la Constitución de 1978, España es un Estado aconfesional. Pero la sociedad era y es mayoritariamente católica, aunque el modo de vivir esté lejos de ser coherente con las creencias. El gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero ha empezado su gestión con una serie de iniciativas en materia de familia, bioética y enseñanza que han provocado una respuesta firme por parte de los obispos católicos. En el fondo, lo que está en juego es el modo de entender la laicidad del Estado y la presencia de la religión en la vida pública. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 308-321

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LA MORAL CATÓLICA. LO QUE ESTÁ HOY EN JUEGO por Jean-Louis Bruguès OP. Se han desplomado los dos fundamentos principales de las generaciones precedentes: a saber, la religión que reconoce a la Ley divina como criterio de distinción entre el bien y el mal, y la metafísica que evoca la naturaleza humana lugar de encuentro entre la conciencia personal y el orden de la realidad. El hombre moderno se siente dueño de determinar autónomamente su propio destino, y en este contexto es comprensible que el técnico sea elegido como figura emblemática de la humanidad. Sin el reconocimiento de una autoridad o de una realidad que le dé sentido a sus acciones, el hombre corre riesgo de encerrarse en una especie de narcisismo complaciente, mientras indefectiblemente la trascendencia sigue siendo su principal interrogación y necesidad. Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 322-325

LIBROS: «Memoria e Identidad», por Juan Pablo II (Planeta, 2005); «Amor a la sabiduría. Estudios de metafísica y ética en homenaje al Profesor Juan de Dios Vial Larraín (Ediciones Universidad Católica de Chile y Editorial Universitaria, 2004); «¿Quiénes somos? Los desafíos de la identidad nacional estadounidense», por Samuel Huntington (Paidós Ibérica, Barcelona); «Las grandes herejías», por Hillaire Belloc (FCF ediciones, 2004); «Fernando el Católico», por Luis Suárez (Ariel, 2004); «Mártires españoles del siglo XX», por Vicente Cárcel Orti (BAC, 1995); «La gran persecución. España 1931-1939», por Vicente Cárcel Orti (Editorial Planeta, 2000); «Cervantes. Genio y libertad», por Alfredo Alvar Ezquerra (Temas de hoy, 2004); «Recuerda que eres hombre», por Carlos Goñi Zubieta (Ediciones Rialp, 2003); «Sobre el pudor y el sentimiento de vergüenza», por Max Scheler (Sígueme, 2004); «Extravíos de mujer», por María Elena Aguirre (Ruclimen Ediciones, 2004); «Retratos del Medioevo», por Gerardo Vidal Guzmán (Editorial Universitaria, 2004); «La construcción del Estado», por Francis Fukuyama (Ediciones B, 2004); «José Antonio y la economía», por varios autores (Grafite Ediciones, 2004); «Crisis y Esperanza», por Eugenio Yáñez Rojas (Editores RIL y Universidad Adolfo Ibáñez, 2004); «La semiótica. Teorías del signo y el lenguaje de la historia», por Mauricio Beuchot (Fondo de Cultura Económica, 2004); «Nacida el 21 de diciembre», por Miguel Ángel Velasco (Voz de Papel, 2004). Humanitas 2005, XXXVIII, págs. 386-405

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Juan Pablo II: Regalo de la Divina Misericordia E

l sábado 2 de abril, a la 21:37 hora romana (15:37 en Chile y América), un mundo donde se proclama cada vez más la independencia respecto de Dios, una Europa cuyos políticos se acaban de negar a reconocer las raíces cristianas del continente, se ha recogido masivamente al silencio, conmocionado por la noticia que se esperaba de un momento a otro: la muerte del Soberano Pontífice de la Iglesia católica, el 263° sucesor del apóstol Pedro, el siervo de los siervos de Dios, Juan Pablo II. El anuncio emocionado en la Plaza San Pedro del Secretario de Estado de Su Santidad, cardenal Angelo Sodano, de que un ángel acababa de visitar los aposentos pontificios para decir a su siervo «entra en la casa del Señor», junto con desencadenar lágrimas y aplausos en la multitud allí congregada, hizo también tomar conciencia a millones de personas en todo el mundo, con paz, alegría, gratitud y confianza en un Dios cuya mano «no se ha acortado», que un tiempo de inmensa gracia y de misericordia había sido regalado al mundo en este cuarto de siglo, que se lleva la impronta imborrable de Juan Pablo II.

El tercer pontificado más largo de la historia Fue el domingo 22 de octubre de 1978 cuando tuvo lugar en la Plaza de San Pedro la ceremonia de investidura de Juan Pablo II. Un conocido escritor, que llegaría luego a ser muy cercano al nuevo Pontífice, pero que entonces asistió a la ceremonia en calidad de representante del gobierno de su nación, describió así la impresión que irradió el Papa recién electo en su primera aparición oficial: «La muchedumbre, apretada dentro de las tenazas de la Plaza San Pedro, en una ola multicolor que llegaba casi hasta el Tíber, esperaba a un Papa y de pronto vio surgir un pescador de hombres, similar en todo a los llamados por Cristo en las orillas del Tiberíades. El recién llegado no parecía venir de Polonia, sino de Galilea, con una red bajo el hombro y el Evangelio debajo del brazo, como si el tiempo se hubiese anulado entre él y la tumba de Pedro, secretamente presente bajo la basílica. (...) El hombre de hábito blanco que estaba delante de nosotros tenía la estatura de los apóstoles, y sus primeras palabras –«¡No tengáis miedo!»–, lanzadas con una voz que parecía hacer resonar todas las campanas de Roma, nos llamaban al testimonio. Parecían pronunciadas a la entrada del Coliseo, en un día de persecución, por un Papa de las catacumbas invitando a los fieles a seguirlo bajo el diente del león. (...) Yo también lloraba, como todo el mundo, sin

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JUAN PABLO II HA MUERTO CIUDAD DEL VATICANO, 2 ABR 2005 (VIS).- El director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Joaquín Navarro-

Valls, ha efectuado la siguiente declaración: «El Santo Padre ha fallecido esta noche a las 21:37 en su apartamento privado. «A las 20, en la habitación del Santo Padre, inició la celebración de la Santa Misa de la fiesta de la Divina Misericordia, presidida por el arzobispo Stanislaw Dziwisz, con la participación del cardenal Marian Jaworski, del arzobispo Stanislaw Rylko y de monseñor Mieczyslaw Mokrzycki. «Durante la Santa Misa, se administró a Juan Pablo II el Santo Viático y, de nuevo, el Sacramento de la Unción de los Enfermos. «Las últimas horas del Santo Padre se caracterizaron por la ininterrumpida oración de todos los que le asistían en el pío tránsito y la profunda participación en la plegaria de los miles de fieles reunidos desde muchas horas antes en la plaza de San Pedro. «En el momento del fallecimiento estaban presentes los dos secretarios del Santo Padre: el arzobispo Stanislaw Dziwisz y monseñor Mieczyslaw Mokrzycki; el cardenal Marian Jaworski, el arzobispo Stanislaw Rylko, el padre Tadeusz Styczen; las tres religiosas polacas, Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, que atendían al pontífice en el apartamento, con la superiora sor Tobiana Sobódka; el médico personal del Papa, Renato Buzzonetti, con los dos médicos de guardia: los doctores Alessandro Barelli y Ciro D’Allo, y los dos enfermeros de guardia. «Inmediatamente después llegaron el cardenal Secretario de Estado, Angelo Sodano; el Camarlengo de Santa Iglesia Romana, el cardenal Eduardo Martínez Somalo; el sustituto de la Secretaría de Estado, arzobispo Leonardo Sandri, y el vice camarlengo, arzobispo Paolo Sardi. «A continuación llegaron el cardenal Joseph Ratzinger, decano del Colegio Cardenalicio, y el cardenal Jozef Tomko. «Mañana, Domingo de la Divina Misericordia, a las 10:30 se celebrará una Santa Misa de sufragio por el Papa en la plaza de San Pedro presidida por el cardenal Angelo Sodano. «A las 12:00 se rezará el Regina Coeli, oración mariana del tiempo pascual.

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saber muy bien por qué. Tenía la sensación de asistir a un acontecimiento raro, conjunción manifiesta, con muy escasa frecuencia posible de captar cuando se produce, de un designio providencial y un momento marcante de la historia humana». (André Frossard, «N’ayez pas peur!», dialogue avec Jean Paul II (Ed. Robert Laffont, París, 1982). Qué sucedía en el corazón de Juan Pablo II en esos momentos, qué pasaba por su mente, no podemos saberlo, sino a lo más intuirlo, considerando quizá aquellas palabras suyas pronunciadas el 16 de octubre del año 2003, cuando se conmemoró el jubileo de su elección: « ... Experimenté (entonces) –señaló– de manera muy particular la divina misericordia. (...) A través del Colegio cardenalicio Cristo me dijo también a mí, como tiempo atrás a Pedro en el Lago de Genesaret: ‘Apacienta mis ovejas’. Sentía en mi alma el eco de la pregunta dirigida entonces a Pedro: ‘¿Me amas más que a éstos?’ ¿Cómo podía, humanamente hablando, no temblar? ¿Cómo podía no pesarme una responsabilidad tan grande? Ha sido necesario recurrir a la divina misericordia para que, a la pregunta: ‘¿Aceptas?’, pudiera responder con confianza: ‘En la obediencia de la fe, ante Cristo mi Señor, confiándome en la Madre de Cristo y de la Iglesia, consciente de la gran dificultad, acepto». Los que se encontraban cerca del nuevo elegido, han referido alguna vez que, antes de dar esa aceptación, permaneció un instante inmóvil, lívido, como un muerto. Resonarían en su espíritu en ese momento las palabras que le habían dicho al oído esa misma mañana su ex rector, el cardenal Maximiliano de Fürstemberg –«el Maestro está aquí y te llama»– y el primado de Polonia, cardenal Stephan Wyszynski –«si te eligen, te ruego que no rehúses».

«El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado». El sentido de los acontecimientos históricos, en especial aquellos de gran relieve y alcance universal, sólo puede ser comprendido mucho tiempo después de su acaecimiento. Nuestra aproximación al sentido histórico del pontificado de Juan Pablo II no puede, por lo tanto, pretender ser completa y debe contentarse con ser por ahora un humilde esbozo. Ha de reconocerse en todo caso, como cuestión inicial, que en ese octubre de 1978 nadie podía ni remotamente imaginar las inmensas transformaciones históricas que contemplaríamos a lo largo de los siguientes 25 años, ni tampoco el papel profético que protagonizaría en ellas el nuevo Pedro. Hoy, al dirigir una mirada retrospectiva, ni siquiera quien se ubique en una perspectiva antagónica a la Iglesia y al Romano Pontífice sería capaz de afirmar que el escenario de la historia de nuestro tiempo sería comprensible sin su figura. En el momento en que Juan Pablo II ponía en su dedo el anillo del pescador, es sabido por todos que el estado de la Iglesia y de la cultura cristiana no era el más floreciente, sea ya por el cuestionamiento público de algunas definiciones dogmáticas de parte de teólogos, por una buena dosis de indisciplina, por el abrupta declinación en las vocaciones, como por la impresión de dislocación interna que

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JUAN PABLO II HABLA DE SU VOCACIÓN

A lo largo de su pontificado, Juan Pablo II se ha referido en diversas ocasiones a su vocación como sacerdote, a su designación como obispo y a su elección como Papa, a lo que sintió y pensó en esos momentos. Ofrecemos una selección de textos. Sacerdote «Después de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco fui tomando conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía que había sido llamado. Veía claramente lo que debía abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin volver la vista atrás. Sería sacerdote». (Del temor a la esperanza, Solviga, 1993, p. 34). «¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce, sobre todo, Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es «un gran misterio», es un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuán indignos somos de ello». (Don y misterio, BAC, 1996, p. 17). «La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un ‘maravilloso intercambio’ –admirabile commercium– entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este ‘intercambio’, no se logra entender cómo puede suceder que un joven, escuchando la palabra ‘sígueme’, llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente». (Don y misterio, p. 90). En el intervalo de casi cincuenta años de sacerdocio lo que para mí continúa siendo lo más importante y más sagrado es la celebración de la Eucaristía. Domina en mí la conciencia de celebrar en el altar in persona Christi. Jamás a lo largo de estos años he dejado la celebración del Santísimo Sacrificio. La Santa Misa es, de forma absoluta, el centro de mi vida y de toda mi jornada». (Discurso, 27-10-1995). Obispo «Al oír las palabras del primado anunciándome la decisión de la Sede Apostólica, dije: ‘Eminencia, soy demasiado joven, acabo de cumplir los treinta y ocho años...’ «Pero el primado replicó: ‘Esta es una imperfección de la que pronto se librará. Le ruego que no se oponga a la voluntad del Santo Padre’. «Entonces añadí solo una palabra: ‘Acepto’. ‘Pues vamos a comer’, concluyó el Primado (...) «Sucesor de los Apóstoles. (...) Yo –un ‘sucesor’– pensaba con gran humildad en los Apóstoles de Cristo y en aquella larga e ininterrumpida cadena de obispos que, mediante la imposición de las manos, habían transmitido a sus sucesores la participación en la misión apostólica». (¡Levantaos! ¡Vamos!, Plaza y Janés, 2004, pp. 22 y 26).

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Papa «Creo que no fui yo el único sorprendido aquel día por la votación del Cónclave. Pero Dios nos concede los medios para realizar aquello que nos manda y que parece humanamente imposible. Es el secreto de la vocación. Toda vocación cambia nuestros proyectos, al proponernos otro distinto, y asombra ver hasta qué extremo Dios nos ayuda interiormente, cómo nos conecta a una nueva ‘longitud de onda’, cómo nos prepara para entrar en este nuevo proyecto y hacerlo nuestro, viendo en él, simplemente, la voluntad del Padre y acatándola. A pesar de nuestra debilidad y de nuestras opiniones personales. «Al hablarle así, pienso en otras situaciones que he afrontado en mi experiencia pastoral, en esos enfermos incurables condenados a la silla de ruedas o clavados en la cama; personas jóvenes muchas de ellas, conscientes del proceso implacable de su enfermedad, prisioneras de su agonía durante semanas, meses, años. Lo que ellas aceptan, ¿no podría aceptarlo yo también? «Tal vez esta comparación le sorprenda; pero se me ocurrió el día de mi elección y, puesto que quiere usted saber cuáles fueron mis primeros pensamientos, se los digo tal y como me vinieron a la mente». («¡No tengáis miedo!» André Frossard dialoga con Juan Pablo II, Plaza y Janés, 1982, pp. 24-25).

producía esta situación al provocar un fuerte antagonismo entre corrientes católicas. Añádase a ello el atractivo e influencia ejercido incluso al interior de la teología –con sensibles consecuencias en el orden pastoral– por una visión acrítica de la filosofía marxista, cuestión que daría lugar a los fuertes debates en torno al tema de la llamada teología de la liberación. No hacía aún diez años que las turbulencias juveniles y mundiales del 68 habían quedado atrás, y el vaho de esa atmósfera cultural parecía todavía presente en el mundo occidental y entre los católicos. Las primeras audiencias públicas concedidas por Juan Pablo II llamaron entre tanto muy fuertemente la atención y constituyeron una clara señal de contradicción frente a dicho cuadro. Así por ejemplo, ya en las semanas iniciales de su ministerio, cuando en medio del aplauso de seis mil jóvenes universitarios de toda Europa que llenaban el Aula Paulo VI, habló con energía del valor y la importancia de un tema que poco antes hubiera parecido una clara provocación: la penitencia. Hay que afirmar, aunque nos pueda parecer en principio evidente –pero no lo ha sido así con frecuencia para el mundo de la información– que el primer y más importante rasgo del pontificado de Juan Pablo II ha sido el religioso. Por momentos –y muy señaladamente en esos primeros años marcados a fondo por la crisis del régimen polaco y luego, a poco más de diez años de pontificado, por la caída del comunismo en Rusia y la transformación política de los países del Este europeo– el énfasis principal de los medios mundiales de comunicación se concentró en el papel político representado por Juan Pablo II.

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Es innegable que el Papa tuvo un desempeño decisivo en estos acontecimientos. Los propios dirigentes de la ex Unión Soviética se dieron cuenta a fines de 1978 del peligro que constituía para el comunismo la elección de un Papa polaco y las líneas matrices de la política seguida por los países del entonces llamado bloque socialista pueden leerse a la luz de este hecho determinante. No obstante, lo que movió a Juan Pablo II a combatir al propio comunismo no fue un motivo político, sino un motivo religioso y moral: fue el deseo de poner fin a un sistema totalitario que se profesaba ateo y perseguía a la Iglesia y, al mismo tiempo, oprimía al hombre negándole toda libertad. Un sistema, que como se supo después, produjo más de 100 millones de muertes. Fue entonces el aspecto irreligioso e inhumano del comunismo, que había experimentado de forma directa en Polonia, lo que movió a Juan Pablo II, en su ministerio de pastor universal, a enfrentarlo de manera tan decidida. El impulso de todo el pontificado de Juan Pablo II está marcado por un doble amor y un doble servicio: el amor a Jesucristo y al hombre por Él redimido; el servicio a Jesucristo y al hombre, por Él llamado a la plenitud de la verdad y de la vida. Quedan con nosotros las grandes preguntas formuladas por su palabra, que no conocía vacilación, al hombre y sobre el hombre, superando con ellas la dicotomía entre cristocentrismo y antropocentrismo. Lo que leemos en su primera encíclica, Redemptor hominis, recogido del Concilio Vaticano II –«el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» (n° 8)– vino en realidad a ser el resumen de su programa pontifical. A la luz de esta premisa mayor, que aunque lo asume supera lo propiamente político, fue que en su relación como Pontífice con los diferentes Estados se empeñó fuertemente en temas como la libertad religiosa y los derechos humanos y, por lo mismo, en el respeto de la dignidad y de la libertad de la persona humana, en la que se refleja la imagen de Dios y que es la «vía» de la Iglesia, como lo proclamó en esa misma encíclica. Este sentido propiamente religioso y cristológico quedó sellado en el discurso dirigido a todos los hombres y mujeres del mundo el 22 de octubre de 1978, al inaugurar su pontificado: «¡Abrid las puertas a Cristo!» En efecto, toda la actividad pontifical de Juan Pablo II se propuso ser una ayuda ofrecida a todos –creyentes y no creyentes– para abrir con confianza y sin miedo las puertas del espíritu y del corazón a Jesucristo y a su Evangelio, proclamado por la Iglesia. Juan Pablo II llevó incluso esta invitación, personalmente, hasta los confines de la tierra, siendo éste el sentido de los más de cien fatigosos viajes apostólicos que emprendiera, muchos de ellos a tierras muy lejanas de Roma.

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«Quedan ahí, para la memoria histórica de la Iglesia peregrinando en el tránsito del Milenio, la imagen del Vicario de Cristo sobre el Monte Nebo, desde donde Moisés vio, sin llegar a alcanzarla, la tierra prometida.»

El carácter específicamente religioso de su pontificado aparece aun en el hecho que, en un tiempo de fuerte secularización –esto es, un tiempo en el cual Dios está ausente en la vida individual y social de muchos hombres, crece de manera impresionante el número de los que se dicen «sin religión», cualquier persona profesa abiertamente el ateísmo rechazando a Dios y a la religión como una supuesta fuente de alienación–, haya él propuesto a la Iglesia poner todo su empeño en una nueva evangelización. Ha sido constante, en efecto, la exhortación del Papa en el sentido de que la Iglesia no debe replegarse en sí misma ante las situaciones de asedio de parte de un mundo que le es hostil. Debe, en cambio, salir a campo abierto, los católicos hacerse presente como tales en la vida pública, sin miedo ni complejos de inferioridad, estar en los «nuevos areópagos» donde se hace cultura, se debaten ideas, se hacen programas; donde, por lo tanto, se decide el destino espiritual de la humanidad.

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En el horizonte del Tercer Milenio, hacia el que la Providencia quiso que Juan Pablo II condujese a la Iglesia, su llamado apeló permanentemente a una tensión hacia la santidad, a que la Iglesia viva bajo la moción del Espíritu Santo y según el Evangelio para dar testimonio creíble de Jesucristo a los hombres de este tiempo. De ahí su particularísima preocupación por los sacerdotes a quienes cada Jueves Santo dirigió una carta personal, así como por los seminaristas, siendo sus desvelos correspondidos por un crecimiento de vocaciones en muchas partes del mundo. Ello explica, asimismo, su evidente preocupación por destacar ante los ojos del hombre de hoy tantos ejemplos de vidas santas, llevando a los altares a más de 1.000 beatos y casi 500 santos, cifras nunca antes conocidas en la historia de un pontificado. Por lo que a los chilenos respecta, gracias a esta solicitud del Santo Padre, recibimos por primera vez en nuestra vida como nación la alegría de la proclamación de una santa, Teresa de Los Andes, y la de dos beatos, Alberto Hurtado –que será también canonizado en octubre próximo– y Laura Vicuña. Haciendo esto, Juan Pablo II quiso entregar al mundo el testimonio de una Iglesia que –no obstante todas las miserias e infidelidades al Evangelio de sus hijos–, en todos los tiempos, pero sobre todo en el último siglo, ha sido una Iglesia en la que ha florecido la santidad, y no de manera excepcional y esporádica, sino en forma extraordinariamente numerosa y diversa. Sobre todo ha querido animar a los cristianos de hoy a emprender la vía de la santidad esforzándose por vivir el Evangelio aunque la situación se torne difícil y con peligro de la propia vida. Es por este motivo también que, entre las personas que ha beatificado y canonizado, ha puesto de especial relieve a mártires de la fe y de la caridad como Maximiliano Kolbe, Edith Stein, el cardenal Stepinac y a aquellos que murieron por odio a la fe en las persecuciones religiosas de la primera mitad del siglo pasado en España y en México. Pidió, en este mismo sentido, que para el Jubileo del año 2000 se preparase un Liber Martyrum que incluyese el nombre de todos los cristianos que en las últimas décadas fueron muertos a causa de la fe en distintas partes del mundo. Es de esos numerosos mártires de nuestro tiempo que los cristianos de hoy deben tomar fuerza para ser testigos de Jesucristo en las múltiples situaciones contemporáneas en las cuales no sólo el anuncio de la fe, sino incluso el sólo hecho de ser cristiano, puede exigir, bajo formas muy diversas e incluso nuevas, el sacrificio de la vida.

Roma y Bizancio ¿Es que asoma a través de lo anterior, como han señalado ciertos críticos –en la visión del mundo que ello trasunta– alguna inclinación hacia el pesimismo, heredada tal vez de la cultura eslava? Muy por el contrario. El hecho mismo de haber nacido en la intersección de Europa occidental y de Europa oriental, de haber sido formado en la doble cultura de Roma y Bizancio, le proporcionó a Juan Pablo II una visión especialmente amplia del mundo, que él nunca separó de la historia de la salvación. Como dijo un cercano colaborador suyo, su mente transitaba constantemente del pecado

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INICIATIVAS QUE MOVILIZARON A LA IGLESIA Juan Pablo II tuvo variadas iniciativas para movilizar a la Iglesia en torno a acontecimientos y años jubilares. Escogía un tema prioritario, publicaba un documento y sugería posibles líneas de acción y de reflexión a lo largo de ese periodo. Así impulsaba a las Iglesias locales a desarrollar una particular evangelización sobre un tema y a organizar actividades. Año Jubilar de la Redención (1983-1984). En el 1950 aniversario de la muerte de Cristo, convocó este año jubilar para llamar la atención sobre el acontecimiento de la Redención y su concreta aplicación en el sacramento de la Penitencia. Jornada Mundial de la Juventud (1985). Empezó a celebrarse este encuentro bienal con el Papa, que ha movilizado a millones de jóvenes a lo largo del pontificado. Año Mariano (1987). En este Año Mariano universal (el segundo de la historia) se trataba de desarrollar en las Iglesias locales una auténtica devoción a la Virgen, profundizando en su misión en el misterio salvífico de Cristo. Año de la Familia (1994). Asociándose a la convocatoria de la ONU, Juan Pablo II quiso que también en la Iglesia se viviera un Año de la familia, con múltiples iniciativas. En ese año escribió la «Carta a las familias» y movilizó la fuerza moral y diplomática de la Santa Sede para evitar que en la Conferencia de El Cairo sobre Población y Desarrollo se reconociera el aborto como un derecho. Preparación del Jubileo del año 2000 (1997-1999). La preparación del Jubileo del año 2000 arranca con tres años dedicados al Hijo (1997), al Espíritu Santo (1998) y al Padre (1999). Son tres años en que se va creando el ambiente para el Gran Jubileo del año 2000 con muchas iniciativas en las Iglesias locales. Gran Jubileo del año 2000. Juan Pablo II quiso hacer del bimilenario de Cristo una ocasión para remover y purificar la fe de los cristianos. Roma fue una vez más un foco de atracción mundial, con peregrinaciones de grupos unidos por vínculos de diverso tipo, y celebraciones en los momentos culminantes del año litúrgico. 25 millones de peregrinos atravesaron la Puerta Santa de la basílica vaticana a lo largo del Jubileo. Sorprendió también el gran número de los que se acercaron al sacramento de la Penitencia. Año del Rosario (2002-2003). Proclama para toda la Iglesia un Año del Rosario y hace una llamada a la práctica asidua de esta oración. Y, para renovar esta devoción, la completa con cinco «misterios de luz», que se añaden a los quince tradicionales. Año de la Eucaristía (2004-2005). Juan Pablo II ha muerto mientras se celebraba el Año de la Eucaristía, con el que quiso centrar la mirada en Cristo presente en el sacramento eucarístico.

original, cuyas huellas le eran absolutamente visibles, a la cruz de Cristo, bajo la que ha permanecido durante largo tiempo la teología occidental. Desde allí, el alma de Karol Wojtyla volaba hacia ese cielo nuevo y esa tierra nueva prometida por el Evangelio y que la teología oriental ha explorado hondamente. ¿No se halla aquí, por lo demás, la explicación de su íntima compenetración con la monumental obra mística de San Juan de la Cruz, de cuyo estudio hizo, siendo todavía joven, la materia de su tesis doctoral?

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«Su recurso a María fue una constante de su pontificado, desde la elección de la enseña de su escudo, enteramente «monfortiano», Totus Tuus, hasta la proclamación del Año del Rosario que antecedió al de la Eucaristía, en que el Señor lo llamó y que sigue transcurriendo».

«La Pasión de Cristo es el vértice de su doctrina, el ámbito natural para la visión global de la historia que caracteriza su pensamiento», apuntó el escritor francés André Frossard, quien tuvo el privilegio de entrevistarlo con detenimiento.1 De aquí también su constante mirar escatológico, apuntando siempre hacia el fin, hacia el retorno triunfante de Cristo. Me ha hablado con tristeza –comentó el mismo confidente y escritor francés– de la «mentalidad conformista y secularista» que se ha desarrollado en la Iglesia, al margen de la Revelación y dando las espaldas 1 Cfr. «N’ayez pas peur» – Dialogue avec Jean Paul II. André Frossard (Ed. Robert Laffont, Paris, 1982)

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a la cruz de Cristo. La impronta con que Juan Pablo II sellara sus palabras y sus acciones se apoyó en la convicción profunda y permanente de que la economía divina de la redención domina al mundo, que lo envuelve y que lo atraviesa a menudo sin resistencia, y que al fin concluirá por salvarlo. «Viniendo a nosotros, Dios entró en la historia humana, y la historia divina penetró en ésta junto con él», dijo el Papa resumiendo su pensamiento a Frossard. La historia humana es la historia «segunda» y se resolverá infaliblemente en la historia divina, sin que por ello se haga algún recorte a nuestra libertad. Se entienden así sus palabras: «la redención es el centro de mi oración»; como asimismo el hecho de que la historia, que los hombres viven día a día sin muchas veces poder despegar su vista de la vorágine de los acontecimientos, fuera siempre para Juan Pablo II un objeto de contemplación. En orden a fijar esa mirada contemplativa en los hechos de la historia humana, convendría quizá detenerse en lo sucedido en la Plaza de San Pedro el 13 de mayo de 1981, con ocasión del atentado que intentó poner fin a su vida en esa fecha, aniversario de la primera aparición de la Virgen en Fátima. «Fue un momento dramático. Hoy puedo decir que en aquel instante entró en acción una fuerza invisible, que permitió salvar la vida del Santo Padre», expresa en el relato que hace del mismo su secretario de una vida, Don Stanislaw Dziwisz, quien lo sostuvo herido en sus brazos.2 Todavía más, levantando la vista hacia esa perspectiva escatológica de la historia que hizo propia el Papa, recojamos lo que se dice sobre este hecho en la interpretación del Tercer Secreto de Fátima entregado oficialmente por la Iglesia y firmado por el cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe: «En la visión –la que escribió en su relato Sor Lucía– también el Papa es muerto en el camino de los mártires. ¿No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo se hizo llevar el texto del «secreto», reconocer en él su propio destino? Había estado muy cerca de las puertas de la muerte y él mismo explicó el haberse salvado con las siguientes palabras: ‘Fue una mano materna la que guió la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se paró en el umbral de la muerte’3. Que una ‘mano materna’ haya desviado la bala mortal muestra sólo, una vez más –acota el cardenal Ratzinger– que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la Historia y que, al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las divisiones». En este horizonte de esperanza al que nos invita entonces a confiar el mensaje de Fátima, concluye. «Los primeros papas de la historia de la Iglesia fueron todos ellos mártires. El último hasta la fecha pasó por el fuego y salvó ileso», resume André Frossard. Se tiene entre tanto la impresión de que esta herida infligida al Papa, a punto de ser mortal –y que tuvo el valor de un testimonio de fe– no hizo más que sumergirlo todavía más profundamente en su actitud de abandono en lo divino que gobernó su espiritualidad. 2 Cfr. Humanitas No 31, «Si la palabra no ha convertido, será la sangre la que convierta». Stanislaw Dziwisz. 3 Homilía, 13 de mayo de 1994

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Intensa vida de oración Juan Pablo II sintió cuánto su lucha «por Dios y por el hombre» era gigantesca; sintió cuánto las fuerzas del mal son poderosas y están presentes, incluso cuando al mismo tiempo estuvo convencido de que nunca como hoy el Espíritu Santo está activo en la Iglesia, según demuestran, por un lado, el florecimiento extraordinario de la santidad y el gran número de mártires y de testigos de Dios y de su amor en nuestro tiempo, y por otro, el nacimiento de nuevas formas de vida espiritual en la Iglesia, de impulsos apostólicos y de obras de caridad cristiana. Supo que esta batalla espiritual –que no es contra hombres, aún cuando algunos de ellos puedan ser contrarios a Dios y a la Iglesia, sino en favor de todo hombre y para su salvación– puede ser ganada con la fuerza salvadora de Cristo, pero era consciente también de que esta fuerza sólo puede ser obtenida por la oración. Su intensa vida de oración se remonta a muy atrás en su vida. De algún modo –siendo el tema propio para teólogos y biógrafos– ella echa raíces en su juventud y se vincula con su intensa piedad mariana, inspirada por la lectura del «Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen», del hoy muy conocido San Luis Grignon de Monfort. 4 Su recurso a María fue una constante de su pontificado, desde la elección de la enseña de su escudo, enteramente «monfortiano», Totus Tuus, hasta la proclamación del Año del Rosario que antecedió al de la Eucaristía, en que el Señor lo llamó y que sigue transcurriendo. Cabe decir que quienes vivieron cerca suyo son testigos del tiempo que dedicaba cada día –incluso en aquellos más difíciles y sobrecargados de actividad, como por ejemplo en sus peregrinaciones apostólicas– a la oración personal y litúrgica. A lo largo del cuarto de siglo que duró su pontificado, ésta comenzó cotidianamente a las siete de la mañana, después de un largo recogimiento, con la misa que celebraba en su capilla privada. Quienes tuvieron el inmenso privilegio de asistir a ella pudieron constatar que era una misa lenta y hermosa. Sus secretarios, que le servían de acólitos, lo revestían con los ornamentos frente al altar, ceremonial de un carácter profundamente sagrado. Durante la celebración, aun en esa privacidad, ponía tal atención a sus gestos, las palabras que pronunciaba alcanzaban tal grado de intensidad, que abrían al espíritu una nueva dimensión. La misa duraba habitualmente 50 minutos, sin homilía. Le seguía una acción de gracias prolongada, conmovedora en su silencio. El Santo Padre era siempre el último en abandonar su capilla. Consultado alguna vez sobre «cómo rezaba», Juan Pablo II recordó la amonestación que recibió muy joven todavía de parte de su padre –su madre ya no vivía– cuando él observó en su hijo Karol cierta indisciplina en el coro. «Tú no rezas suficientemente al Espíritu Santo. Tú debes rezarle», fueron las palabras del progenitor. —«Nunca olvidé esto. Fue una lección espiritual mayor —confesó el Papa— más durable y fuerte que todas las que haya podido extraer en adelante de mis lecturas o de enseñanzas que haya recibido. Con qué convicción me habló. Todavía hoy escucho su voz. El resultado de esa lección de infancia es mi encíclica sobre el Espíritu Santo», señaló. 4 Cfr. Humanitas No 23 y No 26 artículos Giandomenico Mucci. Editorial Humanitas No 26.

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Pero es también aquí que encontramos la clave de su oración personal: «Yo no veo ninguna otra forma de expresar mi oración personal que esta frase de San Pablo: ‘el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles’. En último término, es siempre el Espíritu Santo quien interpreta nuestra oración, quien nos es superior», comentó alguna vez en su entorno. A ello respondía su mirada siempre apuntando al futuro e inspirada en la pregunta «¿qué es lo que el Espíritu Santo nos está pidiendo ahora?» La Iglesia combate hoy una de las más duras batallas de su historia: una batalla que no da señales de disminuir en intensidad; que fácilmente se puede prever se hará más dura y dilacerante. En dicho contexto, cobran especial fuerza las expresiones con las cuales Juan Pablo II se refirió –en el ya citado discurso de su jubileo, el 16 de octubre del 2003– a su personal diálogo con Jesús, en cuanto sucesor de Pedro: «Cada día se desarrolla, en el interior de mi corazón –dijo–, el mismo diálogo entre Jesús y Pedro. En mi espíritu, me fijo en la mirada benévola de Cristo resucitado. Él, aún conociendo mi humana fragilidad, me anima a responder con confianza como Pedro: ‘Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’ y me invita a asumir la responsabilidad que él mismo me ha confiado». En esta misma perspectiva orante, quizá pocos momentos pueden parangonarse con aquel que ha sido calificado como «el viaje de los viajes» entre los realizados por Juan Pablo II: su peregrinación jubilar a Tierra Santa, una «peregrinación perfecta» como la calificó con razón el cardenal Lustiger, la segunda que realizara un Pontífice romano a Israel después de la visita de Pablo VI en 1964. Quedan ahí, para la memoria histórica de la Iglesia peregrinando en el tránsito del Milenio, la imagen del Vicario de Cristo sobre el Monte Nebo, desde donde Moisés vio, sin llegar a alcanzarla, la tierra prometida; la Misa celebrada en el estadio de Amman y aquellas en el Cenáculo, en el Santo Sepulcro y en el Monte de las Bienaventuranzas con 100 mil jóvenes, acto este último que además de ser la primera eucaristía televisada en Israel, constituyó para esa sociedad una especie de revelación de la presencia cristiana en su tierra. Asimismo, la oración en la gruta de la Natividad en Belén y en la de la Anunciación en Nazaret, junto a tantos otros momentos hondamente significativos, en particular sus veinte minutos de oración a solas en el Calvario –donde permaneció «absorto, inmóvil, impenetrable»–, situación fuera de programa que tuvo lugar momentos antes de abandonar Tierra Santa.

Secularización y crisis moral Consultado Juan Pablo II por un periodista amigo –años atrás– acerca de qué es lo que más debe temerse de nuestros días, he aquí su respuesta: —Todo aquello que no viene de Dios y que toma la apariencia de progreso. Segunda pregunta: ¿cuál es el principal mal de nuestra época? —No tanto la negación abierta de Dios cuanto la tentación de vivir como si Él no existiese. Es claro que este «parte de salud» del mundo, en ningún caso tranquilizador, afligió al Santo Padre hasta el final de sus días en la tierra. Nos explica, por su parte, el

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EL CENSO CATÓLICO ANTES Y DESPUÉS DE JUAN PABLO II

La información del Anuario Estadístico de la Iglesia 2004, con datos actualizados hasta 2002, sirve para comprobar cómo se ha desarrollado la Iglesia durante el pontificado de Juan Pablo II. En general, el peso del catolicismo se desplaza hacia América, crece con vigor en África y Asia, y desciende en Europa. La crisis de vocaciones se superó en lo que se refiere a los sacerdotes diocesanos, pero no así entre los religiosos. El número de católicos bautizados ha aumentado más que el crecimiento demográfico. En 1978 había 756,5 millones de católicos; en 2002 superaban los 1.071 millones, lo que representa el 17,2% de la población mundial. El mayor incremento respecto de 1978 se registró en África (+151%), mientras que Europa prácticamente se ha mantenido estable (+5%). Los demás continentes han registrado incrementos significativos: Asia (+74%), Oceanía (+49%) y América (+45%). La distribución por continentes muestra que el 50% de los católicos se encuentra en América, el 26,1% en Europa, el 12,8% en África, el 10,3% en Asia y el 0,8% en Oceanía. Por lo que se refiere a la proporción dentro de cada uno de los continentes, los católicos suponen el 62,4% de la población americana, el 40,5% de la europea, el 16,5% de la africana, el 26,8% en Oceanía y solo el 3% en Asia. En cuanto al número de sacerdotes, la Iglesia ha pasado de tener 420.971 sacerdotes –diocesanos y religiosos– en 1978 a 405.058, en 2002, lo que supone una reducción del 3,7%. El descenso se debe en buena medida a la bajada del 13,1% del clero religioso en todo el mundo y a la reducción del 19% del clero en Europa. El número de sacerdotes diocesanos, en cambio, ha subido un 1,8% respecto de 1978. Con todo, en África, América y Asia hay más sacerdotes que antes. La crisis de vocaciones del postconcilio se ha ido remontando. El mayor descenso se produjo entre 1978 y 1990; pero desde ese momento comenzó a subir sustancialmente. Así, el número de sacerdotes diocesanos pasó de 257.696 en 1990 a 267.334 en 2002. Sigue habiendo predominio de sacerdotes europeos (50,3%), que casi doblan en número a los americanos, a pesar de que la población católica americana es más numerosa que la europea. El 11,3% de los sacerdotes son asiáticos, el 7,2%, africanos y solo el 1,2% de Oceanía. Esta reducción del clero, unida al fuerte aumento del número de católicos en el mundo, ha provocado que de los 1.797 católicos que había por cada sacerdote en 1978 se haya pasado a 2.642 en 2002. Por lo que se refiere al número de personas consagradas, que en 1978 superaban el millón, en 2002 eran 837.760. En América, Europa y Oceanía se ha producido una reducción continua durante todo el período. Sin embargo, en África y Asia sigue aumentando el número de religiosos. Así, Europa ha pasado de tener el 55% del total de religiosos al 46%, mientras que Asia ha pasado del 9% al 17% y África, del 3,6% al 6,6%. En 2003, el mayor número de seminaristas se concentraba en América (37.191), seguida de Asia (27.931), Europa (24.387), África (21.909) y Oceanía (955). Asia es el continente donde, en proporción al número de fieles, se dan más vocaciones sacerdotales.

énfasis constante de este pontificado en recordar al mundo el primado de Dios en la historia humana y en la vida de cada persona. Su gran preocupación ha sido el ateísmo, no sólo teórico, sino que, y sobre todo, el práctico. Ha enfrentado el drama de una humanidad que, en tantas partes y de manera creciente, vive «como si Dios no existiese», esto es, olvida a Dios, lo ignora, camina bajo la capa de la indiferencia religiosa, aunque no siempre en el rechazo explícito y consciente de Dios.

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En septiembre de 2003, el Secretario de Estado de Su Santidad, cardenal A. Sodano, envió una afectuosa bendición en nombre del Papa con el siguiente mensaje a «Humanitas»: «Su Santidad Juan Pablo II saluda cordialmente a los promotores y responsables de la revista «Humanitas» que con motivo del 25 aniversario del pontificado rindió homenaje a su persona y ministerio como sucesor de Pedro. Asimismo les alienta a seguir haciendo de ella un órgano de pensamiento y estudio que, en el ámbito de la comunidad universitaria y de la opinión pública en general, refleje las preocupaciones y enseñanzas del magisterio». (En la fotografía el director de «Humanitas» entrega al Santo Padre ejemplares del número de homenaje).

Los dos fenómenos religiosos más graves del mundo de hoy son, en esta perspectiva, de una parte, el aumento impresionante de personas que se declaran «sin religión» o ajenas a todo interés religioso y, de otra, la explosión de movimientos y tendencias pseudo-religiosas, de naturaleza neo-gnóstica, panteísta, paganizante o derechamente satanista. La crisis religiosa ha traído consigo, como natural corolario, una profunda crisis moral, que ha afectado no sólo los comportamientos, sino que los principios fundamentales de la moral cristiana y humana. Juan Pablo II debió así combatir en dos frentes: en el plano religioso, proclamando con gran coraje el primado de Dios y el principio de que sin Dios el hombre se encuentra perdido, en tanto que en él reencuentra su dignidad, su libertad y su felicidad. En el plano moral, proclamando la existencia de leyes inviolables cuyo desconocimiento conduce al hombre y a la sociedad humana a la ruina y a la disgregación, y en consecuencia a la violencia y a la destrucción de la convivencia social. Muchas veces solitario, pero fiel a Cristo y a su enseñanza, como ha sido desde siempre interpretada por la Iglesia, enfrentando fuertes incomprensiones, no vaciló en iluminar con el Evangelio –en un espectro que abarca horizontes muy

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diversos de problemas– los grandes valores cristianos y humanos que, en este tiempo marcado por el relativismo, el cientificismo positivista, el nihilismo, el liberalismo hedonista, corren el peligro de perderse. Tales valores son, entre otros: 1. la existencia de verdades absolutas y de principios filosóficos y de reglas morales siempre válidas, inscritas en el propio corazón del ser creado, únicas capaces de dar sustento a una vida verdaderamente humana5; 2. por lo mismo, el vínculo de dependencia de la libertad respecto de la verdad, por el cual la libertad humana no es absoluta y su ejercicio debe ser regulado por la verdad del propio hombre y de su naturaleza6; 3. en consecuencia también, el valor de la razón humana, no sólo instrumental, sino estimativo y metafísico, considerada su capacidad de alcanzar la verdad, revalidando así a la razón frente al agnosticismo, al cientificismo positivista y al nihilismo del pensiero debole («pensamiento débil»), tan a la moda en la cultura posmoderna contemporánea7; 4. el valor incomparable de la persona humana, que no puede ser sacrificada a las exigencias de la política ni a las leyes mecánicas de la economía8; 5. frente a la marea divorcista, el valor inestimable del matrimonio indisoluble y de la familia monógama, de cuya solidez depende el futuro de los hijos y de la sociedad9; 6. el valor de la castidad en los jóvenes y en los cónyuges como vía a un amor auténtico y fiel;10 7. el respeto de la vida desde el momento de la concepción hasta su término natural, de donde la condena absoluta del aborto, de la eutanasia y de cualquier manipulación genética que comporte la utilización de embriones humanos 11. Dicha condena a los abusos de la biotecnología no se dirige contra los empeños de la investigación científica, sino que tiene particularmente en vista los intereses de la industria farmacéutica y la moderna mentalidad utilitarista y hedonista. Con el propósito de poner al día culturalmente a la Iglesia frente a estos desafíos que van caracterizando el inicio del Tercer Milenio, Juan Pablo II ha escrito 14 encíclicas, la última de las cuales dedicada a la Eucaristía. (Para una apreciación de conjunto del magisterio del Sumo Pontífice expresado en estas encíclicas, es de enorme interés el luminoso artículo del cardenal Ratzinger titulado «Las 14 encíclicas de Juan Pablo II», publicado en el número de revista Humanitas dedicado a conmemorar el 25° aniversario de su pontificado).12 En todo ello se hace evidente el gran esfuerzo puesto en que la Iglesia pudiera dar, en este período de la historia que ha caracterizado el fin del milenio, una razón convincente, coherente y comprenhensiva de su fe y de su esperanza. 5 Cfr. Encíclica Centesimus Annus. 6 Cfr. Encíclica Veritatis splendor. 7 Cfr. Encíclica Fides el ratio. 8 Cfr. Encíclicas Redemptor hominis y Laborem excercens. 9 Cfr. Carta Apostólica Familiaris consortio. 10 Cfr. Ibidem 11 Cfr. Encíclica Evangelium vitae. 12 Cfr. Humanitas n° 31, julio-septiembre 2003. Se puede ver también en www.humanitas.cl

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JUAN PABLO II: UN NUEVO ESTILO DE DIÁLOGO ECUMÉNICO

A ntes del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica buscaba el restablecimiento de la unidad de los cristianos exclusivamente como un «regreso de nuestros hermanos separados a la verdadera Iglesia de Cristo» (Pío XII). El Concilio Vaticano II llevó a cabo un cambio de mentalidad radical: la vieja idea de «regreso» fue sustituida por la de «reconciliación» o «itinerario común». En los años postconciliares, se impuso en algunos ambientes la ingenuidad de pensar que la unidad estaba ya al alcance de la mano. Pero la variedad de situaciones –fruto de las peculiaridades de cada Iglesia cristiana– no facilitaba la tarea de la reconciliación completa. El camino que quedaba por recorrer era largo y complejo. La imagen de Juan Pablo II abriendo la puerta santa de la basílica de San Pablo de Extramuros el 18 de enero de 2000, queda en la historia como uno de los episodios más luminosos de su pontificado. Acompañado por el primado anglicano, George Carey, y el metropolita Athanasios, delegado del patriarca ortodoxo de Constantinopla, el Papa quiso poner en el centro del Gran Jubileo del Año 2000 el diálogo ecuménico. A la ceremonia asistieron delegados de veintidós confesiones cristianas . Aquella sentida y esperanzadora celebración no fue un encuentro fortuito. Detrás había más de veinte años de oración, trabajo y contactos personales entre Juan Pablo II y los líderes de otras iglesias cristianas. Juan Pablo II hizo de esta tarea un deber primordial de su ministerio. Así lo expresó con claridad en su primera encíclica Redemptor hominis, en la que dedicaba un extenso número al problema de la unidad de los cristianos. Antiguas Iglesias de Oriente Con las llamadas Antiguas Iglesias Orientales –distintas de las Iglesias ortodoxas de tradición bizantina–, ha habido avances que han supuesto acuerdos en el plano doctrinal. En diciembre de 1996, la Iglesia católica y la Iglesia armenia pusieron fin a 1.500 años de disputas teológicas con una declaración conjunta firmada por Juan Pablo II y el Patriarca Karekin I, cabeza espiritual de unos seis millones de armenios. La declaración supuso un paso adelante para lograr la «plena comunión» entre ambas iglesias, separadas todavía por el modo de concebir el primado de Pedro. También se han dado pasos similares con otras Iglesias, con el fin de superar las antiguas controversias cristológicas. Iglesias ortodoxas Las relaciones de la Iglesia católica con cada una de las Iglesias ortodoxas varían de una a otra. La Iglesia ortodoxa de Rumania es quizá la más cercana a Roma, como hicieron patente las visitas de Juan Pablo II a Bucarest en 1999 y del Patriarca Teoctist a la Santa Sede en octubre de 2002. También las relaciones con las Iglesias ortodoxas de Grecia, Bulgaria y Serbia han mejorado en los tres últimos años. Por el contrario, las relaciones con el Patriarcado de Moscú siguen siendo difíciles (sobre todo, a raíz del establecimiento de cuatro diócesis católicas en territorio ruso), pues tiende a ver la acción de la Iglesia católica en Rusia como una intromisión en el territorio propio. La mayoría de los teólogos católicos y ortodoxos coinciden en que no hay desacuerdos doctrinales importantes, pero sí desconfianzas históricas. «Por eso –como afirmaba el Papa en su libro Cruzando el umbral de la esperanza– son tan importantes los contactos personales». Aunque a veces han sido recibidos con frialdad, Juan Pablo II no ha dejado de ofrecer a la Iglesia ortodoxa gestos de amistad durante su pontificado. Por ejemplo, la entrega al Patriarcado de Moscú del histórico icono de la Virgen de Kazan en 2003, o la cesión de una iglesia romana a la Iglesia ortodoxa búlgara para la atención de la comunidad ortodoxa.

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Confesiones evangélicas El diálogo con los luteranos ocupa el primer lugar de los contactos ecuménicos entre la Iglesia católica y el mundo protestante. Su fruto más granado es la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, aprobada por el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos y la Congregación para la Doctrina de la Fe, y la Federación Luterana mundial. El diálogo entre católicos y metodistas también ha sido fluido. En la actualidad, el Consejo Metodista Mundial está estudiando la posibilidad de adherirse oficialmente a la Declaración católico-luterana mencionada. Más costoso resulta, en cambio, el diálogo entre la Santa Sede y la Alianza Baptista Mundial. Por ahora, sólo se ha celebrado una fase de diálogo teológico (entre 1984 y 1988), que sirvió para superar prejuicios y clarificar posturas. Comunión Anglicana En el período inmediatamente posterior al Vaticano II, ningún diálogo ecuménico bilateral suscitó tantas esperanzas como el de católicos y anglicanos. Pero estas esperanzas tropezaron de pronto con la emergencia de un nuevo problema: la ordenación de mujeres por parte de Iglesias anglicanas de varios países. A pesar de este obstáculo, tanto el arzobispo de Canterbury como otros dirigentes anglicanos fueron acogidos durante sus visitas a Roma con cordialidad por Juan Pablo II. En la actualidad, aunque católicos y anglicanos mantienen su compromiso de diálogo, la ordenación de un obispo abiertamente homosexual en la Iglesia episcopaliana –la rama del anglicanismo en Estados Unidos– ha provocado un nuevo aplazamiento de las reuniones ecuménicas, además de una crisis en el seno del anglicanismo. JUAN MESEGUER V.

Este esfuerzo del Santo Padre puede ser visto también como parte de su permanente preocupación por valorizar y llevar a su aplicación el Concilio Vaticano II. De hecho, toda su enseñanza se reporta a la letra y al espíritu de los grandes documentos conciliares que, dada la aceleración de la historia, corren el riesgo de ser olvidados y tienen por tanto necesidad de ser continuamente recordados y repropuestos a las nuevas generaciones. Sin duda un fruto mayor de ese esfuerzo de reproposición de la enseñanza conciliar en este pontificado, ha sido la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, en octubre de 1992. Vista esta tarea magisterial en su conjunto, es posible conjeturar que será una preocupación primordial del sucesor de Juan Pablo II, dar tiempo a la Iglesia para una completa y profunda asimilación de la excepcionalmente rica y abundante enseñanza legada por este gran pontificado. Un recuento de esta tarea magisterial no debería desde luego pasar por alto, la presencia de la voz del Papa, a través de sus representantes, en las grandes Conferencias internacionales, así por ejemplo en las de El Cairo y Pekín.

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EDITORIAL

Se puede señalar con tristeza que, en su defensa de los auténticos derechos de la persona, las delegaciones enviadas por Juan Pablo II han encontrado consenso en algunos pocos países, mientras las grandes potencias occidentales se han mostrado en general hostiles a esos valores. (...) El hecho, sin embargo, de que el Papa haya hecho presente a la conciencia de los hombres de nuestro tiempo algunos problemas cruciales y, por medio de sus delegados, haya tenido éxito en introducir en los documentos internacionales algunos principios morales de gran valor, es una señal que su entrega a la defensa del hombre en ningún caso ha sido, en el plano institucional y político, una causa perdida.

Dios regaló un profeta a su Iglesia A través de esta sustancial batalla sostenida por su servicio magisterial, podemos decir que Juan Pablo II cumplió verdaderamente en el mundo de hoy el oficio de «centinela» del que habla el profeta Ezequiel: «Hijo de hombre, yo –dice el Señor– te he puesto como centinela de la casa de Israel. Oirás de mi boca la palabra y les advertirás de mi parte» (Ez. 3,17). En este parágrafo de la Sagrada Escritura (y en lo que sigue del mismo) puede verse en toda su altura y profundidad el sentido profético del pontificado de Juan Pablo II. Es el nihilismo –la gran fuerza destructora de la humanidad en nuestro tiempo– el que subyace en los múltiples desafíos que enfrenta hoy la fe y la cultura cristiana. Enrostrarlo es una misión de talla profética, que encuentra su cima en un período genuinamente épico en la historia del papado como han sido estos últimos 25 años. Se entienden en este contexto las palabras expresadas por un arzobispo y teólogo español con ocasión del jubileo pontifical de Juan Pablo II: «No es exageración –dice–, los 25 años de pontificado de Juan Pablo II son literalmente años de martirio. Lo son en sentido etimológico. Juan Pablo II ha sido un mártir, un testigo excepcional de Jesucristo y de Dios en el contexto real del mundo nuestro». Sin duda que la historia recordará a Juan Pablo II como el gran testigo cristiano de nuestro tiempo. Todo lo que hizo para cambiar el mundo y revitalizar la Iglesia nace de la convicción inconmovible de que Jesucristo es la respuesta a la pregunta que plantea cada vida humana. Esta es la convicción que animó su ministerio como obispo de Roma. Como es propio que al «centinela» de que nos habla el profeta Ezequiel no se le hurten contradicciones y que al «mártir» los hombres tarden en reconocerlo, consideremos también aquella contradicción silogística, tan recurrida por algunos, que distingue entre su mensaje y su presencia. Acudo nuevamente a un caso que nos propone ese escritor y miembro de la Academia francesa, tan cercano al Papa, que fue André Frossard y que en esta oportunidad proviene de una anécdota que le sucediera en Chile. La relata en su conocido libro, Retrato de Juan Pablo. 13 13 Traducido también al castellano y publicado en España, su edición original se titula «Portrait de Jean Paul II» (Editions Robert Laffont, Paris, 1988).

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EDITORIAL

Invitado a almorzar por una comunidad religiosa en Santiago, nos cuenta, le fue presentada la siguiente objeción: «¿No cree usted, señor, que la persona del Papa anda mejor que su discurso, y que su presencia es más eficaz que su mensaje?» El sentido de la objeción planteada era claro, apunta Frossard: la popularidad del Papa es un fenómeno de mediación, su pensamiento no cuadra con el espíritu de los tiempos, y no es comprendido de veras por las multitudes. La réplica del agudo escritor galo fue inmediata: en efecto, eso es exactamente lo mismo que ocurría con Jesucristo en las colinas de Galilea: su presencia era superior a la comprensión de su mensaje por parte de las muchedumbres, y aun de los propios apóstoles: les bastaba que él estuviera allí, pues también su presencia «andaba mejor» que su mensaje. «Sin embargo –concluye para sí Frossard– nunca agradeceré bastante a aquel interlocutor por haber hablado como lo hizo. Su pregunta me ayudó a comprender una cosa que a él debe serle familiar, pero que no lo era para mí: el cristianismo es esencialmente una religión de la presencia. La Revelación es revelación de una presencia, la Encarnación es una presencia y la misión del Papa es estar presente». Y en efecto, lo que hemos tenido el infinito privilegio de presenciar a lo largo de estos últimos 26 años, es el testimonio vivo de esa misteriosa presencia de Dios entre los hombres.

Bajo el signo de la cruz: la divina misericordia. Juan Pablo II habría cumplido el próximo 18 de mayo 85 años de edad. Su pontificado fue el tercero más largo de la historia de la Iglesia y claramente, desde el 13 de mayo de 1981, a ojos de todo el mundo, lo vivió bajo el signo de la cruz. En los últimos años, la enfermedad y el peso de la vejez mostraron cada vez más signos de agravamiento. Y, sin embargo, continuó cumpliendo su servicio pontifical –incluso en las semanas recientes cuando debió trasladarse al Hospital Gemelli– con toda la intensidad que los médicos se lo permitieron. Del entusiasmo por un Papa juvenilmente enérgico, como el que vimos en la primera mitad de este pontificado, se pasó a escuchar con atención sus palabras y sus gestos, que fueron hacia el final de su vida los de un hombre anciano, con el dolor escrito en el rostro, que necesitaba apoyarse en la cruz, pero cuya fascinación no era menor por este motivo. Consiguió, incluso en ese estado, hablar a las masas, conmocionar a los jóvenes –como en Madrid el año 2003– y

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es evidente que su imagen doliente borraba todo resentimiento y tocaba profundamente los corazones. Enseñó con su vida ese «evangelio del sufrimiento con el que hay que preparar el futuro, el tercer milenio», como declarara alguna vez con referencia a las palabras proféticas que le dirigiera el primado polaco, cardenal Stephan Wyszynski, manifestando en la ocasión su particular preocupación y entrega por la causa de la familia. 14 En dos décadas y media el Papa no dejó así de sorprender al mundo y su fecundidad no cedió un instante a su recorrido. Y del mismo modo como 26 años atrás la imagen de un Juan Pablo II deportivo y sonriente no agotaba aquello que sería su pontificado, tampoco su visible debilidad del final lo representaba todo. Incluso uno de los aspectos más conmovedores de su persona en estos años es la forma tan natural con que supo integrar sus límites físicos en el ejercicio de su ministerio. Nos mostraba a cada momento, con su ejemplo, el convencimiento de que el mismo Dios que lo hizo un adolescente vigoroso, lo hizo también anciano. Y estaba siempre en paz consigo mismo, como lo estuvo siempre, seguro de que la belleza de esta existencia no es más que un reflejo pálido de la que nos espera más allá de esta vida. En ese sufrimiento físico y espiritual que nadie podía dejar de ver, fue posible encontrar también un mensaje especialmente dirigido a los hombres de este tiempo. En la cultura en que vivimos todo se orienta a la obtención de resultados y hacia la funcionalidad. El hombre político debe irradiar brío juvenil para así parecer elegible, y las profesiones gerenciales modernas presuponen un alto nivel de condiciones físicas. La enfermedad y la vejez deben permanecer ocultas lo más posible. Sin embargo, he aquí que el Papa no las escondía, no podía ni quería esconderlas. Precisamente de este modo llevó a cabo un servicio importante para nosotros. También la edad tiene su mensaje, y el sufrimiento su dignidad y su fuerza salvadora. Para muchas personas la vejez es una época inútil de la vida humana, en la que se siente ser un peso para sí mismo y para los otros; es así una época en que la persona se cierra sobre sí misma, y vive en la autocompasión y en la angustia de la muerte que se avecina. Juan Pablo II, que escribió a los ancianos una carta admirable sobre la vejez 15, mostró con su ejemplo que este período de la vida es un tiempo de gracia, que puede ser fecundo en obras buenas para el reino de Dios y en el cual cada uno debe prepararse en la esperanza al encuentro gozoso con Dios, en una muerte iluminada por la fe. Con su ejemplo enseñó también que la enfermedad puede ser asumida con valentía, con espíritu de voluntaria participación en el misterio de la cruz, misterio de salvación para quienes unen sus propios sufrimientos al sufrimiento y a la muerte de Cristo; pero diciendo al mismo tiempo que la enfermedad no debe impedir toda forma de actividad y apartar todo interés, acelerando de ese modo un proceso que conduce precozmente a la muerte. 14 «Si el Señor te ha llamado, debes hacer entrar a la Iglesia en el tercer milenio (...) Eso me dijo el cardenal Wysynski. Y yo comprendí que debía hacer entrar a la Iglesia de Cristo en este tercer milenio por la oración y por diferentes iniciativas, pero he visto que aquello no bastaba: había que hacerla entrar con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio» (palabras pronunciadas por el Papa en el Ángelus del 29 de mayo de 1994, tras una nueva hospitalización). 15 Cfr. Carta a los ancianos, 1o octubre 1999 (www.humanitas.cl / Biblioteca electrónica / Juan Pablo II

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DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA:

AMOR DE DIOS POR LA HUMANIDAD

F inalizada la Misa por el descanso eterno del Papa Juan Pablo II, el arzobispo Leonardo Sandri, sustituto para la secretaría de Estado, rezó el Regina Coeli y leyó el texto que había preparado el Santo Padre con motivo de la solemnidad de la Divina Misericordia, según señaló la agencia VIS. En el texto, Juan Pablo II recordaba que hoy se celebra el Domingo de la Divina Misericordia y se refería al pasaje del Evangelio en que el Resucitado se aparece a los apóstoles «y les mostró las manos y el costado», es decir «los signos de la dolorosa pasión grabados de forma indeleble en su cuerpo incluso después de la resurrección. Esas llagas gloriosas que, ocho días después, hizo tocar al incrédulo Tomás, revelan la misericordia de Dios, ‘que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito’». «A la humanidad, que a veces parece extraviada y dominada por el poder del mal, del egoísmo y del miedo –continúa el texto–, el Señor resucitado ofrece como don su amor que perdona, reconcilia y vuelve a abrir el ánimo a la esperanza. Es amor que convierte los corazones y da la paz. ¡Cuánta necesidad tiene el mundo de comprender y acoger la Divina Misericordia!». «Señor, que con tu muerte y resurrección revelas el amor del Padre, nosotros creemos en ti y con confianza te repetimos hoy: Jesús, confío en Ti, ten misericordia de nosotros y del mundo entero». «La solemnidad litúrgica de la Anunciación, que celebraremos mañana -concluye-, nos lleva a contemplar con los ojos de María, el inmenso misterio de este amor misericordioso que brota del Corazón de Cristo».

Quien así vivió sus años de vejez, declaró a fines del año de su jubileo, con toda la autoridad que le da su sacrificio, que era con los jóvenes con quienes había sostenido en el pasado cuarto de siglo un «diálogo privilegiado». Efectivamente –recordemos lo que fueron las monumentales Jornadas de la Juventud que jalonaron la historia de su pontificado: Compostela, Denver, París, Roma-Torvergata, Toronto–, hay que rescatar como uno de los grandes logros de Juan Pablo II su receptividad entre los jóvenes. La persistencia hasta el propio momento de sus funerales de esta realidad, es parte de esa presencia de Dios en un hombre de que hemos sido testigos. Para mejor ilustrarnos sobre este punto, recojamos el testimonio de un estrecho colaborador suyo con ocasión del Congreso Eucarístico de Bolonia: «El Papa parecía cansado –nos dice–. Precisamente en ese momento llegaron las estrellas juveniles, Bob Dylan y otros. Tenían un mensaje totalmente distinto a aquel por el cual se empeña el Papa. Había un motivo para tener una actitud escéptica (yo la tenía...), para dudar y preguntarse si realmente era justo hacer intervenir a este tipo de «profetas»; pero su mensaje de pronto pareció envejecido y pobre cuando el Papa dejó de lado la hoja manuscrita que tenía delante y comenzó a hablar a los jóvenes con el corazón, a decirles cosas que, al menos a primera vista, no había pensado decirles, a hablar del significado del fracaso, la renuncia, la aceptación del sufrimiento, la Cruz (...todo aquello

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que las ofertas de la industria del tiempo libre y la forma contemporánea de desperdiciar la vida dejan completamente de lado...). No había el empleo de fórmulas religiosas gastadas y vacías: hablaba alguien que había puesto ‘su vida bajo el signo de la cruz’ y por esto había adquirido sabiduría». 16 Es la sabiduría y la santidad de que fueron testigos diariamente quienes le siguieron de cerca o a distancia y que se apoyaba en una coherencia interior literalmente nuclear, en la que no había diferencia entre lo que se piensa y lo que se es, entre lo que se cree y lo que se dice, entre el Juan Pablo II público y el Juan Pablo II privado, por la simple razón de que no conoció la vida privada. El panorama de inmensa vastedad que nos abre la obra de Juan Pablo II será a futuro materia de innumerables escritos. No serían pequeños los desarrollos si se quisiera profundizar, por ejemplo, en el tema del ecumenismo o en el de la purificación de la memoria, en el recorrido del jubileo del año 2000 o en temas como la defensa de la vida, cuya batalla concentró de manera tan importante las fuerzas del Papa, o de la familia, de cuyo futuro depende, como no cesó de repetirlo, el destino del hombre y de la sociedad. Más aún, sobre su total donación a María –Totus tuus– siendo que la espiritualidad mariana impregnó y presidió toda su vida y toda la obra de su pontificado. 16 Comentario del cardenal Joseph Ratzinger con ocasión del Congreso Eucarístico de Bolonia.

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Con ocasión de las pasadas celebraciones del Jubileo de Juan Pablo II, se hicieron presente comentarios en el sentido de que aquella sería la última de sus actuaciones públicas dotadas de gran significado, como si ella hubiese revestido el carácter de una despedida y conclusión final del pontificado que acaba de concluir. No había ningún motivo fundado para ver las cosas de esa manera. El remitirse constantemente a Dios fue el secreto de toda la vida del Papa y es de esa manera como él llevó adelante su misión de pontífice, gobernando su tiempo, sus fuerzas, incluido en ello el atentado del 13 de mayo de 1981 y sus consecuencias. Podría haberse pensado entonces, también, que se trataba del fin de su pontificado. Pero él se abandonaba completamente a Dios, para actuar siempre con plena y soberana libertad. Es el secreto de un místico, que fue al mismo tiempo un hombre de acción, ha comentado con clarividencia el cardenal Lustiger. A ese gran místico, que la Providencia dio la misión de inaugurar el tercer milenio de la era cristiana –¡qué gran augurio!– se le tenía reservado desde la eternidad su día, que coincidiría con el de la fiesta de la Divina Misericordia, por él mismo instaurada hacía cuatro años. Perfecta recapitulación de lo que fue toda su vida, su pensamiento y su obra, que resume también el legado entregado por su pontificado al hombre individualista y autónomo de nuestro tiempo, cuyo atormentado espíritu es convidado por esa Misericordia al abandono manso y humilde, en la gratitud y el perdón, condición en la que podrá recuperar la paz y la sabiduría. «Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él» (Jn. 3, 16-21).

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EDITORIAL

Imposiciones de una «Religión Civil» A

fines del año 2000, habiéndose reproducido en estas páginas uno de los magníficos documentos que brotaron como fruto del año jubilar, la Declaración Dominus Iesus sobre la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia, se comentaron en este mismo espacio editorial (cfr. HUMANITAS 20) algunas sorprendentes actitudes, surgidas al interior de la propia Iglesia, más preocupadas en pedir excusas a los hermanos separados y a los miembros de otras religiones por la mencionada Declaración, que en alegrarse y contribuir a fortalecer la fe de los miembros del Cuerpo Místico a partir de ella. Temática recurrente en el tiempo que vivimos, esta reflexión apuntaba al secularismo presente en algunos ambientes de la Iglesia católica y a su identificación con ese programa característico de la Ilustración que tan bien resume el enunciado «credo mínimo, consenso máximo». Vale decir, relativizar las convicciones sustanciales en cuanto puedan producir confrontación, en aras de ampliar al máximo el espectro e importancia de cuestiones subalternas que propicien un clima de unanimismo y exclusión de todo disenso. Transcurrido ya un lustro desde entonces, a una velocidad que asombra y casi sin resistencia que le ponga atajo, vemos entre nosotros un creciente y extensivo envolvimiento en esa atmósfera ideológica. No otra razón explica, por ejemplo, que en una nación con las tradiciones de Chile se apruebe el divorcio con el explícito apoyo de parlamentarios católicos que se confiesan de tales y la no velada concurrencia de algunos eclesiásticos, dictándose una ley que más allá de la dialéctica acerca de los fraudes hasta entonces en uso, implica una franca negativa a la indisolubilidad del vínculo. Se ha llegado incluso al punto que nuestro episcopado ha debido intervenir, dando seria y fundada respuesta frente a la defensa de la ley de divorcio sostenida desde las páginas de una revista eclesial. Los rostros de la cultura, en los espacios donde se pretende seriedad, se especializan también en la misma categoría de juicios. No hay así, por ejemplo, casi ningún invitado a las Conferencias Presidenciales, que deje de sentirse autorizado a incursionar en el ámbito de lo religioso, incluso en temas tan sagrados y complejos como la Santísima Trinidad (v.gr. G. Vattimo), para ser luego glosados por publicistas y novelistas enteramente ajenos a tan venerable asunto. Como siempre, la tónica dominante será la secularización de lo religioso. Algún centro de estudios, caracterizado por la presencia de católicos, buscará asimismo, para celebrarse, a uno del mismo espectro, no reparando éste en darse el lujo, a pocas semanas del evento, de mofarse e insultar a la Santa Sede, en la propia prensa chilena, por su resistencia a los preservativos, uniendo a ello la audacia de sentenciar, con entonación pareci-

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da a la del vicario saboyano de Rousseau, acerca de la necesidad civil de la religión (recordemos que también Maquiavelo, en su Discurso sobre la primera década de Tito Livio, propugnaba que el Estado debe fomentar en los ciudadanos un tipo de religión adecuado al logro de sus fines temporales...). Por fin –y sin pretender ni de lejos agotar el elenco– con tanta osadía como escasa autoridad, otro extranjeropolítico y filósofo «light» traído al país por el Ministerio de Educación y el Consejo de la Cultura y de las Artes– pontifica, también en fechas próximas, a través de entrevista envasada en un diario dominical con bien ganado prestigio, acerca de la necesidad de lo sagrado... pero sin Dios. «Moral sin Dios», «lo sagrado sin Dios», los corifeos de esta causa no cejan en su propósito de acostumbrar nuestros oídos a su música. Todo ello da, sin duda, gran verosimilitud a la imagen de la «ciudad sitiada» de que habla el Cardenal Jorge Medina en las páginas de este número de HUMANITAS. En continuidad con las reflexiones acerca del «credo mínimo - consenso máximo», será oportuno pues fijar la atención en el tema que aparece ahora como secuencia lógica: el de la «religión civil». En estrecha afinidad uno con otro, encontramos aquí el punto de llegada de un proceso en el que la religión retiene su valor funcional y su importancia de factor cohesivo de la sociedad, a la vez que se despoja de sus contenidos más propios y definitorios. Su formulación explícita la encontramos por primera vez en el siglo XVIII, al final del Contrato Social de Juan Jacobo Rousseau, donde se expone la doctrina de la «voluntad general». Son los hombres en acto puro de humanidad quienes llegan, según el filósofo ginebrino, a encontrar las mejores soluciones para todos los asuntos humanos de orden social: el mejor orden político en la democracia; la mejor educación en una pedagogía natural; el mejor culto interno y externo a Dios en la religión civil sin misterios. Busca este así, a través de un tal híbrido, resolver las relaciones entre religión y política, y sobre todo reforzar la autoridad de las leyes con la autoridad de la religión. El tono de su exposición es más sentimental que intelectual, lo cual no impide que arribe a extrañas conclusiones punitivas. De ello habla con inequívoca claridad la vida y obras de un fanático seguidor de Rousseau, Maximiliano Robespierre. En nuestro entorno y en días muy cercanos, la exaltación a su muerte de la figura más emblemática del comunismo estalinista y castrista –a niveles que superan con creces lo que fuera, por ejemplo, el postrer homenaje tributado por Chile a otra mujer, Gabriela Mistral, poetisa cristiana y Premio Nobel de Literatura–, todo ello en el marco de una significativa coincidencia de personeros gubernamentales representativos del más crudo laicismo, da una clara idea de la dirección en que nos encaminamos (cfr. «Consecuencia», por Pbro. Raúl Hasbun, p. 360 de esta edición).

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EDITORIAL La contrafaz de esta «audacia ilustrada» está, por otra parte, ya presente en muchos espíritus y la constituye, con perfecta lógica secuencial, el nada velado propósito de unilateralizar ese inmenso regalo de la Providencia y del Papa que significa la canonización del Padre Alberto Hurtado, programada para el mes de octubre próximo. ¿No hemos prestado atención crítica a las voces del frente laicista que proclaman curiosamente la necesidad de más Albertos Hurtado? ¿O a la de sus afines, que desde la Iglesia proclaman su preocupación de que la figura del futuro San Alberto Hurtado sea «robada por la piedad tradicional»? (la misma que, según su entender, habría obrado así con nuestra Teresa de Los Andes). El modo imperativo y censurador con que hoy se desenvuelven, de consuno, los más variados representantes de este marco ideológico –más allá de alardes democráticos y reclamos a propósito de la libertad y la dignidad de las personas– hace recordar esas proféticas reflexiones del Cardenal Joseph Ratzinger en su libro La sal de la tierra: «Ahora aumenta el riesgo de dictaduras de opinión pública, de formas de pensar que pueden discriminar al que no estuviera conforme con ellas, y podría haber mucha gente buena que no se atreviera a declararse no-conformista. De haber una nueva dictadura anticristiana en el futuro sería, sin duda alguna, mucho más sutil que lo que hemos conocido hasta ahora. En apariencia, seguramente admitiría la religión, pero sin que la religión pudiera intervenir ni en la forma de conducta ni en el modo de pensar». (Ed. Palabra, Madrid, 1997, p.163). «He venido a hacer nuevas todas las cosas». Esas conmocionantes palabras de Cristo, que no olvidarán quienes en las pasadas semanas vieron la producción de Mel Gibson y repararon en la escena que revive el encuentro del Hijo con su Madre en la cima del calvario, nos trasladan directamente a la Pascua y al real sentido de lo que aquí consideramos. Hay que recordar que el discurso cristiano es totalmente nuevo, y es irreductible a un discurso de mera promoción social y civil: lo que hace nueva la esencia de nuestra actitud es el fundamento de que Cristo ha resucitado. Como lo ha subrayado don Giussani, dentro de la Sagrada Escritura, este choque entre humanismo y Cristo está claramente expresado en el discurso de Pablo en el Areópago de Atenas. La relación que antecede obliga a la vigilancia y al permanente esfuerzo clarificador frente a un secularismo que tiene la pretensión de postularse como la «correcta» melodía del futuro. Por su parte, lo anterior tampoco implica el desconocimiento de infinidad de realidades positivas y alentadoras en el ámbito de la cultura cristiana chilena, americana y universal de nuestros días, las cuales renuevan y vivifican en profundidad nuestra esperanza en el «Dios desconocido» de los atenienses, aquel mismo sobre el que infructuosamente quiso hablarles san Pablo.

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S ANTO T O MÁ S

DE

A Q U I NO

El Amor de la Sabiduría

1. Filosofía y teología en la obra de Santo Tomás de Aquino. Lunes 16 de mayo, 19:30 hrs. 2. Filosofía del ser y conocimiento de Dios. Miércoles 18 de mayo, 19:30 hrs. 3. La persona y el orden moral. Viernes 20 de mayo, 19:30 hrs. Expositor: Antonio Amado, Profesor de Metafísica

en la Universidad de Los Andes. Lugar: Centro de Extensión UC, Sala Matte Fecha: Del 16 al 20 de mayo. Hora: 19:30 hrs. Precio General: $18.000 Precio, incluida suscripción a Humanitas: $21.000 Informaciones e Inscripciones:

Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, piso 3 Santiago. Teléfono: 6866519. Fax: 6353755 www.humanitas.cl e-mail: humanitas@puc.cl Patrocina:

Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica

E L P A D R E H U RTA D O

Un nuevo santo para Chile Revista Humanitas organizará para el mes de agosto una serie de conferencias, en

las que serán revisados diversos aspectos de la vida y obra del ahora Beato y próximo Santo, Padre Alberto Hurtado. Las exposiciones estarán a cargo de quienes lo conocieron personalmente y de los que se formaron a partir de tales testimonios. Entre ellos, el R.P. Jaime Castellón S.J., postulador de la causa de su canonización, R.P. Raúl Hasbún, William Thayer y R.P. Samuel Fernández, Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica. Encuentre información más detallada sobre este curso en el próximo número de Humanitas y en la página web www.humanitas.cl. Haga sus reservas de cupo e inscripciones al teléfono: 6866519 o en nuestras oficinas ubicadas en el Centro de Extensión UC, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 390, tercer piso.

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A 13 AÑOS DE SU PUBLICACIÓN

Actualidad doctrinal del Catecismo de la Iglesia Católica POR JOSEPH CARDENAL RATZINGER

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l Catecismo de la Iglesia católica, que el Papa Juan Pablo II entregó a la cristiandad el 22 de octubre de 1992 con la Constitución Apostólica Fidei Depositum («Depósito de la fe»), salía al encuentro, por un lado, de un anhelo, que estaba vivo en todas las partes de la Iglesia; pero, por otro, se topó con un muro de escepticismo, más aún, de rechazo en sectores del mundo intelectual católico occidental. Después del giro epocal del Concilio Vaticano II, los instrumentos catequísticos utilizados hasta entonces parecían insuficientes y ya no a la altura de la conciencia de fe, como se había expresado Así tuvo lugar el en el Concilio. Así tuvo lugar el inicio de una múltiple experimentación, aná- inicio de una múltiple logamente a lo que entonces sucedía en la liturgia. A pesar de experimentación, todas las cosas valiosas que se podían encontrar en las diversas análogamente a lo que publicaciones, faltaba, sin embargo, una visión de conjunto. entonces sucedía en la Parecía que había llegado a ser problemático comprender qué liturgia. A pesar de todas cosas eran todavía válidas después del gran giro conciliar. Por las cosas valiosas que se esto, pastores y fieles esperaban un nuevo texto de referencia podían encontrar en las según el cual fuera posible orientar la catequesis y en el cual diversas publicaciones, volviera a ser visible la síntesis de la doctrina católica según faltaba, sin embargo, las líneas trazadas por el Concilio. Una parte de los teólogos una visión de conjunto. y de los especialistas de la catequesis era contraria a ello por Parecía que había llegado el deseo comprensible del intelectual de poder experimentar a ser problemático lo más posible en un espacio libre. La certeza de fe parecía en comprender qué cosas contraste con la libertad y la apertura. De la reflexión que está eran todavía válidas siempre en progreso. Sin embargo, la fe no es ante todo un después del gran giro material de experimentos intelectuales, sino el fundamento conciliar. (...) sólido –la hipóstasis, dice la Carta a los Hebreos (11.1)–, sobre el cual podamos vivir y morir. Y como la ciencia no se ve impedida por las certezas alcanzadas, más aún, las certezas alcanzadas son la condición de su progreso, así también las certezas que nos da la fe abren horizontes siempre nuevos, mientras el dar vueltas continuamente sobre sí misma de la reflexión experimental termina por causar aburrimiento. En esta situación hubo, por una parte, un gran agradecimiento por el Catecismo, en cuya preparación habían colaborado todos los componentes de la Iglesia,

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obispos, sacerdotes y laicos; por la otra, también un rechazo hostil, que encontraba siempre nuevos motivos. Fueron criticadas las supuestas modalidades centralísticas de la preparación, lo cual simplemente con toda evidencia va contra la verdad histórica. El contenido mismo fue etiquetado como estático, dogmático y «preconciliar». El Catecismo, se decía, no habría tenido conciencia del desarrollo teológico, en particular exegético del último siglo; no sería ecuménico; no sería dialógico, sino apodíctico-afirmativo. Por eso no se podría hablar de una actualidad doctrinal –no entonces, hace diez años, y naturalmente mucho menos hoy–.

Valores y límites de un Catecismo ¿Qué pensar de tales opiniones? Para colocarlas en su luz adecuada y entablar un diálogo con sus exponentes –en la medida en que ellos estén dispuestos a hacerlo–, ante todo se debe reflexionar sobre la naturaleza de un catecismo y sobre su género literario específico. El catecismo no es un libro de teología, sino un texto de la fe, o sea, de la doctrina de la fe. Esta diferencia (...) Por esto, pastores fundamental con frecuencia no siempre se tiene suficientemente y fieles esperaban un en cuenta en la conciencia teológica actual. La teología no invennuevo texto de referencia ta en un itinerario de reflexión intelectual lo que puede creer o según el cual fuera no creer; en tal caso la fe cristiana sería totalmente producto de posible orientar la nuestro pensamiento y no sería algo diverso de la filosofía de catequesis y en el cual la religión. La teología, si tiene una precisa visión de sí, es más volviera a ser visible la bien el esfuerzo por comprender el don de una verdad que la síntesis de la doctrina precede. El Catecismo cita a este propósito la conocida frase de católica según las líneas San Agustín, en la cual se sintetiza clásicamente la esencia del trazadas por el Concilio. compromiso teológico: «Creo para comprender y comprendo para mejor creer» (158; Sermo 43, 7,9). Pertenece constitutivamente a la teología la relación entre el dato que nos es ofrecido por Dios en la fe de la Iglesia, y nuestro esfuerzo por apropiarnos de este dato en la comprensión racional. El objetivo del Catecismo es precisamente presentar este dato que nos precede, la formulación doctrinal de la fe que se ha desarrollado en la Iglesia; es un anuncio de la fe y no una teología, aunque naturalmente forma parte de una presentación adecuada de la doctrina de fe de la Iglesia, una reflexión que busca comprender y, en este sentido, la fe se abre a la comprensión y a la teología. Asimismo no queda eliminada la diferencia entre anuncio, o sea, testimonio, por una parte, y reflexión teológica, por la otra. Así podemos ahora esbozar también el género literario del Catecismo, que deriva de su cometido. Su forma literaria fundamentalmente no es la discusión, la «quaestio disputata», como expresión clásica del trabajo teológico. Su forma literaria es más bien el testimonio, el anuncio que nace de la certeza interna de la fe. También aquí hay que precisar algunos puntos: también el testimonio se dirige al otro y, por tanto, hace referencia a su horizonte de comprensión; también el testimonio lleva en sí la referencia inteligente de la palabra acogida,

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pero sigue siendo no obstante diversa del lenguaje de la razón que busca en modo científico. En el caso del Catecismo de la Iglesia Católica, hay que añadir todavía un factor más: los destinatarios de este libro, del cual depende toda forma ulterior de mediación, son muchos y variados. El Papa menciona en el punto cuarto de la citada Constitución Apostólica la lista de los destinatarios, a quienes está dedicado el libro: los pastores y los fieles, entre los cuales se entienden en particular los miembros de la Iglesia empeñados en la catequesis; luego, «todos los fieles», por lo mismo también el ámbito ecuménico, y finalmente –así dice el Papa– este libro «es ofrecido a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros (1P 3, 15) y que quiera conocer lo que cree la Iglesia Católica». Si se tiene presente que de este modo se dirige no sólo a niveles muy diversos de preparación, sino a todos los continentes y a situaciones culturales muy diferentes, es evidente que este libro no puede constituir la última etapa de un camino de mediaciones, sino que ha de contar con ulteriores mediaciones más próximas a las diversas situaciones. Si llegara a ser más directamente «dialógico» para un determinado ambiente –por ejemplo, para intelectuales occidentales– y adoptase su estilo, lo único que lograría sería llegar a ser más inaccesible para todos los demás. Por esto, su estilo debía por así decir colocarse muy por encima de contextos culturales concretos y tratar de dirigirse a los hombres como tales, dejando, sin embargo, las posteriores mediaciones culturales a las iglesias locales respectivas. El hecho de que el Catecismo haya sido acogido positivamente en regiones y ambientes sociales del todo diversos, muestra que el esfuerzo por hacerse comprender por encima de las diversidades de preparación y de cultura ha sido un logro sorprendentemente bueno. En efecto, si esto no fuera posible, la unidad de la Iglesia, la unidad de la fe, la unidad de la humanidad sería una ficción. Pero, ¿qué decir –prescindiendo de estos problemas formales– de la actualidad doctrinal de los contenidos del Catecismo? Si se quisiera responder en modo apropiado, se deberían recorrer uno después de otro cada uno de los párrafos, desde el inicio hasta el fin. Entonces se haría una gran cantidad de descubrimientos preciosos y se podría ver cuán profundamente el catecismo ha sido plasmado por las intuiciones del Concilio Vaticano II, cuánto aquél ofrezca, precisamente por su sobriedad teológico-especialística, para nuevos puntos de reflexión incluso en el trabajo teológico. Sería instructivo un examen transversal de temas diversos como, por ejemplo, el ecumenismo, la relación Israel-Iglesia, la relación entre fe y otras religiones, fe y creación, símbolos y signos, etc. Ahora no es posible examinar todo esto. Quisiera limitarme a algunos aspectos ejemplares, que han tenido particular relieve en el debate público.

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El uso de la Escritura en el Catecismo Fueron particularmente duros los ataques al uso que el catecismo hace de la Escritura. Dicho uso, como ya se ha dicho, no habría tenido conciencia del trabajo exegético de todo un siglo; así por ejemplo, sería tan ingenuo hasta el punto de citar pasajes del Evangelio de Juan para delinear la figura histórica de Jesús; se inspiraría en una fe literalista que se podría ya calificar como fundamentalista, etc. A este propósito y en referencia a la tarea específica del Catecismo ya indicada, se debería reflexionar muy cuidadosamente sobre el modo en que este libro debe hacer uso de la exégesis histórico-crítica. En relación a una obra que ha de presentar la fe –no hipótesis–, y que por un tiempo más bien largo ha de ser «punto de referencia segura y auténtica para la enseñanza de la doctrina católica» (así se expresa el Papa en la Constitución Apostólica, n. 4), se debería tener presente cuán rápidamente cambian las hipótesis exegéticas y cuán grande es en la realidad la disensión sobre muchas tesis incluso entre autores contemporáneos. El Catecismo, por tanto, ha dedicado uno de sus artículos –en los números 101-104 del libro– expresamente a una reflexión específica sobre el uso recto de la Escritura en el testimonio de la fe. Esta sección ha sido valorada por exégetas importantes como En fin, el Catecismo ha una síntesis metodológica muy lograda, que afronta la cuestión dedicado la atención de la naturaleza no sólo histórica, sino propiamente teológica de debida también al tema la interpretación de la Escritura. del culto y la cultura. En A este propósito, es necesario responder antes a la pregunta: ¿qué realidad, tiene sentido es propiamente la Sagrada Escritura? ¿Qué cosa hace que esta hablar de inculturación colección literaria en cierta medida heterogénea, cuyos tiempos sólo si la dimensión de de formación se extienden a lo largo de un milenio, sea un único la cultura es esencial al libro, un único texto sagrado, que como tal es interpretado? Si se culto como tal. profundiza en este interrogante, emerge claramente toda la especificidad de la fe cristiana y de su concepción de la revelación. La fe cristiana tiene su especificidad ante todo en el hecho de que se refiere a eventos históricos o, mejor, a una historia coherente, que ha sucedido realmente como historia. En este sentido le es esencial la cuestión de la factualidad, de la realidad del evento y, por tanto, debe dar espacio al método histórico. Sin embargo, tales eventos históricos son significativos para la fe solamente porque es cierto que en ellos Dios mismo ha actuado de modo específico y los eventos llevan en sí algo que va más allá de su simple facticidad histórica, algo que procede de otra parte y le da un significado para todos los tiempos y para todos los hombres. Esta ‘excedencia de significado’ no debe ser separada de los hechos, no es un significado yuxtapuesto sucesivamente a ellos desde fuera, sino que está presente en el evento mismo, aunque trascendiendo, por lo demás, la pura facticidad. Precisamente en esta trascendencia inherente en el hecho mismo se encuentra la importancia de toda la historia bíblica. Esta estructura específica de la historia bíblica se refleja en los libros bíblicos: ellos, por un lado, son expresión de la experiencia histórica de este pueblo, pero dado que la historia misma es algo más que la sola acción y pasión del pueblo, en estos

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libros no habla en realidad sólo el pueblo, sino aquel Dios que actúa en él y por medio de él. La figura del «autor», que es tan importante para la búsqueda histórica, está, pues, articulada en tres niveles: el autor individual, de hecho, está sostenido a su vez por el pueblo en su conjunto. Esto se revela precisamente en los constantes añadidos nuevos y en las nuevas modificaciones de los libros; aquí la crítica de las fuentes (a pesar de muchas exageraciones e hipótesis poco plausibles) nos ha regalado descubrimientos valiosos. Al final no es sólo un autor individual quien habla, sino que los textos crecen en un proceso de reflexión, de cultura, de nueva comprensión, que supera a cada autor individual. Sin embargo, precisamente en este proceso de superaciones continuas, que relativiza a todos los autores individuales, está en acto un trascendimiento más profundo: en este proceso de superaciones, de purificaciones, de crecimiento está operante el Espíritu inspirador, que en la palabra conduce los hechos y los eventos y en los eventos y en Desafortunadamente los hechos empuja nuevamente a la palabra. en algunos sectores Quien reflexione sobre esta realidad dramática, aquí sólo muy de la Iglesia la sumariamente aludida, del devenir de la escritura de la palabra reforma litúrgica ha bíblica, verá sin duda que su interpretación –incluso independiensido concebida de temente de interrogantes propiamente creyentes– debe ser algo modo unilateralmente extremadamente complejo. Sin embargo, quien viva en la fe de intelectualístico –como este mismo pueblo y se encuentre dentro de este proceso, al interforma de amaestramiento pretar esa misma palabra bíblica deberá tener en cuenta también religioso– y además la última instancia, que él sabe operante en ella. Sólo entonces se no rara vez ha puede hablar de interpretación teológica, que de hecho no elimina sido empobrecida la histórica, sino que la amplía en una nueva dimensión. culturalmente de modo A partir de tales presupuestos el Catecismo ha descrito la doble preocupante, sea en el dimensión de una correcta exégesis bíblica, a la cual pertenecen, símbolo de las imágenes, por una parte, los métodos típicos de la interpretación histórica; sea en el de la música, sea pero, por otra –si se considera esta literatura como un solo libro, en el de la configuración más aún, un libro sagrado–, deben añadirse otras formas metodel espacio litúrgico y de dológicas. En los números 109 y 110 se mencionan con referencia la celebración. (...) a la Dei Verbum n. 12 las exigencias fundamentales de una exégesis histórica: prestar atención a la intención de los autores, a las condiciones de su tiempo y de su cultura, así como tener en cuenta los modos propios de su época de sentir, de hablar, de narrar en aquel tiempo (110). Pero se deben añadir además también aquellos elementos metodológicos que derivan de la comprensión de los libros como un solo libro y como el fundamento de la vida del pueblo de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento: prestar atención al contenido y a la unidad de toda la Escritura; leer la Escritura en la Tradición viva de toda la Iglesia; estar atentos a la analogía de la fe (nn. 112-114). Querría citar al menos el hermoso texto con el cual el Catecismo presenta el significado de la unidad de la Escritura y lo ilustra con una cita de Santo Tomás: «Por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón, abierto desde su Pascua (Cf. Lc. 24,25-27, 44-46). ‘El corazón de Cristo designa la Sagrada Escritura que

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hace conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser interpretadas las profecías’ (Psal, 21, 11)» (n. 112). De esta naturaleza compleja del género literario «Biblia» deriva también que no se pueda fijar el significado de cada uno de sus textos en referencia a la intención histórica del primer autor –por lo general determinado de modo hipotético–. Todos los textos se encuentran en realidad en un proceso de continuas reescrituras, en las cuales su potencial de sentido se manifiesta cada vez más y, por tanto, ningún texto pertenece simplemente a un autor histórico individual. Puesto que el texto mismo tiene un carácter procesual, no es lícito, aun a partir de su propio género literario, fijarlo en un momento histórico determinado y allí encerrarlo; en tal caso, el texto quedaría anclado en el pasado, mientras que leer la Escritura como Biblia significa precisamente que se encuentra el presente en la palabra (...) Con una histórica y se abre un futuro. La doctrina del sentido múltiple de la Escritura, que ha sido desa- interpretación orientada rrollada por los Padres y ha encontrado un tratamiento sistemático unilateralmente hacia en la Edad Media, a partir de esta configuración particular del la comunidad, que texto, hoy es nuevamente reconocida como científicamente ade- pretendía mirar sólo a las cuada. El Catecismo ilustra, por tanto, brevemente la concepción exigencias del presente, tradicional de los cuatro sentidos de la Escritura –diríamos más el gran respiro cósmico bien de las cuatro dimensiones del sentido del texto–. Está ante de la liturgia, así como todo el así llamado sentido literal, es decir, el significado históri- su amplitud y dinamismo co-literario, que se trata de volver a proponer como expresión del han sido reducidos en momento histórico del nacimiento del texto. Está el así llamado diversos grados de modo sentido «alegórico»; desafortunadamente esta palabra desacre- preocupante. Contra ditada nos impide captar exactamente aquello de lo que se trata: tales desviaciones el en la palabra lejana de una determinada constelación histórica Catecismo ofrece los se trasluce en realidad un itinerario de la fe, que introduce este instrumentos necesarios texto en el conjunto de la Biblia y más allá de aquel tiempo, lo que precisamente espera orienta en todo tiempo a partir de Dios y hacia Dios. Está luego la la nueva generación. dimensión moral –la palabra de Dios es siempre indicación de un camino– y, finalmente está la dimensión escatológica, la superación hacia aquello que es definitivo y el acceso al mismo; la tradición lo llama «sentido anagógico». Esta visión dinámica de la Biblia en el contexto de la historia del pueblo de Dios, vivida y que continúa, conduce después a una ulterior adquisición muy importante sobre la esencia del cristianismo: «la fe cristiana, sin embargo, no es una ‘religión del Libro’», dice lapidariamente el Catecismo (108). Es ésta una afirmación extremadamente importante. La fe no se refiere simplemente a un libro, que como tal sería la única y última instancia para el creyente. Al centro de la fe cristiana no se encuentra un libro, sino una persona, Jesucristo, que es él mismo la Palabra viviente de Dios y se hace conocer por así decir en las palabras de la Escritura, las cuales, a su vez, pueden ser comprendidas rectamente únicamente en la vida con Él, en la relación viviente con Él. Y puesto que en Cristo se ha edificado y se edifica la

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«La Constitución sobre la liturgia del Vaticano II ha iluminado con nueva luz esta síntesis de un modo excelente, aunque con mucha sobriedad, y así ha propuesto tanto a la teología cuanto a la catequesis la tarea de comprender a partir de este vínculo de manera nueva y más profunda la liturgia de la Iglesia y de sus sacramentos».

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Iglesia, el pueblo de Dios, como su organismo viviente, su «cuerpo», es esencial a la relación con Él la participación en el pueblo peregrinante, que es verdadero y propio autor humano, al cual le es confiada la Biblia como su propio tesoro, como queda dicho. Si Cristo vivo es la verdadera norma adecuada de la interpretación de la Biblia, esto significa que comprenderemos rectamente este libro sólo en la común comprensión creyente, sincrónica y diacrónica, de la Iglesia entera. Fuera de este contexto vital la Biblia es sólo una colección literaria más o menos heterogénea, no la indicación de un camino para nuestra vida. Escritura y tradición no se pueden separar. El gran teólogo de Tubinga Johann Adam Möhler ha ilustrado este vínculo necesario de modo insuperable en su obra clásica «Die Einheit in der Kirche» (‘La unidad en la Iglesia’), cuya lectura no será nunca suficientemente encarecida. El Catecismo subraya este vínculo, en el cual está incluida la autoridad interpretativa de la Iglesia, como la testimonia expresamente la segunda Epístola de Pedro: «Sabe ante todo esto: ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia…» (1,20). Hemos de alegrarnos al saber que el Catecismo, con esta visión de la exégesis de la Escritura, está en concordancia con tendencias El Catecismo traza las significativas de la exégesis reciente. La exégesis canónica subraya líneas antropológicas y la unidad de la Biblia como principio de interpretación; la inter- teológicas esenciales, que pretación sincrónica y diacrónica son cada día más reconocidas en son constitutivas para el su igual dignidad. El vínculo esencial de Escritura y Tradición es obrar moral del hombre. subrayado por famosos exégetas de todas las confesiones; queda Encuentra su punto de claro que una exégesis separada de la vida de la Iglesia y de sus partida en la presentación experiencias históricas no puede ir más allá de la categoría de las de la dignidad del hombre, hipótesis, que ha de vérselas con la superabilidad en cualquier que es al mismo tiempo momento de lo que es dicho en aquel instante. Hay todos los mo- su grandeza y, a la vez, el tivos para revisar el juicio apresurado sobre el carácter rudimental motivo de su compromiso de la exégesis escriturística del Catecismo y para alegrarse de que moral. (...) el mismo lea sin complejos la Escritura como palabra presente y pueda así dejarse plasmar por la Escritura en todas sus partes como por una fuente viva.

La doctrina de los sacramentos en el Catecismo Dejadme decir todavía algo más sobre la actualidad doctrinal de la segunda y tercera parte de nuestro libro. La novedad, totalmente determinada por el Vaticano II, de la segunda parte dedicada a los sacramentos, aparece clara ya desde su título: «La celebración del misterio cristiano». Esto significa que los sacramentos son concebidos, por una parte, en el contexto de la historia de la salvación, a partir del misterio pascual –el centro pascual de la vida y de la obra de Cristo–, como representación del misterio pascual, en el que estamos insertos nosotros. Por otra parte, significa que los sacramentos son interpretados a partir de la celebración litúrgica concreta. El Catecismo con esto ha dado un paso importante en relación a la tradicional doctrina neoescolástica sacramental. Ya la teología medieval había separado nota-

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blemente la consideración teológica de los sacramentos de su realización litúrgica y, prescindiendo de ésta, había profundizado en las categorías de la institución, del signo, de la eficacia, del ministro y del destinatario, de manera que sólo cuanto se refería al signo presentaba un vínculo con la celebración litúrgica. Por otra parte, también el signo era considerado no tanto a partir de la forma litúrgica, viva y concreta, sino que era analizado según las categorías filosóficas de materia y forma. Así liturgia y teología se separaron siempre más la una de la otra; la dogmática no interpretaba la liturgia, sino sus contenidos teológicos abstractos, de tal modo que la liturgia debía aparecer casi como un conjunto de ceremonias que revestía lo esencial –la materia y la forma– y, por tanto, podría también ser substituible. A su vez la «ciencia litúrgica» (en la medida en que se podía hablar de tal ciencia) llegó a ser una enseñanza de las normas litúrgicas vigentes, acercándose así a una especie de positivismo jurídico. El movimiento litúrgico de los años veinte trató de superar esta separación peligrosa y buscó comprender la naturaleza de los sacramentos a partir de su forma litúrgica; concebir la liturgia no sólo como un conjunto más o menos casual de ceremonias, sino como la expresión adecuada del sacramento en la celebración litúrgica, desarrollada desde su interior. La Constitución sobre la liturgia del Vaticano II ha iluminado con nueva luz esta síntesis de un modo excelente, aunque con mucha sobriedad, y así ha propuesto tanto a la teología cuanto a la catequesis la tarea de comprender a partir de este vínculo de manera nueva y más profunda la liturgia de la Iglesia y de sus sacramentos. Desafortunadamente esta tarea no ha sido plenamente cumplida hasta ahora. La ciencia litúrgica tiende nuevamente a separarse de la dogmática y a proponerse como una especie de técnica de la celebración litúrgica. A su vez tampoco la dogmática ha tomado todavía de modo convincente la dimensión litúrgica. Un muy inoportuno celo reformador se funda en el hecho que se continúa viendo la forma litúrgica sólo como un conjunto de ceremonias que se pueden substituir arbitrariamente con otros «hallazgos». A este propósito, en el Catecismo encontramos estas áureas palabras, a partir de la profundidad de una comprensión verdaderamente litúrgica: «Por eso ningún rito sacramental puede ser modificado o manipulado a voluntad del ministro o de la comunidad. Incluso la suprema autoridad de la Iglesia no puede cambiar la liturgia a su arbitrio, sino solamente en virtud del servicio de la fe y en el respeto religioso al misterio de la liturgia» (n. 1125). El Catecismo con su tratamiento de la liturgia, que introduce y da el planteamiento a la parte sacramental, ha realizado un gran paso adelante y, por lo mismo, ha sido acogido con grandes alabanzas por liturgistas de gran autoridad, por ejemplo, por el estudioso de Tréveris, Balthasar Fischer. Sin entrar en detalles, querría, a título de ensayo, señalar algunos aspectos de la doctrina sacramental del Catecismo, en los cuales puede aparecer de modo ejemplar su actualidad doctrinal. El propósito de ilustrar cada uno de los sacramentos a partir de su forma celebrativa litúrgica se encontró inicialmente con la dificultad del hecho que la liturgia de la Iglesia consiste en una pluralidad de ritos; no existe, pues, una forma litúrgica unitaria para toda la Iglesia. Esto no creaba ningún problema para un catecismo que está destinado sólo a la Iglesia occidental (latina) o a una iglesia particular. Sin embargo, un catecismo que, como el nuestro, pretender

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ser «católico» en sentido fuerte, que está, pues, dirigido a la Iglesia en la pluralidad de sus ritos, no puede privilegiar un rito de modo exclusivo. Entonces, ¿cómo se debe proceder? El Catecismo cita ante todo el texto más antiguo de una descripción de la celebración eucarística cristiana, que Justino mártir trazó en una Apología del cristianismo dirigida al emperador pagano Antonino Pío (138-161) hacia el año 155 después de Cristo (n. 1345). De este texto fundamental de la tradición, que es anterior a la formación de los diversos ritos, podemos deducir la estructura esencial de la celebración eucarística, que ha permanecido común en todos los ritos –«Missa omnium saeculorum»–. La referencia a este texto permite así al mismo tiempo comprender mejor cada uno de los ritos y descubrir en ellos la estructura común del sacramento cristiano central, que ultimadamente se remonta al tiempo de los apóstoles y así a la institución por parte del Señor mismo. La solución encontrada aquí es indicativa para la concepción del (...) Indica luego como Catecismo en su conjunto, que no podía nunca ser sólo occidental y estímulo interior –como gusta tanto a las iglesias orientales– tampoco sólo bizantina, e instrumento de sino que debía tener en cuenta toda la amplitud de la tradición. discernimiento del obrar Forma parte de los aspectos más preciosos de este libro el gran moral el deseo del hombre número de textos de los Padres y de los testigos de la fe de todos de ser feliz. El impulso los siglos –varones y mujeres– que han sido en él incluidos. Una primordial del hombre, visión del índice de nombres muestra que se ha dado gran espacio que ninguno puede negar a los Padres de Oriente y de Occidente, pero también las voces y al cual en definitiva de mujeres santas tienen una presencia considerable, de Juana de nadie se opone, es su Arco o Catalina de Siena a Rosa de Lima, pasando por Teresa de deseo de felicidad, de una Lisieux y Teresa de Ávila. Este tesoro de citas confiere por sí solo vida lograda y plena. La al Catecismo un valor específico tanto para la meditación personal moral para el Catecismo, cuanto para el ministerio de la predicación. en continuidad con los Otro aspecto en la teología del culto, del Catecismo, sobre el cual Padres, en particular con querría llamar la atención, está constituido por la acentuación Agustín, es la doctrina de la dimensión pneumatológica de la liturgia. Precisamente la de la vida realizada –la pneumatología –la doctrina sobre el Espíritu Santo– es un tema ilustración, por así decir, sobre el que se debería leer el Catecismo de modo transversal, para de las reglas para la conocer su fisonomía particular. Es fundamental la sección sobre felicidad–. (...) el Espíritu Santo en el cuadro de la interpretación de la Confesión de fe (nn. 683-747). El libro subraya ante todo el entramado denso de cristología y pneumatología, que ya aparece visible, por ejemplo, en el nombre de Mesías, Cristo, el Ungido. En efecto, «la unción» significa en la tradición patrística el ser penetrado por parte de Cristo por el Espíritu Santo, «el ungüento» vivo. Encuentro particularmente importante y útil la sección sobre los símbolos del Espíritu Santo (nn. 694-701), donde se manifiesta también un aspecto típico del Catecismo: su atención a las imágenes y a los símbolos. No se refleja solamente a partir de conceptos abstractos, sino que se ponen en primer plano precisamente los símbolos, que nos ofrecen una visión interior, muestran la transparencia del cosmos para el misterio de Dios y, al mismo tiempo, abren la relación con el mundo de las religiones. Con el acento sobre la imagen y el símbolo estamos ya nuevamente en el ámbito de

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la teología litúrgica, puesto que de hecho la celebración litúrgica vive esencialmente del símbolo. El tema del Espíritu Santo retorna luego en la doctrina de la Iglesia (nn. 797-810), aquí como aspecto de una visión esencialmente trinitaria de la Iglesia. Y después lo encontramos nuevamente ampliado en la parte sobre los sacramentos (nn. 1210-166), también aquí como parte de un planteamiento trinitario de la liturgia. La visión pneumatológica de la liturgia ayuda una vez más a comprender correctamente la Escritura –obra del Espíritu Santo–: en el año litúrgico la Iglesia recorre la historia de la salvación en toda su amplitud y experimenta –leyendo la Escritura de modo espiritual, es decir, a partir del autor que la ha inspirado y la inspira, el Espíritu Santo– el hoy de esta historia. A partir de aquí –es decir, del origen de toda la Escritura como obra de un único Espíritu– llega a ser comprensible también la unidad interior del Antiguo y del Nuevo Testamento; éste es para el Catecismo también el punto para mostrar las profundas conexiones entre la liturgia judía y la cristiana (n. 1096). Entre paréntesis, se puede observar a este propósito, que también el tema Iglesia e Israel es un tema transversal, que atraviesa toda la obra y no puede ser (...) El libro conecta juzgado a partir de un único paso. Que la vigorosa acentuación esta tendencia innata de la pneumatología del catecismo nos acerque también a las en el hombre con las Iglesias de Oriente, no hay evidentemente necesidad de ponerlo bienaventuranzas de de relieve. Jesús, que liberan el En fin, el Catecismo ha dedicado la atención debida también concepto de felicidad de al tema del culto y la cultura. En realidad, tiene sentido hablar todas sus banalizaciones, de inculturación sólo si la dimensión de la cultura es esencial le dan su verdadera al culto como tal. Y a su vez, un encuentro intercultural puede profundidad y hacen ver ser algo más que una exterioridad artificiosamente sobrepuesta, así el vínculo entre el sólo si en las formas rituales desarrolladas del culto cristiano bien absoluto, el bien está contenido de antemano un vínculo interior con otros cultos en persona, Dios, y la y formas culturales. El Catecismo, por tanto, ha puesto en plena felicidad. luz claramente la dimensión cósmica de la liturgia cristiana, que es esencial para la selección y explicación de sus símbolos. A este propósito se dice: «las grandes religiones de la humanidad atestiguan, a menudo de forma impresionante, este sentido cósmico y simbólico de los ritos religiosos. La liturgia de la Iglesia presupone, integra y santifica elementos de la creación y de la cultura humana confiriéndoles la dignidad de signos de la gracia, de la creación nueva en Jesucristo» (n. 1149). Desafortunadamente en algunos sectores de la Iglesia la reforma litúrgica ha sido concebida de modo unilateralmente intelectualístico –como forma de amaestramiento religioso– y además no rara vez ha sido empobrecida culturalmente de modo preocupante, sea en el símbolo de las imágenes, sea en el de la música, sea en el de la configuración del espacio litúrgico y de la celebración. Con una interpretación orientada unilateralmente hacia la comunidad, que pretendía mirar sólo a las exigencias del presente, el gran respiro cósmico de la liturgia, así como su amplitud y dinamismo han sido reducidos en diversos grados de modo preocupante. Contra tales desviaciones el Catecismo ofrece los instrumentos necesarios que precisamente espera la nueva generación.

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Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

La doctrina moral cristiana del Catecismo Demos finalmente una mirada a la tercera parte del Catecismo, «la vida en Cristo», en la cual se trata la doctrina moral cristiana. En la elaboración del libro ésta fue ciertamente la parte más difícil, por una parte, a causa de todas las diversidades que existen acerca de los principios que estructuran la moral cristiana; por otra, a causa de los problemas tan difíciles en el ámbito de la ética política, de la ética social y de la bioética, que ante nuevos hechos están en continuo proceso evolutivo, como también en el ámbito de la antropología, puesto que el debate sobre el matrimonio y la familia, sobre ética de la sexualidad está en pleno desarrollo. El Catecismo no pretende presentar la única forma posible de teología moral ni tampoco sólo la mejor, no era éste su cometido. Traza las líneas antropológicas y teológicas esenciales, que son constitutivas para el obrar moral del hombre. Encuentra su punto de partida en la presentación de la dignidad del hombre, que es al mismo tiempo su grandeza y, a la vez, el motivo de su compromiso moral. Indica luego como estímulo interior e instrumento de discernimiento del obrar moral el deseo del

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hombre de ser feliz. El impulso primordial del hombre, que ninguno puede negar y al cual en definitiva nadie se opone, es su deseo de felicidad, de una vida lograda y plena. La moral para el Catecismo, en continuidad con los Padres, en particular con Agustín, es la doctrina de la vida realizada –la ilustración, por así decir, de las reglas para la felicidad–. El libro conecta esta tendencia innata en el hombre con las bienaventuranzas de Jesús, que liberan el concepto de felicidad de todas sus banalizaciones, le dan su verdadera profundidad y hacen ver así el vínculo entre el bien absoluto, el bien en persona, Dios, y la felicidad. Después se desarrollan los componentes fundamentales del obrar moral, la libertad, el objeto y la intención del obrar, las pasiones, la conciencia, las virtudes, su falsificación en el pecado, el carácter social del ser humano así como, por fin, la relación entre ley y gracia. La teología moral cristiana nunca es simplemente ética de la ley; sin embargo, supera también el ámbito de una ética de las virtudes; la teología moral cristiana es ética dialógica, porque el obrar moral del hombre se desarrolla a partir del encuentro con Dios; por tanto, nunca es solamente un obrar propio, autárquico y autónomo, pura prestación humana, sino respuesta al don del amor y un verse así insertos en la dinámica del amor, de Dios mismo, el único que libera realmente al hombre y lo lleva a su verdadero nivel. El obrar moral, por tanto, nunca es solamente una prestación propia, ni siquiera es jamás solamente algo inoculado desde fuera. El verdadero obrar moral es totalmente don y es, a la vez, obrar totalmente nuestro: precisamente aquello que es propio se manifiesta sólo en el don del amor, y, por otra parte, el don no despoja al hombre de sí mismo, sino que lo reconduce a sí mismo. Creo muy importante que el Catecismo haya incluido la doctrina de la justificación en el corazón de su ética, porque precisamente así llega a ser comprensible el entramado de gracia y libertad, el ser a partir del otro como verdadero ser en sí mismo y para el otro. En la discusión sobre el acuerdo acerca de la justificación entre católicos y protestantes con razón se ha puesto continuamente la cuestión sobre cómo la doctrina de la justificación pueda de nuevo llegar a ser comprensible y significativa para el hombre de hoy. Yo creo que el Catecismo con su presentación del tema en el cuadro de la cuestión antropológica del recto obrar del hombre, ha dado un gran paso para hacer posible tal comprensión nueva. Para mostrar en qué espíritu está concebido en el Catecismo el tratado sobre la justificación, querría citar a este propósito simplemente tres pasos del mismo, que a su vez retoma de la gran tradición de los Padres y de los santos. San Agustín considera que «la justificación del impío es una obra más grande que la creación del cielo y de la tierra», porque «el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la justificación de los elegidos permanecerán» (In Joh, 72,3). Piensa también que la justificación de los pecadores supera a la creación de los ángeles en la justicia porque manifiesta una misericordia mayor (n. 1194). A este propósito, he aquí otra cita de san Agustín: una oración del santo, en la cual él dice a Dios: «Si tú descansaste el día séptimo, al término de todas tus obras muy buenas, fue para decirnos por la voz de tu libro que al término de nuestras obras, «que son muy buenas» por el hecho de que eres tú quien nos las ha dado, también nosotros en el sábado de la vida eterna descansaremos en ti (Conf. 13,36,51)» (n. 2002). Y he aquí la maravillosa frase de Santa Teresa de Lisieux: «Tras el destierro en la tierra espero gozar de ti en la Patria, pero no quiero amontonar méritos para el cielo, quiero trabajar

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sólo por vuestro amor… En el atardecer de esta vida compareceré ante ti con las manos vacías, Señor, porque no te pido que cuentes mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de ti mismo… (Ofr.)», (n. 2011). La sección sobre la justificación es una contribución ecuménica esencial del catecismo. Muestra también cómo no se puede lograr descubrir suficientemente la dimensión ecuménica del libro si nos limitamos a buscar en él citas de documentos ecuménicos o si, sobre la base del índice de argumentos, se examinan las palabras recurrentes, sino sólo si se lo lee en su globalidad y así se ve cómo la búsqueda de aquello que une lo plasma en su globalidad. El Catecismo trata la moral de contenidos sobre la base del Decálogo: el Catecismo explica el Decálogo –como es lo indicado, a partir de la Biblia– dialógicamente, es decir, en el contexto de la alianza. Subraya con Orígenes que la primera palabra del Decálogo es libertad, libertad que llega a ser evento bajo la guía de Dios: «Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la En esta difícil situación casa de servidumbre (Ex 20,2)» (n. 2061). Así el obrar moral aparece la encíclica Veritatis como «respuesta a la iniciativa de amor del Señor» (n. 2062). Con splendor ha aportado Ireneo el Decálogo es interpretado como preparación a la amistad clarificaciones con Dios y a la concordia con el prójimo (2063). Si así, por una parte, fundamentales sobre el el Decálogo es visto totalmente en el contexto de la alianza y de «propium» de la moral la historia de la salvación, como evento de palabra y respuesta, él cristiana así como sobre la mismo, por otra parte, se manifiesta también al mismo tiempo como adecuada relación entre fe ética racional, como recuerdo de aquello que la razón en verdad esy razón en la elaboración taba en condición de percibir. Nuevamente es citado Ireneo: «Desde de las normas éticas. El el comienzo, Dios había puesto en el corazón de los hombres los preceptos Catecismo, sin pretensiones de la ley natural. Primeramente se contentó con recordárselos. Esto fue el sistemáticas, ha preparado Decálogo (Adv. Haer. 4,15,1)» (n. 2070). Este es un rasgo importante estas decisiones. en la ética del Catecismo: hace un llamamiento a la razón y a su capacidad de comprensión. La moral desarrollada a partir del Decálogo es moral racional, que vive del sostén de la razón que Dios nos ha donado, mientras a la vez él con su palabra nos recuerda aquello que del modo más profundo está inscrito en las almas de todos nosotros. Quizá pueda causar maravilla el papel relativamente reducido que tiene la cristología en la estructuración de la ética del Catecismo. En los manuales del tiempo preconciliar la orientación al pensamiento iusnaturalista había sido del todo predominante. El movimiento de renovación del período entre las dos guerras, en cambio, había empujado con fuerza hacia una concepción propiamente teológica de la moral y había propuesto como su principio estructural la sequela de Cristo o también simplemente el amor como lugar omnicomprensivo de todo el obrar moral. La Constitución conciliar sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo (Gaudium et Spes) había apoyado esta toma de distancias del pensamiento puramente iusnaturalista y había subrayado la cristología, en particular el misterio pascual, como centro de una moral cristiana. Se debería desarrollar finalmente una moral auténticamente bíblica –éste era el imperativo que se deducía del Concilio, aunque la mencionada Constitución en cada uno de los temas hace después amplio uso de formas de argumentación racional y no

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pretendía vincularse a una pura moral de la revelación– por el hecho mismo que se trataba de un diálogo con el mundo moderno no cristiano sobre todos los valores comunes esenciales. Si las líneas fundamentales del concilio pueden ser calificadas como un volverse a una moral interpretada de modo esencialmente bíblico, cristocéntrico, sin embargo, en el tiempo postconciliar se llevó a cabo muy pronto un trastocamiento radical: la Biblia no podría absolutamente transmitir ninguna moral «categorial», los contenidos de la moral deberían estar siempre mediados de modo puramente racional. La importancia de la Biblia se encontraría en el plano de las motivaciones, no de los contenidos. Así, desde el punto de vista del contenido, la Biblia, y con ella la cristología, desaparecía de la teología moral de manera aún más radical de cuanto no lo había sido antes. La diferencia con el tiempo preconciliar consistía en el hecho que ahora se renunciaba también a la idea del derecho natural y de En la discusión sobre la ley moral natural, que a pesar de todo había conservado siempre el acuerdo acerca de la fe en la creación como base de la teología moral. La atención se la justificación entre dirigió, en cambio, a una moral calculadora, que, en última instancia, católicos y protestantes podía tomar como criterio sólo los presumibles efectos de la acción con razón se ha puesto y con ello el principio de la ponderación de los bienes se extendía al continuamente la cuestión conjunto del obrar moral. sobre cómo la doctrina En esta difícil situación la encíclica Veritatis splendor ha aportado clade la justificación rificaciones fundamentales sobre el «propium» de la moral cristiana pueda de nuevo llegar así como sobre la adecuada relación entre fe y razón en la elaboración a ser comprensible y de las normas éticas. El Catecismo, sin pretensiones sistemáticas, ha significativa para el preparado estas decisiones. El principio cristológico está presente hombre de hoy. Yo creo tanto a partir del tema de la felicidad (bienaventuranzas), cuanto de que el Catecismo con su la antropología, del tema de ley y gracia, y también en el decálogo, presentación del tema en en la medida en que el concepto de alianza contiene la última conel cuadro de la cuestión cretización de la alianza en la persona de la palabra encarnada y de antropológica del recto su nueva interpretación del decálogo. Sin embargo, el Catecismo no obrar del hombre, ha pretendió elaborar un sistema cerrado. En la búsqueda de una ética dado un gran paso cristológicamente inspirada también es necesario tener presente que para hacer posible tal Cristo es el Logos encarnado, que él quiere, pues, despertar a sí miscomprensión nueva. ma precisamente nuestra razón. La función originaria del decálogo –recordarnos de la profundidad última de nuestra razón– no queda abolida por el encuentro con Cristo, sino sólo conducida a su madurez plena. Una ética que al escuchar la revelación quiera ser también auténticamente racional, responde precisamente así al encuentro con Cristo, que nos dona la nueva alianza. Quien busque en el Catecismo un nuevo sistema teológico o nuevas hipótesis sorprendentes, quedará frustrado. Tal tipo de actualidad no ha sido preocupación del Catecismo. Éste ofrece, en cambio, sacándola de la Escritura y de la riqueza conjunta de la tradición en sus múltiples formas, así como inspirándose en el Concilio Vaticano II, una visión orgánica de la totalidad de la fe católica, que es hermosa precisamente como totalidad, con una belleza en la que refulge el esplendor de la verdad. La actualidad del Catecismo es la actualidad de la verdad dicha de nuevo y de nuevo pensada. Esta actualidad permanecerá como tal por encima de los murmullos de sus críticos.

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NUESTRA SEÑORA DE KAZAN

Las peripecias de un icono POR DMITRIY CHAFIZOV

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n la actualidad, probablemente no existe un fiel que no haya escuchado hablar del misterioso icono milagroso de la Virgen de Kazan, que en las últimas décadas ha sido custodiado en los departamentos personales de Juan Pablo II. El destino de esta imagen sagrada y las intrigas vinculadas con su regreso a la patria han sido motivo de tensiones tanto para la Iglesia Católica como para la Rusia ortodoxa, como también para los musulmanes de Kazan, la ciudad en la cual hace algunos siglos la Madre de Dios dio a Matrona, una niña del lugar, su santísima efigie. Precisamente a partir del lugar de la aparición, el icono adquirió fama en todo el mundo como el icono de la Madre de Dios de Kazan. Han surgido muchas discusiones en torno a este icono, que por voluntad de Dios entró en posesión del Santo Padre. ¿De qué se trata: de una réplica, objeto a su vez de plegarias, o del prototipo milagrosamente salvado en el apocalipsis de revoluciones ateas y violentas profanaciones? No quiero aburrir a los lectores con todos los detalles de este viejo altercado iconográfico, teológico y desdichadamente político. Por lo demás, una comisión mixta de expertos vaticanos y rusos en la cual he participado emitió de común acuerdo el siguiente juicio: «En el Vaticano, se conserva una réplica milagrosa del prototipo del icono de Kazan, cuya fecha se sitúa en un período no posterior al comienzo del siglo XVIII». Me limitaré a narrar la historia de este icono extraordinario y santo, exiliado y olvidado en su patria.

EN LA ACTUALIDAD, PROBABLEMENTE NO EXISTE UN FIEL QUE NO HAYA ESCUCHADO HABLAR DEL MISTERIOSO ICONO MILAGROSO DE LA VIRGEN DE KAZAN, QUE EN LAS ÚLTIMAS DÉCADAS HA SIDO CUSTODIADO EN LOS DEPARTAMENTOS PERSONALES DE JUAN PABLO II.

El icono deja Rusia Nuestro icono aparece por primera vez, junto con otras obras de arte preciosas puestas en venta por los bolcheviques, en 1920 (en 1919, según algunas fuentes). La venta del icono no fue casual ni motivada por el deseo de obtener dinero para las necesidades de la revolución bolchevique, sino mas bien dictada por la coherente política del gobierno comunista, que entre 1917 y 1935 envió como contrabando al extranjero muchas obras preciosas de arte y antigüedades cuya historia y origen hoy son casi imposibles de determinar.

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Icono ‘La Virgen de Kazan’, enmarcado. Moscú, s. XVII.

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Existía además una especial animosidad contra el icono de Kazan, el icono mariano más venerado en Rusia. Así, fueron profanadas las tres iglesias principales de Rusia donde se custodiaban los iconos más venerados de la Madre de Dios de Kazan. En Kazan, se hizo volar la iglesia, y en el mismo lugar se construyó una fábrica de tabaco; en San Petersburgo, la iglesia homónima se destinó a museo del ateísmo, y en Moscú se construyeron los gabinetes públicos en el lugar de la iglesia destruida. En cuanto a los iconos, éstos desaparecieron. Entretanto, en 1920 llegó a Moscú Norman Weisz, el famoso joyero y mercader de diamantes londinense (que luego hizo conocido el caso), encargado de adquirir objetos antiguos puestos en venta por los bolcheviques. Entre las otras obras, según su relato, procuró comprar también este icono, pero la transacción no tuvo lugar porque la cifra pedida era exorbitante y no alcanzó ni su dinero ni el de los clientes para los cuales trabajaba. No se sabe exactamente dónde se custodió el icono en los años siguientes, si bien informaciones indirectas indicarían que en 1928 el icono fue exportado a Inglaterra por un polaco, posiblemente a través de Berlín. Ahí terminó en manos de varios comerciantes y no es fácil seguir su huella. No se excluye la posibilidad de que haya sido exportado ilegalmente por la Unión Soviética. El silencio de los intermediarios, de quienes provienen las escasas noticias que tenemos, podría deberse al temor a las consecuencias judiciales en que a menudo se veían implicados por exportación ilegal de objetos de valor. Por cuanto el mercado del icono era sumamente inestable (había una gran demanda en los años 20, que disminuyó en los años 30), el icono cambió por lo menos tres veces de propietario en el lapso de 22 años. Probablemente ninguno de ellos entendía algo de iconografía y orfebrería, y consideraban la obra una buena inversión, sobre todo por su revestimiento metálico. De hecho, se sacaron algunas piedras del revestimiento y se vendieron separadamente, pero afortunadamente no se verificaron pérdidas esenciales. Finalmente, el destino quiso que el mismo Norman Weisz, al cual ya nos hemos referido, llegase a ser propietario de la imagen sagrada. Es un misterio la forma en que volvió el icono a sus manos, y es difícil creer en una mera coincidencia, si bien, como veremos, en la historia del icono estas coincidencias no constituyen un hecho poco común. Con todo, también podría ser que el icono de la Virgen de Kazan que Weisz vio en Rusia y el que adquirió en Inglaterra fuesen dos obras distintas, en cuyo caso la historia de la tabla vaticana comienza a partir de 1928. Después de adquirir el icono, Weisz lo puso de inmediato en venta. Sin embargo, la empresa resultó cualquier cosa menos fácil y durante

LA VENTA DEL ICONO NO FUE CASUAL NI MOTIVADA POR EL DESEO DE OBTENER DINERO PARA LAS NECESIDADES DE LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE, SINO MAS BIEN DICTADA POR LA COHERENTE POLÍTICA DEL GOBIERNO COMUNISTA, QUE ENTRE 1917 Y 1935 ENVIÓ COMO CONTRABANDO AL EXTRANJERO MUCHAS OBRAS PRECIOSAS DE ARTE Y ANTIGÜEDADES CUYA HISTORIA Y ORIGEN HOY SON CASI IMPOSIBLES DE DETERMINAR. (...)

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REPRESENTACIONES DE LA VIRGEN DE KAZAN Presentamos, como adelanto de Nueva Europa, un icono del libro-calendario 2005 de Rusia Cristiana: se trata de una tabla de la colección Bondarenko (Moscú, 1720, Feodot Feofanov Protopov-Uchtomkij, 31,5 x 26 cm), y que reproduce la tipología iconográfica del venerado icono de Kazan.

La representación retoma el icono milagroso de la Virgen de Kazan, precioso tesoro sagrado del Estado y la Iglesia rusa. Ninguna de las imágenes marianas veneradas en Rusia era tan ampliamente difundida y copiada como ésta. La fe en ella era tan fuerte que en la conciencia de muchas generaciones todos los principales hechos históricos entre fines del siglo XVI y el siglo XIX fueron inseparablemente vinculados con su protección. La aparición del icono se remonta a la época de la campaña de Iván el Terrible contra el khanato de Kazan (1552), que marcó el fin de la lucha secular del pueblo ruso contra los agresores tártaros. La campaña de Kazan fue percibida por la gente de la época como una cruzada propiamente tal cuyo objetivo era liberar a los ortodoxos del yugo extranjero e «iluminar a los tártaros con la luz de la verdad evangélica». Es emblemático el hecho de que la batalla decisiva y la caída de la capital del reino LA FE EN LA VIRGEN tártaro, que tuvieron lugar en el día de la fiesta de la Protección de la Madre DE KAZAN ERA TAN de Dios (primero de octubre), se atribuyesen a su protección y defensa. Con FUERTE QUE EN LA todo, la lucha contra los mahometanos, que seguían resistiendo en todas CONCIENCIA DE MUCHAS partes, se prolongó por algunos años. El triunfo definitivo del cristianismo GENERACIONES TODOS en estas tierras está también ligado a una intervención milagrosa de la LOS PRINCIPALES HECHOS Virgen. En 1579, tuvo lugar un terrible incendio en Kazan, que destruyó la HISTÓRICOS ENTRE FINES DEL SIGLO XVI Y mitad del Kremlin y se propagó rápidamente en la ciudad. Los tártaros se EL SIGLO XIX FUERON burlaban de los rusos, afirmando que Dios ya no les otorgaba misericordia, INSEPARABLEMENTE y en cambio estaba irritado por su invasión de las tierras del Volga. «La fe VINCULADOS CON SU cristiana –escribía el cronista– se ha convertido en fábula y objeto de mofa». PROTECCIÓN. En esa época de prueba hubo una señal milagrosa: la Madre de Dios apareció tres veces en sueños a Matrona, una niña de nueve años, ordenándole traer nuevamente a la luz un icono oculto bajo tierra por algunos cristianos antes de la conquista de Kazan. El tesoro fue vuelto a encontrar el 8 de julio de 1579 entre los restos reducidos a cenizas de la casa de la chica, envuelto en trapos viejos; pero «el rostro de la Madre de Dios no se había deteriorado a causa del fuego». La noticia del milagro congregó a muchos ortodoxos, y el arzobispo de la ciudad, Ieronim, trasladó devotamente en procesión el icono a la cercana iglesia de San Nicolás, y posteriormente a la catedral de la Anunciación, primera iglesia ortodoxa construida después de la toma de Kazan. Una copia de la imagen sagrada, un relato de las circunstancias de su descubrimiento y una descripción de sus primeros milagros fueron enviados a Moscú, a Iván IV, quien ordenó edificar un monasterio femenino en el lugar del hallazgo. En la época de la consagración, dentro del nuevo monasterio, de la iglesia de la Madre de Dios Odigitria (1595), se compuso también un Relato de la aparición y los milagros del icono, escrito por el arzobispo metropolitano de Kazan, quien fuera testimonio del evento y luego llegaría a ser el famoso patriarca Hermógenes, y el 8 de julio, día en que se volvió a encontrar el icono, se introdujo la memoria de la «Madre de Dios de Kazan». El icono descubierto por Matrona manifestó de inmediato su energía taumatúrgica, produciendo numerosas curaciones de ceguera, por lo cual se celebró como «dispensador

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LA APARICIÓN DEL ICONO SE REMONTA A LA ÉPOCA DE LA CAMPAÑA DE IVÁN EL TERRIBLE CONTRA EL KHANATO DE KAZAN (1552), QUE MARCÓ EL FIN DE LA LUCHA SECULAR DEL PUEBLO RUSO CONTRA LOS AGRESORES TÁRTAROS. Icono ‘La Virgen de Kazan’.

de la vista» y «luz de los ciegos». Al abrir los ojos de los habitantes de Kazan a la verdadera fe, daba la vista espiritual a quienes todavía no habían encontrado a Dios. Precisamente en esto, la nueva reliquia estaba vinculada con el antiguo icono milagroso de la «Odigitria de Constantinopla», llamada «Guía de los no videntes». La iconografía de la «Madre de Dios de Kazan» constituye en realidad una variante reducida. El icono publicado en el libro-calendario, así como la mayor parte de las copias que se remontan a la imagen aparecida milagrosamente, tiene pequeñas dimensiones (es un icono palmar) y exhibe una representación de un busto de la Madre de Dios ligeramente inclinada, sosteniendo a Emanuel de pie, representado de frente y bendiciendo. Precisamente el tipo de representación de Cristo diferencia a esta variante de la Odigitria tradicional. El icono vuelto a encontrar en las cenizas por los testigos del evento es llamado precisamente con el nombre de «Odigitria», y con este nombre lo describe también el patriarca Hermógenes en el Relato. No se excluye la posibilidad de que se tratase de un icono de la «Madre de Dios Odigitria» quemado en parte por las llamas. En este caso, su primera copia, enviada a Iván el Terrible, tenía únicamente la parte conservada de la representación, y para dar armonía y unidad a la composición, el artista

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levantó un poco la figura de Cristo y le cambió la posición de la mano izquierda, que aprieta el rollo, dando así la sensación de una figura de pie y no sentada en las rodillas de la Virgen. Entre los iconos milagrosos aparecidos poco antes de los hechos de Kazan, se recuerda la «Madre de Dios Okoveckaja» (Rževskaja), encontrada en 1539 y especialmente venerada en Moscú. Su iconografía repite totalmente la de Kazan, con el Niño recto y María cubriendo sus pequeños pies con el manto. Probablemente, el icono aparecido en 1579 en Kazan también tenía esa iconografía. El autor del aspecto litúrgico de la fiesta del icono (1595) ve en su aparición la continuación de la historia de las imágenes marianas más antiguas, su representación «no pintada por mano humana» y el retrato hecho por el evangelista Lucas, que se consideraba que debía ser una variante de la Odigitria. Subrayando FUE VUELTO A la continuidad espiritual entre Rusia y Bizancio, éste compara el icono de ENCONTRAR EL 8 DE la Odigitria (que en Bizancio era un símbolo del culto de los iconos y de JULIO DE 1579 ENTRE la ortodoxia) con el icono de la «Madre de Dios de Kazan», que apareció LOS RESTOS REDUCIDOS en la región recientemente convertida como expresión del triunfo de la fe A CENIZAS DE LA CASA cristiana sobre los musulmanes. No por azar los misioneros ortodoxos que DE LA CHICA, ENVUELTO se dirigían al Oriente llevaban copias consigo, y bajo sus banderas tuvo EN TRAPOS VIEJOS; lugar la conquista de Siberia por parte de Ermak. PERO «EL ROSTRO DE LA La «Madre de Dios de Kazan» conquistó una autoridad realmente nacional MADRE DE DIOS NO SE durante el período de la invasión polaca, los llamados «Tumultos». En 1612, HABÍA DETERIORADO las tropas de Kazan, que se unieron a la milicia popular, llevaron consigo A CAUSA DEL FUEGO». LA NOTICIA DEL a Moscú una copia del icono milagroso y la entregaron al príncipe Dmitrij MILAGRO CONGREGÓ A Požarskij. Gracias a la intercesión de la Virgen, Moscú fue liberada y Rusia MUCHOS ORTODOXOS, quedó fuera de peligro. En recuerdo de este hecho, se instituyó una fiesta Y EL ARZOBISPO DE especial del icono el 22 de octubre, y la imagen sagrada fue puesta en la LA CIUDAD, IERONIM, catedral homónima, edificada en la Plaza Roja (1636). Con el ascenso al TRASLADÓ DEVOTAMENTE trono del zar Michail Fëdorovi�, la «Madre de Dios de Kazan» se convirtió EN PROCESIÓN EL ICONO en el icono protector de la dinastía de los Romanov. A partir del nacimiento A LA CERCANA IGLESIA del anhelado heredero del zar Aleksej Michajlovi, precisamente el 22 de DE SAN NICOLÁS, Y octubre de 1649 (fiesta del icono), la «Madre de Dios de Kazan» se convirtió POSTERIORMENTE A en objeto de oración para implorar el nacimiento de los hijos. LA CATEDRAL DE LA Una tercera copia célebre del icono fue llevada por orden de Pedro I a San ANUNCIACIÓN, PRIMERA Petersburgo, donde se la consideró patrona de la nueva capital. A comienzos IGLESIA ORTODOXA CONSTRUIDA DESPUÉS DE del siglo XIX, se construyó para la imagen sagrada la grandiosa catedral LA TOMA DE KAZAN. de Kazan en la perspectiva Nevskij. Cuando Kutuzov entró al servicio del ejército, en 1812, durante la ceremonia en que se imploró la victoria sobre Napoleón, fue bendecido con el icono. También durante la Segunda Guerra Mundial se llevaba en procesión por la ciudad asediada. El icono sometido a examen es firmado por el moscovita Feodot Feofanov Uchtomskij (Protopopov), fallecido en 1727, descendiente de una familia del clero de Pereslavl-Zalesskij. Era un hábil iconógrafo, que pintaba siguiendo las tradiciones de la Escuela de la Armería, aun cuando nunca formó parte de la misma. El estilo de sus obras, que sigue coherentemente la «forma naturalista», en la cual logró notable maestría, hace pensar que Feofanov habría estudiado con Simon Ušakov. Su carrera estuvo vinculada con la carrera eclesiástica del padre, inicialmente arcipreste en la catedral de la Transfiguración, en Pereslavl, y desde 1678 en la catedral de la Anunciación.

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algunos años no se encontraron adquirentes, probablemente a causa de la considerable suma solicitada por el mercader. El objeto (para él, el icono era exclusivamente un objeto de lucro) era sumamente específico, y el experto comerciante estimaba desconsiderado venderlo al precio únicamente de las piedras preciosas, por lo cual esperaba pacientemente que se presentase algún extravagante muy rico o un coleccionista fanático.

Un romántico aventurero y coleccionista La ocasión sólo se presentó en 1950, en que la obra fue adquirida por un personaje peculiar, Frederich Mitchell-Hedges, erudito, escritor, viajero incansable y amante de aventuras además de apasionado coleccionista, sobre todo de vajilla y cubiertos de plata. Puso el icono en Farley Castle, su residencia, donde vivió entre 1953 y 1958, y ahí se tiene noticia de los primeros milagros del icono. Así, el icono adquirió cierta fama en los ambientes de emigrados rusos ortodoxos, que algunas veces propusieron a Mitchell-Hedges adquirir la tabla pintada dejándole el revestimiento metálico precioso. Mientras la obra le pertenecía, se esparcieron los rumores más diversos: que se trataba del famoso icono milagroso custodiado un tiempo en la catedral de la Virgen de Kazan en Moscú, o del famoso icono de San Petersburgo, o incluso de uno falso. La primera tentativa seria de peritaje científico fue emprendida por Cyrill Bunt, el mejor experto en iconografía de Gran Bretaña, que examinó la obra en 1949 y 1956,1 llegando a conclusiones casi opuestas en ambas ocasiones. En realidad, en 1949 se limitó a poner una sencilla leyenda en la ilustración del icono, donde se lee que «fue pintado en el siglo XVII, mientras las piedras preciosas y el trabajo del metal son posteriores». En el texto de 1956 encontramos una evaluación totalmente distinta. Evidentemente, el autor había hecho un estudio serio y hay todo un capítulo dedicado a la obra. Leemos, entre otras cosas: «Los colores y la madera en la cual se pintó el icono se conservaron óptimamente, como lo han demostrado los exámenes con rayos X; los colores se han atenuado un poco con los años, confiriendo una belleza y un carácter sacro aún mayores a los rostros... Los peritos están de acuerdo en el hecho de que el icono proviene del pincel de un ilustre iconógrafo del siglo XVI y representa un extraordinario ejemplo de estilo greco-ruso del período. La suntuosidad que adorna al icono constituye una obra de orfebrería igualmente espléndida, atribuible al siglo XVII, decorada con miles de piedras preciosas. El riquísimo re-

EXISTÍA ADEMÁS UNA ESPECIAL ANIMOSIDAD CONTRA EL ICONO DE KAZAN, EL ICONO MARIANO MÁS VENERADO EN RUSIA. ASÍ, FUERON PROFANADAS LAS TRES IGLESIAS PRINCIPALES DE RUSIA DONDE SE CUSTODIABAN LOS ICONOS MÁS VENERADOS DE LA MADRE DE DIOS DE KAZAN.

1 C. Bunt, Russian Art from Scyths to Soviets, London 1949, ried. 1956

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EN 1950, LA OBRA FUE ADQUIRIDA POR UN PERSONAJE PECULIAR, FREDERICH MITCHELLHEDGES, ERUDITO, ESCRITOR, VIAJERO INCANSABLE Y AMANTE DE AVENTURAS ADEMÁS DE APASIONADO COLECCIONISTA, SOBRE TODO DE VAJILLA Y CUBIERTOS DE PLATA. PUSO EL ICONO EN FARLEY CASTLE, SU RESIDENCIA, DONDE VIVIÓ ENTRE 1953 Y 1958, Y AHÍ SE TIENE NOTICIA DE LOS PRIMEROS MILAGROS DEL ICONO.

vestimiento del icono es suficiente para dar testimonio de que el icono gozaba de extraordinaria veneración y debía pertenecer a una de las iglesias más importantes de Rusia...». Así, Bunt estaba convencido de que aunque fuese milagroso, el icono de propiedad de Mitchell-Hedges era con todo una réplica del prototipo. Precisamente a partir de este hecho, atribuyó al icono la fecha más antigua que pudiese tener una copia, es decir, fines del siglo XVI. Mitchell-Hedges deseaba que el icono pudiese volver algún día al patriarcado de Moscú, evitando que cayese en manos de los comunistas. Cuando murió, en 1959, su hija Anne procuró cumplir con la voluntad paterna y al mismo tiempo llevar a cabo un pingüe negocio, vendiéndolo a la Iglesia ortodoxa rusa en Estados Unidos. En cuanto objeto de profunda veneración, el icono tenía un valor inestimable según los especialistas, por lo cual su nueva propietaria propuso un precio que en opinión de los expertos sólo reflejaba el valor de las piedras preciosas del revestimiento, igual a 500.000 dólares. Cabe señalar que en 1954 el propio MitchellHedges emprendió un paso análogo, al dirigirse al arzobispo ortodoxo Ioann Šachovskoj, de San Francisco, proponiéndole la adquisición por una cifra inferior (92.000 libras esterlinas). Si bien el arzobispo consideró «difícil, de hecho imposible adquirir por sí mismo o por la diócesis el icono.... quiso en todo caso aclarar su origen»2 y se dirigió a uno de los principales especialistas del exterior, Nikolaj Andreev, director del Instituto Kondakov de Praga y profesor extraordinario de la Universidad de Cambridge. El peritaje hecho por él en 1954-1955, con consentimiento de Mitchell-Hedges, compartido además con una autoridad como Lazarev, fue entusiasta y equivalente en gran medida con el peritaje de Bunt: «La efigie de la Madre de Dios de Kazan que apareciera en Inglaterra coincide en muchos aspectos con las descripciones que quedaron del icono desaparecido en Kazan... Si no se trata del mismo icono, constituye indudablemente una excelente copia, de extraordinaria intensidad en los rostros y colores...».3

El icono en Estados Unidos de América 2 O Svjatom Kazanskom Obraze Boziej Materi (El santo icono de la Madre de Dios de Kazan), Nueva York-San Francisco 1963, p.9 3 Nicolaj Andreev, K voprosu o sud’be ikony Kazanskoj Bogomateri (Sobre el problema de la suerte del icono de la Madre de Dios de Kazan), Nueva York 1984, pp. 271-276.

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La adquisición del icono no pudo tener lugar por motivos económicos, pero en marzo de 1962 fue enviado a San Francisco y puesto en la caja fuerte del Banco de California, donde casi de inmediato comenzaron a concurrir fieles ortodoxos, y precisamente en ese lugar, en los subterráneos del banco, comenzaron a celebrarse oficios de oración. Nació así la decisión de hacer una


colecta para adquirir el icono y construir una iglesia donde ponerlo. Para recolectar la suma necesaria se organizaron durante algunos meses verdaderos peregrinajes del icono entre los fieles de Estados Unidos de América y Canadá, que acudían en masa a venerarlo (en Washington se contaron más de 7.000 fieles); se imprimieron y difundieron miles de imágenes del mismo, y al cabo de muy poco tiempo se comenzó a hablar de milagros del icono, como señaló el mismo arzobispo Ioann: «Hubo casos de curaciones milagrosas de enfermos incurables con motivo de su fe, de las cuales me dieron testimonio nuestros sacerdotes en diversas localidades».4 Muchas curaciones estaban vinculadas con la recuperación de la vista. Con todo, el dinero reunido no fue suficiente para la adquisición, tanto más que tuvo lugar también un ruidoso robo. Entretanto, en San Francisco se construía una iglesia dedicada a la Virgen de Kazan con intención de custodiar allí la imagen sacra hasta el día en que pudiese regresar a Moscú. Por cuanto el proyecto de adquisición del icono resultó irrealizable, la nueva iglesia se dedicó a Cristo Salvador, en memoria de la célebre iglesia volada en Moscú por los bolcheviques. El icono permaneció expuesto por dos años más (1964-1965) en la Feria Internacional de Nueva York, en un pabellón escogido expresamente, donde la gente venía no sólo a admirarlo, sino también a rezar. Es por esto que actualmente en los Estados Unidos está tan difundida la devoción a la Madre de Dios de Kazan. No por azar el mismo arzobispo Ioann, que siempre conservó una intensa devoción por el icono, comentaba en una carta: «Es una posibilidad que Dios nos da de anunciar la Santa ortodoxia en estos dos años. La Iglesia ortodoxa estadounidense debe aprovecharla creativamente para gloria de Dios, en defensa de la Iglesia perseguida en Rusia, y para descubrir los caminos de la presencia ortodoxa en Estados Unidos». La actividad del arzobispo Ioann y sus colaboradores no podía pasar desapercibida más allá de la «cortina de hierro». En los años 60 apareció en la prensa soviética, especialmente en las Izvestija, una serie de artículos que denigraban la campaña de recolección de fondos y ponían en duda la autenticidad del icono milagroso. Si bien tanto la URSS como el patriarcado de Moscú declararon oficialmente que el icono era una vulgar falsificación, varios hombres de la Iglesia y también algunos miembros de la jerarquía expresaron pública y privadamente en diversas ocasiones su amor y veneración por el icono. En particular, el arzobispo metropolitano Nikodim Rotov se dirigió a orar ante el icono durante una sesión del Comité Central del Consejo Ecuménico de las Iglesias, en Rochester.

LA ADQUISICIÓN DEL ICONO NO PUDO TENER LUGAR POR MOTIVOS ECONÓMICOS, PERO EN MARZO DE 1962 FUE ENVIADO A SAN FRANCISCO Y PUESTO EN LA CAJA FUERTE DEL BANCO DE CALIFORNIA, DONDE CASI DE INMEDIATO COMENZARON A CONCURRIR FIELES ORTODOXOS, Y PRECISAMENTE EN ESE LUGAR, EN LOS SUBTERRÁNEOS DEL BANCO, COMENZARON A CELEBRARSE OFICIOS DE ORACIÓN. NACIÓ ASÍ LA DECISIÓN DE HACER UNA COLECTA PARA ADQUIRIR EL ICONO Y CONSTRUIR UNA IGLESIA DONDE PONERLO.

4 «Relación sobre el santo icono de la Madre de Dios de Kazan y sobre la construcción de la Iglesia de San Francisco», en Russko-Amerikanskij Pravoslavnyj vestnik, septiembre 1966, p.140.

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ORACIÓN A LA VIRGEN DEL ICONO DE KAZAN

Gloriosa Madre de Jesús,

que «avanzas ante el pueblo de Dios por los caminos de la fe, el amor y la unión con Cristo», ¡bendita seas! Te llaman bienaventurada todas las generaciones, porque «en ti ha hecho grandes cosas el Omnipotente y santo es su nombre».

Bendita y honrada seas, oh, Madre, en tu

icono de Kazan, en el cual desde hace siglos estás rodeada de la veneración y el amor de los fieles ortodoxos, llegando a ser protectora y testigo de las obras especiales de Dios en la historia del pueblo ruso, muy amado por todos nosotros.

La Providencia divina, que tiene el poder de vencer el mal y obtener el bien hasta de las obras malas de los hombres, hizo efectivamente que tu santo icono, desaparecido en época remota, reapareciera en el santuario de Fátima, en Portugal. Luego, por voluntad de personas devotas tuyas, fue acogido en la casa del sucesor de Pedro.

Madre del pueblo ortodoxo, la presencia en

Roma de tu santa imagen de Kazan nos habla de una unidad profunda entre el Oriente y el Occidente, que perdura en el tiempo a pesar de las divisiones históricas y los errores de los hombres.

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Elevamos ahora a ti con especial intensidad nuestra oración, oh, Virgen, mientras saludamos esta sugerente imagen tuya.

Con el corazón te acompañaremos a lo largo del camino que te conducirá nuevamente hacia la santa Rusia. Acoge el elogio y el honor que te rinde el pueblo de Dios que está en Roma.

Oh, bendita entre todas las mujeres, al

venerar tu icono en esta ciudad marcada por la sangre de los apóstoles Pedro y Pablo, el obispo de Roma se une espiritualmente a su hermano en el ministerio episcopal, que preside como patriarca en la Iglesia ortodoxa rusa.

Y te pide, Madre Santa, interceder para que

se apresure el tiempo de la plena unidad entre el Oriente y el Occidente, de la plena comunión de todos los cristianos. ¡Oh, Virgen gloriosa y bendita, Señora, Abogada y Consoladora nuestra, reconcílianos con tu Hijo, recomiéndanos a tu Hijo, preséntanos a tu Hijo!

Amén


Momento en que S.S. Juan Pablo II hace entrega del Sagrado Icono.

De Fátima a Roma, hacia Rusia El icono fue finalmente restituido a su propietaria, que lo depositó en un banco, y a partir de ese momento se pierden sus huellas. Tanto es así que en 1994, durante la visita de Clinton a Moscú, el clero de la catedral de la Madre de Dios de Kazan le pidió averiguar qué había sido del icono, y el Presidente de Estados Unidos se vio obligado algunos meses después a responder que no había conseguido tener noticias precisas, salvo que el icono había estado algún tiempo en Portugal. Personalmente, tuve más suerte que Clinton y logré averiguar las peripecias ocurridas en lo sucesivo con el icono. De hecho, durante los peregrinajes de la Madre de Dios de Kazan en el norte de Estados Unidos, ella fue hospedada varias veces en iglesias católicas o centros como Blue Army of Our Lady of Fatima, Nazareth House y San Rafael, que sentían especialmente la vocación de rezar por el retorno de la fe a la Unión Soviética. Hubo también iniciativas en común entre los ortodoxos estadounidenses y los católicos. Por ejemplo, el 11 de abril de 1964 se celebró una liturgia en la iglesia católica de San Bonifacio, en presencia del arzobispo Joseph McGucken, que pronunció la homilía. Al día siguiente hubo un concierto de coros ortodoxos y católicos en honor de la Virgen. En 1970, el padre Carl Patzelt, rector del Centro Católico Ruso de la Virgen de Fátima en San Francisco, se enteró de que el icono fue sacado a pública subasta y solicitó a los responsables de la Blue Army organizar una colecta en todo el mundo y adquirirlo. De este modo, el icono, en vez de terminar en manos de algún coleccionista privado, sería accesible para la veneración de los fieles. Y así ocurrió: el icono fue finalmente comprado en 3 millones de dólares, y el 21 de julio de 1970, día de la fiesta de la Madre de Dios de Kazan, fue entregado a la iglesia de Fátima, donde fue custodiado en la Capilla bizantina (en realidad, al comienzo solamente se exponía con ocasión de las grandes fiestas y el resto del tiempo se conservaba en caja fuerte

ENTRE LOS FIELES DE ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Y CANADÁ, QUE ACUDÍAN EN MASA A VENERARLO (EN WASHINGTON SE CONTARON MÁS DE 7.000 FIELES); SE IMPRIMIERON Y DIFUNDIERON MILES DE IMÁGENES DEL MISMO, Y AL CABO DE MUY POCO TIEMPO SE COMENZÓ A HABLAR DE MILAGROS DEL ICONO, COMO SEÑALÓ EL MISMO ARZOBISPO IOANN: «HUBO CASOS DE CURACIONES MILAGROSAS DE ENFERMOS INCURABLES CON MOTIVO DE SU FE, DE LAS CUALES ME DIERON TESTIMONIO NUESTROS SACERDOTES EN DIVERSAS LOCALIDADES». MUCHAS CURACIONES ESTABAN VINCULADAS CON LA RECUPERACIÓN DE LA VISTA.

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EL ICONO PARTIÓ DE FÁTIMA EL PRIMERO DE MARZO, Y A TRAVÉS DE LA NUNCIATURA DE LISBOA FUE ENTREGADO EN EL VATICANO, DONDE JUAN PABLO II QUISO TENERLO EN SUS DEPARTAMENTOS PERSONALES, PRECISAMENTE PROSIGUIENDO EN EL CUMPLIMIENTO DEL OBJETIVO CONSISTENTE EN RESTITUIRLO A LA IGLESIA Y AL PUEBLO RUSO EN SEÑAL DE LA ASPIRACIÓN COMÚN A LA UNIDAD EN CRISTO.

5 Die Heilige und Wunderbare Ikone Unserer Lieben Frau von Kazan, Fatima s.d., p. 7.

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por razones de seguridad). Con todo, al cabo de muy poco tiempo se adoptaron medidas para asegurarle una mayor protección y una ubicación adecuada para su carácter sacro. A raíz de un sorprendente cúmulo de circunstancias, Pavel Bliznecov, primer capellán del Centro Bizantino de la Blue Army, en Fátima, que tenía la tutela del icono, era un ex oficial de la aviación soviética que algún tiempo atrás se había refugiado en Roma, donde se ordenó sacerdote católico. Lo sucedió el padre John Mowatt, sacerdote irlandés de rito bizantino, que favoreció la concurrencia de peregrinos a la sagrada efigie y de hecho hizo construir una capilla expresamente dedicada a la Virgen de Kazan. Él mismo había tenido ocasión de venerar el icono años atrás, cuando en 1963 lo acogiera en su parroquia católica de rito bizantino, en Boston, para ayudar a los ortodoxos en su colecta. Años después, Antonio Pereira asumiría la función de custodia del icono. En la conciencia de todos, ortodoxos y católicos, como se desprende de los documentos de archivo, siempre estuvo claro que «la Iglesia católica, una vez adquirido el icono, lo custodiará como un tesoro sagrado en la iglesia de Fátima, hasta el momento en que aparezca una posibilidad real de entregarlo a la Iglesia rusa, a la cual pertenece. Ahora esto sería imposible incluso físicamente, y lo comprenden muy bien tanto los ortodoxos como muchos católicos, nuestros hermanos en Cristo». Así escribía el 2 de agosto de 1985, en una carta, el arzobispo Ioann Šachovskoj. Por su parte, en una entrevista en televisión transmitida en el año 2000, John Hoffert, ex dirigente de la Blue Army, recordando la colecta hecha en su momento para la adquisición del icono, subrayaba: «Llevamos el icono a Fátima sin saber cómo ni cuándo regresaría a Rusia. Sólo sabíamos que esto ocurriría, porque lo habíamos rescatado precisamente con este fin. No somos los dueños del icono, fuimos instrumentos en manos del Señor, rescatando este icono para restituirlo al pueblo ruso». Y agregaba el padre Mowatt: «Y yo siempre he creído que la Virgen misma desea que el momento de su regreso tenga lugar lo más pronto posible».5 El 26 de febrero de 1993, Theodore E. McCarrick, arzobispo de Newark en ese momento, comunicaba solemnemente en una carta al cardenal Edward Cassidy que había terminado su misión y ya podía entregar la documentación acreditando que el icono había pasado a ser propiedad de la Santa Sede en calidad de don de la Blue Army al Santo Padre. El icono partió de Fátima el primero de marzo, y a través de la Nunciatura de Lisboa fue entregado en el Vaticano, donde Juan Pablo II quiso tenerlo en sus departamentos personales, precisamente prosiguiendo en el cumplimiento del objetivo consistente en restituirlo a la Iglesia y al pueblo ruso en señal de la aspiración común a la unidad en Cristo.


¿Optimismo? ¿Pesimismo? ¿Realismo? POR JORGE CARDENAL MEDINA ESTÉVEZ

A

veces pienso que estas palabras se usan como etiquetas que no corresponden a un contenido real y otras veces pienso que, sobre todo las dos primeras, sirven para estigmatizar personas en una forma que corresponde más bien a una caricatura que a un reflejo de lo que es objetivo. Para un cristiano hay motivos muy profundos para ser optimista: Dios nos ha amado; ha enviado a su Hijo para salvarnos; nos ha dado gratuitamente su gracia; nos ha ofrecido el medio para reconciliarnos con él cuando hemos pecado; nos ha revelado quién es Él, quiénes somos nosotros y cuál es la relación verdadera con los demás, o sea, nos ha arrancado del error y de la mentira y nos ha transportado a la verdad, a la única Verdad que es Jesucristo. Revelándonos la Verdad, el Padre de los cielos nos ha introducido en el camino de la auténtica libertad, que no consiste en hacer lo que nos place, sino en acoger amorosamente la Voluntad de Dios que es siempre lo que más nos conviene y lo que nos conduce a la verdadera alegría. Es motivo de optimismo saber que Cristo, nuestro Señor, ha vencido al Maligno y que, luego de los avatares de la historia, ese triunfo será definitivo. Nos llena de alegría contemplar cómo la Virgen María, los mártires y los santos han encontrado su plenitud y su bienaventuranza en la plena disponibilidad a la voluntad del Señor, y que sus vidas fueron, ya desde este mundo, un himno de alabanza a la gloria de Dios y un cántico de gratitud por la inagotable largueza con que el Padre nos colma de sus dones. Y, a riesgo de omitir tantos otros motivos para mirar positivamente las cosas, la esperanza de la vida eterna y del gozo sin fin en el Reino de los cielos, nos conforta en medio de las pruebas y tribulaciones de nuestra peregrinación terrenal. Un cristiano no puede ser derrotista, porque sabe que el triunfo de Cristo y de su gracia es seguro y que sus palabras y promesas son más sólidas que las rocas. El discípulo de Jesús sabe que Dios es poderoso hasta el punto de poder hacer nacer de las mismas piedras hijos de Abraham y sabe también que todo coopera al bien de los que aman a Dios, hasta los mismos pecados, como glosó San Agustín. Así es que nada nos puede arrancar al amor de Cristo, salvo el pecado que

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REVELÁNDONOS LA VERDAD, EL PADRE DE LOS CIELOS NOS HA INTRODUCIDO EN EL CAMINO DE LA AUTÉNTICA LIBERTAD, QUE NO CONSISTE EN HACER LO QUE NOS PLACE, SINO EN ACOGER AMOROSAMENTE LA VOLUNTAD DE DIOS QUE ES SIEMPRE LO QUE MÁS NOS CONVIENE Y LO QUE NOS CONDUCE A LA VERDADERA ALEGRÍA. ES MOTIVO DE OPTIMISMO SABER QUE CRISTO, NUESTRO SEÑOR, HA VENCIDO AL MALIGNO Y QUE, LUEGO DE LOS AVATARES DE LA HISTORIA, ESE TRIUNFO SERÁ DEFINITIVO.

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NO NOS HAGAMOS ILUSIONES: SOMOS UNA MINORÍA, UN «PEQUEÑO REBAÑO», COMO DICE EL EVANGELIO, Y NO DEBERÍAMOS ADORMECERNOS CON LA MORFINA CULTURAL DE CONSIDERACIONES JURÍDICAS, DIPLOMÁTICAS, ECONÓMICAS Y SOCIALES, QUE NOS PUEDEN HACER CREER QUE EL MUNDO ESTÁ REALMENTE PERMEADO POR EL EVANGELIO (…)

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es la peor de las calamidades y la única verdadera calamidad. Así se explica que San Pablo recomendara a los cristianos de su tiempo que estuvieran siempre alegres, pero alegres en el Señor, o sea, buscando la verdadera alegría allí donde se encuentra: en las bienaventuranzas, y no en las engañosas y falaces alegrías según la sabiduría del mundo, que a los ojos de Dios es suprema necedad, así como la sabiduría del Evangelio es tontería y locura para los sabios de este mundo. Sería, sin embargo, una gran ingenuidad negar los muchos desajustes que nos rodean y la presencia terriblemente visible del mal en el mundo, en todas sus formas. Guerras, violencias, menosprecio de la dignidad de los seres humanos, corrupción, venalidad, odios, rencores, apetito insaciable de riquezas y bienestar, la mentira y el engaño como recursos generalizados y permanentes en la convivencia, la irresponsabilidad, el egoísmo desenfrenado, el erotismo y la lujuria como ingredientes de la publicidad cotidiana y como actitudes que se exaltan como valores y que reclaman la protección de la sociedad, de esa misma sociedad que corrompen desde adentro, todas estas son realidades que no pueden menos que entristecer y preocupar hondamente al discípulo de Jesucristo. Agreguemos la cifra pavorosa de los entre cincuenta y cien millones de seres humanos que son asesinados cada año antes de nacer, cifra muy superior a las víctimas de las guerras y de los atropellos a los derechos humanos, pero que representa una realidad muchas veces protegida por las leyes humanas y que llega incluso a reivindicarse como un auténtico derecho. Y no podemos olvidar el hecho de que comienza a extenderse una mentalidad que cohonesta el ejercicio de la homosexualidad y que se llega a denominar «matrimonio» a las uniones entre personas del mismo sexo. No se considera el adulterio como una realidad aberrante y contraria a la ley de Dios, el concubinato pasa por ser una realidad aceptable y no vituperable y los «modelos» que exhibe la publicidad están, con frecuencia, en manifiesta contradicción con los postulados de la naturaleza humana y con los principios del Evangelio. En Occidente los hechos y conductas que quedan reseñados han dejado de ser hechos aislados y excepcionales, para pasar a ser parte del marco de la existencia cotidiana. Así pues, no puede extrañar que el proyecto de Constitución de la Unión Europea ni mencione a Dios, ni haga alusión a las raíces cristianas de la cultura occidental. Es la triste y dura realidad de la «apostasía silenciosa» a que ha hecho referencia el Papa Juan Pablo II. ¿Cómo no pensar en las palabras del Apóstol San Juan, cuando dice, hacia el final de su primera carta, que «el mundo entero yace bajo el Maligno»?


¿Cómo olvidar que en el Evangelio el demonio es llamado «padre de la mentira», «homicida desde el principio», y «príncipe de este mundo»? ¿Cómo no tener presente que los cristianos nos encontramos en situación de peregrinos y forasteros, en medio de una sociedad que conserva algunas apariencias cristianas, pero que se va vaciando progresivamente de la médula de la fe? ¡Con cuánta razón el Papa Juan Pablo II dijo a un grupo de jóvenes que habían acudido a escuchar su enseñanza que debían acostumbrarse a «andar contra la corriente»! Nos encantaría poder mirar lo que acontece con complacencia y satisfacción, pero eso sería una suprema ingenuidad, un «echarnos tierra a los ojos», o esconder la cabeza en la arena para no ver el peligro, como dicen que hacen las avestruces. No nos hagamos ilusiones: si en una época hubo signos de que los cristianos éramos una mayoría relevante en ciertos ambientes, hoy ya no es así: somos una minoría, un «pequeño rebaño», como dice el Evangelio, y no deberíamos adormecernos con la morfina cultural de consideraciones jurídicas, diplomáticas, económicas y sociales, que nos pueden hacer creer que el mundo está realmente permeado por el Evangelio. Es alarmante ver que incluso personas que dicen ser cristianos apoyan conductas radicalmente opuestas al Evangelio. La labor del «padre de la mentira» y del «poder de las tinieblas» llega hasta obtener increíbles logros de confusión, de ambigüedad, de incoherencia y de relativismo. Naturalmente, como lo dice Jesús, no podemos «salir del mundo», no podemos aislarnos de la realidad circundante, pero, por otra parte, no podemos identificarnos con el mundo, entendiendo por esta palabra los esquemas sociales reñidos con la voluntad de Dios y con los principios –todos, y no sólo algunos– del Evangelio. Nuestra vida se irá haciendo progresivamente cada vez más difícil. Nos costará mucho conservar nuestra identidad cristiana y católica. Tendremos que soportar la incomprensión, el ser considerados necios e incluso locos. Nos tildarán de «integristas» y «fundamentalistas». Nuestra vida será un continuo ejercicio de mantener nuestra fe en medio de una realidad que ni siquiera atacará violentamente nuestra fe, sino que prescindirá de ella. Nuestra existencia tendrá a veces características de lo que era en otros tiempos una ciudad sitiada, o de lo que puede ser una atmósfera viciada y enrarecida, nociva para una sana respiración. Sería muy dañoso adoptar una posición agresiva ante el entorno difusamente hostil, pero tampoco podemos entrar en compromisos que traicionen la verdad tal como nos la enseña la Iglesia. Sólo el Espíritu Santo, a través de sus dones, especialmente de sabiduría, de consejo y de fortaleza, nos puede ir dando en cada

(…) ES ALARMANTE VER QUE INCLUSO PERSONAS QUE DICEN SER CRISTIANOS APOYAN CONDUCTAS RADICALMENTE OPUESTAS AL EVANGELIO. LA LABOR DEL «PADRE DE LA MENTIRA» Y DEL «PODER DE LAS TINIEBLAS» LLEGA HASTA OBTENER INCREÍBLES LOGROS DE CONFUSIÓN, DE AMBIGÜEDAD, DE INCOHERENCIA Y DE RELATIVISMO.

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NUESTRA VIDA SE IRÁ HACIENDO PROGRESIVAMENTE CADA VEZ MÁS DIFÍCIL. NOS COSTARÁ MUCHO CONSERVAR NUESTRA IDENTIDAD CRISTIANA Y CATÓLICA. TENDREMOS QUE SOPORTAR LA INCOMPRENSIÓN, EL SER CONSIDERADOS NECIOS E INCLUSO LOCOS. NOS TILDARÁN DE «INTEGRISTAS» Y «FUNDAMENTALISTAS». NUESTRA VIDA SERÁ UN CONTINUO EJERCICIO DE MANTENER NUESTRA FE EN MEDIO DE UNA REALIDAD QUE NI SIQUIERA ATACARÁ VIOLENTAMENTE NUESTRA FE, SINO QUE PRESCINDIRÁ DE ELLA. NUESTRA EXISTENCIA TENDRÁ A VECES CARACTERÍSTICAS DE LO QUE ERA EN OTROS TIEMPOS UNA CIUDAD SITIADA, O DE LO QUE PUEDE SER UNA ATMÓSFERA VICIADA Y ENRARECIDA, NOCIVA PARA UNA SANA RESPIRACIÓN.

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momento y circunstancia la capacidad de discernir lo que es bueno y lo que es grato a los ojos de Dios. Nos ayudarán los buenos ejemplos de cristianos íntegros y coherentes, los consejos de personas sabias según el Evangelio y, sobre todo, el poderoso auxilio de la gracia de Dios a través de las Sagradas Escrituras, los santos Sacramentos, la oración, la lectura de escritos que nos hablan de Dios y que nos facilitan el discernimiento de sus caminos. Todo ello, naturalmente, en el seno de la Iglesia, alentados por la gracia que fluye sobre todo a través de la liturgia y particularmente de la participación de la Eucaristía, en la que el Señor Jesús nos comunica su vida y nos enseña a no vivir ya para nosotros mismos sino para Él, que por nosotros murió y resucitó. En las difíciles circunstancias en que se desarrollará la vida de los discípulos de Cristo en un porvenir no muy lejano, creo que jugarán un papel muy relevante las formas asociativas de la vida católica, es decir, los muy variados modelos de lo que sociológicamente pueden llamarse «movimientos». La vida comunitaria, que es ante todo y primordialmente la vida en la Iglesia y en profunda comunión con sus legítimos Pastores, se expresa también en grupos de cristianos que se nutren de diversas espiritualidades y que encuentran en las intuiciones de los fundadores un alimento espiritual en el que reconocen una especial afinidad con la propia personalidad y el propio matiz de la vocación cristiana a la santidad. Sin ser los «movimientos» un esquema obligatorio, y mucho menos un esquema único, y menos todavía un esquema que pueda pretender ser mejor que los otros. Pero caminar juntos es más fácil, proporciona un sentimiento de apoyo que se da y se recibe, fortalece las defensas ante lo adverso y permite compartir los momentos de alegría y las satisfacciones de lo que se ha podido realizar. Adherir con libertad a un grupo asociativo no es separarse de los otros hermanos en la fe, sino recibir, con corazón agradecido, los beneficios de Dios a través de una espiritualidad con matices propios y que responden a la gracia multiforme que el Espíritu Santo distribuye generosamente entre los miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Comencé haciendo un recuento de los motivos que tenemos para no desalentarnos ni sucumbir al embate de lo adverso. Tenemos la firme convicción de que el Señor es poderoso y que las energías del mal no prevalecerán contra la gracia de Dios. No olvidamos que Jesús está resucitado y glorioso a la diestra del Padre y que nos espera para que compartamos un día su triunfo en el Reino de los cielos. Sabemos que el Espíritu Santo está a nuestro lado como Paráclito, es decir, como Defensor y como Consolador, y que su gracia nos acompaña y nos previene. Proseguí haciendo


un recuento descarnado de la obra del Maligno en este mundo y en el corazón de los hombres. No es un recuento pesimista, sino realista. Ignorar la realidad o no aceptar su gravedad es algo muy dañoso y veo en ello uno de los frutos de la acción de Satanás, interesado en hacernos creer que lo que sucede es «normal», o no es «tan nocivo», o que no hay que preocuparse de ciertos hechos negativos porque hay otros peores. Los santos lloraron por los pecados con que a diario se ofende a Dios, y el Corazón de María fue traspasado por una espada de dolor a fin de que se hicieran patentes los pensamientos de muchos hombres. Aunque a numerosos contemporáneos no les agrade que se hable de pecados, y menos todavía que a los pecados se los llame por su nombre, el mensaje cristiano, que es mensaje de verdad, no puede renunciar a señalar sin ambigüedades ni eufemismos lo que es contrario a la ley de Dios, lo que conduce a la perdición y que, por lo tanto, es lo más perjudicial al bien verdadero del hombre. Naturalmente el llamado a la conversión, elemento sustancial de la evangelización, no termina en el desenmascaramiento del pecado, sino que tiene necesariamente que desembocar en la nueva vida en Cristo, de modo que por la gracia de Dios, sea que vivamos, sea que muramos, todo nuestro ser sea para el Señor. El «realismo» consiste en ver como ve Dios, en pensar como piensa Dios, en confiar en su poder sin límites, y en saber, sin sombra de dudas, que Él en definitiva triunfará y nos asociará a su triunfo, a su bienaventuranza y a su gloria. La Virgen María, con su Corazón traspasado de dolor, con su actitud valiente junto a la Cruz y con la plenitud de gloria que la inunda en los cielos, nos ayudará en la peregrinación, porque es Madre de gracia y de misericordia.

NO ES UN RECUENTO PESIMISTA, SINO REALISTA. IGNORAR LA REALIDAD O NO ACEPTAR SU GRAVEDAD ES ALGO MUY DAÑOSO Y VEO EN ELLO UNO DE LOS FRUTOS DE LA ACCIÓN DE SATANÁS, INTERESADO EN HACERNOS CREER QUE LO QUE SUCEDE ES «NORMAL», O NO ES «TAN NOCIVO», O QUE NO HAY QUE PREOCUPARSE DE CIERTOS HECHOS NEGATIVOS PORQUE HAY OTROS PEORES.

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EN EL QUINTO CENTENARIO DE ISABEL LA CATÓLICA

«Una divina manera de gobernar» POR JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE

H AL TÉRMINO DE 1492, UN HECHO PROVIDENCIAL OFRECE A LA NACIÓN GOBERNADA POR ISABEL Y FERNANDO UNA NUEVA TAREA, DE CASI INFINITA AMPLITUD, EN LA QUE SE PODRÍAN REENCAUZAR LOS ATRIBUTOS MILITARES Y MISIONALES DE LA RECONQUISTA. LA ESPAÑA DE LOS REYES CATÓLICOS PROLONGA ASÍ LAS FUERZAS VITALES Y CONSTRUCTIVAS DE LA EDAD MEDIA, DISTANCIÁNDOSE DE UNA EUROPA YA INMERSA EN LAS QUERELLAS FILOSÓFICAS DEL NOMINALISMO Y SUS SECUELAS, SIN DEJAR POR ELLO DE MODERNIZARSE.

* El presente texto corresponde en lo fundamental a la exposición realizada por el autor en el homenaje rendido por el Instituto de Chile, el 26 de noviembre pasado, en el quinto aniversario de la muerte de la Reina Isabel I de Castilla, conocida como Isabel la Católica (cf. HUMANITAS n° 37, pág. 147).

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ace pocos años, en el clima de celebraciones del tercer milenio adveniente, una consulta dirigida a cerca de un centenar de personalidades de la cultura, en su mayoría extranjeras, les pidió definir cuáles eran las mayores figuras del milenio que terminaba en los ámbitos religioso, artístico y político-social. Las respuestas señaladas para cada uno de estos campos arrojaron respectivamente tres mayorías consistentes: Francisco de Asís con igual número de preferencias que Santo Tomás de Aquino en lo religioso; Miguel Ángel Buonarotti en lo artístico; Isabel la Católica en lo político-social1. He aquí el tenor de algunas de las fundamentaciones del voto por Isabel: «Espléndida figura femenina por su carácter, su talento, su profunda religiosidad y su conciencia social. De las ruinas de un pequeño reino llegó a la unidad de España. Desde ahí abre su corazón al Nuevo Mundo de América y a los pueblos que lo habitan, dejando como herencia las ‘Leyes de Indias’. Impulsa el auténtico Humanismo Cristiano, que florece en el renacimiento español, simbolizado en esa pequeña maravilla de San Juan de los Reyes (Toledo) y en la madurez de la lengua castellana. El pueblo estaba con ella». Son palabras llegadas desde Nagasaki, Japón. Otra fundamentación, ahora desde nuestra América: «Su reinado –que compartió en forma equilibrada y prudente con su esposo Fernando– llevó a España desde el caos a la cumbre de su grandeza. Como política fue hábil y sagaz. Como reina, fue enérgica y justiciera. Como mujer fue tan generosa y abnegada, que supo conquistar el corazón de las multitudes. Tal vez la característica más notable de su personalidad fue el poder de la intuición casi adivinatoria. Ella descubrió bajo el hábito de un desconocido franciscano al gran Cardenal Cisneros. En la personalidad conflictiva de un vagabundo soñador intuyó el genio de Colón. Y en la turbamulta de los jóvenes oficiales de la guerra de Granada, distinguió al Gran Capitán, el primer guerrero de su siglo. Las aptitudes que se requieren para ser un gran gobernante son variadas y complejas. Isabel la Católica las tuvo todas y en el más alto grado».

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«‘Afirman todos los que la conocieron haberse hallado en ella una manera tan divina de gobernar, que casi parecía que solamente su voluntad bastaba por mandamiento, porque cada uno hacía lo que debía sin ningún ruido, y apenas osaba nadie en su propia posada y secretamente hacer cosa de que a ella le pudiese pesar...’, escribió Baltasar de Castiglione». (Fernando el Católico e Isabel la Católica, por Felipe de Vigarny. Capilla Real de la Catedral de Granada.)

Cinco siglos después, se hace de nuevo aquí realidad lo que Baltasar de Castiglione dijera de la Reina, a quien no conoció, luego de recorrer España a dos décadas de su muerte: «Aunque su vida haya fallecido, su autoridad siempre vive». En su célebre El Cortesano, este prodigioso narrador del ideal renacentista en el siglo XVI, se ocupa de los Reyes Católicos en el libro III de la mencionada obra, con especial insistencia en la Reina Isabel, dejándonos este testimonio único: «Afirman todos los que la conocieron haberse hallado en ella una manera tan divina de gobernar, que casi parecía que solamente su voluntad bastaba por mandamiento, porque cada uno hacía lo que debía sin ningún ruido, y apenas osaba nadie en su propia posada y secretamente hacer cosa de que a ella le pudiese pesar...». Como lo ha ponderado Julián Marías, esta serie de conceptos formulados por Castiglione nos compendian una verdadera teoría del gobierno civilizado, posible entre los hombres, y que él ve bien encarnados por la Reina. La autoridad distinta del puro ejercicio del poder. La ejemplaridad que impera sobre las conciencias que la descubren y acatan. La paradójica a la vez que saludable combinación del amor y el miedo, la admiración y el imperio. Pero también algo más: la vigencia, la acción a distancia, la perpetuación de esa autoridad después de la muerte. Isabel la Católica no existe ya, no puede hacer nada, no ejerce ningún poder real; pero sigue actuando, está presente por su ejemplaridad, quiere decirnos Castiglione.

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Hace hoy cinco siglos SUS DECISIONES, ASEGURADO EL TRONO DE CASTILLA, PARECEN INTUITIVAMENTE HABER APUNTADO A LA CONFORMACIÓN DE LA ESPAÑA MODERNA EN VÍSPERAS DE LA EXPANSIÓN IMPERIAL. (...)

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Después de haber regido Castilla y León por treinta años y Aragón por veinticinco, atravesada por el dolor que le provocaron las tragedias familiares2 –el fallecimiento de hijos y herederos a lo que viene a sumarse la locura de Doña Juana– la Reina se retira a esperar la muerte en una pequeña residencia con aires de palacio, situado en un ángulo de la plaza mayor de Medina, en el corazón de sus reinos. Caserón austero, parecido al de Madrigal, donde vino a luz 53 años antes. La acompaña Don Fernando. Urgida por su conciencia, sigue desde su lecho ocupándose de asuntos de Estado. El 12 de octubre de ese año 1504, justo al cumplirse doce desde que las carabelas de Colón divisaran las tierras de América, dicta su testamento, al que agrega el 23 de noviembre, tres días antes de su muerte, un codicilo3 por el que fija el sentido de la acción en las Indias, que luego desarrollarían sus sucesores. En este admirable testamento, que nada olvida de sus responsabilidades,


«El 12 de octubre de ese año 1504, justo al cumplirse doce desde que las carabelas de Colón divisaran las tierras de América, dicta su testamento, al que agrega el 23 de noviembre, tres días antes de su muerte, un codicilo por el que fija el sentido de la acción en las Indias, que luego desarrollarían sus sucesores». (Izquierda: Cuadro de Eduardo Rosales conocido como ‘El Testamento de Isabel la Católica’. Arriba: Original del testamento de Isabel la Católica.)

manda también que el mismo sea depositado a los pies de la Virgen de Guadalupe, en Extremadura, lugar de importantes recuerdos para la Reina. Pues en efecto, a este monasterio se recogió diecisiete veces durante su reinado, habiendo sido esta plaza de oración –que solía llamar «mi paraíso»– faro y guía para ella en todas las etapas de su gobierno4. Tanto el testamento como el codicilo –conjunto documental de inmensa importancia– han sido publicados en muchas oportunidades, no obstante raras veces se les ha interpretado debidamente. Para ello sería necesario ubicarse en la actitud mental de la Reina, sumamente distante del marco de valores que caracteriza a nuestro tiempo. Es claro que ella no ve al cristianismo como otra opinión válida y a la Iglesia como una simple institución digna de respeto. Su preocupación fundamental está centrada en la conversión a «nuestra Santa Fe católica» de los pueblos descubiertos y por descubrir. Y su postrer pensamiento se dirige a los indígenas de las tierras americanas, mandando que sean tratados como súbditos, vale decir, como personas libres llamadas también a ser cristianos. Como ha dicho no hace mucho el Cardenal Castrillón Hoyos, prelado colombiano que preside en la Santa Sede la Congregación para el Clero, la Reina Isabel «dio vida al mayor y más importante proyecto de evangelización que ha conocido la historia humana

(...) CONSTRUIR UNA NACIÓN MODERNA EN LA EUROPA DE ESE MOMENTO, EXIGÍA DEL MONARCA INCREMENTAR EL PODER REAL, CREAR UNA ADMINISTRACIÓN CENTRALIZADA, MEJORAR LAS COMUNICACIONES Y TRANSPORTES, UNIFICAR LA MONEDA, LOS PESOS Y LAS MEDIDAS, ADMINISTRAR JUSTICIA CON ENERGÍA, MEJORAR LA ECONOMÍA Y ASEGURAR LA PAZ.

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LA MAYOR PARTE DE SU VIDA LA PASÓ EN MEDIO DE LA GUERRA. FUERON ÉSTAS GUERRAS PARA AFIRMAR SU DERECHO A GOBERNAR U ORIENTADAS CONTRA HEREJES E INFIELES. ACCEDIÓ A LA CORONA A TRAVÉS DE LA GUERRA Y MUCHAS DE SUS MEDIDAS POLÍTICAS SE JUSTIFICABAN EN RAZÓN DE LA GUERRA. SUS MODELOS ERAN, POR UNA PARTE, LOS REYES DE ESPAÑA QUE MÁS ENÉRGICAMENTE HABÍAN LUCHADO CONTRA LOS MUSULMANES, Y POR OTRA, LOS REYES, JUECES Y GUERREROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO. (...)

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«A este monasterio se recogió diecisiete veces durante su reinado, habiendo sido esta plaza de oración –que solía llamar ‘mi paraíso’– faro y guía para ella en todas las etapas de su gobierno». (Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. Detalle de la fachada principal.)

después de la predicación apostólica». Sin duda la más elocuente ilustración del éxito general del propósito legado por Isabel en su Testamento, lo constituye la evangelización del nuevo mundo, consignado en el hecho de que iberoamérica cuenta hoy con alrededor de 500 millones de católicos y en conjunto con los de América del Norte –en gran proporción de origen hispánico– conforman más de la mitad de los mil cien millones de bautizados católicos que se registran en el orbe. Cifras también interesantes de considerar son las que nos señalan que Brasil es la primera población católica y México la segunda, siendo el de Santa María de Guadalupe –no ya el de la peninsular Extremadura, sino el ubicado en la capital mexicana– el santuario mariano más visitado en todo el mundo. Si el Testamento dispone que la justicia se administre con equidad, «así a los chicos como a los grandes», y que se reparen los agravios cuando se hubieren cometido, en el codicilo se ordena la codificación de las leyes5. Siendo entonces los testamentos reales emanación de la potestad legislativa como Leyes fundamentales, los estudiosos del tema subrayan que de este modo la Reina se adelantó en mucho tiempo a la legislación de las demás naciones.


«En el campo arquitectónico y artístico dos monumentos se alzan en el corazón de Castilla como iconos de esta realidad que vive entonces la Península. La iglesia de San Juan de los Reyes, en Toledo, que se erige como primer panteón real y cuyo gótico flamígero toma el nombre de ‘isabelino’. Y la cartuja de Miraflores, cerca de Burgos, enriquecida por mano de Gil de Siloé, que guarda la tumba de sus padres». (Sepulcro del infante don Alfonso. Gil de Siloé, Cartuja de Miraflores, Burgos.)

Para el ya citado Cardenal Castrillón Hoyos, el Testamento de Isabel, erradicando la esclavitud y estableciendo una equivalencia jurídica entre el hecho de ser súbdito del reino y ser libre, constituye incluso la raíz de la que surgirá mucho más tarde el árbol de los derechos humanos.

De Toledo a Granada Fue en Toledo, en 1480, donde empieza a emerger un programa real completo. Se reunieron allí ese año las Cortes compuestas por ciudades y con representación de la nobleza, para reconocer al joven Juan como heredero de la corona de Castilla. Isabel y Fernando promulgaron entonces un conjunto de ordenanzas que llevaban la impronta de un proyecto real para construir una nación. Las Cortes reclamaron para la corona tierras que habían sido asignadas a los nobles, autorizaron el envío de corregidores a pueblos y

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«La toma de Granada, por liberar a Europa occidental de la amenaza musulmana, proporcionó el reconocimiento y prestigio que todavía faltaban a Isabel y Fernando fuera de las fronteras españolas.» (Capilla Real de Granada)

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ciudades, decretaron tributos más altos y ordenaron la compilación de leyes que beneficiaban a la monarquía. Tales medidas fueron presentadas como un plan y una necesidad en orden a reanudar el esfuerzo final que concluiría con la Reconquista. En la catedral de Toledo, en una ceremonia revestida de la mayor solemnidad, rodeados por cuatrocientos miembros de la Orden de Santiago, los monarcas prometieron reanudar así la guerra contra los moros de Granada. Por la extensión de toda una década y algo más, hasta el glorioso año 1492, las huestes españolas, encabezadas por sus nobles capitanes, asediaron y ocuparon, una tras otra, las plazas fortificadas del reino de nazarí, tal como podemos hoy apreciarlo en el relato escultórico de las tallas que adornan los sitiales en el coro de la catedral de Toledo. El progreso de la conquista tuvo lugar bajo el mando militar del Rey y la habilidad administrativa de la Reina, que trabajaron siempre en estrecha unión, decidiendo juntos la estrategia a seguir. Las cartas que se conservan nos muestran que era Isabel quien impulsaba tenazmente la ardua empresa, asegurándose que nada se antepusiera a ella en las prioridades del reino. En la guerra de Granada, una sociedad que se organizó para la guerra, se convirtió en una sociedad fuertemente influida por ella. Se impuso, como consecuencia natural de lo anterior, la creación de una cadena de mando que reforzó el poder real, ubicándosele sin discusión en la cumbre de la escala jerárquica, sometiendo a la par a los nobles recalcitrantes. Los años de guerra identificaron con fuerza los conceptos de ser español y de militancia cristiana. Era ella también que cuidaba la provisión de fondos y las enormes requisas de hombres y material. Consiguió reavivar en Castilla los viejos ideales y en estas condiciones el dinero afluye con facilidad. Ya en junio de 1484 –año que marca el inicio de la guerra sistemática– Fernando e Isabel pasan revista a un ejército que vendrá a revolucionar el arte de la guerra y que, adaptándose siempre a nuevas circunstancias, mantendrá por más de un siglo la preponderancia española en Europa. La toma de Granada, por liberar a Europa occidental de la amenaza musulmana, proporcionó el reconocimiento y prestigio que todavía faltaban a Isabel y Fernando fuera de las fronteras españolas. Francis Bacon, por ejemplo, se refiere a ellos, desde Inglaterra, como «los reyes de España». El título de «Reyes Católicos» otorgado por el Soberano Pontífice en 1497 en reconocimiento de la ayuda española en las guerras de Italia, consolida y da énfasis religioso a esta valoración.

Detalle de la arquería en la sala capitular de la Capilla Real de Granada.

(...) EL OBJETIVO DE LA GUERRA ERA ALCANZAR LA PAZ, Y LA CATÓLICA ISABEL CONTEMPLABA LA PAZ COLECTIVA A LA MANERA MEDIEVAL, COMO EL RESTABLECIMIENTO DEL ORDEN JUSTO, COMO LA VUELTA AL EQUILIBRIO SOCIAL Y ECONÓMICO. LA PAZ ERA LA TRANQUILIDAD EN EL ORDEN,

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HAY EN LOS REYES CATÓLICOS UN AFÁN DE MEJORAR A ESPAÑA EN TODOS SUS ASPECTOS. SUPIERON DE ESTA MANERA VER LA NECESIDAD, PARA LA CONSERVACIÓN DEL IMPERIO A QUE DIERON VIDA, DE QUE SE CREARA UNA MINORÍA CULTIVADA EN LA QUE SE PUDIESE ESCOGER LOS RECTORES DE LAS COMARCAS, LOS PRELADOS, LOS MAGISTRADOS Y LOS ENCARGADOS DE LAS MISIONES DIPLOMÁTICAS.

«Fue Isabel la defensora de Colón frente a la desconfianza de Fernando en las pretensiones del navegante». (Retrato de Cristóbal Colón, pintado por Emilio Lasalle.)

En el campo arquitectónico y artístico dos monumentos se alzan en el corazón de Castilla como iconos de esta realidad que vive entonces la Península. La iglesia de San Juan de los Reyes, en Toledo, que se erige como primer panteón real y cuyo gótico flamígero toma el nombre de «isabelino». Y la cartuja de Miraflores, cerca de Burgos, enriquecida por mano de Gil de Siloé, que guarda la tumba de sus padres.

Mil cuatrocientos noventa y dos A comienzos de 1492, España ha consumado así la tarea en que se había empeñado a lo largo de casi ocho siglos. Las grandes energías acumuladas en ese largo transcurrir quedan ociosas con el grave peligro inherente a ello. Al término de ese mismo año crucial, un hecho providencial ofrece a la nación gobernada por Isabel y Fernando una nueva tarea, de casi infinita amplitud, en la que se podrían reencauzar los atributos militares y misionales de la Reconquista.

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La España de los Reyes Católicos prolonga así las fuerzas vitales y constructivas de la Edad Media, distanciándose de una Europa ya inmersa en las querellas filosóficas del nominalismo y sus secuelas, sin dejar por ello de modernizarse, según veremos. Como se sabe, fue Isabel la defensora de Colón frente a la desconfianza de Fernando en las pretensiones del navegante, que aparecían ciertamente desmesuradas. La Reina argumentó que lo mucho que se prometía sólo sería mucho si mucho se descubriera, con lo que calmó al Rey. Las capitulaciones de Santa Fe se firmaron y ese año de 1492 comenzó la epopeya americana. Y si de 1492 se trata, injusto sería olvidar que fue precisamente ese año, lleno de significado para la historia del mundo, en el que también con el apoyo de la Reina Isabel, Antonio de Nebrija publicó su Gramática, lo que significó un avance definitivo en la fijación y estructuración del idioma castellano6.

Modernizadora y pacificadora Isabel fue una mujer dotada de talento para la política, quien además se tomó muy en serio el consejo de Hernando de Talavera, su confesor, combinándolo con los atributos necesarios para gobernar, bien explicados en los libros de formación de los príncipes que existían en la biblioteca real. Aprendió así a apartarse de las posturas intransigentes, a contener sus emociones y a ser diplomática, lo que está muy bien reflejado en sus primeras cartas dirigidas a su hermanastro Enrique IV. Ya desde entonces se erigió en el modelo, dotado de cualidades positivas, que de acuerdo con sus deseos los súbditos debían ver en ella. En una época en que socialmente la persona era definida por la función que desempeñaba y en que al gobernante se exigía ser la representación del país, era de enorme importancia que el monarca personificara una auténtica encarnación del reino, y la Reina en gran medida lo consiguió. Sabía bien que para ello era necesario saber exhibir sus imágenes y símbolos. Es siguiendo este paradigma, por ejemplo, que junto con Fernando cruzan en 1477 la puerta de Bisagra de la antigua capital visigótica, evocadora del Cid, portando los estandartes conquistados en el campo de batalla, para asistir luego a una misa de la victoria en la catedral, vestida de gran gala y con corona adornada de águilas doradas. O como cuenta Gonzalo Fernández de Oviedo, que acudía al ejercicio de la justicia en solemnes sesiones que tenían lugar los viernes. Allí, sola o acompañada por el Rey, rodeados por sus jueces, recibían las quejas de sus súbditos, y aunque no dictaban sentencia –pues esta se daba después del examen de los jueces– se otorgaba plena representación al papel de los reyes junto a su pueblo.

«Y si de 1492 se trata, injusto sería olvidar que fue precisamente ese año, lleno de significado para la historia del mundo, en el que también con el apoyo de la Reina Isabel, Antonio de Nebrija publicó su Gramática, lo que significó un avance definitivo en la fijación y estructuración del idioma castellano». (Antonio de Nebrija)

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A ISABEL CORRESPONDE, CON SUS DECISIONES, EL MÉRITO O LA RESPONSABILIDAD DE HABER CREADO TAMBIÉN UNA FUERTE RELACIÓN ENTRE LA IGLESIA, LA SOCIEDAD Y LA CULTURA. SOSTUVO LA CAUSA DEL REALISMO HUMANISTA FRENTE AL NOMINALISMO Y SUS CONSECUENCIAS, QUE CONCLUIRÁN EN OTRAS PARTES DE EUROPA EN LAS HEREJÍAS CALVINISTA Y LUTERANA. (...)

Sus decisiones, asegurado el trono de Castilla, parecen intuitivamente haber apuntado a la conformación de la España moderna en vísperas de la expansión imperial. Construir una nación moderna en la Europa de ese momento, exigía del monarca incrementar el poder real, crear una administración centralizada, mejorar las comunicaciones y transportes, unificar la moneda, los pesos y las medidas, administrar justicia con energía, mejorar la economía 7 y asegurar la paz. De una manera que todavía no esboza un plan general plenamente elaborado –como será a partir de 1480, dijimos–, guiándose por unos cuantos principios que le sirven de norte, Isabel mira a ese objetivo y da ya enormes pasos entre 1477 y 1480. Una rápida mirada al recorrido realizado por Isabel en su vida, hace ver que su mayor parte pasó en medio de la guerra. Fueron éstas guerras para afirmar su derecho a gobernar u orientadas contra herejes e infieles. Accedió a la corona a través de la guerra y muchas de sus medidas políticas se justificaban en razón de la guerra. Sus modelos eran, por una parte, los reyes de España que más enérgicamente habían luchado contra los musulmanes, y por otra, los reyes, jueces y guerreros del Antiguo Testamento. El objetivo de la guerra era alcanzar la paz, y la católica Isabel contemplaba la paz colectiva a la manera medieval, como el restablecimiento del orden justo, como la vuelta al equilibrio social y económico. La paz era la tranquilidad en el orden, un reino de armonía, equilibrio y justicia, en el que todas y cada una de las personas hacían lo que debían y se comportaban como debían. Sin duda, y no podía ser de otra forma, el haber vivido treinta y nueve años en un país en guerra, influyó profundamente en su concepto de paz.

Fondo religioso-cultural de la monarquía Hay en los Reyes Católicos un afán de mejorar a España en todos sus aspectos. Supieron de esta manera ver la necesidad, para la conservación del imperio a que dieron vida, de que se creara una minoría cultivada en la que se pudiese escoger los rectores de las comarcas, los prelados, los magistrados y los encargados de las misiones diplomáticas. Como para estos cargos era necesario contar con la alta nobleza, procuraron elevar el nivel cultural de los hijos de los caballeros en las academias cortesanas. La propia corte se convierte en una academia en la que grandes maestros iniciaban a la alta nobleza en las letras griegas y latinas. Es también el tiempo en que muchos grandes señores se aficionan a los libros haciéndose muchos de ellos famosos por la calidad

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«Diez años después de la muerte de Isabel nacía esa gran figura de la contra-reforma católica, Teresa de Ávila, talla femenina que tantos paralelos sugiere con la Reina». (Retratos de Isabel la Católica y Santa Teresa de Ávila.)

y belleza de los que adquieren para sus bibliotecas. Los hijos de los hidalgos pobres y los procedentes de clases sociales menos encumbradas se dirigen a la Universidad de Salamanca, que gozó de especial protección y a la que hizo venir a afamados maestros humanistas desde el extranjero. A Isabel corresponde, con sus decisiones, el mérito o la responsabilidad de haber creado también una fuerte relación entre la Iglesia, la sociedad y la cultura. Sostuvo la causa del realismo humanista frente al nominalismo y sus consecuencias, que concluirán en otras partes de Europa en las herejías calvinista y luterana. Para esto, y para resucitar un tomismo renovado, se apoyó en las Universidades de Salamanca y Alcalá de Henares. Hizo este trabajo en obediencia al Papa y a la Iglesia en un tiempo en que no era fácil por el conciliarismo todavía influyente, que había penetrado incluso en la jerarquía eclesiástica. En 1485 los monarcas obtuvieron el «derecho a súplica» para proponer candidatos a las sedes episcopales vacantes. En adelante rara vez fueron llamados a esta dignidad los hijos de los grandes, a no ser que tuvieran méritos propios para ello. Las elecciones recayeron en cambio, para bien de la Iglesia, en letrados de vida virtuosa, oriundos de la fecunda «hidalguía pobre». En estos nuevos prelados los reyes y Cisneros encontraron excelentes auxiliares para la reforma del clero secular, de cuya increíble libertad

(...) PARA ESTO, Y PARA RESUCITAR UN TOMISMO RENOVADO, SE APOYÓ EN LAS UNIVERSIDADES DE SALAMANCA Y ALCALÁ DE HENARES. HIZO ESTE TRABAJO EN OBEDIENCIA AL PAPA Y A LA IGLESIA EN UN TIEMPO EN QUE NO ERA FÁCIL POR EL CONCILIARISMO TODAVÍA INFLUYENTE, QUE HABÍA PENETRADO INCLUSO EN LA JERARQUÍA ECLESIÁSTICA.

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EL OBJETIVO DE «SALVACIÓN DE LAS ALMAS» QUE CONSTITUYÓ EL NORTE DE LA VIDA Y DE LA OBRA DE ISABEL –DIFÍCIL DE COMPRENDER PARA LA MENTALIDAD DE HOY EN EL MARCO DE REALIZACIONES DE UN GOBERNANTE– SE DEBERÍA EXPLICAR, EN OPINIÓN DEL CARDENAL ROUCO-VARELA, EN EQUIVALENCIA A LO QUE SERÍA EL CONCEPTO MODERNO DE «DESARROLLO INTEGRAL DE LA PERSONA».

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de costumbres es testigo la literatura de la época. Aún más dura fue la lucha por volver a las órdenes monásticas a la pureza de su regla primitiva, tarea que por iniciativa del Cardenal Cisneros se comenzó en su propia orden, los franciscanos. El principal mérito de la Reina y del Cardenal fue en esto el de haber creado un ambiente favorable a la reformación, premisa para que ésta se hiciese culturalmente aceptable. Diez años después de la muerte de Isabel nacía esa gran figura de la contra-reforma católica, Teresa de Ávila, talla femenina que tantos paralelos sugiere con la Reina. Pero como generalmente lo confirma la antropología filosófica y también la historia, no suelen darse reformas religiosas sin que se dé en el reformador una reforma interior. Claramente fue este el caso de Isabel la Católica, quien en contraste con la mentalidad de las cortes de su tiempo, especialmente la de Enrique IV, vive desde muy joven una alta moralidad. Gozó luego de una decisiva intuición espiritual para rodearse de grandes figuras que ella supo detectar, y que en un primer momento ni siquiera eran conocidas en Castilla: Hernando de Talavera, Francisco Fernández de Cisneros, Diego de Deza, Diego de Mura, Beatriz de Bobadilla y Teresa Henríquez. Su vida espiritual y la ayuda de estas personas dio verdadera solidez organizativa a sus propósitos. El objetivo de «salvación de las almas» que constituyó el norte de la vida y de la obra de Isabel –difícil de comprender para la mentalidad de hoy en el marco de realizaciones de un gobernante– se debería explicar, en opinión del Cardenal Rouco-Varela, arzobispo de Madrid, en equivalencia a lo que sería el concepto moderno de «desarrollo integral de la persona». Casos largos y arduos de abordar en sí mismos –y que exceden el alcance de estas líneas– son el de los judíos y el de la inquisición. Respecto del primero así como de la expulsión de los moriscos, el mismo Cardenal Rouco-Varela juzga que se trata de una sombra «objetiva» del reinado de Isabel, pero no «subjetiva», dadas las circunstancias en que estas situaciones tuvieron lugar. Cabe señalar, en todo caso, que el problema es del todo ajeno a cualquier inclinación antisemítica. Varios ejemplos cotidianos lo muestran: la amiga más íntima de Isabel era casada con un converso que sería hecho marqués de Moya; los judíos apoyaron la llegada al trono de la Reina; eran muchos los conversos e incluso judíos de religión en su entorno; la Reina favorecía especialmente a los conversos incorporándolos muchas veces a la nobleza. Asimismo, y más concluyente aún, es el hecho que desde los comienzos de su reinado Isabel se preocupó de amparar a los judíos contra autoridades municipales y eclesiásticas mediante el «seguro real», protección inviolable, garantizando su culto y construyéndoles sinagogas. Hay


Interior de la Capilla Real de Granada, con los enterramientos de los Reyes Católicos por Domenico Fancelli –a la izquierda–, y de don Felipe y doña Juana por Bartolomé Ordóñez –a la derecha.

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así, explicablemente, cartas de hebreos que certifican su felicidad por el gobierno de los Reyes Católicos. Superada la posibilidad de profundizar en estas controvertidas materias, como no fuese dedicándose en exclusiva a ellas, habría sí que decir, en orden a su comprensión, que no pueden ser desligadas de un hecho indiscutible para la cultura de la época, como es el de que la base de la paz descansaba en la unidad espiritual de la sociedad8.

Grandeza de la austeridad

«Es también el tiempo en que muchos grandes señores se aficionan a los libros haciéndose muchos de ellos famosos por la calidad y belleza de los que adquieren para sus bibliotecas. Los hijos de los hidalgos pobres y los procedentes de clases sociales menos encumbradas se dirigen a la Universidad de Salamanca, que gozó de especial protección y a la que hizo venir a afamados maestros humanistas desde el extranjero». (Medallón de la fachada de la Universidad de Salamanca)

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La formación de Isabel estuvo marcada por una austeridad en la que se reconoce la fuerte influencia de sus guías espirituales como Hernando de Talavera, lo que distanciaba su estilo del de los grandes señores de la época9. El segundo de sus directores de conciencia, Cisneros, a sus dotes de político sagaz y de indomable energía, unía también las virtudes de un fraile austerísimo. Fernando e Isabel recibieron por herencia en 1474 y en 1479 un conjunto de territorios pobres y poco poblados, afectados además por guerras interiores y en consecuencia regidos por gobiernos inestables. A su muerte, en 1504, Isabel dejaba a España unida por una corona de muy hondo arraigo y a una nación en la que impera el orden y domina la justicia. Asimismo, a un ejército acostumbrado a vencer, que había conseguido para el reino –ahora llamado España en sentido político– el respeto de las naciones. Pero éste, destinado a inmensas proezas, era pobre como el de sus dinastías pasadas, y la confusión entre gloria político-militar y riqueza material se ubica para el caso en una esfera puramente mítica. La relación que hacen las crónicas de la época es concluyente: la peste de 1480; las grandes inundaciones de 1485; la pérdida casi total de la cosecha de 1489 en Andalucía; los terremotos del sur en 1504; las hambrunas que no cejan entre 1502 y 1505. Así describe uno de estos cronistas las tragedias y penurias que marcan la vida en esos años: «Despoblábanse muchos lugares; andaban los padres e madres con los hijos a cuestas, muertos de hambre por los caminos, e de lugar en lugar demandando por Dios, y muchas personas murieron de hambre, y eran tantos los que pedían por Dios, que acaecía llegar un día a una puerta veinte o treinta personas, de donde quedaron infinitos hombres en pobreza, vendido todo cuanto tenían para comer». Una Castilla de campos casi desiertos y con algunas ciudades populosas en las que había cierta riqueza, tendría que sostener, cada año con mayor dificultad, el precio de la política imperial. Faltaban con evidencia los medios materiales, pero la Reina había legado entre tanto a sus súbditos un optimis-


mo indeclinable, una sólida esperanza en la victoria y el amor al servicio de muy altos ideales. Todo esto con arraigo en esa fuerza proveniente de una lucha constante frente a la adversidad que, si bien era también la de un pueblo, ella como nadie encarnó, desde el austero entorno de su nacimiento en Madrigal al de su muerte en Medina del Campo, sentando con este espíritu las bases de la magna historia que se abría para España y sus territorios en el siglo XVI. Así lo vio certeramente don Ramón Menéndez Pidal en España y su historia: «Si es cierto que los términos de nuestra dominación fueron inmensamente mayores en tiempos del Emperador y de su hijo, y mayor también el peso de nuestra espada y de nuestra política en la balanza de los destinos del mundo, toda aquella grandeza (...) venía preparada, en lo que tuvo de sólida y positiva, por la obra más modesta y peculiarmente española de aquellos gloriosos monarcas». Notas 1 Cf. 1000-2000: Los Grandes Personajes del Milenio, en revista HUMANITAS nº 8 (Octubre-Diciembre 1997), pp. 600-619. 2 La muerte de su hijo Juan en 1497 afectó a Isabel especialmente por ser el único varón heredero de la corona. Un año después falleció su hija Isabel de sobreparto y poco después en 1500 el príncipe Miguel, hijo de ésta y de Manuel de Portugal, que hubiera sido heredero de las tres coronas: Portugal, Aragón y Castilla. Las tres hijas restantes estaban casadas con príncipes extranjeros y residiendo lejos de Castilla: Flandes, Portugal e Inglaterra (aquí la infortunada Catalina, repudiada por Enrique VIII y madre de la futura reina María Tudor). 3 Mandato de cristianización, justicia y respeto para con los indios de América expresado en el codicilo del Testamento de la Reina Isabel (versión en castellano moderno): «Por cuanto al tiempo que nos fueron concedidas por la Santa Sede Apostólica las islas y tierra firme del mar Océano, descubiertas y por descubrir, nuestra principal intención fue, al tiempo que lo suplicamos al Papa Alejandro VI, de buena memoria, que nos hizo dicha concesión, de procurar inducir y traer los pueblos de ellas y convertirlos a nuestra Santa Fe católica, y enviar a las dichas Islas y Tierra Firme, prelados y religiosos y otras personas doctas y temerosas de Dios, para instruir los vecinos y moradores de ellas en la Fe católica y enseñarles y doctrinar buenas costumbres y poner en ello la diligencia debida, según más largamente en las cartas de dicha concesión se contiene; por ende suplico al rey mi señor muy afectuosamente, y encargo y mando a la dicha princesa mi hija y al dicho príncipe su marido, que así lo hagan y cumplan y que éste sea su principal fin, que en ello pongan mucha diligencia, y no consientan ni den lugar a que los indios, vecinos y moradores de las dichas Indias y Tierra Firme, ganadas y por ganar reciban agravio alguno en sus personas y bienes, más manden que sean bien y justamente tratados y si algún agravio han recibido, lo remedien y provean por manera que no se exceda en cosa alguna lo que por letras Apostólicas de la dicha concesión nos es infundido y mandado». 4 Consta que el texto original del testamento de la reina Isabel y su codicilo entró de Guadalupe el año 1511 y que permaneció allí hasta 1575, cuando fue trasladado al archivo de Simancas, según registra el libro primero, folio 64 de los Libros de copias del Patronato Real, mandado redactar por orden de Felipe II. 5 En 1512, a partir de una Junta de teólogos que orientaron el primer intento legal de protección de los indios, Fernando II promulga las llamadas «Leyes de Indias». 6 La consolidación de la lengua castellana, que debe reconocerse a la obra de Nebrija, amparada por Isabel, será otro factor de vital importancia para el desarrollo y progreso de los acontecimientos que se inician ese año 1492. En efecto, con la hispanización de América se produjo en seguida una unidad idiomática caracterizada por el fuerte asentamiento de la lengua castellana en el nuevo continente. Mientras las muy diversas lenguas indígenas venían fundándose en la movilidad cambiante del habla diaria –los signos jeroglíficos mayas, por ejemplo, no estaban al alcance del grueso del pueblo– el castellano alcanzó en seguida una potentísima asimilación, facilitando las relaciones entre españoles y aborígenes y el afianzamiento de la identidad cultural hispanoamericana, inspirada siempre por el criterio de unidad dentro de la diversidad. 7 Uno de los rasgos que caracterizan la política económica que sigue el reinado de Fernando e Isabel, según explica Luis Suárez Fernández, es la aplicación de soluciones distintas en cada reino, no tanto por el respeto que les merecían las instituciones heredadas, cuanto por la búsqueda de eficacia. En el campo de la economía, este mismo historiador ve durante este reinado el ejercicio de una suerte de «mercantilismo»: creación de fuertes reservas interiores de metales preciosos; prohibición de exportaciones de aquellos productos que se consideraban importantes para el abastecimiento del mercado interior; reserva de las actividades mercantiles a los naturales del país; sometimiento de los antiguos privilegios a criterios de utilidad; y búsqueda de especial calidad en las manufacturas. Cf. Luis Suárez: Isabel I, Reina (Ariel, Barcelona, 2000). Cabe decir también, en abono de lo anterior, que fue la industria la que promovió en el reinado la más frondosa literatura jurídica. 8 Para una mejor comprensión del tema de los judíos y la inquisición en tiempos de los Reyes Católicos, es recomendable el capítulo XIII, «Unidad Religiosa», de la citada obra de Luis Suárez, Isabel I, Reina. 9 Doña Isabel tenía que disculparse a cada paso de la sospecha de cualquier gasto extemporáneo o de cualquier concesión al espíritu mundano. Así escribe por ejemplo la Reina a su confesor, Fray Hernando de Talavera, cuando ya era éste arzobispo de Granada: «Porque decís que danzó quien no debía, pienso si dijeran allá que dancé yo, y no fue ni pasó por mi pensamiento, ni pudo ser cosa más olvidada de mí. Los trajes nuevos ni los huvo ni en mí ni en mis dueñas, ni aun vestidos nuevos, que todo lo que yo allí vestí, havía vestido desde que estamos en Aragón; y aquello mismo me habían visto los otros franceses. Sólo un vestido hice de seda, y con tres marcos de oro, el más llano que pude; ésta fue toda mi fiesta».

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Civilización Tecnológica y Cristianismo POR AUGUSTO DEL NOCE

Hace 15 años fallecía en Roma el gran filósofo político italiano, Augusto Del Noce. Por su calidad académica, senador vitalicio (vinculado a la bancada del antiguo PDC) fue un profundo conocedor del marxismo gramsciano y un agudo previsor del proceso de secularización que afectaba crecientemente a la cultura cristiana. El presente texto, extractado de un artículo suyo publicado en Ethica (III, 1969), constituye una profética visión del panorama que se desarrollará en las tres décadas finales del siglo XX.

Para Sergio Cotta, la inteligencia no agota la espiritualidad. Si el hombre se limitara a ser inteligente, la civilización tecnológica estaría sometida a la oligarquía de los que saben interpretar y organizar un sistema racionalmente estructurado para satisfacer las necesidades sociales, que son por lo común materiales. Para que esto no suceda hace falta aquel «complemento del alma», como dice la expresión, que sólo la religión puede proporcionar.

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nte todo eliminemos lo que es obvio: no hay duda que es un deber cristiano, más aún humano en general, mejorar el nivel de vida de los más pobres; igualmente está fuera de duda que la eliminación del hambre en el mundo sólo se podrá conseguir, considerando también cuál es la tasa de incremento demográfico, por medio de un aumento de la actividad técnica, dirigida por la ciencia. El problema hay que plantearlo, en consecuencia, en estos términos: ¿es cierto que la ciencia moderna es el desenvolvimiento de la inteligencia pura y que en ella hay que divisar el modelo ejemplar de todo entendimiento? Esta parece ser la opinión de Cotta, aunque, como es obvio, para él la inteligencia no agota la espiritualidad. Si el hombre se limitara a ser inteligente, la civilización tecnológica estaría sometida a la oligarquía de los que saben interpretar y organizar un sistema racionalmente estructurado para satisfacer las necesidades sociales, que son por lo común materiales. Para que esto no suceda hace falta aquel «complemento del alma», como dice la expresión, que sólo la religión puede proporcionar. Se pueden ordenar de esta manera la serie de interrogantes que afectan a su tesis: • ¿Cuáles son las características morales de la sociedad tecnológica? • ¿La civilización tecnológica puede o no estar separada del positivismo, dada la postura esencial que conlleva y, sobre todo, por la tradición histórica con la cual vuelve a conectar?

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Homenaje a Augusto del Noce «La civilización tecnocrática, lejos de ser una civilización liberal, ¿no representa la forma más extrema de despotismo conservador, en su forma occidental y no oriental, ya que ha eliminado del todo la idea de una autoridad espiritual?» (Óleo de André Masson)

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• ¿El tipo de inteligencia característico de la ciencia que acompaña la técnica es el prototipo de toda inteligencia, o más bien exige la renuncia a la forma mental metafísica? En este segundo caso, la primera consecuencia sería que no podríamos ya hablar de metafísica, sino solamente de ciencia y de religión; esto a su vez sería tan sólo una solución provisional y a corto plazo, porque en un espacio de tiempo, que no se puede determinar exactamente, pero que todos los indicios inducen a considerar relativamente breve, la ciencia eliminaría del todo a la religión, en cuanto que eliminaría la misma dimensión por la cual lo sagrado se hace accesible al hombre. • ¿Este proceso no es ajeno a los juicios de valor? De ser así, cuando se absolutiza, no podrá sino destruir la autoridad de los valores. El paso a la civilización tecnológica estaría ordenado por la destrucción definitiva de la En la visión tradicional autoridad espiritual y sería, por tanto, espíritu de disgregación. hay una primacía Con vistas a esto, ¿no deberá considerarse utópica la idea de que compete a la que el espíritu que informa el desarrollo tecnológico ejercitará contemplación de un una función pacificadora? orden ideal, al que • La civilización tecnocrática, lejos de ser una civilización nuestra actuación liberal, ¿no representa la forma más extrema de despotismo debe conformarse. La conservador, en su forma occidental y no oriental, ya que ha civilización tecnológica la eliminado del todo la idea de una autoridad espiritual? sustituye por la primacía • En la civilización tecnológica, el paso a una oligarquía tiránica de la acción, en el sentido de los científicos y de los técnicos, ¿no se presenta como absode que el conocimiento lutamente inevitable y necesario? La tarea de los católicos debe humano cobra valor ser entonces denunciar inmediatamente y desde el comienzo la sólo en la medida en que irreligiosidad que entraña sustancialmente la ilusión utópica de puede servir para un fin quien quiere informarla religiosamente desde dentro. práctico: que el hombre • La instauración de la civilización tecnológica, ¿se presenta sensible transforme la realmente como necesaria, en base a la irrevocabilidad del demateria para sacar mayor sarrollo científico? ¿O más bien el paso de la ciencia a la idea utilidad y domine las de la civilización tecnológica no se habrá dado por motivos que cosas materiales. nada tienen que ver con la ciencia misma?

La primacía del hacer A estas preguntas se puede contestar que la civilización tecnológica no puede ser definida sino mediante la supresión de una dimensión: la religiosa. Por otro lado, tienen gran repercusión las tesis de los escritores de la llamada «escuela de Frankfurt»: desde Adorno a Marcuse. Ellos no hablan de religión en el sentido propio, es cierto; sin embargo, también para ellos la civilización tecnológica, si de algo señala el fin, es de la dimensión trascendente, aunque sea de una trascendencia intramundana. Intentemos ahora definir, de la manera más sencilla posible, lo que se quiere decir cuando se habla de dimensión religiosa: nada más que lo siguiente: que

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hay un orden eterno e inmutable de verdades y de valores con el cual entramos en contacto por medio de la intuición intelectual. Que existe, en definitiva, una realidad sobrehumana, por muchos que sean los modos con que se puedan representar. Hasta la venida de la mentalidad tecnológica que ha alcanzado hoy la cumbre de su manifestación, todos los pueblos estaban de acuerdo en admitir esto. Y, por otro lado, ¿cómo podría ser recibida por el hombre la iluminación de la verdadera fe si nada permaneciera en él, aun después del pecado, nada de esta revelación primitiva? Ahora bien, es precisamente esta dimensión religiosa la que está amenazada y negada por la forma de pensamiento propia de la civilización tecnológica, porque ella se presenta como una civilización nueva. Vamos a emplear una expresión de Rosmini: aquella forma de pensamiento sustituye a la luz de la razón, instrumento de lo absoluto, de lo necesario, de lo objetivo y de lo eterno, por la razón humana, individual y subjetiva, contingente y mutable. En la visión tradicional hay una primacía que compete a la contemplación de un orden ideal, al que nuestra actuación debe conformarse. En el Nouveau La civilización tecnológica la sustituye por la primacía de la Christianisme (1825) acción, en el sentido de que el conocimiento humano cobra va- se afirma que la lor sólo en la medida en que puede servir para un fin práctico: organización científicoque el hombre sensible transforme la materia para sacar mayor industrial posibilitará a su vez la más utilidad y domine las cosas materiales. Por supuesto que este enfoque sobre la consideración del co- rápida mejoría de las nocimiento afecta también a los valores prácticos. A la tesis en condiciones morales y base a la cual el conocimiento está limitado al mundo sensible, físicas de las clases más sigue la afirmación de que la única realidad que cuenta para pobres, actuando de esta el hombre es la realidad material; y puesto que la materia es manera sobre la tierra principio de multiplicidad y de división, resulta que el hombre el nuevo proceso que adopta como actitud práctica un individualismo que será nega- impone a los hombres ción de todo principio superior a la individualidad. En lugar de el comportamiento la autoridad de los valores nos encontramos con su «creación», fraternal. (...) pero, puesto que el término creación no tiene sentido cuando se refiere al hombre, esta fórmula adquirirá su sentido sólo por medio de la negación y destrucción radical de la tradición. No hace falta más que abrir los ojos: ¿quién no se da cuenta de que junto a la progresiva difusión de la mentalidad tecnológica ha sobrevenido la desaparición, también o sobre todo en el lenguaje corriente, de los términos «verdadero» y «falso», «bueno» y «malo», y hasta «hermoso» y «feo», que han sido sustituidos por los de «original», «auténtico», «fecundo», «eficaz», «significativo», «abierto», etc.? Nada más coherente, por otro lado. El punto de vista de la primacía de la acción, entendido así como hemos dicho, quiere decir que no hay nada más allá del hombre; y si la verdad no es algo superior al hombre estará destinada a envejecer, de tal manera que la verdad «vieja» no tiene más atractivo del que pueda tener, por ejemplo, una mujer «vieja». De aquí el culto a lo «nuevo» con su correspondiente espíritu de destrucción.

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«La civilización tecnológica desbarata al marxismo, en el sentido de que se apropia de todas sus negaciones con respecto a los valores trascendentes, llevando hasta el límite la misma condición de la negación, es decir, el aspecto por el que el marxismo es un relativismo absoluto; con el resultado de transformar el marxismo en un individualismo absoluto, lo que sirve para conferirle la falsa apariencia de «democracia» y de continuación del espíritu liberal». (Óleo de André Masson)

Verdad y eficiencia Consideremos una cosa más: ¿qué pasará cuando los hombres no se mantengan unidos por ideales o valores superiores a los sensibles? La búsqueda del bienestar sustituye la de una vida buena; y no puede haber bienestar sin sensaciones «nuevas», como es evidente. He aquí por qué el intelectual se pone al servicio del público, no para arrastrarlo hacia arriba, sino para satisfacer sus exigencias de novedad. Una persona se sentirá unida con otra sólo si la necesita para su realización personal sensible, cada vez más exigente. Todo se transforma así en un objeto que sirve para el trueque. Muchas veces se habla de la desaparición del pudor, y, como siempre, hay alguien, incluso famoso, que repite a propósito las consabidas

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expresiones de la guerra contra los tabúes, de la búsqueda de la autenticidad, de la lucha contra todo tipo de misterio. Nosotros decimos sencillamente que esta desaparición posee un valor simbólico: representa la reducción de todo a mercancía de intercambio. Añado además que no tengo ninguna propensión a embellecer la realidad, como suelen hacer determinados católicos que ven en ella una manifestación de desesperación producida por la ocultación de la verdad. Estos católicos que viajan siempre con retraso vuelven a descubrir hoy una actitud que fue real, pero en la época romántica. Para la mentalidad tecnológica la desesperación no existe, precisamente en cuanto que este acabarse de la verdad y de los ideales no es sentido como una tragedia, sino que es presentado (o sería mejor decir «mixtificado», en el verdadero sentido que el término «mixtificación» debería poseer) como una liberación. Se me puede contestar que no es el desarrollo tecnológico, en cuanto tal, el culpable de estas posturas. Eso es absolutamente cierto; pero cuando se habla de civilización tecnológica no se repara en la actividad técnica como tal, sino en su absolutización. Estamos en el reino de los –ismos, es decir, de la perversión, en base a la cual una actividad humana, que se desenvuelve en el mundo de los sentidos, es transformada en un ídolo; el arte se hace estetismo, el amor erotismo, la política totalitarismo. Queda clara en este punto la imposibilidad de separar la civilización tecnológica del positivismo. Quien desee conocer la más Augusto del Noce. clara definición de este vínculo no debe hacer más que leer un valioso libro de F. Hayek, que es una de las obras más rigurosas (...) Pero este nuevo que se han escrito contra la mentalidad tecnológica o, como su cristianismo exige una autor dice, de «ingeniería»; es decir, que da lugar al tipo de reelaboración de la «ingeniero» inspector, consciente de una sociedad planificada; teología, cuya necesidad o que llega a pensar en los modelos de ingeniería, incluidas es evidente, después que las actividades que parecen más lejanas, como, por ejemplo, la la ciencia ha abierto nuevos horizontes a las misma actividad artística.

El espíritu politécnico

posibilidades terrenas del hombre.

¿Dónde nace esta mentalidad cientifista? En la Ecole Polythecnique de París y ya encontramos todos los elementos en la obra de Henri de Saint-Simon. Recordemos algunos rasgos de su pensamiento. En su desconcertante primer opúsculo: Lettres d’un habitant de Genève à ses contemporaines, de 1803, se anuncia la idea de un «consejo de Newton», formado por 21 miembros elegidos por todo el género humano y presididos por un matemático; consejo destinado a sustituir al Papa y al Sacro Colegio, cuyos miembros son acusados de no comprender la naturaleza y la finalidad de la ciencia, que está destinada a transformar la tierra en un paraíso. Su programa curiosamente es interclasista, pero en el sentido

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del interclasismo propio del actual sociologismo; los proyectos de los representantes de este consejo serán los únicos idóneos para establecer los medios científicos aptos para prevenir «la lucha que, por la misma naturaleza de las cosas, es necesario que exista» entre las dos clases: la de los propietarios y la de los no propietarios. Todos los hombres trabajarán como adeptos a una sola y misma oficina, dirigida por el consejo supremo de Newton, órgano central que tiene el derecho de dar órdenes; y quien no obedezca será tratado por los otros «como un cuadrúpedo». En la obra de 1810: Introduction aux travaux scientifiques du XIX siècle, proyecto de una nueva y gran enciclopedia, a la que se le confía la tarea de sistematizar y unificar todo el saber, reorganizado de pies a cabeza y Una parte de los que coordinado bajo el punto de vista del fisicismo, encontramos fueron guías en la ya perfectamente indicados los trazos de lo que hoy se llama lucha se asociarán a «fisicalismo»: reducción de la moral y la política a ciencia, relos que estaban con nuncia del razonamiento teológico como antropomórfico, etc. los vencedores después No se equivocaba Hayek cuando decía que al leerlo se tenía la de la victoria y se impresión de tener en la mano una obra contemporánea de, por constituirán en una ejemplo, H.G. Wells o de Otto Neurath. nueva clase, eliminando Los mismos temas aparecen en las obras siguientes, ampliados por «anárquica» a la de tal manera que es siempre más clara la prefiguración de las parte constituida por los ideas tecnológicas de hoy: la del poder científico y positivo, al revolucionarios puros. que se le confiere la tarea de dirigir y transformar el mundo, la Los supervivientes de la unidad de los hombres como co-partícipes de la empresa vagarán por el común de operar sobre la naturaleza para transformarla, la de la mundo hablando función social del arte para ejercer en las masas una influencia de una revolución capaz de constreñirlas a marchar en la dirección indicada por traicionada, incompleta, los dirigentes de esta cooperación, la del nivel de prosperidad desconocida, pero sin al que el hombre puede llegar a través de la utilización de los encontrar nunca las conocimientos adquiridos en el campo de la ciencia, la de la condiciones suficientes función pacifista de las tesis precedentes, porque al confiar la para constituir una nueva dirección al poder científico se sustituye la organización fuerza política. gubernamental y militar por la administrativa e industrial. Finalmente, en el Nouveau Christianisme (1825) se afirma que la organización científico-industrial posibilitará a su vez la más rápida mejoría de las condiciones morales y físicas de las clases más pobres, actuando de esta manera sobre la tierra el nuevo proceso que impone a los hombres el comportamiento fraternal. Pero este nuevo cristianismo exige una reelaboración de la teología, cuya necesidad es evidente, después que la ciencia ha abierto nuevos horizontes a las posibilidades terrenas del hombre.

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Tecnología como antitradicionalismo Desde el punto de vista histórico no sé cómo se puede decir que el positivismo es sólo una mosca pesada de la civilización tecnocrática, si exactamente todas sus ideas se encuentran ya prefiguradas en las obras de Saint-Simon y de Comte. Sin embargo, en el positivismo de ambos había un motivo romántico que se expresaba en la idea de una religión de la humanidad, destinada a sustituir y, a la vez, a conservar todo lo positivo que tenían las religiones del pasado. En las nuevas formas de positivismo y de pragmatismo este elemento religioso es completamente nulo. La ciencia de hoy se presenta como «neutral» con respecto a todo valor. Esta pretendida neutralidad ha llevado a muchos católicos a singulares ilusiones. En particular a ésta: el desarrollo del espíritu científico destruye las religiones seculares, pero no pone en crisis la concepción católica, anclada en lo eterno. Por lo tanto, civilización tecnológica y cristianismo serían compatibles. O, en una perspectiva más amplia, se dice: rasgo típico del cristianismo es la desacralización del mundo, condición también para la civilización tecnológica; por esta razón esta civilización está destinada a actuar positivamente en el cristianismo, promoviendo, aunque sea ocasionalmente, su El paso del marxismo a liberación de rasgos de la tradición precedente, en los que se un positivismo radical, que con respecto había quedado. La verdad es precisamente lo contrario. La separación del cientifis- a las disciplinas mo de toda pretensión religiosa es como el último momento lógico concernientes al hombre necesario de aquella «primacía de la acción», de la que ya se ha se manifiesta como dicho su presupuesto antropológico. En efecto, separemos lo más sociologismo o como posible esta posición de todo elemento contemplativo. La misma relativismo absoluto, se materia se definirá –es la frase de un ilustre físico– como un objeto presenta a la vez como de posibles manipulaciones humanas. De ello se consigue que lo extremadamente fácil y que tradicionalmente se llamaba valores absolutos –lo verdadero, como irrefutable. lo bueno, lo bello– estarán privados de toda validez universal o, como mucho, no expresarán más que preferencias subjetivas. Pero ¿por qué un sujeto tendrá ciertas preferencias en vez de otras? La explicación la dará la «ciencia del hombre», que medirá el grado de utilidad o peligrosidad, de una u otra idea, en relación con la utilidad de la coexistencia pacífica. La solución es clara, el peligro es el de los que aún intentan hablar de Valores Absolutos, obligatorios para todos. Se capta, pues, el antitradicionalismo total de la civilización tecnológica. Si la oposición se fija en términos de revolución y reacción, entonces podemos decir que la revolución tecnológica es más radical que cualquier otra revolución política. Y esto porque ella sólo conseguirá realizar verdaderamente lo que es uno de los fines de las revoluciones políticas que pretendían «cambiar al hombre»: la supresión de la dimensión trascendente. Ahora es un hecho que la idea de la revolución tecnológica ha prevalecido, y tiende aún más a prevalecer, sobre la posición revolucionaria marxista. ¿Cómo sucede esto?

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Marxismo y tecnología Si consideramos el problema en su máxima generalización teórica debemos responder que la civilización del bienestar (civilización tecnológica, civilización del bienestar o sociedad opulenta son términos sinónimos) es la única respuesta posible burguesa y laica del marxismo, y que se da por una contradicción que es intrínseca al mismo marxismo. Por esto la civilización tecnológica desbarata al marxismo, en el sentido de que se apropia de todas sus negaciones con respecto a los valores trascendentes, llevando hasta el límite la misma condición de la negación, es decir, el aspecto por el que el marxismo es un relativismo absoluto; con el resultado de transformar el marxismo en un individualismo absoluto, lo que sirve para conferirle la falsa apariencia de «democracia» y de continuación del espíritu liberal. Para resaltar la cesión marxista sólo tenemos que observar la Alguno objetará mística revolución a través del tiempo. Porque ésta sólo puede ciertamente que en la durar mientras dura la lucha a muerte contra un adversario sociedad tecnológica que es histórico y no eterno; normalmente no más de una geno existe persecución neración; y terminado el período «místico», una parte de los religiosa directa y que fueron guías en la lucha se asociarán a los que estaban con que la libertad y la los vencedores después de la victoria y se constituirán en una democracia se respetan. nueva clase, eliminando por «anárquica» a la parte constituida Añadirá después que la por los revolucionarios puros. Los supervivientes vagarán por civilización tecnológica el mundo hablando de una revolución traicionada, incompleta, es una realidad desconocida, pero sin encontrar nunca las condiciones suficienirreversible y que no hay tes para constituir una fuerza política. otro camino que el de Observemos aquí una de las diferencias capitales entre la reliintentar espiritualizarla gión cristiana y la marxista; la ausencia de la utopía hace que en desde dentro. Este es el cristianismo la lucha entre la ciudad de Dios y la terrena se el camino ramplón que presente como eterna y se destierre radicalmente de la tierra el normalmente se sigue. optimismo del definitivo logro de la «ciudad de Dios»; o al contrario, reconocer en este optimismo la esencia de la herejía. En el marxismo, el paso práctico a una revolución total implica enormes sacrificios y riesgos y conlleva la idea de un absoluto; para dar plena justificación a la acción revolucionaria es necesaria una «fórmula ideal». Esta fórmula no puede ser otra que la del materialismo dialéctico; el materialismo es necesario para desacralizar las formas precedentes y mostrar la relatividad histórica; el término de dialéctica es igualmente necesario para mostrar la necesidad histórica del cambio. Pero entre el momento de la negación de todo principio eterno y la búsqueda práctica de lo absoluto hay una evidente contradicción. Por consiguiente, el paso del marxismo a un positivismo radical, que con respecto a las disciplinas concernientes al hombre se manifiesta como sociologismo o como relativismo absoluto, se presenta a la vez como extremadamente fácil y como irrefutable.

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La crítica marxista de las ideologías, ¿no se funda en el principio de que todo lo que sobrepasa la verificación inmediata, en definitiva todo lo que es metafísico, se explica como expresión de la situación histórico-social de un grupo, por lo tanto con lo sensible, cuando a lo sensible se le da la máxima extensión para comprender el mismo mundo humano? ¿No profesa el marxismo la concepción expresiva e instrumentalista del pensamiento, es decir, lo contrario de toda forma de pensamiento metafísico? Y ¿cómo sostener entonces una concepción de metafísica como el materialismo dialéctico? Se puede pensar, por lo tanto, que la verdadera conclusión teórica del marxismo debería ser la abolición de la filosofía, en el sentido de que hoy habrían madurado las condiciones para extender el razonamiento científico del mundo natural a la realidad histórica. El sociologismo, como crítica de la filosofía en nombre de la sociología, establecería la condición de la verdadera ciencia histórica, en cuanto que a través de la explicación de los orígenes de la idea, que Preveo ciertamente en el fondo sería una extensión del materialismo histórico para la objeción: si en la abolir su paso al materialismo dialéctico, libraría a la historia sociedad tecnológica de toda razón de filosofía de la historia y pondría con esto las no existe la persecución condiciones de una historia que como tal fuera una verdadera religiosa y se respeta la ciencia. libertad y la democracia;

Espíritu burgués y marxismo

si el proceso de afirmación de este nuevo tipo de civilización es irreversible, entonces quien dice que esto es esencialmente anticristiano está obligado por la lógica a reconocer que el cristianismo está destinado a morir.

La relación entre el empirismo de la civilización tecnológica y el marxismo es semejante a la del marxismo con respecto a Hegel. Lo mismo que Marx había separado al hegelianismo de los aspectos platónicos, el pragmatismo que está en la base de la civilización tecnológica separa al marxismo de los aspectos hegelianos y lleva hasta el extremo el antiplatonismo marxista. Cancelando toda supra-individualidad de los valores, excluye completamente todo espíritu revolucionario; al colectivismo del «hombre genérico» le sustituye el individualismo más completo; acepta, por lo tanto, el progreso en y por la conservación del orden social burgués. Así, pues, están juntas la conservación más rigurosa y la negación más completa del marxismo. Porque todos sus aspectos antirreligiosos y antitradicionales desde el punto de vista moral y estético están llevados hasta el límite; si el marxismo es búsqueda de humanización y de desacralización radical, éste es su verdadero éxito. Hablábamos de marxismo repensado en el sentido empirista, pero que sintoniza perfectamente con el individualismo del espíritu burgués, y que finalmente, a través de él, encuentra la manera de desembarazarse completamente de toda subordinación a la tradición. De hecho se podría fácilmente demostrar cómo la civilización tecnológica realiza, universalizándolo, a través de la supresión del antagonismo de las cla-

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ses, el tipo del burgués puro, tal como lo había descrito Marx en el Manifiesto. No hay que extrañarse. Según la sentencia, en la infancia de la humanidad, la acción de la providencia se explicaba como civilización, sirviéndose para fines universales de los fines particulares que los hombres se proponían. ¿No es, por tanto, natural que en la edad de la expansión del ateísmo el proceso se invierta y que la heterogénesis de los fines juegue de manera inversa? Que el éxito último de la revolución marxista sea la realización del tipo del burgués puro sería la confirmación de la sentencia indicada, aplicada al desarrollo del ateísmo y de la desacralización.

¿Crisis de desarrollo? Alguno objetará ciertamente que en la sociedad tecnológica no existe persecución religiosa directa y que la libertad y la demoPersonalmente cracia se respetan. Añadirá después que la civilización tecnolópienso que en esta gica es una realidad irreversible y que no hay otro camino que subordinación del el de intentar espiritualizarla desde dentro. Este es el camino aspecto de verdad de ramplón que normalmente se sigue. Si no se quiere seguir el las religiones al de camino de la mayoría, que es el de conformarse con el nuevo fuerza vitalizadora, orden de las cosas, se tratará de distraer la atención de aquellos lo que importa, entre aspectos de la sociedad presente que son más amenazadores. otras cosas, es que sus Hay siempre lugar para las frases hechas: crisis de la adolescenafirmaciones metafísicas cia, crisis del desarrollo, como fenómenos que necesariamente y sus dogmas no se acompañan un ritmo acelerado de desarrollo. El optimista verá consideran más que a toda costa en la historia de hoy un proceso de liberación de como símbolos y se la esclavitud. Este proceso real tendrá sus costos… Y, por otra juzguen no en su verdad, parte, la moral o religión que están hoy en crisis, ¿eran algo sino en cuanto son aptos distinto de una moral o de una religión hipócrita y aparente? para ejercer esta función No sé cuántas veces he leído estas frases o dichos similares. estimulante, lo que es la Preveo ciertamente la objeción: si en la sociedad tecnológica esencia de la blasfemia. no existe la persecución religiosa y se respeta la libertad y la democracia; si el proceso de afirmación de este nuevo tipo de civilización es irreversible, entonces quien dice que esto es esencialmente anticristiano está obligado por la lógica a reconocer que el cristianismo está destinado a morir. El que es verdaderamente cristiano debe pensar que, por fuertes que puedan parecer estas objeciones, sin embargo, no son insuperables; y mantener la tesis de que la civilización tecnológica se puede espiritualizar desde el interior, aunque la forma sea verdaderamente difícil y la tarea ciertamente ardua. El católico encuentra en su fe la fuerza contra la desesperación, por muy fuertes que sean las tentaciones desesperadas. Hace un siglo, catolicismo y principio de libertad, catolicismo y democracia aparecían como realidades inconciliables; y los discursos reaccionarios de entonces no tenían menor fuerza aparente que la de los críticos de la realidad de hoy.

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«Si no se da ninguna comunicación ideal entre los individuos y si todo individuo es visto por el otro únicamente como instrumento de la propia realización, ¿de qué orden se podrá hablar si no es del de la recíproca esclavitud o de la esclavitud universal? El que los esclavos gocen materialmente del bienestar tiene muy poca importancia». (Óleo de André Masson)

Tecnología y religión Pero veamos: aparentemente la civilización tecnológica deja abierto un puesto a la religión, en el sentido de que distingue entre lo verificable y lo inverificable. Por una parte, la zona de lo profano; por otra, la de lo sacro. Y alguno añadirá que esto significa una purificación de lo sacro, en el sentido de que se quita cualquier mezcla con lo profano. Pero, ¡atención!, de hecho, en la conciencia común de la civilización tecnológica lo verificable será lo real; lo inverificable, ilusión subjetiva. Aun suponiendo una postura más moderada, la religión se reduciría a su función vitalizadora. Con esto se pondría en el mismo plano que la droga; y no es de ninguna manera cierto que, considerada bajo este aspecto, sea la más eficaz. Personalmente pienso que en esta subordinación del aspecto de verdad de las religiones al de fuerza vitalizadora, lo que importa, entre otras cosas, es que sus afirmaciones metafísicas y sus dogmas no se consideran más que como símbolos y se juzguen no en su verdad, sino en si son aptos para ejercer esta función estimulante, lo que es la esencia de la blasfemia.

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La radical oposición, sin mediación posible, destruye toda comunicación entre aquellos que aún se encuentran en los viejos valores y los defensores de los «nuevos». Los fieles a los primeros serán socialmente los excluidos, en los límites en que querrán modelar rigurosamente las propias valoraciones y la propia vida conforme a la verdad en que creen; el rechazo total del escándalo y, en los más moderados, la falsa piedad por el pecador caracterizan esta sociedad instruida. Falsa piedad: porque no es la piedad para el que es consciente de su pecado y de la miseria de su estado, sino al contrario. Serán, pues, estos últimos fieles, considerados como los pertenecientes a una raza moral inferior, destinada a desaparecer. No es exagerado decirlo: serán, por este abandono, los «pobres» de mañana cuando la opulencia haya acabado con la miseria. No se podrá hablar verdaderamente ni de libertad ni de deFin de la religión, mocracia: a este respecto, la «mitificación», usemos el término de la libertad y de marxista, alcanzará verdaderamente el punto último. Porque la democracia, que si no se da ninguna comunicación ideal entre los individuos y será también el fin si todo individuo es visto por el otro únicamente como instrude Europa: porque el mento de la propia realización, ¿de qué orden se podrá hablar principio sobre el que ha si no es del de la recíproca esclavitud o de la esclavitud unisurgido la civilización versal? El que los esclavos gocen materialmente del bienestar europea es el de un tiene muy poca importancia. mundo de verdades Fin de la religión, de la libertad y de la democracia, que será universales y eternas, también el fin de Europa: porque el principio sobre el que ha de las que todos los surgido la civilización europea es el de un mundo de verdades hombres participan. El universales y eternas, de las que todos los hombres participan. principio del Logos, El principio del Logos, en otras palabras, del que es la antítesis en otras palabras, exacta la reducción de la idea a instrumento de producción y del que es la antítesis de organización. Si se ahonda todo gran problema político de exacta la reducción de hoy, en cada uno se encontrará la misma contraposición entre la idea a instrumento el primado de la verdad y el primado de la vida.

de producción y de organización.

La herejía tecnológica

Esta conexión de ruinas abriría unas perspectivas espantosas sobre el futuro próximo si realmente el proceso hacia la civilización tecnológica se presentase como irreversible. ¿Pero esto es verdad? Se debe recordar aquí la consideración hecha sobre la diferencia entre el desarrollo tecnológico y la sociedad tecnológica. Pese a las apariencias contrarias, las raíces de la mentalidad tecnológica no están en el desarrollo técnico, sino en una desviación religiosa. Y nunca, a mi juicio, se insistirá bastante sobre el punto del carácter, sobre todo religioso, de la crisis de nuestro siglo. A mi modo de ver, el ideal de la civilización tecnológica no es otro que el de la última forma, completamente laicizada, de la herejía milenarista. ¿Cuál es la esencia de esta herejía? Esta: la idea de que suceda temporalmente la ciudad de

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la paz y de la felicidad universal a una ciudad degenerada que ha alcanzado el último grado de injusticia y barbarie. ¿Cuándo se da?: en los momentos trágicos de la historia; piénsese, como antecedente lejano, en Tomas Münzer y en los anabaptistas en los tiempos de la reforma protestante, o en el profetismo social que acompaña a la Revolución Francesa. Que después toda herejía se caracterice por un proceso de laicización o por una pérdida progresiva del espíritu religioso original, esto es lo que la historia atestigua. En todo caso pertenece al milenarismo la idea de lo absolutamente nuevo y la destrucción de todo lo que, con respecto a las actitudes morales, le ha precedido. La idea de que la revolución rusa es la hija de la Primera Guerra Mundial es común. Es decir, la Primera Guerra Mundial ha dado lugar a un renacimiento del milenarismo con el comunismo. La Segunda, y el decenio que la precede, tiene un nuevo resurgir, en la fe del poder liberador de la técnica. Los horrores de la segunda guerra mundial dieron lugar a la impresión del desencadenamiento de fuerzas demoníacas, y a A mi modo de ver, el que con el nazismo y con el fascismo se aniquilase una civili- ideal de la civilización zación entera, la europea, que se había convertido ya en una tecnológica no es otro nueva Babilonia. Lo absolutamente nuevo no podía presentarse que el de la última como el comunismo, porque conservaba aún aspectos, aunque forma, completamente fuera en forma de antítesis, conexos con una civilización que laicizada, de la herejía la guerra había justamente destruido. milenarista. ¿Cuál es la

Conclusión

esencia de esta herejía? Esta: la idea de que suceda temporalmente la ciudad de la paz y de la felicidad universal a una ciudad degenerada que ha alcanzado el último grado de injusticia y barbarie.

Pero si esto es verdad, la visión en torno a la situación presente se debe modificar del todo. Porque no es el progreso de la ciencia lo que lleva al antitradicionalismo, a la supresión de los tabúes, a la desaparición del misterio, a la desmitificación, es decir, a sus formas de justificación refleja, desde las más elementales a las más cultas. La verdad es precisamente lo contrario: es la idea milenarista de una ruptura radical en la historia a través del paso a un tipo de civilización radicalmente nueva que lleva a la crítica de la tradición y a lo que de esto se sigue. Ahora no hay más que un solo medio para criticar al milenarismo: la referencia a una verdadera conciencia histórica. Si el joven de hoy se siente tan lejano y tan separado de la tradición es porque se le ha suministrado una versión demoníaca de la historia presente: por esto ha permanecido obsesionado por el mito de un acontecer absolutamente feliz, mito que no se explica, en la práctica, más que con la negación de todos los valores del pasado, de los valores que en realidad no tienen nada que ver con la ciencia. Establecer una visión verdaderamente histórica del pasado próximo, de manera que se pueda hacer ver cómo sobre el mito de la novedad han surgido sus horrores, será el primer paso para una verdadera desmitificación, de tal manera que alcance el proceso por el que se ha constituido el falso ídolo de la civilización tecnológica.

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Las relaciones entre la Iglesia y el gobierno socialista en España POR IGNACIO ARÉCHAGA

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a izquierda española se ha creído lla- no laicista; que tiene en cuenta las creencias mada siempre a «redimir» a la sociedad de religiosas, lo que es distinto de ignorarlas; la influencia de la Iglesia católica, conside- donde la separación Iglesia-Estado no exrada un freno para su idea del progreso. Le cluye la cooperación, de un modo especial molesta que la Iglesia católica tenga en la con la Iglesia católica a la que se menciona expresamente. vida social una presencia Las relaciones con la Iglesia preponderante respecto a LA IZQUIERDA ESPAÑOLA católica están enmarcadas otras confesiones, de modo SE HA CREÍDO LLAMADA sobre todo en los Acuerdos que tiende a llamar priviSIEMPRE A «REDIMIR» A LA con la Santa Sede, firmados legios a lo que no suele ser SOCIEDAD DE LA INFLUENCIA en 1979, después de la apromás que la consecuencia de DE LA IGLESIA CATÓLICA, bación de la Constitución. que la gran mayoría de los CONSIDERADA UN FRENO PARA Los acuerdos regulan aspecespañoles son católicos y SU IDEA DEL PROGRESO. tos jurídicos, económicos (la no musulmanes o budistas. LE MOLESTA QUE colaboración del Estado en Su ideal sería que las creenLA IGLESIA CATÓLICA TENGA el sostenimiento de la Iglecias religiosas quedaran en EN LA VIDA SOCIAL UNA sia), educativos y culturales el ámbito de la intimidad PRESENCIA PREPONDERANTE (entre ellos, la enseñanza de privada y del culto, sin reRESPECTO A OTRAS la religión en la escuela), y levancia pública. CONFESIONES, DE MODO la asistencia religiosa a las Pero la Constitución españoQUE TIENDE A LLAMAR Fuerzas Armadas. En los 25 la, que garantiza la libertad PRIVILEGIOS A LO QUE NO años transcurridos desde religiosa y la aconfesionaSUELE SER MÁS QUE LA entonces, los Acuerdos han lidad del Estado, dice otra CONSECUENCIA DE QUE funcionado razonablemente cosa: «Ninguna confesión LA GRAN MAYORÍA DE LOS bien, tanto con gobiernos tendrá carácter estatal. Los ESPAÑOLES SON CATÓLICOS del Partido Socialista como poderes públicos tendrán en Y NO MUSULMANES O con los del Partido Popular. cuenta las creencias religioBUDISTAS. (...) Los principales puntos de sas de la sociedad española fricción se han dado en la y mantendrán las consienseñanza, sobre todo en guientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás el modo concreto de encajar la enseñanza confesiones» (art. 16). El precepto tiene una de la religión en la escuela primaria y selectura clara: un Estado aconfesional o laico, cundaria.

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(Catedral de la Almudena, Madrid)

de los nacidos. De cada diez matrimonios, más de siete se casan por el rito de la Iglesia Los socialistas tienden a pensar que la (porcentaje que es mayor en el caso de los priinfluencia del catolicismo se basa más en meros matrimonios, ya que los divorciados y «privilegios» concedidos por las leyes, que vueltos a casar solo pueden recurrir al matrien el arraigo social. Su diagmonio civil). La asistencia a nóstico es que la progresiva Misa los domingos ha caído, secularización de la sociedad pero aun así no hay ninguna (...) SU IDEAL SERÍA QUE va reduciendo a marchas otra convocatoria social que LAS CREENCIAS RELIGIOSAS forzadas el peso de la Iglesia reúna a más gente: en torno QUEDARAN EN EL ÁMBITO católica. Y, por lo tanto, se a un 30 por ciento de la DE LA INTIMIDAD PRIVADA Y consideran llamados a adepoblación frecuenta la Misa DEL CULTO, SIN RELEVANCIA cuar la política a una nueva dominical, mientras que el PÚBLICA. «sociedad laica». 17 por ciento va varias veces Pero, por fuerte que sea la al año y un 48 por ciento secularización, el catolicismo sigue teniendo nunca o casi nunca. Las escuelas católicas una fuerte relevancia social. En las encuestas tienen prestigio y lista de espera. se declaran católicos el 81 por ciento de los Todo esto es compatible con que en muchos españoles, frente a un 15 por ciento de no cre- casos las costumbres y la actuación pública yentes y un 2 por ciento de otras religiones. de los católicos no sean coherentes con las En el año 2000 se bautizaron el 72 por ciento creencias. En un reciente discurso que ha

Arraigo social de la Iglesia

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JUAN PABLO II

LA AMENAZA DEL LAICISMO

En el ámbito social se va difundiendo también una mentalidad inspirada en el laicismo, ideología que lleva gradualmente, de forma más o menos consciente, a la restricción de la libertad religiosa, hasta promover un desprecio o ignorancia de lo religioso, relegando la fe a la esfera de lo privado y oponiéndose a su expresión pública. Esto no forma parte de la tradición española más noble, pues la impronta que la fe católica ha dejado en la vida y la cultura de los españoles es muy profunda para que se ceda a la tentación de silenciarla. Un recto concepto de libertad religiosa no es compatible con esa ideología, que a veces se presenta como la única voz de la racionalidad. No se puede cercenar la libertad religiosa sin privar al hombre de algo fundamental. En el contexto social actual, están creciendo las nuevas generaciones de españoles, influenciadas por el indiferentismo religioso, la ignorancia de la tradición cristiana con su rico patrimonio espiritual, y expuestas a la tentación de un permisivismo moral. La juventud tiene derecho, desde el inicio de su proceso formativo, a ser educada en la fe. La educación integral de los más jóvenes no puede prescindir de la enseñanza religiosa también en la escuela, cuando lo pidan los padres, con una valoración académica acorde con su importancia. Los poderes públicos, por su parte, tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y asegurar las condiciones reales de su efectivo ejercicio, como está recogido en los Acuerdos parciales entre España y la Santa Sede de 1979, actualmente en vigor. (Discurso del Papa Juan Pablo II con ocasión de la visita «ad limina», de los obispos españoles, en febrero pasado).

sido muy comentado, el vicepresidente de la Iglesia es nuestra mediocridad espiritual» y Conferencia Episcopal, Monseñor Fernando las divisiones en grupos. Este clima de escaso Sebastián, reconocía el gran vigor interno hace más difídesequilibrio entre cristiacil una decidida respuesta PERO LA CONSTITUCIÓN nos bautizados y cristianos frente a propuestas legales ESPAÑOLA, QUE GARANTIZA coherentes: «La debilidad que no están a la altura de LA LIBERTAD RELIGIOSA Y de la adhesión personal a la dignidad humana. Hoy LA ACONFESIONALIDAD DEL las realidades y a la vida día ser católico consecuente ESTADO, DICE OTRA COSA: de fe, la escasa formación es algo incómodo en la vida «NINGUNA CONFESIÓN TENDRÁ intelectual, la falta de estima pública española, y no otorga CARÁCTER ESTATAL. LOS por la propia fe, hacen a muninguna renta política. PODERES PÚBLICOS TENDRÁN chos de nuestros cristianos EN CUENTA LAS CREENCIAS especialmente vulnerables a Cambios radicales en el RELIGIOSAS DE LA SOCIEDAD la acción descristianizadora matrimonio ESPAÑOLA Y MANTENDRÁN LAS del ambiente». Advertía que CONSIGUIENTES RELACIONES la Iglesia, superando una En su primer año de gobierDE COOPERACIÓN CON LA fácil mentalidad concordisno, Rodríguez Zapatero ha IGLESIA CATÓLICA Y LAS DEMÁS ta, tiene que diferenciarse tenido buen cuidado de no CONFESIONES» (ART. 16). (...) del conjunto de la sociedad hacer experimentos econóespañola «que aunque conmicos que puedan arruinar serve muchos elementos la buena herencia recibida cristianos ya no es cristiana de corazón». Y del Partido Popular. Sus pretensiones de reconocía que el «principal problema de la mostrar un afán de cambio se han mani-

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festado más bien en el área social. Y es en rables al matrimonio, mientras que Francia materias relacionadas con la familia, la bio- y Alemania solo les conceden algunas ética y la enseñanza donde han surgido las ventajas jurídicas y fiscales. Tampoco se ha tensiones con la Iglesia. dado en España un debate Aunque la imagen pública a fondo como el que se ha (...) EL PRECEPTO TIENE UNA cultivada por Zapatero es la producido en EE.UU. y que LECTURA CLARA: UN ESTADO de un político dialogante y ha llevado a que el asunto ACONFESIONAL O LAICO, moderado, sus propuestas se decida en referendos en NO LAICISTA; QUE TIENE sobre derecho de familia distintos Estados. En EspaEN CUENTA LAS CREENCIAS son de un radicalismo que ña un cambio tan sustancial RELIGIOSAS, LO QUE ES le aleja del entorno europeo. se decide mediante una DISTINTO DE IGNORARLAS; Para dar efectos jurídicos a mínima modificación en el DONDE LA SEPARACIÓN las uniones homosexuales, Código Civil («la identidad IGLESIA-ESTADO NO EXCLUYE ha escogido la fórmula más de sexo no será inconveLA COOPERACIÓN, DE UN extrema: el reconocimiento niente para la celebración MODO ESPECIAL CON LA del matrimonio entre hodel matrimonio»), aduIGLESIA CATÓLICA A LA QUE SE mosexuales. Esto situaría ciendo como única razón la MENCIONA EXPRESAMENTE. a España junto a los dos necesidad de no discriminar únicos países europeos que a nadie. Destacados juristas han dado ese paso, Holan–y no solo de sectores catóda y Bélgica, yendo más allá de los países licos– han manifestado que tal reforma no nórdicos que reconocen a las uniones ho- es compatible con la idea de matrimonio mosexuales registradas derechos equipa- expresada en la Constitución. El Consejo

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«Hay que tener en cuenta que la presencia de la enseñanza religiosa en la escuela no responde a una mera imposición legal, sino al deseo de las familias. En el curso pasado, más del 75 por ciento de los alumnos optaron por recibir clases de religión (el 72 por ciento en los centros públicos; el 85 por ciento en los privados civiles; el 99 por ciento en los religiosos)». (Cardenal Antonio Matía Rouco-Varela, Arzobispo de Madrid.)

de Estado, máximo órgano consultivo, ha aconsejado en su dictamen que las uniones homosexuales tengan una regulación distinta a la del matrimonio. Su dictamen no ha sido atendido por el gobierno. No menos radical es la propuesta de reforma del divorcio (la ley actual es de 1981) en un país que sufre una creciente inestabilidad matrimonial. El año pasado se produjeron 126 mil rupturas matrimoniales (79 mil separaciones y 47 mil divorcios), con un incremento del 10 por ciento respecto al año anterior. Ante esta situación, la reforma del gobierno solo se preocupa de «agilizar» el proceso de divorcio para evitar los retrasos judiciales. El proyecto del gobierno elimina la obligatoriedad de la separación como trámite previo al divorcio (antes debía transcurrir un año entre los dos), suprime las causas de culpabilidad y permite que el divorcio sea solicitado por uno de los cónyuges sin que el otro pueda oponerse. En suma, esto significa que a los tres meses de la boda uno de los cónyuges puede pedir el divorcio e imponerlo unilateralmente por cualquier motivo. Este «divorcio exprés» no solo ha provocado la crítica de la Iglesia católica. En un

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dictamen consultivo, el Consejo General del Poder Judicial (órgano de gobierno de la magistratura) se ha manifestado muy crítico con el proyecto, especialmente por la supresión de las causas de divorcio, el corto plazo de tres meses tras la boda para solicitarlo y la falta de un «período de reflexión» que añada una nota de serenidad al proceso. Haciendo un estudio comparativo con 21 legislaciones europeas, el dictamen encuentra que solo dos países –Finlandia y Suecia– admiten el divorcio unilateral sin causa, y con un plazo mayor que en España.

Puntos de fricción La experimentación con embriones humanos, «sobrantes» de los tratamientos de fertilización artificial, ha proporcionado otro motivo de fricción. Ante la acumulación de embriones congelados, el gobierno anterior había limitado a tres el número de óvulos que se podían fertilizar y ser implantados. El gobierno actual ha modificado la reglamentación para que se puedan producir embriones sin limitación, permitiendo que los «sobrantes» sean utilizados para obtener células madres (estaminales). Para más adelante quedan otros proyectos como la equiparación de las parejas de hecho con los matrimonios, el aborto sin aducir motivos durante las primeras 12 semanas de embarazo (aunque hoy día con el sistema de indicaciones se aborta en fraude de ley con total libertad, y hasta vienen francesas y portuguesas a ser sometidas a abortos de más de 22 semanas), y se va creando el


clima para la eutanasia, aunque el gobierno ñanza de la religión en la escuela. Según el dice que no entra en sus planes para esta sistema vigente, los colegios deben ofrecer legislatura. la asignatura de religión católica, que es Se comprende que la Conferencia episcopal optativa para los alumnos. Los profesores haya criticado en sendos documentos estas son nombrados por los obispos, y pagados iniciativas, como lo han hecho otros episcopa- por el Estado. Los Acuerdos entre España y dos cuando se han planteado en sus países. la Santa Sede establecen que la enseñanza El gobierno de Zapatero se siente investido de la religión se realizará «en condiciones de autoridad para realizar estos cambios, equiparables a las demás materias fundaaduciendo que figuraban en su programa mentales». Los problemas han surgido en electoral. Pero todo el mundo sabe que lo torno a la equiparación: ¿debe haber otra que catapultó al partido socialista al gobier- asignatura de ética o cultura religiosa para no fue la onda expansiva de los que no elijan la enseñanlos atentados en Madrid tres za de religión católica?; ¿la días antes de las elecciones asignatura de religión se vaDESTACADOS JURISTAS del 14 de marzo, y no que su lora a efectos académicos?; –Y NO SOLO DE SECTORES programa fuera un best seller ¿dentro o fuera del horario CATÓLICOS– HAN MANIFESTADO entre los votantes. escolar?; ¿los profesores han QUE TAL REFORMA NO ES Por otra parte, al gobierno de tener el mismo estatus COMPATIBLE CON LA IDEA le resulta cómodo presentar que los demás? DE MATRIMONIO EXPRESADA cualquier objeción a estos Después de probar diverEN LA CONSTITUCIÓN. EL cambios como algo peculiar sas fórmulas y dar lugar a CONSEJO DE ESTADO, MÁXIMO de las convicciones católicas, sentencias del Tribunal SuÓRGANO CONSULTIVO, creencias respetables, sin premo, el gobierno de Aznar HA ACONSEJADO EN SU duda, pero que no pueden aprobó una ley de educación DICTAMEN QUE LAS UNIONES tenerse en cuenta a la hora que proponía la enseñanza HOMOSEXUALES TENGAN UNA de legislar para todos en una del hecho religioso en una REGULACIÓN DISTINTA A LA DEL sociedad pluralista. Así, las asignatura para todos con MATRIMONIO. SU DICTAMEN propuestas del gobierno se dos versiones a elegir: una NO HA SIDO ATENDIDO POR EL presentan como el común en la que la religión se esGOBIERNO. denominador de una societudiase dentro del marco dad laica, mientras que las de la religión católica (o de objeciones se descartan como creencias reli- otras confesiones con las que se llegase a giosas personales e intransferibles que no se un acuerdo) y otra en la que se estudiase pueden «imponer» a otros. Con este recurso como cultura. se evita el debate sobre la argumentación de Para establecer esa asignatura, el gobierno la propuesta, su necesidad y las consecuen- anterior aducía que el conocimiento del cias que puede tener. hecho religioso es indispensable tanto para comprender la historia y la cultura como La religión en la escuela para entender el mundo de hoy. El partido socialista y organizaciones afines, que El asunto que los obispos consideran más consideran que la enseñanza de la religión decisivo y en el que están impulsando la es incompatible con su idea de escuela púmovilización de los católicos es la ense- blica «laica», pusieron el grito en el cielo. Y

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«Aunque la imagen pública cultivada por Zapatero es la de un político dialogante y moderado, sus propuestas sobre derecho de familia son de un radicalismo que le aleja del entorno europeo. Para dar efectos jurídicos a las uniones homosexuales, ha escogido la fórmula más extrema: el reconocimiento del matrimonio entre homosexuales».

nada más llegar al gobierno, Zapatero ha suspendido la aplicación de la asignatura de religión no confesional y en su lugar propone un impreciso estudio del hecho religioso como materia dispersa dentro de las áreas de historia, filosofía y educación para la ciudadanía. Además, la enseñanza de la religión católica seguiría presente como optativa, pero sin que su calificación compute a de los ciudadanos y respetar el derecho de efectos académicos. El temor de los obispos los padres a que los hijos reciban educación es que en la práctica quede relegada en el religiosa en el ámbito escolar. horario lectivo y que pierda importancia ante los alumnos. Dialogar y negociar Aunque este asunto se aborEn el fondo de estos conde como un elemento de las NO MENOS RADICAL ES LA tenciosos entre la Iglesia y relaciones Iglesia-Estado, PROPUESTA DE REFORMA DEL el Estado aparece también hay que tener en cuenta que DIVORCIO (LA LEY ACTUAL ES el problema de la financiala presencia de la enseñanza DE 1981) EN UN PAÍS QUE SUFRE ción. La Iglesia en España religiosa en la escuela no UNA CRECIENTE INESTABILIDAD se financia sobre todo con responde a una mera impoMATRIMONIAL. EL AÑO PASADO las aportaciones de los fiesición legal, sino al deseo SE PRODUJERON 126 MIL les, que en las diócesis más de las familias. En el curso RUPTURAS MATRIMONIALES pobladas representa más del pasado, más del 75 por ciento (79 MIL SEPARACIONES Y 60 por ciento de los ingresos. de los alumnos optaron por 47 MIL DIVORCIOS), CON En torno al 30 por ciento es recibir clases de religión (el UN INCREMENTO DEL 10 de dotación estatal, a través 72 por ciento en los centros POR CIENTO RESPECTO AL de una doble vía. En 1987, se públicos; el 85 por ciento AÑO ANTERIOR. ANTE ESTA acordó que en el impuesto en los privados civiles; el 99 SITUACIÓN, LA REFORMA DEL sobre la renta los contripor ciento en los religiosos). GOBIERNO SOLO SE PREOCUPA buyentes podían expresar Apoyándose en esta demanDE «AGILIZAR» EL PROCESO DE su deseo de que el 0,52 por da, la Iglesia ha impulsado DIVORCIO PARA EVITAR LOS ciento del impuesto se desuna campaña de recogida RETRASOS JUDICIALES. tinara a la Iglesia católica (el de firmas entre los padres último año así lo hizo un 34 y a la salida de las iglesias para defender la asignatura de religión. Su por ciento de los contribuyentes). El Estado planteamiento es que la escuela pública tiene actuaría así como mero recaudador de esta que tener en cuenta las creencias religiosas asignación tributaria.

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«El gobierno de Zapatero se siente investido de autoridad para realizar estos cambios, aduciendo que figuraban en su programa electoral. Pero todo el mundo sabe que lo que catapultó al partido socialista al gobierno fue la onda expansiva de los atentados en Madrid tres días antes de las elecciones del 14 de marzo, y no que su programa fuera un best seller entre los votantes.»

Como medida transitoria durante tres años, el Estado se comprometía a completar lo que faltara para que la Iglesia no recibiera menos que con el sistema anterior. Superado con creces el período de transición, la Iglesia no ha llegado a autofinanciarse. Y los sucesivos gobiernos, tanto del Partido Socialista como del Partido Popular, han complementado las aportaciones de los fieles con una dotación a fondo perdido. También el gobierno de Zapatero ha mantenido esta práctica en los presupuestos para el próximo año (141 millones de euros). Para que le bastara con la asignación tributaria, la Iglesia estima que habría que aumentar el porcentaje de la asignación hasta un 0,7 ó 0,8 por ciento. El gobierno socialista se declara dispuesto a negociar y asegura que no busca ninguna confrontación con la Iglesia. Respondiendo

en el Parlamento a preguntas sobre las relaciones con la Iglesia, Zapatero aseguró que «la revisión global de los acuerdos con la Santa Sede no figura entre las prioridades del gobierno ni figuró en el programa electoral». Sobre la financiación dio seguridades de que «el gobierno no tiene ninguna prisa en alterar la situación transitoria» y sí de «dialogar y negociar con la Iglesia católica». En ese diálogo se observa un doble lenguaje en el socialismo español actual. Desde los órganos del partido se lanzan propuestas más radicales para imponer un creciente laicismo en la vida pública. Y, vista la reacción ante estos globos sonda, el gobierno puede ofrecer una actitud más dialogante. En cualquier caso, esta confrontación puede servir para calibrar la capacidad movilizadora de los católicos.

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«La modernidad –escribe Jean Baudrillard– no es ni un concepto sociológico ni un concepto político ni propiamente un concepto histórico. Es un modo de civilización característico, que se opone al modo de la tradición, es decir, a todas las culturas anteriores o tradicionales»

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LA MORAL CATÓLICA

Lo que está hoy en juego POR JEAN-LOUIS BRUGUÈS O.P.

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o que se gana, lo que se pierde, o también lo que está en juego: ése es el sentido principal del término «enjeu», empleado con tanta frecuencia en francés. Se trata entonces de probabilidades. Está lejos de nosotros, ciertamente, la ridícula idea de tratar de adivinar el devenir de la moral católica a lo largo de todo el nuevo milenio. ¿Imaginamos acaso lo que podría haber respondido uno de nuestros antepasados en el año mil si le hubieran hecho la misma pregunta? ¿Cómo habría podido prever la expansión del mundo con el descubrimiento de nuevos continentes y luego nuevos planetas, los trastornos políticos con su cortejo de revoluciones, guerras, fragmentaciones de países y reagrupamientos de naciones, y más aún, sin duda, la extraordinaria –nos gustaría llamarla improbable– explosión de las ciencias y las técnicas? No estamos nosotros en una situación distinta. El propósito asignado, por tanto, requiere modestia. ¿Cuáles son las posibilidades de la moral católica en el umbral de un muevo milenio? ¿En qué condiciones permanecerá fiel a sí misma? ¿A qué desafíos –por cuanto esta palabra se ha vuelto inevitable– debe responder para conservar las posibilidades de atravesar los siglos que se anuncian? ¿En nombre de qué? ¿En nombre de qué podemos afirmar que determinado acto humano es bueno o malo y determinada actitud justa o injusta? Estas interrogantes son propias de la moral, si al menos aceptamos definir esta última como la puesta en ejecución de las exigencias del oficio de hombre. Este oficio es desde siempre. Las técnicas, las ciencias y los regímenes políticos cambian. La máquina para contar, inventada por Pascal, hoy nos parece bastante obsoleta; pero lo dicho por el mismo Pascal sobre el hombre, sus angustias y deseos y su aprendizaje del tiempo y las pasiones permanece intacto. Podríamos por tanto sostener que el único desafío de la moral es el de la fidelidad consigo misma. Esto se aplica del mismo modo a la moral católica. ¿En nombre de qué? Para tratar de responder, las generaciones precedentes se apoyaban en dos tipos de fundamentos. El primero era de carácter religioso: Dios manifestaba su voluntad en su Ley.

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LA MÁQUINA PARA CONTAR, INVENTADA POR PASCAL, HOY NOS PARECE BASTANTE OBSOLETA; PERO LO DICHO POR EL MISMO PASCAL SOBRE EL HOMBRE, SUS ANGUSTIAS Y DESEOS Y SU APRENDIZAJE DEL TIEMPO Y LAS PASIONES PERMANECE INTACTO. PODRÍAMOS POR TANTO SOSTENER QUE EL ÚNICO DESAFÍO DE LA MORAL ES EL DE LA FIDELIDAD CONSIGO MISMA. ESTO SE APLICA DEL MISMO MODO A LA MORAL CATÓLICA.

* El presente texto fue publicado en el libro editado como homenaje al Jubileo Episcopal del Cardenal Paul Poupard, presidente del Pontificio Consejo para la Cultura. Culture, incroyance et foi. Edizioni StudiumRoma, 2004.

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«Los griegos, con Aristóteles y los primeros estoicos, evocaban la naturaleza humana con aquello que la misma suponía de consonancia armónica entre el cosmos y la conciencia personal. Kant elige otra perspectiva, pero también metafísica: basaba su ética en el Bien, buscado por sí mismo (‘Hacer el bien porque es el bien’) y percibido como un imperativo categórico». (Aristóteles, Kant)

ESTOS DOS PILARES ACABAN DE DESPLOMARSE ANTE NUESTRA VISTA. LA RELIGIÓN YA NO REPRESENTA UNA REFERENCIA COMÚN PARA LAS SOCIEDADES OCCIDENTALES, A DIFERENCIA DE CIERTAS SOCIEDADES ISLÁMICAS. EN CUANTO A LA METAFÍSICA, SE HIZO ASTILLAS A PARTIR DE LA CRISIS DE LA RAZÓN ÉTICA, EN EL SIGLO XVII, DEGENERANDO EN TANTAS CONVICCIONES COMO CONCIENCIAS INDIVIDUALES EXISTÍAN. EN MATERIA DE FE Y COSTUMBRES, HABRÍAMOS DE ESE MODO DEJADO LA ERA DE LAS CERTEZAS PARA ENTRAR EN LA DE LAS CONVICCIONES.

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Para saber qué era bueno o malo –aseguraban las grandes religiones monoteístas–, bastaba consultar esa Ley y luego seguirla. La segunda especie de fundamentos estaba en el ámbito de la metafísica. Los griegos, con Aristóteles y los primeros estoicos, evocaban la naturaleza humana con aquello que la misma suponía de consonancia armónica entre el cosmos y la conciencia personal. Kant elige otra perspectiva, pero también metafísica: basaba su ética en el Bien, buscado por sí mismo («Hacer el bien porque es el bien») y percibido como un imperativo categórico. Ahora bien, estos dos pilares acaban de desplomarse ante nuestra vista. La religión ya no representa una referencia común para las sociedades occidentales, a diferencia de ciertas sociedades islámicas. En cuanto a la metafísica, se hizo astillas a partir de la crisis de la razón ética, en el siglo XVII, degenerando en tantas convicciones como conciencias individuales existían. En materia de fe y costumbres, habríamos de ese modo dejado la era de las certezas para entrar en la de las convicciones. La explicación de semejante cambio contiene una sola palabra, modernidad, difícil de captar cuando mil interpretaciones la atraviesan en toda su dimensión. Vamos a lo más simple: la modernidad designa un modelo (en el sentido estadounidense de pattern) de sociedad adoptado en el siglo de las Luces, inicialmente en Francia y luego impuesto como modelo predominante en Occidente. Este modelo ejerce hoy su poder de atracción sobre todas las sociedades que se abren a las modalidades del saber, la técnica y la producción llamadas precisamente modernas. Se ha hablado con razón de la modernidad como una «supercultura». ¿Qué se puede decir?


La actualidad nos vuelve a llevar incesantemente a la globalización. Ésta, como sabemos, implica tres dimensiones esenciales. Marca el triunfo absoluto de una doctrina económica ya sin rival: el liberalismo, que preconiza la libre circulación de los bienes, las ideas y las personas. Con ella, en segundo lugar, la decisión política ya no compete a un solo Estado nacional, fácilmente identificable, habiendo emigrado, en cambio, hacia centros privados, múltiples y a menudo ocultos. La tercera dimensión es aún más considerable, por cuanto es ella la que lanza a la moral un verdadero desafío: la globalización es el soporte económico y político de la modernidad. Acarrea una generalización y también una estandarización de los gustos, las sensibilidades, los modos de vida y sobre todo de pensar. Ha llegado efectivamente a ser una «supercultura», que recubre, para eclipsarlas o vaciarlas desde el interior, las diversas culturas del planeta. ¿Permitirá la modernidad a la moral católica permanecer fiel a sí misma? ¿En qué condiciones? La modernidad hunde sus raíces muy atrás en el tiempo. Historiadores como Alain Touraine han mostrado muy bien que su evolución es perceptible desde fines de la Edad Media, bajo el influjo del nominalismo ockhamiano. Por primera vez, el sujeto personal se afirma como siendo la realidad primera del mundo. «El mundo moderno está (...) cada vez más lleno de la referencia al Sujeto que es libertad, es decir, que plantea como principio del bien el control ejercido por el individuo sobre sus acciones y su situación, y que le permite concebir y sentir sus comportamientos como componentes de su historia personal de vida, concebirse a sí mismo como actor. El Sujeto es la voluntad de un individuo de actuar y ser reconocido como actor»1. Faltaría estudiar cómo el advenimiento del sujeto personal se tradujo en pintura, a partir del Renacimiento, con el triunfo del retrato: «Desde el punto de vista de la historia de la civilización, los retratos realizados en el curso del final de la Edad Media o el comienzo de los tiempos modernos representan la correlación de las ideas enfáticas de dignidad humana que aparecen en la filosofía del Renacimiento. En su tratado con el mismo nombre, De dignitate hominis, Pico de la Mirándola hace hablar al dios creador, el «demiurgo», de la misión del hombre: No te estorba (oh, Adán) barrera alguna infranqueable; por el contrario, debes predeterminar esta naturaleza según tu propia voluntad, en la cual he situado tu destino»2. A partir de 1910, la pintura ahuyenta este mismo tema y lo considera incluso irrepresentable. ¿Sería el signo precursor de una entrada a una especie de postmodernidad? Si el hombre es capaz de formar su propio destino a fuerza de voluntad y logra remodelar el mundo mediante esta misma vo-

LA ACTUALIDAD NOS VUELVE A LLEVAR INCESANTEMENTE A LA GLOBALIZACIÓN. ÉSTA, COMO SABEMOS, IMPLICA TRES DIMENSIONES ESENCIALES. MARCA EL TRIUNFO ABSOLUTO DE UNA DOCTRINA ECONÓMICA YA SIN RIVAL: EL LIBERALISMO, QUE PRECONIZA LA LIBRE CIRCULACIÓN DE LOS BIENES, LAS IDEAS Y LAS PERSONAS. CON ELLA, EN SEGUNDO LUGAR, LA DECISIÓN POLÍTICA YA NO COMPETE A UN SOLO ESTADO NACIONAL, FÁCILMENTE IDENTIFICABLE, HABIENDO EMIGRADO, EN CAMBIO, HACIA CENTROS PRIVADOS, MÚLTIPLES Y A MENUDO OCULTOS. (...)

1 A. TOURAINE, Critique de la modernité, Fayard, París, 1992, p. 242. 2 N. SCHNEIDER, L’Art du portrait, Köln, 1994, p. 9.

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(...) LA TERCERA DIMENSIÓN ES AÚN MÁS CONSIDERABLE, POR CUANTO ES ELLA LA QUE LANZA A LA MORAL UN VERDADERO DESAFÍO: LA GLOBALIZACIÓN ES EL SOPORTE ECONÓMICO Y POLÍTICO DE LA MODERNIDAD. ACARREA UNA GENERALIZACIÓN Y TAMBIÉN UNA ESTANDARIZACIÓN DE LOS GUSTOS, LAS SENSIBILIDADES, LOS MODOS DE VIDA Y SOBRE TODO DE PENSAR. HA LLEGADO EFECTIVAMENTE A SER UNA «SUPERCULTURA», QUE RECUBRE, PARA ECLIPSARLAS O VACIARLAS DESDE EL INTERIOR, LAS DIVERSAS CULTURAS DEL PLANETA.

3 Las cuestiones actuales llamadas de bioética ilustran muy bien este carácter inevitable del paso al acto. Ver J.-L. Bruguès, La Fécondation artificielle au crible de l’éthique chrétienne, Fayard-Communio, París, 1989, pp. 58 s. 4 D. FOLSCHEID, «Une Éthique pour notre temps», en Éthique. La vie en question, nº 9, 1993/3. 5 Ver A. BLOOM, L’Ame désarmée. Essai sur le déclin de la culture genérale, Julliard, París, 1987; G. STEINER, Réelles présences. Les arts du sens, Gallimard, París, 1991. 6 J. BAUDRILLARD, Modernité, en Encyclopaedia universalis, París, 1985, tomo 11, p. 139.

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luntad, se comprende que la modernidad elija al técnico como figura emblemática. Ahora bien, éste se vale de una concepción fundamental. Cuando examinamos la evolución de las sociedades modernas desde hace aproximadamente dos siglos –asegura él–, la apreciamos como un progreso global para el hombre. ¿No ha sido la técnica el motor de esta evolución? La conclusión se impone por sí misma: todo progreso técnico induce, de manera más o menos directa, pero inevitable, un progreso humano y moral. Desde ese momento, el paso al acto se ha vuelto inevitable. ¿Por qué no hacer lo que es técnicamente posible?3 La amenaza es terrible para todas las religiones, ya que la modernidad aparece como una nueva religión que confiere a la técnica una condición mesiánica: nuestros contemporáneos esperan de ella y sólo de ella que reduzca sus sufrimientos y colme sus esperanzas. Como lo viera muy bien Martin Heidegger, ya no es justo decir que la tecnología moderna es un instrumento neutro, al nacer la moralidad de la forma en que uno se valdría de ella. Por sí misma, induce una gestión propiamente moral. Por una parte, otorga a la acción humana una extensión que hace decir a algunos, como Hans Jonas, que nos encontramos en presencia de una moral totalmente nueva. Por otra parte, el uso de la técnica moderna requiere una manera de ser y una visión del mundo –una ideología, en una palabra– que en sí mismas son morales. «La revolución tecnológica pone en juego aquello que nunca lo había estado». La ética tradicional «del prójimo y el presente, circunscrita a la humanidad, se ha visto desbordada en todas sus partes por la mutación de una acción que en lo sucesivo toma contacto con lo lejano, el futuro, las condiciones naturales de la humanidad, la esencia del hombre y hasta la misma biosfera»4. La explosión tecnológica hace entrar a la humanidad en un período radicalmente nuevo. Desde entonces, la gran querella, surgida en el alba del Renacimiento, entre los Antiguos y los Modernos, se acaba ante nuestra vista con el triunfo total de los segundos y el hecho de poner fuera del juego a los primeros. En un período llamado precisamente moderno, porque era nuevo, la enseñanza de los Antiguos habría perdido toda pertinencia. De hecho, asistimos a una desaparición de la cultura en general llamada clásica5. Los grandes maestros y los textos-fuentes, considerados durante mucho tiempo fundadores de nuestra cultura, se hunden ahora en la noche del olvido para las generaciones más jóvenes. «La modernidad –escribe Jean Baudrillard– no es ni un concepto sociológico ni un concepto político ni propiamente un concepto histórico. Es un modo de civilización característico, que se opone al modo de la tradición, es decir, a todas las culturas anteriores o tradicionales»6.


«La corriente dominante del pensamiento occidental, desde el siglo XVI hasta nuestros días, ha sido materialista. El recurso a Dios, la referencia al alma han sido constantemente consideradas como herencias de un pensamiento tradicional que había que destruir. (...) El pensamiento estructuralista radicalizará e impulsará al máximo la eliminación del sujeto. El modernismo es un antihumanismo, pues sabe bien que la idea de hombre ha estado ligada a la del alma, que impone la de Dios. El rechazo de toda revelación y de todo principio moral crea un vacío, que es llenado por la idea de sociedad, es decir, por la de utilidad social. (...) La caridad se transforma en solidaridad, la conciencia en respeto a las leyes. Los juristas y los administradores reemplazan a los profetas. (...) Este intento de concebir una sociedad racionalizada ha fracasado. (...) ¿Qué queda hoy de la ideología modernista? Una crítica, una destrucción, un desencanto. Menos la construcción de un mundo nuevo que la voluntad y alegría de destruir los obstáculos acumulados en el camino de la razón». (Alain Touraine en «Crítica de la Modernidad»)

Esta desaparición de la cultura general plantea un problema arduo a la moral católica. Es ésta la que ha transmitido el patrimonio moral a través de los siglos. Ahora bien, sabemos que el conocimiento de este patrimonio es la condición imperativa de todo progreso. ¡Si llega a desaparecer, las generaciones nuevas se volverán a encontrar en el punto cero de la ética! El filósofo Paul Ricoeur no oculta su inquietud: «(...) lo que me impresiona –declaraba a un periodista– en cuanto a Europa occidental es la abundancia de legados que se han quedado desheredados: judeocristiano, grecorromano, del Renacimiento y de las Reformas, de las Luces. (...) Aquello por lo cual sufrimos inicialmente al respecto es la incapacidad de entrecruzar, porque es un arte difícil. (...) Cuando hablo de relativizar, quiero decir que el período desde el Renacimiento hasta el siglo XX es un período breve y es preciso saber mirar río arriba, hacia esos legados de los cuales hablaba recién. Estoy contra una sobrevaloración de lo ocurrido desde hace dos o tres siglos; hay que reemplazarlo en una historia general de la humanidad». Los últimos siglos mencionados por Ricoeur estuvieron marcados por un fenómeno que llegó a ser como el corazón de la modernidad. Se trata de la secularización. La secularización se presenta a la fe como un sistema de pensamiento y como un proceso histórico. Este último conoce varias etapas. La primera tuvo lugar en el siglo XVIII y revistió la forma de un proceso entablado contra Dios, que el historiador Paul Hazard describe de la siguiente manera: «(...) se abrió entonces un proceso sin precedentes, el proceso de Dios. (...) Y siempre había de parte de quienes lo intentaban una amargura, un rencor; siempre la idea de una responsabilidad acumulada de siglo en siglo. Ya era más

LA AMENAZA ES TERRIBLE PARA TODAS LAS RELIGIONES, YA QUE LA MODERNIDAD APARECE COMO UNA NUEVA RELIGIÓN QUE CONFIERE A LA TÉCNICA UNA CONDICIÓN MESIÁNICA: NUESTROS CONTEMPORÁNEOS ESPERAN DE ELLA Y SÓLO DE ELLA QUE REDUZCA SUS SUFRIMIENTOS Y COLME SUS ESPERANZAS.

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LA SECULARIZACIÓN REIVINDICA UNA AUTONOMÍA DE LAS MENTALIDADES Y LOS MODOS DE VIDA CON RESPECTO A TODA REFERENCIA RELIGIOSA O METAFÍSICA. POR OTRA PARTE, AFIRMA LA VOLUNTAD DEL HOMBRE DE OBTENER ÚNICAMENTE DE SÍ MISMO LAS ORIENTACIONES Y NORMAS MORALES QUE NECESITA. EL TUNECINO ALI MEZGHANI LA DEFINIÓ ASÍ: «DEL TEMA DE DIOS, SOMETIDO A LA FE, ES PRECISO PASAR AL TEMA DEL DERECHO, SOMETIDO A LA LEY HUMANA».

7 P. HAZARD, La Pensée européenne au XVIII esiécle. De Montesquieu à Lessing, Fayard, París, 1963, pp. 53 s. 8 F. NIETZSCHE, Le Gai Savoir. Fragments posthumes (1881-1882), Gallimard, París, 1967, § 343, p. 225. 9 J. ROSTAND, Peut-on modifier l’homme? Gallimard, París, 1956, p. 29.

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que tiempo de pedir cuentas: el Dios de los cristianos tuvo todo el poder y lo utilizó indebidamente. Se confió en él y engañó a los hombres. Éstos, bajo su autoridad, tuvieron una experiencia que sólo desembocó en la desgracia»7. En el siglo XIX, el proceso se transformó en rechazo de Dios. Federico Nietzsche ilustra acertadamente esta segunda etapa cuando anuncia «que Dios ha muerto, que la creencia en el Dios cristiano cayó en descrédito». Incita al hombre a despertar en sí mismo las fuerzas vivas que le enseñó a refrenar una «moral judeocristiana», ese catálogo «de las pequeñas y grandes astucias, de los artificios que exhalan un perfume de farmacia doméstica y sabiduría de buena mujer». Diagnostica que la sociedad europea ha entrado en un largo período de nihilismo: los valores elevados se desvalorizan. «Y la reacción espontánea, que consistiría en defender estos valores elevados tanto más vigorosamente cuanto los mismos se debilitan, refuerza aún más el nihilismo, ya que prueba así que esos mismos valores no son sino valores, sin otro valor que el poder de afirmación que los sostiene desde el exterior, y por tanto los revela como intrínsecamente dependientes de la voluntad de poder y alienados en su imperio»8. La tercera etapa, en el siglo XX, vio el advenimiento del hombre-demiurgo. El extraordinario desarrollo de los conocimientos científicos y avances, más extraordinarios aún, de una técnica que interviene en todos los campos, impulsaron al hombre a ocupar el lugar de un Dios en lo sucesivo ausente. «Desde ahora –escribía Jean Rostand– contamos con el medio para actuar sobre la cosa vital (...) porque hemos penetrado en los arcanos de la naturaleza. (...) La ciencia ha hecho dioses de nosotros antes que merezcamos ser hombres»9. La secularización reivindica una autonomía de las mentalidades y los modos de vida con respecto a toda referencia religiosa o metafísica. Por otra parte, afirma la voluntad del hombre de obtener únicamente de sí mismo las orientaciones y normas morales que necesita. El tunecino Ali Mezghani la definió así: «Del tema de Dios, sometido a la fe, es preciso pasar al tema del derecho, sometido a la ley humana». Como experiencia histórica, la secularización sólo se explica en su relación con la cultura cristiana, relación marcada por una profunda ambivalencia. La cultura cristiana, en efecto, ha hecho ideológicamente posible el despliegue de las ciencias y técnicas modernas, y una sociedad secularizada no puede no reconocer su deuda con aquélla. Al mismo tiempo, sin embargo, el advenimiento de la modernidad ha implicado una crítica a todo pensamiento tradicional, y por tanto al cristianismo en la medida en que éste ha desempeñado el rol de matriz cultural del Occidente.

(Sigue en pág. 317)


A PROPÓSITO DE LAICIDAD En los salones de la gobernación de Maine-et-Loire, Francia, el obispo de Angers, monseñor Jean Louis Bruguès, nombrado Caballero de la Orden de la Legión de Honor, recibió las insignias de manos del señor Francois Fillon, Ministro de Educación Nacional del actual gobierno francés. Publicamos aquí un extracto de las palabras pronunciadas en la ocasión por monseñor Bruguès, miembro del Consejo de Colaboradores y Consultores de revista Humanitas.

Por cuanto me encuentro en ánimo de confidencias, confesaré una vez más que siempre he amado a los pájaros. Los he observado desde mi niñez. A veces los he recogido muy jóvenes, cuando han caído del nido después de una tempestad, y los he criado para conducirlos hasta la autonomía. Esa prolongada frecuentación indudablemente me ha permitido captar algo de su lenguaje. Esta tarde, si me lo permiten, me gustaría hacerlos escuchar a tres de ellos. El primero sólo emprende el vuelo al caer la noche. Nos mira fijo con sus ojos abiertos de par en par, impregnados de mil misterios, escrutando los mil aspectos del mundo. Son ojos garzos, azules y verdes, vacilando entre el cielo y la tierra. La lechuza de Atenea, que acaban ustedes de reconocer, repite a nuestra memoria esos principios, poco numerosos en verdad, sobre los cuales reposa nuestra civilización. Sócrates se vuelve su intérprete, porque Sócrates, el sabio, el genial precursor, los formuló antes que todos los demás. Recuerden: • Todo hombre como tal es digno. El filósofo se explica al respecto en el Alcibíades. Todo hombre es digno porque posee tanto una capacidad mística como intelectual de comprender el mundo y orientarse hacia la divinidad, de asimilarse a ella. Esta capacidad se llama «nosotros», término que hemos traducido como alma. Es el alma lo que permite al hombre mantenerse de pie y resistir los asaltos del Destino. Su eclipse, cuando por desgracia se produce, expone a terribles regresiones, a retornos a la barbarie. • El segundo principio se desprende del primero: Más vale ser víctima de la Jean Louis Bruguès. injusticia que cometerla. ¿Por qué? Porque la injusticia es siempre un mal –dice Sócrates en el Gorgias-, y no porque terminaría siendo denunciada y castigada. La experiencia nos enseña que no hay nada de eso. Y es un mal porque envilece el alma y abre en ella una fuente de amargura, que se expande poco a poco en nuestros pensamientos y acciones hasta el envenenamiento de nuestra personalidad, de quienes se nos acercan y finalmente de la Ciudad. • El tercer principio lleva las consecuencias del anterior al extremo: Más vale experimentar la muerte que traicionar la verdad. La vida no es el valor supremo, no constituye la norma última de nuestras opciones. Cada uno descubre en el fondo de sí mismo una ley no escrita, una ley murmurada, que debe obedecer si desea merecerla, aun cuando el precio sea el sacrificio de su existencia. Sócrates muere por ella cuando lo acusan de corromper a la juventud si bien se esforzaba por despertarla a la sabiduría. La joven Antígona muere por ella, al preferir enterrar a su hermano a pesar de las prohibiciones políticas. Ella sigue muriendo en nuestra conciencia cada vez que nos sometemos a leyes que escarnecen gravemente la pequeña voz que expresa el deber de la verdad. Antes de dejarnos, la lechuza de Minerva entrega el sentido final de su mensaje: libertad. Por cuanto es digno, el hombre es capaz de libertad, una libertad que las libertades públicas constantemente deben confortar y defender.

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El día sucede a la noche, como corresponde, y el pájaro que aparece ante nuestra vista es solar esta vez: el águila, el águila de las legiones romanas, el águila del Imperio. Roma tuvo tiempo de confiar a su ave emblemática dos nuevos principios que enriquecen nuestra memoria e irrigan nuestro sentido moral. • Independientemente del origen de cada uno de sus miembros, una sociedad política siempre puede convertirse en una comunidad de destino. Roma jamás hizo alarde de un privilegio racial. Desde el final del primer siglo de nuestra era, se deja gobernar por emperadores de sangre mezclada o totalmente extranjeros. Comprendió antes que los demás que ninguna raza y ninguna cultura contienen por sí solas el conjunto de las verdades humanas. La comunidad de destino a la cual aspira el Estado de derecho se apoya esencialmente en la educación, señor Ministro, una educación enteramente orientada hacia el aprendizaje de la solidaridad y la concepción del poder político como un servicio y una búsqueda del bien común. • El estoicismo romano nos ha legado el segundo principio: Todo hombre es un microcosmos, una síntesis del universo. Por consiguiente, es capaz de instaurar entre el interior y el exterior de sí mismo y los demás y entre su propia conciencia y la totalidad del cosmos vínculos de continuidad, de unidad y armonía, puesto que todo lo que es participa de la misma naturaleza. Así, en el momento de dejar la tierra latina y esa huella indeleble con la cual la romanidad habrá marcado nuestra memoria, el águila imperial, de César y Marco Aurelio, pero también del esclavo Epicteto, expresa una segunda palabra, que grabaremos en el frontón de nuestros edificios públicos: igualdad. Nadie parecerá sorprenderse aquí si evoco como última figura del orden alado a la paloma. Ha llegado a ser el emblema del Espíritu Santo en la simbología cristiana. El rumor de sus alas se escuchó en el momento en que Jesús entró en las aguas del Jordán, portador de una voz que no deja de resonar en nuestros oídos incrédulos a través de los siglos: «Éste es mi Hijo bienamado, en quien he puesto toda mi complacencia». Cristo revela entonces todo el alcance de su misión: dar a conocer, en palabras y actos, que el Padre ha elegido adoptar como hijos, por mediación de su Hijo único, a los hombres de todos los tiempos y países. Podemos, debemos por tanto considerarnos hermanos y llevar unos de otros las cargas. Y cuando la paloma se manifieste por última vez, en el momento de Pentecostés, la fraternidad cristiana se entregará a admirar enteramente su brillo: los judíos, los partos y otros medos, las multitudes reunidas en Jerusalén siguen siendo judíos, partos, medos y multitudes; conservan su cultura y sin embargo cada uno escucha en su propia lengua el anuncio único del Evangelio. Así hablan los pájaros. ¿Qué puede ser más sencillo? Conocemos muy bien los tres nombres que nos dejaron: libertad, igualdad, fraternidad. El lema de nuestra República está inscrito, gracias a ellos, en los cielos. Sé muy bien que la fraternidad constituye su punto débil, prácticamente su punto ciego. ¿Cómo podría no ser así por lo demás? ¿Cómo reconocernos hermanos si la referencia a un Padre común no está autorizada en la simbología social y si un horizonte metafísico está desterrado de toda reflexión pública, aun a título de mera hipótesis? Permítanme constatar simplemente aquí que el cristianismo concibió y luego fue vehículo del lema republicano.

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Para las naciones de la vieja Europa, en realidad el cristianismo no es una religión como las demás, en medio de las demás. Como cultura, permitió el encuentro providencial entre las tres matrices de la civilización occidental: Atenas, Jerusalén y Roma. Fue pues el crisol en el cual libertad, igualdad y fraternidad fueron durante mucho tiempo objeto de meditación, enseñanza y puesta en práctica. Es un hecho. ¿Por qué no decirlo? Por tanto, me parece que no se renegaría de la República francesa si ésta hubiese abogado por la mención de sus raíces judeocristianas, considerada un momento en el preámbulo de la constitución europea. Así habría abierto una puerta a la esperanza. La psicología nos pone en guardia contra los peligros de la amnesia y el rechazo de la memoria que terminan secretando las innumerables perversiones del encierro. No ocurre algo distinto con el inconsciente colectivo. La capacidad de enfrentar los desafíos del futuro depende de la salud de la memoria. Los pueblos sin historia no tienen porvenir. Pienso en los versos de Víctor Hugo: «Por encima del equilibrio, está la armonía; por encima de la balanza, está la lira». Esta tarde, mis amigos, la laicidad francesa a la cual todos estamos ligados entrega el secreto de su sutil alquimia: no proviene inicialmente de una relación de fuerzas, de un equilibrio necesariamente inestable, sino de una armonización de valores superiores que nos llegan de lejos, de los primeros momentos de la aventura europea, donde reconocemos, más allá de la diversidad de convicciones personales, un mismo gusto por la verdad, un mismo sentido del bien y la justicia, el amor por último.

(Viene de pág. 314)

La secularización –hemos dicho– exige una separación radical de toda expresión religiosa o metafísica. No rechaza la religión como tal, sino su supuesta pretensión de modelar la sociedad, como en el pasado, y dirigir las costumbres. Cada individuo debe permanecer libre de sus convicciones; la religión se convierte en asunto exclusivamente privado. En una obra sugerente, el historiador Marcel Gauchet explica así que el cristianismo ha sido «la religión de la salida de la religión»10. El mundo se ha «despojado de sus dioses y su Dios» (Martin Heidegger). Lo divino se ha retirado del mundo inexorablemente. La naturaleza, en el sentido amplio del término, ya no es ese jardín encantado donde Dios se ofrecía para la contemplación y el comercio amigable con el hombre (Gn 2, 15-17; 3, 8). El universo ha llegado a ser neutro, indiferenciado y desencantado porque la presencia del Otro lo ha abandonado. El cristianismo fue la «religión de la salida de la religión» porque contenía el principio de la separación de las autoridades, entre Dios y César, la Iglesia y el Estado, el individuo y el grupo, la conciencia personal y la ley social. Otras religiones ignoran este principio o lo rechazan absolutamente. El Islam, por ejemplo, reduce a casi nada el contenido de la conciencia personal, presentándose ante todo como un determinado orden social. Obligarlo a someterse a las reglas de la secularización como la entiende el cristianismo

10 Ver M. GAUCHET, Le Désenchantement du monde. Une histoire politique de la religion, Gallimard, París, 1985, pp. 133 s.

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equivale no sólo a violentarlo, sino también a desnaturalizarlo e imponerle la negación de sí mismo. Así, sería por carencia de cultura, pereza intelectual o sentimiento de superioridad que calificamos de «integristas» las protestas, a menudo violentas, emitidas por los musulmanes fieles a oponerse a las costumbres occidentales. En realidad, esas protestas no serían ni minoritarias ni marginales, a imagen de las reacciones integristas cristianas; surgirían del corazón mismo de la religión islámica. Un pensador musulmán lo expresa sin equívoco: «Para un musulmán, la religión no es un asunto de conciencia y práctica privada, como puede serlo el cristianismo para un europeo. Aceptar el Islam es aceptar un determinado orden social». Las posibilidades de la moral católica en el umbral del tercer milenio se encuentran así vinculadas con una doble fidelidad: la fidelidad a la trascendencia y la fidelidad a la memoria. La modernidad afirma que la coherencia social, cultural y ética de la comunidad humana ya no puede descansar sino en las bases de una estricta inmanencia. Toda apertura hacia un más allá proyectado sería únicamente a título de hipótesis, excluida del intercambio público y remitida a las convicciones privadas de cada uno. La secularización evacua la noción de trascendencia. «Yo subrayaría (...) –respondía el filósofo israelí Y. Yvol al periodista que lo interrogaba poco tiempo antes de su muerte– la afirmación según la cual este mundo en el cual vivimos nada deja detrás ni más allá. Este mundo es el horizonte total del ser, no hay otro campo trascendente en relación con aquél. (...) este mundo es la única fuente y el único contexto de todas las normas éticas o políticas. La fuente de los valores morales y sociales, así como la legitimidad política, no debe buscarse en el más allá. Se encuentra en los seres humanos, hombres y mujeres, que se interrogan para elaborarlos». La moral católica subraya que el peligro de una ética del desencantamiento del «La fidelidad a la memoria –segunda condición para la moral católica– nos invita de alguna manera a una meditación sobre el misterio de la Iglesia. La Iglesia es una memoria. Si por Iglesia entendemos la manifestación histórica del designio de salvación alimentado por Dios para los hombres en toda la eternidad, es preciso hacerla remontarse a la elección de Abraham y su descendencia. Presente en Israel, se ha convertido entonces en la institución continua más antigua de la humanidad». («Abraham sacrifica a Isaac», escultura de Alonso Berruguete.)

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mundo reside precisamente en esto: careciendo de horizontes, corre riesgo de encerrarse en una especie de narcisismo complaciente. La trascendencia sigue siendo la principal interrogación del hombre. Desde sus remotos orígenes griegos, representa el corazón mismo de la problemática moral. Al olvidarlo, la modernidad corre el riesgo de someter a la moral a una regresión fatal. ¿Es posible proyectar una gestión ética, cualquiera sea, sin referirse a la finalidad de todo recorrido humano, individual o colectivo? Creerlo equivale a reducirla a un análisis interminable y en definitiva decepcionante de los comportamientos humanos. Las éticas del consenso conducen nuevamente la ética a ser una mera problemática de ciencia humana. Ciertas críticas van más lejos. ¿Puede la gestión moral ser autónoma con respecto a una búsqueda religiosa? ¿No es religiosa en su esencia? Por primera vez en la historia de la humanidad, al parecer, una cultura humana se piensa sin referencia a Dios. ¿No es esta autonomía mortífera para el sentido moral? Serge Moati, realizador judío de la película «El odio antisemita», declaraba en una entrevista: «Mientras más nos alejamos de Dios, más nos hundimos en la barbarie». Un cardenal francés, también de origen judío, se preguntaba en el curso de una emisión de televisión, «si el siglo de las Luces no conducía directamente a Auschwitz». En mi opinión, no se ha puesto énfasis suficiente en el hecho de que la encíclica Veritatis splendor era el documento magisterial que preparaba a la moral católica para enfrentar las olas del tercer milenio. Comienza constatando que la secularización tiene dificultad para encontrar fundamentos a la ética. Después de haber borrado sus raíces religiosas y proclamado la vanidad de toda referencia metafísica, «olvidando» la cuestión de la verdad, se condenó a apoyar sus éticas únicamente sobre las bases frágiles, relativas y provisorias del compromiso y el «consenso» social. «La pregunta de Pilato: «¿Qué es la verdad?», emerge también hoy desde la triste perplejidad de un hombre que a menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va. Y así asistimos no pocas veces al pavoroso precipitarse de la persona humana de situaciones de autodestrucción progresiva» (VS 84). El texto magisterial defiende una tesis en definitiva simple: la gestión moral es en el fondo una gestión religiosa. «Sólo Dios, el Bien supremo, es la base inamovible y la condición insustituible de la moralidad» (VS, 99). Sin sus raíces religiosas, el hombre llega a ser incomprensible para sí mismo, desapareciendo para él toda autocomprensión (41). Al exponerse a todas las formas del totalitarismo social (VS 99), como, por ejemplo, el totalitarismo democrático o el totalitarismo cultural (VS 53), se expone al riesgo mortal de aniquilarse en el nihilismo.

EL CRISTIANISMO FUE LA «RELIGIÓN DE LA SALIDA DE LA RELIGIÓN» PORQUE CONTENÍA EL PRINCIPIO DE LA SEPARACIÓN DE LAS AUTORIDADES, ENTRE DIOS Y CÉSAR, LA IGLESIA Y EL ESTADO, EL INDIVIDUO Y EL GRUPO, LA CONCIENCIA PERSONAL Y LA LEY SOCIAL. OTRAS RELIGIONES IGNORAN ESTE PRINCIPIO O LO RECHAZAN ABSOLUTAMENTE. (...)

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«Un cardenal francés, también de origen judío, se preguntaba en el curso de una emisión de televisión, ‘si el siglo de las Luces no conducía directamente a Auschwitz’». (Cardenal Lustiger)

(...) EL ISLAM, POR EJEMPLO, REDUCE A CASI NADA EL CONTENIDO DE LA CONCIENCIA PERSONAL, PRESENTÁNDOSE ANTE TODO COMO UN DETERMINADO ORDEN SOCIAL. OBLIGARLO A SOMETERSE A LAS REGLAS DE LA SECULARIZACIÓN COMO LA ENTIENDE EL CRISTIANISMO EQUIVALE NO SÓLO A VIOLENTARLO, SINO TAMBIÉN A DESNATURALIZARLO E IMPONERLE LA NEGACIÓN DE SÍ MISMO.

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La encíclica no manifiesta el combate contra la modernidad misma, lo cual no tendría mucho sentido en la medida en que hemos visto que era en primer lugar un proceso histórico, ni siquiera contra la secularización, sino contra el secularismo. Enuncia tres proposiciones que debemos leer como las provisiones de la moral católica para el recorrido del milenio: la libertad humana sólo encuentra su verdad en la apertura a la trascendencia de la Ley divina; la conciencia moral sólo encuentra su verdad en su apertura a la trascendencia del Bien; los actos humanos sólo encuentran su verdad en la apertura a la trascendencia del sujeto. La fidelidad a la memoria –segunda condición para la moral católica– nos invita de alguna manera a una meditación sobre el misterio de la Iglesia. La Iglesia es una memoria. Si por Iglesia entendemos la manifestación histórica del designio de salvación alimentado por Dios para los hombres en toda la eternidad, es preciso hacerla remontarse a la elección de Abraham y su descendencia. Presente en Israel, se ha convertido entonces en la institución continua más antigua de la humanidad. Es más vieja que todos los Estados y todas las universidades. Ha atravesado los milenios y ha conocido civilizaciones hoy sepultadas. Ha conservado de cada una de ellas una parte del patrimonio moral que había sido pacientemente constituido en las mismas, ha retenido en esencia ese inmenso esfuerzo de los hombres y mujeres de buena voluntad con miras a construir una vida más recta y una ciudad más justa. Sin haberlo querido explícitamente, y muy frecuentemente a pesar suyo, se ha convertido en la memoria viva de una parte de la humanidad, tal vez incluso la humanidad entera. Los «laicos» de nuestro tiempo explicarán sin duda que ese patrimonio le fue confiado por la Historia; los creyentes leerán en ella una voluntad explícita de la Providencia divina. La Iglesia no es


el propietario, sino puramente el guardián. No le corresponde, bajo pena de traicionar su misión, dilapidarlo y perderlo. Por el contrario, se le impone velar escrupulosamente por este depósito, que sin ser el de la fe, no es menos precioso. Cuando el Papa Pablo VI subió por primera vez a la tribuna de las Naciones Unidas, en 1965, dio a conocer su identidad en estos términos: «Mi nombre es Pedro, soy experto en humanidad». La Iglesia ha adquirido inicialmente y antes que nada su condición de experta en humanidad en esta larga rumia, orante y celebrante, intelectual y mística, de la persona de Cristo. El Concilio Vaticano II lo explica en estos términos: «Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que (todas) las verdades encuentren en Cristo su fuente y alcancen en Él su punto culminante». (GS, 22 § 1). Con todo, la Iglesia también ha enriquecido su competencia en humanidad a lo largo de todo su peregrinaje terrestre frecuentando las civilizaciones más diversas y salvando del olvido el corazón de su cultura. Si no se encuentra allí la expresión, la idea de un patrimonio moral común a la humanidad circula a lo largo de toda la encíclica Veritatis splendor. Precisamente por estar amenazado este patrimonio, el Magisterio decidió intervenir (VS 4). Por cuanto desde los orígenes todos los hombres se plantean las mismas interrogantes «que perturban el corazón humano» y se interrogan «para descubrir el camino que conduce a la verdadera felicidad» (Declaración conciliar Nostra Aetate, 1), existe una especie de solidaridad moral entre las grandes tradiciones religiosas y sapienciales del Occidente y el Oriente» (VS 94). Si han recibido la plenitud de la Revelación, los cristianos no están asegurados por eso de vivir la moral en su plenitud. En cierto modo, se encuentran a la escucha y en la escuela de la humanidad entera. El título de la encíclica es así un guiño lanzado en dirección a Platón. El texto cita al poeta latino Juvenal, que sin embargo sería imposible confundir con un Padre de la Iglesia, y subraya su deuda de reconocimiento hacia la tradición estoica (VS 94). También en las sociedades secularizadas, y en cierto modo sobre todo en ellas, por cuanto tienen tanta inclinación a verse como un comienzo absoluto y a borrar su pasado, la Iglesia seguirá siendo la guardiana de reminiscencias. Más allá de la diversidad de sus opiniones y creencias, aun cuando no comparten la fe cristiana, nuestros contemporáneos interrogan en la Iglesia su propia memoria. Esperan que ella les restituya el enunciado de los valores fundamentales que, a través de la diversidad de lugares y épocas, dan testimonio de un esfuerzo común de los hombres con miras a alcanzar lo que es «bello y bueno».

LA LIBERTAD HUMANA SÓLO ENCUENTRA SU VERDAD EN LA APERTURA A LA TRASCENDENCIA DE LA LEY DIVINA; LA CONCIENCIA MORAL SÓLO ENCUENTRA SU VERDAD EN SU APERTURA A LA TRASCENDENCIA DEL BIEN; LOS ACTOS HUMANOS SÓLO ENCUENTRAN SU VERDAD EN LA APERTURA A LA TRASCENDENCIA DEL SUJETO.

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¿QUÉ RELACIÓN HAY ENTRE RECIBIR LA COMUNIÓN Y LA «COMMUNIO»?

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a controversia en las elecciones estadounidenses sobre los políticos católicos pro-aborto que comulgan suscita cuestiones sobre la relación entre «comunión» y recibir la Comunión, reconoce un teólogo de la arquidiócesis de Nueva York, el padre Richard John Neuhaus. Pastor luterano durante treinta años, convertido al catolicismo y ordenado sacerdote, el padre Neuhaus –redactor jefe de la revista First Things– confía en que el debate prosiga. En esta entrevista concedida a agencia Zenit explica el papel de la Eucaristía en la Iglesia, en la nueva evangelización y en las relaciones ecuménicas, y expone la necesidad de una renovación global de la comprensión y la práctica de la recepción de la Eucaristía respecto a la auténtica «communio».

—¿Qué papel tiene la Eucaristía en la vida de la Iglesia? —En términos sencillos, la Misa es lo que tiene unida a la Iglesia universal. En otras palabras, es Cristo verdaderamente presente quien tiene unida a toda la Iglesia. Esto es verdad en sentido teológico, pero también sociológica y psicológicamente. La Misa es sencillamente la experiencia definitiva de Cristo y de su Iglesia para los católicos. Como el Santo Padre ha explicado en diferentes formas, nosotros no hemos entendido suficientemente cualquier aspecto de la vida de la Iglesia hasta que veamos su íntima conexión con Cristo en la Eucaristía. Toda la estructura de la Iglesia, la razón de ser del episcopado en unión con el ministerio de Pedro, es para asegurar que, de generación en generación hasta el glorioso retorno de Nuestro Señor, el pueblo cristiano fielmente «haga esto» en memoria de Él. —¿Qué papel desempeña la Eucaristía en la nueva evangelización? —Hace más que desempeñar un papel. En la encíclica Ecclesia de Eucharistia, por

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ejemplo, se explica que la evangelización y la reevangelización son ineludiblemente eucarísticas. La evangelización supone no sólo una decisión personal por Cristo, sino una verdadera incorporación en la comunidad eucarística que es la Iglesia. El cardenal Ratzinger ha observado significativamente que, para los protestantes, la decisión por Cristo y la decisión por la Iglesia son dos decisiones, mientras que para los católicos la decisión por Cristo y su Iglesia es una decisión. Si bien la Eucaristía, como afirma San Pablo, «anuncia la muerte del Señor hasta que venga» (1 Co 11,26), este anuncio contiene en la predicación la articulación explícita del Evangelio de Cristo de la salvación. En mi experiencia, y en la de muchos otros, la predicación católica es muy débil, y también es una pena. Los católicos normalmente no oyen grandes predicaciones y por lo tanto ni se las esperan. Esta baja expectativa del pueblo lleva a los sacerdotes a un descuidado esfuerzo homilético. La evangelización implica la proclamación explícita del «kerygma» del Nuevo Testamento de los hechos salvíficos de Dios en

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—Las difundidas distorsiones de la liturgia y la cuestión de los políticos pro-aborto que reciben la Comunión, ¿qué nos dicen sobre cómo es percibida y respetada la Eucaristía? —Aquí hay dos cuestiones. El gran movimiento litúrgico de inicios del siglo XX, guiado por figuras como Henri de Lubac, Danielou, Virgil Michel y Martin Hellriegel, fue formalmente abrazado por el Concilio Vaticano II. Muchas de las «reformas» litúrgicas que siguieron al Concilio sin embargo se apartaron radicalmente de la visión de los primeros movimientos. Se trata de una cuestión de gran alcance con muchas partes, pero el problema central, a mi juicio, fue el dominio de una visión instrumental del culto. La liturgia fue sometida a criterios psicológicos y sociológicos ajenos al significado propio del culto.

El culto a Dios no tiene otro propósito que adorar a Dios. Y si bien dar culto tiene muchos beneficios, nosotros no damos culto a fin de obtener tales beneficios. La simple y pura verdad es que damos culto a Dios porque a Dios hay que adorar. Los primeros movimientos entendieron que hay que dar culto «en esplendor sagrado», como afirma el Salmo 96. Esto implica una dimensión estética de la liturgia, que comprende la dignidad del lenguaje, gestos, rituales, y la excelencia en la música y el arte. En muchos aspectos, el culto católico se ha desestabilizado y empobrecido desde el Concilio. Afortunadamente hoy cada vez más estudiosos de la liturgia y pastores se están empeñando en lo que se define como «la reforma de la reforma». No es para volver atrás, sino para llevar adelante la gran visión del movimiento litúrgico que fue, esperemos, sólo momentáneamente desviado. En cuanto a la controversia de los políticos católicos pro-aborto que reciben la Comunión, debemos esperar que el debate que ha comenzado continúe. No se trata sólo de los políticos favorables al aborto. La cuestión tiene que ver con la realidad más profunda de la relación entre «communio» y recibir la Comunión. Tener una disposición correcta para recibir la Eucaristía significa estar en comunión con la Iglesia, que implica una adhesión fiel a la enseñanza de su Magisterio. Especialmente en América, donde existe una multitud de denominaciones cristianas, muchos católicos han adoptado la actitud protestante

En el Año de la Eucaristía

Cristo. Con demasiada frecuencia, las homilías católicas hacen referencia a imprecisos «valores evangélicos» que son equivalentes a poco más que una exhortación a ser buenas personas. En la Misa, la liturgia de la Palabra y la liturgia de la Eucaristía son complementarias y están dirigidas a reforzarse recíprocamente. Uno puede, por supuesto, ser un buen sacerdote y santo, pero un predicador completamente ineficaz. Pero se puede y se debería hacer mucho más para mejorar la predicación católica, recordando que cada Eucaristía es una llamada a comprometerse y volver a comprometerse, a convertirse y a reconvertirse. En este sentido, toda celebración de la Eucaristía es evangelizadora.

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según la cual la parroquia local significa sencillamente su religión de elección. La parroquia es como la franquicia local de la Iglesia católica, así como podría serlo el Mc Donald’s de la zona. Y se da por descontado que todo el mundo tiene «derecho» a recibir la Comunión, así como todos tienen derecho a comprar un Big Mac. Obviamente ésta es una grave degradación de la «communio» y de la Comunión. En la Eucaristía nosotros recibimos a Cristo y Cristo nos recibe a nosotros, incorporándonos a su cuerpo que es la Iglesia, constituida plenamente y legítimamente en el tiempo por el Pueblo de Dios en comunión con los obispos, quienes están en comunión con el obispo de Roma. Tener una disposición adecuada implica confesar lo que en nuestras vidas contradice o compromete esta «communio» con Cristo y su Iglesia, y recibir la absolución. Lamentablemente, el sacramento de la reconciliación, en muchos lugares, casi ha caído en desuso, y ciertamente no sólo en los Estados Unidos. El deseo es, por lo tanto, que la polémica sobre los políticos católicos pro-aborto suscitada durante las elecciones lleve a una renovación mucho más extensa de la comprensión y la práctica católica respecto a la auténtica «communio». —¿Cómo se enmarca la Eucaristía en las relaciones ecuménicas? ¿Podría reunir a católicos y no católicos? ¿Cuáles son los principales obstáculos teológicos para que la Eucaristía sea fuente de unidad? —Estas cuestiones son tratadas en la encíclica Ecclesia de Eucharistia. Lo que el Concilio y los sucesivos Papas, en particular Juan Pablo II, han afirmado repetidamente es el compromiso «irreversible» de la Iglesia en la búsqueda de la unidad de los cristianos.

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El ecumenismo es necesario no para crear la unidad con otros cristianos, sino para llevar a la perfección la unidad que ya existe. Como ha declarado el Concilio, todos los que han sido bautizados y creen en Jesucristo están en «una comunión cierta pero imperfecta» con la Iglesia católica. Todas las gracias salvíficas y santificantes, que se encuentran más allá de los confines de la Iglesia católica, tienden a la unidad con la Iglesia católica. Según la comprensión católica, el objetivo del ecumenismo es la «comunión plena», y la comunión plena es unidad en la fe, en los sacramentos y en el ministerio. En su encíclica sobre la Eucaristía, el Santo Padre advierte contra la tentación de apuntar a un «rush» final para superar las dificultades del esfuerzo ecuménico. Algunos sugieren que sería muy ecuménico para todos nosotros, católicos y no católicos, celebrar la Eucaristía juntos y hacerlo ya. Pero esto, como observa el Santo Padre, implicaría el fracaso de toda la empresa ecuménica. No sería la resolución de nuestras diferencias, sino fingir que nuestras muy importantes diferencias dan igual. Acabaríamos estando juntos, pero nada habría cambiado; cada uno seguiría por su propio camino. No, dice el Santo Padre; debemos proseguir paciente y fielmente el difícil trabajo ecuménico, persiguiendo la unidad en la fe, en los sacramentos y en el ministerio, con la esperanza de poder alcanzar un día la meta de la comunión plena. Este es el objetivo imprescindible y definitivo en el que la Iglesia católica está comprometida. La unidad de todos los cristianos, en una comunión plena, puede parecer una perspectiva muy lejana. Algunos hasta dicen que se trata de una perspectiva escatológica, en el sentido de que sucederá con la segun-


da venida de Nuestro Señor. Como quiera que esté en el plan de Dios, es nuestra tarea presente. El cardenal Ratzinger observa con justeza que actualmente el ecumenismo está marcado por muchas desilusiones, pero igualmente observa justamente que debemos permanecer siempre abiertos a toda nueva iniciativa del Espíritu Santo, que no podemos predecir ni controlar. Estar abiertos significa continuar incansablemente en el diálogo, en la oración y en la colaboración con los demás cristianos. Cuando los católicos nos unimos en la Eucaristía, deberíamos hacerlo con una viva y hasta dolorosa conciencia de nuestra separación de los otros cristianos, quienes se hallan en una auténtica pero imperfecta comunión con nosotros, y con una ferviente oración por el día en que estemos todos reconciliados en torno a un solo altar en obediencia a nuestro único Señor. —Como convertido, ¿cómo descubrió la Eucaristía? —Fui pastor luterano durante treinta años, y la tradición luterana tiene una piedad eucarística muy fuerte, pero muy distinta. En el siglo XVI los conflictos entre los calvinistas y sobre todo los seguidores de Zwinglio por un lado y los luteranos por otro se centraban en la insistencia luterana sobre la presencia real de Cristo en la Sagrada Comunión.

Así que no «descubrí» la Eucaristía haciéndome católico. Entré sí en la plenitud de la teología y de la devoción de la Eucaristía, incluyendo la comprensión de la Misa como la renovación del sacrificio de Cristo, un concepto que había sido rechazado por los líderes protestantes, luteranos incluidos, del siglo XVI. Y por supuesto en el luteranismo no existía el ministerio apostólico que la Iglesia católica considera esencial para la Eucaristía. —¿Cómo cambió su apreciación de la Eucaristía como resultado de su conversión y, posteriormente, con su ordenación como sacerdote católico? —Ya he aludido a la Eucaristía como Sacrificio. Además existe la celebración diaria de la Misa, mientras que en el luteranismo la Cena del Señor se celebra, para la mayoría, sólo el domingo y en muchos lugares sólo un domingo al mes o incluso con menos frecuencia. Existe también en el catolicismo una fuerte apreciación de la Eucaristía celebrada en comunión con todos los vivos o difuntos que están en comunión con Cristo. Como decimos en el prefacio de la liturgia eucarística, «con los ángeles, los arcángeles y todos los coros celestiales». La conciencia de que en la tierra estamos participando en el banquete eterno de los cielos amplía enormemente la comprensión de lo que está ocurriendo en la Eucaristía.

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La Palabra del Papa A

l día siguiente de ser proclamado Papa, Juan Pablo II visitó el policlínico «Gemelli», dirigiendo un significativo y premonitor mensaje a los enfermos, donde les manifestó su voluntad de apoyar su ministerio papal sobre la oración y sobre el ofrecimiento del sufrimiento. Apoyado en el báculo de la Cruz de Cristo, el Sumo Pontífice ha vivido en carne propia el peso del dolor del mundo y de la propia enfermedad y vejez. Su constante anuncio de la Resurrección no sólo ha sido un mensaje dicho o escrito en palabras, sino un testimonio viviente de esperanza y fortaleza. En las cercanías del tiempo de Semana Santa, tiempo en que los cristianos revivimos nuestra fe en la Cruz como único camino hacia la Vida eterna, ofrecemos en este número una selección de textos en torno al tema del sufrimiento y la muerte, publicados en «La Palabra del Papa» de Humanitas, durante sus ya casi diez años de existencia.

La cruz de Cristo Ante el mal, que se manifiesta de diversas formas en el mundo, el hombre, afligido y desconcertado, se pregunta: «¿Por qué?». En esta alba del tercer milenio, bendecida por el gran jubileo y llena de potencialidades, la humanidad está marcada por la sobrecogedora difusión del terrorismo. La sucesión de atroces atentados contra la vida humana turba e inquieta las conciencias y suscita en los creyentes el doloroso interrogante, que recurre en los salmos: «¿Por qué, Señor? ¿Hasta cuándo?». Dios ha respondido a este angustioso interrogante, que plantea el escándalo del mal, no con una explicación de principio, como si quisiera justificarse, sino con el sacrificio de

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su Hijo en la cruz. En la muerte de Jesús se encuentran el aparente triunfo del mal y la victoria definitiva del bien; el momento más oscuro de la historia y la revelación de la gloria divina; el punto de ruptura y el centro de atracción y de restauración del universo. «Yo -dijo Jesús- cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32). La cruz de Cristo es para los creyentes icono de esperanza, porque en ella se cumplió el designio salvífico del amor de Dios. Por eso, hace algunos días la liturgia nos invitó a celebrar la Exaltación de la Santa Cruz, fiesta que proporciona al creyente consuelo y aliento. Con la mirada dirigida a Cristo crucificado, en unión espiritual con la Virgen María, prosigamos nuestro camino, sostenidos por la fuerza de la Resurrección. (Ángelus, 19-9-2004. Publicado en Humanitas 37)

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El aparente absurdo del sufrimiento humano Desde una perspectiva meramente humana, el dolor y la enfermedad pueden parecer realidades absurdas; pero, cuando nos dejamos iluminar por la luz del Evangelio, logramos captar su profundo sentido salvífico. «De la paradoja de la cruz brota la respuesta a nuestros interrogantes más inquietantes. Cristo sufre por nosotros; toma sobre sí el sufrimiento de todos y lo redime. Cristo sufre por nosotros, dándonos la posibilidad de compartir con él nuestros dolores. El sufrimiento humano, unido al de Cristo, se convierte en medio de salvación» (n. 4: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de diciembre de 2003. P. 3). Me dirijo ahora a todos los que experimentan en su cuerpo o en su espíritu el peso del sufrimiento. A cada uno de ellos le renuevo la expresión de mi afecto y mi cercanía espiritual. Al mismo tiempo, quisiera recordar que la existencia humana siempre es un don de Dios, incluso cuando está marcada por sufrimientos físicos de todo tipo: un «don» que es necesario valorar para bien de la Iglesia y del mundo. Ciertamente, al que sufre nunca hay que dejarlo solo. A este respecto, deseo dirigir unas palabras de profundo aprecio a los que, con sencillez y espíritu de servicio, acompañan a los enfermos, tratando de aliviar sus sufrimientos y, en la medida de sus posibilidades, de curarlos de las enfermedades gracias a los progresos de la medicina. Pienso, de modo especial, en los profesionales de la salud, en los médicos, en los enfermeros, en los científicos y en los investigadores, así como en los capellanes

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de hospitales y en voluntarios. Es un gran acto de amor cuidar de los que sufren. (Catequesis en Audiencia General, 11-2-2004. Publicado en Humanitas 34)

La tentación de la desesperación Las sensaciones oscilan constantemente entre el recuerdo terrible de la pesadilla vivida y la alegría de la liberación. Ciertamente, el peligro pasado es grave y todavía causa escalofrío; el recuerdo del sufrimiento vivido es aún nítido e intenso; hace muy poco que el llanto se ha enjugado. Pero ya ha despuntado el alba de un nuevo día; en vez de la muerte se ha abierto la perspectiva de la vida que continúa. De este modo, el Salmo demuestra que nunca debemos dejarnos arrastrar por la oscura tentación de la desesperación, aunque parezca que todo está perdido. Ciertamente, tampoco hemos de caer en la falsa esperanza de salvarnos por nosotros mismos, con nuestros propios recursos. En efecto, al salmista le asalta la tentación de la soberbia y la autosuficiencia: «Yo pensaba muy seguro: «No vacilaré jamás»» (v. 7). Los Padres de la Iglesia comentaron también esta tentación que asalta en los tiempos de bienestar y vieron en la prueba una invitación de Dios a la humildad. Por ejemplo, san Fulgencio, obispo de Ruspe (467-532), en su Carta 3, dirigida a la religiosa Proba, comenta el pasaje del Salmo con estas palabras: «El salmista confesaba que a veces se enorgullecía de estar sano, como si fuese una virtud suya, y que en ello había descubierto el peligro de una gravísima enfermedad. En efecto, dice: «Yo pensaba muy seguro:


No vacilaré jamás». Y dado que al decir eso había perdido el apoyo de la gracia divina, y, desconcertado, había caído en la enfermedad, prosigue diciendo: «Tu bondad, Señor, me aseguraba el honor y la fuerza; pero escondiste tu rostro, y quedé desconcertado». Asimismo, para mostrar que se debe pedir sin cesar, con humildad, la ayuda de la gracia divina, aunque ya se cuente con ella, añade: «A ti, Señor, llamé; supliqué a mi Dios». Por lo demás, nadie eleva oraciones y hace peticiones sin reconocer que tiene necesidades, y sabe que no puede conservar lo que posee confiando sólo en su propia virtud» (Lettere di San Fulgenzio di Ruspe, Roma 1999, p. 113). Después de confesar la tentación de soberbia que le asaltó en el tiempo de prosperidad, el salmista recuerda la prueba que sufrió a continuación, diciendo al Señor: «Escondiste tu rostro, y quedé desconcertado» (v. 8).

brilla como suprema manifestación del amor que Dios siente por nosotros. Quien sabe acogerla en su vida, experimenta cómo el dolor, iluminado por la fe, se transforma en fuente de esperanza y salvación. Ojalá Cristo sea la Puerta para vosotros, queridos enfermos llamados en este momento a llevar la cruz más pesada. Que Cristo sea también la Puerta para vosotros, queridos acompañantes, que los cuidáis. Como el buen samaritano, todo creyente debe dar amor a quien sufre. No está permitido «pasar de largo» ante quien está probado por la enfermedad. Por el contrario, hay que detenerse, inclinarse sobre su enfermedad y compartirla generosamente, aliviando su peso y sus dificultades. (Homilía durante celebración eucarística en memoria de Nuestra Señora de Lourdes, 11-2-2000. Publicado en Humanitas 19)

(Audiencia general, 12-5-2004. Publicado en Humanitas 35)

Sentido del dolor El dolor y la enfermedad forman parte del misterio del hombre en la tierra. Ciertamente, es justo luchar contra la enfermedad, porque la salud es un don de Dios. Pero es importante también saber leer el designio de Dios cuando el sufrimiento llama a nuestra puerta. La «clave» de dicha lectura es la cruz de Cristo. El Verbo encarnado acogió nuestra debilidad, asumiéndola sobre sí en el misterio de la cruz. Desde entonces, el sufrimiento tiene una posibilidad de sentido, que lo hace singularmente valioso. Desde hace dos mil años, desde el día de la pasión, la cruz

Evangelio de la Cruz Hoy queremos proclamar con vigor el evangelio de la cruz, es decir, de Jesús muerto y resucitado para el perdón de los pecados. Este anuncio salvífico, que asegura a los creyentes la vida eterna, desde el día de Pascua no ha dejado nunca de resonar en el mundo. Es la buena noticia que, con los apóstoles Pedro y Pablo, llegó a nuestra Roma, y desde aquí se ha difundido a tantos lugares de Europa y del mundo. Queridos jóvenes, con razón podemos decir que en Roma la cruz es algo natural. En cierto sentido, Roma es la ciudad de la cruz, pues aquí, anunciada y vivida por tantos mártires y santos de ayer y de hoy, ha sellado y escrito la historia de la ciudad.

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La cruz está oculta en el nombre mismo de Roma. Si leemos Roma al contrario, pronunciamos la palabra «Amor» ¿No es la cruz el mensaje del amor de Cristo, del Hijo de Dios, que nos amó hasta ser clavado en el madero de la cruz? Sí, la cruz es la primera letra del alfabeto de Dios. Así como la cruz no es algo extraño en Roma, tampoco lo es para la vida de todo hombre y mujer de cualquier edad, pueblo y condición social. Durante este encuentro habéis conocido a varias personas, más o menos famosas. Éstas, de diferentes modos, han encontrado y encuentran el misterio de la cruz; han sido tocadas, y en cierto modo, marcadas por ella. Sí, la cruz está inscrita en la vida del hombre. Querer excluirla de la propia existencia es como querer ignorar la realidad de la condición humana. ¡Es así! Hemos sido creados para la vida y, sin embargo, no podemos eliminar de nuestra historia personal el sufrimiento y la prueba. Queridos jóvenes, ¿no experimentáis también vosotros diariamente la realidad de la cruz? Cuando en la familia no existe la armonía, cuando aumentan las dificultades en el estudio, cuando los sentimientos no encuentran correspondencia, cuando resulta casi imposible encontrar un puesto de trabajo, cuando por razones económicas os veis obligados a sacrificar el proyecto de formar una familia, cuando debéis luchar contra la enfermedad y la soledad, cuando corréis el riesgo de ser víctimas de un peligroso vacío de valores, ¿no es, acaso, la cruz la que os está interpelando? Una difundida cultura de lo efímero, que asigna valores sólo a lo que parece hermoso y a lo que agrada, quisiera haceros creer que hay que apartar la cruz. Esta moda cultural promete éxito, carrera rápida y aformación de sí a toda costa; invita a una sexualidad vivida sin responsabilidad y a una existencia carente de proyectos y de respeto

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a los demás. Abrid bien los ojos, queridos jóvenes; éste no es el camino que lleva a la alegría y a la vida, sino la senda que conduce al pecado y a la muerte. Dice Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiere salvar su vida la perderá, pero quien pierde su vida por mí la encontrará» (Mt 16, 24-25). (Discurso en jornada mundial de la salud, 2-4-1998. Publicado en Humanitas 11)

Con la Cruz como emblema El encuentro con Cristo cambia radicalmente la vida de una persona. La impulsa a la metánoia o conversión profunda de la mente y del corazón, y establece una comunión de vida que se transforma en seguimiento. En los evangelios el seguimiento se expresa con dos actitudes: la primera consiste en «acompañar» a Cristo; la segunda, en «caminar detrás de él, que guía, siguiendo sus huellas y su dirección. Así, nace la figura del discípulo, que se realiza de modos diferentes. Hay quien sigue de manera aún genérica y a menudo superficial, como la muchedumbre (cf. Mc 3, 7; 5, 24; Mt 8, 1.10¸14, 13; 19, 2; 20, 29). Están los pecadores (cf. Mc 2, 14-15); muchas veces se menciona a las mujeres que, con su servicio concreto, sostienen la misión de Jesús (cf. Lc 8, 2-3; Mc 15, 41). Algunos reciben una llamada específica por parte de Cristo y, entre ellos, una posición particular ocupan los Doce. Por tanto, la tipología de los llamados es muy variada: gente dedicada a la pesca y a cobrar impuestos, honrados y pecadores, casados y solteros, pobres y ricos, como José


de Arimatea (cf. Jn 19, 38), hombres y mujeres. Figura incluso el zelota Simón (cf. Lc 6, 15), es decir, un miembro de la oposición revolucionaria antirromana. También hay quien rechaza la invitación, como el joven rico, el cual, al oír las palabras exigentes de Cristo, se entristeció y se marchó pesaroso, «porque era muy rico» (Mc 10, 22). Las condiciones para recorrer el mismo camino de Jesús son pocas pero fundamentales. Como hemos escuchado en el pasaje evangélico que acabamos de leer, es necesario dejar atrás el pasado, cortar con él de modo determinante y realizar una metánoia en el sentido profundo del término: un cambio de mentalidad y de vida. El camino que propone Cristo es estrecho, exige sacrificio y la entrega total de sí: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mc 8, 34). Es un camino que conoce las espinas de las pruebas y de las persecuciones: «Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán» (Jn 15, 20). Es un camino que transforma en misioneros y testigos de la palabra de Cristo, pero exige de los apóstoles que «nada tomen para el camino: (…) ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja» (Mc 6, 8; cf. Mt 10, 9-10). Así pues, el seguimiento no es un viaje cómodo, por un camino llano. También pueden surgir momentos de desaliento, hasta el punto de que, en una circunstancia, «muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Jn 6, 66), es decir, con Jesús, que se vio obligado a formular a los Doce una pregunta decisiva: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). En otra circunstancia, cuando Pedro se rebela a la perspectiva de la cruz, Jesús lo reprende bruscamente con palabras que, según un matiz del texto original, podrían ser una invitación a «retirarse de su vista», después de haber rechazado la meta de la cruz: ¡Quítate

de mi vista, Satanás! Tú piensas como los hombres, no como Dios» (Mc 8, 33). Aunque Pedro corre siempre el riesgo de traicionar, al final seguirá a su Maestro y Señor con el amor más generoso. En efecto, a orillas del lago de Tiberíades, Pedro hará su profesión de amor: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero». Y Jesús le anunciará «la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios» repitiendo dos veces: «Sígueme» (Jn 21, 17.19.22). El seguimiento se expresa de modo especial en el discípulo amado, que entra en intimidad con Cristo, de quien recibe como don a su Madre y a quien reconoce una vez resucitado (cf. Jn 13, 23-26; 18, 15-16; 19, 2627¸20, 2-8: 21, 2.7.20-24). La meta última del seguimiento es la gloria. El camino consiste en la «imitación de Cristo», que vivió en el amor y murió por amor en la cruz. El discípulo «debe, por decirlo así, entrar en Cristo con todo su ser, debe ‘apropiarse’ y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo» (Redemptor hominis, 10). Cristo debe entrar en su yo para liberarlo del egoísmo y del orgullo, como dice a este propósito san Ambrosio: «Que Cristo entre en tu alma y Jesús habite en tus pensamientos, para cerrar todos los espacios al pecado en la tienda sagrada de la virtud» (Comentario al Salmo 118, 26). Por consiguiente, la cruz, signo de amor y de entrega total, es el emblema del discípulo llamado a configurarse con Cristo glorioso. (Catequesis en Audiencia General, 6-9-2000. Publicado en Humanitas 21)

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La persecución de los apóstoles Jesús anunció claramente que la persecución de los Apóstoles y de sus sucesores no sería un hecho extraordinario (cf. Mt 10, 16-18). Nos lo ha recordado también la primera lectura, presentando la detención y la prodigiosa liberación de Pedro. El libro de los Hechos subraya que, mientras Pedro estaba en la cárcel, «la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios» (Hch 12, 5). ¡Qué gran valentía infunde el apoyo de la oración unánime del pueblo cristiano! Yo mismo he podido experimentar su consuelo. Amadísimos hermanos, esta es nuestra fuerza. Y es también uno de los motivos por los cuales he querido que el vigésimo quinto año de mi pontificado estuviera dedicado al santo rosario: para destacar la primacía de la oración, de modo especial de la oración contemplativa, realizada en unión espiritual con María, Madre de la Iglesia. La presencia de María –deseada, invocada, acogida– nos ayuda a vivir también esta celebración como un momento en el que la Iglesia se renueva en el encuentro con Cristo y en la fuerza del Espíritu Santo. ¡Acerquémonos a Cristo, piedra viva! Nos ha dicho Pedro en la segunda lectura (cf. 1P 2, 4-9). Recomencemos desde él, desde Cristo, para anunciar a todos los prodigios de su amor. Sin temer y sin dudar, porque él nos asegura: «¡Ánimo!: yo he vencido al mundo». (Homilía en la misa con los nuevos cardenales en el XXV aniversario del comienzo de su pontificado, 22-10-2003. Publicado en Humanitas 33)

Los mártires de la fe, a lo largo de la historia La tradición cristiana hace memoria del martirio de San Juan Bautista, «el más grande entre los nacidos de mujer», según el elogio del Mesías mismo (Cf. Lc 7,28). Él dio a Dios el supremo testimonio de la sangre inmolando su existencia por la verdad y la justicia; fue en efecto decapitado por orden de Herodes, a quien había osado decir que no le era lícito tener a la mujer de su hermano (Cf. Mt, 6,17-29). En la Encíclica Veritatis splendor, recordando el sacrificio de Juan Bautista (Cf. n.91), observaba que el martirio es «un signo preclaro de la santidad de la Iglesia» (n.93). Éste, de hecho, «representa el testimonio culminante de la verdad moral» (Ibíd.). Si relativamente pocos están llamados al sacrificio supremo, existe sin embargo «un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios» (Ibíd.). Se requiere verdaderamente un empeño a veces heroico para no ceder, también en la vida cotidiana, a las dificultades que empujan el compromiso y para vivir el Evangelio «a la letra». El heroico ejemplo de Juan Bautista hace pensar en los mártires de la fe que a lo largo de los siglos han seguido valientemente sus pasos. De modo especial, recuerdo a los numerosos cristianos que en el siglo pasado han sido víctimas del odio religioso en distintas naciones de Europa. También hoy, en algunas partes del mundo, los creyentes siguen estando sometidos a duras pruebas por su adhesión a Cristo y a su Iglesia. ¡Que sientan estos hermanos y hermanas nuestras la plena solidaridad de toda la comunidad eclesial! Les confiamos a la Virgen Santa, Reina de los mártires, a quien ahora invocamos. (Ángelus, 29-8-2004. Publicado en Humanitas 36)

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TESTAMENTO ESPIRITUAL DE JUAN PABLO II TOTUS TUUS EGO SUM EN EL N OMBRE DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD. A MÉN.

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elad porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor» (cf.Mt 24, 42), estas palabras me recuerdan la última llamada, que vendrá en el momento que quiera el Señor. Quiero seguirle y deseo que todo lo que forma parte de mi vida terrenal me prepare a este momento. No sé cuándo llegará, pero como todo, también deposito este momento en las manos de la Madre de mi Maestro: Totus Tuus. En sus manos maternas lo dejo todo y a todos aquellos con quienes me ha ligado mi vida y mi vocación. En esas manos dejo sobre todo a la Iglesia y también a mi nación y a toda la humanidad. A todos doy las gracias. A todos pido perdón. Pido también oraciones para que la misericordia de Dios se muestre más grande que mi debilidad y mi indignidad. Durante los ejercicios espirituales he releído el testamento del Santo Padre Pablo VI. Su lectura me ha llevado a escribir el presente testamento. No dejo tras de mí propiedad alguna de la que sea necesario disponer. En cuanto a las cosas de uso cotidiano que me servían, pido que se distribuyan como se considere oportuno. Que se quemen mis apuntes personales. Pido que se encargue de todo esto don Estanislao a quien doy las gracias por la colaboración y la ayuda tan prolongadas en estos años y tan grande. Todos los demás agradecimientos, en cambio, los dejo en el corazón ante Dios mismo, porque es difícil expresarlos. Por lo que se refiere al funeral, repito las mismas disposiciones que dio el Santo Padre Pablo VI (nota al margen: la sepultura en la tierra, no en un sarcófago, 13.3.92) «apud Dominum misericordia et copiosa apud Eum redemptio» J UAN P ABLO II Roma, 6. III. 1979 Después de la muerte pido Santas Misas y oraciones **** * Ofrecemos a continuación la traducción no oficial, efectuada por el VIS, del testamento espiritual del Santo Padre Juan Pablo II, publicado el 7 de abril en traducción italiana del original polaco.

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Folio sin fecha: Expreso mi más profunda confianza en que, a pesar de toda mi debilidad, el Señor me conceda todas las gracias necesarias para hacer frente según Su voluntad a cualquier tarea, prueba o sufrimiento que quiera pedir a su siervo en el curso de la vida. También tengo confianza en que no permitirá jamás que, mediante cualquier actitud mía: palabras, obras u omisiones, traicione mis obligaciones en esta santa Sede Petrina. 24.II-1.III.1980

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También durante estos ejercicios espirituales he reflexionado sobre la verdad del sacerdocio de Cristo en la perspectiva de aquel tránsito que para cada uno de nosotros es el momento de la propia muerte. Del adiós a este mundo para nacer a otro, al mundo futuro, signo elocuente (añadido encima: decisivo) es para nosotros la Resurrección de Cristo. He leído por tanto la escritura de mi testamento del último año, efectuada también durante los ejercicios espirituales, la he comparado con el testamento de mi gran predecesor y padre Pablo VI, con ese testimonio sublime sobre la muerte de un cristiano y de un Papa y he renovado en mí la conciencia de las cuestiones a las que se refiere el registro del 6.III.1979 que yo había preparado (de forma bastante provisional). Hoy quiero añadirle solamente esto, que cada uno debe tener presente la perspectiva de la propia muerte. Y debe estar preparado para presentarse frente al Señor y al Juez y al mismo tiempo frente al Redentor y al Padre. Así, yo también lo tengo continuamente en consideración, confiando ese momento decisivo a la Madre de Cristo y de la Iglesia, a la Madre de mi esperanza. Los tiempos que vivimos, son indeciblemente difíciles e inquietos. También el camino de la Iglesia se ha vuelto difícil y tenso, tanto para los fieles como para los pastores, prueba característica de estos tiempos. En algunos países (como por ejemplo en aquel del cual he leído en los ejercicios espirituales), la Iglesia se encuentra en un período de persecución tal que no es inferior al de los primeros siglos; al contrario, incluso los supera por el grado de crueldad y de odio. Sanguis martyrum - semen christianorum. Y además esto: tantas personas inocentes desaparecen también en este país en que vivimos... Deseo una vez más confiarme totalmente a la gracia del Señor. Él mismo decidirá cuándo y cómo tengo que terminar mi vida terrenal y mi ministerio pastoral. En la vida y en la muerte Totus Tuus mediante la Inmaculada. Aceptando ya desde ahora esta muerte, espero que Cristo me conceda la gracia para el último pasaje, es decir la Pascua (mía). También espero que haga que sea útil para esta causa tan

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importante a la que intento servir: la salvación de la humanidad, la salvaguardia de la familia humana, y con ella de todas las naciones y todos los pueblos (entre ellos también me dirijo de forma particular a mi Patria terrena), útil para las personas que de modo particular me ha confiado, para la cuestión de la Iglesia, para la gloria de Dios. No quiero añadir nada a lo que escribí hace un año, solamente manifestar esta prontitud y al mismo tiempo esta confianza a las que de nuevo me han dispuesto los ejercicios espirituales. JUAN PABLO II Totus Tuus ego sum 5.III.1982 En el curso de los ejercicios espirituales de este año he leído (varias veces) el texto del testamento del 6.III.1979. A pesar de que todavía lo considero provisional (no definitivo) lo dejo en la forma en que existe. No cambio (por ahora) nada, y tampoco lo agrego, por cuanto se refiere a las disposiciones que contiene. El atentado a mi vida el 13.V.1981 confirmó, de alguna forma, la exactitud de las palabras escritas en el período de los ejercicios espirituales de 1980 (24.II- 1.III). Cuanto más profundamente siento que me encuentro totalmente en las Manos de Dios –y permanezco continuamente a disposición de mi Señor, confiándome a Él en su Madre Inmaculada (Totus Tuus). JUAN PABLO pp. II 5.III.82

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Por cuanto se refiere a la última frase de mi testamento del 6.III.79 (: «Sobre el lugar –es decir el lugar del funeral– decida el Colegio Cardenalicio y los compatriotas») aclaro que pienso en: el metropolitano de Cracovia o el Consejo General del Episcopado de Polonia. Pido por tanto al Colegio Cardenalicio que satisfaga en la medida de lo posible las eventuales peticiones de los más arriba citados. **** 1.III.1985 (en el curso de los ejercicios espirituales) De nuevo –por cuanto respecta a la expresión «Colegio Cardenalicio y los Compatriotas»–: el «Colegio Cardenalicio» no tiene ninguna obligación de interpelar sobre este argumento a «los Compatriotas»: sin embargo, puede hacerlo, si por alguna razón lo considerase justo. JPII

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Los ejercicios espirituales del año jubilar del 2000 (12.18.III) (para el testamento) 1. Cuando el día 16 de febrero de 1978 el cónclave de los cardenales eligió a Juan Pablo II, el primado de Polonia, cardenal Stefan Wyszynski, me dijo: «La tarea del nuevo Papa será introducir a la Iglesia en el Tercer Milenio». No sé si repito exactamente la frase, pero al menos éste era el sentido de lo que sentí entonces. Lo dijo el hombre que ha pasado a la historia como primado del Milenio. Un gran primado. He sido testigo de su misión, de su entrega total. De sus luchas: de su victoria. «La victoria, cuando llegue, será una victoria a través de María». Estas palabras de su predecesor, el cardenal August Hlond, las solía repetir el primado del Milenio. De este modo, me he preparado para la tarea que el día 16 de octubre de 1978 se presentó ante mí. En el momento en que escribo estas palabras, el Año Jubilar del 2000 ya es una realidad. La noche del 24 de diciembre de 1999 se abrió la simbólica Puerta del Gran Jubileo en la basílica de San Pedro, después la de San Juan de Letrán, la de Santa María Mayor, el primer día del año y el día 19 de enero la puerta de la basílica de San Pablo Extramuros. Este último acto, dado su carácter ecuménico, se ha quedado grabado en mi memoria de modo particular. 2. A medida que pasa el Año Jubilar del 2000, un día tras otro, se cierra detrás de nosotros el siglo XX y se abre el siglo XXI. Según los designios de la Providencia se me ha concedido vivir en el difícil siglo que se está acabando, que empieza a pertenecer al pasado y ahora, en el año en que la edad de mi vida alcanza los 80 años (‘octogesima adveniens’), es necesario preguntarse si no es tiempo de repetir con el bíblico Simeón: ‘Nunc dimittis’. 3. El día 13 de mayo de 1981, el día del atentado al Papa durante la audiencia general en la Plaza de San Pedro, la Divina Providencia me salvó milagrosamente de la muerte. Aquél que es único Señor de la vida y de la muerte, Él mismo me ha prolongado esta vida, en un cierto modo me la ha vuelto a dar. Desde aquel momento pertenece aún más a Él. Espero que Él me ayudará a reconocer hasta cuándo debo continuar este servicio, al que me llamó el día 16 de octubre de 1978. Le pido que me llame cuando quiera. «Pues si vivimos, vivimos para el Señor; y si morimos, morimos para el Señor» (cf. Rm 14, 8). Espero que hasta que pueda realizar el servicio petrino en la Iglesia, la Misericordia de Dios me preste las fuerzas necesarias para ello. 4. Como todos los años, durante los ejercicios espirituales he leído mi testamento del 6.III.1979. Sigo manteniendo las disposiciones contenidas en él. Lo que entonces y durante los sucesivos ejercicios espirituales se ha añadido es un reflejo de la difícil y tensa situación general, que ha marcado los años ochenta. Desde el otoño del año 1989 esta situación ha cambiado. El último decenio del siglo pasado ha estado libre de las tensiones anteriores; esto no significa que no hayan surgido nuevos problemas y dificultades. De modo particular, sea alabada la Divina Providencia por ello, el período de la llamada ‘guerra fría’ terminó sin el violento conflicto nuclear que pesaba sobre el mundo en el período precedente.

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5. Al encontrarme en el umbral del tercer milenio «in medio Ecclesiae», deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, del que junto a la Iglesia entera y todo el episcopado me siento deudor. Estoy convencido de que las nuevas generaciones podrán servirse todavía durante mucho tiempo de las riquezas proporcionadas por este Concilio del siglo XX. Como obispo que ha participado en el evento conciliar desde el primer al último día, deseo confiar este gran patrimonio a todos aquellos que son y serán llamados a ponerlo en práctica en el futuro. Por mi parte, doy las gracias al Pastor eterno que me ha permitido servir a esta grandísima causa en el curso de todos los años de mi pontificado. «In medio Ecclesiae»... desde los primeros años de servicio episcopal –precisamente gracias al Concilio– he podido experimentar la comunión fraterna del episcopado. Como sacerdote de la arquidiócesis de Cracovia ya sabía que es la comunión fraternal el presbiterio –el Concilio abrió una nueva dimensión de esta experiencia. 6. ¡Cuántas personas tendría que nombrar aquí! Probablemente el Señor Dios habrá llamado a Sí a la mayoría de ellas. Por lo que se refiere a los que todavía se encuentran en esta parte, que las palabras de este testamento les recuerden, a todos y en todas partes, allí, donde se encuentren. En el curso de más de veinte años desde cuando presto el servicio Petrino «in medio Ecclesiae» he experimentado la benévola y muy fecunda colaboración de tantos cardenales, arzobispos y obispos, de tantos sacerdotes y personas consagradas –hermanos y hermanas–, en fin, de tantísimas personas laicas, en el ambiente curial, en el Vicariato de la diócesis de Roma, y también fuera de estos ambientes. ¡Cómo no abrazar con grata memoria a todos los episcopados del mundo, con los cuales me he encontrado a lo largo de las visitas «ad limina Apostolorum»! ¡Cómo no recordar también a tantos hermanos cristianos no católicos! ¡Y al rabino de Roma y a tantos numerosos representantes de las religiones no cristianas! ¡Y cuántos representantes del mundo de la cultura, de la ciencia, de la política, de los medios de comunicación social! 7. A medida que se avecina el límite de mi vida terrenal vuelvo con la memoria al principio, a mis padres, al hermano y la hermana (que no conocí porque murió antes de que yo naciese), a la parroquia de Wadowice donde fui bautizado, a esa ciudad que amo, a mis coetáneos, compañeras y compañeros de la escuela primaria, del bachillerato, de la universidad, hasta los tiempos de la ocupación, cuando trabajé como obrero y después en la parroquia de Niegowic, en la cracoviana de San Floriano, en la pastoral de los universitarios, en aquel ambiente.... en todos los ambientes... en Cracovia y en Roma... en las personas que de forma especial el Señor me ha confiado. Quiero decir a todos sólo una cosa: «Que Dios os recompense». «In manus Tuas, Domine, commendo spiritum meum» A.D. 17.III.2000

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Confianza en Dios ante el peligro La vida del creyente con frecuencia se encuentra sometida a tensiones y contestaciones; a veces también a un rechazo e incluso a la persecución. El comportamiento del justo molesta, porque los prepotentes y los perversos lo sienten como un reproche. Lo reconocen claramente los malvados descritos en el libro de la Sabiduría: el justo «es un reproche de nuestros criterios; su sola presencia nos es insufrible; lleva una vida distinta de todos y sus caminos son extraños» (Sb 2, 14-15). El fiel es consciente de que la coherencia crea aislamiento y provoca incluso desprecio y hostilidad en una sociedad que a menudo busca a toda costa el beneficio personal, el éxito exterior, la riqueza o el goce desenfrenado. Sin embargo, no está solo y su corazón conserva una sorprendente paz interior, porque, como dice la espléndida «antífona» inicial del salmo, «el Señor es mi luz y mi salvación (...); es la defensa de mi vida» (Sal 26, 1). Continuamente repite: «¿A quién temeré? (...) ¿Quién me hará temblar? (...) Mi corazón no tiembla. (...) Me siento tranquilo» (vv. 1-3). Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, el cual proclama: «Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rm 8, 31). Pero la serenidad interior, la fortaleza de espíritu y la paz son un don que se obtiene refugiándose en el templo, es decir, recurriendo a la oración personal y comunitaria. En efecto, el orante se encomienda a Dios, y su sueño se halla expresado también en otro salmo: «Habitar en la casa del Señor por años sin término» (cf. Sal 22, 6). Allí podrá «gozar de la dulzura del Señor» (Sal

26, 4), contemplar y admirar el misterio divino, participar en la liturgia del sacrificio y elevar su alabanza al Dios liberador (cf. v. 6). El Señor crea en torno a sus fieles un horizonte de paz, que deja fuera el estrépito del mal. La comunión con Dios es manantial de serenidad, de alegría, de tranquilidad; es como entrar en un oasis de luz y amor. (Audiencia General, 21-4-2004. Publicado en Humanitas 35)

Los misterios dolorosos del Rosario Queridos enfermos, el rosario da la respuesta cristiana al problema del sufrimiento: la toma del misterio pascual de Cristo. Quien lo reza, recorre con María todo el itinerario de la vida y de la fe, itinerario del que forma parte integrante el sufrimiento humano, que en Cristo se transforma en sufrimiento divino-humano, en pasión salvífica. En los misterios dolorosos se contempla a Cristo que carga sobre sus hombros, por decirlo así, todas las «enfermedades» del hombre y del género humano. Como Cordero de Dios, no sólo asume sus consecuencias, sino también su causa profunda, es decir, no sólo los males, sino también el mal radical del pecado. Su lucha no es superficial, sino radical; su curación no es paliativa, sino completa. La fuerza por medio de la cual Cristo ha vencido el dominio del mal y ha curado al hombre es el abandono confiado en actitud de sumisión filial a la voluntad del Padre. Esa misma actitud la tenemos nosotros, gracias al Espíritu Santo, cuando, en la experiencia de la enfermedad, recorremos con María la senda de los misterios dolorosos.

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Amadísimos hermanos y hermanas, el corazón de la Virgen, traspasado por la espada, nos enseña a «comprender a Cristo», a configurarnos con él y a suplicarle (cf. Rosarium Virginis Mariae, 13-16). Nos guía a anunciar su amor (cf. ib., 17): quien lleva la cruz con Jesús da un testimonio elocuente, también para los que se sienten incapaces de creer y esperar. En este año, turbado por muchas preocupaciones con respecto al destino de la humanidad, he querido que la oración del rosario tuviera como intenciones específicas la causa de la paz y de la familia (cf. ib., 6; 40-42). Vosotros, queridos hermanos y hermanas enfermos, estáis «en primera línea» para interceder por estas dos grandes finalidades. Que vuestra vida, marcada por el sufrimiento, infunda a todos la esperanza y la serenidad que sólo se experimentan en el encuentro con Cristo. (Alocución en la Basílica de San Pedro durante la XI Jornada Mundial del Enfermo, 11-2-2003. Publicado en Humanitas 30)

Redescubrir el valor de la cruz En la carta apostólica Novo millenio ineunte, que firmé el día de la clausura del jubileo, invité a todos los creyentes a contemplar el rostro de Jesús. En esa carta escribí: «la contemplación del rostro de Cristo nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la cruz» (n. 25). Sobre todo vosotros, amigos enfermos, comprendéis cuán paradójica es la cruz, porque se os ha concedido sentir el misterio

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del dolor en vuestra misma carne. Cuando, a causa de una enfermedad grave, fallan las fuerzas, se alejan los proyectos largamente cultivados en el corazón. Al sufrimiento físico a menudo se añade el espiritual, debido a un sentimiento de soledad que atenaza a la persona. En la sociedad actual, cierta cultura considera a la persona enferma como un obstáculo molesto, y no reconoce la aportación valiosa que da, en el ámbito espiritual, a la comunidad. Es necesario y urgente redescubrir el valor de la cruz compartida con Cristo. (Discurso durante la IX Jornada mundial del enfermo, 11-2-2001. Publicado en Humanitas 23)

Amor y sufrimiento Durante su existencia terrena, Cristo se acercó con particular amor a las personas que sufrían. Curaba a los enfermos, consolaba a los afligidos, alimentaba a los hambrientos, sanaba a los sordos, a los ciegos, a los leprosos, liberaba a los poseídos del demonio y resucitaba a los muertos. En el culmen de su misión, fue al encuentro de la pasión y la muerte con la conciencia de que, precisamente por medio de la cruz, debía llegar a las raíces del mal y realizar la obra de la salvación. Cristo, impulsado por el amor, sufrió voluntariamente, sufrió siendo inocente, y así demostró la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento, un sufrimiento que él, hombre-Dios, experimentó con una intensidad inconmensurable. Pero, precisamente a través de ese sacrificio, unió de una vez para siempre el sufrimiento al amor, y así lo redimió.


En este misterio de sufrimiento y amor está asociada a Jesús, en primer lugar, su Madre María. Su dolor se une al de su Hijo. En el Calvario, ella se convierte en modelo perfecto de participación en la cruz de Cristo. Todo hombre está llamado a sufrir; todo hombre, imitando a María, puede cooperar en el sufrimiento de Cristo y, por lo tanto, en su redención. Ésta es la buena noticia que la Iglesia no deja de anunciar, sobre todo mediante el espléndido testimonio de tantos hombres y mujeres que acogen con fe y viven con amor las pruebas físicas y espirituales de la vida. (Ángelus, 8-2-1998. Publicado en Humanitas 11)

Enfermos A los enfermos, de cualquier edad y condición; a las víctimas de enfermedades de todo tipo, así como de calamidades y tragedias, dirijo mi invitación a abandonarse en los brazos de Dios. Sabemos que el Padre nos ha dado la vida como un don, expresión altísima de su amor, y que sigue siendo don suyo en cualquier circunstancia. Todas nuestras opciones más responsables, cuya meta, a causa de nuestros límites, puede parecernos a veces oscura e incierta, deben ser dirigidas por esta convicción. Sobre ella se basa la invitación del Salmista: «Encomienda a Dios tus afanes, pues él te sustentará; no permitirá jamás que el justo caiga» (Sal 54, 23). Comentando estas palabras, san Agustín escribió: «¿Por qué te has de preocupar? ¿De qué te has de precaver? Quien te hizo cuida de ti. Quien cuidó de ti antes de que existieras, ¿cómo no te ha de cuidar siendo

ya lo que quiso que fueras? Ya eres fiel; ya caminas por la senda de la justicia. ¿No cuidará de ti Aquel que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y llover sobre los justos y los injustos? ¿A ti, que, ya justo, vives de la fe, te desdeñará, te abandonará, te despreciará? Por el contrario, te ampara, te proporciona lo necesario, te extirpa lo malo. Dando, te alienta para que permanezcas; quitando, te corrige para que no perezcas. El Señor cuida de ti, puedes estar seguro. El que te hizo, te sostiene; no caigas de las manos de tu Creador; si caes de sus manos, te quebrarás. El querer hace que permanezcas en sus manos (…) Abandónate a él. No pienses que caerás en el vacío, como si te arrojaras al precipicio; no te parezca tal cosa. Él dijo: «Yo lleno el cielo y la tierra». Jamás te faltará. Tú no le faltes a él: tú no te faltes a ti mismo» Narraciones sobre los Salmos (39, 26-27: CCL 38, 445 Cf. Obras completas de san Agustín, BAC, vol. XIX, Madrid 1964, pp. 755-756). (Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo, 8-12-1998. Publicado en Humanitas 15)

Los niños minusválidos, milagros de amor El valor de la existencia trasciende al de la eficacia. En estos días que preceden a la Navidad es más fácil reflexionar sobre la condición de los más pequeños y sobre la atención que hay que ofrecer a las familias para ayudarles a descubrir en los niños minusválidos un signo de amor de Dios. La llegada de un niño que sufre es algo desconcertante. Por ello es decisivo alentar a los padres para que ofrezcan una atención

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especialísima al niño. La familia es el lugar por excelencia donde el don de la vida es recibido como tal, y la dignidad del niño reconocida con expresiones de particular atención y ternura. La Iglesia y la sociedad civil deben poner las condiciones para que todo minusválido, al igual que cualquier otro sujeto débil, sea alentado a convertirse en protagonista de su existencia. Los creyentes cuentan además con un apoyo particular: la oración. En ella, los familiares aprenden a acoger, amar y valorar al niño o niña marcados por el sufrimiento. (Discurso en congreso organizado por el Consejo pontificio para la familia 5-12-1999. Publicado en Humanitas 18)

Salud física y espiritual Ciertamente, no se puede olvidar que el hombre es un ser limitado y mortal. Por tanto, es preciso acercarse al enfermo con un sano realismo, evitando crear en el que sufre el espejismo de que la medicina es omnipotente. Hay límites que son humanamente insuperables; en estos casos, es necesario saber acoger con serenidad la propia condición humana, que el creyente sabe leer a la luz de la voluntad divina. Esta se manifiesta también en la muerte, meta natural del curso de la vida en la tierra. Educar a la gente para que la acepte serenamente forma parte de vuestra misión. La complejidad del ser humano exige además que, al proporcionarle los cuidados necesarios, no sólo se tenga en cuenta el cuerpo, sino también el espíritu. Sería presuntuoso contar entonces únicamente

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con la técnica. Desde este punto de vista, un ensañamiento terapéutico exasperado, incluso con la mejor intención, en definitiva no sólo sería inútil, sino que no respetaría plenamente al enfermo que ya ha llegado a un estadio terminal. El concepto de salud, tan querido para el pensamiento cristiano, contrasta con una visión que la reduzca a puro equilibrio psíquico-físico. Esta visión, descuidando las dimensiones espirituales de la persona, terminaría por perjudicar su verdadero bien. Para el creyente, como escribí en el Mensaje para la VIII Jornada mundial del enfermo, la salud «se presenta como aspiración a una armonía más plena y a un sano equilibrio físico, psíquico, espiritual y social» (n. 13: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de agosto de 1999, p. 5). Jesús, en su enseñanza y testimonio, se mostró muy sensible a los sufrimientos humanos. Con su ayuda, también nosotros debemos esforzarnos por estar junto a los hombres de hoy para asistirlos y, si es posible, curarlos, sin olvidar jamás las exigencias de su espíritu. (Discurso al nuevo embajador de Corea ante la Santa Sede, 14-3-2002. Publicado en Humanitas 27)

El fuerte grito de dolor de los niños La liturgia nos recuerda hoy la Natividad de la santísima Virgen María. Esta fiesta, muy arraigada en la piedad popular, nos lleva a admirar en María niña la aurora purísima de la redención. Contemplamos a una niña como todas las demás y, al mismo tiempo, única, la «bendita entre las mujeres» (Lc 1, 42). María es la inmaculada «Hija de


Sión», destinada a convertirse en la Madre del Mesías. Al contemplar a María niña, no podemos por menos de pensar en tantos niños inermes de Beslán, en Osetia, víctimas de un bárbaro secuestro y asesinados trágicamente. Se encontraban dentro de una escuela, lugar donde se aprenden los valores que dan sentido a la historia, a la cultura y a la civilización de los pueblos; el respeto mutuo, la solidaridad, la justicia y la paz. Ellos, en cambio, entre esas paredes experimentaron el ultraje, el odio y la muerte, consecuencias nefastas de un cruel fanatismo y de un insensato desprecio de la persona humana. En este momento, nuestra mirada se dirige también a todos los niños inocentes que, en las diversas partes del mundo, son víctimas de la violencia de los adultos. Niños obligados a empuñar las armas y educados a odiar y matar; niños forzados a mendigar por las calles, explotados para obtener fáciles ganancias; niños maltratados y humillados por la prepotencia y los abusos de los mayores; niños abandonados a sí mismos, privados del calor de la familia y de una perspectiva de futuro; niños que mueren de hambre; niños asesinados en los numerosos conflictos que se libran en diversas regiones del mundo. Es un fuerte grito de dolor de la infancia ofendida en su dignidad. Ese grito no puede, no debe dejar indiferente a nadie. Amadísimos hermanos y hermanas, ante la cuna de María niña tomemos renovada conciencia del deber que todos tenemos de tutelar y defender a estas frágiles criaturas y construir para ellas un futuro de paz. Oremos juntos a fin de que se creen para ellos las condiciones de una existencia serena y segura. (Catequesis durante la Audiencia general, 8-9-2004. Publicado en Humanitas 37)

La muerte nunca tendrá la última palabra No os sorprendáis si en vuestro camino encontráis la cruz. ¿Acaso Jesús no les ha dicho a sus discípulos que el grano de trigo tiene que caer en tierra y morir para mucho fruto? (cf. Jn 12, 23-26). De esta forma indicaba que su vida entregada hasta la muerte sería fecunda. Lo sabéis: después de la resurrección de Cristo, la muerte no tendrá nunca más la última palabra. El amor es más fuerte que la muerte. Si Jesús aceptó la muerte en cruz, haciendo de ella el manantial de la vida y el signo del amor, no fue ni por debilidad ni por gusto al sufrimiento, sino para obtenernos la salvación y hacernos partícipes de su vida divina. (Mensaje a la Jornada Mundial de la Juventud, 22-22004. Publicado en Humanitas 35)

Paradoja de la Cruz En la carta apostólica Novo millennio ineunte subrayé la importancia de la contemplación del rostro doliente y glorioso de Cristo. El centro del mensaje cristiano es el anuncio del misterio pascual de Cristo crucificado y resucitado. El rostro doliente del Crucificado «nos lleva a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la cruz» (n. 25). En la cruz Dios nos ha revelado todo su amor. La cruz es la clave que da libre acceso a «una sabiduría que no es

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de este mundo, ni de los dominadores de este mundo», sino a la «sabiduría divina, misteriosa, que ha permanecido escondida» (I Co 2, 6-7). La cruz, en la que resplandece ya el rostro glorioso del Resucitado, nos introduce en la plenitud de la vida cristiana y en la perfección del amor, porque revela la voluntad de Dios de compartir con los hombres su vida, su amor y su santidad. A partir de este misterio, la Iglesia, recordando las palabras del Señor: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5, 48), comprende cada vez mejor que su misión no tendría sentido si no condujera a la plenitud de la existencia cristiana, es decir, a la perfección del amor y de la santidad. Contemplando la cruz aprendemos a vivir en la humildad y en el perdón, en la paz y en la comunión. Esta fue la experiencia de san Pablo, que escribía a los Efesios: «Os ruego, pues, yo, preso por el Señor, que viváis de una manera digna de la vocación con la que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz» (Ef 4, 1-3). Y a los Colosenses añadía: «Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y, por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de perfección. Y que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo» (Col 3, 12-15). Amadísimos hermanos y hermanas, el grito de Jesús en la cruz (cf. Mt 27, 46) no revela la angustia de un desesperado, sino que es la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre para la salvación de todos. Desde la

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cruz Jesús indica con qué condiciones es posible practicar el perdón. Al odio con que sus perseguidores lo habían clavado en la cruz responde rogando por ellos. No sólo los ha perdonado, sino que sigue amándolos, queriendo su bien y, por eso, intercede por ellos. Su muerte se convierte en verdadera realización del Amor. Ante el gran misterio de la cruz no podemos por menos de postrarnos en adoración. «Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús no sólo debió asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del «rostro» del pecado. «Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él» (2 Co 5, 21)» (Novo millennio ineunte, 25). Con el perdón absoluto de Cristo, otorgado también a sus perseguidores, comienza para todos la nueva justicia del reino de Dios. (Mensaje del Santo Padre con ocasión de la solemnidad de Pentecostés, 19-5-2002. Publicado en Humanitas 28)

Temor a la muerte Aun cuando la muerte sea racionalmente comprensible bajo el aspecto biológico, no es posible vivirla como algo que nos resulta «natural». Contrasta con el instinto más profundo del hombre. A este propósito ha dicho el Concilio: «Ante la muerte, el enigma de la condición humana alcanza su culmen. El hombre no sólo es atormentado por el dolor y la progresiva disolución del cuerpo, sino también, y aún más, por el temor de la extinción perpetua». Ciertamente, el dolor no tendría consuelo si la muerte fuera la destrucción total, el fin de todo. Por eso, la


muerte obliga al hombre a plantearse las preguntas radicales sobre el sentido mismo de la vida: ¿qué hay más allá del muro de la sombra de la muerte? ¿Es ésta el fin definitivo de la vida o existe algo que la supera? En la cultura de la humanidad, desde los tiempos más antiguos hasta nuestros días, no faltan respuestas reductivas, que limitan la vida a la que vivimos en esta tierra. Incluso en el Antiguo Testamento, algunas observaciones del libro del Eclesiastés hacen pensar en la ancianidad como en un edificio de demolición, y en la muerte como en su total y definitiva destrucción (cf. Qo 12, 1-7). Pero, precisamente a la luz de estas respuestas pesimistas, adquiere mayor relieve la perspectiva, llena de esperanza, que se deriva del conjunto de la Revelación y especialmente del Evangelio: Dios «no es un Dios de muertos, sino de vivos» (Lc 20, 38). Como afirma el apóstol Pablo, el Dios que da vida a los muertos (cf. Rm 4, 17) dará la vida también a nuestros cuerpos mortales (cf. Rm 8, 11). Y Jesús dice de sí mismo: «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás» (Jn 11, 25-26). Cristo, habiendo cruzado los confines de la muerte, ha revelado la vida que hay más allá de este límite, en aquel «territorio» inexplorado por el hombre que es la eternidad. Él es el primer testigo de la vida inmortal: en Él la esperanza humana se revela plena de inmortalidad. «Aunque nos entristece la certeza de la muerte, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad». (Carta a los ancianos, 1-10-1999. Publicado en Humanitas 18)

María consoladora «El último enemigo aniquilado será la muerte» (1 Co 15, 26). Estas palabras de san Pablo, que acaban de resonar en la segunda lectura, nos ayudan a comprender el significado de la solemnidad que hoy celebramos. En María, elevada al cielo al concluir su vida terrena, resplandece la victoria definitiva de Cristo sobre la muerte, que entró en el mundo a causa del pecado de Adán. Cristo, el «nuevo» Adán, derrotó la muerte, ofreciéndose como sacrificio en el Calvario, con actitud de amor obediente al Padre. Así, nos ha rescatado de la esclavitud del pecado y del mal. En el triunfo de la Virgen la Iglesia contempla a la Mujer que el Padre eligió como verdadera Madre de su Hijo unigénito, asociándola íntimamente al designio salvífico de la Redención. Por esto María, como pone de relieve la liturgia, es signo consolador de nuestra esperanza. Al fijar nuestra mirada en ella, arrebatada al júbilo del ejército de los ángeles, toda la historia humana, mezcla de luces y sombras, se abre a la perspectiva de la felicidad eterna. Si la experiencia diaria nos permite comprobar cómo la peregrinación terrena está marcada por la incertidumbre y la lucha, la Virgen elevada a la gloria del Paraíso nos asegura que jamás nos faltará la protección divina. «Una gran señal apareció en el cielo: una mujer vestida de sol» (Ap 12, 1). Contemplemos a María, amadísimos hermanos y hermanas, reunidos aquí en un día tan importante para la devoción del pueblo cristiano. Os saludo con gran afecto. Saludo de modo particular al señor cardenal Angelo Sodano, mi primer colaborador, y al obispo de Albano, así como a su auxiliar, a quienes agradezco

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su amable presencia. Saludo asimismo al párroco y a los sacerdotes que colaboran con él, a los religiosos y a las religiosas, y a todos los fieles presentes, de manera especial a los consagrados salesianos, a la comunidad de Castelgandolfo y a la del palacio pontificio. Extiendo mi saludo a los peregrinos de diversas lenguas que han querido unirse a nuestra celebración. A cada uno deseo que viva con alegría esta solemnidad, rica en motivos de meditación. Una gran señal aparece hoy para nosotros en el cielo: la Virgen Madre. De ella nos habla, con lenguaje profético, el autor sagrado del libro del Apocalipsis, en la primera lectura. ¡Qué extraordinario prodigio se presenta ante nuestros ojos atónitos! Acostumbrados a ver las realidades de la tierra, se nos invita a dirigir la mirada hacia lo alto: hacia el cielo, nuestra patria definitiva, donde nos espera la Virgen santísima. El hombre moderno, quizá más que en el pasado, se siente arrastrado por intereses y preocupaciones materiales. Busca seguridad, pero a menudo experimenta soledad y angustia. ¿Y qué decir del enigma de la muerte? La Asunción de María es un acontecimiento que nos afecta de cerca, precisamente porque todo hombre está destinado a morir. Pero la muerte no es la última palabra, pues, como nos asegura el misterio de la Asunción de la Virgen, se trata de un paso hacia la vida, al encuentro del Amor. Es un paso hacia la bienaventuranza celestial reservada a cuantos luchan por la verdad y la justicia y se esfuerzan por seguir a Cristo. «Desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1, 48). Así exclama la Madre de Cristo durante el encuentro con su prima santa Isabel. El evangelio acaba de proponernos de nuevo el Magníficat, que la Iglesia canta todos los días. Es la respuesta de la Virgen a las palabras proféticas de santa Isabel: «Dichosa tú, que has creído, porque lo que

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te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1, 45). En María la promesa se hace realidad: dichosa es la Madre y dichosos seremos nosotros, sus hijos, si, como ella, escuchamos y ponemos en práctica la palabra del Señor. Que esta solemnidad abra nuestro corazón a esa perspectiva superior de la existencia. Que la Virgen, a la que hoy contemplamos resplandeciente a la derecha del Hijo, ayude a vivir al hombre de hoy, creyendo «en el cumplimiento de la palabra del Señor». (Homilía durante misa en la solemnidad de la Asunción de María, 15-8-2001. Publicado en Humanitas 24)

Un significado nuevo para la muerte Sobre el muro de sombra de la muerte, la fe proyecta la luz resplandeciente del Resucitado, primicia de los que han pasado a través de la fragilidad de la condición humana y ahora participan en Dios del don de la vida sin fin. Cristo, mediante la cruz, ha dado un significado nuevo también a la muerte. En efecto, en Él se ha convertido en un sublime gesto de amor obediente al Padre y en supremo testimonio de amor solidario a los hombres. Por eso, considerada a la luz del misterio pascual, también la salida de la existencia humana ya no es una condena sin apelación, sino el paso a la vida plena y definitiva, que coincide con la perfecta comunión con Dios. La palabra de Dios, que ha resonado en esta celebración de sufragio, abre nuestro corazón a la perspectiva de una «esperanza viva»: ante la disolución de la escena de este mundo, promete una «herencia incorruptible, pura e imperecedera».


(...) «Venid a mí todos. (...) Cargad con mi yugo y aprended de mí; (...) y encontraréis vuestro descanso» (Mt 11, 28-29). Las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos nos sostienen y confortan mientras conmemoramos, al inicio de este mes de noviembre, a nuestros queridos difuntos. Aunque nos sintamos tristes por su muerte, nos consuela la promesa de Cristo. Él nos acompaña y guía hacia el conocimiento pleno del Padre: «Nadie conoce al Padre sino en el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 27). Este conocimiento, que aumenta continuamente durante el itinerario de la vida terrena, llegará a la perfección cuando podamos contemplar finalmente cara a cara el rostro de Dios. El Catecismo de la Iglesia católica nos recuerda que, gracias a la obediencia de Cristo, la muerte cristiana cobra un significado positivo, como paso de este mundo al Padre: «Por el bautismo el cristiano está ya sacramentalmente muerto con Cristo, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este morir con Cristo y perfecciona así nuestra incorporación a él en su acto redentor» (n. 1010). (Homilía durante misa por los cardenales y obispos difuntos, 6-11-2001. Publicado en Humanitas 25)

Vida y muerte No debemos pensar que la vida más allá de la muerte comienza sólo con la resurrección final, pues ésta se halla precedida por la condición especial en que se encuentra, desde el momento de la muerte física, cada ser humano. Se trata de una fase intermedia, en la que a la descomposición del cuerpo corresponde «la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento espiritual, que

está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo «yo» humano, aunque mientras tanto le falta el complemento de su cuerpo» (Sagrada Congregación para la doctrina de la fe, Carta sobre algunas cuestiones referentes a la escatología, 17 de mayo de 1979). Los creyentes tienen, además, la certeza de que su relación vivificante con Cristo no puede ser destruida por la muerte, sino que se mantiene más allá. En efecto, Jesús declaró: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Jn 11, 25). La Iglesia siempre ha profesado esta fe y la ha expresado sobre todo en la oración de alabanza que dirige a Dios en comunión con todos los santos y en la invocación a favor de los difuntos que aún no se han purificado plenamente. Por otra parte, la Iglesia inculca el respeto a los restos mortales de todo ser humano, tanto por la dignidad de la persona a la que pertenecieron, como por el honor que se debe al cuerpo de los que, con el bautismo, se convirtieron en templo del Espíritu Santo. Lo atestigua de forma específica la liturgia en el rito de las exequias y en la veneración de las reliquias de los santos, que se desarrolló desde los primeros siglos. A los huesos de estos últimos –dice san Paulino de Nola- «nunca les falta la presencia del Espíritu Santo, el cual concede una viva gracia a través de los sagrados sepulcros» (Carmen XXI, 632-633). (Catequesis en Audiencia General, 28-10-98. Publicado en Humanitas 13)

Ancianidad La ancianidad es la tercera etapa de la existencia: la vida que nace, la vida que crece y la vida que llega a su ocaso son tres momentos del misterio de la existencia, de la vida

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humana que «proviene de Dios, es su don, su imagen e impronta, participación de su soplo vital» (Evangelium vitae, 39). El Antiguo Testamento promete a los hombres larga vida como premio por el cumplimiento de la ley de Dios: «El temor del Señor prolonga los días» (Pr 10, 27). Era convicción común que la prolongación de la vida física hasta la «feliz ancianidad» (Gn 25, 8), cuando el hombre podía morir «lleno de días» (Gn 25,8), debía considerarse una prueba de particular benevolencia por parte de Dios. Es preciso redescubrir también este valor en una sociedad que muchas veces da la impresión de que habla de la edad avanzada sólo como un problema. Prestar atención a la complejidad de las problemáticas que caracterizan al mundo de las personas ancianas significa, para la Iglesia, escrutar un «signo de los tiempos» e interpretarlo a la luz del Evangelio. Así, de modo adecuado a cada generación, responde a los perennes interrogantes de los hombres sobre el sentido de la vida presente y futura y sobre su relación recíproca (cf. Gaudium et spes, 4). (Discurso en Conferencia Internacional sobre «La Iglesia y la Persona Anciana», 29-10-1998. Publicado en Humanitas 13)

El testimonio de la tercera edad El misterio de sufrimiento y de redención anunciado por la figura del Siervo de Yahveh se realizó plenamente en Cristo. Como hemos escuchado en el evangelio de hoy, Jesús comenzó a enseñar a los Apóstoles «que el Hijo del hombre tenía que padecer mucho» (Mc 8, 31). A primera vista, esta perspectiva resulta humanamente difícil de aceptar,

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como lo muestra también la reacción inmediata de Pedro y de los Apóstoles (cf. Mc 8, 32-35). ¿Y cómo podría ser de otro modo? El sufrimiento no puede por menos de causar miedo. Pero precisamente en el sufrimiento redentor de Cristo está la verdadera respuesta al desafío del dolor, que tanto influye en nuestra condición humana. En efecto, Cristo tomó sobre sí nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores, iluminándolos, mediante su cruz y su resurrección, con una luz nueva de esperanza y de vida. Queridos hermanos y hermanas, amigos ancianos, en un mundo como el actual, en el que a menudo se mitifican la fuerza y la potencia, tenéis la misión de testimoniar los valores que cuentan de verdad, más allá de las apariencias, y que permanecen para siempre porque están inscritos en el corazón de todo ser humano y garantizados por la palabra de Dios. Precisamente por ser personas de la llamada «tercera edad», tenéis una contribución específica que dar al desarrollo de una auténtica «cultura de la vida» –tenéis, o mejor, tenemos, porque también yo pertenezco a vuestra edad–, testimoniando que cada momento de la existencia es un don de Dios y cada etapa de la vida humana tiene sus riquezas propias que hay que poner a disposición de todos. Vosotros mismos experimentáis cómo el tiempo que pasa sin el agobio de tantas ocupaciones puede favorecer una reflexión más profunda y un diálogo más amplio con Dios en la oración. Además, vuestra madurez os impulsa a compartir con los más jóvenes la sabiduría acumulada con la experiencia, sosteniéndolos en su esfuerzo por crecer y dedicándoles tiempo y atención en el momento en el que se abren al futuro y buscan su camino en la vida. Podéis realizar en favor de ellos una tarea realmente valiosa.


Amadísimos hermanos y hermanas, la Iglesia os contempla con gran estima y confianza. La Iglesia os necesita. Pero también la sociedad civil necesita de vosotros. (Homilía durante la concelebración presidida por el Papa en la plaza San Pedro, 17-9-2000. Publicado en Humanitas 21)

Dificultades de la vejez Aunque se deba considerar la ancianidad de manera positiva y con el propósito de desarrollar todas sus posibilidades, no se han de eludir ni ocultar las dificultades y el final inevitable de la vida humana. Si bien es cierto que, como dice la Biblia, las personas «todavía en la vejez producen fruto» (Sal 92, 15), sigue siendo verdad que la tercera edad es una época de la vida en la que la persona es particularmente vulnerable, víctima de la fragilidad humana. Es muy frecuente que la aparición de enfermedades crónicas reduzca al anciano a la invalidez y recuerde, inevitablemente, el momento del final de la vida. En estos momentos particulares de sufrimiento y dependencia, las personas ancianas no sólo necesitan ser atendidas con los medios que ofrecen la ciencia y la técnica, sino también acompañadas con competencia y amor, para que no se sientan un peso inútil y, lo que es peor, llegue a desear y solicitar la muerte. Nuestra civilización tiene que asegurar a los ancianos una asistencia rica en humanidad e impregnada de valores auténticos. A este respecto, pueden tener un papel determinante el desarrollo de la medicina paliativa, la colaboración de los voluntarios, la implicación de las familias –que por ello

han de ser ayudadas a afrontar su responsabilidad– y la humanización de las instituciones sociales y sanitarias que acogen a los ancianos. Un amplio campo en el que la Iglesia católica, en particular, ha ofrecido –y sigue ofreciendo– una contribución relevante y permanente. Reflexionar sobre la ancianidad significa por tanto tomar en consideración a la persona humana que, desde el nacimiento hasta su ocaso, es don de Dios, imagen y semejanza suya, y esforzarse para que cada momento de su existencia sea vivido con dignidad y plenitud. (Mensaje a los participantes de la II asamblea mundial sobre envejecimiento, 3-4-2002. Publicado en Humanitas 27)

Respeto a los ancianos En el pasado se tenía un gran respeto a los ancianos. A este propósito, el poeta latino Ovidio escribía: «En un tiempo, había una gran reverencia por la cabeza canosa». Siglos antes, el poeta griego Focílides amonestaba: «Respeta el cabello blanco: ten con el anciano sabio la misma consideración que tienes con tu padre». Si nos detenemos a analizar la situación actual, constatamos cómo, en algunos pueblos, la ancianidad es tenida en gran estima y aprecio; en otros, sin embargo, lo es mucho menos, a causa de una mentalidad que pone en primer término la utilidad inmediata y la productividad del hombre. Debido a esta actitud, la llamada tercera o cuarta edad es frecuentemente subestimada, y los ancianos mismos se sienten inducidos a preguntarse si su existencia es todavía útil (…)

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¿Por qué no seguir tributando al anciano aquel respeto tan valorado en las sanas tradiciones de muchas culturas en todos los continentes? Para los pueblos del ámbito influenciado por la Biblia, la referencia ha sido, a través de los siglos, el mandamiento del Decálogo: «Honra a tu padre y a tu madre»; un deber, por lo demás, reconocido universalmente. De su plena y coherente aplicación no ha surgido solamente el amor de los hijos a los padres, sino que también se ha puesto de manifiesto el fuerte vínculo que existe entre las generaciones. Donde el precepto es reconocido y cumplido fielmente, los ancianos saben que no corren peligro de ser considerados un peso inútil y embarazoso. (…) «Ponte en pie ante las canas y honra el rostro del anciano» (Lc 19, 32). Honrar a los ancianos implica el deber de acogerlos, asistirlos y valorar sus cualidades. En muchos ambientes eso sucede casi espontáneamente, como por costumbre antigua. En otros, especialmente en las naciones económicamente más desarrolladas, parece obligado un cambio de tendencia para que los que avanzan en años puedan envejecer con dignidad, sin temor a quedar reducidos a personas que ya no cuentan para nada. Es preciso convencerse de que es propio de una civilización plenamente humana respetar y amar a los ancianos, para que, a pesar del debilitamiento de las fuerzas, se sientan parte viva de la sociedad. Ya observaba Cicerón que «el peso de la edad es más leve para el que se siente respetado y amado por los jóvenes». El espíritu humano, por lo demás, aun participando del envejecimiento del cuerpo, en cierto sentido permanece siempre joven si vive orientado hacia lo eterno; esta perenne juventud se experimenta mejor cuando al testimonio interior de la buena conciencia se une el afecto atento y agradecido de las

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personas queridas. El hombre, entonces, como escribe san Gregorio Nacianceno, «no envejecerá en el espíritu: aceptará la disolución del cuerpo como el momento establecido para la necesaria libertad. Dulcemente transmigrará hacia el más allá, donde nadie es inmaduro o viejo, sino que todos son perfectos en la edad espiritual». (Carta a los ancianos, 1-10-1999. Publicado en Humanitas 18)

Frente al envejecimiento de la población Se está produciendo por doquier un cambio profundo de la estructura de la población, que lleva a replantearse los proyectos de sociedad y a discutir de nuevo no sólo su estructura económica, sino también la visión del ciclo vital y las relaciones entre generaciones. Se puede decir que una sociedad se muestra justa en la medida en que responde a las necesidades asistenciales de todos sus miembros y que su grado de civilización se mide por la protección prestada a los miembros más débiles del entramado social. ¿Cómo garantizar la duración de una sociedad que está envejeciendo, consolidando la seguridad social de las personas ancianas y su calidad de vida? Para responder a esta cuestión, es necesario no dejarse guiar principalmente por criterios económicos, sino inspirarse más bien en sólidos principios morales. Hace falta, en primer lugar, que se considere al anciano en su dignidad de persona, dignidad que no merma con el pasar de los años y el deterioro de la salud física y psíquica. Es evidente que esta consideración positiva


sólo puede encontrar terreno fecundo en una cultura capaz de superar los estereotipos sociales, que hacen consistir el valor de la persona en la juventud, la eficiencia, la vitalidad física y la plena salud. La experiencia dice que, cuando falta esta visión positiva, es fácil que se margine al anciano y se le relegue a una soledad comparable a una verdadera muerte social. Y la estima que el anciano tiene de sí mismo, ¿no depende acaso en buena parte de la atención que recibe en la familia y en la sociedad? Para ser creíble y efectiva, la afirmación de la dignidad de la persona anciana está llamada a manifestarse en políticas orientadas a una distribución equitativa de los recursos, de modo que todos los ciudadanos, y también los ancianos, puedan beneficiarse de ellos. Se trata de una tarea ardua y que sólo es realizable aplicando el principio de solidaridad, del intercambio entre las generaciones, de ayuda recíproca. Dicha solidaridad ha de llevarse a cabo no sólo en el ámbito de cada nación, sino también entre los pueblos, mediante un compromiso que lleva a tener en cuenta las profundas desigualdades económicas y sociales entre el norte y el sur del planeta. En efecto, la presión de la pobreza puede poner en entredicho muchos principios solidarios, causando víctimas en los sectores más frágiles de la población, entre ellos el de los ancianos. Una ayuda para la solución de los problemas relacionados con el envejecimiento de la población proviene ciertamente de la inserción efectiva del anciano en el entramado social, utilizando la aportación de experiencia, conocimientos y sabiduría que él puede ofrecer. Los ancianos, en efecto, no deben ser considerados como un peso para la sociedad, sino como un recurso que puede contribuir a su bienestar. No sólo pueden dar testimonio de que hay aspectos

de la vida, como los valores humanos y culturales, morales y sociales, que no se miden en términos económicos o funcionales, sino ofrecer también una aportación eficaz en el ámbito laboral y en el de la responsabilidad. Se trata, en fin, no sólo de hacer algo por los ancianos, sino de aceptar también a estas personas como colaboradores responsables, con modalidades que lo hagan realmente posible, como agentes de proyectos compartidos, bien en fase de programación, de diálogo o de actuación. Hace falta también que tales políticas se complementen con programas formativos destinados a educar a las personas para la ancianidad durante toda su existencia, haciéndolas capaces de adaptarse a los cambios, cada vez más rápidos, en el modo de vida y de trabajo. Una formación centrada no sólo en el hacer, sino, y sobre todo en el ser, atenta a los valores que hacen apreciar la vida en todas sus fases y en la aceptación tanto de las posibilidades como de los límites que tiene la vida. (Mensaje en la II asamblea mundial sobre el envejecimiento, 3-4-2002. Publicado en Humanitas 27)

Oración por los difuntos La tradición de la Iglesia ha exhortado siempre a orar por los difuntos. El fundamento de la oración de sufragio se encuentra en la comunión del Cuerpo místico. Como reafirma el Concilio Vaticano II, «la Iglesia peregrina, perfectamente consciente de esta comunión de todo el Cuerpo místico de Jesucristo, desde los primeros tiempos del cristianismo honró con gran piedad el recuerdo de los difuntos» (Lumen gentium, 50). Por tanto,

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recomienda la visita a los cementerios, el cuidado de las tumbas y los sufragios como testimonio de esperanza confiada, a pesar del dolor por la separación de los propios seres queridos. La muerte no es la última palabra sobre el destino humano, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, que encuentra su plenitud en Dios. Por esto, el Concilio subraya que «la fe, apoyada en sólidos argumentos, ofrece a todo hombre que reflexiona una respuesta a su ansiedad sobre su destino futuro, y le da al mismo tiempo la posibilidad de una comunión en Cristo con los hermanos queridos arrebatados ya por la muerte, confiriéndoles la esperanza de que ellos han alcanzado en Dios la vida verdadera» (Gaudium et spes, 18). (Meditación, 2-11-1997. Publicado en Humanitas 10)

Fe en la Vida Eterna Al orar por los difuntos, la Iglesia contempla ante todo el misterio de la resurrección de Cristo que, con su cruz, nos obtiene la salvación y la vida eterna. Por eso, con san Odilón, podemos repetir incesantemente: «La cruz es mi refugio, la cruz es mi camino y mi vida. (…) La cruz es mi arma invencible. La cruz rechaza todo mal. La cruz disipa las tinieblas». La cruz del Señor nos recuerda que toda vida está iluminada por la luz pascual, que ninguna situación está totalmente perdida, puesto que Cristo ha vencido la muerte y nos ha abierto el camino de la verdadera vida. La redención «se realiza en el sacrificio de Cristo, gracias al cual el hombre rescata la deuda del pecado y es reconciliado con Dios» (Tertio millennio adveniente, 7).

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En el sacrificio de Cristo se funda nuestra esperanza. Su resurrección inaugura «los últimos tiempos» (1 P 1, 20; cf. Hch 1, 2). La fe en la vida eterna que profesamos en el Credo es una invitación a la gozosa esperanza de ver a Dios cara a cara. Creer en la resurrección de la carne significa reconocer que hay un fin último, una finalidad última para toda vida humana, que «colma de tal modo el deseo del hombre, que no queda nada por desear fuera de ella» (santo Tomás de Aquino, Summa Theol. I-II, q.1, a.5; cf san Paulino de Nola, Cartas 1,2). San Agustín expresó admirablemente este mismo deseo: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, I, 1). Por tanto, todos estamos llamados a vivir con Cristo, sentados a la diestra del Padre y a contemplar la santísima Trinidad, dado que «Dios es el objeto principal de la esperanza cristiana» (san Alfonso María de Ligorio, Practicar el amor de Jesucristo, 16, 21); con Job podemos exclamar: Yo sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios. Yo, sí, yo mismo lo veré, mis ojos lo mirarán, no ningún otro» (Jb 19, 25-27). (Mensaje a Mons. Séguy, 2-6-1998. Publicado en Humanitas 13)

Pensar en el Paraíso no es una evasión En Lourdes, el 18 de febrero de 1858, la Virgen dijo a Bernardita: «Yo no te prometo ser feliz en este mundo, sino en el otro». Durante otra aparición la invitó a dirigir la mirada


al cielo. Escuchemos esas exhortaciones de la Madre celestial como si nos las dirigiera también a nosotros: son una invitación a valorar correctamente las realidades terrenas, sabiendo que estamos destinados a una existencia eterna. Son una ayuda para sufrir con paciencia las contrariedades, los dolores y las enfermedades, con la perspectiva del Paraíso. A algunos les ha parecido a veces que pensar en el Paraíso es una forma de evadirse de la actividad diaria; al contrario, la luz de la fe ayuda a comprender mejor y, por lo tanto, a aceptar de modo más consciente la dura experiencia del sufrimiento. Santa Bernardita misma, probada duramente por el mal físico, exclamó un día: «Cruz de mi Salvador, cruz santa, cruz adorable, sólo en ti pongo mi fuerza, mi esperanza y mi alegría. Tú eres el árbol de la vida, la escalera misteriosa que une la tierra al cielo y el altar sobre el cual quiero sacrificarme, muriendo por Jesús» (M. B. Soubirous, Carnet de notes intimes, p.20). Éste es el mensaje de Lourdes, que tantos peregrinos, sanos y enfermos, han acogido y hecho suyo. Que las palabras de la Virgen os fortalezcan interiormente, hermanos y hermanas que sufrís, a quienes renuevo la expresión de mi solidaridad fraterna. Con vuestra enfermedad, si aceptáis dócilmente la voluntad divina, podéis ser para muchos palabra de esperanza e incluso de alegría, porque decís al hombre de este tiempo, a menudo inquieto e incapaz de dar un sentido al dolor, que Dios no nos ha abandonado. Al vivir con fe vuestra situación, testimoniáis que Dios está cerca. Proclamáis que esta cercanía tierna y amorosa del Señor hace que no exista ninguna fase de la vida que no valga la pena vivir. La enfermedad y la muerte no son realidades de las que hay que escapar o que hay que criticar como inútiles; ambas son, más bien, etapas de un camino.

Muerte y gloria Al despojarse y casi ‘vaciarse’ de aquella gloria, para asumir la morfé, o sea, la realidad y la condición de esclavo, el Verbo entra por esta senda en el horizonte de la historia humana. Más aún, se hace semejante a los seres humanos (cf. v. 7) y se rebaja hasta someterse incluso a la muerte, signo del límite y de la finitud. Esta es la humillación extrema, porque acepta la muerte de cruz, que la sociedad de entonces consideraba la más infame (cf. v. 8). Cristo elige rebajarse desde la gloria hasta la muerte de cruz: este es el primer movimiento del cántico, sobre el que volveremos a reflexionar para ponderar otros aspectos. El segundo movimiento avanza en sentido inverso: desde abajo se eleva hacia lo alto, desde la humillación se asciende hacia la exaltación. Ahora es el Padre quien glorifica al Hijo, arrancándolo de la muerte y entronizándolo como Señor del universo (cf. v. 9). También san Pedro, en el discurso de Pentecostés, declara que «al mismo Jesús que vosotros crucificasteis Dios lo ha constituido Señor y Mesías» (Hch 2, 36). Así pues, la Pascua es la epifanía solemne de la divinidad de Cristo, antes velada por su condición de siervo y de hombre mortal. (Catequesis durante Audiencia general, 4-8-2004. Publicado en Humanitas 36)

(Discurso durante la IX Jornada mundial del enfermo, 11-2-2001. Publicado en Humanitas 23)

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HOMILÍA EN EL FUNERAL

«SE DIO A SÍ MISMO HASTA EL FINAL» Pronunciada por el cardenal Joseph Ratzinger, Decano del Colegio Cardenalicio, durante la misa del solemne funeral de Juan Pablo II, el viernes 8 de abril de 2005, en la Plaza de San Pedro (traducido al español del italiano).

¡S ígueme!, dice el Señor resucitado a Pedro, como su última palabra a este discípulo, llamado a apacentar su rebaño. ¡Sígueme! Esta palabra lapidaria de Cristo puede ser considerada la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos trasladamos hoy a la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza, pero también de alegre esperanza y profunda gratitud. Éstos son los sentimientos de nuestro ánimo, Hermanos y Hermanas en Cristo, presentes en la Plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros lugares de la ciudad de Roma, poblada estos días de una inmensa multitud silenciosa y orante. A todos saludo cordialmente. En nombre del Colegio Cardenalicio, deseo dirigir mi deferente pensamiento a los jefes de Estado, de Gobierno y a las delegaciones de los distintos países. Saludo a las autoridades y representantes de las Iglesias y Comunidades cristianas, así como a los de diversas religiones. Saludo también a los Arzobispos, los Obispos, los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los fieles venidos de cada continente; en modo especial a los jóvenes, que Juan Pablo II amaba definir como futuro y esperanza de la Iglesia. Mi saludo alcanza, además, a los que en cada parte del mundo se unen a nosotros a través de la radio y la televisión en esta participación coral en el solemne rito de despedida al amado Pontífice. ¡Sígueme! Como joven estudiante, Karol Wojtyla era un entusiasta de la literatura, del teatro, de la poesía. Trabajando en una fábrica química, rodeado y amenazado por el terror nazi, sintió la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y tras la guerra pudo completar sus estudios en la facultad teológica de la Universidad Jaghellonica de Cracovia. Muchas veces, en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos ha hablado de su sacerdocio, en el que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En estos textos interpreta su sacerdocio en particular a partir de tres mensajes del Señor. Sobre todo éste: «No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he instruido para que vayáis y llevéis fruto y vuestro fruto permanezca» (Jn 15,16). La segunda frase es: «El buen pastor ofrece la vida por las ovejas» (Jn 10,11). Y finalmente: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo. Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). En estas tres frases vemos toda el alma de nuestro Santo Padre. Realmente anduvo a todos los lugares e incansablemente para llevar fruto, un fruto que permanece. «¡Levantaos, vamos!», es el título de su penúltimo libro. «¡Levantaos, vamos!». Con estas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y de hoy. «¡Levantaos, vamos!» nos dice también hoy. El Santo Padre ha sido un sacerdote hasta el final, porque ha ofrecido su vida a Dios por sus ovejas y por toda la familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las difíciles pruebas de los últimos meses.

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Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama a sus ovejas. Y finalmente «permaneced en mi amor»: El Papa que ha buscado el encuentro con todos, que ha tenido una capacidad de perdón y de apertura del corazón para todos, nos dice, también hoy, con estas palabras del Señor: Viviendo en el amor de Cristo aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del verdadero amor. ¡Sígueme! En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y tras el Señor. Karol se había dirigido, como de costumbre, con un grupo de jóvenes apasionados de la canoa a los lagos Masuri para pasar unas vacaciones juntos. Pero llevaba con él una carta que lo invitaba a presentarse al Primado de Polonia, Cardenal Wyszynski, y podía adivinar el objetivo del encuentro: su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la enseñanza académica, dejar esta estimulante comunión con los jóvenes, dejar el gran esfuerzo intelectual para conocer e interpretar el misterio de la criatura hombre, para hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser, todo lo que debía parecerle como un perderse a sí mismo, perder precisamente cuanto se había convertido en la identidad humana de este joven sacerdote. ¡Sígueme! Karol Wojtyla aceptó, sintiendo en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. Y luego se dio cuenta de cómo es verdadera la palabra del Señor: «Quien trate de salvar su propia vida la perderá, quien en cambio la haya perdido la salvará». Nuestro Papa –lo sabemos todos– nunca quiso salvar la propia vida, guardarla para sí; quiso darse sin reservas, hasta el último momento, a Cristo y también a nosotros. De tal manera pudo experimentar que todo lo que había dejado en las manos del Señor volvió de una nueva manera: el amor a la palabra, a

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la poesía, a las cartas, fue una parte esencial de su misión pastoral y ha dado nueva frescura, nueva actualidad, nueva atracción al anuncio del Evangelio, incluso cuando ello es signo de contradicción. ¡Sígueme! En octubre de 1978, el cardenal Wojtyla oye de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro traído de nuevo en el Evangelio de esta celebración: «Simón de Juan, ¿me amas? ¡Apacienta mis ovejas!». A la pregunta del Señor: Karol, ¿me amas?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: «Señor, tú lo sabes todo: Tú sabes que te amo». El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a este profundo enraizamiento en Cristo, ha podido llevar un peso que va más allá de las fuerzas puramente humanas: Ser el pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal. No es este el momento de hablar de los argumentos individuales de este Pontificado tan rico. Me gustaría sólo leer dos pasajes de la liturgia de hoy, en los que aparecen elementos centrales de su anuncio. En la primera lectura nos dice San Pedro –y dice el Papa con San Pedro–, a nosotros: «En verdad me doy cuenta de que Dios no hace preferencias entre las personas, sino que quien lo teme y practica la justicia, a cualquier pueblo que pertenezca, es aceptado por Él». Ésta es la palabra que Él ha enviado a los hijos de Israel, entregando la buena nueva de la paz, por medio de Jesucristo, que es Señor de todos. Y, en la segunda lectura, San Pablo –y con San Pablo nuestro Papa difunto– nos exhorta en voz alta: «Hermanos míos tan queridos y tan deseados, mi joya y mi corona, permaneced sólidos en el Señor así como habéis aprendido». ¡Sígueme! Además del mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva y resumitiva del diálogo sobre el amor y sobre el mandato de pastor universal, el Señor recuerda otro diálogo, tenido en el contexto de la Última Cena. Aquí Jesús había dicho: «Donde yo voy no podéis vosotros venir». Dice Pedro: «Señor, ¿adónde vas?» Le responde Jesús: «Adonde yo voy tú no puedes por ahora seguirme; me seguirás más tarde». Jesús de la cena va a la cruz, va a la resurrección, entra en el misterio pascual; Pedro todavía no puede seguirlo. Más tarde –después de la resurrección– viene este momento, este «más tarde». Apacentando la grey de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, va hacia la cruz y la resurrección. El Señor se lo dice con estas palabras: «... Cuando eras más joven... ibas donde querías, mas cuando seas viejo alzarás tus manos, y otro te ceñirá las vestiduras y te llevará adonde tú no quieras». En el primer período de

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su Pontificado, el Santo Padre, todavía joven y lleno de fuerzas, bajo la guía de Cristo iba hasta los confines del mundo. Pero luego cada vez más entró en la comunión del sufrimiento de Cristo, cada vez más comprendió la verdad de las palabras: «Otro te ceñirá...». Y precisamente en esta comunión con el Señor doliente anunció, incansablemente y con renovada intensidad, el Evangelio, el misterio del amor que va hasta el final. Él interpretó para nosotros el misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El límite impuesto al mal «es, en definitiva, la divina misericordia» (Memoria e Identidad, pág. 70). Y reflexionando sobre el atentado dice: «Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y extrae también del pecado un multiforme florecer del bien» (pág. 199). Animado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo, y por eso el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo. Divina Misericordia: El Santo Padre ha encontrado el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. Él, que perdió su madre a tierna edad, tanto más ha amado a la Madre divina. Oyó las palabras del Señor crucificado como dichas a él personalmente: «¡He aquí tu madre!». E hizo como el discípulo predilecto: la acogió en lo íntimo de su ser –Totus Tuus. Y de la madre aprendió a parecerse a Cristo. Para todos nosotros es inolvidable cómo en este último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico y una última vez dio la bendición Urbi et Orbi. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendícenos, Santo Padre. Nosotros confiamos tu alma querida a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor. Amén. JOSEPH CARDENAL RATZINGER

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PANORAMA Liturgia «La música no debe dominarla, sino servirla»

Con ocasión del centenario del Motu Proprio «Tra le sollecitudini», de san Pío X, la agencia Veritas entrevistó recientemente al liturgista Pedro Farnés Scherer, a fin de revisar la actualidad de los principios planteados en 1903 y abordar algunas cuestiones relacionadas con el estado actual de la liturgia. Pedro Farnés es director del Instituto de Teología Espiritual de Barcelona y profesor de Liturgia en la Facultad de San Dámaso de Madrid. Es además relator del «Ritual de Exequias» del episcopado español. Fue miembro de la comisión EspañaCELAM para la edición del «Ritual de Bendiciones» y del equipo de preparación de la versión unificada del Ordinario de la Misa en español (Congregación para el Culto-Episcopados de América Latina y España) Ha editado más de cien publicaciones, la mayoría de cuestiones de liturgia. Actualmente trabaja en la preparación de nuevas obras. —Celebramos cien años del Motu proprio «Tra le sollecitudini», sobre la música sagrada, ¿Cómo influye este documento de San Pío X en las celebraciones actuales? —Los principios establecidos por el Papa en 1903 continúan vigentes y tienen aplicaciones diversas, sobre todo porque los ha asumido de nuevo el Concilio Vaticano II. El principio fundamental es que la música no debe dominar la liturgia, sino servirla. En este sentido, antes de Pío X se celebraban muchas Misas con orquesta, algunas muy célebres, que se convertían a menudo en un gran concierto durante el cual tenía lugar la Eucaristía. San Pío ofreció como modelo de música litúrgica el canto gregoriano porque servía a la liturgia sin dominarla. Tras el Concilio Vaticano II, con la introducción de la lengua del pueblo en la celebración, la música cambió y se buscaron otras melodías diferentes al gregoriano. Sin embargo, el principio de que el canto debe servir a la liturgia continúa vigente. —¿Y actualmente se respeta este principio? —También hoy, como hace cien años, existen abusos de músicas que dominan la celebración e invitan poco a rezar. En

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algunas Misas cantadas, con palmas y bailes, es difícil que la música ayude a rezar. Eso no significa que bailar sea malo: las personas deben expresarse, pero también rezar. También debe tenerse en cuenta el momento de la celebración para escoger la música. Por ejemplo, un canto muy rítmico puede ser adecuado al comienzo de una Misa, pero no en el momento de la Comunión. —¿Estos excesos han sido estudiados por el Vaticano, en los últimos meses? —Se ha divulgado que la Iglesia está preparando un documento que trataría diversas cuestiones litúrgicas y alertaría sobre ciertos abusos. Sobre lo que se ha hablado de prohibir las niñas monaguillo o de excluir las guitarras de las Misas, no creo que sea exacto. Algunas de estas posturas pueden puntualizarse. En sí mismas, no son malas. —Han surgido algunas voces que, ante los abusos, defienden la vuelta a la Misa Tridentina. ¿Qué le parece? —La Misa de San Pío V fue un gran avance en su tiempo. De hecho, el Misal actual se basa en los mismos principios que el Misal Tridentino. Hoy ha sido reformada para dar una visión no contraria sino más plena, y recoge los progresos que se han descubierto, y se conoce mejor que en el siglo XVI la Misa que la Iglesia recibió de Jesús. —Algunos movimientos y comunidades, como el Camino Neocatecumenal, poseen ciertas particularidades litúrgicas, ¿Cree que nos hallamos ante nuevos ritos o ante una forma peculiar de celebrar el rito romano? —En principio son maneras peculiares de celebrar el mismo rito romano. Estas particularidades han existido siempre: en las comunidades carmelitas, cistercienses... Es como tener un tesoro (la Eucaristía) en cajas diferentes (los diversos ritos). Podríamos citar el caso del rito Hispánico, que se celebró en toda la Península Ibérica y que, por circunstancias históricas, se refugió en Toledo; un rito que hoy puede celebrarse con permiso del obispo en todas las diócesis de España. Pero las diferencias de las comunidades del Camino o los ritos de las carmelitas y cistercienses, o de la Iglesia de Milán, son sólo pequeñas variantes del mismo rito romano.

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—¿Los abusos que pretenden corregirse se han producido porque algunas cuestiones quedaron demasiado abiertas a interpretaciones, en el Concilio Vaticano II? ¿Fue una reforma precipitada? —No, no fue una reforma precipitada, pero algunos no la asumieron correctamente. Se puede profundizar más, pero la reforma litúrgica está terminada, aunque siempre es posible avanzar. —¿Qué factores hicieron necesaria la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II? —Tal y como señala la Constitución del Concilio, la renovación litúrgica del Vaticano II era necesaria porque se habían introducido elementos en la liturgia que no respondían bien a su esencia. Por ejemplo, se proclamaba la Palabra de Dios en una lengua que se había vuelto incomprensible para el pueblo, lo cual requería un remedio. —De todos los cambios que se han producido en la liturgia desde el Concilio, ¿cuál considera más importante? —En primer lugar, que con la nueva distribución de las lecturas a lo largo del año litúrgico se ha vuelto a proclamar casi toda la Biblia. Luego, que se lean las lecturas en la lengua del pueblo; y en tercer lugar, que el altar se sitúe de cara al pueblo para que los fieles puedan ver el cuerpo y la sangre de Cristo.

Homenaje Monseñor Rodolfo Vergara Antúnez Apartes del discurso pronunciado por el Académico Luis Lira Montt, Miembro de Número del Instituto de Conmemoración Histórica, durante el acto que se realizara en noviembre pasado en honor de Monseñor Rodolfo Vergara Antúnez.

El Instituto de Conmemoración histórica junto a la Universidad Católica y a la Municipalidad de Providencia quisieron rendir un justo homenaje a la memoria del eminente eclesiástico chileno del siglo XIX, ex Rector de esta Casa de Estudios. El homenaje conjunto se materializó con la colocación de una placa conmemorativa en la calle que lleva su nombre en la comuna de Providencia.

Monseñor Rodolfo Vergara Antúnez, tercer rector de la Pontificia Universidad Católica, 1898-1914.

«El Instituto de Conmemoración Histórica de Chile, desde el año 1937, año de su fundación, ha desempeñando la honrosa misión de rescatar del olvido nombres señeros de personajes y sitios históricos de nuestra Patria, mediante la instalación de placas conmemorativas en la vía pública. «Nació monseñor Rodolfo Vergara en la ciudad de Talca el 24 de mayo de 1847, en el hogar de sus padres D. Bonifacio Vergara Cruz y Da. Dolores Antúnez Garfias. Hizo sus estudios en el Seminario de Santiago, hasta ordenarse de sacerdote en 1871, a la edad de 24 años. En el mismo establecimiento dio comienzo a su carrera docente, siendo nombrado profesor de Oratoria Sagrada y de Literatura e Historia Literaria y escribiendo textos notables sobre estas materias, uno de los cuales fue premiado por la Universidad de Chile. «Junto con el profesorado del Seminario, desempeñó los cargos de Secretario del Cabildo Metropolitano, Promotor Fiscal del Arzobispado y Canónigo de la Catedral de Santiago. Conocedor de las prendas personales y talento intelectual del presbítero Vergara Antúnez, el arzobispo Valdivieso le nombró redactor de «El Estandarte Católico» en 1878; y más tarde ocupó el cargo de director de «La Revista Católica» por nombramiento del arzobispo Casanova en 1892. Desde las columnas periodísticas defendió con claridad y firmeza la postura asumida por la Iglesia en las luchas religiosas de la época. Como señala el historiador jesuita Walter Hanisch, luchaba con su pluma contra los adversarios de la religión con el ánimo generoso de conquistarlos, atacando con energía el error, pero sin herir jamás a sus seguidores; y ello era difícil, porque los tiempos eran duros.

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Consecuencia

Consecuencia es la correspondencia lógica entre la conducta de una persona y los principios que profesa. De esta definición de la Real Academia Española se infiere que la consecuencia tiene que ver más con la lógica que con la ética. Si los principios profesados son contrarios a la verdad y a la dignidad humana, las conductas obradas en consecuencia con ellos merecerán una aprobación lógica y un reproche ético. La ideología marxista-leninista siempre profesó el odio a Dios y a las religiones, en particular la cristiana. Sustentó la necesidad ineluctable de la lucha de clases, la revolución violenta como partera de la historia, la validez de todo método de destrucción del enemigo, siempre que se revele eficaz. En lógica consecuencia con tales principios, el sistema de poder marxista-leninista propició la eliminación violenta de más de cien millones de personas, persiguió con saña toda manifestación religiosa, enajenó dictatorialmente todos los derechos y libertades de los ciudadanos en favor de una cúpula del Partido Comunista, encarceló y asesinó a sus disidentes y durante medio siglo alimentó un estado de terror mundial, por su posesión de armas nucleares y por su agresivo expansionismo bélico, político y cultural. El saldo de esta principiología y de su consecuente praxis está marcado por la inconsecuencia: ninguna de sus profecías y promesas se cumplió. Lógica consecuencia de una incongruencia ética: el sistema descansaba en una brutal negación de la verdad de la persona humana. Sus raíces y presupuestos se remontaban al padre de la mentira, según explícita enseñanza desde Pío XI hasta Juan Pablo II. Todo líder comunista debía ser lógicamente consecuente con esta inconsecuencia ética. Su pertenencia al Partido, en cualquier nivel, le exigía actuar en conformidad a este padrón único de pensamiento y lenguaje. Si lo hacían por convicción, por ignorancia, por inercia o por temor, eso lo sabe cada uno de ellos y lo juzga el Dios en quien decían no creer y de quien fueron y serán siempre hijos. La Etica conoce esa figura de «conciencia errónea», objetivamente equivocada pero subjetivamente cierta de estar haciendo lo debido. Ya Jesucristo advirtió a sus discípulos que llegaría la hora en que quienes los asesinaran creerían dar con ello culto a Dios. El mismo, agónico en la cruz, disculpó a sus verdugos aduciendo: «No saben lo que hacen». Pero esa ignorancia o error sobre la verdad objetiva, excusables o no, no pueden dejar al resto de la sociedad cazado en la trampa de respetar la conciencia subjetivamente errónea, aunque cause injusto daño a los demás. Un fanático seudorreligioso que en lógica consecuencia con sus convicciones secuestra y estrella aviones y siembra bombas en una estación de ferrocarril puede que esté subjetivamente cierto de hacer lo correcto, pero la sociedad por él amenazada y dañada tiene el derecho y deber de formularle un tajante reproche ético por su «consecuencia» letal. Yo no alabaré la consecuencia genocida del Faraón que ordenaba matar a los recién nacidos hebreos, ni la de Herodes asesino de menores de dos años en Belén, ni la de Hitler y Stalin con su ideologizado furor exterminador. Sí alabo la consecuencia de Jesucristo, quien nos manda amar a amigos y enemigos y en especial orar por quienes, ya difuntos, necesitan nuestro apoyo intercesor. P. Raúl Hasbun (Diario Financiero. 11-marzo-2005)

«El 11 de enero de 1896 el arzobispo Mariano Casanova nombró a D. Rodolfo Vergara en el alto cargo de Rector del Seminario de Santiago. Al llegar al rectorado contaba con una amplia experiencia sacerdotal y docente. Había consagrado su tiempo y esfuerzo a formar espiritual y literariamente a los alumnos. Desde la Congregación Mariana promovía el amor a la Santísima Virgen en el corazón de los niños, y en sus clases y academias la proponía como ideal de toda belleza y de toda bondad.

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«Pero al cabo de dos años, el mismo prelado lo llamó a ocupar la Rectoría de la Pontificia Universidad Católica de Chile por nombramiento de 17 de marzo de 1898. Fecunda fue su labor en este cargo, que ejerció durante 16 años. Recibió la Universidad con solo una Facultad (Derecho) y cien alumnos. La dotó de dos edificios, de dos nuevas facultades (Bellas Artes y Agronomía) y cursos de matemáticas, arquitectura, química industrial y electricidad. En su rectorado alcanzó a tener 800 alumnos y 60 profesores. Se señala su período como el de


consolidación y progresivo desarrollo de la Universidad Católica en los comienzos del siglo XX. «Como historiador de la Iglesia Chilena, Vergara Antúnez publicó las biografías de monseñor Rafael Valentín Valdivieso, arzobispo de Santiago, y de monseñor Joaquín Larraín Gandarillas, ambos figuras emblemáticas del clero nacional, decimonónico. En el campo de lo que podría llamarse literatura devota, fue autor de diversas obras, tales como Manual del Sagrado Corazón de Jesús, Oficio en honor de la Inmaculada Concepción, Manual de las Ánimas del Purgatorio y otras de igual género. Pero, por sobre todo, el libro que le dio mayor celebridad fue El Mes de María, universalmente recitado en Chile, cuyas oraciones no hay católico que no las sepa de memoria y que son un ejemplo de bella literatura y de cristiana piedad. «Monseñor Rodolfo Vergara Antúnez falleció en Santiago el 15 de septiembre de 1914, siendo rector de la Universidad Católica».

Beatificación Charles de Foucauld

J uan Pablo II debería beatificar el próximo 15 de mayo a Charles de Foucauld (1858-1916), el gran explorador francés y testigo del Evangelio entre los tuaregs del Sahara, según ha revelado el obispo de Urgel y co-príncipe de Andorra, monseñor Joan Enric Vives. En declaraciones concedidas a la agencia Veritas, el prelado ha explicado que en la misma celebración serán elevados a los altares el padre Josep Tàpies y otros seis sacerdotes de la diócesis de Urgel fusilados durante la persecución religiosa que tuvo lugar en España de 1936 a 1939. Junto a ellos, tres religiosas serán beatificadas en la Plaza de San Pedro del Vaticano: la fundadora de las Hermanas de la Santa Faz, María Pía Mastena; la cofundadora y primera superiora general de las Hermanas Misioneras Dominicas del Rosario, Ascensión del Corazón de Jesús; y la religiosa de las Hermanas de la Orden Terciaria de San Francisco, María Ana Barbara Cope. Nacido en Estrasburgo (Francia) el 15 de septiembre de 1858, Charles de Foucauld, emprendió en 1883 una afortunada expedición en el desierto de Marruecos que le valió la medalla de oro de la Sociedad de Geografía. Su conversión religiosa se produjo en 1886 y tiene como consecuencia la peregrinación a Tierra Santa realizada en 1888. Tras la experiencia como trapense en Siria y como eremita en Nazaret, en 1901 fue ordenado sacerdote. Estudió el árabe y el hebreo.

Charles de Foucauld (1858-1916)

«Vivió en la pobreza, en la contemplación, en la humildad, testimoniando fraternalmente el amor de Dios entre los cristianos, los judíos y los musulmanes», recordó ante Juan Pablo II durante la ceremonia de promulgación del decreto de reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. «Para imitar la vida oculta de Jesús en Nazaret, se fue a vivir en el corazón del desierto del Sahara, en Tamanrasset» (Hoggar), añadió el purpurado portugués el 20 de diciembre pasado. Los bereberes le llamaban «marabut». Escribió varios libros sobre los tuaregs, en particular una gramática y un diccionario francés-tuareg, tuareg-francés. Surgió en torno a él la comunidad de los Hermanitos de Jesús, empeñados en la evangelización de los tuaregs del Sahara. El 1 de diciembre de 1916, a la edad de 58 años, Charles de Foucauld muere por un disparo de fusil en medio de una escaramuza entre los bereberes de Hoggar. Diez congregaciones religiosas y ocho asociaciones de vida espiritual han surgido de su testimonio y carisma. Entre ellos, se encuentran las Hermanitas del Sagrado Corazón, las Hermanitas de Jesús, las Hermanitas del Evangelio, las Hermanitas de Nazaret, los Hermanitos de Jesús, los Hermanitos del Evangelio; así como la Fraternidad Jesús Caritas, o la Fraternidad Charles de Foucauld.

Nuevo arzobispo de París Monseñor Vingt-Trois, conocido especialista en temas éticos y familiares

Juan Pablo II aceptó la renuncia al gobierno pastoral de la Arquidiócesis de París del cardenal Jean-Marie Lustiger por razones de edad y nombró como sucesor a monseñor André Vingt-Trois, hasta ahora arzobispo de Tours.

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Legionarios de Cristo Fundador cumplió 60 años de sacerdocio y nombran nuevo Director General

Los Legionarios de Cristo celebraron los 60 años de sacerdocio

Monseñor André Vingt-Trois

Monseñor Vingt-Trois, nacido hace 62 años en París, es conocido en Francia como experto en teología moral (tema en el que se licenció en el Instituto Católico de París), particularmente en temas que se refieren al respeto de la vida y a la familia. Es presidente de la Comisión de la Familia de la Conferencia Episcopal Francesa (desde 1998) y miembro del Consejo Pontificio para la Familia. Trabajó muy de cerca junto al cardenal Lustiger, en particular de 1988 a 1999, cuando era obispo auxiliar de la capital francesa. Desde 1999 es arzobispo de Tours. A los temas familiares ha dedicado buena parte de sus numerosos libros, en concreto el primero, «La cohabitación juvenil» («La cohabitation juvénile», 1978, Le Chalet), y el último «La familia, 15 preguntas a la Iglesia» («La famille, 15 questions à l’Eglise», 2003, Plon Mame). El cardenal Lustiger, nacido hace 78 años en el seno en una familia judía de origen polaco (su madre murió en Auschwitz), se bautizó a los catorce años. Entre otras cosas, su ministerio se ha caracterizado por la promoción del diálogo con los judíos. Fue nombrado arzobispo de París por Juan Pablo II en 1981, después de haber sido obispo de Orleáns, y creado cardenal en 1983. En la guía de París, Lustiger se caracterizó por su gran carisma personal --ha sido para los medios de comunicación el «rostro» de la Iglesia católica en estas décadas--. Ha fundado además «Radio Notre-Dame» y el canal de televisión católico «KTO». Ha potenciado asimismo la «Ecole Cathédrale» (Escuela Catedral) para la formación teológica según el magisterio tanto del clero como en particular de laicos. La arquidiócesis de París, erigida en el siglo III, cuenta con 2.116.000 habitantes, de los cuales el 60 por ciento son católicos. Son atendidos por 1.339 sacerdotes (576 diocesanos y 763 religiosos). Cuenta, además con 951 diáconos permanentes, 340 religiosos no sacerdotes, 2.486 religiosas, y 126 parroquias.

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de su fundador, el padre Marcial Maciel. En este contexto, 59 diáconos Legionarios de Cristo recibieron la ordenación sacerdotal. El Papa recibió, en el Aula Pablo VI, a 4.000 sacerdotes y seminaristas Legionarios de Cristo y miembros del movimiento Regnum Christi, también fundado por el padre Maciel. El Papa ha confiado a los Legionarios la dirección del Instituto Pontificio Centro Notre Dame, en Jerusalén. La Santa Sede acaba de promulgar el Decreto de aprobación definitiva oficial de los Estatutos del movimiento Regnum Christi, «instrumento específico de apostolado de la Legión de Cristo, a la que está unido de modo indivisible. Su finalidad es la …….. universitarios y 158 colegios, y coordina la labor de 340.000 voluntarios activos en misiones y en tareas sociales. El Papa, en un mensaje al padre Maciel, le ha dado las gracias por su excepcional servicio a la Iglesia. Asimismo, el Santo Padre envió también un saludo al padre Álvaro Corcuera, recién elegido director general de la Congregación de los Legionarios de Cristo y del Movimiento «Regnum Christi». «Os encontráis -escribe el Santo Padre- en un momento histórico para la vida del Instituto, en el que se abre una nueva fase. Habéis tenido la dicha de caminar durante 64 años bajo la guía de vuestro fundador. Así habéis crecido y os habéis desarrollado hasta alcanzar la madurez. Ahora habréis de continuar el camino guiados por el nuevo director general, aunque no falten la compañía, el afecto paterno y la experiencia del padre Maciel, que ha renunciado a un nuevo período de gobierno. Esto os compromete a custodiar, vivir y transmitir fielmente los dones que por medio de él habéis recibido del Señor». Juan Pablo II subraya que ahora deben «desarrollar la obra inspirada al fundador, que trata de distinguirse por la entrega al servicio a la Iglesia y la formación de la juventud en sólidos principios cristianos y humanos que, basados en la libertad y responsabilidad personal, contribuyan a su madurez espiritual, social y cultural, en fidelidad al Magisterio y en plena comunión con el Papa». Al final, el Papa anima a «seguir irradiando espiritualidad y dinamismo apostólico, rico en la diversidad de sus obras y abierto siempre a nuevas expresiones, según las necesidades más apremiantes de la Iglesia en los diversos tiempos y lugares. Fieles al carisma del Instituto y unidos firmemente a la Roca de Pedro, vuestra aportación a la misión evangelizadora de la Iglesia será realmente fecunda».


internet en

ha presentado, en la sede del Parlamento Europeo un libro en el que se muestra la aportación de san Benito (480-547) y de los benedictinos al humanismo europeo. La presentación del volumen cuyo título es «Saint Benedict the first European»), («San Benito, el primer europeo»), escrito por la investigadora polaca Ludmilla Grygiel, fue realizada por iniciativa de la Fundación de Subiaco «Vida y Familia» con motivo del 140 aniversario de la proclamación de san Benito como patrono de Europa. Durante la presentación, la señora Grygiel recordó que «la época posterior a la antigüedad en la que vivió san Benito, tiene muchos rasgos parecidos a los de la postmodernidad». «La actual crisis europea –explicó– no se debe tanto a las dificultades económicas o divergencias políticas, cuanto a la crisis de identidad de los europeos, causada por el olvido de la propia proveniencia cultural, y el rechazo de la propia genealogía». Según la escritora, «san Benito nos lleva a una esfera que precede a la política y la trasciende, es decir, a la cultura; nos recuerda la primordial unidad cultural de Europa». «Con amorosa solicitud, se preocupaba del desarrollo integral del hombre con el pleno respeto de su dignidad y de sus derechos divinos», subrayó en el acto de presentación, determinando de este modo «el carácter peculiar de la cultura europea, cuyo centro será la persona humana». La escritora polaca precisó que, gracias a san Benito, empezó a afirmarse el fenómeno típico del cristianismo occidental, la separación entre trono y altar. Al mismo tiempo, el fundador del monaquismo europeo inspiró la formulación de la política como servicio al bien de cada persona y del bien común. Por esto, «la cristianización de Europa coincide con el proceso de humanización de la política y de la legislación que se nutren de los fundamentales valores cristianos». «Junto a la nueva evangelización se debería dar curso a la nueva europeización de Europa, inspirada en lo que era al inicio», concluyó Ludmila Grygiel.

direcciones

En pleno debate sobre el concepto de laicidad en Europa, se

nuevas

Europeizar Europa La actualidad de san Benito recogida en un libro

Nueva Revista

Publicación bimestral española con contenidos de actualidad política, cultural y artística, dedicada a ofrecer un espacio de análisis de la sociedad contemporánea, tanto en el orden nacional como en el internacional. www.nuevarevista.net

V Encuentro mundial de las familias

El Arzobispado de Valencia ha presentado la página web oficial del V Encuentro Mundial de las Familias, que se celebrará en esta ciudad en el año 2006. Contiene un recorrido sobre los Encuentros celebrados en el pasado, Mensajes del Papa, documentos relacionados con la familia y un servicio interactivo en el que aquellos que lo deseen pueden escribir su testimonio relacionado con la vida familiar: www.wmf2006.org

Santo Tomás En CD-Rom, Summa Teológica del Aquinate

Recientemente salió al mercado en formato digital la edición de la Summa Teológica de Santo Tomás, preparada por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC) y las Provincias Dominicanas españolas, según informa IVICON. La base de la nueva edición digital son los cinco tomos de la obra del doctor Angélico publicados por la BAC, que ya están disponibles también en una versión en Internet www.dominicos.org/biblioteca/summa/ Para la edición digital, el profesor Ángel Martínez Casado ha revisado y corregido el texto de la edición impresa «introduciendo correcciones que lo mejoran notablemente». El CD-Rom presenta un índice sobre el que se puede pulsar para seleccionar el apartado deseado y permite realizar búsquedas rápidas de términos o conceptos que aparecen a lo largo de la Summa. Se han incluido, además, introducciones, notas, comentarios e índices realizados por un grupo de teólogos dominicos.

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DON LUIGI GIUSSANI:

EN LA PARTIDA DE UN PADRE

A las 3:10 hrs. del 22 de febrero recién pasado, fiesta de la Cátedra de San Pedro, muere a la edad de 82 años, en su habitación de Milán, don Luigi Giussani, padre, como acertadamente lo definieron en esta ocasión muchos órganos de prensa, del movimiento Comunión y Liberación. En el funeral presidido en el Duomo de Milán por el Cardenal Dionigi Tettamanzi, y concelebrado por el Cardenal Ratzinger, presente por expresa voluntad del Papa para representarlo y pronunciar la homilía, participaron, junto a parte del pueblo nacido de él, llegado de todo el mundo, y a tanta gente común, las máximas autoridades del Estado Italiano y personalidades del mundo cultural, empresarial y político. Además, si se considera la amplia cobertura que tuvo este acontecimiento en la prensa, se puede decir, como lo afirmó un diario, que era un personaje público. Sin embargo, en su caso el término «público» cobra un significado especial: nos atrevemos a decir que cobra su significado auténtico. De hecho don Giussani recién durante los últimos diez años en cuatro oportunidades recibió premios y reconocimientos públicos. Sólo el año pasado en el contexto de las celebraciones del 50 aniversario del movimiento, la RAI transmitió unos minutos de entrevista a él, dentro de una descripción de la historia del movimiento. En dos oportunidades le pidió un editorial de comentario en el telediario al atentado de Nassiriya el 18 de noviembre de 2003 y para la Navidad de 2004. Entonces, ¿en qué sentido público? Lo dice bien un pasaje de la homilía del Cardenal Ratzinger: «Don Giussani no quería realmente vivir para sí mismo, sino que dio la vida y, justamente por eso, encontró la vida no sólo para sí, sino para muchos otros... distribuyó toda la riqueza de su corazón, distribuyó la riqueza divina del Evangelio, de la que estaba penetrado, y así, sirviendo, dando la vida, esta vida suya... ha llegado a ser realmente padre de muchos y, precisamente por haber guiado a las personas no hacia sí mismo, sino hacia Cristo, ha conquistado los corazones, ha ayudado a mejorar el mundo, a abrir las puertas del mundo para el cielo». Es un hecho que se impone a la evidencia: también muchos que no lo tuvieron propiamente como padre, reconocen haber sido interpelados y ayudados por su presencia. Es el mismo Ratzinger que nos recuerda el origen de todo esto: «Creció en una casa –como él mismo dijo– pobre de pan, pero rica de música, y así desde el inicio fue tocado, es más, herido por el deseo de la belleza; no se contentaba con una belleza cualquiera, una belleza banal: buscaba la belleza misma, la Belleza infinita; y de este modo encontró a Cristo, y en Cristo la verdadera belleza, el camino de la vida, la verdadera alegría». Es su humanidad, permanentemente herida por el deseo de la belleza y permanentemente apaciguada en la familiaridad con Cristo, que ha constituido el dinamismo de su experiencia personal, de su fecunda paternidad y pedagogía, y de su incidencia en la realidad: de su paso por la historia de los hombres. De hecho, al inicio de los años ’50, al quedar impactado por la constatación de que ya los adolescentes (a algunos de ellos los había encontrado durante un viaje en tren) no eran cristianos sólo por no tener idea de lo que puede significar Cristo para la vida de un hombre, pidió y obtuvo de sus superiores poder abandonar la carrera académica como teólogo, para dedicarse a la enseñanza de religión en un liceo estatal de Milán.

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Y de allí empezó todo, mejor, empezó a acontecer todo. En efecto, como él mismo dijo al Papa en distintas oportunidades: «Yo no quise fundar nada». «Para mí la gracia de Jesús... se ha convertido en una experiencia de fe por la cual... he visto cómo se formaba un pueblo en nombre de Cristo». La primera vez que subió los tres escalones que le introducían al liceo, un solo deseo lo animaba: «poder comunicar a esos jóvenes a Cristo, a quien yo había reconocido como el sentido de mi vida». Y cuando después de un tiempo relativamente breve, unos tres muchachos empezaron a tomarle en serio: «Entendí que pertenecía a esos tres, mejor a la unidad con ellos». Eso es, empezó a seguir la presencia de Cristo que acontecía gratuitamente entre ellos cuatro. Con el mismo método, siguien- «Es el mismo Ratzinger que nos recuerda el origen de do lo que sucesivamente acontecía, se encontró todo esto: ‘Creció en una casa –como él mismo dijo– pobre de pan, pero rica de música, y así desde el inicio padre de un pueblo que ahora está presente en fue tocado, es más, herido por el deseo de la belleza; no se contentaba con una belleza cualquiera, una belleza 70 países de los cinco continentes. Y lo que ha acontecido siempre a lo largo de estos banal: buscaba la belleza misma, la Belleza infinita; y de este modo encontró a Cristo, y en Cristo la verdadera 50 años es que, en contacto con su experiencia belleza, el camino de la vida, la verdadera alegría’». de fe, hemos aprendido qué es el cristianismo. Así lo resumió, durante el funeral Julián Carrón, sacerdote madrileño a quien don Giussani indicó como guía del movimiento: «En el contacto con su experiencia de fe hemos visto suceder con asombro algo inimaginable, si bien secretamente deseado. La misma vibración humana que recorre el Evangelio la hemos sorprendido también en nosotros. Nos hemos visto obligados a rendirnos a una novedad que nadie podía imaginar antes y, como los discípulos, tantas veces hemos exclamado: ‘¡Nunca habíamos visto nada igual!’ (Mc 2,12). Así hemos aprendido de la experiencia qué es el cristianismo: un acontecimiento. El acontecimiento de un encuentro que proporciona plenitud a lo humano, densidad al tiempo e intensidad a las relaciones, una capacidad de iniciativa y de construcción desconocidas en otro lugar. Sí, es cierto: hemos encontrado a Jesús, y hemos tenido y tenemos la experiencia del ciento por uno aquí. Precisamente por ello don Giussani ha querido siempre apostarlo todo sobre nuestra libertad». Ahora de nuevo la apuesta es sobre la libertad: «seguir o traicionar lo que ha despertado en nosotros». Por eso sencillamente pedimos, por intercesión de la Virgen, «de esperanza fuente vivaz», que su fe, esperanza y caridad se vuelvan cada vez más nuestras. PBRO. ANTONIO GIACONA

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ANTONIO MILLÁN PUELLES: DESPEDIDA A UN MAESTRO

Al cierre ya de esta edición de Humanitas llegó a nuestra redacción la triste noticia que nos comunicaba el fallecimiento de ese gran maestro y amigo que fue don Antonio Millán Puelles. Apreciado como una de las figuras importantes que tuvo la filosofía española de la segunda mitad del siglo XX, aún resuenan los ecos del magnífico homenaje que le rindiera la Universidad Complutense de Madrid en el 2001 para conmemorar sus 80 años de edad y los cincuenta desde que obtuviera allí –joven de 30 años– la cátedra de Metafísica. En las tres décadas a través de las cuales desarrolló su magisterio, creó un verdadero discipulato que trascendió con creces las fronteras de España. Muchos hispanoamericanos, entre los cuales varios chilenos –que antes leyeron Antonio Millán Puelles. su célebre «Fundamentos de Filosofía», tan divulgado en aulas universitarias de todo el mundo de habla hispana – tuvieron el privilegio de gozar con de la luz que irradiaba esa magnífica cátedra suya. Respondiendo seguramente a este afecto fue que aceptó visitar nuestro país cuando ya su salud había sufrido algunos quebrantos. Hace justamente un año, revista Humanitas abría las páginas de su edición con una actualísima reflexión de Antonio Millán Puelles sobre el positivismo jurídico (Cfr. Humanitas 34, «Positivismo jurídico y dignidad humana», puede también verse en www.humanitas.cl) . No fue la única, pues nos honró con su participación como miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de Humanitas desde su fundación, en enero de 1996, y siempre expresó su afecto e interés por el desarrollo de esta publicación y por su difusión en España. Para quien escribe estas líneas la muerte de Antonio Millán Puelles significa la pérdida de un maestro y un amigo, en torno al cual se agolpan infinitud de recuerdos. Su magisterio, su conversación íntima, su gracia expresiva que hacían de él un expositor de elegancia única, refuerzan sin duda muy fuertemente su memoria. Nacido en 1921 en el seno de una familia gaditana de tradición profesional médica, don Antonio descubrió muy joven su vocación por la filosofía abriendo una línea de excepción en esa dinastía científico humanista en que lo colocara la Providencia. Primero el hallazgo de Husserl, en quien encontró un hondo amor a la verdad y la respuesta al relativismo ya presente en la cultura de su juventud, y luego el de Santo Tomás de Aquino, dieron base a los cimientos de su filosofía. Largo sería recorrer el amplio abaníco de temas abordado por las más de veinte obras que publicara. Vale sí subrayar, por su gran actualidad, que las últimas entre estas se centraron en cuestiones que giran en

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torno a temas relacionados con la libertad y la verdad. Así por ejemplo El valor de la libertad –una “obra antirretórica” decía de ella... por su clara “incorrección política”- o La libre afirmación de nuestro ser, donde demuestra que la conducta moral correcta nace de una libre afirmación de nuestro propio ser, es decir, del vivere secundum rationem de San Agustín y Santo Tomás “e incluso del propio Kant a su modo”. A propósito de la publicación de su obra El interés por la verdad recuerdo, por ejemplo, estas consideraciones tan característica suyas: “Lo que yo llamo interés por la verdad se mueve en una dirección completamente distinta, deliberada y polémicamente opuesta a la concepción de la verdad como algo consensuado o consensual. Yo quisiera dejar claro que me parece que en la medida en que los seres humanos puedan consensuar sin dimitir de principios básicos y venerables, ¿por que no buscar el consenso? Creo que efectivamente el diálogo puede ser fecundo; pero niego que la verdad se reduzca a la coincidencia por consenso a través de un diálogo. Lo que yo llamo el interés por la verdad es interés por lo que las cosas son, independientemente de que coincidamos o no coincidamos en el aprecio de ellas. Es decir, yo me muevo en un interés por la verdad, que entiende por verdad lo que esta palabra significa en su concepción aristotélica”. Esperando en una próxima edición poder rendir a su persona y su obra un homenaje merecido, encomendamos su alma a la misericordia de ese Dios, Jesucristo, su Señor, a quien amó y buscó servir con perseverancia hasta el fin de sus fuerzas. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE

El sentido del sufrimiento Humanitas en la Semana Santa de España

En su número del Jueves Santo recién pasado (24.III.05), el conocido semanario español Alfa y Omega que circula con el diario ABC en toda España, publica como artículo central y de portada, con el título «El sufrimiento redentor», el texto de nuestro ilustre colaborador, el filósofo alemán Robert Spaeman, aparecido en HUMANITAS 37, de enero pasado. Astrología, sectas... Síntomas de la debilidad de la fe de los cristianos

José Luis Vázquez Borau, estudioso de religiones, considera que el cristiano debe centrarse en Jesucristo y no hacer caso a supersticiones o astrología. Vázquez Borau, autor del nuevo libro Los Nuevos Movimientos Religiosos. Nueva Era, ocultismo, satanismo (Editorial San Pablo), subraya, que «Los Nuevos Movimientos Religiosos conectan con la posmodernidad que da mucho valor a la sensibilidad, lo que puede contribuir a que también nosotros valoremos más la vía de la experiencia».

Este especialista es doctor en filosofía y licenciado en teología moral, y lleva veinte años dedicado especialmente al estudio y a la docencia del fenómeno religioso. —Hay un resurgir un tanto caótico de la religión: espiritualismos, esoterismos... ¿este fenómeno va a más? —Es difícil predecir si este fenómeno va a ir a más. Lo que sí se puede afirmar es que en la medida en que el ser humano quiera negar, tapar o disimular, como si no existiera, el «sentimiento religioso que lleva innato», éste buscará mil formas de hacerse presente y de manifestarse. Un ejemplo reciente lo tenemos con los bautismos civiles. El ser humano lleva impreso en él una presencia divina que podemos decir incluso que no existe, pero no por eso va a dejar de existir y manifestarse. Por eso son necesarias tres cosas: comunidades cristianas que den un testimonio gozoso de la fe y al mismo tiempo estén comprometidas con los problemas de las vidas de las personas, especialmente los más pobres; testigos del Absoluto; y una formación religiosa adecuada, sin la cual cualquier líder carismático sectario, en el sentido peyorativo de la palabra, se adueñará de la conciencia desinformada de las personas.

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—Si se conociera mejor el cristianismo, ¿habría menos nuevos movimientos religiosos? —En este libro Los Nuevos Movimientos Religiosos (Nueva Era, Ocultismo y Satanismo) he intentado ampliar nuestra mirada para darnos cuenta de que todas las religiones, a lo largo de los tiempos, han tenido seguidores que han deformado la religión que postulaban en su beneficio propio, pues en el fondo de toda manipulación religiosa hay una búsqueda de dinero y poder. Así, después de analizar la Nueva Era como respuesta a la crisis generalizada de la religión institucional y a la obsesión por todo lo oriental como caminos de sabiduría, se indican algunos de los distintos grupos que surgen de distintas matrices, como la africano-animista, la hinduista, la budista, la confucianista, la judaica, la cristiana, la islámica, la cientificista, ocultista o la satanista. Ciertamente, si se conociese a Jesús, Camino, Verdad y Vida estaríamos hablando de otra cosa. —Los Nuevos Movimientos Religiosos surgen dentro de las tradiciones religiosas: ¿en qué modo interpela a las religiones este hecho? —Los Nuevos Movimientos Religiosos conectan con la posmodernidad que da mucho valor a la sensibilidad, lo que puede contribuir a que también nosotros valoremos más la vía de la experiencia y del sentimiento en el acceso a Dios. No hay fe sin una experiencia inicial que llamamos conversión y sin esa experiencia cotidiana que llamamos oración. Es muy importante revalorizar la experiencia religiosa. Véase, por ejemplo el movimiento producido especialmente entre los jóvenes por la comunidad ecuménica de Taizé. El peligro está en renunciar a la crítica y dejarse llevar por el sentimiento. —El horóscopo, la reencarnación o la pansexualidad son prácticas «netamente anticristianas», según usted. Y sin embargo tienen seguidores. ¿Cómo se tiene que abordar este tema para que los cristianos lo comprendan? —Centrándonos más en Dios y viviendo como hijos que confían en su Padre, sabedores que de él no puede venir nada malo y si nos toca pasar por momentos oscuros, saber que todo es para nuestro bien aunque no lo podamos entender hoy, pero sí un día. Si acudimos a la astrología para saber de nuestro futuro, ¿dónde está nuestra fe? No debemos preocuparnos por el mañana. Debemos vivir en el presente de Dios con un alma de niño. Nuestro destino se juega en el aquí y el ahora amando y dando la vida por los demás. La reencarnación diluye la responsabilidad humana y el sexo no es un absoluto.

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Cardenal Jorge Arturo Medina Estévez.

Cardenal Jorge Medina Estévez Nuevo cardenal protodiácono

En febrero pasado, Juan Pablo II confirmó como nuevo cardenal protodiácono –el primero o más antiguo de los cardenales diáconos– al cardenal chileno Jorge Arturo Medina Estévez. Así lo expresó en la carta que, con ocasión del consistorio para algunas causas de canonización, envió al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado. Juan Pablo II incluyó al final la confirmación de la asignación del título presbiteral a los cardenales Luigi Poggi, Carlo Furno y Gilberto Augustoni. Y añadió: «Confirmo finalmente al nuevo cardenal protodiácono en la persona del señor cardenal Jorge Arturo Medina Estévez». Los tres purpurados citados en primer lugar formaban parte, por ese orden --de mayor a menor antigüedad--, del orden de los cardenales diáconos. Y a ellos les seguía el cardenal Medina Estévez. Al haber asignado título presbiteral a los tres purpurados, es confirmado como el primero de los cardenales diáconos el cardenal Medina Estévez en lugar del cardenal Poggi, de 87 años. El cardenal protodiácono, entre sus funciones, «anuncia al pueblo el nombre del nuevo Sumo Pontífice elegido», prescribe el Código de Derecho Canónico (CDC c.356.2) En el consistorio para la creación de los nuevos cardenales, el Papa lee la fórmula de creación y proclama los nombres de los nuevos cardenales. A cada cardenal el Papa asigna una iglesia de Roma («Título» o «Diaconía») como signo de su participación en el cuidado pastoral del Papa por la ciudad. Siguiendo la tradición de incardinación en la diócesis de Roma el Colegio Cardenalicio está estructurado en tres órdenes: el episcopal, el presbiteral y el diaconal. La adscripción de los cardenales a un orden la hace el Santo Padre. Los cardenales procedentes de diócesis del mundo son adscritos al orden presbiteral, y reciben un título o iglesia de la ciudad de Roma


Aquellos nombrados en la Curia Romana son adscritos al orden diaconal. A los cardenales del orden episcopal se les asigna una de las iglesias suburbicarias o diócesis sufragáneas de Roma. Al producirse la vacante en la sede petrina, los cardenales que no hayan cumplido 80 años --incluido el mismo día de la vacante-- se reúnen en cónclave para proceder a la elección del nuevo Papa. Este procedimiento se regula en la Constitución Apostólica «Universi Dominici Gregis» (UDG) de 22 de febrero de 1996, de Juan Pablo II. Celebrado el cónclave, el cardenal más antiguo del orden de los diáconos, o cardenal protodiácono, «anuncia al pueblo, que está esperando, la elección y el nombre del nuevo Pontífice» (UDG n. 89) con las célebres palabras en latín: «Annuntio vobis gaudium magnum, habemus Papam, Emminentissimum ac Reverendissimum Dominum NN, qui sibi nomen imposuit NN».

Médicos católicos IV Congreso Latinoamericano se realiza en Chile

En Santiago de Chile los días 29 y 30 de abril de 2005, en el Instituto Pedro de Córdoba, se llevará a efecto el IV Congreso Latinoamericano de Médicos Católicos El Congreso Latinoamericano se reúne cada 4 años y es primera vez que se hace en Chile. En esta oportunidad los organizadores pretenden dar fuerza a la Evangelización del mundo sanitario regional e inspirados en los principios de la doctrina católica y firme adhesión al Magisterio de la Iglesia. Para este efecto, el Congreso facilita el intercambio de experiencias y la puesta al día para los profesionales de la salud en conocimientos tanto en el ámbito científico como en el de los retos éticos que conlleva la investigación y la práctica de la medicina de hoy, mediante sesiones académicas, conferencias, sesiones de trabajo y simposios paralelos, en los que se invita a participar, de acuerdo al temario que se agrupa bajo el título de «Nacer, Vivir y Morir con Dignidad ». Las conferencias se ordenarán de acuerdo a: «antes de nacer», «al nacimiento», «en la infancia», «en la adolescencia», «en la vida adulta» y «en la ancianidad». Han confirmado su asistencia S.E.R. Cardenal Arzobispo de Santiago y Presidente del C.E.L.A.M. Monseñor Francisco Javier Errázuriz; S.E.R. Cardenal Javier Lozano Barragán, Presidente del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud; S.E.R. Monseñor Aldo Cavalli, Nuncio Apostólico de Su Santidad; el Dr. Juan de Dios Vial, de la Academia Pontificia para la Vida; el Dr. Gian Luigi Gigli, Presidente de FIAMC (Federación Internacional de

Asociaciones Médicas Católicas), y otros distinguidos profesionales del Continente. El Congreso lo organiza la Federación Latinoamericana y la entidad responsable en Chile es la Academia de Medicina San Lucas, Corporación de Médicos Católicos de Chile, que trabaja junto a la Vicaría Pastoral de la Salud y a los Voluntarios de hospitales en actividades sociales y académicas, orientadas al estudio y divulgación de las directrices en materia de salud del Magisterio de la Iglesia.

Real Academia de la Lengua Critica el uso del término «matrimonio» para designar uniones gay

«Matrimonio (del latín matrimonium). 1. Unión de hombre y mujer concertada mediante determinados ritos o formalidades legales. 2. En el catolicismo, sacramento por el cual el hombre y la mujer se ligan perpetuamente con arreglo a las prescripciones de la Iglesia». En sus dos primeras acepciones, así define el Diccionario de la Real Academia Española el término matrimonio. Y conforme a esa expresión, el pasado 20 de enero, la RAE, espontáneamente, decidió debatir sobre el hecho de que se aplique la palabra matrimonio para designar las uniones entre personas del mismo sexo. Según confirmaron a ABC fuentes de absoluta solvencia muy próximas al debate, «la Academia no toma posición sobre la disposición legal; únicamente toma posición en relación a una cuestión léxica, que sí le compete» y que consiste en el uso de la palabra matrimonio para designar las uniones de personas del mismo sexo. En este sentido, la Real Academia considera inadecuado la utilización del vocablo matrimonio para referirse a las uniones entre homosexuales. Y entiende que la palabra no se puede aplicar por «su propia esencia etimológica», matizan. El debate se prolongó durante quince minutos y «todo el mundo estuvo de acuerdo», según las citadas fuentes consultadas por ABC. La Real Academia acordó enviar su informe-propuesta interna al Gobierno. «El sentido de la palabra no se puede modificar si el uso no lo aconseja. El término matrimonio es inadecuado desde el punto de vista léxico para designar las uniones entre homosexuales», añaden las mencionadas fuentes. Otras voces argumentan que «el término matrimonio está perfectamente definido en el Diccionario y la función del Gobierno no puede consistir en alterar la lengua. Designar con la palabra matrimonio las uniones entre personas del mismo sexo es una impropiedad lingüística. Y en la propiedad lingüística no puede entrar el Gobierno»

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«YO SÉ QUE EL CAMBIO ES POSIBLE» A continuación se transcribe la experiencia de un psicólogo terapeuta que relata el camino recorrido desde su vida como homosexual hasta haberse reencontrado con su heterosexualidad. Richard Cohen es Licenciado en Psicología terapéutica por la Universidad de Antioch y la Universidad de Boston. Hoy se dedica a ayudar a las personas con actividad homosexual que desean explorar las causas personales de su orientación sexual. Para quienes quieran tener un conocimiento más profundo aconsejamos las siguientes páginas web: www.narth.com; www.freetoberne.com; www.peoplecanchange.com. En la última de ellas se recogen testimonios de ex homosexuales, importante para comprobar que hay mucha gente que se ha encontrado con su heterosexualidad.

Las atracciones hacia las personas del mismo sexo son siempre el resultado de dos cosas: heridas que permanecen sin sanar desde la infancia; y necesidades de amor insatisfechas. Dentro del corazón del adolescente o del hombre que experimenta una atracción sexual hacia sus compañeros varones, se encuentra un niño que anhela el amor de su padre y/o el amor de sus compañeros de su mismo sexo. En muchas ocasiones, cuando eran niños, tuvieron una gran proximidad con sus madres e interiorizaron un gran sentido de la feminidad, desvinculándose de su padre y de la masculinidad que él representaba. En el caso de una chica, puede darse una gran cercanía con su padre y una interiorización de su masculinidad. Nadie nace con una atracción sexual congénita hacia las personas de su mismo sexo; por lo tanto, el cambio desde la homosexualidad hacia la heterosexualidad es posible. Yo mismo he realizado ese cambio, y después, siendo terapeuta, he ayudado a cientos de hombres y de mujeres a hacer lo mismo. Ahora viven felices. Yo estoy felizmente casado desde hace 22 años, y mi mujer y yo tenemos tres hermosos hijos. Sé que el cambio es posible. Una vez que se atacan las causas profundas de este tipo de atracciones y se curan las heridas latentes, la persona comienza a experimentar sentimientos hacia el otro sexo. ¡Los hombres y las mujeres se complementan magníficamente entre ellos! Todos hemos sido hechos heterosexuales. Ésa es la verdad. Los sentimientos homosexuales se manifiestan en la adolescencia porque no se completaron algunas etapas básicas del desarrollo personal en la primera infancia. Estas necesidades emocionales se vuelven sexualmente explícitas o erotizadas en la pubertad. Pero la base siempre es una falta de vinculación emocional. La conducta homosexual es una defensa psicológica frente al dolor. Sanar la homosexualidad quiere decir afrontar las causas subyacentes de esas atracciones sexuales. En realidad, los deseos homosexuales son una forma en la que el inconsciente reclama la atención de un sujeto. Esos deseos representan un mensaje de su propio interior, que le está diciendo: «Ayúdame. Siento un gran sufrimiento, por favor, escúchame y sáname». Es muy triste que la cultura actual aliente el estilo de vida homosexual, ya que todo comportamiento de ese tipo, en realidad, es una máscara que encubre heridas emocionales y un gran dolor. Al apoyar la homosexualidad, esta sociedad está traicionando a todos estos hombres y mujeres. Les estamos condenando a una cadena perpetua de luchas interiores. Aún así, existe la libertad para salir de la homosexualidad. Cualquiera que descubra en sí sentimientos homosexuales debe saber que no está solo. Otros miles de personas han logrado con éxito pasar por este proceso y volver a la normalidad. Hay muchas organizaciones por todo el mundo que ayudan a la gente a sanar la homosexualidad. Nadie es una mala persona por experimentar atracción sexual hacia los de su mismo sexo. Estos deseos manifiestan un corazón herido que necesita curarse. Nunca debemos discriminar o perseguir a una persona que tiene estos sentimientos. Al contrario, hemos de abrazar a estos hombres y mujeres con el amor de Dios. Amémoslos como Cristo los ama. Richard Cohen (Alfa y Omega)

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«Ser mujer» Nueva publicación

E l 28 de abril, en Casas Lo Matta se presentará el libro Ser Mujer editado por la Editorial Católica Patris. Los textos que comprende esta obra pertenecen a S.S. Juan Pablo II, al Padre José Kentenich y al sacerdote chileno Rafael Fernández de Arce. La publicación de 285 páginas busca abordar la pregunta sobre la identidad femenina, lo que resulta hoy especialmente urgente, pues significa enfrentar uno de los temas más importantes y a la vez más conflictivos, sobre el cual existe gran confusión y se dan múltiples y contradictorias opiniones. Un tema que toca el corazón mismo de la cultura, pues ésta, en gran parte, se plasma y se decide a partir de la influencia que la mujer ejerce en ella. La presencia de la mujer no sólo es necesaria en el hogar (raíz de la misma cultura), sino también en todas las otras dimensiones de la sociedad. Sin embargo, para que esto se dé, su ser y su actuar deben ser expresión de una auténtica feminidad. Hoy no están en juego cosas secundarias. La mujer, no solo debe adquirir claridad sobre su propia identidad sino también debe hacerlo el varón. Sólo si esta viga maestra (mujer-varón) es suficientemente sólida, se hace posible una relación constructiva y fecunda entre ambos. De otra forma estaremos construyendo sobre un terreno movedizo y los consecuentes derrumbes no se dejarán esperar. En Ser Mujer se reúnen textos centrales y clarificadores. En esta publicación el lector podrá encontrar reflexiones que le permitirán adentrarse en las diversas dimensiones de esta importante temática y formarse personalmente una opinión clara y definida.

Clonación La ONU insta a prohibir toda forma de clonación

Abandonado el proyecto de elaborar una convención internacional contra la clonación humana, la ONU ha aprobado una declaración no vinculante, en conformidad con lo que se acordó en noviembre pasado El texto insta a los estados a «prohibir todas las formas de clonación humana en la medida en que sean compatibles con la dignidad humana y la protección de la vida humana». Fue adoptado el 8 de marzo por la Asamblea General de la ONU con 84 votos a favor y 34 en contra, más 37 abstenciones. La prohibición recomendada se refiere tanto a la clonación reproductiva como a la experimental, llamada «terapéutica». Pero la cláusula añadida deja suficiente margen para que los estados partidarios de investigar con embriones clónicos la interpreten a su conveniencia. La fórmula aprobada es menos neta que el

borrador inicial, presentado por Italia, que invitaba a «prohibir todo intento de crear vida humana mediante procesos de clonación y toda investigación realizada con el fin de lograr este objetivo». Aun así, la declaración puede considerarse una victoria moral de la mayoría de países que abogaban por prohibir todo tipo de clonación. De ello es indicio que el otro bando haya dicho que el texto aprobado es «débil» y «político», y que «no refleja nada cercano a un consenso dentro de la Asamblea General», en palabras del embajador británico. Una señal más de lo mismo es que los países contrarios a la declaración han criticado que se diga «vida humana» en vez de «ser humano», pese a que el primer término ya aparecía en la propuesta italiana y entonces lo aceptaron. En todo caso, Gran Bretaña y otros estados de la misma opinión se han apresurado a consignar que seguirán promoviendo investigaciones con células madre obtenidas de embriones clónicos. La propuesta de prohibir la clonación experimental, además de la reproductiva, siempre tuvo más apoyos que la contraria a lo largo de los debates sobre la fallida convención. Con Estados Unidos y Costa Rica a la cabeza, la impulsaba un grupo heterogéneo de países, en su mayor parte americanos y africanos, que han votado a favor de la declaración. Enfrente se alinearon casi todos los estados europeos y algunos asiáticos, singularmente India, China y Corea del Sur, que financian programas de experimentación con embriones. Pero la Comisión Jurídica de la ONU nunca estimó que hubiera suficiente consenso para proponer un proyecto de convención a la Asamblea General. El cambio a una declaración no vinculante ha servido para que el tema se sometiese por fin a votación y se comprobase de qué lado estaba la mayoría. El texto aprobado es más amplio que el borrador inicial. En especial, añade una novedad importante en el último apartado: «Los Estados Miembros habrán además de tener en cuenta, en su financiación de la investigación médica, incluidas las ciencias biológicas, cuestiones acuciantes de alcance mundial como el VIH/SIDA, la tuberculosis y la malaria, que afectan particularmente a los países en desarrollo». El mensaje es claro: la experimentación con embriones no es una prioridad sanitaria. Como dijo el delegado de Etiopía, los fondos que se emplean en clonación deberían destinarse a investigar remedios para las tres enfermedades citadas en la declaración. Los restantes puntos del documento instan a los estados a adoptar medidas para «prohibir la aplicación de las ciencias de ingeniería genética que puedan ser contrarias a la dignidad humana», así como «proteger adecuadamente la vida humana» e «impedir la explotación de la mujer» en las prácticas de biotecnología. Lo último alude al peligro de que se utilice abusivamente a las mujeres como fuentes de óvulos para experimentar.

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LA CATEDRAL DE LA PLATA Y SU MUSEO

La ciudad de La Plata fue fundada por el Dr. Dardo Rocha el 19 de noviembre de 1882. En 1884 fue colocada la primera piedra de la Catedral, cuyo diseño en estilo neogótico corresponde al ingeniero Pedro Benoit, y a los arquitectos Ernesto Meyer y Emilia Coutaret. Construida con fondos del Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, la obra sufrió bastantes interrupciones. Fue inaugurada oficialmente el 19 de noviembre de 1932, conmemorando el cincuentenario de la ciudad. Sin embargo, el edificio se hallaba inconcluso, lo que provocó un deterioro prematuro y progresivo. A partir de 1992, con la creación de la Fundación Catedral, y en 1996, con la conformación de la Unidad Ejecutora Catedral, comenzaron las obras destinadas a conservar, restaurar y completar definitivamente el Templo Mayor de la Arquidiócesis de La Plata. El 19 de noviembre de 1999 quedó inaugurada la fachada con sus dos torres principales y el carillón; y un año después las torres secundarias y pináculos del perímetro catedralicio. Los vitrales son de origen alemán y francés, colocados entre 1937 y 1962. A ellos se han sumado los realizados en el Taller de Vitrales de la Catedral: en 1998 los correspondientes al Rosetón y las vidrieras inferiores, en 1999 los portales de acceso ( reemplazados en el 2003), en 2000 el transepto y en el 2001 el baptisterio. Las imágenes fueron ejecutadas por el artista tirolés Leo Moroder entre los años 1945 y 1969. La sillería del Coro y los confesionarios, por los hermanos Mahlknecht Schenke, también tiroleses, en 1936. La Catedral de la Plata tiene una superficie cubierta de cinco mil trescientos metros cuadrados, con un largo exterior de 120 metros y uno interior de 106 metros. En la fachada destacan el Rosetón y las torres de María (derecha) y Jesús (izquierda) cuya altura es de aproximadamente 111 metros. La cruz que corona la linterna se eleva a 90 metros. Los tres portales de acceso aluden a la Caridad, la Fe y la Esperanza. La planta en forma de cruz latina, está conformada por un cuerpo principal de cinco naves (a semejanza de la Catedral de Colonia de Alemania), el transepto y el ábside.

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El encuentro entre la nave central y el transepto representa, por su riqueza espacial y estructural, el punto más impresionante de la Iglesia: la bóveda estrellada. Para Semana Santa, en 2001, quedó inaugurado el ascensor en el interior de la Torre de Jesús. Desde los miradores se pueden observar esculturas y ornamentos de la Catedral y tener una vista panorámica de la ciudad de La Plata. El carillón consta de 25 campanas, pesa 20 toneladas y está ubicado en la Torre de María (del lado derecho de la fachada principal), a 75 metros de altura. Funciona a modo de instrumento musical, cada campana fue afinada en una nota. Es ejecutado a distancia desde un comando central. Las campanas fueron fabricadas en Italia por la firma De Poli, fundada en el Siglo XV en Vittorio Veneto, de acuerdo a las técnicas tradicionales de fundición de bronce. La selección de esta firma se realizó a través de un concurso internacional de antecedentes y precio del que participaron empresas renombradas proveedoras de los principales carrillones del mundo. El museo de la catedral Creado en el año 1977 por el Arzobispado y el Ministerio de Obras Públicas de la Provincia de Buenos Aires, el Museo Catedral permaneció abierto hasta el año 1990. Reabrió sus puertas en el año 1994, por iniciativa de la Fundación Catedral, la que asumió el compromiso de contribuir a la toma de conciencia sobre la necesidad de conocer, valorar y proteger el patrimonio cultural, cumpliendo un papel educativo dentro de la comunidad en la cual está inserto. El Museo, en su sala de exhibición permanente, consta de un área religiosa donde se exponen objetos de culto anteriores al Concilio Vaticano II. También rinde homenaje a los hombres que participaron de la construcción y completamiento del Templo; y cuenta la historia de su construcción. Además de las salas de exhibición permanente, cuenta con una sala destinada a exposiciones temporales en las que participan reconocidos artistas y colecciones privadas de relevancia. Gustavo Villavicencio, desde Buenos Aires

Entrevista con el doctor Enrique Rojas El perdón es fundamental

El doctor Enrique Rojas es catedrático de Psiquiatría y autor de numerosos libros, entre otros, Los lenguajes del deseo, editado por Temas de Hoy.

inmadurez, por monotonía, por cansancio, por apatía, por no compartir cosas juntos, por discusiones constantes… Porque, cuando hay infidelidad, si la otra persona tiene un acto de amor grande como es el perdón, esa pareja puede salir adelante, incluso con más fuerza que antes.

—¿Cómo definiría lo que es la infidelidad? —Es una experiencia de mucho sufrimiento psicológico, que significa que uno de los dos componentes de la relación conyugal tiene una relación por fuera de ese matrimonio. Es una vivencia de gran dolor que da lugar a un impacto que, en muchos casos, puede ser muy grave.

—O sea, que no sólo se debe perdonar, sino que se puede salir reforzado de una crisis así… —El perdón es fundamental, pero el perdón significa, por un lado, «Te perdono, me perdonas»: recibir el perdón de la otra persona, y, después, me esfuerzo por olvidar. Cuando una persona dice: «Perdono, pero no olvido», eso no es casi nada. El perdón se acompaña, a corto plazo, de un esfuerzo por no recordar esas páginas negativas.

—¿Qué secuelas quedan en las personas que han sufrido una infidelidad? —Principalmente, un fondo de inseguridad ante la otra persona por miedo a que vuelva a repetir algo similar. De todas maneras, la infidelidad no es de las situaciones más graves que pueden ocurrir en una crisis conyugal. Es mucho más grave la crisis conyugal por

—Pero tiene que haber un tiempo de duelo, al menos… —Lógicamente es un impacto fuerte que se produce con esa sensación. Pensemos hoy que, al tener la ética un componente de permisividad y de relativismo, muchas de estas cosas son divertidas, ingeniosas, sugerentes, pero tienen un aire frívolo desde fuera, que, dentro, llevan la gran dureza de una tragedia. Yo he descrito, en mi libro Los lenguajes

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del deseo, el síndrome de «Amaro»: el amaro es una planta labiada que tiene forma de corazón en su base, que huele muy mal y que corrige ciertas afecciones de la piel, y extrapolo esto a lo que está pasando hoy en la televisión, que es «el deseo apasionado de conocer la vida de los famosos, siempre que esté rota». Interesa la vida ajena de los famosos, pero con la condición sine qua non de que sea siempre que esté rota. El divertimento, el pasatiempo, el patio de vecindad, el Los ricos también lloran, el mecanismo de compensación… es muchas cosas. —¿Cree que el ser humano tiende a la fidelidad, o a la infidelidad? —Las dos están muy cerca. La posible infidelidad está siempre a la vuelta de la esquina, por las muchas posibilidades que tiene el ser humano hoy de salirse de la pista. La infidelidad es un concepto mental. Una persona que es fiel no se pone en situaciones de riesgo que puedan comprometer su situación conyugal. Ante la posibilidad de que ocurra algo así, uno tiene la valentía de huir. Y es un concepto mental que tiene muy poca gente en una sociedad tan divertida, tan relativista, tan permisiva… —¿Cree que también es algo de nuestros tiempos? —Creo que sí, aunque puede también que ahora suene más porque estamos en una sociedad neopagana, y el neopaganismo trae también el divertimento y la exploración en otras vías… —¿Los hombres son más infieles que las mujeres? —En general, sí, hay una tradición machista, que está herida pero no muerta. A la mujer se le sigue aplicando la ley del embudo: al hombre, la parte de arriba, el embudo ancho, se le permiten más cosas; a la mujer, la parte de abajo, se le permiten muchas menos. Y luego, por otra parte, la vida del hombre hasta ahora ha tenido mucha más relación con la economía, más independencia para funcionar… De todas formas, en el año 2002, en la Universidad Complutense, se hizo un estudio con una muestra muy amplia, con 4.000 alumnos, y el 85 por ciento decía que el primer valor en la relación afectiva con otra persona era la fidelidad. —Quedan secuelas en la persona engañada, sí, pero… ¿también en el que engaña? —Hay un coste psicológico del que ha sido infiel, que es ver un poco las consecuencias de destrozar a la otra persona. Hay un sufrimiento personal en las personas que tienen una cierta conciencia moral. Los que no tienen esa conciencia, evidentemente, no sienten nada, les parece que todo es normal, un carrusel de experiencias sin un fondo ético. —¿Cómo evitar los deseos de ser infiel? —No ponerse en situaciones de riesgo, evitar momentos en los cuales uno puede fugarse de esa fidelidad. Es difícil porque, a veces, todo empieza siendo una experiencia divertida, sugerente, refrescante…, un burbujeo de champán…, y puede acabar siendo algo trágico. Hay que evitar eso, poner una cota, no entrar al trapo.

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—¿Cree que puede llegar a ser una enfermedad? —Lo que pasa es que las personas que son infieles de forma recurrente lo que traducen es lo que está debajo, y debajo hay una inmadurez afectiva: un señor de 50 años puede tener una edad afectiva de un adolescente. Esto no tiene una solución fácil, porque a determinadas edades habría que hacer un trasplante de cabeza para solucionar tales problemas. A. Ll. P. (Alfa y Omega)

Autoestima No es la panacea de la salud mental

Múltiples estudios basados en encuestas sugieren que la autoestima es el fundamento de la salud mental, y numerosas políticas sociales asumen que elevar la autoestima de la gente resolverá no pocos problemas personales y colectivos. Pero cuatro investigadores encargados por la American Psychological Society de revisar la literatura científica sobre el tema, han puesto en duda muchas afirmaciones en un estudio del que se hace eco Scientific American (enero 2005). Aunque aceptan que las personas con alta autoestima son más felices que quienes no la tienen, han encontrado «pocas pruebas para sostener que la promoción indiscriminada de la autoestima en niños y adultos, solo para ser ellos mismos, tenga beneficios para la sociedad, más allá del placer seductor que proporciona a quienes se dedican a este ejercicio». «Dada la naturaleza a menudo engañosa de las apreciaciones sobre uno mismo», a la hora de realizar su revisión Roy F. Baumeister y sus colegas han hecho hincapié en mediciones objetivas siempre que era posible, lo cual redujo el número de trabajos relevantes de 15.000 a solo 200. Cuando los artículos detectaban correlaciones entre la autoestima y cierta conducta deseada, fueron especialmente prudentes a la hora de establecer relaciones de causa a efecto. Sus descubrimientos se concentran en diversos ámbitos. En el terreno educativo, la autoestima está escasamente relacionada con la mejora del rendimiento académico y con el éxito en el trabajo. Tampoco predice una mayor habilidad en las relaciones con otras personas. Respecto al comportamiento sexual de los adolescentes, la baja autoestima no les predispone a una actividad sexual más temprana ni más frecuente. En todo caso, los jóvenes con alta autoestima tienen menos inhibiciones y tienden más a minusvalorar los riesgos que corren. Sin embargo, las malas experiencias sexuales llevan a reducir la autoestima. Sobre el alcoholismo y la drogadicción, un estudio a gran escala en Nueva Zelanda (McGee y Williams, 2000) no encuentra correlación


Más de treinta piezas formaron parte de la exposición «Imágenes de fe» de la artista nacional María Carolina Silva Torrealba, que tuvo lugar en la Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles durante los meses de verano. Esta exposición de Arte-Sacro organizada por los Religiosos Asuncionistas, presentó las obras de la artista que durante años ha trabajado el tema de la imaginería religiosa.

entre la autoestima medida entre adolescentes de los 9 a los 13 años y el uso del alcohol y drogas a los 15. Otros estudios dan resultados variados. Se suele pensar que la baja autoestima es un factor importante en las situaciones de acoso contra otros. Sin embargo, la revisión de Baumeister le lleva a descubrir que los agresores tienen ideas favorables e incluso exageradas sobre sí mismos. Un problema observado por los investigadores es que la mayoría de los estudios mezclan indiscriminadamente a las personas con un sentido saludable de sí mismas con quienes tienen una falsa autoestima o son narcisistas. En resumidas cuentas, según los investigadores de la American Psychological Society, la objetividad sigue siendo un problema cuando se trata de estudiar la felicidad y la autoestima. Aborto Francia: contraconcepción al máximo, sin que el aborto disminuya.

Treinta años después de la legalización del aborto en Francia, y a pesar de una difusión masiva de la anticoncepción, el número de abortos no baja de los 200.000 anuales. Cuando se legalizó el aborto con la llamada ley Veil en 1974, los legisladores y los movimientos feministas aseguraban que con la contraconcepción y el aborto legal no tardaría en producirse una disminución progresiva del número de abortos. Pero treinta años después la tasa de abortos se mantiene férreamente estable: una tasa de 14 abortos por cada

1.000 mujeres de 15-49 años. El número de abortos legales, que fue 134.000 en 1976, se mantiene en torno a los 200.000 desde hace años. En 2002 fueron 206.000, lo que supone unos 26 por cada 100 nacidos vivos. En el treinta aniversario de la ley de Simone Veil, ministra de Sanidad en el gobierno de Valéry Giscard d’Estaing, hasta los más fervientes partidarios de la ley reconocen que en este aspecto no ha cumplido sus objetivos y se extrañan de que la contraconcepción haya llegado al tope sin que disminuya el número de abortos. De hecho, las cifras de aborto en Francia están entre las más elevadas de Europa, después de Suecia. Los demógrafos comprueban que, en realidad, cuanto más se afianza la práctica anticonceptiva, más se recurre al aborto en caso de fallo. Según un estudio realizado entre un grupo de 1.034 mujeres que acababan de abortar o que no habían deseado su último embarazo, dos de cada tres embarazos correspondían a mujeres que utilizaban anticonceptivos. Los estudios revelan también que cada vez hay más intolerancia frente al hijo no planificado. Seis de cada diez embarazos no previstos terminan en aborto. El fenómeno es particularmente claro entre las mujeres de 20-24 años, que son las que más abortan con una tasa de 27,4 por 1.000. El mantenimiento de una alta tasa de abortos se ha visto favorecida por las sucesivas modificaciones legales: el reembolso del coste por la Seguridad Social en 1982, la aprobación de la píldora abortiva RU-486 en 1988, la ampliación del plazo de aborto a petición de 10 a 12 semanas de embarazo en 1993 y la posibilidad de que aborten las menores de 18 años sin el consentimiento paterno. En

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E l día 23 de febrero pasado, al concluir en el Aula del Sínodo, en el Vaticano, la XI Asamblea general de la Academia pontificia para la vida, el Cardenal Angelo Sodano, Secretario de Estado de Su Santidad, impuso al Dr. Juan de Dios Vial Correa la condecoración de Caballero comendador de la Orden del Papa Pio (Piana). El Dr. Vial Correa concluyó así dos períodos como Presidente de dicha Academia.

cada caso se dijo que la medida iría unida a una campaña en favor de la contraconcepción. De poco ha servido. Aunque los demógrafos consideran que desde comienzos de los años 80 casi todas las mujeres que no desean tener hijos practican la anticoncepción, el número de abortos no baja. Lo que sí ha cambiado es la actitud de los médicos ante la práctica del aborto. En la sanidad pública, en estos treinta años ha habido una generación de médicos militantes dispuestos a realizar abortos en nombre de la causa de la liberación de la mujer. Pero la fiebre militante ha pasado, y cada vez menos médicos quieren intervenir en las prácticas abortivas, aunque solo sea por motivos profesionales. Hoy día, la mayoría de los abortos se realizan en clínicas privadas por dinero, y los servicios de los hospitales públicos donde se practican abortos están sobrecargados por la escasez de médicos. Quizá por eso la última innovación legal ha consistido en permitir que la píldora abortiva, que antes tenía que ser administrada en un hospital, pueda utilizarse ahora en la consulta de un médico hasta las cinco semanas de embarazo. Eutanasia ¿Derecho a morir dignamente? Así ha escrito Juan Manuel de Prada (ABC), reflexionando sobre la película Mar adentro.

«Quienes defienden la legalización de la eutanasia han impuesto un sintagma excluyente que destierra a las tinieblas exteriores a quienes oponen reparos jurídicos, filosóficos o morales a su vindicación. Me refiero, claro está, a la expresión ‘derecho a morir dignamente’, que los apologistas de la eutanasia al principio empleaban con un

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propósito eufemístico, y cuyo uso ya ha contaminado el lenguaje coloquial». «Cuando decimos ‘derecho a morir dignamente’ dictaminamos, por pura y simple eliminación, que aquellas personas que deciden soportar el dolor o los impedimentos físicos mueren ‘indignamente’. Así se establecía, con esa sumaria caracterización que permiten las imágenes, en la reciente película de Amenábar: si en verdad el propósito de Mar adentro hubiese sido –como rezaba la propaganda– celebrar la capacidad decisoria del hombre que resuelve soberanamente si su vida merece la pena ser vivida, la opción del personaje interpretado por José María Pou se habría mostrado tan respetable –tan digna– como la del protagonista encarnado por Javier Bardem. Pero, en lugar de aspirar a comprender, en su infinita gama de matices, las diversas actitudes con las que una persona agonizante o maltrecha se enfrenta a su propia muerte, aquella película incurría en el maniqueísmo más tosco, caricaturizando al personaje que prefería seguir viviendo y elevando a los altares del santoral laico al que decidía ‘morir dignamente’, tomándose un trago de cianuro». «Pero cada vez que, por dejadez o perfidia, se habla del ‘derecho a morir dignamente’ se está confinando en un lazareto de proscripción a quienes, postrados en un lecho o atados a una silla de ruedas, resisten la tentación del suicidio y sobrellevan el dolor, también a quienes los asisten abnegadamente. «Así, resistir a la tentación de la muerte, esforzarse por vivir y sobreponerse al sufrimiento se convierte en una ‘indignidad’ propia de pringados; y quienes profesan esta forma de coraje son calificados de fardos que la sociedad carga con disgusto y hastío. Hoy nos conformamos con recluirlos en un ‘gueto’ de indignidad; quizá mañana arbitremos los mecanismos legales para administrarles por obligación una muerte ‘digna’ e indolora».


EL ENGAÑOSO BIENESTAR Recientemente se ha celebrado en el Vaticano la IX Asamblea de la Academia Pontificia para la Vida, con el lema Calidad de vida y ética de la salud. Su nuevo Presidente, monseñor Elio Sgreccia –quien reemplazó en el cargo al Dr. Juan de Dios Vial Correa después de una década ocupando la presidencia– ha aparecido recientemente en los medios de comunicación italianos defendiendo una concepción del bienestar que va más allá de lo meramente físico, y tiene en cuenta todas las dimensiones del ser humano.

En la presentación ante la prensa de la IX Asamblea de la Academia Pontificia para la Vida, monseñor Elio Sgreccia afirmó que «un concepto equivocado de calidad de vida, basada sobre todo en el bienestar económico, en la búsqueda hedonista del placer y en el secularismo ético, ha llevado a relativizar el carácter sagrado de la vida. Desde esta concepción, el único fin que cuenta es la consecución del propio bienestar material. En virtud del mismo, se afirma que allí donde no existe un nivel aceptable de calidad El 16 de marzo, en el Salón de Honor de esta Universidad, Monseñor Elio de vida, la vida misma pierde valor y no Sgreccia, recibió el Doctorado Honoris Causa de la Pontificia Universidad merece la pena ser vivida. Desde esta Católica de Chile. perspectiva, el término calidad de vida asume un carácter de oposición al de sacralidad de la vida. En definitiva, se absolutiza la calidad y se relativiza la sacralidad. Es más, se atribuye al concepto de sacralidad un significado negativo». Monseñor Sgreccia afirmó que se ha dado un fenómeno semejante con el término salud: «Desde que la Organización Mundial de la Salud definió la salud como bienestar completo de naturaleza física, psíquica y social, este valor se ha convertido en utópico y mítico, induciendo a un concepto de bienestar hedonista, en ocasiones con significados incluso letales. Basta pensar en el hecho de que, con motivo de la salud de la mujer, se ha legalizado el aborto; y, para realizar los programas de la llamada salud reproductiva, además del aborto se proponen campañas de esterilización, de difusión de la anticoncepción de emergencia, etc.» Enfermedades del bienestar El nuevo Presidente de la Academia Pontificia para la Vida entró a analizar los factores que han contribuido a esta situación: «El primer factor, de naturaleza filosófica, es el surgimiento de la filosofía utilitarista y hedonista, que reduce el bien a la búsqueda del placer y a la derrota del dolor. El segundo factor es cultural: el secularismo ético y la indiferencia; si no existe el más allá, si no existe la eternidad bienaventurada, no tiene sentido el dolor, y lo que cuenta es el bienestar terreno. Por último, ha intervenido un factor económico-social: el fin de la política mundial consiste en disponer del bienestar económico y social. Ante todo ello, hay que proponer una visión corregida y un horizonte de esperanza, ante los datos de malestar e infelicidad que se constatan con las llamadas enfermedades del bienestar, ante el bajón antieconómico de la natalidad en Occidente, y ante la miseria del tercer mundo».

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TESTIGO DISCRETO DE LA HISTORIA RECIENTE DE LA IGLESIA

MURIÓ SOR LUCÍA, LA ÚLTIMA PASTORCILLA VIDENTE DE FÁTIMA

Sor Lucía, la última superviviente de los tres pastorcillos de Fátima videntes de Nuestra Señora, en la Cova de Iría, murió a los 97 años, en el convento de Coimbra, Portugal. Lucía de Jesús dos Santos, tenía diez años cuando declaró haber visto por primera vez, el 13 de mayo de 1917, a una señora que luego identificó como la Virgen, junto a sus primitos Francisco y Jacinta Marto, beatificados por Juan Pablo II, en el aniversario de las apariciones del año 2000, en Fátima. El 13 de octubre de 1930, el entonces obispo de Leiría, monseñor José Alves Correira da Silva, en una carta pastoral, declaró dignas de fe las apariciones de Fátima y admitió el culto público. Desde entonces, el santuario se ha convertido en un centro de espiritualidad y peregrinación de alcance mundial. Nacida en 1907, en Aljustrel, sor Lucía se trasladó en 1921 a Oporto, y con apenas 14 años fue admitida como alumna interna en el Colegio de las Religiosas Doroteas, en Vilar, en las afueras de la ciudad. El 24 de octubre de 1925, entró en el Instituto de Santa Dorotea y al mismo tiempo fue admitida como postulante en el convento que la misma congregación tiene en Tuy, Galicia, España, cerca de la frontera portuguesa. El 3 de octubre de 1928, pronunció sus primeros votos. El 3 de octubre de 1934, emitió los votos perpetuos y recibió el nombre de sor María de la Dolorosa. En 1946, volvió a Portugal y, dos años más tarde, entró en el Carmelo de Santa Teresa, en Coimbra, donde el 31 de mayo de 1949 profesó como carmelita descalza, asumiendo el nombre de hermana María Lucía de Jesús y del Corazón Inmaculado. Los restos mortales de sor Lucía fueron trasladados a la catedral de Coimbra, donde se celebró una ceremonia fúnebre presidida por el obispo de Coimbra, monseñor António Cleto. También el obispo de Leira, monseñor Serafim Ferreira e Silva, participó en la ceremonia. Está previsto que los restos mortales de la religiosa vuelvan al Carmelo de Santa Teresa. Por voluntad de la religiosa, dentro de un año, el cuerpo de sor Lucía será llevado al santuario de Fátima, donde ya descansan los restos mortales de Francisco y Jacinta. «Se ha cumplido la voluntad de Dios que, a través de María, nos había dicho que Lucía habría permanecido todavía algo de tiempo sobre la tierra. Desempeñó un papel importante en las apariciones: fue ella quien guiaba al grupo, era ella quien hablaba con Nuestra Señora. Sor Lucía tuvo un papel determinante como testigo y como mensajera de María», ha afirmado el rector del santuario de Fátima, monseñor Luciano Guerra. Por petición de Pablo VI, sor Lucía viajó a Fátima en 1967 para celebrar los cincuenta años de las apariciones, y también regresó con motivo de las tres peregrinaciones de Juan Pablo II (1982, 1991, 2000). Durante su vida en el convento realizó numerosos escritos. El libro más reciente es una recopilación de textos y reflexiones con el título Apelos da Mensagem de Fátima, publicado en varios idiomas después de la revelación de la tercera parte del secreto (en castellano, Llamadas del mensaje de Fátima, Ed. Planeta). En Humanitas 20 (primavera 2000) se publicó en extenso «el Mensaje de Fátima», con las tres partes, incluida el «secreto» o revelación privada hecha por la Virgen a Lucía, Jacinta y Francisco en la Cova de Iría. Se incluyó también la correspondencia entre la vidente Sor Lucía y el Papa, concluyendo con un extracto del comentario teológico sobre el «secreto» o tercera parte del mensaje, entregado en su oportunidad por el Cardenal Joseph Ratzinger, en nombre de la Iglesia.

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Estos textos se pueden leer también en la dirección web www.humanitas.cl llamando a Biblioteca electrónica/Virgen María. Sus libros más importantes son las cuatro memorias: primera, en diciembre de 1935 (sobre Jacinta); segunda, en noviembre de 1937 (apariciones del ángel); tercera, en agosto de 1941 (las dos primeras partes del mensaje de Nuestra Señora: visión del infierno y devoción al Inmaculado Corazón de María); cuarta memoria, en diciembre de 1941 (sobre Francisco y descripción detallada de las apariciones del ángel y de la Virgen). En 1994, a petición del rector del Santuario, Mons. Luciano Guerra, Sor Lucía escribió recientemente otras dos memorias (sobre su padre y sobre su madre). Queda por publicar el extenso epistolario particular.

MENSAJE DE JUAN PABLO II EN EL FUNERAL DE SOR LUCÍA Texto del mensaje de Juan Pablo II enviado al obispo de Coimbra, leído durante el funeral por Sor Lucía, en el convento carmelita de la localidad portuguesa, celebrado en la catedral local. El cardenal Tarcisio Bertone, arzobispo de Génova (Italia), presidió la misa funeral en calidad de enviado especial de Juan Pablo II. *** Al Venerable Hermano ALBINO MAMEDE CLETO

Obispo de Coimbra

Con íntima emoción he sabido que Sor María Lucía de Jesús e do Coração Imaculado, a la edad de 97 años, ha sido llamada por el Padre celestial a la morada eterna del Cielo. Ella ha alcanzado así la meta a la que siempre aspiraba en la oración y en el silencio del convento. La liturgia nos ha recordado en estos días que la muerte es herencia común de los hijos de Adán, pero al mismo tiempo nos ha asegurado que Jesús, con el sacrificio de la cruz, nos ha abierto las puertas de la vida inmortal. Recordamos estas certezas de la fe en el momento en que damos el último adiós a esta humilde y devota carmelita, que consagró su vida a Cristo, Salvador del mundo. La visita de la Virgen María, que recibió la pequeña Lucía en Fátima junto a sus primos Francisco y Jacinta en 1917, fue para ella el comienzo de una singular misión a la que

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«Las últimas oraciones de sor Lucía fueron por el Santo Padre».

se mantuvo fiel hasta el final de sus días. Sor Lucía nos deja un ejemplo de gran fidelidad al Señor y de gozosa adhesión a su voluntad divina. Recuerdo con emoción los distintos encuentros que tuve con ella y los vínculos de amistad espiritual que con el paso del tiempo se intensificaron. Me he sentido siempre sostenido por el don diario de su oración, especialmente en los momentos duros de la prueba y del sufrimiento. Que el Señor la recompense ampliamente por el gran y escondido servicio que ha hecho a la Iglesia. Amo pensar que quien ha acogido a Sor Lucía en el paso de la tierra al Cielo haya sido precisamente Aquella que ella vio en Fátima hace tantos años. Que la Virgen Santa acompañe el alma de esta devota hija suya al bienaventurado encuentro con el Esposo divino. A usted le confío, Venerado Hermano, la tarea de hacer llegar a las monjas del Carmelo de Coimbra la certeza de mi cercanía espiritual, mientras que, para su consuelo interior en el momento de la separación, imparto una afectuosa bendición, que extiendo a los familiares, a usted, Venerado Hermano, al Cardenal Tarcisio Bertone, mi enviado especial, y a todos los participantes en el sagrado rito de sufragio. Vaticano, 14 de febrero de 2005 Juan Pablo II

JUAN PABLO II: TRISTEZA POR LA MUERTE DE SOR LUCÍA

La noticia de la muerte de sor Lucía, último testigo en vida de las apariciones de María en Fátima, es para Juan Pablo II «muy triste», ha afirmado el cardenal portugués José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Al comentar el fallecimiento de la religiosa, en el convento de Coimbra, el purpurado ha declarado: «conocemos bien las relaciones de profunda amistad que existían entre los dos», según informa la agencia católica portuguesa «Ecclesia». «Se encontraron varias veces y para Juan Pablo II han sido siempre momentos de gran espiritualidad. El Papa siempre ha dicho que la Virgen María le salvó del atentado en la plaza de San Pedro, el 13 de mayo de 1981. Y Fátima y los pastorcillos tienen un lugar muy especial en su corazón», añadió.

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El Santo Padre siempre ha considerado que la intervención de la Virgen de Fátima le salvó la vida en el atentado del turco Alí Agca, en ese 1981. Como agradecimiento, el 13 de mayo de 1982 viajó a Fátima y en su corona hoy está engarzada la bala que hirió al pontífice. En las últimas semanas, las condiciones de salud de sor Lucía se habían agravado. Al recibir estas noticias, Juan Pablo II envió un mensaje a sor Lucía. El obispo de Coimbra, monseñor Albino Cleto, confirmó que la religiosa escuchó la lectura del mensaje y, al quedar «muy impactada», pidió leer personalmente el texto del fax. «Fue quizá la última reacción que tuvo con relación a la vida que le rodeaba», añadió el obispo. En su mensaje, el Papa afirmaba que, al recibir la noticia de su enfermedad, pedía a Dios que la religiosa supiera vivir «el momento del dolor y sufrimiento» con «espíritu pascual» y concluía impartiéndole su bendición. Cerrada en su celda del convento, sor Lucía murió rodeada de sus hermanas en religión, del obispo de Coimbra, del médico y de la enfermera que la asistían. Juan Pablo II se encontró con sor Lucía en las tres visitas que realizó al Santuario de Fátima en 1982, en 1991 (diez años después del atentado), y el 13 de mayo de 2000 (en ese día, los pastorcitos Jacinta y Francisco fueron proclamados beatos).

Iglesia La Iglesia católica crece, excepto en Europa

El número de católicos en el mundo pasó de 1.071 millones en 2002 a 1.086 millones en 2003, según datos del Anuario Pontificio 2005, recién presentado. Este crecimiento del 1,4 por ciento es superior a la tasa de aumento de la población mundial (1,2 por ciento anual). La Iglesia católica crece en todos los continentes, excepto en Europa. En América se concentra casi la mitad de los católicos del planeta, casi 541 millones (49,8 por ciento); le sigue Europa, que supera los 280 millones (el 25,8 por ciento); África, con más de 143 millones (13,2 por ciento); Asia, con 113 millones (10,4 por ciento) y, en último lugar, Oceanía con 8,5 millones (0,8 por ciento). También cabe subrayar que, mientras en África el número de católicos ha aumentado un 4,5 por ciento, en Europa se ha dado prácticamente una situación de estabilidad. En América se incrementó un 1,2 por ciento, en Asia un 2,2 por ciento y en Oceanía un 1,3 por ciento. Por otro lado, el número de sacerdotes en todo el mundo en 2003 era de 405.450, de los cuales 268.041 son del clero diocesano y 137.409 del clero religioso. Entre 2002 y 2003, el número de sacerdotes se incrementó en 392. Asia es el

continente donde, en proporción al número de fieles, se dan más vocaciones sacerdotales. En 2003 hubo 9.317 ordenaciones sacerdotales, en ligero aumento respecto a las 9.247 de 2002. El mayor número de seminaristas se concentraba en América (37.191), seguida de Asia (27.931), Europa (24.387), África (21.909) y Oceanía (955). Sobre el crecimiento experimentado por las misiones católicas, también se ha publicado la nueva edición de la Guía de Misiones Católicas 2005, presentada a principios de febrero por el cardenal Sepe, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos. La última Guía era de 1989, y la actual está actualizada al 31 de octubre de 2004. De la Congregación dependen 1.069 circunscripciones eclesiásticas, casi el 30 por ciento de todas las circunscripciones de la Iglesia en el mundo: 477 están en África, en Asia 453, en América 80, en Oceanía 45 y 14 en Europa. La Guía permite comprender todo el esfuerzo misionero de la Iglesia. Según sus datos, desde 1989 hasta hoy se han erigido 134 nuevas circunscripciones eclesiásticas. En los países del mundo de las misiones, que suman una población de 2.850 millones, los católicos bautizados son 200 millones, equivalente al 7 por ciento. Por continentes, se distribuyen así: 20,23 por ciento en África, 56,88 por

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ciento en América, 1,8 por ciento en Asia, 10,8 por ciento en Europa y 25,9 por ciento en Oceanía. Se dedican a esta labor alrededor de 85.000 sacerdotes: 52.000 pertenecen al clero diocesano, 33.000 son religiosos. De ellos, 27.000 trabajan en África, 44.000 en Asia, 6.000 en América, 5.000 en Oceanía y 3.000 en Europa. Su actividad es apoyada, además, por 28.000 religiosos no sacerdotes, 45.000 religiosas y 1.650.000 catequistas. La Congregación vaticana asegura también su apoyo económico, espiritual y académico a 280 seminarios mayores y 110 seminarios menores. La Guía recoge el esfuerzo del dicasterio misionero en la construcción de iglesias-capillas, sobre todo para las pequeñas comunidades de áreas rurales. A esto se suman actividades educativas (unas 42.000 escuelas), actividades sanitarias (1.600 hospitales, más de 6.000 dispensarios, 780 leproserías) y actividades caritativas y sociales (12.000 iniciativas).

En esta nueva edición de la Guía, «podemos ver los efectos de la evangelización, que han sido realmente imponentes y prodigiosos –escribe el cardenal Sepe en la presentación–. El camino de la evangelización está constelado de campeones de la fe y la caridad, que han escrito y están escribiendo, con su dedicación a la misión, la historia de la Iglesia.

Foto del año Premio a la mejor foto periodística

Una imagen del tsunami, del reportero indio Arko Datta de Reuters, ha sido galardonada como la mejor foto del año en el World Press Photo 2005, el premio más prestigioso del mundo de fotoperiodismo.

Paul Claudel, El «gigante invisible»

El 23 de febrero se celebró en Roma la Sexta Jornada de reflexión sobre «Catolicismo y literatura en el siglo XX» promovida por el Consejo Pontificio de la Cultura, en colaboración con el Ente Teatral Italiano y la Fundación Primoli. La edición de este año trató la figura literaria de Paul Claudel (1868 -1955) en el quincuagésimo aniversario de la muerte de este gran escritor francés, ocurrida el 23 de febrero. Agencia Zenit entrevistó a Andrea Monda, uno de los organizadores del encuentro. —¿Por qué ha recaído la elección de este año en Claudel? —La relación con Dios y con la fe cristiana son sin duda la raíz profunda de la obra de algunos protagonistas fundamentales de la literatura del siglo XX, y ésta aún vale más para Claudel y su catolicismo que, a partir del célebre episodio de la conversión, ocurrida la Navidad de 1886, en la catedral de Notre Dame de París, será para el artista una fuente continua de inspiración. Es interesante cómo Claudel llega a su fe de roca a través de un recorrido original. Y justo en 1886 descubre las «Illuminations» de un gran poeta --y controvertido-- Arthur Rimbaud, y este descubrimiento se revelará decisivo para la formación poética de Claudel que por fin podrá salir de la «prisión» del determinismo del siglo XIX y encaminarse hacia lo sobrenatural. En este sentido, Claudel es un formidable símbolo, entre esos dos siglos dramáticos, y por lo tanto ha parecido oportuno no hacer que caiga en el olvido el quincuagésimo aniversario de su muerte. Mientras en las anteriores ediciones se ha meditado en particular sobre las tradiciones literarias de algunas zonas geográficas como Francia, Europa Oriental o los países de lengua española, en la actual edición la perspectiva se ha concentrado en una figura individual, cuya enorme «estatura» ya se revela en el título. —¿Qué significa este título, el gigante invisible? —Dos cosas: de una parte Claudel es un gigante, un monumento de la literatura del siglo XX, pero diría más, de la cultura y de la historia del siglo XX. Se trata en efecto de un genio multiforme y poliédrico: escritor, poeta, dramaturgo, crítico y teórico de arte, diplomático. Como ha escrito el poeta y profesor de literatura francés Valerio Magrelli en «Il Corriere della Sera» del 16 de febrero pasado, Claudel es

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Una mujer postrada sobre la tierra en Cuddalore, 180 km al sur de Madrás ( India), lamenta la muerte de un familiar el 28 de diciembre del año pasado. El propósito del fotógrafo Datta, que estaba en la playa en el momento que el mar devolvió a la arena a las víctimas, era transmitir los senti-

mientos de los familiares. «Es fácil impresionar a la gente con imágenes de muertos, pero distrae de la historia sobre el dolor que yo quería contar. Por eso sólo se ve el brazo de la víctima, de modo que toda la atención está centrada en el dolor de la mujer», explica Arco Datta. Abundan las fotos de deporte, ya que hay dos categorías: facetas y acción, tanto en imágenes únicas como en reportajes. Las fotos premiadas en la edición 48 de World Press Photo, juzgadas no sólo por su valor como noticia, sino también por su percepción creativa, recorrerán 85 ciudades de los cinco continentes en una exposición itinerante. La inauguración tendrá lugar en Amsterdam el 25 de abril con la entrega de los premios a los fotógrafos galardonados.

una especie de «nudo inextricable». El hombre de teatro y el diplomático, el conservador y el seguidor de Rimbaud, el católico intolerante y el amante de las culturas orientales, el filósofo y el amigo-enemigo de Gide. Es imposible tratar de armonizar aspectos tan distintos. Por otra parte, al acentuar todas estas contradicciones, se convirtió en objetivo de los ataques de los surrealistas: «No se puede ser al mismo tiempo embajador de Francia y poeta». Sin embargo Claudel fue ambas cosas. Me parece muy interesante este aspecto: el hombre, cada hombre, es un conjunto de contradicciones que no pueden ser simplificadas, radicalizadas, absolutizadas. Para decirlo religiosamente: cada hombre es un misterio. El cristiano lo sabe bien porque el cristiano es un misterio aún más grande y siempre representa un enigma para el mundo que a menudo no lo comprende, y no lo acoge. Me viene a la memoria lo que escribía el teólogo Harvey Cox hace 40 años en su ensayo «El cristiano como rebelde»: «Los cristianos no se pueden explicar con términos del mundo, porque no viven para su clase o su raza, para sus intereses nacionales o sexuales. Ellos plantean al mundo un enigma, algo inexplicable por lo que la gente finalmente tiene que preguntar». —¿Por qué este gigante es invisible? —Hoy Claudel se ha convertido en invisible. Es un monumento transparente. Una montaña de la cual se ha perdido la memoria. Desde hace muchos años Claudel y su vasta obra viven una estación de olvido y «marginación». Si se va hoy a las librerías para adquirir un libro de Claudel, uno cualquiera, la respuesta siempre será la misma: «¿Claudel? ¿Quién es ése?». Es prácticamente imposible encontrar un libro suyo en circulación. Quizás el carácter «monolítico» de la fe experimentada y practicada por Claudel ha provocado esta eliminación, no sabría decirlo. Ciertamente Claudel representa de modo eficaz toda una gran estación de la cultura francesa del siglo XX que ha alcanzado no sólo niveles altísimos en la literatura y que hoy parece algo anticuada, arqueológica. Me vienen a la mente nombres como Mauriac, Bernanos, Peguy, Bloy, pero también filósofos como Marcel, Maritain, Mounier, Guitton y la teología con los grandes franceses como Congar, De Lubac, Danielou. Se trata de una estación excepcional cuya herencia yace, pero está como enterrada por la ceniza de la indiferencia, fenómeno quizás más insidioso que el ateísmo militante. Pienso en la Francia de hoy que prohíbe el velo y el crucifijo y trata de borrar cada huella exterior de religiosidad en nombre de una malentendida idea de laicidad que sabe mucho a laicismo y me pregunto: ¿qué ha sucedido con la lección de aquellos grandes espíritus franceses de la primera mitad del siglo XX?

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Dios, fundamento de la política En el Instituto de Humanidades Ángel Ayala-tuvo lugar , una Lección magistral que, bajo el título Dios, o el postulado de la razón política,que pronunció monseñor Michel Schooyans, catedrático emérito de la Universidad de Lovaina. En ella –de la que ofrecemos un extracto– defiende la fundamentación realista de la política en el Creador, si no se quiere caer en la dictadura del consenso, y, consecuentemente, en el totalitarismo

Desde los tiempos antiguos se ha manifestado una cierta protesta: ¿la sumisión a la ciudad debe ser total e incondicional? Hesíodo, Sócrates, Sófocles y Cicerón se plantearon el problema de saber si existe, o no, una justicia superior que se impone a los hombres. La conversión de Constantino fue, en cierto modo, el bautismo del poder. Se puede lamentar esta íntima alianza entre el poder político y el poder espiritual; de todos modos, esta alianza tenía por lo menos una ventaja: el hombre es capaz de descubrir la ley eterna que preside el orden del mundo, la ley natural que regula el ser y el obrar de las criaturas, y la ley divina, gracias a la Revelación. Se produce un gran giro en el Renacimiento. La metafísica misma es cuestionada en sus fundamentos, en provecho de las ciencias; aparece una crítica del cristianismo y una afirmación de la total autonomía del hombre. En política, Groccio piensa el Derecho natural al margen de Dios: en adelante, Dios resultará inútil. El Derecho natural será simplemente deducido del estudio de la naturaleza humana. La sociabilidad del ser humano es puesta en duda y, al ser el hombre un lobo para el hombre, el gran problema que se plantea es el de saber cómo asegurar la defensa del hombre en la sociedad política. Para ello el ser humano deberá hacer un pacto de alienación, de modo que el Leviatán pueda garantizar la seguridad haciendo respetar la ley. Al mismo tiempo, las teorías contractualistas se multiplican; según Rousseau, la voluntad general se expresa infaliblemente en la mayoría. Esta voluntad general se traduce en la ley, y la ley adquiere una santidad civil. Del breve examen hecho hasta aquí de esta evolución, resulta que Dios es poco a poco retirado de la vida política. Actualmente, todos los regímenes democráticos recurren a la regla de la mayoría. Por ejemplo, hoy se corre el riesgo de prisión si uno se opone al aborto; hace treinta años, uno corría el riesgo de prisión, o iba efectivamente a prisión, si practicaba el aborto. ¿Cuál es el resultado de esta situación? Se llega a lo que los anglosajones llaman formas de consenso. Bajo apariencia de tolerancia o de pluralismo, se nada en el relativismo. Consecuencia inevitable: se derogan, en nombre de la mayoría, los derechos más fundamentales. En nombre de los valores, arruinan los valores. Su lugar es ocupado por negociaciones, continuos mercadeos para encontrar un consenso. A Dios, lo que es de Dios Lo que muchos teóricos modernos y contemporáneos del poder no han visto es que ni el gobernante, ni el pueblo, tienen fundamento para erigirse como instancia última del poder. Así se comprende, sin duda, que todos los totalitarismos contemporáneos, destructores del hombre, deriven de las concepciones puramente inmanentistas del poder. El agnosticismo y el ateísmo engendran automáticamente en política una nueva forma de idolatría consagrada al culto de la sociedad civil. Una vez suprimida la referencia a Dios, nada, excepto las convenciones negociables, puede moderar el poder. La verdad es entonces acomodada a los decretos que brotan de la voluntad de los más fuertes. Es el triunfo de la ideología, de la mentira y, al cabo, de la violencia. En este sentido, la elección política fundamental es siempre primero una elección de Dios o contra Dios. Dios aparece aquí como el postulado fundamental de la razón política. Dios delega a los hombres la responsabilidad de gobernarse. En la gestión de la sociedad, el hombre goza de una autonomía basada en su relación existencial con su Creador y, por ese mismo motivo, despliega la inventiva y asume la responsabilidad propias del ser finito. El enraizamiento del poder en una metafísica abre el camino a una lectura resueltamente optimista y liberadora del poder político. Creado por un Dios providente, el mundo no es el lugar de la incoherencia, de la arbitrariedad, de los instintos ciegos, de la gnosis, de lo incognoscible, del absurdo. El mundo obedece a un diseño divino. En resumen, tanto la experiencia histórica como la reflexión filosófica nos muestran que no es posible pensar la democracia en un sistema político en el que Dios ha sido suprimido. ¡Aviso para los eurócratas y para sus administrados! No hay fraternidad posible sin Padre. Michel Schooyans

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AVISO SANTANDER

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LIBROS

Memoria e Identidad POR JOSÉ MIGUEL IBÁÑEZ LANGLOIS

Memoria e identidad se titula el quinto libro de Juan Pablo II. Lo preceden Levantaos, vamos (publicado en 2004, y comentado en Humanitas 35 ), Tríptico Romano (publicado en 1996 y comentado en Humanitas 31), Cruzando el umbral de la esperanza (publicado en 1994). El libro trata sobre las grandes cuestiones de nuestro tiempo, a través de un análisis de la historia del siglo XX y desde la perspectiva de una antropología teológica cristiana. Resulta evidente la enorme y honda actualidad de su contenido; de ahí el gran interés que suscita en el mundo. Publicado primeramente en Italia, donde fue presentado por el Cardenal Ratzinger el día 23 de febrero pasado, la edición se agotó a los tres días; igual cosa sucedió en España, donde fue presentado en Madrid por el Arzobispo, Cardenal Antonio María Rouco Varela. En Chile, su primera edición, publicada por Editorial Planeta el día 27 de febrero, se agotó apenas pasados los dos días de su publicación, y circula actualmente una nueva edición.

M

emoria e identidad* no es un ensayo, ni menos aun de hechura académica, sino que recoge de modo informal la conversación de Juan Pablo II con dos filósofos polacos, J. Tischner y K. Michalski. No intenta, pues, una teología de la historia del siglo XX, si bien a su manera –coloquial y desenvuelta– contiene sugerencias y atisbos del mayor interés en esa dirección, ya que procura iluminar los acontecimientos de la centuria con la luz de la fe teologal. De más está decir que quien habla en estas páginas es un testigo privilegiado, alguien que ha sentido en carne propia las «ideologías del mal» –nazismo, comunismo, «liberalismo moral»–, así como también las esperanzas del *

siglo, y todo esto en cuanto estudiante, sacerdote, obispo y Papa; y –añadiríamos– desde la ventajosa perspectiva de un centroeuropeo: de un polaco. Esa reciedumbre del testigo y actor, unida a su magisterio pontificio, eleva estas conversaciones muy por encima del mero ensayismo académico. El problema de Europa –central, oriental, occidental– es un eje temático del libro, también abierto, por lo demás, en clave universal a los cinco continentes. Pero Europa, nos repite él, es una hechura de la fe cristiana, aunque hoy, en pleno proceso de secularización, no siempre reconozca sus propias raíces. Una paradoja notable: incluso hoy sigue siendo Europa un centro de evangelización del mundo, a la vez

Juan Pablo II, Memoria e identidad, Juan Pablo II, 190 págs. (Planeta, 2005).

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que en el futuro «la Iglesia en los países europeos pueda necesitar la ayuda de las Iglesias de otros continentes» (algo así como «misioneros africanos evangelizando París», célebre fantasía –no tan fantasiosa– de un obispo negro en un Sínodo reciente). El Papa sitúa en la Ilustración del siglo XVIII (francesa, inglesa, alemana, ya atea, ya deísta, ya agnóstica) el intento capital de desgarrar a la modernidad de Dios, de Cristo y de la Iglesia, aun reconociendo al siglo de las luces sus frutos positivos, que podríamos resumir en los tres grandes ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Lo dramático de esa situación reside en que estos valores, siendo de suyo cristianos en su raíz (¿qué significarían sin el Evangelio?), hayan sido esgrimidos en contra de Cristo, y que sus realizaciones concretas –v.gr. revolución francesa, revolución soviética– hayan actuado tan a menudo en contra de aquellos propios valores que proclamaban. No niega el Papa los estímulos favorables a la justicia que esas revoluciones hayan promovido, incluso en medio de sus enormes crueldades (sobre todo las del caso ruso), pero lamenta en ellas la sombra de la negación de Dios, con la consiguiente relativización de todos los valores morales: «si el hombre por sí solo, sin Dios, puede decidir lo que es bueno y lo que es malo, también puede disponer que un determinado grupo de seres humanos sea aniquilado». Y ¡qué tremendos grupos fueron aquellos! Duelen al Papa, en primer lugar, los genocidios del Tercer Reich, en particular el exter-

minio de los judíos; luego los millones de víctimas del Partido Comunista de la Unión Soviética. Tanto el racismo nazi como el marxismo-leninismo (las «ideologías del mal» por excelencia en el siglo XX) ocupan un lugar preponderante en este panorama, pero no son las únicas causas de exterminio que pesan en el corazón del Pontífice: con dolor denuncia, en plena actualidad, «la destrucción legal de vidas humanas concebidas antes del nacimiento». Es curioso que precisamente esta alusión al aborto haya escandalizado a no pocos judíos, como si la mera relación genérica entre el Holocausto, el abortismo y otras formas de exterminio humano moderno fuera una ofensa antisemita, hasta el punto de que las primeras noticias de prensa sobre este libro daban la impresión de que sus páginas no hablaban de otra cosa. ¿Cómo comparar, decían, el Holocausto con el derecho de toda mujer a disponer de su propio cuerpo? Por supuesto, planteadas así las cosas, la mera enumeración de un genocidio junto con un «derecho humano» sería, no ya ofensiva, sino simplemente estúpida. Pero el aborto masivo y «legal», el abortismo, aparece más de una vez en estas páginas, y con una doble connotación muy lejana a todo «derecho»: como un nefando crimen contra la vida, y como un crimen legalizado por regímenes ¡democráticos! Nada hay, pues, de qué escandalizarse en esta apasionada defensa de la vida frente a cualquier «cultura de la muerte», del tipo que sea. (Por lo demás, Memoria e identidad

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contiene numerosas referencias de afecto y delicadeza hacia el pueblo judío.) El aborto, el «matrimonio» de homosexuales, la permisividad ética, la destrucción de la familia y otras penosas figuras morales pertenecen a la estricta actualidad de este libro. Nazismo y comunismo son del pasado; en cambio, el «liberalismo» moral (relativista) es la ideología del mal que domina nuestro presente. El Papa constata el vacío intelectual y el daño práctico del concepto de libertad incondicional, no fundada en la verdad ni orientada al amor: concepto actual, propio de un liberalismo tan simplista como devastador. Y a continuación, precisa las bases del concepto de «libertad desde la verdad» y «libertad para el amor». Lo hace a partir de Aristóteles y pasando por la Sagrada Escritura, hasta llegar a Santo Tomás y el Magisterio de la Iglesia actual, lo que equivale a replantear en forma sumaria las bases mismas del orden moral frente al utilitarismo, el hedonismo y el liberalismo moderno (se entiende que este último término posee aquí un significado propiamente moral). Un análisis semejante hace el Papa del concepto de democracia, desde los griegos hasta la actualidad, reconociéndole todo su valor, pero recordándole también su fundamento moral imprescindible: el Decálogo. Sin un mínimo de principios morales compartidos, la democracia se revuelve en el vacío. Recuerda el Papa, a manera de contrapunto y advertencia, que fue un parlamento democráticamente constituido el que eligió a Hitler y respaldó su proyecto de invadir Europa, la organización de los campos de concentración y el exterminio judío. Hoy, cuando parlamentos democráticos legalizan el aborto, vuelven a poner ante nuestros ojos el talón de Aquiles de la «democracia relativista», tan distinta del régimen democrático que la sociedad contemporánea necesita. Dígase algo muy semejante de la relación entre Iglesia y Estado: dos realidades inde-

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pendientes y autónomas en su propio campo, pero llamadas a cooperar al servicio de los mismos hombres. También hoy día la «separación» entre la Iglesia y el Estado se entiende con frecuencia a la manera de los regímenes comunistas: el mundo pertenece al Estado, y a la Iglesia el limbo. ¿No es éste el argumento liberal que amordaza hoy a tantos cristianos a la hora del debate social moral, al prohibirles que –como se dice ligeramente– ellos «impongan» su fe al resto de la sociedad? Duele al Papa que, frente a este chantaje, tantos ciudadanos católicos manifiesten una penosa pasividad, hecha de ignorancia y de poca preparación doctrinal. Está, por último, el asunto del atentado contra el Papa el 13 de mayo de 1981. Alí Agca era un asesino profesional: fueron otros quienes utilizaron sus servicios. El hombre sabía disparar, y tiró a matar. Cuando el Papa, tras perdonarlo, se reunió con él, su preocupación no era pedir perdón (al parecer, ni siquiera lo hizo), sino averiguar cómo era posible el imposible de que el Papa no hubiera muerto al instante tras los cinco balazos que lo impactaron: ¿qué fuerza lo había salvado? ¿Qué era eso del mensaje de la Virgen de Fátima (en cuyo día ocurrió el atentado)? Por lo visto, hasta el día de hoy se lo pregunta Alí Agca. Juan Pablo II percibe una gran concentración del mal en el siglo XX. Pero estas páginas están llenas de los motivos de su esperanza actual para la Iglesia y para el mundo. Algunos de esos motivos son pura y simplemente buenos; pero –y esto es quizá lo más notable– otros derivan de los propios males que hemos padecido, porque, dicho en cristiano, la Providencia saca continuamente el bien de realidades malas; o, dicho por el Papa en profano con Goethe –y esa evidencia se trasluce bien en estas páginas–, el diablo es «esa fuerza que desea siempre el mal y que termina siempre haciendo el bien». Juan Pablo II es, pues, un gran optimista, en el sentido más teologal de la palabra.


Amor a la sabiduría. Estudios de metafísica y ética en homenaje al Profesor Juan de Dios Vial Larraín Jaime Araos S.M. (ed.) Ediciones Universidad Católica de Chile y Editorial Universitaria, Santiago, 2004 647 págs.

E l 10 de agosto del año 2004 el profesor Juan de Dios Vial Larraín cumplió ochenta años, muchos de los cuales ha dedicado al cultivo y enseñanza de la filosofía. Se trataba, en consecuencia, de una ocasión óptima para que este nutrido grupo de filósofos y teóricos –chilenos y extranjeros– le expresara su admiración y respeto, y accedieran a participar en este libro de homenaje. Como se sabe, en Chile y probablemente en muchas otras partes, iniciativas de este tipo son inusuales, quizás porque se trata de rendir un homenaje no tanto a la persona del filósofo –de la que siempre se tiene algo que decir, más o menos interesante– cuanto a su obra, para cuya comprensión genuina es necesario, en cambio, un tempo completamente diverso, de difícil ocurrencia en un mundo como el nuestro, dominado por la inmediatez de la eficiencia. En todo caso, los autores aquí convocados por el profesor Jaime Araos saben lo que la obra filosófica de Vial Larraín significa y el influjo que ha ejercido en sus numerosos lectores. De ahí que, seguramente, valoran como ajustado el título que da nombre al volumen. «Amor a la sabiduría –nos dice el editor en el Prólogo– es el nombre dado por los antiguos griegos a ese movimiento desiderativo del alma que lleva al conocimiento de la complacencia del propio conocimiento. Conforme a las primeras páginas de la Metafísica de Aristóteles –que recoge y a la vez transforma el empleo de esta expresión por Heródoto, Heráclito y Platón–, entran en su descripción desde el placer de las sensaciones o el goce estético del arte, hasta la fascinación de la invención técnica o la búsqueda sin término de la ciencia. Pero dicho amor no está todavía desplegado y a sus anchas, no se encuentra en libertad, hasta que no deviene un preguntar radicalmente el porqué acerca de todo (y de cada cosa),

preguntar que no tiene respuesta, si llamamos así a lo que extingue el preguntar, o mejor, que tiene su respuesta en aquello asombroso que sólo se descubre mientras se pregunta y en tanto que se pregunta. Entonces el amor a la sabiduría recibe el nombre de filosofía. Esta es «primera» o «metafísica», si busca las primeras causas y principios en el horizonte del ser y de las cosas eternas; o «ética», si hace lo propio en el campo de las cosas humanas y de su modo de realización». La metafísica y la ética son, así, no simples disciplinas o áreas temáticas sino, ante todo, formas en las que la filosofía y el modo de preguntar que le es propio puede articularse; que es precisamente lo que sucede en el caso del profesor Vial y su preguntar pensante. De ahí que las contribuciones aquí recogidas –como deja en evidencia el subtítulo de la obra– se ocupen de problemas vinculados más o menos directamente a una de estas dos formas que puede tomar ese amor a la sabiduría. En efecto, de las cinco partes en las que se divide el libro –convenientemente precedidas de un capítulo introductorio a cargo de Juan de Dios Vial Correa (ver extracto del mismo a continuación de este comentario) y de una breve biografía de Vial Larraín– las tres primeras están dedicadas a temas de metafísica, mientras que la cuarta y la quinta a cuestiones de ética. Se trata de contribuciones interesantísimas, donde, además, los autores son notablemente diversos, aunque todos de primera calidad; desde jóvenes profesores hasta teóricos de fama mundial, como Franco Volpi, Enrico Berti, Jean Grondin, Pierre Aubenque y Tomás Calvo, por nombrar sólo a extranjeros; y donde, pese a la diversidad de temas, hay ciertas presencias recurrentes: ante todo, la de los filósofos Aristóteles, Kant y Heidegger, que son, precisamente, los autores –además de Descartes– con cuyo pensamiento el propio Vial ha entrado más explícitamente en diálogo, tanto en sus cursos universitarios como en sus libros (en el último de los cuales, Inteligencia y libertad en la acción moral, 2003, se ocupa detenidamente de Aristóteles y Kant); pero, además, la de ciertas cuestiones decisivas en el debate contemporáneo: por ejemplo, la del problema de cómo entender genuinamente la libertad y su relación con el bien moral en una época como la nuestra dominada por la idea de la ‘muerte de Dios’ (y la consecuente ‘muerte del hombre’) y, de modo especialísimo, la del sentido heideggeriano de la crítica a la metafísica y el proyecto de su ‘superación’ y los modos posibles de entender la filosofía en la época técnica. Conviene tener presente, a propósito de esto último, que el propio Vial interpreta el sentido interno de su actividad filosófica, al menos en parte, como ‘res-

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EXTRACTO DE LAS PALABRAS DEL EX RECTOR DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE, DOCTOR JUAN DE DIOS VIAL CORREA, A PROPÓSITO DEL LIBRO «AMOR A LA SABIDURÍA»

(...) La inteligencia es ciertamente una manera de arreglárselas con las cosas, tal vez como si ellas fueran parte de uno, o instrumentos o extensiones del propio yo. Pero antes de arreglárselas con algo, la inteligencia percibe que algo es, que tiene una propia y misteriosa consistencia, que las cosas son al mismo tiempo familiares y extrañas. Es una forma de captar, de percibir, y lo primero que cae bajo ella es el ente, no sus cualidades, medidas o utilidad, sino simplemente el hecho de que es. El ser es algo que se puede olvidar. Y de hecho se olvida, como uno se olvida del aire o de la luz. Pero no se puede vivir una vida humana si no es entre cosas que son, y alguna forma de la pregunta que ellas plantean sobre el sentido de ser no abandona al hombre jamás. (...) Un instante crucial (en la historia de la inteligencia humana), que sacó el principio de la realidad del ámbito de los entes sensibles. Es el momento marcado por el poema de Parménides, en aquella frase tan oscura y tan iluminadora: «(para) uno y lo mismo son el ser y el pensar». Bien se sabe que no se trataba de una identificación, sino del descubrimiento de una profunda correspondencia que reunía bajo una sola luz al ser de las cosas y al pensamiento humano. Esa es la condición que Juan de Dios Vial ha tenido tenazmente presente en su trayectoria intelectual. Me atrevería a pensar que ha mirado desarrollarse en torno a ella el pensamiento occidental representado por sus grandes figuras que volvían una y otra vez en su intento de superar las aporías que cubren como una espesa vegetación el atisbo que tuvo Parménides del fondo mismo de lo que es. Con esa voluntad exigente de atenerse a la cuestión esencial, se ha ocupado Juan de Dios Vial de las meditaciones cartesianas, los diálogos platónicos, los grandes textos de Kant, y, sobre todo, la metafísica de Aristóteles. Vial muestra la presencia de Parménides en un momento fundante de la filosofía moderna «Es el cogito como concepción del espíritu lo que funda la verdad necesaria de la proposición. En el cogito el pensamiento asume verdaderamente la existencia. No es un hablar acerca de ella, sino concebirla en su sentido fuerte, hacerla efectiva, darle realidad… En el cogito, la existencia se afirma como predicado real». Esta afirmación del ser está en la base de la demostración de la existencia de Dios, y de la verdad del mundo sensible. En esta especie de enlace con la más venerable antigüedad funda Descartes la ciencia moderna. Pero no hay duda de que el centro de la atención de Vial ha estado puesto en el pensamiento de Aristóteles, en la trayectoria espiritual que parte del «deseo de saber», como «naturaleza», y remata en la «sabiduría» como «principio», verdadera ciencia: saber de causas mediante nociones universales. Entre el deseo y la sabiduría se despliega un conjunto de formas de saber que interactúan entre sí. El saber y sus caminos tienen una estructura orgánica, que cristaliza particularmente en la noción de sustancia. (...) La estructura orgánica del saber encuentra su correspondencia en la arquitectura de los principios morales. En los últimos tiempos hemos asistido a una revitalización de la ética, probablemente exigida por los grandes desafíos de la ciencia y la tecnología. El pensamiento de Juan de Dios Vial, enraizado en Aristóteles y nutrido de Tomás de Aquino, se ilustra explicando la vitalidad de esas posiciones frente al mundo de la ética moderna marcado por el paso de Kant.

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No pretendería hacerle justicia a esta obra creativa, sino que a los sumo he querido mostrar algunos puntos en los que ella roza –para iluminarlos con la nitidez de sus ideas y la excepcional elegancia de su expresión– problemas filosóficos, científicos y morales, que se agitan hoy en nuestro medio. Ellos se han abordado por Vial en numerosos artículos y capítulos de libros, pero principalmente en doce libros de su autoría, que tocan temas esenciales del pensamiento, los que están expuestos con diáfana profundidad y desarrollados en un lenguaje sobrio y elegante. Esos libros se integran no sólo a la obra creadora de un filósofo, sino a su tarea docente. Vial representa entre nosotros una de las más importantes tradiciones de la filosofía occidental, la de participar de la ciencia que se desarrolla, superando en cierta forma la esterilizadora división entre investigación y docencia. En cierta manera es el mismo acto el de filosofar y el de enseñar. En muchos años, la enseñanza impartida por Juan de Dios Vial Larraín ha llegado a públicos muy diversos, tanto en Chile como en el extranjero. (...) Pero más allá del cultivo de una disciplina, el interés de Juan de Dios Vial se ha dirigido al problema mismo de la institución universitaria, de su estructura y su función. Ha respondido en esto generosamente a un problema de nuestro tiempo. La institución universitaria ha sufrido en Chile de distorsiones que le han dado un carácter abigarrado y heterogéneo. Al primer impulso de su creación se han venido agregando acríticamente otras corrientes, ya fueran de raíz ideológica o política, ya expresión de una descarnada tecnocracia o de un empeño puramente comercial. En ese ambiente, complicado todavía por interminables cuestiones de preeminencia o de poder, se han mantenido exitosamente sin embargo numerosos grupos o centros que no admitían ser desviados de su responsabilidad primordial hacia el conocimiento humano. Tal como les ha acontecido a otros profesores distinguidos, a él le han tocado pesadas responsabilidades de dirección académica, y ha sido varias veces Decano de la Facultad de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Chile, en una de cuyas oportunidades ocupó el cargo luego de un desgastador conflicto académico, que abordó imprimiéndole a la Facultad nuevos bríos y resolviendo una crisis de existencia que parecía insuperable. (...) El reconocimiento nacional a la obra de Juan de Dios Vial Larraín se ha expresado de muchas maneras, siendo probablemente la más valiosa la general estimación de la que goza un hombre que no ha buscado el halago sino que ha querido simplemente ser como es. Es bueno, sin embargo, recordar aquí que ha sido Presidente del Instituto de Chile, y Presidente de la Academia de Ciencias Políticas, Morales y Sociales, y finalmente, que en el año 1997 le fue entregado el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanidades, alta distinción que vino a destacar en su riqueza y unidad las contribuciones de un filósofo a la metafísica y al bien público. JUAN DE DIOS VIAL CORREA

puesta’ a una pregunta que le formulara el mismo Heidegger –cuando aquél lo visitó en su casa de Friburgo– a propósito del significado de la expresión ‘estructura metafísica de la filosofía’ que Vial había usado como título de un artículo suyo (y que, posteriormente, sirve de título a su libro de metafísica más importante) y donde, entre otras cosas, se buscaba justamente pensar –de la mano de los grandes filósofos del pasado, como Aristóteles, Tomás de Aquino, Descartes y Kant– la esencia de la filosofía a la luz de los desafíos de la época presente.

Amor a la sabiduría. Estudios de metafísica y ética en homenaje al Profesor Juan de Dios Vial Larraín es un libro voluminoso y no siempre de fácil lectura. Experimentará seguramente el lector algo de ese placer propio de la contemplación de la que hablaba Aristóteles como parte esencial de una vida lograda o feliz. De todo lo cual hay que agradecer, claro está, a Jaime Araos San Martín, que con sobriedad ha sabido editar este merecidísimo libro en homenaje de uno de nuestros mayores filósofos. Rodrigo Frías Urrea

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¿Quiénes somos? Los desafíos de la identidad nacional estadounidense. Samuel Huntington Paidos Ibérica, Barcelona, 2004 488 págs.

No hace mucho, Samuel Huntington, célebre ensayista y profesor de la Universidad de Harvard, en su libro «¿Quiénes somos?» («Who are we?») ha caracterizado –con tintes dramáticos que dan a su obra un carácter de militancia– algunos de los problemas que circulan en el debate sobre la presencia hispánica o latina en los Estados Unidos de Norteamérica. Para Huntington, la cultura Anglo-Protestant de los Estados Unidos se encuentra, desde las últimas décadas del siglo XX, bajo la presión de diversos factores derivados de la globalización. Sin embargo, precisa, «en esta nueva era, el único desafío más inmediato y grave para la identidad tradicional de los Estados Unidos proviene de la enorme y continua inmigración de Latinoamérica, especialmente de México, y los índices de fertilidad de estos inmigrantes en comparación con los nativos negros y blancos de los Estados Unidos». Haciendo cálculos con las cifras correspondientes tanto a la natalidad como a la fertilidad, concluye: «Los hispánicos constituían el 12 por ciento del total de la población estadounidense en el año 2000. Este grupo aumentó en casi un diez por ciento entre los años 2000 y 2002 y actualmente ha llegado a ser más numeroso que los negros. Se estima que los hispánicos podrían constituir hasta el 25 por ciento de la población de Estados Unidos en el año 2050». También, según sus cálculos, en una ciudad tan importante como Los Ángeles, se considera que en el año 2010 los hispánicos serán más de la mitad de la población. Al autor, y a quienes piensan como él, preocupa la gravitación creciente que adquiere en Estados Unidos la lengua española y un lema, ya corriente, que consignan como un peligro real: «English is not enough» («El inglés no es suficiente»). Huntington maneja, en orden a estas consideraciones, diversas cifras y tendencias que resume así: «partes importantes del país llegan a ser predominantemente hispánicas en el idioma y la cultura, y la nación, como un todo, se convierte en bilingüe y bicultural».

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Cuánto de realismo y cuánto de mixtificación hay en sus palabras, podrían discutirlo los más entendidos en la materia. Alguna razón pareciera dar a sus estadísticas el reportaje del The New York Times, que cita en su libro, según el cual el crecimiento hispánico ha podido «contribuir a latinizar a mucha gente hispánica, para la cual está resultando más fácil afirmar su legado», lo cual coincide con el interesante dato de que ya en 1998 el nombre José pasó a ser, en vez de Michael, el más popular entre los niños recién nacidos, tanto en California como en Texas. Hay en el enfoque que propone Huntington una dialéctica de oposiciones que obliga, entre tanto, a hacer conciencia de ese derecho que constituye la inmigración, como un factor de generalizado enriquecimiento social para el conjunto de un continente como el americano, alejando por su parte el peligro de secesión que estas palabras suyas entrañan: «Esta realidad plantea una interrogante fundamental; ¿Seguirá siendo Estados Unidos un país con un solo idioma nacional y una cultura en esencia angloprotestante? Al pasar por alto esta interrogante, los estadounidenses aceptan transformarse a la larga en dos pueblos, con dos culturas (inglesa e hispánica) y dos idiomas (inglés y español)». Cabe recordar aquí, que entre las muchas críticas y observaciones hechas al combativo planteamiento de Huntington, está la de que suena incorrecto afirmar que la identidad estadounidense fue configurada por el angloprotestantismo disidente. Dos de las iglesias prominentes en la fundación de los Estados Unidos fueron más bien establecidas que disidentes: la Iglesia Anglicana llegó a ser la iglesia establecida de Virginia con el nombre de Episcopal, y el Presbiterianismo se había establecido en Escocia. Sin duda, los puritanos habían sido una secta disidente en Inglaterra, pero llegaron a ser la iglesia establecida en Massachusetts. Entretanto, Nueva York y Nueva Jersey fueron poblados en gran medida por colonos holandeses; los católicos constituyeron una fuerza poderosa en Maryland; Rhode Island fue fundada por bautistas (muchos de los cuales tenían raíces británicas, pero seguían a una secta de origen alemán); y los cuáqueros alemanes y británicos eran prominentes en Pensilvania. Al afirmarse que allí existe una cultura común «angloprotestante» también se pasa por alto el hecho de que los protestantes han estado vehementemente en desacuerdo entre ellos respecto a lo que es esa cultura (...); hay muchas sectas protestantes con ideas en conflicto en todo cuanto va desde la autoridad bíblica, por ejemplo, hasta el rol de la liturgia. Más allá de estas diferencias, fijemos entre tanto la atención en esta otra consideración: también las élites protestantes anglosajonas de raza blanca (WASP: white Anglo-Saxon Protestant) pensaron alguna vez que los judíos, los italianos y los irlandeses hundirían el país. Podemos ver ahora que hicieron grandes


aportes a una buena estructura básica. Si Estados Unidos puede encontrar una forma para que los nuevos inmigrantes hispánicos hagan sus propios aportes distintivos, podría no tener importancia que no se asimilen de acuerdo a patrones anteriores. Y la frescura, el dinamismo, el color cultural y los valores religiosos que traen los hispánicos a los Estados Unidos podrían muy bien –si no son convertidos en un fin en sí mismos por los líderes hispánicos y otros líderes estadounidenses– resultar ser un gran beneficio más que una carga para la nación. Hay que hacer por fin presente que, con gran claridad, la Exhortación Ecclesia in America (n° 65) se hizo cargo de este problema: «El Continente americano ha conocido en su historia muchos movimientos de inmigración, que llevaron multitud de hombres y mujeres a diversas regiones con la esperanza de un futuro mejor. El fenómeno continúa también hoy y afecta concretamente –agrega el documento, en alusión al mismo hecho que desde una perspectiva opuesta preocupa al autor– a numerosas personas y familias procedentes de naciones latinoamericanas del Continente, que se han instalado en las regiones del Norte, constituyendo en algunos casos una parte importante de la población. A menudo llevan consigo un patrimonio cultural y religioso rico de significativos elementos cristianos. La Iglesia es consciente –dice la Exhortación– de los problemas provocados por esta situación» y se esfuerza por atender a los inmigrados y favorecer su asentamiento en el territorio y la acogida de las poblaciones locales, «convencida de que la mutua apertura será un enriquecimiento para todos». Evidentemente que se encuentran implicados en todo esto asuntos de derecho natural de cada persona a moverse libremente, de respeto a la dignidad humana (también por cierto en los casos de inmigraciones no legales), de hospitalidad y acogida, y naturalmente de identidad cultural para aquellos que se movilizan. E.Z.E.

Las grandes herejías Hilaire Belloc FCF ediciones, Santiago, 2004 243 págs.

Inglaterra durante la primera mitad del siglo pasado fue cuna de una pléyade de intelectuales católicos. El desmembramiento del Imperio Británico, la corrupción del sistema político inglés, los males sociales de Europa, la concepción de la democracia moderna y de la tradición, la primera Guerra Mundial y sus

secuelas y, finalmente, el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán constituyen algunos de los temas de reflexión de estos autores. Cabe recordar a Gilbert K. Chesterton (1874-1936), Christopher Dawson (1888-1970) e Hilaire Belloc (1870-1953). Estos desarrollaron su pensamiento mediante las más variadas formas literarias. Siendo la característica más notable de estos autores la aguda observación de la Europa de su tiempo, muchas veces enunciando juicios que a la distancia parecen proféticos. Uno de ellos es Hilaire Belloc. Éste constituye el prototipo del intelectual cristiano que ha desplegado todo su talento personal con el objeto de afianzar el catolicismo en su país. Hilaire Belloc nació en la ciudad francesa de La Celle-SaintCloud en 1870, su familia se estableció en el Reino Unido el mismo año de su nacimiento. No obstante, mantuvo esta nacionalidad hasta 1902, cuando obtuvo la británica. Estudió en el colegio de Edgbaston. Por la gran preparación clásica que daban los padres oratorianos, Belloc se interesó por la historia, destacando notablemente en este ámbito y ganando algunos premios en la mencionada institución. Posteriormente en 1892 se matriculó en el Balliol College de Oxford. Belloc inició su carrera literaria casi inmediatamente después del término de sus estudios universitarios con novelas como Mr. Clutterbuck´s Election, Pongo and the Bull y Verses and Sonnets. También se hizo conocido por sus biografías históricas dedicadas a personajes como Danton, Robespierre y María Antonieta. Pero sus ensayos fueron los que le dieron fama, Averil, The Path to Rome y especialmente The Servile State y The Party System, este último en colaboración con Cecil Chesterton. Dentro de este último campo nos encontramos con el libro Las Grandes Herejías, aparecido en 1936 y de reciente reedición. Belloc se muestra interesado por el fenómeno religioso y su relación esencial con el hombre. El autor desarrolla el tema de la herejía cristiana. Para ello establece un marco de acción. Define a la herejía como «una construcción de un sistema por excepción, por elección de una parte de la estructura, e implica que el sistema queda destruido al sustraerse una parte de él, al negarse una parte de él, ya quede el vacío sin llenar o ya se lo llene con una afirmación nueva». A partir de esa afirmación, pasa revista

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a las principales herejías del cristianismo. Pareciera ser un tema de poca importancia para el mundo actual. Sin embargo, Belloc plantea que es una materia «de interés permanente y vital para la humanidad, porque está relacionada con el tema de la religión, sin la cual ninguna sociedad ha podido ni podrá durar». El desconocimiento de las herejías cristianas implica ignorar el sentido del hombre y de su existencia. Toda la historia de Europa y del mundo cristiano ha girado alrededor de las sucesivas herejías que surgieron en el catolicismo. Belloc plantea que nuestra cultura actual fue hecha por la religión. En conclusión, somos lo que somos, principalmente porque ninguna de estas herejías dominó definitivamente nuestra religión ancestral, pero también somos lo que somos, porque cada una de ellas ha afectado profundamente a nuestros padres durante generaciones. La relación entre el hombre y la cultura es insoslayable. Ésta no se puede eludir ni ocultar. Es así como renegar de las propias raíces tiene una sola consecuencia: la muerte. La religión y el hombre van de la mano y no se pueden separar. Posteriormente, el autor, describe el auge y la decadencia de cinco herejías. Cada una asociada a un momento histórico en particular: el arrianismo, el islamismo, la herejía albigense, el protestantismo y la «herejía moderna». Para ello, procede a detallar las circunstancias políticas, históricas y sociales que detonaron el nacimiento de cada una de estas desviaciones. Sin embargo, no nos encontramos ante un estudio del pasado. Por el contrario, Belloc, nos las muestra vivas y en desarrollo. La herejía tiene la capacidad de esconderse, de transformarse y de embellecerse. Su mutabilidad la hace peligrosa. En síntesis, la herejía implica un desafío para todo cristiano. Belloc posee esa agudeza que señala el riesgo, muestra sus causas e indica el remedio. El análisis es particularmente interesante en dos capítulos: En primer lugar, el que versa sobre el islamismo. El mahometismo a los ojos del hombre actual constituye una religión. Ésta se ha propagado y cobra nuevos bríos en nuestros días. Belloc la llama la grande y duradera herejía de Mahoma. Es cuestionable el considerarla una herejía cristiana. Pero el autor señala que Mahoma ha creado un credo mutilando otro. De allí que nace la preocupación de Belloc. No en ámbito inmediato sino a futuro. Este fórmula la siguiente pregunta: ¿No resurgirá tal vez el poder temporal del Islam y, con él, la amenaza de un mundo mahometano armado que se emancipe de la dominación de los europeos –aún nominalmente cristianos– y reaparecerá como el principal enemigo de nuestra civilización? Belloc manifiesta un antagonismo natural entre el cristianismo y el islamismo. La tensión se mantiene y no ha desaparecido.

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En segundo lugar, es particularmente interesante también el capítulo titulado «La herejía moderna». El autor afirma que la fe está ahora en presencia no de una herejía particular como en el pasado –la arriana, la maniqueísta, la albigense, la mahometana– ni tampoco está en presencia de una herejía generalizada, como cuando tuvo que hacer frente a la revolución protestante de hace unos trescientos o cuatrocientos años. El enemigo que la Fe tiene que enfrentar ahora, y que puede llamarse «el ataque moderno», es un asalto en masa contra los fundamentos de la Fe, contra su existencia misma. Belloc pone todo su empeño en desenmascarar esta desviación. El hombre ha abandonado la razón y se ha hecho esclavo de la indiferencia. La Iglesia se empeña en comprender a sus adversarios. Por el contrario, sus adversarios no comprenden a la Iglesia e intentan destruirla. La batalla ha comenzado. El mundo se moviliza y la Iglesia padece. ¿Quién vencerá? En palabras del autor nos encontramos en la bifurcación de caminos por donde pasará todo el futuro de nuestra raza. El análisis del autor termina bruscamente. Es el lector actual quien deberá observar a su alrededor y responder a la pregunta: ¿Qué sucederá con la fe Católica? Hilaire Belloc destacó como fecundo ensayista, versificador, orador y autor de innumerables libros. Fue condecorado por el papa Pío XI en 1934 por sus servicios al catolicismo. Pero, su mérito no está en lo anterior, sino más bien en su capacidad profética que lo mantiene actual y vigente. Fr. Bernardo Álvarez, O.S.B

Fernando el Católico Luis Suárez Ariel, Barcelona, 2004 475 págs.

L a publicación por parte de Luis Suárez, académico de la Historia y catedrático de Historia Medieval, de esta monografía sobre Fernando el Católico (1452-1516) viene avalada por más de cincuenta años de trabajo dedicados al estudio del reinado de los Reyes Católicos, en archivos españoles, italianos, británicos y franceses. Esta ingente labor ha convertido a Suárez en el mayor especialista del mundo en este período de la historia de España. Tras su estudio dedicado a Isabel la Católica, el autor se centra ahora en el coprotagonista de uno de los reinados


Mártires españoles del siglo XX Vicente Cárcel Orti BAC, Madrid, 1995 657 págs.

La gran persecución. España 1931–1939 más decisivos de la historia española. Señala Suárez que, pese a la tendencia a percibir la labor de ambos monarcas como un todo indiferenciado o, por el contrario, a enfrentar ambas figuras, las posturas y decisiones imputables a Isabel y a Fernando son perfectamente distinguibles. Así, por ejemplo, Isabel convenció a Fernando en 1488 de la urgencia de conquistar Granada en vez de recuperar el Rosellón; en sentido inverso, Fernando impuso su criterio en el mantenimiento de la estabilidad monetaria y en el desarrollo del comercio como forma de incrementar los ingresos del Estado. La extraordinaria capacidad de Suárez para realizar una síntesis histórica de un reinado largo y complejo, conduce al lector desde la infancia del protagonista –rey de Aragón a los 10 años– a su matrimonio con Isabel en 1469, que le convertiría en Fernando V de Castilla, y a su decisiva participación en la guerra de Granada y su implicación en la política mediterránea en defensa de los derechos aragoneses sobre Nápoles. El fallecimiento, uno tras otro, de los herederos varones de los Reyes Católicos dejaría finalmente su legado en manos de Carlos de Habsburgo, hijo de Juana y Felipe el Hermoso. Tal vez uno de los aspectos más interesantes del libro sea la revisión historiográfica que se hace de la figura de Fernando el Católico. A nadie se le escapa la actual tendencia a revisitar mitos y personajes históricos en clave nacionalista. Así, durante los años en que cohesión, autoridad, expansión territorial y unidad religiosa eran conceptos inequívocamente positivos, el tándem Fernando-Isabel fue la encarnación de lo español con mayúscula y del castellanismo a ultranza. Se olvida, por ejemplo, que Fernando fue el primer rey de España que juró los fueros en el árbol de Guernica. El desarrollo de los regionalismos en el siglo XIX y, más recientemente, de los nacionalismos, intenta recuperar la figura de Fernando como personificación del nacionalismo catalán. Ambos juicios, viciados por motivos políticos, son igualmente anacrónicos y simplistas. Margarita Sánchez

Vicente Cárcel Orti Editorial Planeta, Barcelona, 2000 370 págs.

E l autor de estos dos libros es el P. Vicente Cárcel Orti, especialista en historia de la Iglesia, quien trabaja hace más de treinta años en el Vaticano. El primero de ellos está centrado en la vida y muerte de los 218 mártires canonizados por el Papa Juan Pablo II, antes del año 1995. Después han seguido y seguirán muchos más. Carmelitas, Pasionistas, Hermanos de La Salle, Hospitalarios, Claretianos y, por supuesto, miembros del clero diocesano, forman parte, entre otros, de este nutrido cortejo de mártires. El estudio de estas vidas sacrificadas por la Fe está enmarcado en una visión objetiva y clara del contexto histórico que fue la Segunda República española y la posterior guerra civil. Pero como este tema está abordado con mayor profundidad en el segundo libro: La gran persecución, aquí nos referiremos solamente al aspecto biográfico del primero. Entre las 218 víctimas hay sacerdotes y religiosos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos. Lo que impresiona al leer los detalles de cada caso, es la fortaleza –que en muchas ocasiones llega hasta la alegría– de estas personas que van a la muerte, ciertos de su próximo encuentro con Dios. Ninguna duda, ninguna debilidad, ninguna lágrima al despedirse de esta vida. Marchan cantando al martirio, perdonando a sus enemigos y dando vivas a Cristo Rey. El proceso de canonización ha sido, como siempre, riguroso. No hay en el asesinato de estas víctimas factores que enturbien la certeza de su muerte por la Fe. No hay de por medio odios personales, ideas políticas u otras razones que pudieran haber movido a sus asesinos. Estos actuaron siempre y en forma explícita in odium fidae, por odio a la Fe. Y reforzaron este motivo con el incendio y destrucción de templos, el «fusilamiento» de imágenes sagradas, la profanación de los objetos de culto y en especial de la Eucaristía. ¿Qué motivó este odio? En La gran persecución el padre Cárcel analiza el problema desde sus antecedentes his-

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tóricos. Ya en el siglo XIX, por influencia de la Ilustración, empezó a generarse en España, entre los intelectuales, un anticlericalismo virulento. Estos fueron los maestros de los hombres de la Segunda República, instalada en 1931. A esta corriente se sumó el anarquismo que en las masas obreras había prendido rápidamente, y el comunismo, encandilado todavía por el presunto éxito de la Revolución rusa. Todo esto formaba un caldo de cultivo peligrosísimo para un pueblo como el español, de reacciones extremas, y además abandonado a la miseria por el verdadero desgobierno en que el país vivía desde hacía más de un siglo. Tratándose de una obra de valioso contenido histórico, estamos obligados, en este breve espacio, a limitarnos a señalar los puntos más esenciales que el autor demuestra. El primero de ellos es que la persecución religiosa comenzó mucho antes de la guerra civil. Ya en 1931, la Segunda República se inauguró con un cortejo de incendios y saqueos de iglesias en todo el país, que los nuevos gobernantes presenciaron complacidos, impidiendo incluso la actuación de la fuerza pública para contener estos desmanes. En 1934 –dos años antes que empezara la guerra civil– un intento revolucionario de los comunistas llevó al martirio a ocho hermanos de La Salle y un pasionista, en Turón (Asturias). Estos fueron canonizados por el Papa Juan Pablo II, en 1990. La persecución religiosa en España no fue por lo tanto –como hoy se pretende decir– un ataque a la Iglesia provocado por su adhesión a la sublevación militar de Franco. Los hechos se dieron exactamente al revés: la Iglesia adhirió al Movimiento Nacional, recién en 1937, cuando ya se había consumado una verdadera hecatombe martirial, en los tres primeros meses de la contienda. Otro punto interesante es el número de cristianos martirizados. Para los sacerdotes, religiosos y religiosas hay estudios acuciosos y confiables. Su número se estima en alrededor de las siete mil víctimas, encabezadas por once Obispos diocesanos. A éstos hay que añadir numerosos laicos explícitamente asesinados por confesar su fe religiosa. Su número es más difícil de precisar, pero el padre Cárcel los estima en

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tres mil personas, en cuyos casos no se mezclaron factores de orden social ni político. El último punto importante, claramente demostrado por el autor, es que la persecución religiosa no fue obra del pueblo español como tal, sino de minorías concientizadas y manejadas por comunistas fieles a la URSS, anarquistas y trotskistas. Efectivamente los asesinatos no fueron nunca consecuencia de la violencia masiva, sino de personas dedicadas a la búsqueda deliberada de sus víctimas, con datos y listas debidamente preparados. Lo que supone también que, contra algunas opiniones actuales, la persecución religiosa no fue «incontrolable». Pudo haber sido en gran parte impedida por los gobernantes de la época, si se lo hubieran propuesto. La gran persecución llega en su análisis hasta el presente, en el que numerosos sectores de la opinión pública han aceptado la desfiguración sistemática de la historia de España. «Sorprende la falsificación de lo que realmente pasó», dice el autor. «En los medios de comunicación social –cita éste al autor Alex Rosal– se ha constituido un ‘tribunal popular’ para decir quién fue el culpable de esta tragedia, y debe por lo tanto pedir públicamente perdón. Lo curioso es que en este imaginario «tribunal popular» se sienta como magistrado uno de los bandos que debe ser juzgado. (Ellos) consideran que no deben ser juzgados por nada, y además, se sienten con derecho de exigir a los demás que expíen sus culpas». Todo esto nos es muy conocido a los chilenos. Tratándose como en esta obra de mártires, lo importante es el reconocimiento de la Iglesia y no el de los medios politizados. Pero el padre Cárcel constata con dolor que, a pesar de la voluntad del actual Pontífice de que se conozca y se consagre a los mártires del siglo XX, hay sectores incluso eclesiásticos que quisieran ignorarlos. En los Sínodos Diocesanos Europeos de 1991 y 1999, mientras los obispos procedentes de las Iglesias del Este europeo hablaron con veneración y gratitud de sus mártires, víctimas del nazismo y del comunismo, los padres sinodales españoles callaban. Por eso estos libros son doblemente meritorios. En nuestro tiempo no se trata ya de rescatar los valores del pasado de un involuntario olvido. Hay que luchar a brazo partido por defender la verdad, sistemáticamente desfigurada por interesas políticos tan hábiles como inconfesables. Gisela Silva Encina


Cervantes. Genio y libertad

Recuerda que eres hombre

Alfredo Alvar Ezquerra Temas de hoy, Madrid, 2004 470 págs.

Carlos Goñi Zubieta Ediciones Rialp, Madrid, 2003 182 páginas

Con ocasión del IV Centenario de la publicación en 1605 de la

«Recuerda que eres hombre»… era la frase con que el es-

primera parte de El Quijote, se han multiplicado los estudios, biografías, reediciones sobre el más grande de los autores españoles. Bien es cierto que la fama de El Quijote ha eclipsado tanto a la de su autor, que todavía siguen existiendo lagunas cuando se intenta realizar una biografía definitiva. Pero se tienen suficientes datos para reconstruir su peripecia vital. Alfredo Alvar (Granada, 1960) se acerca al personaje desde su mentalidad de historiador. Investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y profesor asociado en la Universidad Complutense de Madrid, Alvar rastrea en la numerosa documentación para reconstruir la biografía de Cervantes y situarlo en su tiempo, con las numerosas dificultades que tuvo que atravesar, bien por su mala fortuna –pocas cosas le salieron bien durante toda su vida, ni en el plano personal, ni en el plano profesional, ni literario–, bien por las complejas circunstancias históricas en las que tuvo que moverse. Alvar también es consciente de las íntimas relaciones que se dan en Cervantes entre vida y literatura. Esto le lleva a utilizar como documentos informativos muchos de sus escritos, donde aparecen tantas opiniones, descripciones, interpretaciones, etc., sobre su tiempo. Cervantes vivió totalmente inmerso en los problemas de su sociedad, y sobre la mayoría de ellos lanza sus opiniones en tal o cual obra, aunque es el Quijote donde prácticamente realiza un compendio de su época. Este libro tiene como referencia otras dos biografías muy conocidas de Cervantes, la de Asstrana Marín, monumental, y la del hispanista francés Jean Canavaggio. Sobre Cervantes hay muchos otros textos recomendables, como Para leer a Cervantes, de Martín de Riquer, otro de sus más renombrados especialistas. La biografía de Alvar, escrita con una mentalidad más histórica que filológica y literaria, contribuye a situar a Cervantes como un hombre de su tiempo, con sus problemas, ideales y fracasos a cuestas.

clavo romano moderaba el orgullo del general vencedor que regresaba a la cabeza de su cortejo triunfal. Como título y lema de este libro, aparece desplegada en cuatro grandes afirmaciones: «recuerda que eres animal, racional, libre y persona». Son presupuestos que dibujan una perspectiva antropológica, presentada en forma clara y persuasiva. También son ocasión de aludir a muchos temas de actualidad sin olvidar lo perenne de la filosofía. El libro se inicia con el proceso de humanización, refiriéndose en un capítulo al evolucionismo. La noción de animal cultural lleva a plantearse la diferencia que existe entre hacer un nido y una catedral. De la creación de un mundo cultural, por parte del hombre, se deriva a la noción misma de cultura y sus manifestaciones. El problema del conocimiento –con sintéticas referencias a Platón, Aristóteles, Kant y Hegel– lleva al autor a citar a T.S. Eliot: «¿dónde está la sabiduría que se nos ha perdido en conocimiento, dónde está el conocimiento que se nos ha perdido en información?». Bajo la característica de «racional» figura un interesante capítulo sobre ecologismo y una descripción de modernas «instalaciones» que reivindican para sí la idea de arte. La ética, el mundo de las virtudes, la ley natural aparecen engranadas con la libertad, discutiéndose también los sistemas filosóficos que niegan la existencia de la misma. El último gran capítulo del libro está dedicado a la persona con una amplia referencia al feminismo y a los derechos humanos. Al referirse a la existencia de Dios se entrega una visión histórica del agnosticismo muy interesante, terminando la serie de artículos con el problema de la felicidad. Tal cantidad y variedad de asuntos harían temer que se trate de un libro confuso o quizás tedioso. Todo lo contrario, es

Adolfo Torrecilla

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muy claro y sintético, con una coordinación muy bien lograda entre los temas. Una objeción formal es que el autor termina todos los capítulos con una misma o parecida exhortación: «recuerda que eres hombre» y un pequeño comentario al respecto. Es un recurso literario que indudablemente pierde fuerza al ser tan reiterativo. Elena Vial

Sobre el pudor y el sentimiento de vergüenza Max Scheler Sígueme, Salamanca, 2004 T.o.: Über Scham und Schamgefühl Traducción: Ingrid Vendrell Ferran 157 págs.

En este estudio de 1913, que por primera vez se edita en español, asistimos a un prodigio de aplicación de los principios de la fenomenología, entendidos como la descripción pormenorizada de la experiencia que acompaña al ser humano en cualquier asunto que le incumba. Llama la atención la capacidad de Scheler para analizar y dar cuenta de lo que nos pasa cada vez que vivimos la experiencia del pudor o de la vergüenza. Sus reflexiones sobre las diferencias entre estos dos sentimientos y otros como humildad, arrepentimiento y honor, vanidad y afán de gloria, asco y aversión, etc., resultan magistrales y verdaderamente ayudan al conocimiento propio. Por otro lado es muy interesante ver cómo desbanca la interpretación psicoanalítica del pudor entendido como represión, interpretación en la que tanto pudor como vergüenza eran valorados negativamente y se buscaba una desinhibición «liberadora» (Scheler parece casi un profeta que se adelanta a las consecuencias deshumanizadoras de la revolución sexual del 68). La tesis del autor es justamente la contraria: la pérdida del sentido del pudor supone siempre una degradación del ser humano en la medida en que se desacraliza el cuerpo, la sexualidad y –en el fondo, y eso es lo grave– a la persona misma. El pudor no es originado por la educación (sí lo son en cambio las diversas manifestaciones de lo pudoroso): es un valor que acompaña al núcleo del ser humano, en la medida en que éste no acepta ser reducido a la generalidad, sino que desde el principio es consciente de su condición de ser alguien único. De ese modo Scheler entiende que la vergüenza es uno de los medios más necesarios para descubrir qué es el amor, el

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ser personal o una vida sexual plena de significado humano. Su defensa de lo espiritual le lleva a un descubrimiento entusiasmado del valor del cuerpo y de la dimensión sexual. Llamará sin duda la atención del lector que Scheler aplique estos dos valores como vehículo de una eugenesia natural (los seres humanos pudorosos engendrarán hijos mejores, justamente porque saben guardar su capacidad reproductiva para las mejores personas), como si los valores morales estuvieran determinados genéticamente, en un pensamiento muy de acuerdo con las teorías de «raza» que en 1913 estaban de moda en Alemania. También me parece parcial su lectura de la moral cristiana, mucho más negativa de lo que hoy se presenta en el Magisterio. Por último, quizás haya centrado excesivamente su atención en el campo de la sexualidad, cuando el pudor y la vergüenza pueden ser secundariamente aplicados a muchos otros terrenos de las relaciones humanas. Y un aviso: el método usado (la fenomenología) hace que la obra resulte difícil, siendo necesario estar acostumbrado a la lectura de obras filosóficas exigentes. De todos modos, la presentación que Scheler hace del asunto es magistral y no resulta extraño que este autor haya sido de tanta utilidad para las reflexiones sobre el amor y la responsabilidad que realizara Karol Wojtyla. Javier Aranguren

Extravíos de mujer María Elena Aguirre Ruclimen Ediciones, Santiago, 2004 122 págs.

La novela narra la vida de una mujer chilena de este tiempo, contada a través de diferentes voces: ella misma, su marido, una amiga, un narrador impersonal. Cristina, que así se llama la protagonista, es viuda desde el primer capítulo. Una licencia literaria es que su marido aparece compartiendo sus recuerdos en buena parte de la historia. La narración oscila en el tiempo, con un juego de retrocesos y adelantos que no perturban: al contrario, están muy bien logrados y son uno de los atractivos del libro. Podríamos decir que la trama misma de la novela no son los acontecimientos biográficos, sino el crecimiento interior de Cristina, logrado a través de un doloroso proceso. A grandes rasgos es una historia de amor, que comienza con una protagonista demasiado niña y un marido muy joven también. En ella la vivencia de la maternidad es muy fuerte,


con entrega y temor a la vez. Por otra parte, Andrés, el marido, se demora en entender el alma de Cristina y sus inquietudes profesionales y feministas. La muerte prematura del marido la lleva a una depresión descrita con vigor, de la cual logra salir a duras penas. Una situación profesional muy exigida la arrastra a un juego ambivalente que termina con un enfrentamiento doloroso y casi ridículo con la realidad. La narración de los acontecimientos «pesca» al lector y lo interesa, pero el verdadero hilo conductor va por dentro. Es la mujer, Cristina, tratando de dejar atrás a la niña, que todavía es. Esta realidad tiene su expresión más dramática cuando Cristina se da cuenta de que está convirtiendo a su hija mayor en una «niña-madre» que satisface sus anhelos de seguridad. El mundo interior de los personajes está tratado con hondura y honestidad. La protagonista es una figura femenina muy compleja que también representa una época y un cambio social. Hay hermosas descripciones del campo en Chile central y acierto en el manejo de los personajes secundarios. Lo mejor del libro es, quizás, el estudio psicológico de la protagonista y un estilo muy atrayente. Su autora, María Elena Aguirre, es periodista de destacada trayectoria. Ha escrito otros libros, pero ésta es su primera incursión en la novela. Elena Vial

Retratos del medioevo Gerardo Vidal Guzmán Editorial Universitaria, Santiago, 2004 272 págs.

Esta nueva serie de retratos del profesor Vidal Guzmán, centrada ahora en figuras de la Edad Media, no desmerece en absoluto de las referidas anteriormente a la Antigüedad (ver Humanitas 37, págs. 181-182). Como método de divulgación –propósito del autor– no hay duda de que este enfoque ha logrado su objetivo. La

lectura resulta amena y sencilla, lo que no es raro tratándose de biografías de personajes de vida poco común. Pero lo importante es que la obra en su conjunto logra dar una visión cabal de la Edad Media, con sus valores e ideales, en los más variados campos: política, filosofía, arte o vida religiosa. Hay entre los personajes retratados algunos polifacéticos que, por la universalidad de su obra o de sus caracteres, son propiamente simbólicos y representan por sí solos a su época: un San Gregorio Magno, un Abad Suger, un San Bernardo. Pero hay muchos otros, acotados por tareas más específicas, como es el caso, por ejemplo, de San Benito, Abelardo o el Giotto, cuyo aporte encaja perfectamente en ese hermoso vitreaux que es la Cristiandad Medieval. El profesor Vidal comenta en el prólogo de su libro que los prejuicios sobre el mundo medieval siguen vigentes para muchas personas que no divisan en él sino ignorancia, sumisión y tiranía eclesiástica. Para decirlo con una palabra manida: «oscurantismo». Pareciera que, si no las lecturas, por lo menos los viajes –hoy tan fáciles– podrían haber abierto los ojos de mucha gente. ¿Cómo se puede contemplar la fachada de una catedral gótica, sin intentar explicársela? ¿No es evidente que detrás de esa obra de arte hay un pensamiento, una cultura, unos principios de altísimo valor? Pero las leyendas negras tienen la vida dura, y no subsisten por sí solas. Reciben hasta hoy –y seguramente seguirán recibiendo– la alimentación constante de una interpretación sesgada, cuyo objeto es oscurecer ante el público superficial el brillo deslumbrante de una época mal mirada, en el fondo, por su sentido religioso. En la imposibilidad de abarcar, en el breve espacio de un comentario, la cultura de diez siglos hay que elegir algún tema sobre el cual detenerse. Por ejemplo, el papel de la mujer. El profesor Vidal sólo incluye en su lista de elegidos a una de ellas: Leonor de Aquitania. Pero reconoce que la importancia del protagonismo femenino en la época es tan grande que «es prácticamente imposible, sin cometer una injusticia, escoger una sola de ellas para esbozar su retrato». En efecto, la única sugerencia que me habría permitido hacer al autor sería la de haber incluido, junto a Leonor de Aquitania, a su contraparte: Juana de Arco. La una brillante señora de dos reinos, la otra humilde aldeana. Pero ambas llevaron en sus manos las riendas de la historia. Y en torno a ellas el poder real de muchas otras mujeres, y el símbolo

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ideal del amor cortés. Como señala de paso nuestro autor, y ha demostrado brillantemente Régine Pernoud, la mujer medieval ostentó un gran poder que perdió más adelante, hasta llegar a la perpetua minoría de edad que le asignaba el Código napoleónico. ¿Por qué ocurrió esto? En la historia siempre las causas son complejas, pero no creo errar si señalo entre las más importantes el factor religioso. Vidal señala agudamente, al explicar la importancia del «amor cortés», que por mundana que fuera esta moda, su influencia fue tan grande que no es casualidad que San Bernardo empezara a llamar por entonces a la Virgen, «Nuestra Señora». Y justamente, cuando se derrumba con la Reforma protestante el culto a la Virgen, la mujer, reina o madre, religiosa o laica, retrocede a un claroscuro de siglos, del que hoy pretende salir renunciando a su sexo, para asumir un ambiguo «género», que le permita confundirse con el hombre. Otro tema sugestivo, al que el autor se refiere de paso, y que es muy cuestionable es el término «edad media», que creó el racionalismo, cegado por los prejuicios que comentábamos más arriba. «Edad media» equivale a vacío intermedio entre dos mundos brillantes: la Antigüedad Clásica y el Renacimiento. Y este «vacío» abarca diez siglos de historia, y de una historia extraordinariamente dinámica y rica en toda clase de valores. Sólo la inercia puede mantener vigente una terminología tan desafortunada. Finalmente un detalle importante que la modalidad elegida por el profesor Vidal, destaca con mucha nitidez, es la movilidad social de la época. Muchos de los personajes más notables fueron de origen muy modesto: el Emperador Justiniano procedía de una humilde familia campesina. El mismo ambiente vio nacer al gran Papa Gregorio VII. También procedía de una pobre familia el personaje quizás más deslumbrante de su tiempo: el Abad Suger. El Giotto, niño, pastoreaba una ovejas, cuando el gran Cimabue descubrió sus dotes pictóricas, y se lo llevó consigo. Dante, un burgués modesto y un desterrado político, se elevó sin apoyos, por la grandeza de su genio, hasta la cumbre que hoy sigue ocupando en la literatura universal. Nunca más oportunos estos Retratos del medioevo. Hoy día en que nuestro mundo parece concertar deliberadamente todos sus esfuerzos en borrar nuestro pasado, es necesario revivirlo y divulgarlo. Una sociedad olvidada de su historia es como un hombre que cada día empezara a vivir sin recordar el día de ayer. ¿De qué sería capaz? La historia es la tierra nutricia que alimenta nuestras raíces, que nos inserta en el presente y nos orienta hacia el futuro. Sin su brújula caeremos inexorablemente en la condición de hombremasa, presa codiciada para muchas fuerzas oscuras, cuyos fines no son los nuestros. Gisela Silva Encina

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La construcción del Estado Francis Fukuyama T.O.: State Building. Governance and World Order in the Twenty First Century Traducción: María Alonso Ediciones B, Barcelona, 2004 208 págs.

Fukuyama lo ha hecho de nuevo. El politólogo de la Universidad Johns Hopkins ciertamente tiene un don para identificar las grandes cuestiones, darles forma e incluirlas en el orden del día en las reuniones de intelectuales. Irrumpió en el escenario con «El fin de la historia y el último hombre» (1992), en el que realizaba una crónica, «more» hegeliano, del triunfo definitivo de la democracia liberal sobre el totalitarismo. Después vino «La confianza» (1995), estudio de las virtudes sociales necesarias para la creación de la prosperidad; «La gran ruptura» (1999) sobre la erosión del conjunto de valores que constituyen el capital social, y «El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica» (2002). Y ahora publica este volumen sobre la constitución del Estado («state-building») y del gobierno («governance»), que seguramente influirá en el modo en que se desarrollen de aquí en adelante las instituciones. El 11-S de 2001 desencadenó la alarma sobre las consecuencias fatídicas de los Estados fracasados. Su incapacidad de asegurar sus territorios los convierte en refugios de terroristas, como Afganistán para al-Qaeda, o en viveros y fábricas de drogas ilícitas, como las serranías colombianas. Su ineptitud en proporcionar servicios básicos de salud y educación provoca epidemias horrendas, como el sida en gran parte de África subsahariana. Y su pura falta de operatividad los hace propensos a causar abusos generalizados de derechos humanos y crisis humanitarias espantosas, con ocasión de conflictos internos (Ruanda, Burundi, Bosnia, Kosovo, Irak, Sudán). ¿Por qué fracasan los Estados? Según Fukuyama, se debe a cierta confusión entre la fuerza y el tamaño del Estado. Al recortar el tamaño del Estado en los años 80 con el fin de promover el crecimiento económico, muchos países han dejado de prestar atención a funciones en las que el Estado es insustituible: tareas como la provisión de los bienes públicos puros (la defensa, la seguridad, el estado


de derecho), el diseño y la implantación de políticas de libertad de comercio, la redistribución de riqueza o la seguridad social. Fukuyama articula su razonamiento –y su libro– en tres secciones principales. La primera construye un marco analítico para comprender las distintas dimensiones de la «estatalidad» e indica las disciplinas académicas a las que pertenece cada una de ellas: el diseño organizativo (la dirección, la administración pública, la economía), el diseño institucional (la ciencia política, la economía, el derecho), la base de legitimación (la ciencia política) y los factores socioculturales (la sociología, la antropología). El carácter específico de cada una de esas disciplinas explica la distinta capacidad para trasladar el conocimiento sobre la constitución del Estado de un país a otro. Lo que está claro es que la ciencia del gobierno o la capacidad institucional no se traslada tan fácilmente como el capital financiero, las materias primas o los bienes de equipo. Sin embargo, no deja de ser sorprendente que el enfoque de Fukuyama en la constitución del Estado siga siendo el crecimiento económico en lugar del florecimiento humano integral en un contexto político. Al lector le queda la impresión de que aquí se ha perdido la oportunidad de aprender una lección importante. La sección siguiente trata de la falta de una forma óptima de organización o la ausencia de una verdadera ciencia de la administración pública, factor que contribuye a la debilidad de las instituciones estatales. Las aproximaciones convencionales –como la Escuela de Elección Pública de Buchanan y Tullock, por ejemplo– son excesivamente dependientes de doctrinas que se originan en el sector privado y que están diseñadas para él. Los dilemas a la hora de alcanzar un estatuto científico para la administración pública surgen de la insistencia en desarrollar una técnica que sea objetiva y libre de valores, independiente de las cualidades morales o virtudes de los actores. Semejante prejuicio sólo produce reglas externas y procedimientos que enseguida se muestran ineficaces. La parte final considera las dificultades que aparecen en la comunidad internacional debido a la erosión continua de la soberanía estatal. La discusión enfrenta, por un lado, la visión unilateralista de los EE.UU. con la visión multilateralista europea, por otro. Los estadounidenses consideran el Estado-nación como el depositario único de la legitimidad democrática y lo entienden como una institución que está básicamente al servicio del individuo. Por contraste, los europeos apelan a una comunidad internacional que sirve de guardián de los principios universales de justicia, y también piensan que los intereses individuales deben supeditarse a los intereses comunes del Estado. Fukuyama adopta una solución salomónica al afirmar que, aunque Europa tenga razón en teoría, en la práctica se equivoca, porque los ideales siempre tienen que encarnarse, por muy imperfectos que sean, en instituciones. Y tales instituciones siempre tendrán que contar con una fuerza –de la que sólo el Estado tiene un monopolio legítimo– para hacerse valer.

Puede que la esencia de la globalización sea el ocaso de la soberanía estatal en el último cuarto de siglo. Hoy por hoy, lo que viene después no es más que un vacío misterioso. Ciertamente, el Estado, un Estado fuerte, es un bien necesario, aunque menor, para el florecimiento humano. Mas para determinar la proporción exacta de fuerza y tamaño del Estado se requiere algo más que la teoría de la organización y la planificación económica. Sobre todo haría falta la regeneración moral de los estadistas, los políticos y los líderes de la sociedad civil. A.J.G.S. José Antonio y la economía Varios autores. Coordinador: Juan Velarde Fuertes Grafite Ediciones, Madrid, 2004 594 págs.

Al cumplirse cien años del nacimiento de José Antonio Primo de Rivera un grupo de profesores, con el patrocinio de la Universidad San Pablo-CEU, bajo la coordinación del reconocido economista Juan Velarde Fuertes, se propusieron abordar el pensamiento joseantoniano en torno de un solo tema: la economía. En su introducción a la obra dice con razón el profesor Velarde que en torno a una fecha simbólica para una figura histórica, suelen deformarla los panegíricos, pero también los «cuervos» que sin ningún escrúpulo tergiversan y sacan de contexto su personalidad para denostarla. Por eso el propósito de este grupo de autores es esencialmente profesional y objetivo. Se trata de explicar las ideas económicas de José Antonio en el ambiente histórico que le tocó vivir, entre las dos grandes guerras mundiales. Como apreciación general es necesario reconocer que la calidad de todos los estudios aquí reunidos es excelente. Hay en todos ellos un trabajo serio, una interpretación fundamentada y una objetividad impecable. Naturalmente, bien sea por la riqueza del tema o por la agudeza del enfoque, hay que destacar algunos capítulos. Uno de ellos es el primero: Situación ideológica del mundo tras la Primera Guerra Mundial, del que son autores Alvaro de Diego y Gustavo González. El tema es fundamental para entender el mundo –la «circunstancia» para usar el término orteguiano– en el que se formó José Antonio y que debía condicionar su pensamiento político. Después de la exposición de un panorama mundial esclarecedor, los autores concluyen que la democracia europea, al término de la Primera Guerra, aparecía notablemente debilitada. «El Estado liberal –señalan– ya no estaba en condiciones de garantizar las funciones

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clásicas que su principal teórico, Adam Smith, había señalado. «No garantizaba el orden público (asesinatos políticos frecuentes en varios países)... No garantizaba la defensa exterior (ciega política de «apaciguamiento» ante el avance nazi) y finalmente –y esto es sin duda la realidad más importante para el tema de este trabajo– «la Gran Crisis del 29 demostró que el liberalismo no era garantía ni mucho menos, para el desarrollo armónico de los mercados». Para mayor gravedad esta debilidad liberal se enfrentaba con la fuerza amenazante de la Unión Soviética, en momentos en que el triunfo del comunismo en un país, según las tesis de Marx, debía arrastrar tras de sí rápidamente la revolución mundial. Esta amenaza no era un fantasma imaginario en los países en que el caos político y la miseria empujaban a las masas a la desesperación. La necesidad de enfrentar este peligro fue sin duda el origen de los gobiernos autoritarios de diversos matices, a los que se ha englobado con el título de fascistas. En ese entorno las ideas económicas dominantes eran la autarquía, el proteccionismo y la convicción de que era necesario entregar el manejo de la economía a un Estado fuerte que regulara el equilibrio necesario entre los agentes de la producción y del trabajo. Por otra parte se producen en esos años tres grandes innovaciones tecnológicas que miradas desde la perspectiva actual pueden carecer de relieve, pero que en su momento fueron revolucionarias: el desarrollo de la industria química, la electricidad y el motor a explosión. Centrando más adelante la mirada de los investigadores en la realidad de España, se descubre un complejo panorama que parte del pesimismo crítico de la generación del 98 que llegó intacto hasta la generación de José Antonio («Amamos a España porque no nos gusta»). Pero, paradójicamente, en este primer tercio del siglo XX español se dan cita también factores contradictorios, como etapas de un vigoroso desarrollo económico unidas a un amargo pesimismo social; dos generaciones de indiscutible brillo intelectual –la del 98 y la del 27– y un proceso de decadencia política, que detuvo parcialmente en su realidad práctica la Dictadura de Primo de Rivera, pero cuyas raíces más profundas no logró extirpar y que terminaron derribando a la Monarquía. Entrando enseguida en el tema del ideario político de José

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Antonio, es imposible exponer aquí el vasto y completo análisis de los autores del libro. Hay que concluir con ellos que el joven fundador de la Falange Española era un hombre preparado que había hecho serios estudios de economía. Como hombre de su tiempo reconoce el fracaso del liberalismo en el campo social, pero tampoco confía en el Estado porque éste esclaviza al hombre. El núcleo central del pensamiento joseantoniano, de clara raigambre cristiana, es «el hombre, portador de valores eternos». Buscando su defensa el político cree encontrarla entregando la autoridad reguladora a los sindicatos verticales, integrados por todos los miembros que trabajan en una misma rama de producción, desde obreros hasta gerentes, indicados para establecer un reparto equitativo de los beneficios. Más allá de la viabilidad de este proyecto que no llegó a ser realidad, es interesante detenerse en las propuestas de José Antonio sobre la Reforma Agraria, por tratarse del tema que estudió más a fondo, y que más promesas y fracasos ha suscitado después. El capítulo pertinente, desarrollado por el profesor Joaquín Fernández, nos da a conocer con datos muy reales la pavorosa situación del campesinado español. Un siglo y medio de desgobierno y de guerras intestinas habían instalado el hambre en el campo español como una realidad permanente. Al llegar al poder la República su primera propuesta fue, por lo tanto, la Reforma Agraria, pero la proyectó y la aplicó con tan mal criterio, que el propio Azaña reconoció su fracaso. De ahí la preferencia que el fundador de la Falange Española daría a este tema. De partida, él reconoce la gravedad de la situación y propone como medida sencilla e inmediata aliviar a los millares de arrendatarios de pequeñas propiedades, cancelando la obligación de pagar los cánones usurarios que con frecuencia pagaban a rentistas que ni siquiera conocían sus campos. En seguida viene un conjunto de propuestas a más largo plazo: expropiar los latifundios manifiestamente abandonados. Reformar los minifundios creando propiedades que constituyan unidades económicas, e instalar en esas zonas pequeñas industrias que complementen los ingresos de sus habitantes. Implementar un vasto plan de educación y capacitación campesina, sin el cual la reforma corre el riesgo de fracasar. Abrir una institución de Crédito Agrícola, con intereses bajos para capitalizar a los nuevos propietarios. Restablecer las antiguas tierras comunales de pastoreo. Devolver al bosque las tierras pobres cultivadas sin rindes que lo justifiquen. Iniciación inmediata de una política hidráulica que permita regar vastas regiones de España, de secano, pero aptas para la agricultura. Esta medida permitiría entregar al trabajo tierras hasta entonces abandonadas. Forestar España, propuesta insistente y apremiante, en un tono tal que el autor de este estudio señala con razón, que esta medida constituye un verdadero anticipo ecológico.


Muchas de estas medidas fueron aplicadas después de la post guerra, con la lentitud inevitable que originó la destrucción del país en una guerra civil que duró tres años. Más tarde, la rápida revolución industrial que vivió España cambió radicalmente la situación, al generar la emigración masiva del campesinado a las ciudades. Esta reseña, ya demasiado extensa, es prueba del peso intelectual del libro que comentamos. La brillante personalidad de José Antonio Primo de Rivera, asesinado cuando apenas tenía 33 años, ha dejado una huella en su patria que los sectarismos no han podido borrar. Basta acercarse con la debida preparación y seriedad a sus escritos, para encontrar en sus páginas ricas canteras de pensamiento que justifican plenamente la iniciativa del profesor Velarde Fuertes y sus colaboradores. Gisela Silva Encina

Crisis y Esperanza Eugenio Yáñez Rojas Editores RIL y Universidad Adolfo Ibáñez, Santiago, 2004 240 págs.

Eugenio Yáñez nos recuerda los principios y normas éticas, no sólo tradicionales, menos aun del «pasado»... sino permanentes y universales. Principios y normas que, enraizando en la misma naturaleza humana, son causa, o al menos condición, de la buena vida personal y social. En este sentido, la proyección que hace el autor desde el fundamento ético a la problemática actualidad, en sus diversas dimensiones, completa y concreta estupendamente el «panorama» de la vida humana en estos tiempos relativistas y libertinos; en los que a la nefanda influencia de Marx y sus epígonos (Gramsci, Sartre, o aun Habermas) ha venido a ser reforzada por una especie de pan – sexismo de cuño freudiano, así como por una disolvente hermeneutización del pensamiento mismo (en la que Heidegger ha sido «superado» por los Gadamer, los Derrida, o los Lyotard), y también por el franco y brutal nihilismo de Nietzsche y Foucault. Eugenio Yáñez denuncia con agudeza y propiedad, la crisis de nuestro tiempo; la que justamente es concebida por él como una «crisis del hombre». Delata sus dimensiones concretas, y sus nefastas consecuencias para el hombre de hoy; y, muy especialmente, en lo que a la juventud se refiere. Obra, la del autor, de gran importancia y oportuna actualidad. No sabríamos exagerar, por ello, su utilidad; en relación tanto a la

percepción de lo que ocurre y nos desafía, como para enfrentar la perversión y contaminación intelectual y moral, que atenta hoy a la buena vida humana, con una «energía» (Dostoievsky) ideológica que se oculta tras la invocación de los «derechos humanos», de la justicia y la «democracia». Este libro nos recuerda, con particular fidelidad, el bien honesto; dice el bien honesto y aplica el juicio práctico en el que ese bien se expresa, a nuestros tiempos y costumbres. En este sentido, la obra de Eugenio Yáñez realiza, además el bien útil. Y lo realiza, en el surco de Santo Tomás de Aquino, tanto en el anuncio, como en la denuncia. El Aquinate ya advertía que, dada la condición humana, no se avanza en orden al bien (moral) si, al mismo tiempo que se lo reconoce, se lo enuncia y se lo aplica, se denuncia el mal (moral) que a él se opone. Estamos lejos aquí del conscientismo y del consensismo, ramplones o ideológicos, los que ha venido hoy a suplantar la verdad en su acepción propia, y en su carácter normativo. La fecundidad analógica de la verdad se ha llegado a diluir en un subjetivismo voluntarista antropocéntrico, a partir del cual todo es relativizado; todo, salvo el arbitrio del sujeto mismo. Entonces, la verdad no será sino mi verdad; o mi particular interpretación de tal o cual enunciado, de tal o cual hecho, de tal o cual acontecimiento. En esta «dinámica» (más bien que pura perspectiva), el bien (que se «convierte» recíprocamente con la verdad), es reemplazado por el interés. ¿Cómo extrañarse, a partir de aquí, de la insistente denuncia de Juan Pablo II, de una «cultura de la muerte»; en la cual es preciso situar (con el mismo Pontífice) el democratismo vigente en Occidente; que, como ocurre hoy en España y ayer y hoy en Chile, desde un designio ocultamente totalitario (Juan Pablo II), atenta con la «energía» que Dostoievsky denuncia como un «pecado» contra la vida del espíritu en las personas humanas? Eugenio Yáñez nos recuerda que en la verdad y en la libertad está el bien del hombre. Y, debidamente, nos advierte de nefanda ocurrencia actual de «algo» (mentira y libertinaje), que hace rato supera con creces la mera amenaza: se nos ha «instalado», a partir del Poder político y de su ideología, en la «cultura de la muerte» y su dinamismo totalitario. Fernando Moreno Valencia

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La semiótica. Teorías del signo y el lenguaje en la historia Mauricio Beuchot Fondo de Cultura Económica, México, 2004 208 págs.

Mauricio Beuchot es uno de los autores más prolíficos, eruditos y sugerentes en el campo de la filosofía del lenguaje y uno de los pocos que han incursionado en el campo de la filosofía lingüística contemporánea desde la perspectiva de la filosofía realista de matriz aristotélica. El último producto de ese interés por el lenguaje desde el punto de vista filosófico es el libro que ahora comentamos, en el que se ensaya una historia crítica de las teorías acerca del signo y se propone una valoración filosófica de esas teorías. En esta tarea, el filósofo mexicano efectúa una reseña histórica de las principales teorías del signo, estudiándolas en sus fuentes desde una perspectiva filosófica. En este recorrido, cabe destacar el capítulo dedicado a los estoicos, a quienes considera como los fundadores de la teoría general del signo y el que consagra al estudio de la filosofía medieval del lenguaje, donde desarrolla las ideas de San Agustín, Roger Bacon, Duns Scoto y Guillermo de Ockham. Para las aportaciones de Tomás de Aquino reserva un capítulo aparte, en el que estudia tanto su teoría del signo como su filosofía del lenguaje; respecto de la primera analiza cuidadosamente la idea tomista de signo formal, de especial importancia para la gnoseología realista; y respecto de la segunda, se interna en el tratamiento de la noción analógica de verbum en el Aquinate, para concluir con un breve estudio de los modos de significar en la filosofía del lenguaje de Tomás de Aquino. También dedica capítulos especiales a las doctrinas semiótico-lingüísticas de Raimundo Lulio, y a las desarrolladas por los escolásticos españoles del siglo de oro, que siguen en líneas generales las ideas de Tomás de Aquino, pero reformulándolas y desarrollándolas positivamente; aquí estudia a Domingo de Soto, Pedro da Fonseca, Domingo Báñez, Francisco de Araújo, Juan Poinsot y Cosme de Lerma. También dentro del esquema tomista, Beuchot desarrolla y valora las doctrinas expuestas por un grupo de filósofos y teólogos del México novohispano, que no obstante resultar desconocidos para los no mexicanos, han aportado ideas de relevancia para el estudio del signo, en especial desde el punto de vista lógico.

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Respecto de los pensadores modernos, Beuchot desarrolla el pensamiento de Locke y Leibniz, como representantes, respectivamente, de las filosofías empirista y racionalista del lenguaje, analizando el Ensayo sobre el entendimiento humano del primero y los correlativos Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano del segundo. En el mismo capítulo –a pesar de no tratarse ya de modernos– estudia las ideas semióticas de Charles Sanders Peirce y Charles Morris. Respecto del primero, pone de relieve su deuda para con los semióticos medievales, y en el caso del segundo, destaca su carácter de primer sistematizador de la semiótica entendida de modo contemporáneo. En el siguiente capítulo examina a los principales representantes de la filosofía analítica del lenguaje: Frege, Russell y Wittgenstein, extendiéndose en el tratamiento de este último y poniendo el acento en el llamado «segundo» Wittgenstein, en el que cobra especial relevancia la dimensión pragmática del lenguaje, a través de la noción de los «juegos del lenguaje» y de la identificación del significado con el uso. En el último capítulo, el filósofo mexicano desarrolla la línea estructuralista de la teoría del signo, ejemplificada en las ideas de Roland Barthes, Umberto Eco y Jacques Derrida, poniendo en especial relieve, tanto su oposición con la perspectiva analítica, como los intentos –en especial los de Eco– de efectuar una síntesis entre las tradiciones analítica y estructuralista de la semiótica. El libro concluye con una cuidada bibliografía y contiene un índice analítico de nombres y de ideas, además del correspondiente índice general. El valor relevante del libro de Beuchot radica principalmente en que, además de haber realizado una acertada síntesis de la historia de la semiótica y de sus aspectos filosóficos, ha efectuado un balance crítico de cada una de sus etapas y de los diferentes pensadores. En especial, ha puesto de relieve la importancia que tuvo la semiótica medieval en el esclarecimiento de la mayoría de los problemas planteados por la filosofía del signo y la filosofía del lenguaje, así como la influencia que ella tuvo en el pensamiento de autores contemporáneos como Peirce y Eco. También merece destacarse la exposición que se realiza en el libro de la filosofía tomista del lenguaje, poniendo en evidencia su riqueza, sus finos análisis y especialmente su realismo fundamental. En suma, se está en presencia en este caso de una destacada introducción a la semiótica y a la filosofía del lenguaje, que la expone en toda su riqueza y también con todas sus limitaciones y claroscuros, y que resulta de lectura casi obligada para quienes quieran iniciarse con buen paso en la intrincada pero acuciante temática de la teoría y filosofía del signo. Carlos I. Massini Correas


Nacido el 25 de diciembre Miguel Ángel Velasco Voz de Papel, Madrid, 2004 106 págs.

El torbellino de las noticias envuelve en una nebulosa de información, tornándose el mundo cada vez menos comprensible a nuestra mirada. Necesitamos apagar ese ruido de fondo, para al fin poder escuchar claramente el mensaje fundamental. La misión del periodista, en cuanto mediador o comunicador, debiera incluir el acallamiento de lo prescindible o confuso, y a la vez el énfasis de lo claro y necesario. Nacido el 25 de diciembre no es propiamente un trabajo periodístico, pero en cierto sentido podríamos decir que sí lo es. Su autor, Miguel Ángel Velasco, connotado periodista español de importante trayectoria, y actual director del prestigioso semanario Alfa y Omega, incursiona en el género del relato para ahondar en una gran exclusiva; de hecho, la que debiera ser noticia titular de todo diario y toda vida: la encarnación de Cristo.

Un matrimonio de palestinos es encontrado en los andenes de la estación de Chamartín, sin tener adónde dirigirse y estando la mujer próxima a parir. El periódico madrileño Ya hace un llamado a todos los españoles a despertar conciencia y el sentido de solidaridad, para encontrarles un lugar de cobijo. Es la noche del 23 y del 24 de diciembre. El llamado recibe como respuestas de las más variadas instituciones de ayuda del país, sólo evasivas acompañadas de diversos argumentos que infructuosamente buscan explicar lo que no es más que un simple y rotundo no. El periódico publica dichas respuestas, bajo el título «Y los suyos... no le recibieron. Jesucristo hoy habría nacido también en la calle». El mensaje del relato gana en su simpleza, universalidad; no es sólo un llamado a los españoles, sino a todos los hombres, a reconocer la presencia de Cristo entre nosotros. En medio de tanto egoísmo y violencia, habitamos en un mundo que nosotros mismos hemos hecho inhóspito. Así es como dice el autor: «En nuestro mundo, seguiría sin haber sitio para Él en la posada. En ninguna de nuestras múltiples y variopintas posadas, empezando por la tan ocupada de nuestro corazón». Pero Cristo no se ha ido... sigue en medio de nosotros, y de ahí el llamado, de ahí la esperanza en que este mundo aún pueda transformarse, acogiendo a quien tantas veces dio la espalda. Exclama el autor: «¡Lo que daría yo por saber exactamente quién es y dónde está! ¡Menuda exclusiva!». Y tiene razón. M.I.I.P.

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MÚSICA

Heinrich Schütz POR FERNANDO MARTÍNEZ GUZMÁN

Es considerado el más grande compositor alemán anterior a Bach por dar una nueva estructura a la música alemana. Schütz organiza las formas musicales sintetizando las tradiciones de origen alemán e italiano, incorporando de la primera la innovación formal y de la segunda la instrumental. Reestablece los cimientos para la creación de formas musicales que posteriormente Bach utilizará elevando la creación al más alto nivel imaginable, a través del oratorio, pasiones, cantatas y coral religioso. Schütz completa su formación musical en Venecia con Giovanni Gabrieli donde conocerá a fondo el estilo vocal italiano y se iniciará también en la práctica de la policoralidad. En términos generales, la obra de Schütz marca la transición del equilibrio renacentista a la expresividad barroca. Perfil como artista Por mucho tiempo a Schütz lo apodaron «Sagittarius», porque en alemán su apellido significa el centauro armado del zodiaco. Nace en 1585 en Köstritz, una ciudad poco conocida de Alemania. Comienza su actividad musical como miembro del coro de niños en la corte de Cassel y el Collegium Mauricianum. Su inicio no será fácil, como el de muchos otros compositores; sin embargo, un viaje a Italia será fundamental en su evolución como artista. En la pintoresca y apasionante Venecia será alumno del mejor profesor que podía ambicionar: Giovanni Gabrieli, maestro de Capilla de la Catedral de San Marcos. Podemos comprender hasta qué punto podía deslumbrarse un personaje proveniente de la región de Sajonia, situada muy al norte de Europa, en un país como Italia, lleno de sol, con su pasado histórico y artístico y donde se vivían los mejores frutos del Renacimiento, en una Venecia en pleno poder expansivo: político, comercial y artístico. Además, Schütz descubriría en Venecia la obra de otro genio: Claudio Monteverdi, que daría a conocer al joven alemán el estilo florentino, de la Florencia donde nacía el más importante movimiento musical renacentista. Pese a que no se dejó influenciar totalmente con tanta idea y los nuevos estilos casi desconocidos para él y que contrastaban con la solemnidad de la escuela luterana, Schütz sacó una muy buena experiencia de Italia y cuando volvió a Alemania fue de inmediato nombrado maestro de capilla y organista en la corte de Dresde, cargo en el cual permaneció hasta su muerte. A esas alturas su fama se había extendido por toda Europa. Posteriormente, Schütz realizó una segunda gira por Italia, país que siempre ejerció en él –como en tanto artista alemán– una enorme atracción e influencia. El mayor aporte de Schütz es haber dado mayor flexibilidad a la música alemana,

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es decir, «italianizarla» en estructura, pero sin caer en una dependencia o esclavitud. Un problema más de forma que de fondo o de flexibilidad más que espíritu. Más tarde, la situación se invertirá con la llegada de Bach y la música alemana dominará a los italianos. Al igual que la gran mayoría de los músicos, la vida de Schütz no fue cómoda. Lamentablemente, las guerras, conflictos políticos y disputas entre los estados germanos que sólo verían la unidad 200 años más tarde, habían hecho de Alemania un caos donde nada ni nadie estaba seguro. Mientras Schütz se refugiaba con tesón en su trabajo de composición, a su alrededor se desarrollaba la cruenta Guerra de los 30 Años. Schütz murió en Dresden en el año 1672, a los 87 años de edad, en medio de la fama y de la gloria pero con la amargura de haber sido testigo del trágico destino que destruía su patria. Creador del Oratorio y Precursor de Bach Para valorar a Schütz es necesario adentrarse en el barroco alemán y en algunos cambios que la Reforma iba a introducir en la cultura del Renacimiento. La secularización que el protestantismo tanto reclamaba a la Iglesia permitió que el arte renacentista, lejos de romper con la tradición religiosa, se reconciliara con ella a través del uso de la lengua alemana, en lugar del latín. En la práctica, el canto gregoriano sería sustituido por el canto coral, un himno con estrofas de melodía sencilla y con una armonía y un ritmo casi elemental, capaz de ser entonado por todos los fieles, lo que facilitó el avance de la tradición polifónica y los nuevos estilos musicales. Esta asimilación dio fruto en la Alemania del barroco, pues con el avance de la música italiana, particularmente de la ópera y el aporte del coral, se logró crear y fortalecer la composición llamada Oratorio, aunque esta creación literariamente hablando ya existía desde la Edad Media bajo el nombre

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desarrollo de uno de los más antiguos instrumentos, el «órgano». Grandes maestros como Dietrich Buxtehude, Jakob Froberger y Johann Sebastian Bach, crearon obras magistrales para este instrumento: corales, tocatas, preludios, fugas e improvisaciones, llevando la música a cimas muy elevadas. Por otra parte, la composición de la «fuga» será la creación más representativa del barroco instrumental alemán. Basada en el principio de la imitación, varias voces son expuestas sucesivamente, como en una suerte de «persecución» y de ahí el origen de su nombre. Estas composiciones, prodigios de la técnica instrumental y verdaderos «dolores de cabeza» para el estudioso de composición, representan muy bien la compleja estética del barroco europeo durante la primera mitad del siglo XVIII. Heinrich Schütz (1585-1672)

de auto-sacramental con representaciones dramático-religiosas en torno a los misterios del Cristianismo. El Oratorio es una composición monumental de carácter narrativo, preferentemente religiosa, que aunque no es representable como la ópera, logra crear un gran dramatismo, gracias al empleo de solistas, coros y acompañamiento instrumental. Podemos afirmar que el verdadero creador del Oratorio fue Heinrich Schütz aunque su posterior evolución se debe a indiscutidos maestros de la música dramática, como es el caso de George Frederic Handel, creador del inmortal Oratorio «El Mesías». Mientras tanto, y con la venia del espíritu protestante que permitía el uso de instrumentos en el culto, se producía también en Alemania el

Obra Musical Schütz fue un músico eminentemente sacro, aunque su primera obra publicada fue un volumen de «madrigales italianos» (1611). A Schütz también se debe la primera ópera alemana, Daphne (1627), obra que se encuentra hoy perdida. Dentro de su producción destaca Salmos de David, publicados en 1619 , escritos según el modelo policoral establecido por su maestro Gabrieli; tres libros de Symphoniae sacrae (1629, 1647 y 1650), dos volúmenes de Pequeños conciertos espirituales (1636 y 1639). En los años finales de su vida compuso tres Pasiones (1666). Sin duda su obra más notable es el oratorio Historia de la Resurrección de Jesucristo, conocido como «Oratorio de Pascua».

PROFUNDIZANDO A SCHÜTZ La discografía existente de Schütz es escasa; sin embargo, podemos destacar algunos de los títulos editados del compositor que vale la pena explorar: 1.

Sinfonías Sacras. La Chapelle Rhénane. Director: Benoît Haller. La Chapelle Rhénane, joven conjunto dedicado a la música antigua, presenta una selección de las sinfonías sacras extraídas del Segundo Libro de Schütz. Obras llenas de luz y alegría, fruto de la admiración de Schütz por Giovanni Gabrieli, su maestro veneciano. La cara opuesta de algunos oratorios dramáticos del autor.

2.

Schütz. Salmos de David; Magnificat SWV 468; Oh buen José, hijo de María SWV 471; Historia del nacimiento de Jesucristo SWV435 (Charles Daniels, tenor y Coro de la Catedral de Roskilde). Gabrieli Consort. Director, Paul McCreesh. El registro incluye también obras de Johann Hermann Schein, Michael Praetorius y Samuel Scheidt. Deutsche Grammophon, Catálogo No. 463046-2, 1 CD (DDD).

3.

Italian Madrigals Op. 1. Cantus Konrad Junghänel. Harmonia Mundi, CD.

4.

Musikalische Vesper. Selecciones de Sinfonías Sacras 1629 & 1650, Salmos de David 1619, Canciones sacras 1625; Magnificat SWV 468. Nele Gramss, mezzo-soprano; Markus Brutscher, tenor; Andreas Post, tenor; Wolf Mattias Friedrich, bass. Kölner Kammerchor, Collegium Cartusianum. Director, Peter Neumann. MDG. Catálogo 332 1170-2.

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Sobre los Autores CARDENAL JORGE MEDINA ESTÉVEZ. Protodiácono del Colegio Cardenalicio. Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Obispo emérito de Valparaíso. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. CARDENAL JOSEPH RATZINGER. Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE. Director de revista HUMANITAS. Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Ex Editor del suplemento «Artes y Letras» de El Mercurio. Autor de Crónicas de las Ideas (1988), De los sueños de la razón, al despertar (1990), El comienzo de la historia (1992), En busca del rumbo perdido (1998). Crónica de las ideas (2001), selección de entrevistas publicadas en España por Ed. Encuentro (Madrid). AUGUSTO DEL NOCE. Filósofo italiano. Profesor y senador vitalicio. Falleció en 1989. IGNACIO ARÉCHAGA. Periodista español. Director de la agencia Aceprensa. JEAN-LOUIS BRUGUÈS. Obispo de la diócesis de Angers, Francia. Doctor en Teología. Miembro de la Comisión Teológica Internacional. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. JOSÉ MIGUEL IBÁÑEZ LANGLOIS. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid. Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Lateranense (Roma). Perteneció durante varios años a la Comisión Teológica Internacional. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. Autor entre otras obras de Teología de la liberación y lucha de clases (Ediciones Universidad Católica de Chile), Doctrina Social de la Iglesia (ídem), Jesucristo, luz del mundo (editorial Andrés Bello). FERNANDO MARTÍNEZ GUZMÁN. Ingeniero Civil de Industria por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Colaborador del Suplemento «Artes y Letras» de El Mercurio, en artículos de ópera, música de cámara y música sinfónica.

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HUMANITAS Revista de Antropología y Cultura Cristiana Publicación trimestral de la Pontificia Universidad Católica de Chile La revista HUMANITAS nace de la conveniencia de que la Universidad disponga para el servicio de la comunidad universitaria y de la opinión pública en general, de un órgano de pensamiento y estudio que busque reflejar las preocupaciones y enseñanzas del Magisterio Pontificio (Decreto Rectoría Nº 147/95, visto 2º). DIRECTOR Jaime Antúnez Aldunate COMITE EDITORIAL Hernán Corral Talciani Gabriel Guarda, O.S.B. René Millar Carvacho Pedro Morandé Court Ricardo Riesco Jaramillo Juan de Dios Vial Correa Juan de Dios Vial Larraín Rafael Vicuña Errázuriz SECRETARÍA DE REDACCIÓN Marta Irarrázaval Zegers María Isabel Irarrázaval Prieto CONSEJO DE CONSULTORES Y COLABORADORES Presidente Honorario: S.E.R. Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile Carl Anderson, Andrés Arteaga, Antonio Amado, Joaquín Alliende, Bernardino Bravo, Jean-Louis Bruguès O.P., Rocco Buttiglione, Raúl Bertelsen, Carlo Caffarra, Guzmán Carriquiry, Alberto Caturelli, Cesare Cavalleri, Francisco Claro, Isabel Cruz, Nicolás Cruz, Carlos Cousiño, Ricardo Couyoumdjian, Sergio Cotta, Francesco D’Agostino, Fernando Debesa, Adriano Dell’Asta, Vittorio di Girolamo, José María Eyzaguirre, Luis Fernando Figari, Juan Ignacio González, Stanislaw Grygiel, Henri Hude, José Miguel Ibáñez, Raúl Irarrázabal, Paul Johnson, Ricardo Krebs, Abelardo Lobato O.P., Nikolaus Lobkowicz, Alfonso López Quintás, Cardenal Alfonso López Trujillo, Alejandro Llano, Raúl Madrid, Julián Marías, Javier Martínez Fernández, Carlos Ignacio Massini Correas, Mauro Matthei O.S.B.,Cardenal Jorge Medina, Anneliese Meis, Augusto Merino, Dominic Milroy O.S.B., Antonio Millán Puelles, Hugo Montes, Antonio Moreno, Fernando Moreno, Michael Novak, José Miguel Oriol, Máximo Pacheco Gómez, Silvia Pellegrini, Francisco Petrillo O.M.D., Bernardino Piñera, Cardenal Paul Poupard, Héctor Riesle, Florián Rodero L.C., Enrique Rojas, Alejandro San Francisco, Romano Scalfi, Cardenal Angelo Scola, Josef Seifert, Alejandro Serani, Gisela Silva Encina, Luis Eugenio Silva, Robert Spaemann, Juana Subercaseaux, Olga Ulianova, Juan Ignacio Varas, Diego Yuuki S.J.

Consejo de Consultores y Colaboradores NACIONALES

EXTRANJEROS

Andrés Arteaga: Obispo Auxiliar de Santiago. Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica. Antonio Amado: profesor de Metafísica de la Universidad de Los Andes. Joaquín Alliende: director de la Fundación Cultural Angaro. Bernardino Bravo: profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Francisco Claro: profesor de la Facultad de Física de la Universidad Católica. Carlos Cousiño: profesor del Instituto de Sociología de la Universidad Católica. Ricardo Couyoumdjian: profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica. Isabel Cruz: profesora del Instituto de Historia de la Universidad Católica. Nicolás Cruz: jefe del departamento de Historia Universal de la Universidad Católica. Vittorio di Girólamo: profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez. Fernando Debesa: dramaturgo, Premio Nacional de Arte 1981. José María Eyzaguirre: profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Juan Ignacio González: Obispo de San Bernardo, Chile. José Miguel Ibáñez: teólogo y poeta. Raúl Irarrázabal Covarrubias: profesor de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Católica de Chile. Ricardo Krebs: Premio Nacional de Historia 1982. Raúl Madrid: Secretario General de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor de la Facultad de Derecho. Mauro Matthei, O.S.B.: Sacerdote y monje benedictino. Historiador. Cardenal Jorge Medina: Prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Anneliese Meis: profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Católica. Augusto Merino: cientista político, profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez. Hugo Montes: Premio Nacional de Educación 1995. Antonio Moreno: Arzobispo de Concepción. Fernando Moreno: filósofo, director del programa de Ciencia Política de la Universidad Gabriela Mistral. Máximo Pacheco Gómez: Embajador de Chile ante la Santa Sede. Silvia Pellegrini: Vicerectora de Comunicaciones de la Universidad Católica. Bernardino Piñera: Arzobispo Emérito de La Serena. Héctor Riesle: Abogado. Ex embajador ante la Santa Sede y la Unesco. Alejandro San Francisco: profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica Alejandro Serani: profesor de Etica Médica y Antropología Filosófica de la Universidad de Los Andes. Gisela Silva Encina: escritora. Luis Eugenio Silva: profesor de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Olga Uliánova: doctora en Historia por la Universidad de Lomonosov, Moscú; Investigadora de la Universidad de Santiago. Juana Subercaseaux: profesora del Instituto de Música de la Universidad Católica. Juan Ignacio Varas: Prorrector de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Carl Anderson: Director del Instituto Juan Pablo II para la Familia, sede Washington. Jean-Louis Bruguès, O.P.: teólogo francés. Obispo de Angers. Rocco Buttiglione: filósofo italiano; Ministro de Estado. Carlo Caf farra: teólogo italiano; Arzobispo de Bolonia. Guzmán Carriquiry: Subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos. Alberto Caturelli: filósofo argentino. Cesare Cavalleri: Director de Studi Cattolici, Milán. Sergio Cotta: filósofo del derecho, italiano. Francesco D’Agostino: profesor de filosofía del derecho en la Universidad Tor Vergata de Roma. Presidente del Comité Nacional de Bioética en Italia. Adriano Dell’Asta: profesor de la Universidad Católica de Milán. Luis Fernando Figari: fundador y superior del Sodalicio de Vida Cristiana, Lima. Stanislaw Grygiel: filósofo polaco, profesor de la Universidad Lateranense de Roma. Henri Hude: filósofo francés. Ex rector del colegio Stanislas, París. Paul Johnson: historiador inglés. Abelardo Lobato, O.P.: Presidente de la Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino. Nikolaus Lobkowicz: Director del Instituto de Estudios de Europa del Este y Central de la Universidad de Eichstätt, Alemania. Alfonso López Quintás: filósofo español. Cardenal Alfonso López Trujillo: Presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Alejandro Llano: filósofo español, ex-Rector de la Universidad de Navarra. Julián Marías: filósofo español. Javier Martínez Fernández: Arzobispo de Granada, España. Carlos Ignacio Massini Correas: catedrático de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Dominic Milroy, O.S.B.: Monje de Ampleforth, ex-Rector de Ampleforth College, York (G.B.) Antonio Millán-Puelles: filósofo español. Michael Novak: director de estudios políticos y sociales del American Enterprise Institute, Premio Templeton 1994. José Miguel Oriol: Presidente de Editorial Encuentro, Madrid. Cardenal Paul Poupard: Presidente del Pontificio Consejo de Cultura. Francisco Petrillo, O.M.D.: Superior General de la Orden de la Madre de Dios. Florián Rodero L.C.: profesor de Teología del Ateneo Regina Apostolorum en Roma. Enrique Rojas: psiquiatra español. Romano Scalfi: Director del Centro Rusia Cristiana, Milán. Josef Seifert: Rector de la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein. Cardenal Angelo Scola: Patriarca de Venecia. Ex rector de la Universidad Lateranense Robert Spaemann: filósofo alemán. Diego Yuuki, S.J.: director del Museo de los 26 Mártires de Japón, Nagasaki.


HUMANITAS

AÑO X

REVISTA DE ANTROPOLOGIA Y CULTURA CRISTIANA / Nº 38 / AÑO X

H U M A N I TA S

HUMANITAS

38

JUAN PABLO II: UN PAPA «MAGNO»


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