R E V I S TA D E A N T R O P O L O G I A Y C U LT U R A C R I S T I A N A / N º 3 1 / A Ñ O V I I I
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EN LOS 25 AÑOS DEL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II 1978 - 2003 Angelo Scola Alfonso López Trujillo Juan de Dios Vial Correa Joseph Ratzinger Gabriel Guarda Raúl Hasbún Stanislaw Grygiel André Frossard Mauro Matthei Stanislaw Dziwisz Paul Poupard Pedro Morandé J. Miguel Ibáñez Langlois Antonio María Rouco Varela José Luis Illanes Jaime Antúnez Rocco Buttiglione Joaquín Alliende
HUM ANITA S Revista de Antropología y Cultura Cristiana Publicación trimestral de la Pontificia Universidad Católica de Chile La revista HUMANITAS nace de la conveniencia de que la Universidad disponga para el servicio de la comunidad universitaria y de la opinión pública en general, de un órgano de pensamiento y estudio que busque reflejar las preocupaciones y enseñanzas del Magisterio Pontificio (Decreto Rectoría Nº 147/95, visto 2º). DIRECTOR Jaime Antúnez Aldunate COMITE EDITORIAL Hernán Corral Talciani Gabriel Guarda, O.S.B. René Millar Carvacho Pedro Morandé Court Ricardo Riesco Jaramillo Juan de Dios Vial Correa Juan de Dios Vial Larraín Rafael Vicuña Errázuriz SECRETARÍA DE REDACCIÓN Marta Irarrázaval Zegers María Isabel Irarrázaval Prieto CONSEJO DE CONSULTORES Y COLABORADORES Presidente Honorario: S.E.R. Cardenal Francisco Javier Errázuriz Ossa, Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica de Chile Carl Anderson, Andrés Arteaga, Antonio Amado, Joaquín Alliende, Bernardino Bravo, Jean-Louis Bruguès O.P., Rocco Buttiglione, Raúl Bertelsen, Carlo Caffarra, Guzmán Carriquiry, Alberto Caturelli, Cesare Cavalleri, Francisco Claro, Isabel Cruz, Nicolás Cruz, Carlos Cousiño, Ricardo Couyoumdjian, Sergio Cotta, Francesco D’Agostino, Fernando Debesa, Adriano Dell’Asta, Vittorio di Girolamo, José María Eyzaguirre, Luis Fernando Figari, Stanislaw Grygiel, Henri Hude, José Miguel Ibáñez, Raúl Irarrázabal, Paul Johnson, Ricardo Krebs, Abelardo Lobato O.P., Nikolaus Lobkowicz, Alfonso López Quintás, Cardenal Alfonso López Trujillo, Alejandro Llano, Raúl Madrid, Julián Marías, Javier Martínez Fernández, Carlos Ignacio Massini Correas, Mauro Matthei O.S.B.,Cardenal Jorge Medina, Anneliese Meis, Augusto Merino, Dominic Milroy O.S.B., Antonio Millán Puelles, Hugo Montes, Antonio Moreno, Fernando Moreno, Michael Novak, José Miguel Oriol, Máximo Pacheco Gómez, Silvia Pellegrini, Francisco Petrillo O.M.D., Bernardino Piñera, Cardenal Paul Poupard, Héctor Riesle, Florián Rodero L.C., Enrique Rojas, Alejandro San Francisco, Romano Scalfi, Angelo Scola, Josef Seifert, Alejandro Serani, Gisela Silva Encina, Luis Eugenio Silva, Robert Spaemann, Juana Subercaseaux, Olga Ulianova, Juan Ignacio Varas, Diego Yuuki S.J.
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Humanitas Nº 31 INVIERNO 2003 - AÑO VIII
REDEMPTOR HOMINIS: EL PROGRAMA DE UN PONTIFICADO Angelo Scola
402
25 AÑOS DEL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II Mauro Matthei O.S.B. Con reflexiones de: André Frossard, Cardenal Alfonso López Trujillo, Rocco Buttiglione, Cardenal Paul Poupard
411
«TOTUS TUUS EGO SUM ET OMNIA MEA TUA SUNT» Algunos datos biográficos y estadísticas del pontificado de Su Santidad Juan Pablo II
426
Relato del atentado contra el Papa en la Plaza de San Pedro «SI LA PALABRA NO HA CONVERTIDO, SERÁ LA SANGRE LA QUE CONVIERTA» Stanislaw Dziwisz
430
LAS 14 ENCÍCLICAS Cardenal Joseph Ratzinger
441
EL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II SOBRE LA VIDA Juan de Dios Vial Correa
452
MATRIMONIO Y FAMILIA, CLAVE DE UN PONTIFICADO Pedro Morandé
463
JUAN PABLO II Y EL PATRIMONIO CULTURAL DE LA IGLESIA Gabriel Guarda O.S.B.
472
Carta a los Artistas: ARTE Y CRISTIANISMO, UNA ALIANZA PERENNE José Miguel Ibáñez Langlois
475
Cruzando el umbral de la esperanza EL ACCESO A DIOS COMO ENCUENTRO CON EL DIOS VIVO José Luis Illanes
481
Habla un cercano discípulo del Papa, Stanislaw Grygiel ANTROPOLOGÍA PARA UN OCCIDENTE POSTMODERNO Jaime Antúnez Aldunate
500
EL PAPA Y LA CONFESIÓN Raúl Hasbún
514
Poemas de Juan Pablo II TRÍPTICO ROMANO Joaquín Alliende Luco
560
Música ARTE Y MÚSICA SEGÚN JUAN PABLO II Fernando Martínez Guzmán
580
En portada: Detalle de La Escuela de Atenas (Platón y Aristóteles), por Rafael Sanzio. Portada y Contraportada: «Crucufijo», obras de William Congdon.
Sumario Editorial La Palabra del Papa Panorama Libros Séptimo Arte Música Sobre los autores
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En orden a facilitar el contacto con nuestros lectores y eventuales suscriptores, se pueden consultar los contenidos de este y de los anteriores números de Humanitas en la «World Wide Web» de Internet. Dicha información se entrega por medio de resúmenes de cada uno de los trabajos publicados. Se informa asimismo, por su título, cuáles han sido los libros, películas y videos comentados. La dirección es: http://www.puc.cl/humanitas/ Para acceder a la Biblioteca electrónica, llame: humanitas.cl
HUMANITAS (ISSN 07172168) recoge los trabajos de sus colaboradores regulares, nacionales y extranjeros. Asimismo, de otros autores cuya temática resulta afín con los objetivos de esta publicación. Toda reproducción total o parcial de los artículos publicados por HUMANITAS está prohibida sin la correspondiente autorización, a excepción de comentarios o citas que se hagan de los mismos. Diseño y Producción: Publicidad Universitaria U.C. Impresión: Morgan Suscripciones y correspondencia: Humanitas, Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Av. Libertador Bernardo O’Higgins 340, 6o piso, Santiago, Chile. Teléfono (562) 686 6519, Fax (562) 635 3755, E-mail: humanitas@puc.cl Suscripción anual, $ 22.000; estudiantes, $ 16.000. Valor por ejemplar, $ 7.000.
HUMANITAS Sumario N ° 31 (julio-septiembre 2003)
REDEMPTOR HOMINIS. EL PROGRAMA DE UN PONTIFICADO por Angelo Scola. Al cumplirse veinticinco años de pontificado de Juan Pablo II, ¿cómo releer la encíclica decisiva evitando la tentación de hacer balances que por motivos evidentes estarían absolutamente fuera de lugar? Abordando este precioso texto con ritmo meditativo, se descubre la belleza de la figura de Cristo, el camino que a partir de esa inolvidable noche de octubre de 1978 está recorriendo el pueblo de Dios en forma especialmente fascinante junto al Sucesor de Pedro. Humanitas 2003, XXXI, págs. 402 - 410
25 AÑOS DEL PONTIFICADO DE JUAN PABLO II por Mauro Matthei O.S.B. En su última encíclica Ecclesia de Eucharistia Juan Pablo II confiesa que con ella ha deseado volver a despertar en la Iglesia el «asombro eucarístico». Enfrentados al torrente de sucesos y de documentos doctrinales de los ya 25 años de pontificado del papa actual, es imposible intentar ningún análisis sin asumir en primer lugar aquella actitud de asombro. Asombro ante la presencia actual y efectiva de Pedro, ante la figura de un «gladiador espiritual», de una fuerza de convocatoria la más amplia y duradera de la historia, impertérrito ante las pifias y aplausos de un circo de graderías cada vez más numerosas, expuesto como ningún otro a proyectiles mortíferos y homenajes sin precedentes. Asombro ante un intelecto vigoroso y profundo. En definitiva, asombro ante la grandeza: eso es lo que siente el observador –creyente o no creyente– ante la figura del pontífice octogenario. Humanitas 2003, XXXI, págs. 411 - 425
«SI LA PALABRA NO HA CONVERTIDO, SERÁ LA SANGRE LA QUE CONVIERTA». RELATO DEL ATENTADO CONTRA EL PAPA EN LA PLAZA DE SAN PEDRO por Stanislaw Dziwisz. El 13 de mayo de 1981 debía tener lugar la tradicional audiencia general de los miércoles. A las 17:17 hrs., mientras daba la segunda vuelta a la plaza, se escucharon los disparos contra Juan Pablo II. Mehmet Alí Agca, un asesino profesional, disparó con una pistola, hiriendo al Santo Padre en el vientre, en el codo derecho y en el dedo índice. Un proyectil traspasó el cuerpo y cayó entre el Papa y el autor de este vívido relato, único y actual secretario del Sumo Pontífice, quien escribe de estos hechos: «están profundamente grabados en mi corazón y hasta hoy no he tenido el valor de hablar de ellos en público». Humanitas 2003, XXXI, págs. 430 - 440
LAS 14 ENCÍCLICAS DE JUAN PABLO II por el Cardenal Joseph Ratzinger. Pocos estudios abarcan como éste, en tan breve espacio y con tal lucidez, la totalidad de las encíclicas del Santo Padre. El autor analiza en profundidad el contenido de cada una de ellas, descubriendo ante nosotros el hilo conductor que las recorre. Todo esto, en base a la división de las encíclicas en grupos de temáticas afines. En primer lugar, el tríptico trinitario de los años 1979-1986, con las encíclicas Redemptor hominis, Dives in misericordia y Dominum et vivificantem. Luego, pertenecientes a la década 1981-1991, las tres encíclicas sociales: Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus. Después las encíclicas que abordan temáticas eclesiológicas: Slavorum apostoli (1985), Redemptoris missio (1990) y Ut unum sint (1995). También en el ámbito eclesiológico la última encíclica hasta ahora del Papa, Ecclesia de Eucharistia (2003), así como en cierto sentido la encíclica mariana Redemptoris Mater (1987). Por último, tres grandes textos doctrinales, que pueden asignarse al ámbito antropológico: Veritatis splendor (1993), Evangelium vitae (1995) y Fides et ratio (1998). Humanitas 2003, XXXI, págs. 441 - 451
EL MAGISTERIO DE JUAN PABLO II SOBRE LA VIDA por Juan de Dios Vial Correa. El magisterio de la vida de Juan Pablo II es como una marca providencial. En este tiempo, brillante de realizaciones, pero marcado por la desconfianza, el miedo y un profundo desdén hacia lo humano, el Papa proclama su esperanza y da razón de ella: es el propio Hijo de Dios el que lo ha dicho: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn. 10,10). Humanitas 2003, XXXI, págs. 452 - 462
MATRIMONIO Y FAMILIA, CLAVE DE UN PONTIFICADO por Pedro Morandé. Entre las múltiples facetas del magisterio pontificio de S.S. Juan Pablo II, sus enseñanzas acerca del matrimonio y la familia tienen, sin duda, uno de los lugares más destacados. Siguiendo la antropología teológica del Vaticano II, especialmente la desarrollada por la constitución Gaudium et spes, el Papa ha vinculado muy íntimamente el destino de la familia y el destino de la humanidad, puesto que la familia, como expresó en Chile, «es el lugar más sensible donde todos podemos poner el termómetro que nos indique cuáles son los valores y contravalores que animan o corroen la sociedad de un determinado país» (Rodelillo n.7). Por ello, sus enseñanzas sobre la familia no sólo están destinadas a ella misma, sino que la verdad que en ella se hace visible, o por el contrario, se oscurece y oculta, se proyecta a una justa o injusta comprensión de la dignidad de cada persona humana, de la vida social en su conjunto, y hasta de la misma vocación y misión salvífica de la Iglesia en medio de los pueblos. Humanitas 2003, XXXI, págs. 463 - 471
JUAN PABLO II Y EL PATRIMONIO CULTURAL DE LA IGLESIA por Gabriel Guarda O.S.B. Dentro de una línea que en los siglos pasados fue una constante en el ejercicio del pontificado, Juan Pablo II ha dado un paso entusiasta en la recuperación de esta tradición, al extremo de constituirse en un digno continuador de los grandes papas de la antigüedad medieval o renacentista, o de aquellos que, como Benedicto XIV, en los tiempos de la Ilustración, llevaron a su más alto nivel las expresiones de la cultura de su tiempo. En el caso del actual pontífice la atención dedicada a la cultura no sólo está marcada por el más alto rigor en el tratamiento del tema, sino por su enfoque desde el punto de vista pastoral y de la nueva evangelización. Humanitas 2003, XXXI, págs. 472 - 474
CARTA DE JUAN PABLO II A LOS ARTISTAS: ARTE Y CRISTIANISMO, UNA ALIANZA PERENNE por José Miguel Ibáñez Langlois. Este Papa, que se dirige a los artistas, ha pasado su propia juventud –estudiantil y obrera– inmerso en el mundo de las letras, y ha escrito singulares poemas y obras dramáticas. A su vez, en el trono de San Pedro es el sucesor inmediato de otros tantos hombres de eximia sensibilidad artística como Pío XII, Paulo VI y Juan Pablo I. Y se atreve a hablarnos de una alianza multisecular, que hoy parece desmentida por el proceso de secularización del mundo occidental, proceso que a su vez ha empobrecido al arte de las últimas décadas, y que ha introducido en la propia Iglesia corrientes de feísmo lamentable. Pero es típico de Juan Pablo II el convertir en desafío su visión realista del presente, e insuflar una poderosa esperanza teologal en causas que otros estiman declinantes: así en la creación de belleza a comienzos del tercer milenio. Humanitas 2003, XXXI, págs. 475 - 480
CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA. EL ACCESO A DIOS COMO ENCUENTRO CON EL DIOS VIVO por José Luis Illanes. Dios en la práctica. Dios en la vida. Estas dos afirmaciones son usuales en el lenguaje humano y, más específicamente, en el cristiano. No obstante podemos volver sobre ellas e interrogarnos: ¿por qué Dios en la práctica? Sencillamente porque Dios es Dios, más concretamente, el Dios vivo. Un Dios que estuviera «allá lejos, donde brillan las estrellas», indiferente a la suerte de los seres humanos, sería, en efecto, ajeno a nuestra vida, que debería en consecuencia estructurarse al margen por entero de toda referencia a Él. Pero Dios no está en la lejanía, sino «a nuestro lado», y no de cualquier modo, sino «como un Padre amoroso». Sobre esta verdad del cristianismo, verdadero bálsamo para el alma humana, trata el presente artículo, producto de un profundo estudio y reflexión en torno al libro «Cruzando el Umbral de la Esperanza» de Juan Pablo II. Humanitas 2003, XXXI, págs. 481 - 499
HABLA UN CERCANO DISCÍPULO DEL PAPA, STANISLAW GRYGIEL: ANTROPOLOGÍA PARA UN OCCIDENTE POSTMODERNO por Jaime Antúnez Aldunate. A muy poco de haber sido elegido Karol Wojtyla para ocupar la sede de Pedro, Grygiel –discípulo suyo, a quien dirigió la tesis doctoral en la Universidad de Lublin- fue llamado por el Pontífice a Roma. Es hasta la fecha uno de los más conocidos profesores del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia que se creó a instancias del Papa, adjunto a «su» Universidad, la Pontificia Lateranense de Roma. A través de respuestas simples y sabias, su pensamiento ilumina la realidad con la antropología de su maestro; así lo reconoce el mismo entrevistado: «Yo soy deudor de Karol Wojtyla. De él aprendí a escuchar lo que es. Y el pensamiento de Dios está presente en lo que es. Él no enseñaba, por así decir, con palabras, sino haciéndonos escuchar la realidad, porque la realidad habla. Como la realidad es creación divina, en ella está presente el pensamiento de Dios». Humanitas 2003, XXXI, págs. 500 - 513
EL PAPA Y LA CONFESIÓN por Raúl Hasbún. En Reconciliatio et Paenitentia subraya el Papa la alianza bipolar que el ministro del sacramento debe observar con armónico equilibrio. Sus roles, en efecto, son al mismo tiempo de juez y de médico, ministro de justicia y ministro de misericordia, maestro de la verdad y modelo de caridad. Según la concepción tradicional más antigua, el sacramento de la Penitencia es una especie de acto judicial, pero que se desarrolla ante un tribunal de misericordia, más que de estrecha y rigurosa justicia. Tiene, además, la confesión, un carácter terapéutico o medicinal, congruente con la presentación de Cristo como médico. Bajo ambos aspectos, tribunal de misericordia o lugar de sanación espiritual, el sacramento exige un conocimiento de lo íntimo del pecador para poder juzgarlo y absolver, para asistirlo y curarlo. Humanitas 2003, XXXI, págs. 514 - 523
LIBROS. «Tríptico romano», por Juan Pablo II. (Universidad Católica San Antonio, Murcia, España); «La vena profonda del magisterio di Giovanni Paolo II», por Angelo Scola (Mariette 1820); «Juan Pablo II y los grandes de la tierra», por Tommaso Stenico (Edibesa / Giacomo Pezzali Editore, Madrid); «Repensar la Universidad. La universidad ante lo nuevo», por Alejandro Llano (Eiunsa, Madrid); «La Creación y las Ciencias Naturales: Actualidad de Santo Tomás de Aquino», por William Carroll (Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago); «Preparados para la guerra. Pensamiento militar chileno bajo la influencia alemana 1885-1930», por Enrique Brahm (Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago); «Jacques Maritain», por Piero Viotto (Città Nuova, Milano); «Idea cristiana del hombre», Simposio del Instituto de Antropología y Etica de la Universidad de Navarra (Eunsa, Pamplona); «Testigos de esperanza», por Monseñor F. X. Nguyen Van Thuan (Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires); «Un manantial de amor y misericordia: el Sagrado Corazón de Cristo», por María Loreto Marín Estévez (Editorial Trineo, Santiago); «Presencia en Chile del Colegio americano de cirujanos», por Lorenzo Cubillos Osorio (Centro de Documentación e Investigaciones Históricas, Santiago); «Mi vida es Cristo», por Jesús Colina (Logos, México); «Animadores. Un proyecto de vida», por Néstor Colombo y Mónica Silva Peralta (Editorial Bonum, Buenos Aires). Humanitas 2003, XXXI, págs. 560 - 575
Un Pontificado «Magno» C
uando en octubre de 1978, tras el segundo cónclave realizado ese mismo año, el pueblo romano apostado en la Plaza de San Pedro y el mundo entero a través de la televisión veían aparecer «humo blanco» desde lo alto de la Capilla Sixtina, nadie podía remotamente imaginar las inmensas transformaciones históricas que contemplaríamos a lo largo de los siguientes 25 años ni el papel profético que protagonizaría en ellos el nuevo Pedro, cuya fuerza de personalidad –según apuntó Frossard, testigo presente de su primera aparición en público– evocaba la de los pescadores de Galilea que siguieron a Jesús. Del cónclave que tuvo lugar entonces no ha habido filtraciones dignas de crédito. Se saben, sin embargo, a través de los apuntes autobiográficos del propio Papa, dos hechos significativos que en esta circunstancia es oportuno recordar. El primero dice relación con el cardenal Maximiliano de Fürstenberg, antiguo rector del joven Wojtyla cuando éste residía como estudiante en el Colegio belga de Roma. Entrando en la Sixtina, justo antes del que se vislumbraba sería el último escrutinio –y parafraseando las palabras de Marta a María el día de la resurrección de Lázaro– dijo al oído del que otrora fuera su discípulo: «El Maestro está aquí y te llama». El segundo hecho se refiere a la intervención que en esos momentos tuvo el cardenal Wyszynski, arzobispo de Varsovia y primado de Polonia, y que Juan Pablo II relató así: «...se trata del 16 de octubre de 1978 (...) Allí (en la Capilla Sixtina), el cardenal primado de Polonia, Stefan Wyszynski me dijo: ‘Si te eligen, te ruego que no rehúses’. Y allí, con espíritu de obediencia a Cristo y confiando en su Madre, acepté el resultado del cónclave, declarando al cardenal Jean Villot que estaba disponible para servir a la Iglesia». Luego, muy al comienzo del nuevo pontificado, el mismo Wyszynski diría a Juan Pablo II, según él mismo lo relató: «‘Si el Señor te ha llamado, debes hacer entrar a la Iglesia en el tercer milenio’ (...) Eso me dijo el cardenal Wyszynski. Y yo comprendí que debía hacer entrar a la Iglesia de Cristo en este tercer milenio por la oración y por diferentes iniciativas, pero he visto que aquello no bastaba: había que hacerla entrar con el sufrimiento, con el atentado de hace trece años y con este nuevo sacrificio» (palabras dichas en el Angelus del 29 de mayo de 1994, tras una nueva hospitalización). Hoy, al dirigir una mirada retrospectiva al cuarto de siglo transcurrido desde aquel octubre de 1978, nadie tampoco, ni siquiera quien se ubique en una perspectiva antagónica a la Iglesia y al Romano Pontífice, puede por su parte afirmar que el escenario de la historia de nuestro tiempo es comprensible sin su figura. A través de la sabiduría de la cruz, vivida en su carne y en su espíritu, Juan Pablo II ha marcado el cambio de milenio con tal fuerza que –mediando apenas la diferencia que establece la vertiginosidad contemporánea en comparación con la morosidad de la vida en los siglos pasados– habría que remontarse a lo que significaron pontífices como León «Magno» y Gregorio «Magno» en el primer milenio o el papa Hildebrando en el segundo, para entender la importancia de su gobierno. Mientras que, por lo que se refiere a su enseñanza en tiempos de particular
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HUMANITAS Nº 31 pp. 398 - 399
E D I T OR I A L dificultad como los presentes, acuden naturalmente a la memoria las imágenes de los grandes doctores que iluminaron esos milenios y los tiempos que les siguieron. En el presente número de HUMANITAS, concebido como un homenaje a Juan Pablo II en el 25º aniversario de su Pontificado, un conjunto de voces que sin exageración pueden catalogarse entre las más calificadas, ponen de relieve, en apretada síntesis, un conjunto de hechos y enseñanzas cuyo despliegue ocuparía muchos volúmenes. En el marco de un magisterio esencialmente mariano («Totus tuus»), en el que la mariología se ha visto hondamente enriquecida, allí están las grandes preguntas, formuladas por su palabra certera y que no conoce vacilación, al hombre y sobre el hombre, superando con ellas la dicotomía clásica entre cristocentrismo y antropocentrismo. Allí está la inquebrantable defensa de la vida de quien ha exaltado como pocos el valor del martirio, sacrificio que le fue hurtado de manera milagrosa el 13 de mayo de 1981. Allí está también el gran doctor del nuevo milenio: el que frente a la negación del bien como tal, característica entre otros fenómenos del llamado consecuencialismo, replica con el esplendor de la verdad, propio de la perspectiva metafísica; el que frente a lo «políticamente correcto», que prohíbe hablar de la verdad, rescata la dignidad del hombre del ámbito reducido de la mera convencionalidad y desde la fe llama a la razón a tener nuevamente la valentía de la verdad; el que frente a una época en que los altavoces mediáticos proclaman que se es tanto más libre cuanto más se anula todo vínculo, incluso los más constitutivos y esenciales de nuestra especie, como aquellos que dicen relación con Dios y la familia, rescata con valentía la verdad del amor como experiencia humana elemental desde la infancia y el de Dios como amor trinitario. Una vez más en la historia humana, tenemos que reconocer, lo imprevisible se ha hecho presente de manera sobresaliente. En el mismo año que en aquella tierra que hace dos milenios acogió la cátedra de Pedro, la nación italiana a través de un gobierno «cristiano» aprobaba el aborto (hasta la fecha se han ejecutado al amparo de esa ley más de cuatro millones y medio de abortos), cuando todavía una gran confusión dominaba doctrinalmente el ámbito eclesiástico postconciliar –como pudo comprobarse en la Conferencia de Puebla–, en un clima general de desazón para el cristianismo en el mundo, Dios quiso regalar a su Iglesia y a los hombres un nuevo Papa «Magno». De su vigor ha vivido un pueblo cristiano fiel, que junto a catastróficas señales de derrumbe, ha visto también renacer una fe nueva y llena de esperanza en jóvenes de muy diversas latitudes y principalmente en los continentes nuevos. Su legado, que ha abierto el milenio, dejará también en él una huella imborrable, de la que vivirán muchas generaciones.
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CURSOS
DE
EXTENSIÓN
El Amor Humano L
a revista HUMANITAS ha organizado un curso que busca ahondar en las verdades y misterios del amor humano. Se trata –en el marco de las enseñanzas del magisterio pontificio sobre la familia– de un trabajo de inculturación del Evangelio que tiene primeramente en vista al núcleo familiar (Iglesia doméstica) y del que pueden aprovechar padres de familia, religiosos, profesores, psicólogos, orientadores y comunicadores. 1. Naturaleza del amor: amor pasional y amor electivo. Antonio Amado jueves 14 de agosto 2. El amor esponsal como figura del amor entre Dios e Israel. Antonio Amado jueves 21 de agosto
ANTONIO AMADO. Licenciado en
Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona. Profesor de Metafísica en la Universidad de los Andes. Autor de una edición comentada de Quaestione Disputatae Sobre la Virtud, de Santo Tomás de Aquino, y de artículos varios. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS.
R.P. FRANCESCO PETRILLO.
Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Profesor de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor del Seminario Pontificio. Delegado General de la Orden de la Madre de Dios. CAROLINA DELL’ORO. Licenciada en
Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesora de Filosofía de la Universidad de Los Andes.
RAQUEL RUBIO. Master en Matrimonio
y Familia por la Universidad de Navarra, España. Post título en Ciencias de la Familia Universidad de los Andes. Educadora de Párvulos Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesora del Post-título de Ciencias de la Familia de la Universidad de los Andes. Profesora de la Licenciatura en Ciencias de la Familia de la Universidad Gabriela Mistral. Creadora, ex directora y Profesora de la carrera Profesional de “Orientación Familiar” del Instituto Profesional de Enac de Caritas Chile.
3. La redención del corazón y la plenitud del amor esponsal en el Nuevo Testamento. R.P. Francesco Petrillo jueves 28 de agosto 4. Psicología del amor y sexualidad: afectividad, sensualidad, ternura, vergüenza. Raquel Rubio jueves 4 de septiembre 5. El amor humano en el contexto de la creación: el lenguaje del cuerpo. Carolina dell’Oro jueves 11 de septiembre 6. Ante la falsificación del amor esponsal: libertad y donación. Antonio Amado jueves 25 de septiembre Lugar:
Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica (Alameda 390)
Hora:
19:30 hrs.
Valor Público General: $ 36.000 $ 42.000 (incluida suscripción a Revista HUMANITAS) Valor Estudiantes y Tercera Edad: $ 20.000 $ 26.000 (incluida suscripción a Revista HUMANITAS) Código SENCE: 12-34-6885-91 Se entregará Certificado de Asistencia Inscripciones: Alameda 390, tercer piso. Teléfono: 6866519. Fax: 6353755 Sitio web: www.humanitas.cl E-mail: humanitas@puc.cl
Auspicia:
ORGANIZA: REVISTA HUMANITAS PATROCINA: FACULTAD DE FILOSOFIA DE LA PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATOLICA DE CHILE
CONFERENCIAS MARIANAS
María en el Año del Rosario El programa propuesto por el Papa a todos los católicos
al concluir el año jubilar e inaugurarse un nuevo milenio de la era cristiana ha sido el de contemplar el rostro de Cristo con María (Novo millennio ineunte). En este mes de octubre del 2003, al terminar el año del rosario al que el mismo Juan Pablo II convidara a todos los fieles (Rosarium Mariae Virginis),las presentes Conferencias Marianas buscarán, acercándonos al misterio de María, ofrecer materia de reflexión para enriquecer el avance en el camino al que hemos sido convidados.
1. María anunciada y prefigurada en el
Antiguo Testamento. jueves 2 de octubre
Detalle de la «Anunciación de la Virgen María» de Pontormo (Iglesia Santa Felicita, Florencia)
2. Anunciación a María y concepción virginal
de Jesús Jesús. jueves 9 de octubre
Cristo. 3. María en los misterios de la vida de Cristo jueves 16 de octubre
4. Dogmas marianos: enseñanzas de la Iglesia
sobre María María. jueves 23 de octubre
5. La Madre de Dios en el corazón de la
Iglesia peregrina peregrina. jueves 30 de octubre
6. María, Madre de Misericordia y del
Amor Hermoso Hermoso. jueves 6 de noviembre
Profesor: Antonio Amado Fecha:
Todos los jueves desde el 2 de octubre hasta el 6 de noviembre
Hora:
19:30 hrs.
Lugar:
Colegio Santa Ursula (Av. Nueva Costanera 4190, Vitacura)
Valor Público General: $ 20.000 $ 26.000 (incluida suscripción a Revista HUMANITAS) Valor Estudiantes: $ 16.000
ANTONIO AMADO. Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad de Barcelona. Profesor de Metafísica en la Universidad de los Andes.
Autor de una edición comentada de Quaestione Disputatae Sobre la Virtud, de Santo Tomás de Aquino, y de artículos varios. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS.
INSCRIPCIONES: Alameda 390, tercer piso. Teléfono: 686 5691 Fax: 635 SITIO WEB: www.humanitas.cl E-MAIL: humanitas@puc.cl
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Redemptor Hominis: el programa de un pontificado POR ANGELO SCOLA
«Hacia Cristo, Redentor del hombre» Al cumplirse veinticinco años de pontificado de Juan Pablo II, ¿cómo releer la encíclica decisiva evitando la tentación de hacer balances que por motivos evidentes estarían absolutamente fuera de lugar? Tal vez precisamente acogiendo la invitación del Papa, que define esta encíclica al final de la misma como una meditación (ver RH 22). Abordando este precioso texto con ritmo meditativo, se descubre la belleza de la figura de Cristo, el camino que a partir de esa inolvidable noche de octubre de 1978 está recorriendo el pueblo de Dios en forma especialmente fascinante junto al Sucesor de Pedro. En la clausura del Gran Jubileo del Año 2000, Juan Pablo II quiso recordar con vigor que, para responder a su vocación y misión, la Iglesia no está llamada a «inventar un ‘nuevo programa’. El programa ya existe: es el de siempre, recogido del Evangelio y la Tradición viva, y está centrado en definitiva en Cristo mismo» (Novo Millennio Ineunte 29). Estas palabras constituyen la eficaz repetición de lo escrito por el Papa en el n. 7 de la Redemptor hominis: «Para nosotros, la única orientación del espíritu, la única dirección del intelecto, la voluntad y el corazón es esto: hacia Cristo, Redentor del hombre; hacia Cristo, Redentor del mundo. A Él deseamos mirar, porque sólo en Él, Hijo de Dios, hay salvación». Por consiguiente, nuestra breve tentativa se limitará a identificar algún elemento fundamental propuesto por Redemptor hominis, que resulta más nítido en su espesor a partir de la peculiar sinfonía de vida, testimonio, gobierno y enseñanza, propia del actual pontífice.
ABORDANDO ESTE PRECIOSO TEXTO CON RITMO MEDITATIVO, SE DESCUBRE LA BELLEZA DE LA FIGURA DE CRISTO, EL CAMINO QUE A PARTIR DE ESA INOLVIDABLE NOCHE DE OCTUBRE DE 1978 ESTÁ RECORRIENDO EL PUEBLO DE DIOS EN FORMA ESPECIALMENTE FASCINANTE JUNTO AL SUCESOR DE PEDRO.
El nuevo Adán Animada por una justa instancia respecto al carácter incoercible de la libertad del sujeto individual, la modernidad ha impulsado un replanteamiento de la relación verdad-libertad, en áspera dialéctica con la Iglesia y cayendo a menudo en las arenas movedizas del agnosticismo y el ateísmo. Si se da por sentado el deber de la libertad de hacer espacio a la verdad en su totalidad, afirmándose por consiguiente que la libertad está al servicio de la verdad, no sólo no se niega la verdad de la libertad, sino también se exalta todo su alcance. HUMANITAS Nº 31 pp. 402 - 410
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ANIMADA POR UNA JUSTA INSTANCIA RESPECTO AL CARÁCTER INCOERCIBLE DE LA LIBERTAD DEL SUJETO INDIVIDUAL, LA MODERNIDAD HA IMPULSADO UN REPLANTEAMIENTO DE LA RELACIÓN VERDAD-LIBERTAD, EN ÁSPERA DIALÉCTICA CON LA IGLESIA Y CAYENDO A MENUDO EN LAS ARENAS MOVEDIZAS DEL AGNOSTICISMO Y EL ATEÍSMO. (...)
1 Ver Gaudium et Spes 16-17, 31, 41, 43 y especialmente las declaraciones Nostra aetate y Dignitatis humanae. Sobre el pensamiento de Karol Wojtyla al respecto en el ámbito del Concilio, ver A. SCOLA, L’esperienza elementare. La vena profonda del magistero di Giovanni Paolo II, Marietti 1812, Génova 2003, 130-133. 2 F. NIETZSCHE, Al di là del bene e del male (Más allá del bien y el mal), Adelphi, Milán 2002, 54. 3 M. VITTORINO, In Ephesios 4, 14. 4 A. SCOLA, Questioni di antropologia teologica, PUL Mursia, Roma 1997, 30.
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El Concilio Vaticano II asumió valerosamente esta preocupación de la modernidad mediante la enérgica formulación de una ponderada doctrina sobre la libertad de conciencia, articulada de distintas maneras a nivel de la persona, la comunidad eclesiástica y religiosa y la sociedad civil1 . En este contexto, Redemptor hominis, en la estela del Concilio Vaticano II y con especial referencia a Ecclesiam suam (n. 4), muestra que el peculiar carácter absoluto de Jesucristo, entendido como Aquel que revela definitivamente el rostro de cada hombre, no anula la tensión dramática de la libertad del individuo ni lo despoja de su rol protagónico en el escenario del gran teatro del mundo. En cierto sentido, se puede decir que Redemptor hominis recoge en toda su profundidad la violenta provocación de Nietzsche: «La fe (...) se asemeja tremendamente a un permanente suicidio de la razón (...). La fe cristiana es desde el principio sacrificio: sacrificio de toda libertad, de todo orgullo, de toda autoconciencia del espíritu, y al mismo tiempo servidumbre y escarnio de uno mismo, automutilación»2 . Ante la desesperada denuncia del trágico profeta de nuestro tiempo, el cristiano puede responder con la luminosa afirmación del filósofo Mario Vittorino: «cuando encontré a Cristo, me descubrí hombre»3 . Con decisión, Redemptor hominis enfrenta desde su comienzo el enigma constitutivo del hombre. Con la encarnación, Dios «entró en la historia de la humanidad, y como hombre se convirtió en su «sujeto», uno entre miles de millones y al mismo tiempo Único» (RH 1). Juan Pablo II propone el carácter central objetivo y absoluto de Jesucristo. Corresponde en todo caso precisar el dato cristológico tal vez más relevante de Redemptor hominis. En la encíclica, Jesucristo no es presentado únicamente como Aquel que redime al hombre pecador. «La Encíclica sugiere la idea de un carácter central de Cristo de orden radical y originario, y no parcial y derivado, como resultaría a partir de la idea de un Cristo que se considera dependiente del pecado de Adán»4 . Él no es puramente el Redentor, sino también el Jefe de la creación (ver RH 7). En calidad de Jefe de la humanidad, Jesucristo es realmente el alfa. En Jesucristo, el hombre es pensado, deseado (predestinado), creado y no sólo redimido (ver RH 8-9). El vínculo entre Cristo y cada hombre no conduce a la absorción del individuo y su incapturable libertad en una teoría abstracta e indiferenciada en la cual todo está predeterminado. Por el contrario, Jesucristo es figura (forma) de lo humano en cuanto persona viva que se entrega de manera perenne a la libertad individual para ponerla en movimiento. En Él, como el niño en brazos de la madre, cada hombre encuentra la audacia para poder decir «yo» sin medida alguna y emprender responsablemente la acción.
«En cierto sentido, se puede decir que Redemptor hominis recoge en toda su profundidad la violenta provocación de Nietzsche: ‘La fe (...) se asemeja tremendamente a un permanente suicidio de la razón (...). La fe cristiana es desde el principio sacrificio: sacrificio de toda libertad, de todo orgullo, de toda autoconciencia del espíritu, y al mismo tiempo servidumbre y escarnio de uno mismo, automutilación’. Ante la desesperada denuncia del trágico profeta de nuestro tiempo, el cristiano puede responder con la luminosa afirmación del filósofo Mario Vittorino: ‘cuando encontré a Cristo, me descubrí hombre’». (Friedrich Wilhelm Nietzsche)
Redemptor hominis recoge así el legado de Dei Verbum, donde la Revelación es considerada en su valor histórico, como hecho concreto, sin perder en absoluto el riguroso carácter noético que le confiriera Dei Filius. La verdad de la persona y la historia de Jesús de Nazaret se presenta como forma plena (universale concretum) de la autocomunicación del Deus Trinitas a cada uno de los hombres (ver DV 26). A partir de la Trinidad, la verdad es propuesta por el cristianismo como evento personal y comunitario que llega hasta la formulación necesaria y articulada del dogma. Para Redemptor hominis, el evento redentor se apoya en un cristocentrismo trinitario. Esto mismo será retomado luego en las otras dos encíclicas del tríptico (Dives in misericordia y Dominum et vivificantem). Esta decisiva opción teológica acompaña toda la enseñanza magisterial del Papa. Como confirmación, basta citar dos auténticas perlas preciosas: la afirmación de Jesucristo como ley viva y personal ofrecida por Veritatis splendor 15, a la cual hace eco Fides et ratio 12 cuando sostiene que «la encarnación del Hijo Dios permite ver realizada la síntesis definitiva que la mente humana, partiendo de sí misma, ni siquiera habría podido imaginar: lo Eterno entra en el tiempo, el Todo se oculta en el fragmento, Dios asume el rostro del hombre» (FR 12). La celebración del Gran Jubileo del Año 2000, gesto tras gesto, encuentro tras encuentro, dio testimonio de toda la fecundidad de este cristocentrismo trinitario.
(...) SI SE DA POR SENTADO EL DEBER DE LA LIBERTAD DE HACER ESPACIO A LA VERDAD EN SU TOTALIDAD, AFIRMÁNDOSE POR CONSIGUIENTE QUE LA LIBERTAD ESTÁ AL SERVICIO DE LA VERDAD, NO SÓLO NO SE NIEGA LA VERDAD DE LA LIBERTAD, SINO TAMBIÉN SE EXALTA TODO SU ALCANCE.
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«Adán renovado» El cristocentrismo trinitario de la primera encíclica de Juan Pablo II, apoyado en el sólido y concreto anclaje histórico de Jesús de Nazaret, Dios y hombre verdadero, se califica como trinitario por cuanto revela el nombre propio del designio del Padre en cuanto al individuo, la humanidad y el cosmos mismo. Redemptor hominis llega de hecho a afirmar que «la revelación del amor y la misericordia tiene una forma y un nombre en la historia del hombre: se llama Jesucristo» (RH 9). La osadía del acto de fe jamás puede desvanecerse en un a priori de sabor gnóstico, así como la elocuencia razonable de los gestos y palabras de Jesús no puede ser envilecida por fideísmos incapaces de hacerse cargo de la totalidad del drama humano. Los párrafos 9 y 10, que enfocan respectivamente la dimensión divina y la humana del misterio de la redención como «renovada creación» (ver RH 8), se hacen cargo de mostrar cómo puede mantenerse, en el transcurso del tiempo y en la articulación del espacio, «el vínculo dinámico del misterio de la Redención con cada hombre» (RH 22). El ansia y a veces la angustia moderna, reacia a toda tentativa de capturar la libertad siempre resuelta e inaferrable del hombre, son asumidas desde el interior, de manera sumamente competente, por «Aquel que ha penetrado de manera única e irrepetible en el misterio del hombre y ha entrado en su corazón» (RH 8). Tanto la reflexión trinitaria como cristológica y antropológica dan vida a una poderosa pero debidamente articulada visión unitaria, que ofrece a la libertad del hombre una propuesta razonable y conveniente: «el hombre que desea comprenderse a sí mismo en profundidad –y no sólo de acuerdo con criterios y medidas del propio ser de carácter inmediato, parcial, a menudo superficial y además aparente– debe acercarse a Cristo con su debilidad y condición pecaminosa, con su vida y muerte. Debe, por así decir, entrar en sí mismo con todo su ser, ‘apropiarse’, asimilar toda la realidad de la encarnación y la Redención para volver a encontrarse a sí mismo. Si opera en él este profundo proceso, entonces produce frutos no sólo de adoración a Dios, sino también de profundo asombro de sí mismo...» (RH 10). Juan Pablo II presenta así al cristianismo como «estupor y al mismo tiempo persuasión y certeza de la fe, que en forma oculta y misteriosa vivifica cada aspecto del humanismo auténtico y está estrechamente unido con Cristo» (RH 10). La consideración del hombre en el «orden» de Jesucristo, que exalta la libertad del mismo, propone nuevamente la enseñanza autorizada de la Constitución pastoral Gaudium et Spes, ampliamente retomada por Redemptor hominis en primer lugar y luego por todo el magisterio de Juan Pablo II: Jesucristo como forma realizada de lo
EL VÍNCULO ENTRE CRISTO Y CADA HOMBRE NO CONDUCE A LA ABSORCIÓN DEL INDIVIDUO Y SU INCAPTURABLE LIBERTAD EN UNA TEORÍA ABSTRACTA E INDIFERENCIADA EN LA CUAL TODO ESTÁ PREDETERMINADO. (...)
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(...) POR EL CONTRARIO, JESUCRISTO ES FIGURA (FORMA) DE LO HUMANO EN CUANTO PERSONA VIVA QUE SE ENTREGA DE MANERA PERENNE A LA LIBERTAD INDIVIDUAL PARA PONERLA EN MOVIMIENTO. EN ÉL, COMO EL NIÑO EN BRAZOS DE LA MADRE, CADA HOMBRE ENCUENTRA LA AUDACIA PARA PODER DECIR «YO» SIN MEDIDA ALGUNA Y EMPRENDER RESPONSABLEMENTE LA ACCIÓN.
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«Conviene más bien recordar alguna iniciativa concreta, como la fundación del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, junto con la fundación del Pontificio Consejo para la Familia, o la incansable acción a favor de los derechos humanos y la paz, dirigida por el Papa en primera persona». (Cardenal Alfonso López-Trujillo, presidente del Pontificio Consejo para la Familia, y Monseñor Carlo Caffarra, primer presidente del Instituto Juan Pablo II.)
humano. «En realidad, solamente en el misterio del Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio del hombre» (GS 22). Se trata, como se sabe, de uno de los pasos conciliares repetidos con más frecuencia del magisterio de Juan Pablo II. Redemptor hominis no sólo ofrece una peculiar concentración del dictado conciliar respecto a la cuestión antropológica, sino también, partiendo de la situación del hombre redimido, se atreve a enunciar juicios precisos de orden histórico-cultural sobre el paso de la civilización a un tiempo fascinante y dramático al cual estamos asistiendo. La atención sobre el hombre precisamente en cuanto un ser referido a Jesús, verdad histórica en persona, ciertamente no puede eximirse de tener en cuenta los procesos históricos en que se halla implicado el hombre contemporáneo en el ámbito de los diversos sistemas, regímenes y concepciones ideológicas del mundo. En efecto, «no se trata aquí únicamente de dar una respuesta abstracta a la pregunta ‘quién es el hombre’, sino de todo el dinamismo de la vida y la civilización. Se trata del sentido de las diversas iniciativas de la vida cotidiana, y al mismo tiempo de las premisas para los numerosos programas de civilización, programas políticos, económicos, sociales, estatales y muchos otros» (RH 16). El hecho de citar a propósito el magisterio de Juan Pablo sobre el matrimonio y la familia, así como su enseñanza social, es de tal manera obvio que parece superfluo. Conviene más bien recordar alguna iniciativa concreta, como la fundación del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia, junto con la fundación del Pontificio Conse-
jo para la Familia, o la incansable acción a favor de los derechos humanos y la paz, dirigida por el Papa en primera persona. Son únicamente dos imponentes documentaciones de la vigorosa determinación de este pontificado de recorrer ese «primer camino fundamental de la Iglesia, camino trazado por Cristo mismo» (RH 14), que es el hombre.
En el regazo de la nueva Eva Jesucristo, el hombre, la familia humana y su historia ocupan el escenario del gran proyecto trazado en los comienzos del pontificado. En primer plano, no podía no imponerse la cuestión de método decisiva: ¿dónde puede el hombre reconocer concretamente la posibilidad de realización que le ofrece Jesucristo, nuevo Adán? La respuesta a esta pregunta debe ante todo hacerse cargo de una grave dificultad. Me refiero a la convicción que afecta a Occidente a partir de la época moderna y en la actualidad desgraciadamente se ha convertido en opinión común de la cultura mediática, en el sentido de que el hombre es tanto más libre mientras más se sus¿DÓNDE PUEDE EL HOMBRE trae a todo vínculo, incluyendo aquellos de carácter constitutivo, RECONOCER como la relación con Dios, con la familia, con los cuerpos intermeCONCRETAMENTE LA dios y con la comunidad civil; pero esta actitud tenaz y acrítica no POSIBILIDAD DE REALIZACIÓN sólo desconoce el dato según el cual la verdad es en sí misma un QUE LE OFRECE JESUCRISTO, Acontecimiento de amor (Trinidad), sino también contradice la exNUEVO ADÁN? LA RESPUESTA periencia humana elemental misma al alcance de cada uno de noA ESTA PREGUNTA DEBE ANTE sotros desde la infancia. TODO HACERSE CARGO DE Una vez resuelta esta perniciosa contradicción, la respuesta dada UNA GRAVE DIFICULTAD. (...) por Redemptor hominis a la pregunta crucial de método hace surgir un elemento ulterior, tal vez reconocible hoy con mayor claridad que en el pasado. Se trata de un dato que califica la enseñanza del Concilio Vaticano II. Me refiero a la consideración de la Iglesia como «sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y la unidad de todo el género humano» (LG 1). Es significativo el hecho de que el Papa haya querido retomar esta cita de Lumen gentium en tres pasajes de Redemptor hominis (ver RH 3, 7 y 18). Llamada a continuar el diálogo de Dios con los hombres –vuelve la referencia de Redemptor hominis a la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI (ver RH 4)– la Iglesia es un tema personal y social, es la «comunidad de los discípulos, cada uno de los cuales, de distinta forma (...) sigue a Cristo» (ver RH 21). Semejante visión de Quién –más que de qué- es la Iglesia, apunta a hacer evidente, en la estela del Concilio Vaticano II, «de qué manera esta comunidad ‘ontológica’ de los discípulos y confesores debe convertirse cada vez más, también ‘humanamente’, en una comunidad consciente de su propia vida y
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(...) ME REFIERO A LA CONVICCIÓN QUE AFECTA A OCCIDENTE A PARTIR DE LA ÉPOCA MODERNA Y EN LA ACTUALIDAD DESGRACIADAMENTE SE HA CONVERTIDO EN OPINIÓN COMÚN DE LA CULTURA MEDIÁTICA, EN EL SENTIDO DE QUE EL HOMBRE ES TANTO MÁS LIBRE MIENTRAS MÁS SE SUSTRAE A TODO VÍNCULO, INCLUYENDO AQUELLOS DE CARÁCTER CONSTITUTIVO, COMO LA RELACIÓN CON DIOS, CON LA FAMILIA, CON LOS CUERPOS INTERMEDIOS Y CON LA COMUNIDAD CIVIL.
5 K. WOJTYLA, Meditazione sulla morte II , en ID., Tutte le opere letterarie, Bompiani, Milán 2001, 95.
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actividad» (RH 21). La Santa Iglesia de Dios se revela así como auténtica «forma mundi». La celebración de las Asambleas Ordinarias y Extraordinarias del Sínodo de los Obispos, expresión del carácter colegial episcopal propugnado por Redemptor hominis (ver RH 5), ha contribuido considerablemente a fortalecer la comunidad cristiana. A este examen detenido, también «humano», de la identidad del fiel y la comunidad cristiana contribuyen perfectamente los viajes apostólicos de Juan Pablo II. En su interior, se reserva un puesto enteramente particular a las Jornadas Mundiales de la Juventud, cuyo poder misionero y regenerador del tema eclesiástico para nadie pasa desapercibido. La consideración del tema eclesiástico que nos ofrece el pontificado de Juan Pablo II es absolutamente concreta e histórica, al igual que la de Redemptor hominis sobre el hombre. En este marco es posible, por una parte, comprender la atención prestada siempre por el Papa a las tradiciones y a los Ritos católicos no latinos (pensemos, por ejemplo, en la encíclica Slavorum apostoli). Por otra, el hecho de asumir en forma integral y sin reservas la historia de la cristiandad, marcada también por el pecado de los fieles, ha llevado al Santo Padre a emprender con decisión el paciente y tenaz trabajo por la unidad de los cristianos (ver RH 6). Además de la significativa encíclica Ut unum sint, se recuerdan los encuentros ecuménicos en los cuales el Papa ha deseado participar personalmente, así como las celebraciones comunes con ocasión del Gran Jubileo. Por último, corresponde plenamente a esta vocación misionera de la Iglesia la tarea del diálogo interreligioso (ver RH 6). Las imágenes de Juan Pablo II en la Sinagoga de Roma, o las de Asís y en el Patio de la Gran Mezquita de Omayade de Damasco han dado la vuelta al mundo y permanecerán en las páginas de la historia contemporánea. ¿De dónde proviene esta fuerza misionera de la Iglesia? La respuesta sintética, pero inequívoca, que nos ofrece Redemptor hominis nos conduce con naturalidad a la sumamente reciente encíclica Ecclesia de Eucharistia: «La Iglesia vive de la Eucaristía, vive de la plenitud de este Sacramento» (RH 20), que establece «una misteriosa contemporaneidad entre el Triduum y el transcurso de todos los siglos» (EdE, 5). En el Sacramento eucarístico, el fiel (sujeto eclesiástico personal y comunitario) es incorporado, por obra del Espíritu, a Jesús Redentor, Hijo del Padre eterno, que invita a todos los hombres de toda la historia a decidir, en el acto de fe, en calidad de protagonistas de la verdad. Como escribe el mismo Karol Wojtyla en uno de sus poemas, nosotros «recibimos el Sacramento donde permanece Aquel que ha pasado... y también nosotros, en el paso hacia la muerte, permanecemos en el espacio del misterio»5
PASTOR Y PROFETA EN EL REDIL DE LA IGLESIA:
25 años del pontificado de Juan Pablo II POR MAURO MATTHEI O.S.B.
Entre sombras y asombros En su última encíclica Ecclesia de Eucharistia Juan Pablo II confiesa que con ella ha deseado volver a despertar en la Iglesia el «asombro eucarístico», lo que lleva a recordar la sentencia aristotélica del «asombro» como principio de la filosofía. Por el asombro el hombre abandona la rutina, se sustrae a la tiranía de lo cotidiano y se sitúa con ojos nuevos ante la maravilla de lo existente, procurando desentrañar su sentido y su valor, tratando en el fondo de «comprender». Enfrentados al torrente de sucesos y de documentos doctrinales de los ya 25 años de pontificado del papa actual, es imposible intentar ningún análisis sin asumir en primer lugar aquella actitud de asombro. Asombro ante la presencia actual y efectiva de Pedro, cuyas pa- Asombro ante la presencia labras y obras convalidan con una fuerza sin medida el encargo actual y efectiva de Pedro, del Señor de apacentar a sus corderos, de confirmar a sus her- cuyas palabras y obras manos y de abrir y cerrar con las llaves divinas los sucesos de la convalidan con una fuerza sin medida el encargo del tierra y del cielo. Asombro ante la figura de un gladiador espiritual (el término es Señor de apacentar a sus de un periodista judío), de una fuerza de convocatoria la más corderos, de confirmar a amplia y duradera de la historia, impertérrito ante las pifias y sus hermanos y de abrir y aplausos de un circo de graderías cada vez más numerosas, ex- cerrar con las llaves puesto como ningún otro a proyectiles mortíferos y homenajes divinas los sucesos de la tierra y del cielo.(...) sin precedentes. Asombro ante un intelecto vigoroso y profundo, capaz de enfrentar los desafíos de un fin de milenio y el advenimiento de otro nuevo, empeñado en demostrar con sorprendente elocuencia que el motor de la historia es la cultura y, por lo tanto, el pensamiento (y no la lucha de clases ni otro «suceso» cualquiera). Asombro, admiración, sagrado espanto. ¿Cómo es posible que no todos, que tantos y tantos no lo perciban o renieguen de él? Es que, contrastando con el «asombro», están las «sombras» (el Papa Wojtyla prefiere este término para referirse a lo que otros papas llamaban «errores» o «desviaciones»). Sombras de una intensidad quizás nunca vista y sentida, que él, sin embargo, supo señalar con el dedo, definir y disipar, aunque no siempre ni todas. En constante y estridente contrapunto los éxitos de estos veinticinco años de pontificado petrino han estado acompañados de fracasos (aunque sería más exacto hablar de derrotas momentáneas), incomprensiones, malentendidos, impugnaciones. Millones de jóvenes de todos los continentes han participado, una y otra vez, con alegría desbordante en sus Jornadas de la juventud; millones de hom
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Ceremonia de la entronización, 22 de octubre de 1978.
(...) Asombro ante la figura de un gladiador espiritual (el término es de un periodista judío), de una fuerza de convocatoria l a más amplia y duradera de la historia, impertérrito ante las pifias y aplausos de un circo de graderías cada vez más numerosas, expuesto como ningún otro a proyectiles mortíferos y homenajes sin precedentes.(...)
bres han dado silenciosamente la espalda a la Iglesia. Muchos estadios se han llenado en todas partes del mundo cuando aparecía el gladiador espiritual, levantando los brazos y derramando esperanzas; muchas iglesias se han vaciado de fieles, se han convertido en restaurantes o museos por efecto de una apostasía sin precedentes, especialmente en el llamado primer mundo. Han echado sus brotes numerosos movimientos espirituales de laicos; pero numerosos noviciados y seminarios han sido abandonados, ignorados o evitados por la juventud. La palabra de Juan Pablo II ha encontrado por doquier valiosos y entusiastas interlocutores, pero también han abundado diálogos en que la contraparte no ha estado a la altura del pensamiento y de la buena voluntad del Papa, particularmente en el diálogo ecuménico. Pero tampoco los exiguos frutos de un esfuerzo tan generoso han arredrado al pastor deseoso de cumplir con el deseo del pastor supremo de que «todos fuesen unos, a fin de que el mundo creyese» (Jn 17,21). Duro es para el profeta anunciar su mensaje, a sabiendas de que no será oído o tomado en cuenta. «Anda, ve a los hijos de tu pueblo, les hablarás y les dirás: Así dice el Señor, escuchen o no escuchen» (Ez 3,11). Dura es la tentación, humana, muy humana, de hablar entonces «lo que agrada a los oídos» (2 Tim 4,3-4), de consolarse con el aplauso del «Zeitgeist», del «espíritu del tiem-
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«¡NO TEMAIS!»
Quienes vieron ese día jamás lo olvidarán
La muchedumbre, apretada dentro de las tenazas de la plaza San Pedro, en una ola multicolor que llegaba casi hasta el Tíber, esperaba a un Papa y de pronto vio surgir un pescador de hombres, similar en todo a los llamados por Cristo hacia él en las orillas del Tiberíades. El recién llegado no parecía llegado de Polonia, sino de Galilea, con una red bajo el hombro y el Evangelio debajo del brazo, como si el tiempo se hubiese anulado entre él y la tumba de Pedro, secretamente presente bajo la basílica. A menudo he dicho mi primera impresión: el circo de Nerón se elevaba nuevamente bajo los mármoles de San Pedro, la historia dejaba de pronto la horizontal para entrar en la vertical. El hombre de hábito blanco que estaba delante de nosotros tenía la estatura de los apóstoles, y sus primeras palabras –«¡No temáis!»–, lanzadas con una voz que parecía hacer resonar todas las campanas de Roma, nos llamaban al testimonio. Parecían pronunciadas a la entrada del Coliseo, en un día de persecución, por un papa de las catacumbas invitando a los fieles a seguirlo bajo el diente del león. Detrás de las barreras de la plaza, la multitud estaba sumamente agitada, y algunos índices doblados rozaban furtivamente unos párpados que se adivinaban húmedos. Alrededor mío había embajadores con lágrimas en los ojos. No sé si ya se ha visto llorar a diplomáticos cumpliendo un servicio, es un fenómeno que la meteorología rara vez tiene ocasión de observar. Yo también lloraba, como todo el mundo, sin saber muy bien por qué. Tenía la sensación de asistir a un acontecimiento raro, conjunción manifiesta, con muy escasa frecuencia posible de captar cuando se produce, de un designio providencial y un momento de la historia humana. ANDRÉ FROSSARD «N’ayez pas peur!», dialogue avec Jean Paul II (Ed. Robert Laffont, París, 1982)
po». También los cristianos han sucumbido a ella no pocas veces, tratando de ser «abiertos», «modernos» y sustrayéndose así al martirio de la reprobación del mundo. No así Juan Pablo II. Nadie ha hablado tanto del martirio como él, citando las palabras de su compatriota San Estanislao: «Si no convencen las palabras, convence la sangre».
El paradigma de los «Grandes»: León Magno y Gregorio Magno Asombro ante la grandeza: eso es lo que siente el observador –creyente o no creyente– ante la figura del pontífice octogenario. George Weigel, que ha escrito la biografía más fidedigna de Juan Pablo II 1, se aventura a reflexionar sobre los motivos que tendrá la Iglesia futura para hablar de «Juan Pablo Magno», trazando líneas de semejanza hacia los otros dos pontífices que merecieron aquel apelativo: León Magno (440-461) y Gregorio Magno (590-604)2 . Según el periodista norteamericano el denominador común entre los tres papas lo conformaría el hecho de haber sabido defender a la cristiandad en un momento de máximo peligro de la amenaza de los bárbaros: «En el caso del papa León Magno –escribe Weigel–, los bárbaros en cuestión eran Atila y los hunos. En el caso de Gregorio Magno, los bárbaros eran los lombardos. En el caso de Juan Pablo II, los bárbaros que amenazan la civilización han sido un conjunto de ideas cuyas consecuencias incluyen 1 G. Weigel, Biografía de Juan Pablo II, Testigo de Esperanza, Plaza & Janés Editores, Barcelona 1999. 2 o.c. pg. 1148.
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políticas bárbaras –humanismos erróneos que, en nombre de la humanidad y su destino, generan nuevas tiranías y provocan sufrimiento humano». Aunque habría que decir que la grandeza de León y Gregorio no se limitó sólo al aspecto político de una defensa de la cristiandad contra peligros exteriores, la comparación de Weigel no deja de ser muy útil e ilustrativa. Precisando más el momento histórico al que el periodista alude, se trata en ambos casos de una iniciativa papal para romper un cerco peligrosísimo para la existencia misma de la cristiandad antigua: León Magno efectivamente logró alejar de Italia y Europa a los hunos encabezados por Atila. En el caso de Gregorio Magno no se trató sólo de los lombardos, sino de toda una cadena de pueblos germanos, de los cuales los visigodos de España y los francos de la Galia se convertirían a la fe católica y los anglosajones harían lo mismo después de que Gregorio les enviara 40 monjes de Roma, para evangelizarlos. Lo que Gregorio no alcanzaría a ver, pero resultaría ser un efecto posterior de su ofensiva espiritual, fue que un siglo más tarde los anglosajones, ya cristianizados, irían a repetir la hazaña en Ger(...) Asombro ante un mania y de allí el efecto se prolongaría en la evangelización de intelecto vigoroso y Escandinavia por monjes alemanes. profundo, capaz de Aplicando ahora el símil de una ofensiva espiritual contra un enfrentar los desafíos de cerco opresor de «bárbaros», en el caso de Juan Pablo II, aunque un fin de milenio y el todavía sea prematuro para un balance final, sus 25 años de ponadvenimiento de otro tificado han sido efectivamente una gran ofensiva espiritual connuevo, empeñado en tra el cerco opresor de «un conjunto de ideas cuyas consecuendemostrar con cias incluyen políticas bárbaras» como acertadamente se expresorprendente elocuencia sa Weigel. Pues ya no se trata de pueblos y naciones como en los que el motor de la historia casos de la Antigüedad, sino de constelaciones ideológicas, coses la cultura y, por lo movisiones, programas mesiánicos, en resumen de «humanistanto, el pensamiento (y no mos erróneos», con el resultado de tiranías opresoras y sufrila lucha de clases ni otro mientos para millones de personas. «suceso» cualquiera). La grandeza de Juan Pablo II, para la cual lo había preparado su honda formación filosófica y pastoral labrada durante un tiempo de sufrimiento sin igual en su patria polaca, conculcada sucesivamente por la tiranía nacionalsocialista y la marxista, consistió en primer lugar en su capacidad para un diagnóstico acertado, que se había perdido en la mayor parte de la intelectualidad europea. En efecto, la debilidad de la intelligentsia, frente a las seducciones de ideologías de nefastas consecuencias, constituye una de las grandes vergüenzas de ese siglo XX, inaugurado con tantas esperanzas, pero también infatuaciones de progreso irreversible, programas de «iguales oportunidades para todos» y metas de bienestar general. La causa de tanta incapacidad para reconocer por un lado la sustancia de los fenómenos y de deducir en segundo lugar las necesarias consecuencias de estos fenómenos ideológicos habría que buscarla en el gradual debilitamiento del pensamiento occidental, al alejarse a partir del Renacimiento y de la llamada Reforma protestante de sus raíces cristianas, hasta desembocar en el actual «pensamiento débil» y la ética exangüe de nuestros tiempos.
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Esta misma superficialidad y moral vacilante no sólo campeaba en el mundo exterior, sino también en la Iglesia, en la medida en que ésta se había expuesto a las radiaciones de la modernidad. El acertar en el diagnóstico era, pues, tan imprescindible para el mundo como para la Iglesia y Juan Pablo II no vaciló en prestar ambos servicios, y bien prestados. Con esto no queremos decir que los papas anteriores a él carecieran de aquel don, todo lo contrario, pero ahora nos toca fijar la mirada en él.
El resplandor y la fuerza de la verdad
En el caso de Juan Pablo II, aunque todavía sea prematuro para un balance final, sus 25 años de pontificado han sido efectivamente una gran ofensiva espiritual contra el cerco opresor de «un conjunto de ideas cuyas consecuencias incluyen políticas bárbaras» como acertadamente se expresa Weigel. Pues ya no se trata de pueblos y naciones como en los casos de la Antigüedad, sino de constelaciones ideológicas, cosmovisiones, programas mesiánicos, en resumen de «humanismos erróneos», con el resultado de tiranías opresoras y sufrimientos para millones de personas.
¿Qué hizo posible que el médico espiritual de Roma tuviera más éxito que otros muchos? Sin duda su amor por la verdad, entendida en la tradición aristotélico-tomista como coincidencia de «intellectus cum re», de la inteligencia con el ser, con la realidad, con lo que es. La tarea de la inteligencia consiste para él en el esfuerzo laborioso por penetrar la realidad, confiando en la inteligibilidad de la creación. Desde Descartes, en cambio, había prevalecido en la filosofía occidental la idea de que era la inteligencia humana la que creaba la realidad, lo que es cierto para Dios, pero no para la criatura humana. No se trata de una mera pelea de filósofos: la arrogancia de la inteligencia humana de «arrogarse» lo que es propio de Dios remite necesariamente al «Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal» (Gn 3,5) que la serpiente había sugerido a la primera pareja humana
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PUEBLA 1979
Al terminar la solemne Eucaristía con que comenzó el pontificado de Juan Pablo I, encontré al Cardenal Woytyla en la puerta de salida de la Basílica de San Pedro, que conduce a la plaza en donde está el Palacio San Carlos, sede de la Pontificia Comisión para las Comunicaciones Sociales. Estaba esperando un auto que debía llevarlo al Colegio Polaco, según me expresó. Pero el carro tardó mucho. Era natural, dadas las complicaciones del tráfico en un día como aquél. Yo me ofrecí a llevarlo en mi pequeño coche, pero prefirió esperar. Me pareció de elemental cortesía acompañarlo en ese tiempo de espera, que se prolongó. Había conocido al Cardenal Wojtyla en el Sínodo de la Evangelización, del cual había sido él Relator General. Yo había actuado como Relator de uno de los grupos, el hispano-lusitano. El Cardenal de Cracovia me preguntó con interés sobre la Conferencia de Puebla, que había sido ya reconfirmada por Juan Pablo I. Como uno de los temas ventilados en el Sínodo de 1974 sobre la Evangelización había sido lo relativo a la Teología de la liberación, y otros temas que la Iglesia latinoamericana había llevado a dicho Sínodo, como, por ejemplo, el de las Comunidades Eclesiales de Base, interesaban al Cardenal, el diálogo fue bastante animado. Yo hice lo posible por informarle de manera amplia sobre la preparación de la Conferencia, sobre las esperanzas y las dificultades. El tiempo lo permitía, pues el coche que esperaba demoró bastante en llegar. ¡Qué iba yo a imaginar que esta era prácticamente la primera información que el futuro Juan Pablo II tendría y que sería precisamente él, en persona, quien iría a inaugurarla unos meses después, en el primer viaje de su Pontificado! Desde el comienzo, el Papa decidió, pienso yo, asegurar su presencia en la Conferencia. Participé en una reunión, convocada por el Santo Padre, para estudiar la posibilidad de aquel su primer viaje. Un cúmulo de dificultades fue presentado por quienes no lo veían conveniente. Participaba la plana mayor de sus colaboradores. No resultaba fácil obviar lo relativo a una visita, precisamente a México, nación con la cual no existían relaciones diplomáticas. Además, se decía, los compromisos en la Curia eran exigentes para un Papa que comenzaba. Naturalmente, yo expresé cómo para la Conferencia de Puebla era lo más deseable esa visita. No era necesario esgrimir muchos argumentos. Desde el inicio me di cuenta de que el Santo Padre tenía bien claro todo el programa que realizó y que estaba también en conexión, de alguna manera, con su primera visita a Polonia, que meses después debía cumplir. Fue todo, sin duda, una bendición de Dios. Sin duda, el discurso inaugural trazó el cauce definitivo a la Conferencia. Los temas que abordó fueron el eje de las deliberaciones. La forma entusiasta con que su presencia y sus palabras fueron acogidas creó una atmósfera de trabajo y señaló un norte inconfundible. Se decía que el discurso inaugural fue como una especie de primera encíclica. Tal era su importancia. Expuso los temas centrales, no sólo en relación con América Latina, sino, en cierta forma, en relación también con el mundo. Su mensaje fuertemente pastoral, adecuado a las esperanzas de nuestras Iglesias, tuvo una fundamentación doctrinal, en torno a la verdad sobre Dios, sobre la Iglesia y sobre el hombre. Es lo que después llamaríamos el «trípode de Puebla», o sea, esa triple fundamentación insustituible de la reflexión en una síntesis que estimulaba, y a la vez interpelaba, a los obispos como Maestros de la fe. Cuando releo el discurso inaugural me viene espontáneamente la certidumbre de que el eje de la verdad se constituyó en el centro de su servicio petrino. La verdad que ha de ser anunciada explícitamente; la verdad que libera. La verdad que es alimento del espíritu. La verdad que es Cristo mismo, Veritatis splendor.
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De ahí que la preocupación de carácter doctrinal sea en su Magisterio prioritaria y en ella se cimente la renovación eclesial. En síntesis, lo he pensado no pocas veces, en el testimonio del Papa en Puebla encontré la energía de una Iglesia que anuncia y se rejuvenece con la doctrina. ¿Cómo no relacionar esto con lo que esperaba San Ireneo? Esta primacía de la verdad ayudó a iluminar la reflexión sobre la liberación que fue, sin duda, uno de los logros principales de la Conferencia de Puebla, en el campo de la cristología, de la eclesiología, y en el sentido original de un compromiso social, en una opción por los pobres no exclusiva, ni excluyente, es decir, esencialmente distinta de la aproximación ideológica. La liberación cristiana debía conservar su originalidad. El Papa llegaba a Puebla cargado, además, de su experiencia de la realidad de la ideología marxista, que, entonces, era percibida en América Latina con los hechizos del mito. Hoy es relativamente fácil percibir las zonas oscuras, tras el colapso de esta ideología, pero entonces ni siquiera se veía posible el derrumbe de ese coloso con pies de barro, que ejercía notable atractivo. CARDENAL ALFONSO LÓPEZ TRUJILLO «Testimonios». (Ed. Plaza y Janés, Bogotá, 1997)
¿Qué hizo posible que el
y con ello nos encontramos en el núcleo central del pecado origimédico espiritual de Roma nal. Para entender la mente del Papa en este punto, nada más útil tuviera más éxito que otros y hasta placentero que el leer, el estudiar sus encíclicas Veritatis muchos? Sin duda su amor splendor y Fides et ratio. por la verdad, entendida en Pero no es sólo en estas encíclicas señeras que el Papa revela la imla tradición aristotélicoportancia y el peso de la verdad: casi no hay documento o alocución tomista como coincidencia suyos en que en una u otra forma no se perciba su pasión por la de intellectus cum re, de la verdad. El mismo estilo de sus encíclicas, especialmente las que son inteligencia con el ser, con consideradas más densas, revela una inteligencia que laboriosa y la realidad, con lo que es. humildemente se esfuerza por descubrir, por entender, por asimilar La tarea de la inteligencia la verdad de las cosas. Los escritos de Juan Pablo II responden caconsiste para él en el balmente al clamor de Urs von Balthasar por una «teología arrodiesfuerzo laborioso por llada», que él distingue de lo que llama «teología sentada». ¿Podría penetrar la realidad, encontrarse un ejemplo más esclarecido que su última encíclica Ecconfiando en la inteligiclesia de Eucharistia, que irradia en cada uno de sus capítulos en forbilidad de la creación. ma insuperable el género literario de una «teología arrodillada»? No nos sorprende entonces cuando nos enteramos por medio de los íntimos del Papa de que él escriba muchas veces en su capilla, incluso en posición de rodillas.
Diagnósticos acertados: el profetismo de Juan Pablo II En qué sentido esta actitud de su intelecto ha llevado y lleva al Pontífice a los mencionados «diagnósticos» acertados, más aún, acertados en contra de opiniones mayoritarias, se puede ilustrar con algunos ejemplos tomados casi al azar: 1. Ni los más agudos especialistas de las ciencias políticas, ni el mismo Alexander Solzhenitsyn, habían podido prever el acontecimiento verdaderamente «histórico»
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Los escritos de Juan Pablo II responden cabalmente al clamor de Urs von Balthasar por una «teología arrodillada», que él distingue de lo que llama «teología sentada». ¿Podría encontrarse un ejemplo más esclarecido que su última encíclica Ecclesia de Eucharistia, que irradia en cada uno de sus capítulos en forma insuperable el género literario de una «teología arrodillada»? No nos sorprende entonces cuando nos enteramos por medio de los íntimos del Papa de que él escriba muchas veces en su capilla, incluso en posición de rodillas.
El Santo Padre, arrodillado, besa el Santo Sepulcro.
de la caída del muro de Berlín y con ello del mismo comunismo. Sin embargo, si nos podemos fiar de nuevo de lo que refieren los íntimos del Papa, a éste le asistía la seguridad de que se produciría el derrumbe del comunismo por sí mismo, sin necesidad de alguna acción violenta externa. Y eso, no porque lo había informado algún servicio secreto, ni la famosa diplomacia vaticana, sino porque sabía y decía que un sistema basado en el error y carente de base metafísica, al no tener «consistencia», no podía durar. ¿Cómo no pensar inmediatamente en el himno de Colosenses 1,17 que proclama que «todas las cosas tienen en él (Cristo) su consistencia»? Destacar la fragilidad y caducidad del error no es más que el reverso de la medalla de conocer el poder, del «resplandor» de la verdad. 2. Existía casi un consenso de que los teólogos de la llamada «teología de la liberación» poseían el enfoque «científicamente correcto» de la situación y de la tarea de la Iglesia en Latinoamérica, en medio de una sociedad caracterizada por situaciones de gran e injusta desigualdad. No sólo lo proclamaban ellos mismos, citándose mutuamente, sino que también en Norteamérica, Europa y Asia era de rigor considerar aquella corriente teológica como la típica y verdaderamente latinoamericana. Cómo el Papa, sabiendo distinguir claramente entre la situación sociológica del continente y el modo propio de ciertos hombres de Iglesia de encararla en su dimensión teológica, empezó a entrar en el tema candente de la
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LA AVALANCHA DE 1989
«La avalancha de 1989, que se prolongó hasta 1991, nos dejó como hipnotizados; sin embargo, si queremos comprender lo que ocurrió debemos ir a la primera piedra que se desprendió, y que determinó progresivamente el derrumbe. Esta primera piedra se soltó en Polonia. Fue un movimiento de obreros que, a partir de la reflexión sobre su condición humana, encontraban espontáneamente la doctrina social de la Iglesia y formulaban en el lenguaje de ésta sus reivindicaciones, para restar legitimidad a un régimen político que se presentaba como la expresión teórica de la conciencia práctica del Movimiento Obrero. (…) En otras palabras, se afirmó la ruptura definitiva entre teoría y praxis en el interior del marxismo, que fue cuestionado justamente por las personas cuya conciencia quería constituir en forma refleja: los obreros. «A partir de esta premisa, se evidenció la crisis irremediable del marxismo, que enfrentó, primero a la oligarquía polaca y luego también a la rusa, con la alternativa siguiente: dictadura militar o reformas. La dictadura militar fracasó en Polonia. En la Unión Soviética se intentó la vía de las reformas, pero ésta resultó impracticable, y el resultado fue el derrumbe del régimen. «Es difícil negar que existe en este proceso una casualidad ideal, y que al principio está el gran testimonio de la Iglesia polaca, guiada por el Cardenal Stephan Wyszynski, testimonio que se extiende y asume una dimensión mundial con el pontificado de Juan Pablo II». ROCCO BUTTIGLIONE «El pensamiento de Karol Wojtyla». Editorial Encuentro, Madrid.
«Teología de la liberación» durante la Conferencia de Puebla en 1979, constituye una de las páginas más brillantes del libro de Weigel sobre Juan Pablo II 3 . Más adelante, en el capítulo XIII, titulado «Liberando a las liberaciones», el autor, en forma igualmente incisiva, enfoca la segunda parte de la batalla de ideas del Papa, que, después de los desagradables incidentes en la visita papal a Nicaragua en 1983, llevaría en 1984 a la publicación de la «Instrucción sobre ciertos aspectos de la teología de la liberación» y en 1986 a la «Instrucción sobre la libertad y la liberación cristiana»4 . Con una estrategia muy nueva, el Papa no había procedido según el método tradicional, consistente en citas extraídas de obras teológicas impugnables, seguidas de sus respectivos «Anatemas», sino entrando en el análisis de las ideas y en la corrección de los diagnósticos, desarrollando soluciones positivas. En una conversación personal con el cardenal Ratzinger, principal colaborador del Papa en aquella ofensiva espiritual y que estaba de visita en Chile, le pregunté: «¿Cree S.E. que los teólogos de la liberación tomarán en cuenta estas Instrucciones?» Respuesta: «Inteligentes son, pero hay que darles tiempo para que reflexionen». Ninguna frase podría haber sintetizado mejor la convicción del Papa y de sus colaboradores en el Magisterio de que la verdad triunfa por sí misma. 3. Sin abandonar el ámbito iberoamericano podemos encontrar otra muestra de la superioridad del «análisis» del Papa, sobre otros puntos de vista, incluso muy difundidos. Su iniciativa de invitar en 1983, con motivo de su visita a Haití, a una 3 G. Weigel, o.c. Cap. VIII «No tengáis miedo», inciso «Puebla y la liberación cristiana» pp. 384-391. 4 O.c. 615-618.
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EL GRAN JUBILEO DEL 2000
En la hora en que un paganismo –subterráneo con el Renacimiento, agresivo en la era de las Revoluciones, triunfante en nuestra época técnica– tiende a crear una civilización nueva, más pagana que la antigua civilización mediterránea, más orgullosa en la soberbia de su mecánica, más totalitaria con el poder de sus Estados, más opaca en su ideología; en la hora en que una poderosa construcción racional, en la cual triunfa la ciencia mediante la elaboración de planes tendientes a englobar el futuro y organizarlo para el «mejor de los mundos», con riesgo de hacer desvanecerse hasta la idea de libertad sin la cual no hay más humanidad; a la hora en que Occidente, Prometeo fatigado, convertido en un Narciso enamorado estéril de su propio reflejo y que a fuerza de proyectar en todo su mirada desengañada, pierde el sentido de su vida... En esta hora de verdad, nuestro Santo Padre abre con nosotros la Puerta santa de la Iglesia. Con él reconocemos la Iglesia por lo que es y nada más, mensajera de Jesús, heraldo de las Beatitudes, poseedora del misterio de la Historia, proclamadora de este hecho único, irreductible a todo sistema: una joven mujer virgen dio a luz a un hijo, y ese pequeño nacido de mujer es el Hijo de Dios. Murió y está vivo, prodigiosa aventura que hace retroceder los límites del mito y abre una falla prodigiosa en nuestro mundo trágicamente cerrado en su historia inmanente. La fe no es un clamor, no es una ideología, y a pesar de las tentaciones, renacientes y renovadas desde los primeros siglos de su historia, tampoco es en absoluto gnosis secreta, capilla subterránea, recinto reservado para un grupo de «perfectos» en posesión del secreto del mundo. Esta certeza inaudita es dada al más humilde entre los cristianos. Un rostro de hombre, el de Jesús, es para él manifestación de Dios. En él, Dios está vivo y vivificante. Con él, somos hijos de Dios y hermanos entre hombres para realizar un proyecto de amor. Así es la buena nueva de Jesucristo. Y la Iglesia es Jesucristo propagado y comunicado. La Iglesia es la esperanza del mundo, el alma secreta de su movimiento, el eje de su dinamismo. El hombre no es, como dijo Sartre, «una pasión inútil». Su pasión suprema es Dios, y Dios está vivo. Dios, fuente de vida, nos da el mundo con abundancia de vida, y por eso el verdadero cristiano tiene pasión por el mundo: un mundo exorcizado de los maleficios del paganismo y los sortilegios de la técnica, un mundo que es reflejo de la gloria de Dios y casa de los hijos de Dios, en espera del día en que su figura pasará, según la visión profética del Apocalipsis, en que se desvanecerá su vetustez y el cielo y la tierra serán al fin nuevos, y cada hombre también. «Y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos, y enjugará las lágrimas de sus ojos». Se realizará entonces el porvenir del mundo, y la Iglesia será ese templo de piedras vivas, unidas por el cemento del amor. «Y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado. He aquí que hago nuevas todas las cosas». Se ha reconocido el Apocalipsis. Es la última palabra de la Biblia en que está inscrita la aventura cristiana, de la Creación a la Recreación, desde el primer libro, el Génesis, hasta el último, el Apocalipsis. No es el Apocalypse Now, esa película estadounidense que veía no hace mucho en Chicago, el horror de la destrucción nuclear. Es, por el contrario, en el sentido etimológico del término «Apocalipsis»: revelación, revelación de la verdad oculta, la buena nueva de una vida de amor que no conocerá un fin, la vida del mundo por venir según los términos de nuestro Credo milenario, en el seno de un universo transfigurado. Lejos del paraíso perdido, es el paraíso vuelto a encontrar, la Jerusalén celestial donde se realiza nuestra esperanza de vida eterna en la alegría, la paz y la luz con los seres que hemos amado.
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Inmediatamente después del Gran Jubileo del año 2000, la aventura cristiana es la Puerta del Cristo enteramente abierta, del tiempo hacia la eternidad, del amor compartido, ya que el amor compartido es el amor multiplicado, y la esperanza es la fe en el amor. «El porvenir, decía el Concilio hace treinta y cinco años, está en manos de quienes habrán sabido dar a las generaciones de mañana razones para vivir y esperar (Gaudium et Spes, Nº 31). Es lo que ha hecho la Iglesia a lo largo del Gran Jubileo del año 2000 con el papa Juan Pablo II. Es lo que seguiremos haciendo con la gracia del Espíritu Santo, compartiendo con todos nuestros hermanos la feliz nueva de Jesús para todos los hombres, envueltos en la ternura del amor del Padre, Nuestro Padre. La aventura cristiana prosigue. ¡El porvenir está en la esperanza! CARDENAL PAUL POUPARD «Ce Pape est un don de Dieu» . Plan, París, 2001.
«Novena de años» en preparación del Quinto centenario de la Su interpretación del Evangelización de América en 1992, fue recibida con indisimu- Vaticano II no la hizo en lada extrañeza en los ambientes eclesiásticos del Nuevo Mundo. clave de revolución sino Se pensaba y se decía que aquel centenario era asunto más bien en la de continuidad, de historiadores y no se le descubría el lado pastoral a un tema crecimiento y que parecía irremediablemente «controvertido». Además la lec- profundización y que, en tura de la historia de la Iglesia iberoamericana en clave de «le- segundo lugar, su yenda negra», aunque impugnada por eminentes historiógrafos, aplicación ha sido y sigue al haber sido repristinada con pasión por los teólogos de la libe- siendo tan exitosa ración, especialmente los brasileños, había re-creado en buena precisamente por parte del clero una proclividad hostil a la fecha de 1492. Más de corresponder a la un obispo del continente habría preferido pedir perdón por la naturaleza íntima de la evangelización constituyente de América que celebrarla con gran- Iglesia. (...) des festejos. Sin disimular (una vez más) las «sombras» que acompañaron la cristianización del Nuevo Mundo y sin caer en el otro extremo de una «leyenda dorada», los discursos papales de Haití y Santo Domingo tuvieron predominantemente un tono de acción de gracias por lo que se había logrado en los siglos pasados. Destacaban tantos ejemplos de santidad entre los primitivos evangelizadores e invitaban a los historiadores a un trabajo renovador sobre las fuentes de la historia de la Iglesia en América. Este enfoque animador y esperanzado, tan disímil del que se leía y escuchaba a los corifeos de la liberación, no dejaría de producir sus frutos, especialmente a partir de la IV Conferencia del episcopado latinoamericano en 1992, en Santo Domingo. Al devolver de este modo su autoestima a la Iglesia de Iberoamérica, despejaba el Papa los caminos para la «nueva evangelización», otro de sus temas favoritos. 4. En varias de las Jornadas mundiales de la juventud, iniciativa lanzada, como se sabe, por Juan Pablo II a partir de la primavera en 1985, en los días previos al evento, el optimismo del Papa había contrastado con una actitud más bien escéptica de los obispos locales y las ironías de los periodistas. Esto habría de notarse
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especialmente en las Jornadas de Denver (1993) y París (1997). Es comprensible que, una vez admitida como «verdadera» la imagen que de la vida juvenil suelen proyectar los medios de comunicación masiva, se podía dudar con mucha razón de que fuese posible reunir a muchos jóvenes en misas y peregrinaciones o a suscitar en ellos el interés por la santidad. Pero Juan Pablo II tenía otro diagnóstico sobre la juventud del mundo, basado, no en estadísticas e imágenes televisivas, sino en el conocimiento del alma humana, que a pesar de todas las seducciones de la carne, siempre siente un anhelo irresistible por el bien y la verdad. Las Jornadas de la Juventud en Denver el año 1993, con una presencia (...) Ésta, por esencia y numérica de jóvenes norteamericanos jamás imaginada, fueron por voluntad de su en ese sentido el máximo triunfo de la capacidad del Papa5 de fundador, es vida, imagen comprender la realidad del Espíritu en todos los corazones .
terrena de la comunión de la Trinidad en el cielo, intercambio en respeto mutuo, crecimiento en continuidad, profundización sin olvidos, avance coherente, edificación en caridad y no –como es propio de toda revolución– sustitución de lo anterior por lo posterior, derrocamiento del ayer por el alzamiento del hoy, (...) inversión de lo de arriba en favor de lo de abajo, desprecio de la obra de los antecesores y exaltación de los hechos de los descendientes, antítesis siempre repetidas para llegar a síntesis siempre negadas, cultivo de la contraposición y del antagonismo.
¿Y qué de las terapias?
Aunque se suele aceptar por lo común el éxito del poder de convocatoria del Papa, en cuanto se llega al terreno de los frutos, comienzan a aflorar las dudas. ¿Qué ha logrado concretamente Juan Pablo II con sus viajes, sus alocuciones, sus escritos? ¿Son tan acertadas sus terapias como sus diagnósticos? A esto habría que replicar en primer lugar que el éxito de cualquier terapia depende del grado de aceptación y de obediencia del paciente, de su voluntad de poner en práctica lo que el médico le aconseje. Por agudos y acertados que hayan sido los diagnósticos de Juan Pablo II, el éxito no está en sus manos, sino en el de los que han sido objeto de su solicitud. Por eso sosteníamos más arriba que en propiedad no se puede hablar de «fracasos» del Papa Wojtyla en materia, por ejemplo, de unidad de los cristianos, de lucha por la paz, de defensa de la vida, de los asuntos bioéticos, de su viaje a Cuba, de la solicitud por las minorías cristianas en países musulmanes, de la apertura de Vietnam y de China continental. En ninguno de los citados ejemplos han sido derrotadas la buena voluntad y el espíritu sobrenatural del Papa; por el contrario, el perjuicio del «fracaso» ha recaído ante todo en los «sordomudos» de siempre. «El que tenga oídos para oír, que oiga»: Estas palabras de Jesús han conservado su plena validez en la prédica del obispo de Roma actual. Donde ha habido «oídos» ciertamente se han dado también los frutos. En general, se puede decir que la actitud y el mensaje del Papa en el tema de la evangelización de América –para situarnos en terreno conocido– ha dado nuevos y poderosos alientos a las Iglesias del Nuevo Mundo: se han suscitado en todas partes cátedras de historia de la Iglesia en América Latina; se han publicado fuentes, se han promovido innumerables estudios, ha aumentado el interés por los santos de este continente, los obispos han publicado cartas pasto5 Sobre las Jornadas de Denver también son interesantes las informaciones de G. Weigel, o.c. , cap. XVIII «El umbral de la esperanza» pp. 902-911.
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«Es comprensible que, una vez admitida como ‘verdadera’ la imagen que de la vida juvenil suelen proyectar los medios de comunicación masiva, se podía dudar con mucha razón de que fuese posible reunir a muchos jóvenes en misas y peregrinaciones o a suscitar en ellos el interés por la santidad. Pero Juan Pablo II tenía otro diagnóstico sobre la juventud del mundo, basado, no en estadísticas e imágenes televisivas, sino en el conocimiento del alma humana, que a pesar de todas las seducciones de la carne, siempre siente un anhelo irresistible por el bien y la verdad.» (Jornada de la juventud. París 1977)
rales sobre el tema, se ha comenzado a valorar el patrimonio cultural de la Iglesia, se aprecia mejor la evangelización constituyente de Iberoamérica, aumentan las peregrinaciones a los santuarios antiguos. También se han dado sorprendentes evidencias en el terreno vocacional: donde se ha dado una respuesta generosa y creyente al Magisterio del Papa en general y a su doctrina sobre la vocación en particular, una inusitada fecundidad espiritual ha podido romper los viejos moldes de la esterilidad. Trátese de diócesis, universidades, seminarios o monasterios: las recompensas de la obediencia ya son visibles y demostrables. Ejemplos como éstos, de los resultados prácticos de la confianza en el Magisterio de la Iglesia como es entregado por el sucesor de Pedro, podrían multiplicarse. Pero podemos avanzar finalmente hacia algo aún más grande: el éxito de la terapia hecha en favor de toda la Iglesia por la aplicación permanente y perseverante por parte de Juan Pablo II de las doctrinas del Concilio Vaticano II. Este tema, el de la realización del Vaticano II en la vida cotidiana de la Iglesia, podría bastar para un estudio pormenorizado especial. Aquí sólo podremos rozarlo.
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Lectura y aplicación del Vaticano II en clave no revolucionaria. Es evidente e indiscutible la preocupación ininterrumpida del actual Pontífice por la aplicación constante del último Concilio a la Iglesia en todos sus ámbitos y aspectos. Ha sido y es sin duda su «tratamiento» más saludable, su terapia indiscutible. Nuestra tesis, que queremos demostrar y con la cual queremos concluir nuestro homenaje de creyente al Santo Padre, es que, en primer lugar, su interpretación del Vaticano II no la hizo en clave de revolución, sino en la de continuidad, crecimiento y profundización y que, en segundo lugar, su aplicación ha sido y sigue siendo tan exitosa precisamente por corresponder a la naturaleza íntima de la Iglesia. Esta, por esencia y por voluntad de su fundador, es vida, imagen terrena de la comunión de la Trinidad en el cielo, intercambio en respeto mutuo, crecimiento en continuidad, profundización sin olvidos, avance coherente, edificación en caridad y no –como es propio de toda revolución– sustitución de lo anterior por lo posterior, derrocamiento del ayer por el alzamiento del hoy, (...) inversión de lo de arriba en favor de lo de abajo, desprecio de la obra de los antecesores y exaltación de los heLa difundida inter- chos de los descendientes, antítesis siempre repetidas para llepretación revolucionaria gar a síntesis siempre negadas, cultivo de la contraposición y del Vaticano II entre del antagonismo. 1965 y el decenio Tal aclaración es necesaria para comprender mejor la crisis siguiente, es totalmente postconciliar, que se produjo en los unos por ver desvanecerse explicable en el contexto las seguridades de antes y en los otros por desear que los camde aquellos años, bios se hubieran hecho con aún mayor rapidez. El clamor de tan pletóricos de los lefevrianos por la invalidez del Vaticano II y de los progrellamaradas revolucio- sistas por un pronto Vaticano III tiene allí su origen. Tal lanarias; pero no por eso mentable desencuentro fue posible principalmente por dos facdejaba de constituir tores: 1. Por un lado los medios de comunicación, embebidos un grave error. de aprecio por el concepto de «revolución», y 2. Por el otro, la persistencia en los católicos ilustrados y en buena parte del clero de ideas propias del modernismo, acompañadas de una actitud de desdén hacia el magisterio de la Iglesia. «Revolución» y «vientos de cambio» eran palabras sagradas. Ser un «revolucionario» en cualquier sentido, era una alabanza; todos querían ser revolucionarios. Hasta el general Onganía ennobleció su golpe militar en 1966 con el slogan de la «revolución argentina». Los militares de Velasco Alvarado revolucionaban un Perú cada vez más pobre. Por su parte, Allende en Chile creó el término de «revolución con empanadas y vino tinto». Todos, por otra parte, precedidos y monitoreados por el gran pontífice de la Revolución en mayúscula de Cuba . En realidad, no había ningún motivo para colocar en tan alto sitial el concepto de «revolución». Occidente había quedado exhausto después de sus tres principales revoluciones culturales: la alemana de la llamada Reforma («Cristo sí, la Iglesia y María no»); la francesa de la Ilustración y la guillotina («Ser supremo sí, Cristo no»), y la rusa de Lenin y el comunismo («Dios no, el hombre sí»). El hecho de comprender las causas y las concatenaciones de tales cambios
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Renovación de la Consagración del mundo, en especial mención de Rusia, al Inmaculado Corazón de María, en unión con los obispos del mundo entero. El acto tuvo lugar delante de la imagen de la Virgen que se venera en la Capelinha de Fátima, especialmente trasladada a Roma. (25 de marzo, 1984. Plaza San Pedro)
Sin perder muchas palabras sobre el tema, Juan Pablo II devolvió al último Concilio su normalidad católica al entenderlo y aplicarlo en una línea de crecimiento en continuidad (con los concilios anteriores), de progreso en coherencia histórica, de «remar mar adentro» sin olvido de la «orilla del lago».
violentos no basta para justificarlos. Tal principio es tan válido para la intelección de las revoluciones europeas como para la revolución cultural de Mao en la China comunista de 1966. La difundida interpretación revolucionaria del Vaticano II entre 1965 y el decenio siguiente, es totalmente explicable en el contexto de aquellos años, tan pletóricos de llamaradas revolucionarias ; pero no por eso dejaba de constituir un grave error. El modo de ser y de vivir de la Iglesia no se compadece con ninguna «revolución». En la historia de la Iglesia no hay cabida alguna para un «gran salto para adelante». Sin perder muchas palabras sobre el tema, Juan Pablo II devolvió al último Concilio su normalidad católica al entenderlo y aplicarlo en una línea de crecimiento en continuidad (con los concilios anteriores), de progreso en coherencia histórica, de «remar mar adentro» sin olvido de la «orilla del lago». Se requerirán siglos para valorar la grandeza y la fecundidad de tal manera de encarar la misión de la Iglesia.
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«TOTUS TUUS EGO SUM Karol Wojtyla, desde 1920 Karol Wojtyla nació el 18 de mayo de 1920 en Wadowice (Cracovia, Polonia). Era el segundo de los hijos de Karol Wojtyla y Emilia Kaczorowska. Su madre falleció en 1929. Su hermano mayor Edmund (médico) murió en 1932 y su padre (suboficial del ejército) en 1941.
Karol Wojtyla, junto a sus padres.
A los nueve años hizo la primera comunión y a los 18 recibió la confirmación. Tras sus estudios secundarios, en 1938 comenzó a estudiar filología polaca en la Universidad Jaghellonica de Cracovia. Pero con la segunda guerra mundial en 1939 y la ocupación nazi de Polonia, tuvo que abandonar los estudios y trabajar
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El joven Karol a los doce años.
de obrero en una cantera de piedra. Durante esta época formó parte de un grupo de teatro y comenzó a leer a San Juan de la Cruz. En 1942 ingresó en el Seminario de Cracovia, estudiando clandestinamente Filosofía y Teología, mientras seguía trabajando en una planta química. Es ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946. Y marcha a Roma para hacer grados en teología en la Universidad «Angelicum». Se doctoró en 1948 con la tesis «La fe en San Juan de la Cruz». Vuelto a Polonia, fue vicario de una Parroquia rural y de otra en Cracovia. Se habilitó para la enseñanza pública de la ética con una tesis sobre Max Scheler, y fue profesor en la Universidad Católica de Lublin y en el Seminario de Cracovia hasta
El Cardenal Wojtyla se dirige al Vaticano para participar en el cónclave que lo elegirá Papa.
HUMANITAS Nº 31 pp. 426 - 429
ET OMNIA MEA TUA SUNT»
El Santo Padre visita el mirador del Monte Nebo, en el monumento conmemorativo de Moisés. (2000, año del Jubileo)
1958, cuando fue nombrado Obispo auxiliar de Cracovia. En 1964 fue promovido a Arzobispo de Cracovia. Participó activamente en el Concilio Vaticano II. Fue nombrado cardenal en 1967. Y el 16 de octubre de 1978 elegido Papa, con el nombre de Juan Pablo II, siendo el 263 sucesor de San Pedro. Durante sus ya casi 25 años de Pontificado ha publicado 14 Encíclicas y otros muchos documentos, impulsando la nueva Evangelización.
Ha presidido 15 Sínodos de Obispos y se ha encontrado con millones de personas de todo el mundo en los 99 viajes que ha realizado fuera de Italia, los 6 encuentros mundiales de la juventud y la celebración del Gran Jubileo del año 2000. Ha luchado incansablemente por la defensa de los derechos humanos, por los pobres y por la paz, siendo su contribución decisiva para la apertura de Europa del Este.
Con el Cardenal Juan Francisco Fresno en la Universidad Católica, durante su viaje a Chile en 1987.
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El pontificado de Juan Pablo II, el cuarto más largo de la historia El pontificado de Juan Pablo II es el cuarto más largo de los dos milenios de historia de la Iglesia católica. Karol Wojtyla es Papa desde hace 24 años y nueve meses. La fecha se calcula desde el 22 de octubre de 1978, comienzo oficial de su pontificado. Al ser elegido al solio pontificio el 16 de octubre de 1978, este pontífice pasó a ser el sucesor 263 de San Pedro, el primer Papa.
El Cardenal Karol Wojtyla rinde homenaje a Juan Pablo I. Un mes después, sería elegido Papa.
LOS NÚMEROS DE SUS VIAJES viajes
En Italia localidades [ 868 ]
[ 243 ] 142
discursos
Km. recorridos [ 1.300.000 ]
[ 3.287 ]
259
898
101
[ Total ]
Internacionales
609
Equivale a...
91.000 2.397
1.209.000
Viajes papales
(sin contar los realizados dentro de Italia) 1979 Santo Domingo, México, Bahamas, Polonia, Irlanda y Estados Unidos, Turquía. 1980 Zaire, Congo, Kenia, Ghana, Alto Volta y Costa de Marfil, Francia, Brasil, Alemania. 1981 Pakistán, Filipinas, Japón, Guam y Anchorage-Alaska.
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1982 Nigeria, Benín, Gabón, Guinea Ecuatorial, Portugal, Gran Bretaña, Argentina, GinebraSuiza, San Marino, España. 1983 Costa Rica, Nicaragua, Panamá, El Salvador, Guatemala, Belice, Haití, Polonia, Francia, Austria. 1984 Alaska (Fairbanks), Corea, Papúa - Nueva Guinea, Islas Salomón, Tailandia, Suiza, Canadá, España, República Dominicana, Puerto Rico.
1985 Perú, Ecuador, Venezuela, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Togo, Costa de Marfil, Camerún, República Centroafricana, Zaire, Kenia, Marruecos, Liechtenstein. 1986 Nueva Delhi, Calcuta, Goa, Trichur y Bombay, Colombia, Francia, Bangladesh, Singapur, Islas Fiji, Nueva Zelandia, Australia.
1987 Uruguay, Chile, Argentina, Alemania Federal, Polonia, Estados Unidos, Canadá. 1988 Uruguay, Bolivia, Perú y Paraguay, Austria, Zimbabwe, Mozambique, Botswana, Swazilandia, Lesotho. 1989 Madagascar, Isla la Reunión, Zambia y Malawi, Santiago de Compostela y Oviedo, Corea del Sur, Indonesia, Timor Oriental y Mauricio.
Solamente tres papas han estado a la cabeza de la Iglesia durante un período más largo: León XIII (25 años y 5 meses), Pío IX (31 años, 7 meses, 21 días) y San Pedro, de cuyo pontificado no se conoce la duración exacta. Durante casi un cuarto de siglo, el Santo Padre ha llevado a cabo 101 visitas pastorales fuera de Italia, 572 días equivalentes a un año y siete meses. Sus visitas pastorales en Italia han sido 142, sin tener en cuenta las efectuadas a diversas instituciones de su diócesis de Roma.
Ha recorrido aproximadamente 1.300.000 km. Las encíclicas de su puño y letra son 14, las exhortaciones apostólicas 13, las constituciones apostólicas 11, las cartas apostólicas 42 y los Motu proprio 28. Ha proclamado 1.317 beatos en 139 ceremonias de beatificación y los santos que ha canonizado serán 474. Ha convocado 8 consistorios para la creación de cardenales y ha nombrado un total de 201. El último consistorio se celebró en febrero de 2001. En la actualidad, el
Colegio Cardenalicio lo forman 168 purpurados, de los cuales 112 son electores. Ha celebrado más de 1.100 audiencias generales semanales, y ha recibido a unos 17 millones de fieles de todo el mundo. A esto hay que añadir los encuentros y audiencias con diversos grupos y figuras políticas, entre ellos jefes de Estado y primeros ministros, en total 1.500. El Papa más viajero de la historia ha visitado 133 países, la mayor parte de los cuales recibieron por primera vez a un pontífice.
Duración de los viajes 17 horas 05 minutos ]
[ 948 días
572
30,8 vueltas a la Tierra
OTROS DATOS
376
D
1990 Cabo Verde, Guinea Bissau, Mali, Burkina Fasso y Chad, Checoslovaquia, México, Malta, Burundi, Ruanda y Costa de Marfil. 1991 Lisboa, Fátima, Islas Azores y Funchal, Polonia, Brasil. 1992 Senegal, Gambia y Guinea Conakri, Angola, Santo Tomé y Príncipe, República Dominicana.
15
35
H
M
1993 Benín, Uganda y Jartum, Sicilia, España, Jamaica, México, Estados Unidos, Lituania, Estonia y Letonia. 1994 Zagreb, Croacia. 1995 Bélgica, Camerún, Sudáfrica y Kenia, Estados Unidos. 1996 Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Venezuela, Túnez, Eslovenia, República Federal de Alemania, Hungría, Francia.
D
1
30
H
M
1997 Bosnia-Herzegovina, República Checa, Líbano, Polonia, Francia, Brasil. 1998 Cuba, Nigeria, Austria, Croacia. 1999 México, Estados Unidos, Polonia, India, Georgia. 2000 Egipto, Peregrinación jubilar a Tierra Santa, Peregrinación jubilar a Fátima, Portugal.
Beatificados
1.317
Canonizados
474
Encíclicas
14
2001 Grecia, Siria y Malta, Ucrania, Kazajstán y Armenia. 2002 Azerbaiyán y Bulgaria, Canadá, Guatemala, México, Polonia 2003 España, Croacia, Bosnia-Herzegovina.
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RELATO DEL ATENTADO CONTRA EL PAPA EN LA PLAZA DE SAN PEDRO
«Si la palabra no ha convertido, será la sangre la que convierta» POR STANISLAW DZIWISZ
Q
uiero sacar de la historia, no demasiado lejana pero importante, algunos hechos referentes a la fecha del 13 de mayo de 1981. Están profundamente grabados en mi corazón y hasta hoy no he tenido el valor de hablar de ellos en público. Sé que no es posible contarlos ni comprenderlos en su totalidad. Pero creo Fue un momento que vale la pena volver a ellos con el recuerdo. Espero que referir dramático. Hoy puedo los detalles de aquellos acontecimientos, por lo general desconocidecir que en aquel instante dos, sirva, más que para satisfacer la curiosidad, sobre todo para entró en acción una fuerza ver cómo la vida del Santo Padre fue verdaderamente salvada por invisible, que permitió una gracia admirable de Dios, por la que debemos dar incesantesalvar la vida del Santo mente gracias. Padre, que corría peligro El año 1981 constituyó para Polonia un año de tensiones sociales y de muerte. No había políticas, pero fue también el anuncio de tiempos nuevos. Las palatiempo para pensar; no bras que el Santo Padre pronunció en Gniezno, durante la peregrihabía un médico al nación de 1979, sobre el respeto de la dignidad y de los derechos alcance de la mano. Una del hombre, de los derechos de las naciones y de las sociedades a la sola decisión equivocada libertad, a la soberanía y a la autodeterminación quedaron profunpodía tener efectos damente grabadas en la conciencia de la gente. Aún resonaban los catastróficos. No ecos de la homilía pronunciada por el Papa durante la santa misa intentamos prestarle los de inauguración de su pontificado: «No tengáis miedo; ¡abrid, más primeros auxilios. aún, abrid de par en par las puertas a Cristo!». A pesar de todo, también en Italia, el mes de mayo de 1981 fue turbulento. Debía celebrarse el referéndum sobre la ley del aborto. Para el 13 de mayo estaba anunciada, al respecto, una gran manifestación, convocada en Roma por el partido comunista. Ese mismo día, el Santo Padre debía fundar el Instituto de estudios sobre matrimonio y familia en la Pontificia Universidad Lateranense y crear en la Sede apostólica el Consejo pontificio para la Familia. La tarde del día 11 de mayo, por deseo del Papa, visité, en su residencia de Polonia, al cardenal Wyszynski. El «Primado del milenio» ya se veía obligado a guardar cama a causa de una grave enfermedad. Mantuve con el cardenal una larga conversación, durante la cual quiso transmitir al Santo Padre su última voluntad. Le escribió también una carta. Era consciente de que podía morir. Me pareció muy débil y completamente abandonado a la voluntad de Dios. Se alegraba de la ceremonia, anunciada para el día 8 de junio, de la consagración de la Iglesia y del mundo a la Madre santísi*
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Relato del secretario del Papa, con ocasión del XX aniversario del atentado contra Juan Pablo II en la plaza San Pedro, durante la ceremonia en que la Universidad Católica de Lublin (Polonia) le confirió el doctorado «Honoris Causa» en teología.
HUMANITAS Nº 31 pp. 430 - 440
El Papa, herido, es sostenido por un asistente, mientras yace en el asiento trasero de su jeep. Atentado del 13 de mayo de 1981 en plaza San Pedro.
ma, por el Santo Padre juntamente con los obispos. El Primado tenía un grandísimo deseo de participar en ese acto, que había promovido con todo su empeño. Sin embargo, dado su estado de salud, se limitó a nombrar una delegación que acudiera a Roma. Volví de Polonia el día siguiente a la visita que había hecho al cardenal. El 13 de mayo el Santo Padre invitó a comer con él al profesor Jeròme Lejeune, de París, experto en genética, de fama mundial, y gran defensor de la vida. A las cinco de la tarde, en la plaza de San Pedro, debía tener lugar la tradicional audiencia general de los miércoles. Hora 17:17. Mientras daba la segunda vuelta a la plaza, se escucharon los disparos contra Juan Pablo II. Alí Mehmet Agca, un asesino profesional, disparó con una pistola, hiriendo al Santo Padre en el vientre, en el codo derecho y en el dedo índice. Un proyectil traspasó el cuerpo y cayó entre el Papa y yo. Escuché dos tiros. Las balas hirieron a otras dos personas. A mí no me alcanzaron, aunque tenían tanta fuerza que podían atravesar a varias personas. Pregunté al Santo Padre: —¿Dónde? Respondió: —En el vientre. —¿Le duele? —Me duele.
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Y en aquel instante comenzó a agacharse. Al estar yo detrás de él, pude sostenerlo. Estaba perdiendo las fuerzas. Fue un momento dramático. Hoy puedo decir que en aquel instante entró en acción una fuerza invisible, que permitió salvar la vida del Santo Padre, que corría peligro de muerte. No había tiempo para pensar; no había un médico al alcance de la mano. Una sola decisión equivocada podía tener efectos catastróficos. No intentamos prestarle los primeros auxilios, ni pensamos en llevar al herido a su apartamento. Cada minuto era precioso. Así, inmediatamente lo introdujimos en la ambulancia, se encontró también a su médico personal, el doctor Renato Buzzonetti, y a gran velocidad nos dirigimos al Policlínico Gemelli. Durante el trayecto el Santo Padre estaba aún consciente; perdió el conocimiento al ingresar en La situación era muy el hospital. Mientras le fue posible, oró en voz baja. grave. En cierto momento En el Policlínico encontramos consternación, pero eso era de espeel doctor Buzzonetti se rar. El herido primero fue trasladado a una habitación del piso dédirigió a mí, pidiéndome cimo, reservada a los casos especiales, y desde allí inmediatamente que administrara al fue llevado a la sala operatoria. Desde aquel momento pesó sobre paciente la unción de los los médicos una enorme responsabilidad. Desempeñó un papel esenfermos, dado que su pecial el cirujano doctor Francesco Crucitti. Más tarde me contó estado era muy grave: la que aquel día no le tocaba su turno, se encontraba en casa, pero presión bajaba, y los una fuerza misteriosa lo impulsó a dirigirse al policlínico. Durante latidos del corazón apenas el trayecto escuchó por radio la noticia del atentado. Inmediatase escuchaban. La mente se ofreció para realizar la intervención, sobre todo teniendo transfusión de sangre le en cuenta que el médico jefe de la clínica de cirugía, doctor devolvió una condición Castiglioni, se hallaba en Milán y llegó al Gemelli ya al final de la que permitió comenzar la operación. El doctor Crucitti fue asistido por otros médicos. La sala intervención quirúrgica, la operatoria estaba abarrotada. La situación era muy seria. El orgacual se presentaba nismo se había desangrado. La sangre destinada a la transfusión sumamente complicada. no resultó adecuada. Con todo, en el Policlínico se encontraron La operación duró cinco médicos con el mismo grupo sanguíneo, los cuales, sin dudarlo, horas y veinte minutos. dieron sangre al Santo Padre para salvarle la vida. Pero minuto a minuto La situación era muy grave. En cierto momento el doctor Buzzonetti aumentaban las se dirigió a mí, pidiéndome que administrara al paciente la unción esperanzas de vida. de los enfermos, dado que su estado era muy grave: la presión bajaba, y los latidos del corazón apenas se escuchaban. La transfusión de sangre le devolvió una condición que permitió comenzar la intervención quirúrgica, la cual se presentaba sumamente complicada. La operación duró cinco horas y veinte minutos. Pero minuto a minuto aumentaban las esperanzas de vida. Muchísimas personas acudieron al Policlínico: cardenales, empleados de la Curia. No estaba el Secretario de Estado, cardenal Agostino Casaroli, porque se hallaba de viaje en Estados Unidos. Llegaron también políticos, con el presidente Sandro Pertini, el cual permaneció al lado del Santo Padre hasta las dos de la mañana. No quiso alejarse antes de que el Papa abandonara la sala operatoria. El comportamiento del Presidente fue conmovedor, lejos de cualquier cálculo. Asimismo llegaron los jefes de los partidos: Piccoli, Forlani, Craxi, Berlinguer y otros.
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Añado, al margen, que Berlinguer desconvocó la manifestación a favor del aborto fijada para la tarde del 13 de mayo. Después de la intervención quirúrgica, el Santo Padre fue trasladado a la Unidad de cuidados intensivos. Los médicos temían una infección y otras complicaciones. El Santo Padre, en cuanto volvió en sí, preguntó: —¿Hemos rezado las Completas? Ya estábamos en el día siguiente al atentado. Durante dos días el Papa sufrió mucho, pero también aumentaban las esperanzas de vida. Permaneció en la Unidad de cuidados intensivos hasta el 18 de mayo. El primer día después de la operación el Santo Padre recibió la sagrada Comunión, y en los días sucesivos, estando en la cama, participaba en la concelebración eucarística. Se comenzó a hablar de una consulta médica internacional. Insistía en hacerla el cardenal Macharski. El domingo por la mañana, día 17 de mayo, el Santo Padre grabó una alocución para el Regina caeli. Fueron palabras de agradecimiento por las oraciones de muchos fieles, de perdón para el autor del atentado y de abandono en manos de la Virgen. El atentado había unido a la Iglesia y al mundo en torno a la persona del Santo Padre. Fue el primer fruto de su sufrimiento. Polonia velaba de rodillas. En Cracovia tuvo lugar la inolvidable «Marcha Blanca» de los jóvenes. El Policlínico Gemelli estaba invadido de periodistas, personalida«Se alegraba de la ceremonia, des eclesiásticas y laicas, y millares de personas, gente sencilla. Acu- anunciada para el día dían al Papa con amor. De todo el mundo llegaron telegramas; en 8 de junio, de la consagración de la Iglesia y del mundo a la los primeros días se contaron quince mil. Madre santísima, por el Santo Ese mismo día llegaron los expertos: dos médicos de Estados Uni- Padre juntamente con los dos, uno de Francia, uno de Alemania, uno de España y uno de obispos. El Primado tenía un grandísimo deseo Cracovia. Se pronunciaron positivamente con respecto al estado de de participar en ese acto, salud del Santo Padre y al desarrollo de los cuidados médicos. Una que había promovido con todo su empeño. Sin embargo, dado semana después del atentado cantamos el Te Deum. su estado de salud, se limitó Se comenzó a relacionar insistentemente la fecha del atentado a nombrar una delegación con las apariciones de Fátima. Cada vez con mayor frecuencia se que acudiera a Roma». habló de una curación milagrosa realizada por intercesión de la (Stefan Cardenal Wyszynski, 1901-1981) Virgen de Fátima. El Santo Padre, en cuanto se sintió más fuerte, comenzó a recibir visitas, especialmente de sus colaboradores, de los cardenales, y también de representantes de otras confesiones. De ordinario, a las seis de la tarde celebrábamos la santa misa; luego, juntamente con nuestras religiosas, cantábamos las letanías del mes de mayo. Mientras tanto, de Varsovia llegaban noticias de la agonía del Primado Wyszynski. El Papa participaba muy intensamente en esos últimos momentos. El 24 de mayo –por teléfono, a través de don Gozdziewcz– le transmitió aún su saludo y su bendición. Al día siguiente, a las 12:15, el Santo Padre pudo hablar por primera vez con el Primado agonizante. La conversación fue breve. En mi memoria quedaron grabadas las palabras: «Le envío la bendición y un beso».
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El 27 de mayo el Santo Padre grabó en una cinta el discurso a los peregrinos de Piekary Slaskie. Con todo se sentía cansado. Se quejaba de un dolor en el corazón. El estado del paciente estaba empeorando. Se le hizo un reconocimiento a fondo. Durante toda la noche los cardiólogos velaron. Los problemas cardíacos, como explicaban los médicos, surgieron a causa de un pequeño émbolo en los pulmones, que gradualmente se fue absorbiendo. Día tras día, del electrocardiograma desaparecían los signos de preocupación. El 28 de mayo, solemnidad de la Ascensión, el estado de salud mejoró, pero, a pesar de ello, se tuvo que alargar el tiempo de internamiento en el hospital. Aquel día, a las 4:40 de la mañana, murió el Primado Wyszynski. Su muerte no constituyó una sorpresa, pero nos conmovió profundamente a todos. La noticia oficial llegó hacia las 10:00. Sin embargo, en privado, don Piasecki ya nos había dado la El domingo por la noticia a las 6:30. Informé al Santo Padre un poco más tarde. Acomañana, día 17 de mayo, gió el anuncio con profunda conmoción. el Santo Padre grabó una El 30 de mayo el Papa recibió al cardenal Casaroli y le entregó la alocución para el Regina carta con el texto que se debería leer durante el funeral del Primacaeli. Fueron palabras de do. El secretario de Estado tomó parte en él, en nombre del Santo agradecimiento por las Padre, que hubiera deseado mucho participar personalmente. oraciones de muchos El día 31 de mayo, domingo, el Santo Padre grabó el discurso para fieles, de perdón para el el rezo del Regina caeli. Su voz ya era más fuerte. A las cinco de la autor del atentado y de tarde, a través de Radio Vaticano, participó en la ceremonia fúneabandono en manos de la bre del Primado Wyszynski. Mientras se desarrollaba la liturgia Virgen. El atentado había fúnebre, celebró su propia misa en el Policlínico Gemelli. Después unido a la Iglesia y al de la eucaristía dijo: «Me faltará. Me unía a él una gran amistad; mundo en torno a la necesitaba su presencia». persona del Santo Padre. La mañana del 1 de junio, como siempre, el Papa se dedicó a la Fue el primer fruto de su meditación y a las oraciones. Luego se sometió a las visitas médisufrimiento. Polonia cas. Además de los médicos de la clínica, se hallaba siempre prevelaba de rodillas. En sente un doctor del Vaticano. El doctor Buzzonetti lo seguía todo Cracovia tuvo lugar la puntualmente. Más tarde el Santo Padre solía recibir las visitas ofiinolvidable «Marcha ciales y también las de los amigos. Aquel día, después de la santa Blanca» de los jóvenes. misa vespertina, comenzamos las celebraciones en honor del Sagrado Corazón de Jesús. El 3 de junio fue el día del regreso a casa. Celebramos la santa misa a las 12:30. Antes de abandonar el Policlínico, el Papa recibió al profesor Lazzati, rector de la Universidad Católica, y por la tarde a los médicos y al personal paramédico. A las 19:00 partió hacia el Vaticano. El encuentro con la Curia y con los habitantes del palacio pontificio fue muy emotivo. La presencia del Santo Padre llenó de nueva vida la Sede apostólica. Así se concluía la primera etapa después del atentado y los dramáticos momentos de lucha por la vida. El Santo Padre seguía bajo la atención de los médicos del Policlínico Gemelli y de los del Vaticano. El viernes 5 de junio grabó el discurso para la solemnidad de Pentecostés, a la que estaban invitados los obispos de todo el mundo, con ocasión del 1.600° aniversario del primer concilio de Constantinopla y del 1.550° del de Éfeso. Durante
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esas celebraciones, el Papa, con el espíritu del mensaje de Fátima, deseaba consagrar a la Madre santísima la Iglesia y el mundo, de modo particular los países que esperaban ese acto más que todos. El domingo 7 de junio, solemnidad de Pentecostés, el cardenal Carlo Confalonieri, decano del Colegio cardenalicio, presidió la liturgia en la basílica de San Pedro. La homilía del Santo Padre se escuchó en una grabación, y al final de la liturgia él mismo se asomó al balcón interior de la basílica e impartió la bendición. Fue grande la alegría. También el discurso del Papa que precedió la oración del Regina caeli había sido grabado. El Santo Padre sólo se asomó a la ventana de su biblioteca privada para impartir la bendición a las numerosas personas reunidas en la plaza de San Pedro. Por la tarde tuvo lugar la gran ceremonia en Santa María la Mayor, con la participación de las delegaciones de los obispos de todos los continentes, durante la cual el Santo Padre consagró la Iglesia y el mundo a la Madre de Dios. Las palabras de este acto, preparadas por el Papa, fueron transmitidas por Radio Vaticano. El Santo Padre siguió por televisión toda la ceremonia. La celebración fue presidida por el cardenal Otunga, de Nairobi, y la procesión fue encabezada por el cardenal Corripio, de México. Se comenzó a relacionar De este modo se cumplió el gran deseo del Episcopado polaco y del insistentemente la fecha Primado Stefan Wyszynski, expresado también durante el concilio del atentado con las Vaticano II. apariciones de Fátima. Sin embargo, el martes 9 de junio reapareció la fiebre, y con ella Cada vez con mayor volvió el malestar general. Comenzaron los análisis y la búsqueda frecuencia se habló de una de las causas. El Pontífice sentía dolores agudos. Comenzó a perder curación milagrosa las fuerzas. Por añadidura, los continuos análisis eran muy pesa- realizada por intercesión dos y no llevaron a resultados concretos. La fiebre alcanzó los 40 de la Virgen de Fátima. grados y se mantuvo durante varios días, debilitando cada vez más el organismo. Al equipo de médicos se añadieron otros dos: el doctor Giunchi, especialista en medicina, y el famoso cirujano doctor Fegiz. El domingo 14 de junio, el Santo Padre se asomó una vez más para la oración del Regina caeli. El 17 de junio el Papa recibió brevemente al sindicato «Solidaridad» de agricultores. La consulta médica, preocupada por su estado de salud, e incluso temiendo por su vida, tomó la decisión de que volviera al Policlínico Gemelli. Se encontraba tan débil que no podía rezar por sí solo el breviario. El 20 de junio, a las 16:30, el Papa fue trasladado de nuevo al Policlínico para análisis más minuciosos, los cuales, sin embargo, no revelaron inmediatamente las causas del estado del paciente. El 22 de junio se descubrieron infiltraciones en los pulmones, que desaparecieron gradualmente. Aquel día se identificó por primera vez el citomegalovirus, causa de todas aquellas complicaciones, muy serias. Ese descubrimiento permitió aplicar la terapia adecuada. En el Policlínico Gemelli el Santo Padre solía despachar muchos asuntos de oficio. Durante la jornada recibía a los colaboradores, entre ellos al nuncio aquí presente, y
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también a monseñor Rakoczy, que entonces constituían la sección polaca de la Secretaría de Estado. En aquel tiempo hubiera debido producirse el nombramiento del nuevo Primado de Polonia. Eso ocupaba la mente y el corazón del Santo Padre. Después de una amplia consulta del Episcopado, la elección recayó en el obispo Jozef Glemp. Llegó a Roma el cardenal Franciszek Macharski. Y llegó también el mismo monseñor Jozef Glemp. El 6 de julio el Santo Padre escribió una carta a la Iglesia en Polonia sobre el nombramiento del nuevo Primado. El estado de salud del Papa mejoraba de tal manera que los médicos comenzaron a pensar en la segunda intervención quirúrgica para cerrar la colostomía. Sin embargo, la mayoría de los doctores proponía posponer la intervención, El 3 de junio fue el día del teniendo en cuenta la debilidad del organismo del paciente. El Sanregreso a casa. to Padre opinaba que no se debía aplazar la operación. Quería salir Celebramos la santa misa del hospital completamente curado. a las 12:30. Antes de El 10 de julio su estado de salud volvió a empeorar. En los pulmones abandonar el Policlínico, se manifestó un proceso inflamatorio. Según el parecer de los médiel Papa recibió al profesor cos, estos graves síntomas y estas complicaciones eran provocadas Lazzati, rector de la aún por la presencia del citomegalovirus. Debo subrayar aquí la enorUniversidad Católica, y me entrega y solicitud de los médicos del Policlínico Gemelli y de los por la tarde a los médicos y del Vaticano. Expresamos nuestra gratitud en particular a las enferal personal paramédico. A meras y a las religiosas del Sagrado Corazón, esclavas fieles del las 19:00 partió hacia el Sacratísimo Corazón de Jesús. Vaticano. El encuentro con El 16 de julio, día de la Virgen del Carmen, se produjo una evolución la Curia y con los decisiva de la enfermedad y se registró una mejoría en las condiciohabitantes del palacio nes generales. El Santo Padre afrontó, con renovada vitalidad, los pontificio fue muy emotivo. problemas de todos los días: comenzó a elaborar el programa del La presencia del Santo futuro Sínodo con el arzobispo Jozef Tomko, y siguió los trabajos de Padre llenó de nueva vida la Curia recibiendo cada día al cardenal Casaroli, al arzobispo Martíla Sede apostólica. nez Somalo, y a otros jefes de dicasterio. Reanudó el seguimiento de Así se concluía la primera los eventos políticos y de modo particular la situación en Polonia. etapa después del atentado El 20 de julio se inició el proceso contra el autor del atentado. La y los dramáticos momentos cuestión era delicada para el Santo Padre y para la Sede apostólica. de lucha por la vida. El Papa había perdonado, pero los órganos de la justicia italiana debían cumplir las obligaciones previstas por la ley. El 23 de julio el Santo Padre participó en la consulta médica, durante la cual presentó su propio punto de vista sobre la terapia, pidiendo que los médicos lo tuvieran en cuenta. Con firmeza insistía en que quería ser operado para poder volver a casa con plena eficiencia. Los médicos parecían desconcertados, pero no excluyeron la posibilidad de la segunda intervención. Fue especialmente el doctor Crucitti quien persuadió a los demás de la conveniencia de tener en cuenta la voluntad del paciente. El Santo Padre se sentía cada vez mejor, aunque la resistencia de su organismo fuera aún débil. A pesar de las condiciones de hospitalización, trabajaba con gran empeño. Comenzaba la jornada con el rezo del Oficio parvo en honor de la Virgen y de las oraciones de la mañana y la meditación; luego venían las visitas de los médicos, el rezo
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del breviario, las visitas de los huéspedes, tanto las oficiales como las ocasionales. Naturalmente se recibía también a los amigos que llegaban de Polonia. En las conversaciones volvían siempre, de modo recurrente, los temas esenciales de la vida de la Iglesia y las cuestiones que se presentaban en los diversos campos de la cultura y la ciencia. Por la tarde el Santo Padre concelebraba la eucaristía. Siempre participaba en ella un pequeño grupo de invitados. En los últimos días, ante el hospital se daban cita numerosos peregrinos: grupos parroquiales, folclóricos, coros y personas diversas. El Papa los saludaba desde la ventana, e impartía la bendición apostólica. El 31 de julio debía tomarse la decisión médica con respecto a la segunda intervención quirúrgica. Después de un intenso debate, se fijó la fecha del 5 de agosto. El Santo Padre mismo eligió ese día, dedicado a la Virgen de las Nieves. La operación comenzó a las siete de la mañana y duró una hora. La realizó de nuevo el doctor Crucitti, asistido por otros médicos. Todo se desarrolló de forma favorable. La intervención produjo al Santo Padre un gran alivio y le permitió una vida normal. Durante el tiempo de la operación, sus más íntimos Sin embargo, el martes 9 colaboradores, estaban celebrando la santa misa en la capilla del de junio reapareció la hospital. fiebre, y con ella volvió el El 6 de agosto el paciente ya pudo dar algunos pasos en su habita- malestar general. ción. Ese día recibió también la visita del Primado Jozef Glemp con Comenzaron los análisis y el arzobispo Bronislaw Dabrowski. Concelebraron juntos la santa la búsqueda de las causas. misa por Pablo VI, en el aniversario de su muerte. El Pontífice sentía dolores Durante los días siguientes fue mejorando su salud, ya sin compli- agudos. Comenzó a perder caciones. las fuerzas. Por El 10 de agosto los médicos comenzaron a hablar del regreso a casa. añadidura, los continuos El Santo Padre, cada vez con mayor frecuencia, saludaba desde la análisis eran muy pesados ventana del hospital a los numerosos grupos de peregrinos, espe- y no llevaron a resultados cialmente a los que acudían desde Polonia. Además de su solicitud concretos. La fiebre por toda la Iglesia, vivía intensamente la situación de Polonia, de la alcanzó los 40 grados y se que llegaban noticias sobre maniobras militares, sobre protestas de mantuvo durante varios «Solidaridad» y sobre la convocación del pleno del Comité central días, debilitando cada vez del Partido. más el organismo. El 13 de agosto se reunieron los médicos y, después de la consulta, emitieron un comunicado anunciando la conclusión del internamiento en el hospital y la vuelta a casa del Santo Padre. La mañana del 14 de agosto, después de las oraciones y la adoración, el Papa dirigió un discurso a las personas internadas, y se despidió de los doctores y del personal paramédico que lo había atendido. En el atrio del Policlínico Gemelli y ante el edificio se había congregado una gran multitud de gente y entre ella numerosos periodistas. El Santo Padre saludó una vez más a los médicos, y luego volvió en automóvil al Vaticano. Después de atravesar la plaza de San Pedro, se dirigió a la basílica. En el patio de San Dámaso dijo a los cardenales y empleados de la Curia presentes: «He hecho una visita a San Pedro para darle gracias por haber querido dejar con vida a su Sucesor. He visitado las tumbas de Pablo VI y de Juan Pablo I, porque junto a ellas podía haber ya una tercera tumba».
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El 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen, fue el primer día, después del atentado, en que el Santo Padre pudo sentirse completamente libre de los cuidados de los médicos y del hospital. Decenas de miles de personas llegaron a la plaza de San Pedro para participar a mediodía en el Ángelus juntamente con el Papa. Aquel día se concluyó el gran drama, durante el cual el Santo Padre pudo experimentar de modo singular la bondad, la solidaridad y la protección de la Madre santísima. El Papa ha albergado y alberga esta convicción hasta hoy. Cuando, cuatro meses después, volvió a la plaza de San Pedro para encontrarse de nuevo con los fieles durante la audiencia general, agradeció a todos las oraciones y confesó: «Y nuevamente me siento deudor de la Virgen santísima y de todos los santos patronos. ¿Podría olvidar que ese acontecimiento tuvo lugar en la plaza de San Pedro en el día y a la hora en que, desde hace más de sesenta años, se recuerda en Fátima, Portugal, la primera aparición de la Madre de Cristo a los pobres campesinos? Porque en todo lo que me sucedió precisamente en ese día he percibido la extraordinaria protección y solicitud materna, que se mostró más fuerte que el proyectil asesino» (7 de octubre de 1981).
Don fue el regreso, el milagroso regreso del Santo Padre a la vida y a la salud. Sigue siendo un misterio, en la dimensión humana, el atentado. En efecto, no lo ha aclarado ni el proceso ni el largo encarcelamiento del atentador.
Don y misterio
Don fue el regreso, el milagroso regreso del Santo Padre a la vida y a la salud. Sigue siendo un misterio, en la dimensión humana, el atentado. En efecto, no lo ha aclarado ni el proceso ni el largo encarcelamiento del atentador. Fui testigo de la visita del Santo Padre a Alí Agca en la cárcel. El Papa lo había perdonado públicamente ya en su primer discurso después del atentado. No he escuchado una sola palabra de petición de perdón por parte del preso. Sólo le interesaba el misterio de Fátima, turbado por la fuerza que lo había superado. Él había apuntado bien, pero la víctima había permanecido viva. En el año del gran jubileo el Santo Padre se dirigió, mediante una carta, al presidente de la República italiana para que Alí Agca fuera liberado: esta petición, como se sabe, fue aceptada por el presidente Carlo Azeglio Ciampi. El Santo Padre acogió con alivio la liberación de Alí Agca. Muchas veces había recibido a su madre y a sus familiares. A menudo preguntaba por él a los capellanes de la cárcel. En la dimensión divina el misterio está constituido por este dramático evento, que debilitó fuertemente la salud y las fuerzas del Santo Padre, pero al mismo tiempo no quedó sin efecto en lo que atañe a los contenidos y a la fecundidad de su ministerio apostólico en la Iglesia y en el mundo. Recuerdo que, durante una conversación, el Santo Padre confesó: «Ha sido una gran gracia de Dios. Veo en esto una analogía con el encarcelamiento del Primado. Sólo que aquella experiencia duró tres años, y ésta…». Creo que no es exagerado aplicar a este caso el dicho antiguo: Sanguis martyrum, semen christianorum. Tal vez hacía falta esa sangre en la plaza de San Pedro, en el lugar del martirio de los primeros cristianos. En este contexto me vienen a la mente cuatro reflexiones.
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El Papa visita a Alí Agca en su celda.
Fui testigo de la visita del Santo Padre a Alí Agca en la cárcel. El Papa lo había perdonado públicamente ya en su primer discurso después del atentado. No he escuchado una sola palabra de petición de perdón por parte del preso. Sólo le interesaba el misterio de Fátima, turbado por la fuerza que lo había superado. Él había apuntado bien, pero la víctima había permanecido viva.
Sin duda, el primer fruto de aquella sangre derramada fue la unión de toda la Iglesia en la gran oración por la salvación del Papa. A lo largo de toda la noche que siguió al atentado, los peregrinos que habían acudido a la audiencia general, y una multitud cada vez mayor de romanos, oraban en la plaza de San Pedro. Durante los días sucesivos, en las catedrales, en las iglesias y en las capillas del mundo entero se celebraron santas misas y se ofrecieron oraciones según sus intenciones. El mismo Santo Padre decía a este respecto: «Me resulta difícil pensar en todo esto sin conmoción, sin una profunda gratitud hacia todos. Hacia todos los que el día 13 de mayo se reunieron en oración. Y hacia todos los que han seguido orando durante todo este tiempo. (…) Doy las gracias a Cristo Señor y al Espíritu Santo, el cual, mediante este acontecimiento que tuvo lugar en la plaza de San Pedro el día 13 de mayo a las 17:17, impulsó a tantos corazones a la oración común. Y pensando en esta gran oración, no puedo olvidar las palabras de los Hechos de los Apóstoles, que se refieren a Pedro: «la Iglesia oraba insistentemente por él a Dios» (Hch 12, 5)» (5 de octubre de 1981).
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En aquellos días llegaron expresiones de benevolencia también de numerosos ambientes que no tenían relación con la Iglesia, de jefes de Estado, de representantes de organizaciones internacionales y de diversos organismos políticos y sociales de todo el mundo. Parece que los sentimientos que se expresaban entonces contribuyeron a formar, hasta hoy, su convicción de que el Santo Padre es una Autoridad moral en el mundo. La preocupación por la vida y la salud del Papa no sólo se manifestó en la Iglesia católica, sino también en las comunidades de otras confesiones cristianas, e incluso de otras religiones. Recuerdo que el Secretariado para la unión de los cristianos recibió centenares de telegramas de sus representantes. Desde Constantinopla llegó un enviado especial del patriarca Demetrio, para expresar su profunda participación en los sufrimientos del Obispo de Roma. Se recibieron telegramas de los patriarcas de Moscú, Jerusalén, Armenia y muchas otras Iglesias ortodoxas. Enviaron telegramas el Primado de la Comunión anglicana y también los jefes de numerosas comunidades protestantes. Estoy profundamente convencido de que el sufrimiento del Papa dio una gran contribución a la obra de la unidad de los cristianos, a la que él se ha entregado con tanto empeño. Ya he mencionado que aquel día, que se ha hecho memorable, estaba prevista en Roma una gran manifestación organizada por ambientes que se pronunciaban a favor del derecho al aborto; manifestación que, a causa del atentado, fue desconvocada. En los planes de la divina Providencia nada acontece por casualidad. Tal vez fuera necesaria aquella sangre inocente y aquella desesperada lucha por la vida, para que se despertara en el corazón de los hombres la conciencia del valor Corona de Nuestra Señora de la de la vida y la voluntad de defenderla desde la concepción hasta su Capelinha, ofrecida por las muerte natural. El hecho de que aquel día se instituyeran tanto el mujeres portuguesas en 1946 en agradecimiento por la neutraliConsejo pontificio para la familia como el Instituto para la familia en dad de Portugal en la Segunda la Pontificia Universidad Lateranense, parece confirmar esa intuición. Guerra Mundial. Esta corona tiene incrustada en su interior la Independientemente del estado efectivo de las leyes y de las costumbala que quedó en el jeep que bres, en la cuestión del respeto por la vida en las sociedades contemtransportaba al Santo Padre el poráneas, se puede decir que el compromiso del Santo Padre y de la día del atentado en laPlaza de San Pedro y que Juan Pablo II Iglesia a favor de la familia y de la vida concebida recibió aquel día un regaló el 26 de marzo de 1984 a nuevo impulso y una nueva motivación existencial. la Santísima Virgen. Ciertamente, se podría profundizar más en el misterio del atentado, de aquella lucha por la vida y la salvación del Santo Padre, citando ulteriores frutos que se han producido y que hoy, a veinte años de distancia, es posible descubrir. Sin embargo, soy consciente de que su sentido definitivo permanecerá en los inescrutables designios de la divina Providencia. A pesar de ello, en este momento deseo expresar mi profunda convicción de que la sangre derramada en la plaza de San Pedro el 13 de mayo fructificó en la primavera de la Iglesia del año 2000. No ceso de dar gracias a Dios por este don y por este misterio, del que he podido ser testigo ocular. Al concluir este testimonio, quiero citar las palabras del cardenal Wojtyla tomadas de su poesía Stanislaw: «Si la palabra no ha convertido, será la sangre la que convierta».
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Las 14 Encíclicas de Juan Pablo II POR JOSEPH CARDENAL RATZINGER
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ería absurdo estimar posible tratar en breve espacio de las 14 encíclicas de nuestro Santo Padre. Cada una de ellas debería examinarse detalladamente para poder comprender la estructura del conjunto y captar sus núcleos temáticos y la línea de su enseñanza. La elección de cuáles aspectos destacar es necesariamente unilateral y podría haber sido distinta. Además, una evaluación completa debería incluir también los otros textos magisteriales del Papa, que a menudo son de notable peso y forman parte sin más del conjunto de afirmaciones doctrinales del Santo Padre. Dicho lo anterior, es preciso comenzar dividiendo las encíclicas en grupos de temáticas afines. Deberíamos recordar en primer lugar el tríptico trinitario de los años 1979-1986, con las encíclicas Redemptor hominis, Dives in misericordia y Dominum et vivificantem. Pertenecen a la década 1981-1991 las tres encíclicas sociales: Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus. Luego se encuentran las encíclicas que abordan temáticas eclesiológicas: Slavorum apostoli (1985), Redemptoris missio (1990) y Ut unum sint (1995). También podemos asignar al ámbito eclesiológico la última encíclica hasta ahora del Papa, Ecclesia de Eucharistia (2003), así como en cierto sentido la encíclica mariana Redemptoris Mater (1987). En su primera encíclica, el Papa ya había vinculado estrechamente los temas de la madre Iglesia y la Madre de la Iglesia, extendiéndolos al ámbito históricoteológico y neumatológico: «Suplico sobre todo a María, la Madre celestial de la Iglesia, para que en esta plegaria del nuevo Adviento de la humanidad se digne perseverar con nosotros, que formamos la Iglesia, es decir, el Cuerpo místico de su Hijo unigénito. Yo espero que gracias a semejante oración podremos recibir al Espíritu Santo, que desciende sobre nosotros (ver Act 1,8) y llegar a ser de este modo testigos de Cristo «hasta los extremos de la tierra» (id.). Para el Papa, en la mariología se encuentran todos los grandes temas de la fe, y cada una de sus encíclicas termina con una alusión a la Madre del Señor. Por último, tenemos tres grandes textos doctrinales, que pueden asignarse al ámbito antropológico: Veritatis splendor (1993), Evangelium vitae (1995) y Fides et ratio (1998). La primera encíclica, Redemptor hominis, es la más personal, punto de partida de todas las demás. Sería fácil demostrar que en ella ya se encontraban alusiones a todos los temas sucesivos: el tema de la
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LA PRIMERA ENCÍCLICA, REDEMPTOR HOMINIS, ES LA MÁS PERSONAL, PUNTO DE PARTIDA DE TODAS LAS DEMÁS. SERÍA FÁCIL DEMOSTRAR QUE EN ELLA YA SE ENCONTRABAN ALUSIONES A TODOS LOS TEMAS SUCESIVOS. (...)
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Exposición del Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en el Congreso de homenaje a los 25 años del Pontificado de Juan Pablo II, realizado en la Pontificia Universidad Lateranense entre los días 7 y 9 de mayo.
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(...) EL TEMA DE LA VERDAD Y EL VÍNCULO ENTRE VERDAD Y LIBERTAD SE ABORDA EN REDEMPTOR HOMINIS DE ACUERDO CON TODA LA IMPORTANCIA QUE TIENE EN UN MUNDO QUE DESEA LA LIBERTAD, PERO CONSIDERA LA VERDAD COMO UNA PRETENSIÓN CONTRARIA A LA LIBERTAD.
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verdad y el vínculo entre verdad y libertad se aborda de acuerdo con toda la importancia que tiene en un mundo que desea la libertad, pero considera la verdad como una pretensión contraria a la libertad. La pasión ecuménica del Papa surge ya en este primer gran texto magisterial. Los aspectos recalcados con gran énfasis en la encíclica eucarística –eucaristía y sacrificio, sacrificio y redención, eucaristía y penitencia– ya están presentes a grandes rasgos en este documento. El imperativo «no matar» –el gran tema de Evangelium vitae– se expresa al mundo con vigoroso clamor. Como ya hemos visto, la orientación del cristianismo hacia el futuro, típica del Papa, está vinculada con el tema mariano. Para el Papa, la relación entre la Iglesia y Cristo no es un nexo con un pasado, una orientación hacia atrás, sino más bien el vínculo con aquel que es futuro y lo da e invita a la Iglesia a abrirse a un nuevo período de la fe. Se manifiesta con evidencia el compromiso personal, la esperanza y también su profundo deseo de que el Señor pueda darnos un nuevo presente de fe y plenitud de vida, un nuevo Pentecostés, cuando de él prorrumpe esta invocación casi como una explosión: «Y la Iglesia de nuestro tiempo parece repetir con fervor cada vez mayor y con santa insistencia: ‘¡Ven, oh, Espíritu Santo!’ ¡Ven! ¡Ven!» (18). Todos estos temas, que anticipan, como ya dijimos, la totalidad de la obra magisterial del Papa, se mantienen unidos por una visión a partir de la cual debemos al menos procurar que surja la dirección fundamental. Con ocasión de los ejercicios que en 1976 predicó a Pablo VI y la Curia romana en calidad de cardenal arzobispo de Cracovia, relataba cómo en los primeros años de la posguerra los intelectuales católicos polacos habrían procurado inicialmente refutar el carácter absoluto de la materia en oposición al materialismo marxista convertido ya en doctrina oficial; pero el centro del debate se desplazó al cabo de muy poco tiempo: ya no estaban en tela de juicio las bases filosóficas de las ciencias naturales (aun cuando este tema siempre conserva su importancia), sino la antropología. La interrogante había llegado a ser «quién es el hombre». La cuestión antropológica no es puramente una teoría filosófica sobre el hombre por cuanto tiene un carácter existencial, y detrás de ella se encuentra el tema de la redención. ¿Cómo puede vivir el hombre? ¿Quién tiene la respuesta a la interrogante sobre el hombre –esta interrogante tan concreta–, quién está en condiciones de enseñarnos a vivir: el materialismo, el marxismo o el cristianismo? Por consiguiente, la cuestión antropológica es de carácter científico y racional, pero al mismo tiempo es también de orden pastoral: ¿cómo podemos mostrar a los hombres el camino hacia la vida y hacer comprender asimismo a los no creyentes que sus preguntas son también las nuestras y que ante el dilema del hombre de hoy y otrora, Pedro
tenía razón cuando dijo al Señor: «Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Filosofía, pastoral y fe de la Iglesia se funden en esta tensión antropológica. En su primera encíclica, Juan Pablo II resumió, por así decir, los frutos del camino recorrido hasta ese momento en su calidad de pastor de la Iglesia y como pensador de nuestra época. Su primera encíclica gira en torno a la cuestión del hombre. La expresión «el hombre es el primero y fundamental camino de la Iglesia» se convirtió prácticamente en un lema; pero al citarla se olvidó con demasiada frecuencia que poco antes el Papa había dicho: «Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él es nuestro camino ‘a la casa del Padre’ (ver Jn 14, 1 ss) y es también el camino a cada uno de los hombres». Por lo tanto, también la fórmula del hombre como primer camino de la Iglesia continúa de este modo: «...camino trazado por Cristo mis-
«Para el Papa, en la mariología se encuentran todos los grandes temas de la fe, y cada una de sus encíclicas termina con una alusión a la Madre del Señor». (Plaza de San Pedro, Roma)
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SU PRIMERA ENCÍCLICA GIRA EN TORNO A LA CUESTIÓN DEL HOMBRE. LA EXPRESIÓN «EL HOMBRE ES EL PRIMERO Y FUNDAMENTAL CAMINO DE LA IGLESIA» SE CONVIRTIÓ PRÁCTICAMENTE EN UN LEMA; PERO AL CITARLA SE OLVIDÓ CON DEMASIADA FRECUENCIA QUE POCO ANTES EL PAPA HABÍA DICHO: «JESUCRISTO ES EL CAMINO PRINCIPAL DE LA IGLESIA. ÉL ES NUESTRO CAMINO ‘A LA CASA DEL PADRE’ (VER JN 14, 1 SS) Y ES TAMBIÉN EL CAMINO A CADA UNO DE LOS HOMBRES». (...)
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Durante su investidura como cardenal por el papa Pablo VI, el entonces arzobispo de Cracovia, Karol Wojtyla, besa el anillo papal en la mano del Santo Padre.
mo, camino que inmutablemente pasa a través del misterio de la Encarnación y la Redención». Para el Papa, antropología y cristología son inseparables. Quién es el hombre y adónde debe ir para encontrar la vida es precisamente lo que apareció en Cristo. Este Cristo no es puramente una imagen de la existencia humana, un ejemplo de la forma cómo se debe vivir, sino que está «en cierto modo unido a cada hombre». Él se reúne con nosotros desde adentro, en la raíz de nuestra existencia, convirtiéndose así, desde adentro, en el camino para el hombre. Rompe el aislamiento del yo, es garantía de la dignidad indestructible de cada individuo, y al mismo tiempo es aquel que supera el individualismo en una comunicación a la cual aspira toda la naturaleza del hombre. Para el Papa, antropocentrismo es al mismo tiempo cristocentrismo, y viceversa. Contrariamente a la opinión según la cual sólo puede explicarse qué es el hombre mediante las formas primitivas del ser hombre (partiendo de abajo, por así decir), el Papa sostiene que únicamente partiendo del hombre perfecto es posible comprender qué es el hombre, y que precisamente desde este punto de vista se puede vislumbrar el camino del ser hombres. Al respecto, podría haber citado a Teilhard de Chardin, que decía: «La solución científica del problema humano de hecho no la ofrece exclusivamente el estudio de los fósiles, sino una observación atenta de las características y posibilidades del hombre de hoy, que determinarán al hombre de mañana». Naturalmente, Juan Pablo II va mucho más allá de
esta diagnosis: en definitiva sólo podemos comprender quién es el hombre mirando a aquel que realiza totalmente la naturaleza del hombre, que es imagen de Dios, él, el Hijo de Dios, Dios desde Dios y luz proveniente de luz. Así, corresponde perfectamente a la orientación intrínseca de la primera encíclica el hecho de que la misma, en la prosecución del Magisterio papal, haya crecido para constituir junto con otras dos encíclicas el tríptico trinitario. La cuestión del hombre no puede separarse de la cuestión de Dios. La tesis de Guardini, que sólo quien conoce a Dios conoce al hombre, encuentra clara confirmación en esta fusión de la antropología con la cuestión de Dios. Observemos una vez más las otras dos tablas del tríptico trinitario. El tema de Dios Padre aparece, por así decir, oculto en primer lugar bajo el título Dives in misericordia. Es justificable creer que el input para esta temática haya surgido en el Papa a partir de la devoción a la religiosa de Cracovia Faustina Kowalska, a la cual posteriormente elevó al honor de los altares. El gran deseo de esta santa mujer había sido poner la misericordia de Dios en el centro de la fe y la vida cristiana. Con la fuerza de su vida espiritual, ella destacó la novedad del cristianismo, precisamente en nuestra época, marcada por el carácter despiadado de sus ideologías. Es suficiente recordar que Séneca, un pensador del mundo romano bastante cercano al cristianismo, dijo en una ocasión: «La compasión es una debilidad, una enfermedad». Mil años después, Bernardo de Clairvaux, en el espíritu de los padres, encontró esta maravillosa fórmula: «Dios no puede padecer, pero puede compadecer». Encuentro maravilloso que el Papa haya ubicado su encíclica sobre Dios Padre en el tema de la misericordia divina. El primer subtítulo de la encíclica es «El que me ha visto a mí ha visto al Padre» (Jn 14, 9). Ver a Cristo significa ver al Dios misericordioso. Nótese que en esta encíclica la digresión sobre la terminología bíblica de la divina misericordia en el Antiguo Testamento ocupa tres páginas completas, y en ella se explica también la palabra rahamin, proveniente de la palabra rehem = vientre materno, y se atribuye a la misericordia de Dios los rasgos del amor materno. El otro punto central de la encíclica es su profunda interpretación de la parábola del hijo pródigo, en la cual la imagen del Padre resplandece en toda su grandeza y belleza. Una palabra más en torno a la encíclica sobre el Espíritu Santo, en la cual surge el tema de la verdad y la conciencia. Según el Papa, el don verdadero y propio del Espíritu Santo es «el don de la verdad de la conciencia y el don de la certeza de la redención» (31). Por consiguiente, en la raíz del pecado se encuentra la mentira, el rechazo de la verdad: «La desobediencia como dimensión originaria del pecado significa rechazo de esta fuente (= ley eterna), por la pretensión del hombre de convertirse en fuente autónoma y exclusiva en
Es justificable creer que el input para esta temática haya surgido en el Papa a partir de la devoción a la religiosa de Cracovia Faustina Kowalska, a la cual posteriormente elevó al honor de los altares. El gran deseo de esta santa mujer había sido poner la misericordia de Dios en el centro de la fe y la vida cristiana. (Sor Faustina Kowalska)
(...) POR LO TANTO, TAMBIÉN LA FÓRMULA DEL HOMBRE COMO PRIMER CAMINO DE LA IGLESIA CONTINÚA DE ESTE MODO: «...CAMINO TRAZADO POR CRISTO MISMO, CAMINO QUE INMUTABLEMENTE PASA A TRAVÉS DEL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN Y LA REDENCIÓN». PARA EL PAPA, ANTROPOLOGÍA Y CRISTOLOGÍA SON INSEPARABLES. (...)
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(...) QUIÉN ES EL HOMBRE Y ADÓNDE DEBE IR PARA ENCONTRAR LA VIDA ES PRECISAMENTE LO QUE APARECIÓ EN CRISTO. ESTE CRISTO NO ES PURAMENTE UNA IMAGEN DE LA EXISTENCIA HUMANA, UN EJEMPLO DE LA FORMA CÓMO SE DEBE VIVIR, SINO QUE ESTÁ «EN CIERTO MODO UNIDO A CADA HOMBRE». ÉL SE REÚNE CON NOSOTROS DESDE ADENTRO, EN LA RAÍZ DE NUESTRA EXISTENCIA, CONVIRTIÉNDOSE ASÍ, DESDE ADENTRO, EN EL CAMINO PARA EL HOMBRE. (...)
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el decidir sobre el bien y el mal». La perspectiva fundamental de Veritatis splendor se manifiesta ya aquí con toda evidencia. Es claro que, precisamente en la encíclica sobre el Espíritu Santo, el Papa va más allá de la mera diagnosis sobre nuestro ser en peligro, emitiéndola con el fin de abrir el camino hacia la curación. En la conversión, el afán de la conciencia se transforma en amor que sana y sabe padecer: «El dispensador de esta fuerza salvadora es el Espíritu Santo...». Me he detenido largamente en el tríptico trinitario por cuanto contiene el programa completo de las encíclicas posteriores y lo vincula nuevamente con la fe en Dios. A pesar mío, tendré que dedicar únicamente un pequeño número de alusiones esquemáticas a las demás encíclicas. Las tres grandes encíclicas sociales aplican la antropología del Papa a la problemática social de nuestro siglo. Él destaca la preponderancia del hombre sobre los medios de producción, la preponderancia del trabajo en relación con el capital y la preponderancia de la ética por encima de la técnica. En el centro se encuentra la dignidad del hombre, que siempre es un fin y jamás un medio, a partir de lo cual se aclaran las grandes cuestiones de actualidad de la problemática social en contraposición crítica tanto con el marxismo como con el liberalismo. Las encíclicas eclesiológicas merecerían una esmerada consideración. Mientras Ecclesia de Eucharistia considera a la Iglesia desde el interior y desde lo alto, captando así su capacidad de crear comunión, y Redemptoris Mater trata sobre la prefiguración de la Iglesia en María y el misterio de su maternidad, las otras tres encíclicas de este grupo presentan los dos grandes ámbitos de relación en que vive la Iglesia: el diálogo ecuménico, como búsqueda de la unidad de los bautizados de acuerdo con la autoridad del Señor y la lógica intrínseca de la fe, enviada al mundo por Dios como fuerza de unidad, y el primer ámbito de relación, que el Papa, con toda la fuerza de su pasión ecuménica, hace entrar en la conciencia de la Iglesia con Ut unum sint. Slavorum apostoli es también un texto ecuménico de particular belleza, que por una parte se sitúa en la relación entre Oriente y Occidente y por otra muestra la relación entre la fe y la cultura y la capacidad de crear cultura de la fe, que va hasta el fondo de sí misma y experimenta una nueva dimensión de la unidad. El otro ámbito de relación corresponde a los hombres que profesan religiones no cristianas o viven sin religión, para anunciarles a Jesús, sobre el cual Pedro dijo a los fariseos: «En ningún otro hay salud, pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos» (Act 4, 12). El Papa explica en este texto la relación entre diálogo y anuncio. Él muestra que la misión, el anuncio de Cristo a todos aquellos que no lo conocen es siempre una
«Finalmente, debemos considerar la gran encíclica Fides et ratio sobre la fe y la filosofía. El tema de la verdad, que marca claramente toda la obra magisterial del Santo Padre, se desarrolla aquí en todo su dramatismo».
obligación, puesto que todo hombre espera en el fondo de sí mismo a aquel en el cual Dios y hombre son uno, aquel que es el «Redentor del hombre». Llegamos finalmente a las tres grandes encíclicas en que la temática antropológica se desarrolla bajo diversos aspectos. Veritatis splendor no enfoca puramente la crisis interna de la teología moral en la Iglesia, sino también participa en el debate de dimensiones mundiales sobre el ethos, que ha llegado a ser en la actualidad un asunto de vida o muerte para la humanidad. Contra una teología moral que en el siglo XIX se había reducido en forma cada vez más preocupante y casuística, en las décadas anteriores al Concilio ya se había activado un decidido movimiento de oposición. La doctrina moral cristiana debía considerarse nuevamente en su gran perspectiva positiva a partir del corazón de la fe y no como una lista de prohibiciones.
LA AFIRMACIÓN DEL CARÁCTER COGNOSCIBLE DE LA VERDAD, O SEA, ANUNCIAR EL MENSAJE CRISTIANO COMO VERDAD RECONOCIDA, ES VISTA HOY EN GRAN MEDIDA COMO UN ATAQUE A LA TOLERANCIA Y AL PLURALISMO. LA VERDAD LLEGA A SER HASTA UNA PALABRA PROHIBIDA. (...)
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(...) EN EL CENTRO SE ENCUENTRA LA DIGNIDAD DEL HOMBRE, QUE SIEMPRE ES UN FIN Y JAMÁS UN MEDIO, A PARTIR DE LO CUAL SE ACLARAN LAS GRANDES CUESTIONES DE ACTUALIDAD DE LA PROBLEMÁTICA SOCIAL EN CONTRAPOSICIÓN CRÍTICA TANTO CON EL MARXISMO COMO CON EL LIBERALISMO.
La idea de la imitación de Cristo y el principio del amor se desarrollaron como ideas guías fundamentales, a partir de las cuales podían surgir orgánicamente cada una de las doctrinas. La voluntad de dejarse inspirar por la fe como luz nueva que da transparencia a la doctrina moral había determinado un alejamiento de la versión iusnaturalista de la moral a favor de una construcción de corte bíblico e histórico-salvador. El Concilio Vaticano II había confirmado y repetido estos enfoques; pero la tentativa de construir una moral puramente bíblica resultó impracticable ante los requerimientos concretos de la época. El biblicismo puro, precisamente en la teología moral, no es un camino posible. Así, de manera sorprendentemente rápida, tras una breve etapa en que se intentó dar a la teología moral una inspiración bíblica, tuvo lugar la tentativa de una explicación puramente racional del ethos; pero quedó obstruido el retorno al pensamiento iusnaturalista: con la corriente antimetafísica, que tal vez ya había desplegado un rol en la tentativa biblicista, el derecho natural parecía un modelo anticuado y no actualizable en lo sucesivo. Se permaneció a merced de una racionalidad positivista que ya no reconocía el bien como tal. «El bien es siempre –decía entonces un teólogo moral–, sólo mejor que...». Quedaba como criterio el cálculo de las consecuencias. Moral es aquello que parece más positivo una vez consideradas las consecuencias previsibles. No siempre se aplicó en forma tan radical el consecuencialismo. En todo caso, en definitiva se llega a una construcción tal que se desecha lo que es moral por cuanto el bien como tal no existe. Para semejante tipo de racionalidad, ni siquiera la Biblia tiene algo más que decir. Ella puede proporcionar motivaciones, pero no contenidos. Pero si así están las cosas, el cristianismo como «camino» –eso debería y querría ser– es descartado. Y si inicialmente se refugió en la ortopraxis a partir de la ortodoxia, ahora la ortopraxis se convierte en trágica ironía, porque en el fondo no existe.
ENCÍCLICAS DE JUAN PABLO II Ecclesia de Eucharistia (17 de abril de 2003) Fides et ratio (14 de septiembre de 1998) Ut unum sint (25 de mayo de 1995) Evangelium vitae (25 de marzo de 1995) Veritatis splendor (6 de agosto de 1993) Centesimus annus (1 de mayo de 1991) Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990)
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Sollicitudo rei socialis (30 de diciembre de 1987) Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987) Dominum et Vivificantem (18 de mayo de 1986) Slavorum apostoli (2 de junio de 1985) Laborem exercens (14 de septiembre de 1981) Dives in misericordia (30 de noviembre de 1980) Redemptor hominis (4 de marzo de 1979)
«La cuestión del hombre no puede separarse de la cuestión de Dios. La tesis de Guardini, que sólo quien conoce a Dios conoce al hombre, encuentra clara confirmación en esta fusión de la antropología con la cuestión de Dios». (Romano Guardini)
Por el contrario, el Papa, con gran decisión, ha dado nuevamente legitimidad a la perspectiva metafísica, que es sólo una consecuencia de la fe en la creación. Una vez más, partiendo de la fe en la creación, logra vincular y fundir antropocentrismo con teocentrismo: «la razón obtiene su verdad y su autoridad de la ley eterna, que no es sino la Sabiduría divina misma... La ley natural de hecho..., no es sino la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios». Precisamente por el hecho de estar de parte de la metafísica en virtud de la fe en la creación, el Papa puede entender la Biblia también como Palabra presente, vinculando la construcción metafísica y bíblica del ethos. El gran pasaje sobre el martirio constituye una perla de la encíclica, significativa tanto filosófica como teológicamente. Si deja de existir algo por lo cual valga la pena morir, en ese caso también la vida se vuelve vacía. Sólo si existe el bien absoluto, por el cual vale la pena morir, y el mal eterno, que jamás se convierte en bien, el hombre es confirmado en su dignidad y estamos protegidos de la dictadura de las ideologías. Este punto es fundamental también para la encíclica Evangelium vitae, que el Papa escribió al solicitárselo encarecidamente el episcopado mundial, pero es también expresión de su apasionada lucha por el respeto absoluto de la dignidad de la vida humana. La vida humana se convierte en objeto del cálculo de las consecuencias cada vez que es considerada como mera realidad biológica; pero el Papa, junto a la fe de la Iglesia, ve en el hombre –en cada hombre–, por
LAS TRES GRANDES ENCÍCLICAS SOCIALES APLICAN LA ANTROPOLOGÍA DEL PAPA A LA PROBLEMÁTICA SOCIAL DE NUESTRO SIGLO. ÉL DESTACA LA PREPONDERANCIA DEL HOMBRE SOBRE LOS MEDIOS DE PRODUCCIÓN, LA PREPONDERANCIA DEL TRABAJO EN RELACIÓN CON EL CAPITAL Y LA PREPONDERANCIA DE LA ÉTICA POR ENCIMA DE LA TÉCNICA. (...)
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(...) PERO AQUÍ PRECISAMENTE ENTRA EN JUEGO, UNA VEZ MÁS, LA DIGNIDAD DEL HOMBRE. SI EL HOMBRE NO ES CAPAZ DE VERDAD, ENTONCES TODO CUANTO PIENSA Y HACE ES PURAMENTE CONVENCIONAL, MERA «TRADICIÓN». SÓLO LE QUEDA, COMO YA HEMOS VISTO, EL CÁLCULO DE LAS CONSECUENCIAS.
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grande o pequeño, débil o fuerte que sea, por útil o inútil que pueda parecer, la imagen de Dios. Cristo, el Hijo mismo de Dios hecho hombre, murió por todos los hombres. Esto otorga a cada uno de los hombres un valor infinito, una dignidad absolutamente intangible. Precisamente por existir en el hombre algo más que el mero bios, también su vida biológica resulta ser infinitamente preciosa. No está a disposición de quienquiera, por cuanto está revestida de la dignidad de Dios. No hay consecuencias, por nobles que sean, que puedan justificar experimentos con el hombre. Después de todas las experiencias crueles de abuso con el hombre, por mucho que las motivaciones pudiesen parecer altamente morales, ésta era y es una palabra necesaria. Resulta evidente que la fe es el refugio de la humanidad. En la situación de ignorancia metafísica en que nos encontramos, que al mismo tiempo se vuelve atrofia moral, la fe aparece como lo humano que salva. El Papa, como portavoz de la fe, defiende al hombre contra una moral aparente que amenaza aplastarlo. Finalmente, debemos considerar la gran encíclica Fides et ratio sobre la fe y la filosofía. El tema de la verdad, que marca claramente toda la obra magisterial del Santo Padre, se desarrolla aquí en todo su dramatismo. La afirmación del carácter cognoscible de la verdad, o sea, anunciar el mensaje cristiano como verdad reconocida, es vista hoy en gran medida como un ataque a la tolerancia y al pluralismo. La verdad llega a ser hasta una palabra prohibida. Pero aquí precisamente entra en juego, una vez más, la dignidad del hombre. Si el hombre no es capaz de verdad, entonces todo cuanto piensa y hace es puramente convencional, mera «tradición». Sólo le queda, como ya hemos visto, el cálculo de las consecuencias. ¿Pero quién puede realmente cubrir con la mirada las consecuencias de las acciones humanas? Si es así, todas las religiones son puramente tradiciones, y naturalmente también el anuncio de la fe cristiana es una pretensión colonialista o imperialista. En éste no hay contradicción con la dignidad del hombre únicamente si la fe es verdad, puesto que ésta a nadie perjudica, y por el contrario es el bien que nos debemos recíprocamente. A raíz de los grandes éxitos en el ámbito de las ciencias naturales y la técnica, la razón ha perdido ánimo ante las grandes interrogantes del hombre sobre Dios, la muerte, la eternidad y la vida moral. El positivismo se extiende como una catarata sobre el ojo interior del hombre. Ahora bien, si estas interrogantes decisivas en último término para nuestra vida se relegan al ámbito de la mera subjetividad y por tanto, en último análisis, de la arbitrariedad, nos hemos vuelto ciegos en lo tocante al ser hombres. Partiendo de la fe, el Papa pide a la razón valentía para reconocer las realidades fundamentales. Si la fe no está a la luz de la razón, cae en la mera tradición y de ese modo declara su profunda arbitrariedad. La fe necesita contar con la valentía de la razón por sí misma. No está en
contra de ella, pero la llama a aspirar por sí misma a las grandes cosas para las cuales fue creada. Sapere aude: con este imperativo, Kant describió la naturaleza del iluminismo. Podría decirse que el Papa recurre de una nueva manera a una razón que ha adquirido un carácter metafísicamente pusilánime: ¡Sapere aude! ¡Aspira por ti misma a poder hacer grandes cosas! Estás destinada e esto. La fe, como nos dice el Papa, no desea hacer callar a la razón, pero quiere liberarla del velo de la catarata que ante las grandes interrogantes de la humanidad se halla extendido ampliamente sobre ella. Una vez más se ve que la fe defiende al hombre en su ser hombre. Josef Pieper expresó una vez la idea de que «en la época final de la historia, bajo el señorío de la sofística y una seudofilosofía corrupta, la verdadera filosofía podrá reagruparse en la unidad primordial con la teología» y así, al final de la historia, «la raíz de todas las cosas y el significado último de la existencia –que significa: el objeto específico del filosofar– sólo será visto y considerado por los que creen». Ahora bien, nosotros no estamos, hasta donde es posible saberlo, en el final de la historia; pero corremos el riesgo de negar a la razón su verdadera grandeza. Y el Papa considera justamente tarea de la fe llamar a la razón a tener nuevamente la valentía de la verdad. Sin la razón, la fe va hacia la ruina; sin la fe, la razón corre riesgo de atrofiarse. Esto atañe al hombre, pero para que el hombre se redima se necesita al Redentor, necesitamos a Cristo, hombre, que es hombre y Dios, «de manera no confusa e indivisa», en una única persona. Redemptor hominis.
«Josef Pieper expresó una vez la idea de que ‘en la época final de la historia, bajo el señorío de la sofística y una seudofilosofía corrupta, la verdadera filosofía podrá reagruparse en la unidad primordial con la teología’ y así, al final de la historia, ‘la raíz de todas las cosas y el significado último de la existencia –que significa: el objeto específico del filosofar– sólo será visto y considerado por los que creen’». (Josef Pieper)
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El Magisterio de Juan Pablo II sobre la vida POR JUAN DE DIOS VIAL CORREA
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l cumplirse veinticinco años de Pontificado de Juan Pablo II, resalta el hecho de que uno de los temas más importantes de su magisterio ha sido el de la vida humana. Como otros pontífices, él ha puesto de relieve lo que se le debe a la persona humana, pero además ha acentuado la condición corporal del ser humano, y por ende aquellos aspectos que necesariamente la acompañan y que comparten su propia dignidad. El amor humano, la vida sexual, la generación de la vida, el trabajo, la vida en sociedad, el sufrimiento físico, la decadencia física y la muerte han sido temas recurrentes, de alocuciones, cartas, homilías y encíclicas. Ha hablado con especial afecto a los inválidos y discapacitados, acogiéndolos en sus visitas pastorales y en las grandes ceremonias litúrgicas como si su propio estado los hiciera acreedores a una mirada de predilección. La sola presencia de los niños ha hecho que su sonrisa iluminara el ambiente en innumerables actos apostólicos. Ha desafiado la opinión de los poderosos para defender los derechos de minorías y etnias postergadas, o perseguidas, para reafirmar los derechos de pueblos agredidos y para llamar a la moderación a los agresores, para pedir justicia y equidad en las relaciones internacionales. Más aún se ha pronunciado a favor de los desterrados de la sociedad, hablando por los condenados a muerte, y cuestionando sin agresividad pero sin debilidad posturas complacientes de los que tienen el poder o la influencia. En esa misma perspectiva, el Papa ha librado una lucha incansable a favor de los más indefensos de la sociedad humana, que son los no nacidos para los cuales sus madres piden o consienten la muerte; junto a los ancianos desvalidos que se han hecho cargas inútiles para la sociedad, a los dementes, a los enfermos terminales, amenazados por una especie de conjura de los poderosos, o al menos de los aptos y capaces en contra de los débiles. Frente a un mundo que rechaza el sufrimiento como una carga intolerable, que debe ser sacudida a cualquier costa, el Papa, testigo de Jesús y heraldo de la verdadera vida, ha escrito «…al mismo tiempo Cristo le ha enseñado al hombre a hacer el bien por su sufrimiento y a hacerles el bien a los que sufren…» (SD, 30). HUMANITAS Nº 31 pp. 452 - 462
FRENTE A UN MUNDO QUE RECHAZA EL SUFRIMIENTO COMO UNA CARGA INTOLERABLE, QUE DEBE SER SACUDIDA A CUALQUIER COSTA, EL PAPA, TESTIGO DE JESÚS Y HERALDO DE LA VERDADERA VIDA, HA ESCRITO «…AL MISMO TIEMPO CRISTO LE HA ENSEÑADO AL HOMBRE A HACER EL BIEN POR SU SUFRIMIENTO Y A HACERLES EL BIEN A LOS QUE SUFREN….» (SD, 30). ESAS PALABRAS FUERON ESCRITAS EN 1984.
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CASI VEINTE AÑOS DESPUÉS VEMOS EL EFECTO DEL EJEMPLO PERSONAL DEL PAPA INCLUSO ANTE UNA SOCIEDAD QUE VALORIZA EL BIENESTAR Y LA SALUD POR SOBRE CUALQUIER COSA. SON LEGIONES LOS QUE ACUDEN NO SÓLO A ESCUCHARLO, SINO SIMPLEMENTE A VERLO, ATRAÍDOS EN FORMA MISTERIOSA POR LA LUZ QUE EMANA DE SU PROPIO SUFRIMIENTO Y QUE ILUMINA SU MENSAJE HACIENDO ATRACTIVA SU ENSEÑANZA PARA JÓVENES Y VIEJOS DE TODAS LAS LATITUDES.
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Esas palabras fueron escritas en 1984, en un tiempo en que la Iglesia y el mundo se habían acostumbrado ya a la delicada preferencia del Santo Padre por los enfermos y discapacitados que eran como huéspedes de honor en su presencia. Casi veinte años después vemos el efecto del ejemplo personal del Papa incluso ante una sociedad que valoriza el bienestar y la salud por sobre cualquier cosa. Son legiones los que acuden no sólo a escucharlo, sino simplemente a verlo, atraídos en forma misteriosa por la luz que emana de su propio sufrimiento y que ilumina su mensaje haciendo atractiva su enseñanza para jóvenes y viejos de todas las latitudes. Son seguramente muchos los políticos y conductores de pueblos que aspirarían a llegar al corazón de las muchedumbres en la forma simple y directa en que lo hace Juan Pablo II sin otra arma de convicción que su aceptación sobrenatural del sufrimiento y su consagración al servicio generoso de toda la humanidad, signos por los cuales da testimonio del verdadero valor de la vida humana que es «…el sincero don de sí mismo a los demás…» En esa forma, la enseñanza se ha entrelazado con un testimonio conmovedor de aceptación de la limitación y la enfermedad, y de su transformación en alabanza a Dios y en servicio, no sólo al pueblo cristiano, sino a toda la humanidad. Vida y enseñanza enraizadas en el Evangelio distinguen el magisterio del Papa sobre la vida, frente a todos los criterios contemporáneos que ponen énfasis en la «calidad de vida» y que rehúsan aceptar la existencia de un orden querido por Dios, y en verdad la existencia de Dios mismo. El magisterio del Papa se ha referido muchas veces a la absolutización de la libertad humana y a su disociación de la verdad. En el campo del magisterio sobre la vida se hace particularmente visible el contraste entre un hombre omnímodamente libre, y ese mismo hombre sujeto a la abrumadora tiranía de sus propios impulsos. Esa contradicción se manifiesta en una especie de fuerza negativa que llega a contradecir y aun a anular los mismos progresos en los que la humanidad cifra su orgullo y pone su esperanza. Esa fuerza negativa («…soy el espíritu que siempre niega…», hace decir Goethe a Mefistófeles) se percibe en la tendencia a dejarse arrastrar por el declive que lleva a la negación de lo humano, siguiendo como una trágica progresión que empaña y mancha tantos progresos que deberían ser fuentes de alegría. Se puede ilustrar ese declive mirando el destino que les ha cabido a algunas cuestiones de interés social que han empezado como desviaciones puntuales para llegar a convertirse en amenazas para el mismo sentido del hombre.
Una de ellas sería el aborto y su prolongación en la experimentación embrionaria. No hace tanto tiempo que el aborto era descalificado socialmente en el mundo occidental. Se toleraba por algunos el llamado «aborto terapéutico». Pero parecía monstruosa la legislación soviética que abría desde los años veinte un ancho camino al aborto con los más variados pretextos. Aun después de la Guerra Mundial, el aborto quedó limitado a las llamadas «democracias populares» obligadas a seguir las orientaciones soviéticas. Luego en los años setenta se rompió el dique hacia Occidente. Una evaluación ideológicamente condicionada del embrión en Inglaterra, y una distorsión de los derechos de la mujer sobre su cuerpo en los Estados Unidos, provocaron una vertiginosa difusión de legislaciones abortistas hasta el punto de que la ayuda médica al aborto se transforma en obligación profesional y las leyes protegen un acto que no hace mucho era considerado nefando. Los cambios en la legislación son seguidos por cambios en la valoración social del acto. Si la ley reconoce al aborto como legítimo, y lo ampara de diversas maneras, es inevitable que el público llegue a ver el aborto como un derecho, y a pensar que quien se opone a esa legislación está denegando un derecho. Así pues, por la vía de la legislación y de la educación el hecho del aborto llega a significar un cambio cultural. Pero si se devalúa así la vida de los fetos, es forzoso que la utilización de sus órganos y tejidos llegue a ser perfectamente aceptable, y que la vida de embriones más jóvenes y menos diferenciados que los fetos abortados, pase a ser mirada como un objeto legítimo de experimentación. Por mucho que se diga que a los embriones se les brinda «un especial respeto», resultará imposible a la larga que una sociedad que sacrifica frívolamente a los fetos respete la vida de los embriones y no se deje tentar por el camino de experimentar en ellos. Pero paralelamente a este declive, podemos observar el de la fecundación in vitro hacia la clonación. La fecundación in vitro fue vista inicialmente como un medio para superar algunos casos de infertilidad. Pero cualesquiera que sean las intenciones que animen a quienes la practican, ella –la fecundación in vitro– significa la sustitución del acto humano de la procreación, realizado en la intimidad del abrazo conyugal por los padres sus responsables y custodios, por un proceso industrial en el cual los padres son clientes y los técnicos sanitarios son agentes, y que se acompaña a menudo de la selección de embriones y del descarte y la muerte de los que no
EN EL CAMPO DEL MAGISTERIO SOBRE LA VIDA SE HACE PARTICULARMENTE VISIBLE EL CONTRASTE ENTRE UN HOMBRE OMNÍMODAMENTE LIBRE, Y ESE MISMO HOMBRE SUJETO A LA ABRUMADORA TIRANÍA DE SUS PROPIOS IMPULSOS. ESA CONTRADICCIÓN SE MANIFIESTA EN UNA ESPECIE DE FUERZA NEGATIVA QUE LLEGA A CONTRADECIR Y AUN A ANULAR LOS MISMOS PROGRESOS EN LOS QUE LA HUMANIDAD CIFRA SU ORGULLO Y PONE SU ESPERANZA.
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TODO EL MUNDO ADVIERTE LAS CONSECUENCIAS MUY GRAVES QUE SE PUEDEN DERIVAR DE ESTAS SITUACIONES; PERO NO SE ADVIERTE CON IGUAL CLARIDAD QUE A ELLAS SE HA LLEGADO SIGUIENDO UNA PENDIENTE SUAVE PERO INEXORABLE QUE HA CONDUCIDO DESDE EL ABORTO TERAPÉUTICO Y LA «CURA» DE LA INFERTILIDAD POR FERTILIZACIÓN IN VITRO, HASTA EL ABISMO DE LA CLONACIÓN, LA FABRICACIÓN DE SERES HUMANOS CON EL FIN DE DESTRUIRLOS.
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se emplean. Esa industrialización de la procreación humana utiliza dadores extraños de gametos y madres sustitutas, así como procedimientos anómalos de fecundación como es el ICSI, y en años recientes lleva a la proposición de la clonación humana, que desde el punto de vista industrial significa un logro importante. Se trata de producir seres humanos según las especificaciones del fabricante, sin importar que no estén ligados a la humanidad por ningún vínculo normal, que no tengan ni padres ni hermanos y que lo único que interese en ellos sea la determinación genética. Y la producción puede tener el objetivo de «fabricar» seres humanos por esta vía anormal, o bien –lo que es mucho más probable– el de proporcionar una fuente de células y tejidos de genoma conocido con el fin de realizar tratamientos de reemplazo: en buenas cuentas la producción de un embrión humano con el solo fin de destruirlo y utilizar sus restos. Todo el mundo advierte las consecuencias muy graves que se pueden derivar de estas situaciones; pero no se advierte con igual claridad que a ellas se ha llegado siguiendo una pendiente suave pero inexorable que ha conducido desde el aborto terapéutico y la «cura» de la infertilidad por fertilización in vitro, hasta el abismo de la clonación, la fabricación de seres humanos con el fin de destruirlos. El camino ha sido siempre parecido: se admite un acto cuestionable, se lo introduce en la legislación y en el discurso ético, y se lo encuentra al final arraigado en la cultura ambiente. Los delitos se transforman en derechos. Se podrían dar otros ejemplos. Pero más que eso interesa preguntarse por qué acontece esto. Por qué se produce este deslizamiento hacia la muerte que mancha la belleza y el empuje de la sociedad contemporánea. Es esa disposición favorable a la destrucción de lo humano lo que se puede llamar «cultura de la muerte». En medio de tantos signos positivos de progreso no sólo material, se extienden estas formas de «eclipse del valor de la vida» que significan que en el fondo «hay una profunda crisis de la cultura que engendra escepticismo en los fundamentos mismos del saber y de la ética, haciendo cada vez más difícil ver con claridad el sentido del hombre, de sus derechos y deberes». (EV,11). El Papa señala que el problema incorpora ciertamente a los casos individuales, pero que los trasciende «…estamos frente a una realidad más amplia, que se puede considerar como una verdadera y auténtica estructura de pecado, caracterizada por la difusión de una cultura contraria a la solidaridad que en muchos casos se configura como verdadera
«… Una de las características propias de los atentados actuales contra la vida humana consiste en exigir su legitimación como si fueran derechos… y por consiguiente la tendencia a pretender su realización con la asistencia segura y gratuita de médicos y agentes sanitarios» (EV,68).
‘cultura de la muerte’» (EV,12). Es esa realidad la que favorece y aun estimula tanto el pensamiento como las políticas y los actos que buscan frustrar la vida humana. En la raíz de esa cultura advierte el Papa en primer lugar a aquella mentalidad «…que tergiversando e incluso deformando el concepto de subjetividad, sólo reconoce como titular de derechos a quien se presenta con plena o al menos con incipiente autonomía…» (EV,19), postura que contraría la tantas veces exaltada condición del hombre como «ser indisponible» y que hace tabla rasa del concepto mismo de derechos humanos. En el origen de la contradicción entre la solemne afirmación de los derechos del hombre y su negación práctica para tantos indefensos, se halla «…un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo… Y más al fondo todavía, la negación de que la libertad tenga un verdadero vínculo constitutivo con la verdad….» (EV,19). Allí se toca lo profundo de la condición humana. Todos los seres humanos nos comportamos como si el conocimiento fuera un bien. Nos parece espontáneamente que vale la pena cono-
CONOCER LA VERDAD ME COMPROMETE, AUN CUANDO LA VERDAD SEA PEQUEÑA, Y EL COMPROMISO MÍNIMO. SOMOS RESPONSABLES ANTE LA VERDAD QUE CONOCEMOS. PERO ESO QUE RESULTA CLARO FRENTE A VERDADES SENCILLAS E INMEDIATAS SE HA HECHO MUY CONFUSO FRENTE A VERDADES IMPORTANTES. (...)
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(...) ELLAS PARECEN SER RELATIVAS, COMO SI PUDIERAN SER O NO SER, PORQUE POCA GENTE QUIERE COMPROMETERSE CON LA VERDAD, ACEPTARLA Y ACTUAR CONFORME A ELLA. PERO LO MEJOR QUE TENEMOS EN LA VIDA ES LA CAPACIDAD DE ADHERIR A LA VERDAD. EN ESO CONSISTE JUSTAMENTE LA LIBERTAD. (...)
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cer, y eso es porque lo que conocemos es la verdad sobre las cosas. Pero conocer la verdad me compromete, aun cuando la verdad sea pequeña, y el compromiso mínimo. Somos responsables ante la verdad que conocemos. Pero eso que resulta claro frente a verdades sencillas e inmediatas se ha hecho muy confuso frente a verdades importantes. Ellas parecen ser relativas, como si pudieran ser o no ser, porque poca gente quiere comprometerse con la verdad, aceptarla y actuar conforme a ella. Pero lo mejor que tenemos en la vida es la capacidad de adherir a la verdad. En eso consiste justamente la libertad. Si no hay verdad a la que se haya de adherir, entonces llamamos libertad al impulso que nos lleva a satisfacer nuestros deseos. En el hecho, la verdad se ha reemplazado por la utilidad o conveniencia, que se puede pesar y medir y que no tiene referencia a ninguna verdad. En esa forma se altera el sentido mismo de la ciencia y de la tecnología. Esta es un proceso básicamente positivo y atrayente que busca modelar las cosas naturales según el conocimiento que de ellas tiene la mente humana. Pero en la sociedad sin verdad ni libertad, la apertura de la realidad en la tecnología se interpreta como si toda realidad fuera indefinidamente modelable según el querer humano, y como si esa fuera la única manera de abordarla y conocerla. Ese es el materialismo, que pone toda la realidad a la entera disposición del hombre, y de un hombre que ha roto el vínculo que funda su existencia en el proceso de la «muerte de Dios». Esta ha traído como consecuencia necesaria la muerte del hombre, el apagamiento de su verdadero sentido y significado. El hombre cree haberse librado de miedos milenarios, cuando lo que parece a ratos es que estuviera procurando liberarse de la esperanza. David Lodge (How far can you go?), cree expresarlo diciendo «…en algún momento en los años sesenta, el infierno desapareció…». Pero esta afirmación yerra el blanco. Lo que verdaderamente desapareció fue el cielo. Cuando el hombre buscó para sí mismo un significado o sentido distanciado de la verdad, lo que perdió fue la esperanza que podía sostener y hacer plena su vida. En un mundo así, lleno de expectativas pero vacío de esperanza, parece acercarse la previsión de Kirilov, el personaje de Dostoievski (Los Poseídos): «…la libertad será completa cuando sea indiferente vivir o morir…» Ese mundo que está asediado a veces sin que él se dé cuenta por la cultura de la muerte, vive sus glorias y progresos acosado por el miedo. Es tal vez la más notable paradoja. Nunca se han dado multitudes tan colmadas de bienes materiales y culturales. Y sin embargo, como nunca está presente un mie-
do del futuro, de aspecto multiforme. La catástrofe nuclear, el desastre ecológico son formas de horizonte que hasta para los niños tienen realidad. El temor ante el azote de las epidemias, el miedo ante las guerras, la oscura presencia del terrorismo que parece presagiar conflictos interculturales de inesperada crueldad, son cosas que infiltran el espíritu de nuestra sociedad y opacan su alegría de vivir. La humanidad está oprimida por el miedo a esas fuerzas que ella misma ha desencadenado, y que se ciernen sobre su cabeza como un inmenso peñasco cuya caída podría aniquilarla. La «cultura de la muerte» es agresiva. Tal vez lo es por lo mismo que ella tiene miedo. Es posible que al sentirse cuestionada por la propia realidad de la vida humana, ella busque su desquite atacando a ésta sin tregua en sus mejores expresiones, y es precisamente esta ofensiva la que le da a la cuestión ese carácter de urgencia que tan bien ha visto Juan Pablo II. Basta detenerse un momento para mirar aquellos aspectos de lo humano que son más duramente cuestionados hoy día. Entonces se comprenderá la trágica vitalidad de la amenaza. Así, sabemos que desde muy antiguo la humanidad ha reprobado el homicidio, tanto como pecado privado cuanto como pecado público y social. Pero por lo general, él ha aparecido como un accidente dentro de la convivencia humana: accidente muy repetido, pero accidente, objeto, al menos nominalmente, del rechazo social. Pero ahora enfrentamos una situación diferente. Desde muchas direcciones brota la demanda por hacer legalmente aceptables, incluso protegidas, las formas más variadas de homicidio. El aborto, la experimentación embrionaria, el suicidio asistido, la eutanasia, la eugenesia «negativa» demandan sus derechos, y los países siguen el tortuoso camino de alterar la Ley, más aún de vaciarla de su sentido, para hacer que la legislación termine amparando el homicidio. Lo ha dicho el Papa: «…una de las características propias de los atentados actuales contra la vida humana consiste en exigir su legitimación como si fueran derechos… y por consiguiente la tendencia a pretender su realización con la asistencia segura y gratuita de médicos y agentes sanitarios» (EV,68). Por el camino de que el juego democrático de las mayorías llegue a violar derechos fundamentales y a exigir de determinados profesionales que los violen, se llegará a que «…a pesar de sus reglas, la democracia (vaya) por el camino de un totalitarismo fundamental» (EV,69). Pero en otro plano, la cultura de la muerte efectúa una distorsión del sentido de la Medicina. Este se halla históricamente
(...) SI NO HAY VERDAD A LA QUE SE HAYA DE ADHERIR, ENTONCES LLAMAMOS LIBERTAD AL IMPULSO QUE NOS LLEVA A SATISFACER NUESTROS DESEOS. EN EL HECHO, LA VERDAD SE HA REEMPLAZADO POR LA UTILIDAD O CONVENIENCIA, QUE SE PUEDE PESAR Y MEDIR Y QUE NO TIENE REFERENCIA A NINGUNA VERDAD. EN ESA FORMA SE ALTERA EL SENTIDO MISMO DE LA CIENCIA Y DE LA TECNOLOGÍA.
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ESE MUNDO QUE ESTÁ ASEDIADO A VECES SIN QUE ÉL SE DÉ CUENTA POR LA CULTURA DE LA MUERTE, VIVE SUS GLORIAS Y PROGRESOS ACOSADO POR EL MIEDO. ES TAL VEZ LA MÁS NOTABLE PARADOJA. NUNCA SE HAN DADO MULTITUDES TAN COLMADAS DE BIENES MATERIALES Y CULTURALES. Y SIN EMBARGO, COMO NUNCA ESTÁ PRESENTE UN MIEDO DEL FUTURO, DE ASPECTO MULTIFORME.
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vinculado antes con la benevolencia que con la eficacia. El sentido del juramento hipocrático es precisamente que el médico se debe a su paciente, es decir, a un hombre disminuido y enfermo. Para los griegos, la medicina estaba orientada hacia el «bien», no hacia el «placer», y eso fue siempre mirado como una contribución de la Medicina a una sabiduría sobre el hombre. La exigencia de justificar médicamente prácticas que son malévolas, incluso mortíferas, significa la renuncia o negación del sentido propio de la Medicina. Pero junto a la distorsión de la Medicina, aparece una más profunda, que afecta el núcleo mismo de la sociedad y que es la distorsión de la maternidad. Se recuerdan las palabras de Teresa de Calcuta, con las cuales ella hacía una durísima crítica de nuestra civilización a propósito del aborto, señalando cuán monstruoso era que las madres llegaran a aborrecer al hijo que llevaban en las entrañas hasta el punto de pedir la muerte para él. El mundo entero es testigo de la paradójica devaluación que sufre el cuerpo humano, bajo el mentido pretexto de exaltarlo. La reducción de la corporeidad a mecanismos físico-químicos, hace que el cuerpo, «la máquina del cuerpo», se haga exterior al hombre mismo y aparezca como instrumento de una libertad que se define a sí misma como creadora de valores, y quede reducido a las leyes de un determinismo ciego. Así se ha visto luego de que la enorme difusión de las prácticas contraconceptivas, vino a disociar el sexo de su sentido natural en la procreación. Como el hombre no puede admitir actos sin sentido, hubo que asignarle alguno al sexo, y para eso no quedaba otro candidato que el placer, libre de todo límite y restricción, con tal de que no infiriera sufrimiento físico a otros. Es lo que dice David Lodge: «…si compartir el placer sexual es una cosa buena en sí misma, sin consideración por la función procreativa, es difícil ver ninguna objeción, como no sea higiénica y estética, a la sodomía entre adultos, porque ¿a quién se daña si es que ambos consienten? Lo mismo se aplica a la masturbación, ya sea solitaria o en compañía. Desde el momento en que se aceptan orgasmos no procreativos, ¿qué importa cómo se los alcanza?» (How far can you go?). Es obvio que ese tipo de simplificación que borra todo el aspecto unitivo de la vida sexual había de ser el acompañante obligado de la acción social que la privaba de toda responsabilidad. Y da la impresión de que la revolución sexual se comporta como una de las oleadas más destructoras para la vida en la sociedad humana. Y ello porque el cuerpo y por
ende sus principales funciones manifiestan la unicidad e intimidad del ser personal, y porque su condición sexuada es la expresión eminente del llamado a la complementación, a la comunión y a la fecundidad. Análoga fuerza destructora se ha ejercido contra la familia, cuna de las personas, lugar privilegiado del amor; contra el trabajo donde el hombre revela su condición de imagen del Dios Creador y ha sido presentado ya como servidumbre, ya como mercancía. Estas acciones e instituciones han sido despiadadamente atacadas y minusvaloradas. Quiero mencionar un último objetivo de esta ofensiva, la conciencia moral. En una sociedad materialista y utilitaria ella es mirada como una pesada carga de obligaciones y limitaciones. Allí donde la verdad no tiene sitio, no lo tiene tampoco verdaderamente el bien. Pero esta «carga» es uno de los dones más grandes que Dios le ha hecho al hombre. En el espacio de la conciencia moral, el hombre se enfrenta en diálogo consigo mismo, y en verdad en diálogo con el mismo Dios que es autor de la ley, primer modelo y fin último del hombre. Este bien ha sido recordado en su sumo valor por el Papa en la Encíclica Veritaris splendor. «La conciencia –dice San Buenaventura– es como un heraldo de Dios, como su mensajero, en realidad testimonio de Dios mismo. La conciencia es el lugar, el espacio santo en el que Dios le habla al hombre. La existencia de este espacio donde es Dios quien habla, da la medida de la belleza y la grandeza de la existencia humana» (VS). Es enorme el empobrecimiento de ella que significa el reducir la conciencia a una facultad que establece una ley puramente humana, acomodada más bien al querer del hombre que a la verdad de las cosas. De esta manera, dentro de todo el esplendor y variedad de la vida social, se insinúan estas líneas de la cultura de la muerte que se apoyan en armas filosóficas, culturales, políticas, mediáticas y técnicas, y cuyo común objetivo es un empobrecimiento de la vida humana, hasta que quede despojada de toda su auténtica belleza, hasta que el hombre no sea sino uno más entre los entes, hasta que se consume esa homogeneización de la realidad que es como la muerte de lo humano. Pero el lenguaje del Papa es muy distinto. Pese a todas las apariencias, «…la vida es siempre un bien…» (EV,34). Ella es una realidad sagrada, que constituye un fundamento cierto, sólido para la valoración de las cosas humanas. Pero es siempre un bien precisamente porque ella no es la realidad última; sino realidad penúltima. Ella es la expresión de nuestra con-
AHORA ENFRENTAMOS UNA SITUACIÓN DIFERENTE. DESDE MUCHAS DIRECCIONES BROTA LA DEMANDA POR HACER LEGALMENTE ACEPTABLES, INCLUSO PROTEGIDAS, LAS FORMAS MÁS VARIADAS DE HOMICIDIO. EL ABORTO, LA EXPERIMENTACIÓN EMBRIONARIA, EL SUICIDIO ASISTIDO, LA EUTANASIA, LA EUGENESIA «NEGATIVA» DEMANDAN SUS DERECHOS, Y LOS PAÍSES SIGUEN EL TORTUOSO CAMINO DE ALTERAR LA LEY, MÁS AÚN DE VACIARLA DE SU SENTIDO, PARA HACER QUE LA LEGISLACIÓN TERMINE AMPARANDO EL HOMICIDIO.
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QUIERO MENCIONAR UN ÚLTIMO OBJETIVO DE ESTA OFENSIVA, LA CONCIENCIA MORAL. EN UNA SOCIEDAD MATERIALISTA Y UTILITARIA ELLA ES MIRADA COMO UNA PESADA CARGA DE OBLIGACIONES Y LIMITACIONES. ALLÍ DONDE LA VERDAD NO TIENE SITIO, NO LO TIENE TAMPOCO VERDADERAMENTE EL BIEN. PERO ESTA «CARGA» ES UNO DE LOS DONES MÁS GRANDES QUE DIOS LE HA HECHO AL HOMBRE.
CITAS: EV, Evangelium vitae. SD, Salvifici doloris. VS, Veritatis splendor. Jn., Evangelio de San Juan. David Lodge. How far can you go?. Seeken and Warburg, London, 1980. Dostoievski, Les Possédés. Bibliothèque de la Pleïade.
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dición de criaturas que tienen hasta su propio ser del don gratuito de Dios, de tal modo que ese carácter de «bien» que tiene siempre la vida es un reflejo de la infinita bondad de Dios. El magisterio de Juan Pablo II está penetrado por la convicción de que esta necesaria defensa de la vida tiene una dimensión social y política. Ella está a cargo de un pueblo enviado al mundo como pueblo para la vida. Es un pueblo que tiene que anunciar el núcleo del Evangelio de la vida, dar «el anuncio de un Dios vivo y cercano que nos llama a una profunda comunión con Él y nos abre la esperanza segura de la vida eterna…» (EV,81); y junto a ese núcleo se trata de señalar « ...todas las consecuencias de este mismo Evangelio que se pueden resumir así: la vida humana, don precioso de Dios, es sagrada e inviolable… no sólo no debe ser suprimida sino que debe ser protegida con todo cuidado amoroso; la vida encuentra su sentido en el amor recibido y dado, en cuyo horizonte hallan su plena verdad, la sexualidad y la procreación humana; en este amor incluso el sufrimiento y la muerte tienen un sentido, y aun permaneciendo el misterio que los envuelve, pueden llegar a ser acontecimientos de salvación; el respeto de la vida exige que la ciencia y la técnica estén siempre ordenadas al hombre y a su desarrollo integral; toda la sociedad debe respetar, defender y promover la dignidad de cada persona humana, en todo momento y condición de vida…» (EV,81). «El Evangelio de la vida es para la ciudad de los hombres» (EV,10). Esta no puede subsistir si se rompe el lazo de recíproca confianza que liga a los hombres entre sí, que une a la madre con su hijo, al paciente con su médico, al débil con el fuerte. El Papa se sabe llamado a proclamar la necesidad y vitalidad de ese lazo, y a recordar de modo insistente que él es el designio de Dios sobre los hombres, el mensaje de Jesucristo, y que mientras más difícil parezca su defensa en un mundo que a ratos quisiera desplazar a Dios de su seno, más necesario y aun urgente es repetirlo. No estamos creados para prevalecer sobre otros, antes bien «…el Dios de la Alianza ha confiado la vida de cada hombre a otro hombre hermano suyo, según la ley de la reciprocidad del dar y el recibir, de la entrega de sí mismo y de la acogida del otro…» (EV,76). El magisterio de la vida de Juan Pablo II es como una marca providencial. En este tiempo, brillante de realizaciones, pero marcado por la desconfianza, el miedo y un profundo desdén hacia lo humano, el Papa proclama su esperanza y da razón de ella: es el propio Hijo de Dios el que lo ha dicho: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn. 10,10).
Matrimonio y Familia, clave de un Pontificado POR PEDRO MORANDÉ COURT
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ntre las múltiples facetas del magisterio pontificio de S.S. Juan Pablo II, sus enseñanzas acerca del matrimonio y la familia tienen, sin duda, uno de los lugares más destacados. Siguiendo la antropología teológica del Vaticano II, especialmente la desarrollada por la constitución Gaudium et spes, el Papa ha vinculado muy íntimamente el destino de la familia y el destino de la humanidad, puesto que la familia, como expresó en Chile, «es el lugar más sensible donde todos podemos poner el termómetro que nos indique cuáles son los valores y contravalores que animan o corroen la sociedad de un determinado país» (Rodelillo n.7). Por ello, sus enseñanzas sobre la familia no sólo están destinadas a ella misma, sino que la verdad que en ella se hace visible, o por el contrario, se oscurece y oculta, se proyecta, desde ella, a una justa o injusta comprensión de la dignidad de cada persona humana, de la vida social en su conjunto, y hasta de la misma vocación y misión salvífica de la Iglesia en medio de los pueblos. ¿Cuál es el secreto que se oculta y expresa simultáneamente al interior de la familia y que da a ésta un valor paradigmático? Se lo puede formular de manera simple, señalando que en ella cristaliza y toma rostro, «naturalmente», es decir, en forma espontánea y directamente experimentable, el valor de la vida y del amor. Aunque la cultura dominante actualmente se esfuerce por separar ambas dimensiones, proclamando que es posible un amor cerrado a la transmisión de la vida o que es igualmente posible una vida cerrada a la experiencia del amor, la familia enseña, en cambio, que la verdad contenida en uno y otro valor se vuelve consistente cuando ambos se comprenden en forma conjunta y con capacidad de ser verificados existencialmente a partir del vínculo familiar. Por ello, la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio (FC) define la más profunda identidad de la familia como «íntima comunidad de vida y de amor» con «la misión de custodiar, revelar y comunicar el amor, como reflejo del amor de Dios y del amor de Cristo por la Iglesia, su esposa» (FC 17). Son innumerables los textos pontificios que recuerdan una y otra vez esta verdad, especialmente si tenemos en cuenta que el Papa HUMANITAS Nº 31 pp. 463 - 471
LO QUE ESTÁ EN JUEGO EN EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA ES, ASÍ, LA NATURALEZA DE LA LIBERTAD HUMANA Y SU DISPOSICIÓN A DEJARSE EDUCAR, POR LA RAZÓN Y LA FE, EN LA VERDAD DE LA VOCACIÓN A LA QUE EL HOMBRE HA SIDO LLAMADO DESDE EL PRINCIPIO. PARA LA CULTURA ACTUAL, LA LIBERTAD ES LA «AUSENCIA DE COACCIÓN EXTERIOR», ES DECIR, EN LENGUAJE SENCILLO, NO DEJARSE AMARRAR POR NADA, TOMAR DECISIONES QUE NO TENGAN CONSECUENCIAS NO DESEADAS O IMPREVISTAS. (...)
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suele dedicar en sus numerosos viajes apostólicos al menos una homilía destinada a las familias. Por ello, sería imposible revisar todos los textos de su magisterio en estos 25 años de pontificado. ¡Pero qué mejor que recordar su enseñanza en nuestra propia tierra que, en cierto sentido, la asumimos como más nuestra y se nos ha quedado grabada en los ojos, los oídos y el corazón! Haciendo referencia al Salmo 126 que se había cantado durante la celebración eucarística, «si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles», el Papa les dijo a los matrimonios en Rodelillo: «Éste es precisamente vuestro objetivo: construir la casa como hogar de una comunidad humana que es la base y la célula de toda la sociedad». Y agregó: «Pero se trata de una casa y de un hogar verdadero, donde mora el amor recíproco de los esposos y de los hijos. De esta manera vuestra casa será también «la morada de Dios entre los hombres (Ap 21,3), la Iglesia doméstica» (LG, 11). Si el acontecimiento que anuncia la Iglesia es, como resume San Juan, que «el Verbo se hizo carne y puso su morada entre nosotros», entonces ya no existe ninguna morada digna del hombre que no sea simultáneamente una morada digna de Dios. Si la familia está llamada a ser «íntima comunidad de vida y de amor», ello no puede entenderse sólo desde el horizonte del amor humano, sino también, y simultáneamente, del amor divino. En efecto, todos conocemos por experiencia propia las grandezas y miserias de la vida humana, de la diaria convivencia. Sabemos también de las dificultades por las que atraviesan muchas familias, donde el vínculo matrimonial se ha deteriorado o está roto. Pero es totalmente distinto el juicio que podemos hacer sobre el valor y dignidad de la existencia, en su concreto y cotidiano transcurrir, si sabemos que el ser humano está abandonado a su propia suerte, a su propia inteligencia y voluntad o si, por el contrario, sabemos que Dios mismo tomó la condición humana como propia, elevándola así a una dignidad inigualable. Precisamente porque somos conscientes de la fragilidad de nuestra libertad y de nuestros propósitos, es que no podemos construir una morada adecuada para el desarrollo de la vocación humana sin invitar al Espíritu de Cristo a ser el cimiento de ella. Sólo la sobreabundancia de su gracia es capaz de suscitar el verdadero amor, aquel que es más fuerte que el pecado y que la muerte, que sana las heridas que recíprocamente nos provocamos, que nos acepta y valora por lo que somos y que forma personalidades libres para una convivencia en paz y amistad. La casa no es sólo el lugar del acogimiento y de la protección ante la fragilidad, sino también «el lugar de la memoria». En un plano puramente humano no nos es difícil reconocer esta dimen-
(...) POR ELLO, APARECE LA FIDELIDAD MATRIMONIAL Y SU COMPROMISO DE INDISOLUBILIDAD COMO UNA AMARRA INSOPORTABLE, MÁS TODAVÍA CUANDO ESTA DECISIÓN SE TOMA A TEMPRANA EDAD, CUANDO EL CUERPO Y EL ESPÍRITU SON TODAVÍA JÓVENES Y TODOS PIENSAN QUE TIENEN POR DELANTE UN CAMINO LLENO DE PROMESAS Y SATISFACCIONES. SE ACEPTA QUE LA INDISOLUBILIDAD ES UN IDEAL AL QUE LA MAYORÍA ASPIRA, PERO SU REALIZACIÓN DEPENDERÍA DE LOS RESULTADOS Y DE LAS CIRCUNSTANCIAS SOBREVINIENTES, LAS CUALES SON IMPREDECIBLES Y NO PODRÍAN FORMAR PARTE, POR LO MISMO, DEL COMPROMISO ORIGINAL. (...)
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(...) UN RAZONAMIENTO ANÁLOGO ATRAVIESA EL MODO ACTUAL DE ENTENDER LA PATERNIDAD, LA MATERNIDAD Y LA FILIACIÓN. SE ACEPTA COMO INEVITABLE QUE LOS NIÑOS GENEREN LAZOS DE DEPENDENCIA CON LOS PADRES CUANDO SON PEQUEÑOS, PERO YA A PARTIR DE LA TEMPRANA ADOLESCENCIA, SE LOS ABANDONA A SU SUERTE Y SE MIRA CON INDIFERENCIA SU DESTINO. EXISTEN MUCHOS «HIJOS HUÉRFANOS DE PADRES VIVOS», DICE EL PAPA EN SU CARTA A LAS FAMILIAS. SON CONSIDERADOS COMO UNA SUERTE DE HIPOTECA A LA LIBERTAD DE SUS PADRES, LA CUAL DEBE SER LEVANTADA LO ANTES QUE SE PUEDA, EN NOMBRE DE LA PROPIA LIBERTAD DE LOS HIJOS.
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sión, pues sabemos que cada uno de los rincones que habitamos está poblado de los recuerdos de aquellas experiencias más importantes que nos han constituido. Quienes por el bautismo, vivimos además de la memoria de la pascua de Cristo no podríamos edificar una morada sin la conciencia siempre viva de esta presencia salvadora. La memoria de Cristo toca dos aspectos muy esenciales de la vida familiar: es, por una parte, una memoria de su fidelidad esponsalicia, nueva y eterna alianza de Dios con los hombres, que se mantiene incólume a pesar de nuestra infidelidad, y es, por otra, memoria de nuestra filiación divina, que corresponde a la plenitud de la conciencia del Hijo, que sabe que su vida ha sido recibida de Otro, pero sabe también que ese Otro tiene rostro personal y puede ser llamado familiarmente «Padre». La familia puede llegar a ser «morada de Dios con los hombres», como afirmó el Papa en Rodelillo, porque puede comprender en su propia existencia la profunda verdad contenida y revelada en el amor fiel de los esposos entre sí y de éstos con sus hijos, si este amor se mira con los ojos con que el mismo Cristo miró a Dios, su Padre, y a todos los discípulos, a quienes amó hasta el extremo, entregándoles su vida. En este contexto, no hay otra medida
para entender la dignidad de la casa que habitamos que la medida de la dignidad del templo, construido no de piedras muertas o de materiales inertes, sino de personas libres, abiertas a la aceptación del don de Dios en sus vidas. Esta misma imagen del templo familiar vuelve a ser usada por el Santo Padre en su Encíclica Centesimus annus, donde llama a la familia el «santuario de la vida». Y agrega: «En efecto, es sagrada: es el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida» (n.39). La razón que da este texto para que la vida humana deba ser considerada sagrada es que ella es un don de Dios y debe ser entonces acogida y protegida para que se desarrolle conforme a este carácter de don. Amor y vida son así dos términos que encuentran en el ser humano la plenitud de su realización en medio de todo lo creado. La condición para ello, sin embargo, es que el ser humano desarrolle su conciencia de ser persona, es decir, de ser un centro de inteligencia y de libertad que sólo puede ser un fin en sí mismo, indisponible para ser utilizado o instrumentalizado por otros como medio, y que tiene la opción de abrirse a la verdad de la vocación humana o, por el contrario, cerrarse a ella. Lo que está en juego en el matrimonio y la familia es, así, la naturaleza de la libertad humana y su disposición a dejarse educar, por la razón y la fe, en la verdad de la vocación a la que el hombre ha sido llamado desde el principio. Para la cultura actual, la libertad es la «ausencia de coacción exterior», es decir, en lenguaje sencillo, no dejarse amarrar por nada, tomar decisiones que no tengan consecuencias no deseadas o imprevistas. Por ello, aparece la fidelidad matrimonial y su compromiso de indisolubilidad como una amarra insoportable, más todavía cuando esta decisión se toma a temprana edad, cuando el cuerpo y el espíritu son todavía jóvenes y todos piensan que tienen por delante un camino lleno de promesas y satisfacciones. Se acepta que la indisolubilidad es un ideal al que la mayoría aspira, pero su realización dependería de los resultados y de las circunstancias sobrevinientes, las cuales son impredecibles y no podrían formar parte, por lo mismo, del compromiso original. Un razonamiento análogo atraviesa el modo actual de entender la paternidad, la maternidad y la filiación. Se acepta como inevitable que los niños generen lazos de dependencia con los padres cuando son pequeños, pero ya a partir de la temprana adolescencia, se los abandona a su suerte y se mira con indiferencia su destino. Existen mu-
A NADIE SE LE PUEDE OCULTAR QUE ESTA VISIÓN DE LA LIBERTAD ESTÁ LIGADA A LA VIOLENCIA ANTES QUE AL AMOR. LA SOLA PRESENCIA DE LAS PERSONAS ES CONSIDERADA COMO COACTIVA SI EL VÍNCULO QUE SE DEBA ESTABLECER CON ELLA SOBREPASA EL ACUERDO FUNCIONAL PREVIAMENTE DELIMITADO EN SUS PLAZOS Y OBJETIVOS. Y POR ESO SE BUSCA EVITAR CUALQUIER TIPO DE COMPROMISO QUE SEA IRREVOCABLE O QUE IMPLIQUE ASUMIR UNA RESPONSABILIDAD GLOBAL SOBRE OTRA PERSONA.
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SI LA VIDA HUMANA NO TIENE VALOR EN SÍ MISMA, ENTONCES, TODA PERSONA ES UNA MOLESTIA, UN AGRESOR, DE QUIEN HAY QUE DEFENDERSE O, EN EL MEJOR DE LOS CASOS, MIRAR CON INDIFERENCIA. SI LA VIDA HUMANA, POR EL CONTRARIO, TIENE VALOR EN SÍ MISMA, ENTONCES TODA PERSONA ES UNA COMPAÑÍA HACIA NUESTRO DESTINO, ALGUIEN QUE MERECE SER ACEPTADA Y AMADA POR SÍ MISMA, ALGUIEN QUE ESPERA QUE NUESTRA LIBERTAD POTENCIE LA SUYA PARA RECONOCER EL BIEN Y ALCANZAR LA PLENITUD DE SU EXISTENCIA.
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chos «hijos huérfanos de padres vivos», dice el Papa en su Carta a las Familias. Son considerados como una suerte de hipoteca a la libertad de sus padres, la cual debe ser levantada lo antes que se pueda, en nombre de la propia libertad de los hijos. A nadie se le puede ocultar que esta visión de la libertad está ligada a la violencia antes que al amor. La sola presencia de las personas es considerada como coactiva si el vínculo que se deba establecer con ella sobrepasa el acuerdo funcional previamente delimitado en sus plazos y objetivos. Y por eso se busca evitar cualquier tipo de compromiso que sea irrevocable o que implique asumir una responsabilidad global sobre otra persona. Difícilmente, sin embargo, resulta compatible esta actitud con la proclamación de la dignidad humana que se busca poner, por otra parte, como fundamento del Estado de Derecho. La tendencia que se puede observar es la transformación de esta proclama en mero discurso retórico, que siendo en cierta medida eficaz en el plano político, donde se regula la toma de decisiones a través de los procedimientos establecidos, resulta altamente ineficaz en el ámbito de las relaciones personales, como se muestra en el fuerte incremento de la violencia intrafamiliar, de la violencia escolar, en el aumento de la adicción juvenil al alcohol y la droga, en la pérdida de la autoridad paterna, en el incremento de la infidelidad conyugal y de la promiscuidad sexual y, aún más trágicamente, en el aumento de la práctica del aborto, todo ello en nombre de la libertad. ¡Cómo no recordar, en este contexto, el juicio de Evangelium vitae sobre el aborto! «La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura». (n.58). Este juicio, sin embargo, se puede aplicar analógicamente también a toda persona, a los niños, jóvenes, adultos y adultos mayores. La persona no es, constitutivamente, un agresor in-
«La familia puede llegar a ser ‘morada de Dios con los hombres’, como afirmó el Papa en Rodelillo, porque puede comprender en su propia existencia la profunda verdad contenida y revelada en el amor fiel de los esposos entre sí y de éstos con sus hijos, si este amor se mira con los ojos con que el mismo Cristo miró a Dios, su Padre, y a todos los discípulos, a quienes amó hasta el extremo, entregándoles su vida».
justo del cual hay que defenderse. Evidentemente puede cometer o realizar actos injustos. Ello forma parte de la libertad humana. Pero eso no quiere decir que la libertad de otros deba ser percibida sólo como una amenaza real o potencial a la libertad propia. En el fondo, este concepto de libertad esconde una visión profundamente negativa de la existencia humana misma, totalmente alejada de la posibilidad de considerar la vida como un don, menos todavía como un don de Dios. Parece más bien como una maldición, frente a la cual toda persona existente debe pedir excusas. Esta cruda visión sobre el modo actual de entender la libertad nos permite comprender en toda su dramaticidad la afirmación del Papa: «Contra la llamada cultura de la muerte, la familia constituye la sede de la cultura de la vida» (CA n.39). La cultura de la muerte se fundamenta, precisamente, en la percepción de que todo ser humano por el solo hecho de existir es un agresor injusto y mejor sería para todos que no existiera. La cultura de la vida, de la cual debe dar testimonio la familia, por el contrario, se funda en la percepción de que toda vida humana es un don de Dios, que tiene la capacidad de buscar y conocer a Dios, de elegir libremente el bien y de comprender que el amor es la plenitud de la ley. Gaudium et spes lo
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LA FAMILIA ES EL AMBIENTE FUNDAMENTAL DEL HOMBRE, PUESTO QUE ELLA APARECE UNIDA AL MISMO CREADOR EN EL SERVICIO DE LA VIDA Y DEL AMOR. ASÍ PODEMOS COMPRENDER QUE «EL FUTURO DE LA HUMANIDAD SE FRAGUA EN LA FAMILIA (FC 86)» (N.2). ESTAS PALABRAS RESUMEN ADECUADAMENTE EL DILEMA DE LA SOCIEDAD DE HOY Y LA TAREA EVANGELIZADORA DE LAS FAMILIAS.
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expresa con elocuencia en un párrafo muy hermoso: «Dios, que mira por todos con paterno cuidado, ha querido que toda la humanidad formara una sola familia y los hombres se trataran unos a otros con ánimo de hermanos. En efecto, creados a imagen de Dios..., tienen todos una e idéntica finalidad, que es Dios mismo». Y agrega: «Cuando Cristo nuestro Señor ruega al Padre «que todos sean una misma cosa... como nosotros lo somos» (Jn 17, 21-22), desplegando una perspectiva inaccesible a la razón humana, insinúa una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos de Dios en la verdad y la caridad. Esta semejanza pone de manifiesto cómo el hombre, que es en la tierra la única creatura que Dios ha querido por sí misma, no puede encontrarse plenamente a sí mismo sino por el sincero don de sí mismo» (n. 24). El sentido profundo de esta afirmación se verifica existencial y cotidianamente en la familia, a condición, claro está, que quiera aceptar el don de la vida y la verdad que ella contiene, es decir, el destino a que ha sido convocada. Todos saben que nadie escogió nacer, ni dónde nacer, ni qué padres tener, como tampoco los padres escogieron a sus hijos. La vida humana es un proyecto de Otro. Es recibida, no inventada. Este es el dato más elemental y objetivo que toda conciencia es capaz de reconocer, aún cuando no sea creyente. Alguien nos puso en la existencia: nuestros progenitores, y éstos a los suyos en una larga pero específica cadena que nos remonta al origen de todo origen. La pregunta que surge enseguida es entonces la siguiente: ¿Se trata de una cadena de equivocaciones, de actos fallidos o malintencionados, destinados a agredirnos mutuamente y a coartar nuestro espacio de libertad? ¿Es razonable una hipótesis tan conspirativa, cuya única conclusión es no querer aceptar la presencia propia y la ajena como un bien, como un acontecimiento que tiene valor en sí mismo? ¿No es acaso más razonable pensar que esta secuencia de la vida, de la que dependemos como de un delgado hilo, se ha producido porque quienes nos antecedieron en la existencia, la aceptaron con sabiduría y apreciaron la vida como el don más grande que podían entregar a otros? Es en la respuesta a esta pregunta donde se juega, de la manera más radical, el sentido de la libertad humana. Si la vida humana no tiene valor en sí misma, entonces toda persona es una molestia, un agresor, de quien hay que defenderse o, en el mejor de los casos, mirar con indiferencia. Si la vida humana, por el contrario, tiene valor en sí misma, entonces toda persona es una compañía hacia nuestro destino, alguien que merece ser
aceptada y amada por sí misma, alguien que espera que nuestra libertad potencie la suya para reconocer el bien y alcanzar la plenitud de su existencia. Esto es lo que se pone inmediatamente en juego en la relación de los esposos entre sí y de éstos con sus hijos. Si como nos enseña el Concilio, Dios ama a cada persona humana por sí misma, entonces el motivo de nuestro amor a ellas no puede ser otro que amar su destino, el modo como Dios les ama y la libertad que les ha sido donada para aceptar por sí mismas el don de la vida que tienen en este mundo y la promesa de la vida eterna en Cristo resucitado. Si nuestro cónyuge ha sido llamado a la existencia para descubrir el amor a Dios y a los hermanos como plenitud de la vida, no podríamos amarle sin perspectiva de eternidad, sin comprender que su libertad se realiza sólo cuando acepta incondicionalmente el don de Dios. Si nuestros hijos han sido llamados a la existencia con el mismo propósito, tampoco podríamos amarlos sin comprender su vocación eterna, el modo como Dios los ha amado y busca de ellos la libre aceptación de su amor. Quisiera concluir esta breve meditación, volviendo a las palabras del Santo Padre en Rodelillo. Dijo entonces: «Todos los pueblos y naciones de la tierra son deudores de la institución familiar. A la familia debe la sociedad su propia existencia. La familia es el ambiente fundamental del hombre, puesto que ella aparece unida al mismo Creador en el servicio de la vida y del amor. Así podemos comprender que «el futuro de la humanidad se fragua en la familia (FC 86)» (n.2). Estas palabras resumen adecuadamente el dilema de la sociedad de hoy y la tarea evangelizadora de las familias. La afirmación de la Iglesia es que el matrimonio y la familia constituyen la experiencia más básica y fundamental de la sociabilidad humana, aquella que no se deja juzgar por su utilidad o por un cálculo de costos y beneficios, sino sólo por el valor de la persona humana, por la dignidad de su existencia, por la libertad que busca la verdad y el bien sin otro propósito que la realización de la vocación humana en cada persona, cualquiera sea su capacidad, su salud, su productividad, o su condición. Si la familia se destruye, será inevitablemente la sociedad y su compleja trama de intereses de poder la que juzgará a las personas y les determinará los límites de su libertad y vocación. Si florece la familia, en cambio, será la persona la que juzgue las instituciones sociales desde la experiencia más profunda de libertad que pueda concebirse, que es aquella de la aceptación incondicional del valor de la vida y del amor que corresponden no sólo a un don de Dios, sino a la donación de Dios mismo.
SI LA FAMILIA SE DESTRUYE, SERÁ INEVITABLEMENTE LA SOCIEDAD Y SU COMPLEJA TRAMA DE INTERESES DE PODER LA QUE JUZGARÁ A LAS PERSONAS Y LES DETERMINARÁ LOS LÍMITES DE SU LIBERTAD Y VOCACIÓN. SI FLORECE LA FAMILIA, EN CAMBIO, SERÁ LA PERSONA LA QUE JUZGUE LAS INSTITUCIONES SOCIALES DESDE LA EXPERIENCIA MÁS PROFUNDA DE LIBERTAD QUE PUEDA CONCEBIRSE.
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Juan Pablo II y el patrimonio cultural de la Iglesia POR GABRIEL GUARDA O.S.B.
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entro de una línea que en los siglos pasados fue una constante en el ejercicio del pontificado, Juan Pablo II ha dado un entusiasta paso en la recuperación de esta tradición, al extremo de constituirse en un digno continuador de los grandes papas de la antigüedad medieval o renacentista, o de aquellos que, como Benedicto XIV, en los tiempos de la Ilustración, llevaron a su más alto nivel las expresiones de la cultura de su tiempo. En el caso del actual pontífice la atención dedicada a la cultura no sólo está marcada por el más alto rigor en el tratamiento del tema, sino por su enfoque desde el punto de vista pastoral y de la nueva evangelización. Ya en la Constitución Apostólica Pastor Bonus, promulgada en junio de 1988, al definir el papel de la Pontificia Comisión para la Conservación del Patrimonio Artístico e Histórico de la Iglesia, señala que están a su cuidado «todas las obras de cualquier arte del pasado, que es necesario custodiar y conservar con la máxima diligencia»; respecto a aquellas que no tengan uso, manda allí que se guarden «para su exposición en los museos de la Iglesia o en otros lugares», agregando: «tienen especial importancia todos los documentos o instrumentos que se refieren y atestiguan la vida y la acción pastoral»; el artículo 102 repite que «se establezcan museos, archivos y bibliotecas [...], de forma que [estén] a disposición de todos», correspondiendo a la comisión «trabajar para que el Pueblo de Dios sea cada vez más consciente de la importancia y necesidad de conservar el patrimonio histórico y artístico de la Iglesia»; un ulterior Documento del Secretariado de la misma comisión, publicado en octubre de 1992, ordenó la creación de Comisiones Nacionales para el resguardo de dicho patrimonio en todas las conferencias episcopales del mundo, lo que se ha verificado con diligencia, procediéndose a catalogar y poner en valor tales bienes en todas las naciones cristianas. Los principales documentos que Juan Pablo II ha producido a través de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia hasta el momento son los siguientes: 1. Carta circular a los Ordinarios diocesanos sobre la formación de los candidatos a sacerdocio sobre los Bienes Culturales, 15 de octubre de 1992. 2. Carta circular a los Rectores de las Universidades Católicas para el envío de la «Relación sobre las respuestas de las Universidades Católicas respecto a las actividades promovidas con relación a los bienes culturales de la Iglesia», 31 de enero de 1992. 3. Carta circular Los Bienes Culturales de los Institutos Religiosos, 10 de abril de 1994. 4. Carta circular La función pastoral de los archivos eclesiásticos, 2 de febrero de 1997. 5. Carta circular Necesidad y urgencia del inventario y catalogación de los bienes culturales de la Iglesia, 8 de diciembre de 1999. 6. Carta circular La función pastoral de los Museos Eclesiásticos, 15 de agosto de 2001. HUMANITAS Nº 31 pp. 472 - 474
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Los contenidos de esta amplia documentación constituyen un modelo respecto al tratamiento del tema y han sido recibidos por las instituciones especializadas como las más acabadas y luminosas orientaciones existentes actualmente sobre el asunto. «Los bienes culturales –se expresa en la Carta de 2001– en cuanto expresión de la memoria histórica, permiten redescubrir el camino de la fe a través de las obras de las diversas generaciones; por su valor artístico manifiestan la capacidad creativa de los artistas, los artesanos y los oficios locales que han sabido imprimir en las cosas sensibles el propio sentido religioso y la devoción de la comunidad cristiana». «Por su contenido cultural –agrega– transmiten a la sociedad actual la historia individual y comunitaria de la sabiduría humana y cristiana [...]; por su significado litúrgico, están destinados especialmente al culto divino». El Santo Padre estimula la creación de museos eclesiásticos que asuman «el papel de centros de animación cultural»; la conservación de los archivos y repositorios documentales de catedrales, parroquias y órdenes religiosas, para su fácil consulta por parte de historiadores y agentes pastorales; legisla sobre la puesta en valor de las bibliotecas eclesiásticas, fuentes privilegiadas para el conocimiento del pensamiento y el quehacer de la Iglesia a través de los tiempos, hasta la actualidad. Pero los documentos expedidos a través de la citada Comisión, repetimos, relevantes en su género, distan de ser los únicos que plasman el pensamiento del Papa; en discursos, alocuciones y audiencias públicas, en sus viajes, en numerosas ocasiones, ha subrayado el valor de esta gran vía para el acceso al conocimiento de Dios, suprema belleza, inspirador de todo bien. Merecen especial mención los discursos pronunciados el 27 de abril de 1981 a los participantes del Congreso Nacional Italiano de Arte Sacro: El artista es mediador entre el Evangelio y la vida; el pronunciado en octubre de 1995, sobre el mismo tema; o su Mensaje a los participantes de la II Asamblea Plenaria de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia, de septiembre de 1997. Las sugerencias y directivas impartidas en estas ocasiones han tenido un profundo eco, han sido acogidas con entusiasmo, y han ido generando un cambio en el aprecio de la inestimable herencia patrimonial de la Iglesia, lo que ha permitido que surjan movimientos de opinión e iniciativas concretas de la mayor significación. Entre las más llamativas sobresale la respuesta de las universidades, que han ido incorporando a sus programas la temática propuesta por el papa; de particular importancia ha sido en este sentido la apertura en la Universidad Gregoriana de Roma, desde 1991, con notable éxito, de un «Curso Superior para los Bienes Culturales de la Iglesia»; cátedras análogas han incorporado a continuación, entre otras, las universidades de París, Lisboa, México y Brescia (Italia), sin contar con otros centros académicos en diversas partes del mundo. A juicio de Juan Pablo II, el patrimonio cultural y artístico de la Iglesia, que constituye un noventa por ciento del patrimonio mundial, es de un valor evangelizador incontestable, expuesto a la apreciación de los hombres de toda lengua, raza y nación, un testimonio único de la inspiración divina respecto al arte, el pensamiento y la fe.
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CARTA DE JUAN PABLO II A LOS ARTISTAS:
Arte y Cristianismo, una alianza perenne POR JOSÉ MIGUEL IBÁÑEZ LANGLOIS
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n hombre de vida austera y penitente vive –y escribe esta Carta– rodeado de un conjunto de obras de arte, acaso único en el mundo, obras que en realidad pertenecen a la humanidad entera, y que por muy buenas razones están precisamente en el Vaticano. Por esa vecindad, que es afinidad profunda, en las líneas de su Carta parecen vibrar los colores de la Capilla Sixtina, las dinámicas columnas de Bernini o las polifonías de Victoria. Este Papa, que se dirige a los artistas, ha pasado su propia juventud –estudiantil y obrera– inmerso en el mundo de las letras, y ha escrito singulares poemas y obras dramáticas. A su vez, en el trono de San Pedro es el sucesor inmediato de otros tantos hombres de eximia sensibilidad artística como Pío XII, Paulo VI y Juan Pablo I. Y se atreve a hablarnos de una alianza multisecular, que hoy parece desmentida por el proceso de secularización del mundo occidental, proceso que a su vez ha empobrecido al arte de las últimas décadas, y que ha introducido en la propia Iglesia corrientes de feísmo lamentable. Pero es típico de Juan Pablo II el convertir en desafío su visión realista del presente, e insuflar una poderosa esperanza teologal en causas que otros estiman declinantes: así en la creación de belleza al borde del tercer milenio.
Creación divina y creación artística El Papa se dirige primero a las raíces últimas, a saber, a la creación del mundo según el relato del Génesis. En la mirada del artista –en su ansia creadora de lo novísimo– hay «algo del pathos con que Dios, en el alba de la creación, contempló la obra de sus manos». ¡Audaz comparación! Cuando Dios vio que lo creado era bueno, agrega la Carta, también vio que era bello. De allí el sutil análisis de la relación entre Bien y Belleza, que el Papa sintetiza con palabras de Platón: «La potencia del Bien se ha refugiado en la naturaleza de lo Bello». Es obvio que la ciudad terrena necesita de científicos, operarios, técnicos y otros. Menos evidente ha llegado a ser en nuestros días que la sociedad necesita por igual de arte y de belleza: uno y otra, sugiere este documento, forman parte del bien común. Dos exigencias brotan de esta visión del arte como «servicio social cualificado»: la responsabilidad del duro trabajo artístico por HUMANITAS Nº 31 pp. 475 - 480
UNO SOSPECHA QUE LA MUTUA INTERACCIÓN ENTRE FE CRISTIANA Y BELLEZA ARTÍSTICA, NÚCLEO DE ESTA CARTA, PODRÍA ALTERAR SUSTANCIALMENTE –Y PARA BIEN RECÍPROCO– LA RELACIÓN ENTRE ARTE Y SOCIEDAD, REEDITANDO DE OTRA FORMA AQUELLOS TIEMPOS EN QUE (EL EJEMPLO ES MÍO) UNA COMEDIA DE LOPE DE VEGA PODÍA SER DISFRUTADA POR LAS MULTITUDES EN LA PLAZA PÚBLICA.
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«El Papa recuerda que, en épocas de escasa alfabetización, las expresiones figurativas de lo divino han significado una verdadera catequesis para los fieles. Nosotros, hispanoamericanos, lo sabemos mejor que nadie al contemplar esas maravillas de nuestro Barroco, donde el pueblo aprendía la fe católica en los muros de las iglesias mejor que en un libro abierto». (Capilla Sixtina)
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parte de quien posee ese talento, y la obligación moral de buscar con él, más que la gloria banal o la fácil popularidad, el bien –gozo, elevación, conciencia– de la comunidad humana. Esta exigencia suena extraña en los oídos de nuestro individualismo desatado; de allí que el Papa postule toda una «ética», e incluso una «espiritualidad» del servicio artístico. Juan Pablo II no dispone, por supuesto, de ninguna receta para el doloroso problema actual: la enorme distancia que se ha abierto entre aquello que el artista crea –a menudo muy poco inteligible– y aquello que el gran público demanda –a menudo de baja calidad–. Pero uno sospecha que la mutua interacción entre fe cristiana y belleza artística, núcleo de esta Carta, podría alterar sustancialmente –y para bien recíproco– la relación entre arte y sociedad, reeditando de otra forma aquellos tiempos en que (el ejemplo es mío) una comedia de Lope de Vega podía ser disfrutada por las multitudes en la plaza pública.
El Verbo encarnado y las imágenes sensibles También la cristiandad fue sacudida por la polémica «iconoclasta», que plegó a ciertas iglesias cristianas a la condición de Israel y del Islam: la ausencia –por expresa prohibición– de toda imagen sensible de lo divino. La cálida humanidad del Catolicismo reivindicó, en cambio, un nuevo régimen de la imagen –con enormes proyecciones religiosas pero también culturales– a partir del misterio de la Encarnación: Cristo, Dios hecho hombre, es el supremo Icono, y la raíz de una cultura donde todas las formas sensibles pueden quedar abiertas a la Trascendencia. El Evangelio ha introducido al mundo una nueva dimensión de la belleza. Es en esta línea que la Biblia se nos ha convertido en una suerte de «inmenso vocabulario» (Paul Claudel) y de «atlas iconográfico» (Marc Chagall). Se ha abierto así, en la historia de la cultura, un inmenso capítulo de la belleza a partir de los relatos de la creación, el pecado y el éxodo. Innumerables pintores, poetas, músicos, autores de teatro y de cine han bebido su inspiración en la persona de Jesús, desde la Navidad hasta el Gólgota, desde la Anunciación hasta la Resurrección. Es más: el Papa recuerda que, en épocas de escasa alfabetización, las expresiones figurativas de lo divino han significado una verdadera catequesis para los fieles. Nosotros, hispanoamericanos, lo sabemos mejor que nadie al contemplar esas maravillas de nuestro Barroco, donde el pueblo aprendía la fe católica en los muros de las iglesias mejor que en un libro abierto.
EL PAPA ESPERA, MÁS POSITIVAMENTE, QUE UNA NUEVA ALIANZA DE LA IGLESIA CON LOS ARTISTAS PUEDA TRAER AL MUNDO «UNA RENOVADA EPIFANÍA DE BELLEZA PARA NUESTRO TIEMPO». ASÍ HABLÓ EN EL ÚLTIMO CONCILIO: «ESTE MUNDO EN QUE VIVIMOS TIENE NECESIDAD DE LA BELLEZA PARA NO CAER EN LA DESESPERANZA». Y DOSTOIEVSKI: «LA BELLEZA SALVARÁ AL MUNDO». (...)
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La contemplación religiosa y la contemplación estética son de suyo distintas, pero pueden llegar a enlazarse de un modo íntimo. Juan Pablo II ilustra esta compenetración con dos ejemplos, entre tantos posibles. En su lauda extática, San Francisco de Asís escribe dos veces, después de haber recibido en el monte Verna los estigmas de Cristo: «¡Tú eres Belleza… Tú eres Belleza!». Y en Oriente, Macario el Grande escribe: «El alma que ha sido plenamente iluminada por la belleza indecible de la gloria luminosa del rostro de Cristo, está llena del Espíritu Santo. Es toda ojo, toda luz, toda rostro». En la tradición castellana nuestra, fácil sería multiplicar tales ilustraciones, sobre todo en aquella cumbre a la vez literaria y mística del Siglo de Oro: Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz.
«La contemplación religiosa y la contemplación estética son de suyo distintas, pero pueden llegar a enlazarse de un modo íntimo. Juan Pablo II ilustra esta compenetración con dos ejemplos, entre tantos posibles. En su lauda extática, San Francisco de Asís escribe dos veces, después de haber recibido en el monte Verna los estigmas de Cristo: ‘¡Tú eres Belleza… Tú eres Belleza!’». (La Pietá. Obra de Miguel Ángel)
La historia de una alianza fecunda Esta carta dedica algunas páginas, tan sintéticas como expresivas, al enlace histórico de arte y cristianismo. Se inicia con los símbolos de las catacumbas y, tras el edicto de Constantino, continúa con aquellas majestuosas basílicas, donde los cánones arquitectónicos del paganismo se plegaron a las exigencias del nuevo culto. Entretanto, Hilario, Prudencio, Efrén el Sirio o Gregorio Nacianceno escribían poemas –excelentes como tales– de alto vuelo teológico y místico, mientras Gregorio Magno compilaba el Antiphonarium, fundamento de esas modulaciones infinitas
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que llevan su nombre –canto gregoriano– y que todavía hoy no podemos escuchar sin el estremecimiento de lo sagrado. Larga es la historia de esas formas plásticas, musicales o verbales, que se inspiran a la par en el sentido de la belleza y en la intuición del «misterio tremendo y fascinante»: el románico, el gótico, el humanismo, ese Renacimiento que envuelve al autor de esta Carta con las pinceladas de Miguel Angel y Rafael, y cuyo renovado interés por el hombre y por el mundo, y aun por la inefable belleza del cuerpo humano, está lejos de suponer un peligro para la fe cristiana, centrada en el misterio de la Encarnación, como se nos recuerda hacia el final de esta sucinta historia.
Un diálogo que debe renovarse
(...) EL ARTE NO DEBE IGNORAR «LA GRAN INSPIRACIÓN QUE LE PUEDE VENIR DE ESA ESPECIE DE PATRIA DEL ALMA QUE ES LA RELIGIÓN», O BIEN «DEL FILÓN INAGOTABLE DEL EVANGELIO».
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Con la modernidad, junto al humanismo cristiano toma forma aquel otro humanismo que se caracteriza más bien por la ausencia de Dios, cuando no por su abierta oposición a Él. Pero aun en tales dominios, el Papa divisa en el arte «una especie de puente tendido hacia la experiencia religiosa», un casi ciego y quizá desesperado recurso al misterio: «Incluso cuando escudriña las profundidades más oscuras del alma o los aspectos más desconcertantes del mal, el artista se hace de algún modo voz de la expectativa universal de redención». A quienes, en literatura, incursionamos por esas regiones «malditas» del lenguaje, se nos vienen a la memoria tantos nombres célebres que corroboran esa afirmación pontificia, de Nietzsche a Sartre, de Blake a Ginsberg. Pero el Papa espera, más positivamente, que una nueva alianza de la Iglesia con los artistas pueda traer al mundo «una renovada epifanía de belleza para nuestro tiempo». Así habló en el último Concilio: «Este mundo en que vivimos tiene necesidad de la belleza para no caer en la desesperanza». Y Dostoievski: «La belleza salvará al mundo». El arte no debe ignorar «la gran inspiración que le puede venir de esa especie de patria del alma que es la religión», o bien «del filón inagotable del Evangelio». Un proceso de esta índole pasa, sin duda, por la conversión del artista, que el Papa ilustra con el caso arquetípico de San Agustín: las bellezas de las cosas creadas no pueden saciar del todo, y suscitan entonces esa arcana nostalgia de Dios, que el enamorado expresará así en las Confesiones: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé!». Así concluye Juan Pablo II: «Os deseo, artistas del mundo, que vuestros múltiples caminos conduzcan hacia aquel océano infinito de belleza, donde el asombro se convierte en admiración, embriaguez, gozo indecible».
CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA
El acceso a Dios como encuentro con el Dios vivo POR JOSÉ LUIS ILLANES
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ios en la práctica. Dios en la vida. Estas dos afirmaciones son usuales en el lenguaje humano y, más específicamente, en el cristiano. No obstante podemos volver sobre ellas e interrogarnos: ¿por qué Dios en la práctica? Sencillamente porque Dios es Dios, más concretamente, el Dios vivo. Un Dios que estuviera «allá lejos, donde brillan las estrellas», indiferente a la suerte de los seres humanos, sería, en La pregunta que nos efecto, ajeno a nuestra vida, que debería en consecuencia estructuhemos formulado, ¿por rarse al margen por entero de toda referencia a Él. Pero Dios no está qué Dios en la práctica?, en la lejanía, sino «a nuestro lado», y no de cualquier modo, sino versa, en suma, no sólo «como un Padre amoroso –a cada uno de nosotros nos quiere más sobre la práctica sino que todas las madres del mundo puedan querer a sus hijos–, ayutambién, e incluso dándonos, inspirándonos, bendiciendo ... y perdonando»1. especialmente, sobre Dios: La pregunta que nos hemos formulado, ¿por qué Dios en la práctinos sitúa, en efecto, de ca?, versa, en suma, no sólo sobre la práctica sino también, e incluso modo directo, ante el tema especialmente, sobre Dios: nos sitúa, en efecto, de modo directo, ante de la imagen de Dios y, el tema de la imagen de Dios y, más específicamente, ante la contramás específicamente, ante posición entre la afirmación del Dios vivo y actuante en la historia, la contraposición entre la que alcanza su expresión suprema en la fe cristiana, y aquellos planafirmación del Dios vivo y teamientos que, aún sin negar la realidad de lo divino, conciben a actuante en la historia, Dios como un ser confinado en la pura trascendencia o incluso como que alcanza su expresión una fuerza impersonal. ¿Qué alcance conceder a esa contraposición? suprema en la fe cristiana, ¿De qué modo y por qué vías se abre la inteligencia humana a la y aquellos planteamientos afirmación del Dios vivo? Esa es la cuestión que aspiramos a planque, aún sin negar la tearnos siguiendo para ello las reflexiones desarrolladas por dos granrealidad de lo divino, des creyentes: Blas Pascal y Juan Pablo II y, más concretamente, la conciben a Dios como un relectura del memorial pascaliano que Juan Pablo II realiza algún tiemser confinado en la pura po atrás en esa entrevista a la vez intelectual y autobiográfica a la trascendencia o incluso que dio como título Cruzando el umbral de la esperanza.
El testimonio pascaliano sobre el encuentro con Dios
como una fuerza impersonal. (...)
La vida de Pascal estuvo profundamente marcada por el acontecimiento espiritual que tuvo lugar al anochecer del 23 de noviembre de 1654, y del que dejó constancia en el recordatorio o memorial que llevó consigo hasta el día mismo de su muerte2. Al narrar ese suceso Pascal emplea expresiones –fuego, certeza, sentimiento, alegría, paz– que 1 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino, n. 267. 2 Para un enmarcamiento biográfico del memorial, ver J. MESNARD, Pascal. El hombre y su obra, Madrid 1973, pp. 66 ss.; para un comentario, H. GOUHIER, Blaise Pascal. Commentaires, París 1971, pp. 11-66. HUMANITAS Nº 31 pp. 481 - 499
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permiten entrever las resonancias, también psicológicas, de lo experimentado. Pero en su substancia ese momento decisivo de la vida de Pascal dice referencia no a la psicología, sino a la teología, más concretamente a la vivencia de la fe. Lo que aconteció al caer de esa jornada fue un encuentro entre el hombre Pascal y el Dios vivo, como lo subraya la frase con la que se inicia, y en la que se resume, el memorial: «Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. No de los filósofos y de los doctos (...). Dios de Jesucristo». Al hablar en el memorial de «filósofos» Pascal piensa, sin duda alguna, en los deístas. Como confirman otros textos, Pascal tomó, en efecto, posición neta y decidida frente al deísmo, frente a toda presentación de Dios entendido como mero «autor de verdades geométricas y del orden de los elementos»3; como ser supremo al que, siguiendo a Descartes, es necesario acudir para que mediante un «papirotazo» ponga «al mundo en movimiento», pero al que, a partir de ese momento, no hace falta acudir de nuevo, ya que el mundo funciona por sí mismo, según sus propias leyes4. Dios –afirma con fuerza– no es un Dios que crea y, después, se re(...) ¿Qué alcance fugia en su trascendencia permaneciendo indiferente ante la realiconceder a esa dad creada o, al máximo, contemplándola desde la lejanía, sino el contraposición? ¿De qué Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y, más radicalmente aún, el modo y por qué vías se Dios de Jesucristo: un Dios que interviene en la historia, un Dios abre la inteligencia que ama, un Dios que se conmueve; en suma, y como el propio humana a la afirmación Pascal escribe en los Pensamientos, «un Dios de amor y de consuelo; del Dios vivo? Esa es la un Dios que llena el alma y el corazón de aquellos que Él posee; un cuestión que aspiramos a Dios que les hace sentir interiormente su miseria y su misericordia plantearnos siguiendo infinita; que se une al fondo de sus almas; que las llena de humilpara ello las reflexiones dad, de alegría, de confianza, de amor; que las hace incapaces de desarrolladas por dos otro fin que no sea él mismo»5. grandes creyentes: Blas Pero si el memorial pascaliano, y los otros textos con él relacionaPascal y Juan Pablo II. dos, se explican por la oposición de Pascal al deísmo e implican una denuncia decidida y sin ambages de la imagen de Dios propugnada por esa corriente de pensamiento, su alcance no termina ahí. La punta crítica frente a los filósofos que esos textos contienen va de hecho más allá, puesto que connota una toma de posición, tan decidida como la denuncia anterior, respecto no ya a una determinada imagen o idea de Dios, sino a la actitud intelectual y existencial que esa imagen implica o, más exactamente, de la que esa imagen depende6. A un Dios concebido como mero autor de verdades geométricas y de leyes físicas, como mera causa última garante del mundo, como simple ser supremo que habita en la lejanía, se puede llegar por la vía del puro raciocinio, del ejercicio frío y despegado de la inteligencia. A un Dios que es un ser vivo y amante se accede en cambio –Pascal lo señala con fuerza– con toda la persona, o sea, con el corazón, según el modo de hablar pascaliano7. La limitación de la filosofía –al menos de la filosofía entendida como ejercicio de la pura razón– resulta patente, no ya porque la filosofía, incluso la 3 4 5 6 7
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Pensées, n. 556 (citamos por la edición de Brunschwig y la traducción realizada por Zubiri y publicada por Espasa Calpe en 1940). Pensées, n. 77. Pensées, n. 556. Sobre toda esta temática, ver las observaciones de H. GOUHIER, Blaise Pascal. Conversion et apologétique, París 1986, pp. 135-145. Sobre el concepto pascaliano de corazón y las relaciones entre corazón y conocimiento intelectivo, ver J. LAPORTE, Le coeur et la raison selon Pascal, París 1950, Ch. BAUDOUIN, Pascal ou l’ordre du coeur, París 1962 y J. RUSSIER, La foi selon Pascal, París 1949, vol. I, pp. 153-227.
«Dios no se ha quedado corto en su revelación, no ha escondido su cariño, sino que, al contrario, lo ha manifestado de tal manera, con tal claridad, que esa manifestación puede ofuscarnos, suscitar ese miedo que provoca, incluso en lo humano, un amor llevado hasta el extremo, puesto que no sólo maravilla».
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filosofía así entendida, sea falsa, porque la argumentación y el raciocinio no conduzcan a la verdad, sino porque es insuficiente. A Dios no se le puede alcanzar en la plenitud de su verdad, es decir, como Dios vivo, que interpela y compromete al hombre, en virtud del mero proceder de una inteligencia que analiza y explica: es necesario, para llegar a Él, ir más allá del mero pensar, situarse en la existencia, ya que es en la existencia, y sólo en la existencia, donde puede comprenderse y entenderse vitalmente la vida, y donde cabe, en consecuencia, captar la realidad del Dios vivo8. El deísmo, la tendencia a concebir a Dios como un ser lejano y al hombre como un ser que puede dar razón del mundo, captar sus leyes, dominarlo y, de esa forma, sentirse seguro, y, en su raíz, la actitud intelectual que lleva a situarse ante la realidad con una actitud fría, descomprometida, impersonal, se le presentan así a Pascal como dos momentos integrantes de una de las tentaciones que surgen antes de la inteligencia humana. De ahí la fuerza con que denuncia el callejón sin salida al que conduce todo conocimiento de Dios que no vaya unido al reconocimiento de la propia miseria, es decir, de la personal necesidad de ser salvado y, por tanto, al compromiso existencial9. De ahí también, y en consecuencia, la peculiaridad de la obra pascaliana en la que la afirmación del valor de la inteligencia, siempre presupuesto, se une a un recordatorio, igualmente constante, de la «La vida de Pascal estuvo profundamente marcada por el proclamación de los límites del humano razonar. No ya, huelga deacontecimiento espiritual que cirlo, para humillar a la inteligencia, sino para salvarla: el peligro tuvo lugar al anochecer del 23 de mayor que amenaza a la inteligencia, desde la perspectiva pascalianoviembre de 1654, y del que dejó constancia en el recordatorio na, es, en efecto, no tanto el error, cuanto, más radicalmente, el olvio memorial que llevó consigo do de la situación existencial en la que está el ser humano, con la hasta el día mismo de su muerte. consiguiente tendencia a quedarse en la superficie, a divagar, a disAl narrar ese suceso Pascal emplea expresiones –fuego, traerse o, peor aún, a desembocar en una falsa y equivocada sensacerteza, sentimiento, alegría, ción de autosuficiencia10. Es, pues, necesario alabar a la filosofía y, a paz– que permiten entr ever las la vez e inseparablemente, denostarla: sólo así, en efecto, se conseresonancias, también psicológicas, de lo experimentado. Pero en guirá que el hombre advierta tanto su capacidad de verdad, cuanto su substancia ese momento su limitación y su miseria, es decir, que tome conciencia de que esa decisivo de la vida de Pascal dice referencia no a la psicología, sino verdad para la que está hecho no es la verdad de un postulado o de a la teología, más concretamente, un principio, sino la verdad de una existencia, más aún, de un amor, a la vivencia de la fe». y adopte, en consecuencia, esa actitud de apertura sin la que no pue(Retrato de Blas Pascal) de haber ni amor ni encuentro. Muchas otras cosas podrían decirse a fin de glosar, e incluso precisar, el planteamiento pascaliano, como la abundante literatura existente a su respecto pone de manifiesto. Baste, sin embargo, la sintética descripción recién realizada y pasemos a analizar
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8 Romano Guardini ha subrayado bien este aspecto del proceder pascaliano, poniéndolo en relación con el de Kierkegaard: ver Pascal o el drama de la conciencia cristiana, Buenos Aires 1955, especialmente los capítulos I y V. 9 Ver, entre otros lugares, Pensées, n. 527, donde, como es usual en Pascal, esta consideración se prolonga con una reflexión cristológica, es decir, con la presentación de Cristo como el mediador en quien, al revelársenos tanto nuestro pecado como el perdón otorgado por Dios, se hace posible que conozcamos con plena verdad a Dios y a nosotros mismos. 10 La diversión, el divertissement, presupone, en efecto, la advertencia, más o menos confusa, de la dramaticidad del existir, que se intenta olvidar precisamente mediante la dispersión; la autosuficiencia implica una decadencia ulterior, puesto que, al ocultar por entero la enfermedad, hace inalcanzable la curación. Sobre el concepto pascaliano de divertissement ver, entre otros textos, Pensées, n. 139, así como el estudio de R. LACOMBE, L’apologétique de Pascal, París 1958, pp. 161-175.
lo que constituye el centro de nuestro escrito: el eco que Pascal encuentra en el Juan Pablo II de Cruzando el umbral de la esperanza, o, dicho en otros términos, el modo en que Juan Pablo II recibe ahí a Pascal, lo acoge o, en su caso, lo modifica.
Juan Pablo II ante Pascal: entre la aceptación y el distanciamiento Vittorio Messori, cuya entrevista da lugar a Cruzando el umbral de la esperanza, alude a Pascal, y más concretamente al texto pascaliano sobre la necesidad de apostar respecto al sentido de la existencia, al comienzo mismo de la entrevista11. Juan Pablo II no recoge de inmediato esa referencia, pero lo hace algo después, cuando, continuando la reflexión sobre la relación del hombre a lo trascendente, se enfrenta directamente con la pregunta sobre el lugar que, en la experiencia religiosa, corresponde al proceder inquisitivo y raciocinador de la razón humana. «Su pregunta –afirma, dirigiéndose directamente a Messori– se refiere, a fin de cuentas, a la distinción pascaliana entre el Absoluto, es decir, el Dios de los filósofos (los libertins racionalistas), y el Dios de Jesucristo y, antes, el Dios de los patriarcas, desde Abraham a Moisés». «Solamente este segundo –añade– es el Dios vivo. El primero es fruto del pensamiento humano, de la especulación humana, que, sin embargo, está en condiciones de poder decir algo válido sobre «Al hablar en el memorial de Él»12. El texto evidencia, como resulta patente, una clara oscilación: ‘filósofos’ que Pascal piensa, sin de una parte, recoge la instancia pascaliana según la cual sólo el duda alguna, en los deístas. Dios de Jesucristo es realmente el Dios vivo, pero, de otra, evita Como confirman otros textos, Pascal tomó, en efecto, posición todo intento de llevar la contraposición hasta el extremo, dejando neta y decidida frente al deísmo, frente a toda presentación de constancia expresa de la validez del itinerario filosófico. Esa oscilación se hace aún más clara en los párrafos que siguen, en Dios entendido como mero ‘autor de verdades geométricas y del los que traza una breve panorámica del desarrollo del pensar cris- orden de los elementos’; como ser tiano. Platón y Aristóteles –señala– propugnaron y siguieron una supremo al que, siguiendo a vía que va «del mundo visible al Absoluto invisible»: se establece Descartes, es necesario acudir para que mediante un ‘papirotapues, en sus obras, un itinerario filosófico que conduce hacia Dios. zo’ ponga ‘al mundo el moviEl pensamiento patrístico –prosigue– acogió en un principio ese in- miento’, pero al que, a partir de momento, no hace falta tento filosófico: estuvo, de hecho, inicialmente muy ligado a Platón, ese acudir de nuevo, ya que el particularmente en Agustín de Hipona, pero fue distanciándose del mundo funciona por sí mismo, platonismo, y ello como fruto de un distanciamiento general res- según sus propias leyes». (Retrato de René Descartes) pecto a la filosofía. «Para los cristianos –comenta– el Absoluto filosófico, considerado como Primer Ser o como Supremo Bien, no revestía mucho significado. ¿Para qué entrar en las especulaciones filosóficas sobre Dios –se preguntaban– si el Dios vivo había hablado, no solamente por medio de los profetas, sino también por su propio Hijo? La teología de los Padres, especialmente en Oriente, se distancia cada vez más de Platón y, en general, de los filósofos»13. Ese proceso es, a los ojos de Juan Pablo II, como manifiesta su lenguaje, un proceso no exento de una lógica interior. No obstante, inmediatamente después, dando un 11 Cruzando el umbral de la esperanza, Madrid 1994, p. 27. 12 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 50. 13 Ibidem.
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salto en esa reconstrucción histórica, apostilla: «Santo Tomás, en cambio, no abandona la vía de los filósofos». Así lo confirma –prosigue– el hecho de que inicie la Summa con la pregunta, An Deus sit, ¿existe Dios?, dando así entrada desde el principio a la razón humana, a la que invita a interrogarse sobre Dios y a recorrer un itinerario que desemboque en su afirmación. Esa pregunta tomista –añade– ha dejado profunda huella en la tradición teológica; más aún, sigue en pie, y con ella la actitud intelectual de la que proviene, con cuanto connota de confianza en un esfuerzo de busca racional, contribuyendo a que el Aquinate pueda ser considerado como «el maestro del universalismo filosófico y teológico»14, como el maestro de un modo de pensar en el que la fe no niega la fuerza de la razón sino que la connota, más aún, que apela a ella. El itinerario filosófico es, en suma, para Juan Pablo II, plenamente válido, también desde una perspectiva creyente; es decir, no queda excluido ni declarado contraproducente o inútil por la automanifestación de Dios que aconteció en La limitación de la los profetas y en Cristo, y a la que sigue y responde la fe: la fe no filosofía –al menos de la excluye la razón, sino que la connota y valora, y ello precisamente filosofía entendida como porque lo acontecido en Cristo no fue una revelación sectorial o ejercicio de la pura razón– privada, sino el desvelamiento pleno de una verdad –la verdad de resulta patente, no ya Dios– que afecta a todo hombre, más aún, a la que la razón humana porque la filosofía, incluso está ordenada. la filosofía así entendida, Pero el reconocimiento del valor de la filosofía y la opción por Tosea falsa, porque la más de Aquino que los textos recién citados manifiestan, no aparargumentación y el tan a Juan Pablo II de la tendencia existencial, y en ese sentido agusraciocinio no conduzcan a tiniana, que marca el conjunto de su planteamiento. «La pregunta la verdad, sino porque es An Deus sit? –precisa, en efecto, inmediatamente después– no es insuficiente. A Dios no se sólo una cuestión que afecte al intelecto; es, al mismo tiempo, una le puede alcanzar en la cuestión que abarca toda la existencia humana». «El interrogante plenitud de su verdad, sobre la existencia de Dios –añade– está íntimamente unido a la es decir, como Dios vivo, finalidad de la existencia humana». «No es –insiste, presentando que interpela y esta afirmación no sólo como una convicción personal, sino como compromete al hombre. una clave hermenéutica también del pensamiento de Tomás de Aquino al que antes se ha referido– solamente una cuestión del intelecto, sino también una cuestión de la voluntad del hombre». «Más aún –concluye–, es una cuestión del corazón humano», con frase cuyo alcance precisa enseguida remitiendo expresamente, y a modo de aclaración de lo que acaba de decir, a «las raisons du coeur de Blas Pascal»15. La oscilación en la actitud de Juan Pablo II respecto a Pascal, a la que antes nos referíamos, llega así a su momento terminal: a una neta aproximación a Pascal, pero presuponiendo la matización implicada en la interpretación de la historia del pensar cristiano que acaba de ofrecer. De forma sintética podríamos decir que Juan Pablo II no acepta la contraposición entre el Dios de los filósofos y el Dios de Jesucristo en un plano objetivo, como si, por naturaleza, el itinerario filosófico condujera a una imagen o representación de Dios falsa o engañadora, pero acoge en gran parte la instan14 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 50-51 y 52. 15 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 52.
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cia pascaliana en la medida en que afirma que la razón no procede independientemente de su trasfondo existencial. Lo que está en juego es, en suma, la comprensión de la naturaleza de la razón y sus condiciones de ejercicio, y, en el transfondo, la comprensión de las relaciones entre Dios y el mundo, cuestiones capitales sobre las que conviene que continuemos reflexionando, es decir, analizando la reflexión que desarrolla el Pontífice.
Dios no fuera, sino dentro del mundo Si entre el planteamiento de Pascal y el de Juan Pablo II hay, a la vez, sintonías y diferencias, estas últimas se deben no sólo a la diversidad de horizontes intelectuales sino también, al menos en parte, a la diversidad de contextos culturales: Pascal escribe en el contexto de un racionalismo naciente; Juan Pablo II concede su entrevista en un momento, nuestra propia coyuntura intelectual, en la que permanece el riesgo de una negación racionalista de la religión, pero en la que incumbe a la vez el peligro de una aceptación de lo religioso pero a costa de reducirlo a mero sentimiento o, más radicalmente aún, de identificarlo con lo irracional. (...) Un Dios lejano, Pero, prescindiendo ahora de las diferencias, en parte ya aludidas, inactivo, más aun, inerte, insistamos en la sintonía de fondo; más concretamente en la con- es, en realidad, un Dios cordancia de ambos en una percepción, mejor, en una vivencia igual- inexistente. De ahí el mente sentida de la presencia del Dios vivo en el mundo y en la enfrentamiento con «el historia y, en conexión con ello, en un mismo diagnóstico histórico- Dios de los filósofos» tal y cultural: la consideración del deísmo como núcleo de la crisis inte- como el texto del memorial lectual y religiosa que afecta, desde sus inicios, a la época moderna. los entiende, y la Pascal percibió con absoluta claridad que el deísmo constituye una proclamación neta del Dios amenaza decisiva para la vivencia religiosa: afirmar a Dios, exclu- vivo testificado por las yendo a la vez que Dios intervenga en la historia humana, implica, Escrituras y manifestado de por sí y desde el inicio, destruir la religión como religación, como de modo pleno en Jesús de relación personal e inmediata entre el hombre y Dios, y, como lógi- Nazaret. ca consecuencia, desencadenar un proceso que, a medio o largo plazo, desemboca inevitablemente en la negación de Dios mismo. Un Dios lejano, inactivo, más aún, inerte, es, en realidad, un Dios inexistente. De ahí el enfrentamiento con «el Dios de los filósofos» tal y como el texto del memorial los entiende, y la proclamación neta del Dios vivo testificado por las Escrituras y manifestado de modo pleno en Jesús de Nazaret. Juan Pablo II se encuentra situado no ante el inicio del proceso histórico que Pascal vivió y presintió, sino ante su culminación: el ateísmo, al que el deísmo estaba abocado, es ya una realidad. Desde esta perspectiva podría pensarse que el deísmo es sólo un recuerdo del pasado, la expresión de una etapa histórica superada, y, por tanto, un riesgo o una desviación que ya no resulta necesario combatir. No es ése, sin embargo, el parecer de Juan Pablo II. No ignora, ciertamente, que la filosofía deísta ha dado paso sea a un ateísmo militante, sea a un indiferentismo religioso, ambos mucho más radicales que el deísmo primitivo. Pero piensa a la vez que un deísmo difuso o larvado continúa presente en la cultura contemporánea. Más aún, considera que el planteamiento deísta, activo aunque, en ocasiones, a niveles subliminares de la
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El Santo Padre en los jardines de la Nunciatura durante su visita a Chile, 1987.
conciencia, es uno de los factores determinantes de la crisis religiosa de nuestro tiempo y uno de los errores o tentaciones que es necesario denunciar si se aspira a promover la plena vitalidad de la vivencia de la fe cristiana. De hecho, en coherencia con esa convicción, va a dedicar a esa tarea amplio espacio en su entrevista con Vittorio Messori. La Ilustración, tal y como se desarrolló en Europa a partir del siglo XVII, representó, sin duda alguna –comenta–, el alejamiento del Dios de los Padres, del Dios de Jesucristo, del Evangelio y de la Eucaristía», pero –añade– ese alejamiento no trajo consigo una ruptura absoluta con el Dios trascendente: la realidad fue, en efecto, que se continuó hablando de Dios, pero –advierte enseguida– ese Dios del que se siguió hablando no era ya el Dios cristiano, sino «el Dios de los deístas», es decir –y ahí radica la gravedad de la crisis provocada–, «un Dios fuera del mundo»16. «A una mentalidad formada sobre el conocimiento naturalista del mundo», es decir, basada en la premisa de que «la existencia del Creador o de la Providencia no servía para nada a la ciencia» –continúa, explicitando así el alcance de esas expresiones–, la idea de «un Dios presente en el Juan Pablo II no ignora, mundo» no sólo le parecía inútil a nivel estrictamente científico- ciertamente, que la positivo, sino que le resultaba coherente e incluso inevitable ex- filosofía deísta ha dado tender ese planteamiento, afirmar esa inutilidad, también res- paso sea a un ateísmo pecto al saber que versa sobre el hombre, a la ciencia que exami- militante, sea a un na los «mecanismos conscientes o subconscientes» según los que indiferentismo religioso, funciona el ser humano. La consecuencia lógica fue que el hom- ambos mucho más bre se sintió impulsado a «vivir dejándose guiar exclusivamente radicales que el deísmo por la propia razón, como si Dios no existiese. No sólo había que primitivo. Pero piensa a la prescindir de Dios en el conocimiento objetivo del mundo (...), vez que un deísmo difuso o sino que había que actuar como si Dios no existiese, es decir, larvado continúa presente como si Dios no se interesase por el mundo». El racionalismo en la cultura ilustrado aceptaba, en suma, a Dios, pero sólo a condición de contemporánea. (...) que «se le colocara fuera del mundo», de que se lo presentara como «un Dios más allá del mundo», más exactamente, como «un Dios fuera del mundo», ajeno al mundo17. El ideal ilustrado llevó en consecuencia –y lleva hoy, en la medida en que continúa vigente– a postular una plena autosuficiencia humana, es decir, una plena capacidad del hombre para explicar desde sí mismo, desde su propio saber, la realidad del mundo y el papel que en ese mundo él, en cuanto hombre, está llamado a desempeñar. La apologética cristiana, y religiosa en general, se ha ocupado, en más de un momento, en denunciar esa pretensión, glosando con diversos acentos la limitación humana. Juan Pablo II sigue otro camino: lo que subraya no es tanto la limitación del hombre, cuanto su capacidad de infinito, de donde deriva, ciertamente, la necesidad que el hombre tiene de abrirse al más allá de sí mismo, puesto que el infinito le tiene que ser dado, pero ello como consecuencia no ya de su pequeñez sino de su grandeza. 16 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 69. 17 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 69-70. Cabe ver en todo ello una toma de posición polémica de Juan Pablo II frente a la teología de la secularización tal y como, ampliando algunas afirmaciones de Dietrich BonHöpffer, fue formulada por algunos autores anglosajones en la década de 1960 (ver al respecto nuestro ensayo Hablar de Dios, Madrid 1969).
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«El Papa –ha escrito Adriano Bausola– aplica aquí de forma original el método pascaliano de inversión del pro en el contra»18. La afirmación según la cual Dios, el Absoluto trascendente, se hace presente en la historia que ha sido criticada, en ocasiones, como negadora del hombre, que se desvanecería destruido o absorbido por lo divino, es, en realidad –viene a decirnos–, la única que da razón, a la vez, de la grandeza del hombre y de la verdad de Dios: sólo un Dios que pueda y deba ser afirmado no ya fuera, sino dentro del mundo abre al hombre la vía a su plenitud; sólo un Dios no ya fuera, sino dentro del mundo es el verdadero Dios. Dios, mundo y hombre. Para la mentalidad ilustrada –escribe en un texto poco más allá de los recién citados, que termina de completar su pensamiento– «Dios no es en primer lugar amor; es en todo caso intelecto, intelecto que eternamente conoce». Y el mundo, por su parte, no tiene necesidad de Dios, ni de su amor, ni de su intervención en el transcurrir de la historia, ya que se considera «autosuficiente, transparente al conocimiento humano, que gracias a la investigación científica está cada vez más libre de (...) Mas aún, considera misterios, cada vez más sometido por el hombre como recurso inque el planteamiento agotable de materias primas». El hombre, en suma, también según deísta, activo aunque, en la mentalidad ilustrada, aspira a la armonía y a la dicha, pero conocasiones, a niveles fía en alcanzarlas en y través del mundo: al mundo en cuanto realisubliminares de la dad susceptible de progreso, le otorga el pensamiento ilustrado la 19 conciencia, es uno de los tarea de «dar la felicidad al hombre» . factores determinantes de Ahí, precisamente ahí –prosigue Juan Pablo II–, radican el error y la crisis religiosa de el engaño. Porque el mundo es ciertamente bueno, como proclama nuestro tiempo y uno de la Escritura, pero ese hecho no autoriza, en modo alguno, a postulos errores o tentaciones lar su «absolutización salvífica». «El mundo no es capaz de hacer al que es necesario hombre feliz. No es capaz de salvarlo del mal en todas sus especies denunciar si se aspira a y formas». La inmortalidad, y con ella la plenitud, no pertenecen a promover la plena este mundo, sujeto a la precariedad, por lo que pueden venir «exvitalidad de la vivencia de clusivamente de Dios»: «la vida eterna puede ser dada al hombre 20 la fe cristiana. solamente por Dios, sólo puede ser don Suyo» . Todo ello fue desconocido, olvidado, por el racionalismo ilustrado que «puso entre paréntesis al verdadero Dios y, en particular, al Dios Redentor»21. Al actuar así –concluye Juan Pablo II, llevando a término su diagnóstico– no sólo se alejó del cristianismo, que es, decidida y netamente, una «religión de salvación», una «religión soteriológica»22, sino que emprendió un camino que hacía imposible tanto el reconocimiento de Dios como la salvación o realización del hombre. Juan Pablo II reencuentra de esta forma –aunque no los cite expresamente– los textos pascalianos en los que se afirma la insuficiencia, más aún, la tendencial peligrosidad existencial de un conocimiento de Dios que no vaya unido al reconocimiento de la limitación y
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18 A. BAUSOLA, Quel libro che qualcuno si diverte a non capire, en «Avvenire» (Roma), 6-XI-1994, p. 15. 19 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 72. 20 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 72-73; cfr. también p. 85. Esta argumentación presupone una tesis antropológica básica, que Juan Pablo II no explicita aquí, pero que glosa con amplitud en otros momentos, y en alguno acudiendo precisamente a Pascal: «Sólo superándose a sí mismo –escribe–el hombre es plenamente hombre (Blas Pascal, Pensées, n. 434: Apprenez que l’homme passe infiniment l’homme: Sabed que el hombre supera infinitamente al hombre)» (Cruzando el umbral de la esperanza, p. 117): el ser humano está abierto al infinito, y sólo en referencia al infinito puede encontrar su plenitud y su acabamiento. 21 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 69. 22 La expresión aparece en diversos momentos a lo largo de Cruzando el umbral de la esperanza: ver, especialmente, pp. 84 y 88-89.
de la apertura a la trascendencia que caracterizan al ser humano: sólo un conocimiento de Dios que vaya unido al reconocimiento de la necesidad que el hombre tiene de Él se ajusta a la verdad de las cosas y hace posible, en consecuencia, una adecuada actitud existencial23.
Automanifestación de Dios y salvación del hombre Los textos que acabamos de citar y analizar nos ofrecen lo que, a nuestro juicio, constituye el núcleo del pensamiento de Juan Pablo II, tal y como se expresa, en diálogo con Pascal, en Cruzando el umbral de la esperanza. Cabe, no obstante, glosarlo y precisar ulteriormente sus contornos considerando dos cuestiones íntiLa Ilustración, tal y como mamente relacionadas con lo ya dicho, presentes ambas en la ense desarrolló en Europa a trevista: la consideración del amor y la entrega como actos manipartir del siglo XVII, festativos de la persona; el análisis del lugar que ocupa el mundo representó, sin duda alguna en la relación hombre-Dios.
1. La entrega como acto manifestativo de la persona
–comenta–, el «alejamiento del Dios de los Padres, del Dios de Jesucristo, del Evangelio y de la Eucaristía», pero –añade– ese alejamiento no trajo consigo una ruptura absoluta con el Dios trascendente: la realidad fue, en efecto, que se continuó hablando de Dios, pero –advierte enseguida– ese Dios del que se siguió hablando no era ya el Dios cristiano, sino «el Dios de los deístas», es decir –y ahí radica la gravedad de la crisis provocada– , «un Dios fuera del mundo».
El rechazo racionalista e ilustrado del Dios de Jesucristo, es decir, de un Dios que puede sufrir e incluso ser crucificado, ha revestido, en ocasiones, acentos piadosos, presentándose como la reivindicación del honor de Dios, a quien, se afirma, corresponderían el poder y la trascendencia, pero no la humillación: pensar de otra forma sería pensar de un modo indigno de Dios, cuya majestad se pondría en entredicho. «Dios –escribe Juan Pablo II, haciéndose eco y tipificando esa actitud– únicamente puede ser potente y grandioso, absolutamente trascendente y bello en Su poder, santo, e inalcanzable por el hombre. ¡Dios sólo puede ser así! No puede ser Padre e Hijo y Espíritu Santo. No puede ser Amor que se da y que permite que se le vea, que se Le oiga, que se Le imite como hombre, que se Le ate, que se Le abofetee y que se Le crucifique. ¡Eso no puede ser Dios...!»24. La realidad es, sin embargo –advierte enseguida el Pontífice–, que el rechazo de un Dios que se entrega no es, en modo alguno, un acto de honor a Dios, sino más bien un signo de que se desconoce su infinitud y su grandeza. Más concretamente, una nueva manifestación de esa incomprensión del verdadero Dios, reduciéndolo a principio inerme, que caracteriza al deísmo. Dios no es un ser inerte, ni una inteligencia que se agota en el puro pensar, sino amor y vida; en suma, persona. Dios es persona, y, precisamente porque es persona, puede entregarse y de hecho se entrega: su manifestarse a los hombres no ha consistido en un patentizar de modo frío y distante su infinito poder, sino en un darse a conocer de forma vital y concreta como un Tú que ama, invita y se entrega. 23 La referencia al pecado, visto en su negatividad y, más radicalmente aún, en cuanto realidad decisiva en orden a la toma de conciencia de la necesidad de abrirse a la misericordia y al don, y la referencia a la redención, como oferta efectiva del amor que salva, ocupan así, en Pascal y en Juan Pablo II, un lugar central en el conjunto de la obra, dotando a la totalidad del mensaje de una decidida coloración cristológica, ya que es en la muerte y la resurrección de Cristo donde pecado y gracia, necesidad de salvación y don divino, se desvelan de modo definitivo. Respecto a Pascal, ver, por ejemplo, Pensées, nn. 527 y 537; y respecto a Juan Pablo II ver, por ejemplo, Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 73-74, además de los textos ya precedentemente citados. 24 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 33.
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En uno de los primeros capítulos del libro, Messori plantea una objeción o dificultad en relación con el conocimiento de Dios: si Dios existe, ¿por qué se esconde?, ¿por qué es tan difícil reconocerle? Juan Pablo II esboza una primera respuesta aludiendo al valor del itinerario racional en orden a la mostración de la existencia de Dios: Dios, en suma, no está nunca oculto por entero a la inteligencia humana. Pero, apenas sentadas esas afirmaciones, da un paso más, acudiendo de nuevo a la inversión pascaliana del contra en el pro: ¿no debe decirse más bien que la presencia de un peculiar silencio, de un entremezclarse de luz y oscuridad, es un signo de autenticidad, ya que la tensión que ese entremezclarse implica es uno de los elementos constitutivos de la presente condición humana en cuanto condición peregrinante, es decir, en cuanto vida no llegada todavía a plenitud? Ya Pascal había seguido de algún modo ese camino en los textos en «No sólo había que los que señala que, respecto a Dios, hay suficiente luz para que sea prescindir de Dios en el razonable creer y suficiente oscuridad para que el creer implique conocimiento objetivo del mérito25. Entre el itinerario pascaliano y el de Juan Pablo II hay, no mundo (...), sino que había obstante, netas diferencias de perspectiva. Pascal aspira a analizar, que actuar como si Dios no en efecto, el acto de fe o, por mejor decir, su génesis y el modo como existiese, es decir, como si en ella se entrecruzan luz y oscuridad, racionalidad y amor, eviDios no se interesase por el dencia y entrega. Juan Pablo II dirige su atención no al hombre sino mundo». El racionalismo a Dios, no al acto por el que el hombre acoge la manifestación diviilustrado aceptaba, en na sino al manifestarse de Dios. suma, a Dios, pero sólo a «¿Por qué no hay pruebas más seguras de la existencia de Dios? ¿Porcondición de que «se le qué Él parece esconderse como si jugara con su criatura? ¿No debecolocara fuera del mundo», ría ser todo mucho más sencillo?», se pregunta Juan Pablo II, haciende que se lo presentara do suyos los interrogantes formulados por Messori. Son interrogancomo «un Dios más allá tes –prosigue– que «pertenecen al repertorio del agnosticismo condel mundo», más temporáneo»; pero también, paradójicamente, interrogantes que «conexactamente, como «un tienen formulaciones en las que resuenan el Antiguo y el Nuevo TesDios fuera del mundo», tamento»: también en la Escritura se alude a que Dios se esconde y ajeno al mundo. juega, y se afirma, por tanto, «que la Sabiduría de Dios se da a las criaturas pero, al mismo tiempo, no desvela del todo Su misterio»26. ¿Qué sentido tiene todo eso?, ¿qué explica ese alternarse, mejor, ese coexistir de desvelación y ocultamiento?, ¿por qué Dios no se manifiesta en plenitud de claridad, sino en claroscuro? Para responder a esos interrogantes es necesario precisar qué se entiende por claridad, más concretamente, cuál es la claridad que en cada contexto se requiere. Ese es el camino que sigue Juan Pablo II, afirmando con frase neta: «la autorrevelación de Dios se actualiza en concreto en Su humanizarse»27. ¿Hablar así –prosigue– no es acaso incidir en la reducción de lo divino a lo humano, propugnada por Feuerbach? «Las palabras son, sin duda, de Feuerbach –responde–, «pero –ut minus sapiens («voy a decir una locura», cfr. 2 Corintios 11, 23)– la provocación proviene de Dios mismo, puesto que Él realmente se ha hecho hombre en Su Hijo y ha nacido de la Virgen.
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25 Pensées, nn. 288, 564, 578 26 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 58-59. 27 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 59.
Precisamente en este Nacimiento, y luego a través de la Pasión, la Cruz y la Resurrección, la autorrevelación de Dios en la historia del hombre alcanza su cenit: la revelación del Dios invisible en la visible humanidad de Cristo»28. Una inteligencia que medite sobre la realidad de Dios desde la perspectiva que nos descubre Cristo, es decir, la de un Dios que es amor, advertirá enseguida la coherencia profunda de esas afirmaciones. Precisamente porque Dios es un Dios que ama, porque Dios desea comunicarse al hombre, resultaba necesario que se acercara al hombre, y se acercó de hecho de modo pleno: haciéndose Él mismo hombre hasta el extremo, es decir, asumiendo la concreta condición humana, manifestando así, de forma visible, humanamente tangible, su amor. El humanarse de Dios, su hacerse hombre, su nacer, su llegar hasta la pasión y la muerte, aunque pueden parecernos un obscurecimiento de su poder y de su gran- De ahí la invitación que deza, no constituyen, en realidad, tanto un ocultarse de Dios, cuan- recorre, desde el principio to un desvelarse, un darse a conocer como quien ama, ya que el hasta el final, no sólo amor se manifiesta precisamente en la entrega. Cruzando el umbral de la «Intentemos ser imparciales en nuestro razonamiento», prosigue esperanza, sino la Juan Pablo II. «¿Podía Dios ir más allá en Su condescendencia, en totalidad del magisterio de Su acercamiento al hombre, conforme a sus posibilidades cognos- Juan Pablo II: «¡No citivas? Verdaderamente, parece que haya ido todo lo lejos que tengáis miedo a recibir a era posible. Más allá no podía ir». «En cierto sentido –continúa, Dios! ¡No tengáis miedo a corrigiendo en parte la afirmación anterior–, ¡Dios ha ido dema- abrir las puertas a siado lejos!». «Desde una cierta óptica –concluye– es justo decir Cristo!». Dios no es un que Dios se ha desvelado incluso demasiado en lo que tiene de Dios fuera del mundo, un más divino, en lo que es Su vida íntima; se ha desvelado en el Dios indiferente al hombre propio Misterio». Y –añade– «no ha considerado el hecho de que y, menos aún, el rival del tal desvelamiento Lo habría en cierto modo oscurecido a los ojos hombre, sino, al contrario, del hombre, porque el hombre no es capaz de soportar el exceso su creador y su salvador, de Misterio, no quiere ser así invadido y superado»29. es decir, el fundamento y Dios no se ha quedado corto en su revelación, no ha escondido la raíz última de su vida y su cariño, sino que, al contrario, lo ha manifestado de tal mane- de su plenitud. ra, con tal claridad, que esa manifestación puede ofuscarnos, suscitar ese miedo que provoca, incluso en lo humano, un amor llevado hasta el extremo, puesto que no sólo maravilla, sino que compromete y no deja más salida que llevar el propio amor hasta la plenitud de entrega. No hay falta de luz, sino, más bien, exceso de luz, ya que hay exceso de amor y el amor es la luz verdadera 30.
2. El mundo en el contexto de la relación hombre-Dios «Cristo es el sacramento, el signo tangible, visible, del Dios invisible. Sacramento implica presencia. Dios está con nosotros. Dios infinitamente perfecto no sólo está con el hombre, sino que Él mismo se ha hecho hombre en Jesucristo»31. Dios –reitera en párrafo particu28 Ibidem. 29 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 59-60; cfr. también pp. 82-83. 30 Juan Pablo II entronca aquí con consideraciones ya esbozadas por algunos filones de la teología contemporánea, desde Karl Barth a Hans Urs von Balthasar; ver, por ejemplo, de este último, el breve pero penetrante ensayo Glaubhaft ist nur Liebe (Sólo el amor es digno de fe), Einsiedeln 1963. 31 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 30.
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larmente vibrante–, «no es el Absoluto que está fuera del mundo, y al que por tanto le es indiferente el sufrimiento humano. Es el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, un Dios que comparte la suerte del hombre y participa en su destino». La imagen de Dios que aceptó y difundió la Ilustración –prosigue– constituye, respecto al Evangelio, «un evidente paso atrás, no un paso en dirección a un mejor conocimiento de Dios y del mundo, sino un paso hacia su incomprensión». Dios –continúa– no es alguien «feliz de ser en Sí mismo el más sabio y omnipotente», sino más bien alguien que sale de sí y se entrega, ya que «su sabiduría y su omnipotencia se ponen, por libre elección, al servicio de la criatura»32. De ahí la invitación que recorre, desde el principio hasta el final, no sólo Cruzando el umbral de la esperanza, sino la totalidad del magisterio de Juan Pablo II: «¡No tengáis miedo a recibir a Dios! ¡No tengáis miedo a abrir las puertas a Cristo!» 33. Dios no es un Dios fuera del mundo, un Dios indiferente al homEl cristianismo es, sin bre y, menos aún, el rival del hombre, sino, al contrario, su creaduda alguna, una religión dor y su salvador, es decir, el fundamento y la raíz última de su de salvación, una vida y de su plenitud. Al dar este paso, al realizar estas afirma«religión soteriológica», ciones, Juan Pablo II tiene presente no sólo al deísmo y su consipero la soteriología deración de Dios como un ser lejano, ajeno a los avatares del evangélica no es una mundo, sino además esa tendencia a presentar omnipotencia soteriología negativa, sino divina y libertad humana como fuerzas incompatibles que, positiva. Y ello en un presente en otras épocas históricas, opera también en nuestra doble sentido. En primer cultura. lugar, y ante todo, porque «El esquema hegeliano amo-esclavo –escribe, saliendo al paso no implica la negación de de esa interpretación– es extraño al Evangelio», en el que no hay la libertad humana, que al lugar para el temor servil, para el miedo que esclaviza y aniquicontrario presupone y la, sino sólo para el amor y, en ese contexto, para el temor filial, potencia. Pero además para un amor que, precisamente porque es amor, sólo teme una –punto en el que interesa cosa: lo que puede dañarle como tal amor. «Del paradigma hedetenerse ahora– porque geliano –continúa– nace la filosofía de la prepotencia», de la viotampoco connota la lencia y del dominio, de la afirmación de sí a través de la neganegación del mundo. (...) ción del otro. En el mensaje evangélico «la postura amo-esclavo es radicalmente transformada en la actitud padre-hijo», dando así entrada a un paradigma que tiene su eje en el amor, en la confianza y, en consecuencia, en la acción34. El cristianismo es, sin duda alguna, una religión de salvación, una «religión soteriológica», pero la soteriología evangélica no es una soteriología negativa, sino positiva. Y ello en un doble sentido. En primer lugar, y ante todo, porque no implica la negación de la libertad humana, que al contrario presupone y potencia. Pero además –punto en el que interesa detenerse ahora– porque tampoco connota la negación del mundo. El cristianismo no es, reitera en otro momento –y desde otra perspectiva, enfrentándose no ya con Hegel, sino con toda religiosidad de 32 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 79. 33 Ver Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 28-30, 34 y, especialmente –también por lo que tienen de autobiográficas–, 213-222. 34 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 219-221; ver también p. 141.
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signo puramente intelectualista–, «solamente una religión del conocimiento, de la contemplación», sino «una religión de la acción de Dios y de la acción del hombre»35. Y de una acción que, al desarrollarse en la historia, connota el mundo; más aún, lo incorpora a su dinámica. Lo que explica la historia no es la caída del espíritu en una materialidad, en la que estaría la fuente de la dispersión y del mal, sino el juego entre dos libertades, la de Dios y la del hombre, que se manifiestan y articulan en el decurso del acontecer histórico, en el devenir y desplegarse de un mundo que surge como consecuencia del acto creador de Dios y que el hombre está llamado a asumir en respuesta a la invitación divina. Colocar a Dios no fuera sino dentro del mundo es afirmar la cercanía divina, una cercanía que no implica en modo alguno la destrucción o desvanecimiento del mundo, sino su afirmación. Reconocer a Dios no es sentirse impulsado a abandonar el mundo, sino más bien a valorarlo en cuanto realidad integrada en el relacionarse del hom- (...) El cristianismo no es, bre con Dios 36. reitera en otro momento
Para una determinación del estatuto existencial del filosofar
–y desde otra perspectiva, enfrentándose no ya con Hegel, sino con toda religiosidad de signo puramente intelectualista–, «solamente una religión del conocimiento, de la contemplación», sino «una religión de la acción de Dios y de la acción del hombre». Y de una acción que, al desarrollarse en la historia, connota el mundo; más aún, lo incorpora a su dinámica.
«La vida humana entera es un ‘coexistir’ en la dimensión cotidiana –‘tú’ y ‘yo’– y también en la dimensión absoluta y definitiva: ‘yo’ y ‘Tú’. La tradición bíblica gira en torno a este Tú, que en primer lugar es el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el Dios de los Padres, y después el Dios de Jesucristo y de los apóstoles, el Dios de nuestra fe»37. El párrafo que acabamos de citar evoca no sólo la moderna filosofía del diálogo38, sino también, y ante todo, el texto bíblico y, punto que aquí nos interesa subrayar, los planteamientos pascalianos. Acercándonos ya al final de nuestras consideraciones, resulta clara, a la luz de todo lo dicho hasta ahora, una consideración ya apuntada: que esa tensión entre cercanía y distanciamiento, entre aceptación y matización crítica que caracteriza la relación entre Juan Pablo II y Pascal se resuelve en una sintonía profunda respecto a cuestiones nucleares; más concretamente, respecto al modo de plantear la relación entre el hombre y Dios. Ambos coinciden, en efecto, no sólo en afirmar –como lo hace todo cristiano– que el hombre tiene en Dios su fin y su meta, sino, además, en sostener que no puede hablarse exacta y adecuadamente de Dios y del hombre sin implicar su mutua referencia. Un discurso sobre Dios que no connote la reali35 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 137-138. 36 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 41-44. La referencia a la relación Dios-mundo juega un papel importante, en la presente obra de Juan Pablo II, no sólo al interpretar la historia de la cultura occidental –y más concretamente la línea de pensamiento que va de Hegel a Marx, a la que aluden los textos recién citados–, sino también al valorar las diversas religiones, cuestión en la que no podemos detenernos ahora, pero que conviene al menos apuntar, remitiendo a las páginas más significativas: pp. 62 y 99-101, respecto al budismo, y p. 106, respecto a la religión mahometana. 37 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 56; expresiones parecidas en p. 206. 38 Así lo señala expresamente el propio Juan Pablo II que, en los dos lugares mencionados en la nota anterior, remite a los «filósofos del diálogo», particularmente a Martin Buber y a Emmanuel Lévinas.
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dad del amor de Dios al hombre y, a la inversa, un hablar sobre el hombre que no implique la consideración de su apertura al infinito, más aún, de su necesidad de lo infinito, son no sólo incompletos, sino deficientes, en cuanto que transmiten una visión del mundo y promueven unas actitudes existenciales que alejan de la verdad. Y todo ello tiene, como resulta obvio, amplias repercusiones a la hora de analizar, valorar y definir el proceder de la inteligencia. Tanto en Pascal, como, aunque sea –como ya lo hemos hecho notar, en más de una ocasión– con acentos diversos, en Juan Pablo II las afirmaciones antropológicas y las teológicas, las referidas al hombre y las referidas a Dios, se funden en unidad en cuanto que ambas implican, honda y consubstancialmente, dimensiones salvíficas, soteriológicas, redentoras. La antropología, si aspira a reflejar la realidad del ser humano, tiene que ser soteriológica, abierta al problema de la salvación captada y sentida en toda su hondura, y, en consecuencia, teológica, ya que sólo Dios salva verdaderamente. E igualmente soteriológica y antropológica ha de ser también la teología, puesto que sólo un teologizar que presente a Dios como el salvador y ponga de manifiesto la referencia al hombre que, en virtud de su amor, anida en el seno mismo de la divinidad, da razón de lo que Dios es y de su actitud hacia el hombre39. Desde la perspectiva así alcanzada podemos dirigir de nuevo nuestra atención a la cuestión del acceso a Dios, planteada al principio. No ya, ciertamente, para abordar de forma temática, sino para esbozar algunas de las conclusiones que de ahí derivan respecto a la naturaleza, mejor, al estatuto existencial de la filosofía. De forma sintética podemos formular esas conclusiones recalcando una vez más que si Dios es realmente el Dios vivo de que habla la tradición cristiana, si el hombre es realmente un ser que necesita del infinito, resulta claro que con ese núcleo no se entronca, ni en él se profundiza con la sola razón, sino con la totalidad de la persona. No es, pues, extraño que los textos de Juan Pablo apunten o, al menos, evoquen un modo de filosofar en el que la persona del filósofo se encuentre vitalmente comprometida y ello no por razones extrínsecas o accidentales, sino substantivas, en cuanto que el acto de filosofar enfrenta al hombre, de modo neto, con el problema de su propio y personal destino. Lo que a su vez, como reverso de la medalla, implica un distanciamiento crítico respecto de todo filosofar que contribuya de una forma o de otra a obscurecer o dejar en segundo plano las dimensiones existenciales. También a este respecto Pascal y Juan Pablo II coinciden, aunque con diferencias significativas, en parte ya señaladas. Tanto en el memorial como en los Pensamientos, al hablar del encuentro del hombre con Dios, Pascal se sitúa en un plano que podríamos calificar de estrictamente existencial: a lo que aspira es a subrayar la cercanía de Dios, la realidad de Dios como el Dios vivo, así como, paralelamente, a promover en el hombre las actitudes ético-existenciales que hacen posible captar la luz que de Dios viene. De ahí que, en su reflexión antropológica, acentúe cuanto contribuye a potenciar en el hombre la advertencia, a la vez, de su grandeza y de su
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39 Sobre la conexión entre teocentrismo, antropocentrismo y cristocentrismo en el pensamiento de Juan Pablo II, puede verse nuestro estudio Antropocentrismo y teocentrismo en la enseñanza de Juan Pablo II, en «Scripta Theologica» 20 (1988) 643-665 (recogido, junto con otros estudios, en Iglesia en la historia. Estudios sobre el pensamiento de Juan Pablo II, Valencia 1997, 97-120).
«Desde hace más de medio siglo, cada día, a partir de aquel 2 de noviembre de 1946 en que celebré mi primera Misa en la cripta de San Leonardo de la catedral de Wawel en Cracovia, mis ojos se han fijado en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han ‘concentrado’ y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa ‘contemporaneidad’» (Ecclessia de Eucharistia, N. 69).
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miseria, las ansias de infinito y la conciencia de que el infinito tiene que sernos dado. Y que, al enfrentarse con Descartes, critique especialmente el determinismo que lastra sectores importantes del sistema cartesiano, hasta convertirlo en una manifestación –o, según se mire, en un antecedente– de esa imagen de Dios como Dios fuera del mundo propia del deísmo. Juan Pablo II –ya lo hemos visto– es muy sensible, extremadamente sensible, ante toda esa problemática, pero, situado en una etapa ulterior de la historia del pensamiento, conoce también el hilo intelectual que desde el cogito cartesiano conduce a Kant y posteriormente al idealismo, es decir, a planteamientos primariamente no existenciales sino noéticos y, en última instancia, metafísicos, aunque con hondas repercusiones existenciales, puesto que el idealisDe forma sintética mo, encerrando al hombre en la idea, le impide todo verdadero podemos formular esas acceso al encuentro interpersonal y a la vida. conclusiones recalcando Entre las muchas implicaciones que de ahí derivan, señalemos una vez más que si una, decisiva por lo que al planteamiento de Juan Pablo II se Dios es realmente el refiere: una mayor atención a la problemática gnoseológica. De Dios vivo de que habla la ahí que la contraposición pascaliana entre el Dios de los filósotradición cristiana, fos y el Dios de Jesucristo tenga eco en el pensamiento de Juan si el hombre es realmente Pablo II pero, en cuanto tal contraposición, un eco matizado: si un ser que necesita Pascal aspiraba a que sus contemporáneos, liberándose de un del infinito, resulta claro modo de filosofar que les impedía ir a lo hondo de las cuestioque con ese núcleo nes existenciales, se abrieran a la palabra de la revelación, Juan no se entronca, ni en Pablo II, buscando ese mismo fin, advierte la necesidad de preél se profundiza con cisar ante todo el estatuto y la naturaleza del filosofar. la sola razón, sino En su respuesta a las preguntas de Messori sobre el manifestarsecon la totalidad de ocultarse de Dios y sobre el itinerario que implica la fe, Juan Pala persona. blo II, después de haber hecho referencia a la realidad del Dios vivo y al encuentro como encuentro interpersonal, completa su reflexión señalando que algunas de las dificultades que las preguntas de Messori evocan, resultarían extemporáneas en el contexto de la tradición intelectual judeocristiana tal y como la testifican un Santo Tomás o un San Agustín, ya que esa tradición tuvo clara conciencia de la condición histórico-existencial del hombre. Dicho con otras palabras, las preguntas de Messori presuponen el proceso filosófico moderno «cuya historia se inicia con Descartes, quien, por así decirlo, desgajó el pensar del existir y lo identificó con la razón misma: Cogito, ergo sum («Pienso, luego existo»)», desdibujando de esa forma la historicidad de la condición humana40. Descartes –añade en otro lugar– «no sólo marca el comienzo de una nueva época en la historia del pensamiento europeo, sino también (...) inaugura el gran giro antropológico en la filosofía». Con él –prosigue– se produjo un alejamiento de «la filosofía de la existencia» y, en términos más generales, de todo proceder filosófico que desemboque, más allá del pensamiento, en la realidad, en el concreto y comprometedor existir41. Descartes, en suma, desexistencializó el pensar, lo privó 40 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 57. 41 Cruzando el umbral de la esperanza, pp. 67-68.
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de concreción vital y, de esa forma, cerró o, al menos, dificultó el camino para acceder a todo lo que implique alteridad, distinción, y por tanto a Dios, ya que Dios «no es sólo un problema del pensamiento, sino el fundamento del vivir»42. Un doble empeño resulta así necesario a los ojos de Juan Pablo II. En primer lugar, y ante todo, superar el deísmo, recuperar la verdad de Dios como el Dios vivo, como Dios no fuera del mundo, sino dentro del mundo por su amor y su entrega. Y, en segundo lugar, volver a entroncar con la gran tradición de la filosofía de la existencia para la cual «no es el pensamiento el que decide la existencia, sino que es la existencia, el esse, lo que decide el pensar»43. Sólo así, o sea, existencializando el pensar, se contribuirá a que el hombre se sitúe ante el mundo y ante sí mismo con autenticidad y, por tanto, con capacidad para realizar esa profundización en la existencia de la que depende el encuentro con Dios y, por tanto, la radicación en la plenitud de la verdad del propio ser y, en consecuencia, de la praxis. Sólo, en efecto, cuando el Una conclusión se impone: en Juan Pablo II el Dios de Jesucristo filósofo –el hombre que y el Dios de los filósofos no se contraponen; el Dios al que abre filosofa– se sitúa de modo la filosofía es –para el Romano Pontífice– el Dios que en Jesu- vital y comprometido, cristo se revela con plenitud. Pero con una condición: que la filo- existencial, ante la propia sofía proceda de acuerdo con la verdad del hombre, que sea una existencia, estará en filosofía que no anule o desdibuje la hondura –la dramaticidad– condiciones para hablar de de la existencia, sino que al contrario ayude a tomar conciencia Dios de modo plenamente de ella. En todo momento, también a nivel filosófico –es decir, veritativo, es decir, como no sólo en relación con la vida en su conjunto, sino también en salvador. relación con el proceder teorético de la razón– sigue siendo verdad para Juan Pablo II que a Dios se accede con la totalidad de la persona. Sólo, en efecto, cuando el filósofo –el hombre que filosofa– se sitúa de modo vital y comprometido, existencial, ante la propia existencia, estará en condiciones para hablar de Dios de modo plenamente veritativo, es decir, como salvador. Ciertamente, la filosofía no otorga la salvación –como tampoco lo otorga ninguna otra actividad o realidad humana, ya que la salvación no es conquista sino don–, pero ha de estar no sólo abierta al problema de la salvación, sino profundamente penetrada por él. De ahí su condición paradójica, ya que se ve conducida a hablar de aquello que le transciende, más aún, que sólo avizora o vislumbra; pero también su importancia –siempre a los ojos de Juan Pablo II– en cuanto reflexión que, al versar sobre las dimensiones nucleares del ser humano, puede y debe contribuir a situar al hombre, con autenticidad y seriedad existenciales, ante aquello, mejor, ante Aquel, en relación con El cual se juega la substancia de su vivir. 42 Son palabras de J. RATZINGER, en el acto de presentación del original italiano de Cruzando el umbral de la esperanza que tuvo lugar en Milán el 19 de octubre de 1994 (publicado en «Bollettino della Sala Stampa della Santa Sede, 20-X-1994). 43 Cruzando el umbral de la esperanza, p. 57. «Pienso del modo que pienso –prosigue el texto– porque soy el que soy –es decir, una criatura– y porque El es El que es, es decir, el absoluto Misterio increado». «Si El no fuese Misterio» –continúa, dando así entrada a las consideraciones sobre revelación precedentemente citadas y comentadas–, «si el hombre con su intelecto creado y con las limitaciones de la propia subjetividad, pudiese superar la distancia que separa la creación del Creador, el ser contingente y no necesario del Ser necesario», «no habría necesidad de la Revelación, o mejor, hablando de modo más riguroso, de la autorrevelación de Dios», y, en consecuencia, el conocimiento de Dios, no estaría acompañado de la experiencia de claroscuro que ahora lo caracteriza (pp. 57-58), más aún, estaría expuesto a resolverse en una unidad sin distinciones y, por tanto, sin amor.
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HABLA UN CERCANO DISCÍPULO DEL PAPA, STANISLAW GRYGIEL:
Antropología para un Occidente postmoderno POR JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE
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esde el día de la elección de Juan Pablo II, Stanislaw Grygiel, antiguo alumno suyo en la polaca Universidad de Lublín y uno de sus colaboradores seglares más cercanos, no ha dejado de trabajar sobre diversos aspectos de la enseñanza del Papa, publicando muchos de sus escritos en «Znak»y «Tygodnik Powszechny» de Cracovia, primero, y luego en revistas y diarios del mundo entero. HUMANITAS se congratula de contar con su colaboración y con su pertenencia al Consejo de esta revista desde el nacimiento de la misma, hace ya ocho años. A muy poco de haber sido elegido Karol Wojtyla para ocupar la sede de Pedro –evento cuyo 25° aniversario conmemoramos en este número de HUMANITAS– Grygiel fue llamado por el Pontífice a Roma para dirigir el Instituto Polaco para la Cultura Cristiana y para enseñar en la Universidad Lateranense. Es hasta la fecha uno de los más conocidos profesores del Instituto Juan Pablo II para estudios sobre Matrimonio y Familia que se creó en esa Universidad romana a instancias del Papa y que han presidido sucesivamente los obispos y eminentes teólogos Carlo Caffarra y Angelo Scola. Entre sus actividades debe destacarse asimismo la creación y dirección de la revista Il Nuovo Areopago, ya con más de dos décadas de existencia y de la cual se han editado alrededor de ochenta volúmenes. Es útil escuchar las palabras con que explica el sentido de dicha publicación: «Fue en el Areópago ateniense donde San Pablo tomó contacto con la cultura europea. Atenas es Europa. El choque de la fe con la cultura griega europea provocó muchas chispas y mucho fuego en el Viejo Continente, y nos parece que también en la actualidad existe un choque entre la fe, la propuesta paulina de Cristo y la cultura europea. Queríamos apuntar hacia algunos problemas centrales, es decir, más bien mostrar las chispas que despide el choque de la fe con la civilización y la cultura». La conversación con Grygiel se siente, de comienzo a fin, impregnada de esas valoraciones que, según nos señala, son las dominantes en la revista que dirige. Resultan ellas perfectamente coincidentes, por lo demás, con algo sustancial que sabe muy bien transmitir nuestro entrevistado: la visión del hombre que le supo entregar su maestro, Juan Pablo II. Ahondar en ello es, por su parte, el objetivo de esta entrevista.
Ya para comenzar, nos comenta así Grygiel acerca de su tesis doctoral sobre Sartre, que trabajó años atrás en Lublín, precisamente bajo la dirección de Karol Wojtyla, cuando éste era ya obispo titular de Cracovia. Fue el origen de esa antigua y fructífera colaboración con su maestro:
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—Se trataba de un intento de reconstrucción de una ética que Sartre había prometido llevar a cabo, pero que nunca se concretó. Mi punto de partida era su filosofía de la conciencia. Creo que hasta el día de hoy, en la actual civilización, podemos observar un cierto sartrismo en la mentalidad de la gente, en el sentido de que todo HUMANITAS Nº 31 pp. 500 - 513
Juan Pablo II, en Puerto Montt, durante su visita a Chile en 1987.
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se reduce a ver y aceptar la realidad en su carácter factual, sin trascendencia alguna. Por consiguiente, la ética ha sido destruida. Para mí, esto es consecuencia directa e inmediata de la tarea filosófica de Sartre. Ciertamente, las raíces son más remotas, pero también operan en forma inmediata, a través de su teatro, por ejemplo. —¿Podría ahondar en lo que es el modo de pensar filosófico que usted recibió de su maestro?
es imposible la filosofía sin obediencia. Yo debo obedecerle a esta mesa, escuchándole en su verdad. Actualmente vemos cómo en la civilización occidental es imposible filosofar, porque es imposible obedecer, porque es imposible escuchar. Y esto es así, porque en el fondo para nuestra actual mentalidad no existe la verdad; para nuestra conciencia occidental no existe hoy en realidad la verdad. Como no es posible siquiera pensar, tampoco es posible obedecer.
—Pero parece que esto no es sólo —Lo que yo deseo conocer, de problema de la filosofía. También hecho, es la realidad. Como la YO SOY DEUDOR DEL la teología se diría que anda murealidad es creada y pensada CARDENAL WOJTYLA. DE ÉL chas veces por esos rumbos. por Dios, no se puede apartar APRENDÍ A ESCUCHAR LO QUE la filosofía del pensamiento en ES. Y EL PENSAMIENTO DE DIOS —En este sentido me parece la fe. Aún más, yo diría que no ESTÁ PRESENTE EN LO QUE ES. que la crisis del pensamiento es posible pensar sin la fe. Se EL NO ENSEÑABA, POR ASÍ teológico actual se debe al hepuede construir, pero no penDECIR, CON PALABRAS, SINO cho de que la inspiración del sar: será una producción de HACIÉNDONOS ESCUCHAR LA teólogo no sólo está en la filoideas, una mera ideología. Una REALIDAD, PORQUE LA sofía, sino también en la fe. Si cosa es construir algo, pero otra REALIDAD HABLA. COMO LA en nuestra mentalidad no exisfilosofar, pensar, escuchar. REALIDAD ES CREACIÓN te la capacidad de escuchar y En este sentido, yo soy deudor DIVINA, EN ELLA ESTÁ obedecer la verdad del árbol o de Karol Wojtyla. De él aprenPRESENTE EL PENSAMIENTO DE del agua, resulta muy difícil la dí a escuchar lo que es. Y el penDIOS. SE TRATABA, PUES, EN teología, incluso prácticamensamiento de Dios está presente ÚLTIMO TÉRMINO, DE te imposible. Los teólogos acen lo que es. Él no enseñaba, ESCUCHAR LA PALABRA tuales tienen por consiguiente por así decir, con palabras, sino DIVINA. muchos problemas con la obehaciéndonos escuchar la realidiencia y la verdad. ¿Quién dad, porque la realidad habla. habla hoy en día de la verdad? Como la realidad es creación divina, en ella está presente el pensamiento de En el fondo, existe un problema con la fe y difiDios. Se trataba, pues, en último término, de cultad para creer que el pensamiento divino está escuchar la palabra divina. De ese modo, para presente en el agua. Hay un problema con la nosotros después fue más fácil vincular la filo- obediencia en este momento en la Iglesia y en sofía al pensamiento teológico. Pero sucedió nuestra mentalidad, con la obediencia a la vertambién algo más que eso, algo mucho más pro- dad, a la palabra presente en la realidad. Esta obediencia no es esclavitud. No. La obediencia fundo: nos hizo posible filosofar en la fe. Quiero agregar todavía, que este escuchar im- implica vivir de acuerdo a la verdad, y ahí resiplica otra cosa, que es propia del pensador filo- de justamente la libertad. sófico. Si yo escucho la verdad de lo que es, en- Luego, además del amor y la libertad, tenemos tonces obedezco. Por eso, para mí, filosofar en un tercer aspecto, vinculado a los anteriores, el fondo es también obedecerle a la realidad y puesto que se trata de la misma realidad vista
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desde diferentes perspectivas, que es la digni- demos el concepto, por ejemplo, en Polonia. La dad de la persona humana, producto de su re- libertad, el amor y la dignidad nos hacen salir de inmediato de la soledad. En la soledad hay lación con la verdad. Si uno tiende hacia la verdad, es conducido por una derrota del hombre, en que todo termina ella y conduce a los demás hacia la verdad, en- en el abandono. Éstos son, pues, los puntos neutonces es digno. Al hablar de la dignidad de la rálgicos de su antropología. persona humana, el Papa está muy vinculado a los filósofos medievales, que llamaban dignidad —¿Qué relación establecería usted entre esta visión –dignitas– a la persona: «dignitates personae». antropológica y la Encíclica «Redemptor Hominis», En polaco, si uno pregunta el apellido de alguien que es como la matriz del magisterio de Juan Pablo II? le dice: «¿cuál es tu dignidad?», que significa: «¿cuál es tu apellido?» «¿Qué dice este apelli- —Veo aquí un vínculo esencial. Puesto que yo debo existir en torno y hacia la do?». Dice de qué casa yo proverdad, ésta constituye un cenvengo, dónde vivo. Y la digniACTUALMENTE VEMOS CÓMO tro alrededor del cual yo edifidad de la persona humana nos EN LA CIVILIZACIÓN co mi morada, es decir, el dice en definitiva que proveOCCIDENTAL ES IMPOSIBLE «ethos». Pero yo tengo que darnimos de la casa edificada en FILOSOFAR, PORQUE ES me a este centro que genera el torno a la verdad. Tenemos IMPOSIBLE OBEDECER, PORQUE orden en mi morada. Y como este patronímico. Si yo vivo en ES IMPOSIBLE ESCUCHAR. Y sólo puedo darme a una realitorno a la verdad y hacia la verESTO ES ASÍ, PORQUE EN EL dad que vuelve a darse –ya que dad, soy digno. Ésta es mi casa FONDO PARA NUESTRA ACTUAL de otro modo me perdería, me y aquí está la dignidad. Y enMENTALIDAD NO EXISTE LA destruiría a mí mismo, me enatonces somos libres. Pues la VERDAD; PARA NUESTRA jenaría– tengo que darme a la dignidad implica tener la CONCIENCIA OCCIDENTAL NO persona. Al darme a mi amigo, libertad de vivir de acuerdo a EXISTE HOY EN REALIDAD LA a mi mujer, puedo ver ya no la verdad. VERDAD. COMO NO ES POSIBLE sólo, sino junto con ellos, que En síntesis, la dignidad implica SIQUIERA PENSAR, TAMPOCO ES unidos tendemos, existimos la libertad e implica el amor; es POSIBLE OBEDECER. hacia una realidad superior a lo mismo. Aquí me parece que nosotros, que nos trasciende, a están los tres puntos neurálgila cual estamos escuchando. cos de la antropología de Karol Wojtyla. En esos reside asimismo el carácter Aquí veo de nuevo el vínculo entre la filosofía y de comunión de la persona humana. Yo no pue- la fe; aquí se transfigura la filosofía; éste es el do darme, por ejemplo, al árbol, porque eso me monte Tabor de la filosofía. La filosofía espera alienaría y esclavizaría; sólo puedo darme a los este centro. demás seres humanos. Y tengo que darme a la Ahora, ¿hay o no en este centro una persona más realidad, que luego se me vuelve a dar a mí, grande que todos nosotros? La filosofía, en vercon lo cual me enriquezco aún más y no me pier- dad, me enseña a esperar la revelación; me enseña a encontrar lo revelado. En el centro, se do, no me enajeno. Por consiguiente, el amor, la libertad y la digni- revela Cristo a través de nuestra fe. Estos tres dad son inconcebibles sin la comunión de las puntos neurálgicos de la antropología de Karol personas en la familia, en la amistad y en la na- Wojtyla se dan en la primera frase de la Encíclición, no en el sentido nacionalista del término, ca «Redemptor Hominis»: Cristo es el centro de la sino como familia de familias, tal como enten- historia del cosmos.
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Ahora bien, la verdad de esta historia que vivo Civilización y Cultura y de la cual también soy autor consiste en dar- —En el transcurso de los libros que usted ha publime a los demás y a Cristo. Todo reside al fin en cado, se observa una distinción entre los conceptos esto. Pero hay también otro problema en la En- de civilización y cultura. ¿Podría resumidamente cíclica «Redemptor Hominis». He dicho que hay explicar esa distinción? En síntesis, ¿qué representa tres puntos neurálgicos que nos unen a los de- para usted hacer cultura? más hombres. Es imposible ser libre, amante y digno sin los demás; en la soledad, esto no es —Para mí civilización y cultura son dos concepposible. En la soledad el hombre no sabe hacia tos diferentes. La civilización está vinculada al dónde caminar, es mísero. Por consiguiente, nos concepto de Gabriel Marcel de «tener», de «neceencontramos de inmediato en la communio sidad», concepto que actualmente está también personarum, es decir, en la Iglesia, una Iglesia muy divulgado por Manuel Levinás. ¿Qué signinatural. Aquí tenemos una onfica esto? Significa que, para vitología de la Iglesia, con la vevir, yo necesito tener algo. Por EN POLACO, SI UNO PREGUNTA nida de Cristo y su revelación. ejemplo, necesito la silla, porque EL APELLIDO DE ALGUIEN LE Esta Iglesia natural se transforcada cierto tiempo tengo que DICE: «¿CUÁL ES TU ma en la Iglesia de Cristo, algo sentarme; necesito los anteojos DIGNIDAD?», QUE SIGNIFICA: muy superior, y es evidente para ver mejor. Todo es muy «¿CUÁL ES TU APELLIDO?» que esta Iglesia debe edificarse natural. Las necesidades me «¿QUÉ DICE ESTE APELLIDO?». a través de nuestro amor virgimueven a hacer algo, a produDICE DE QUÉ CASA YO nal esponsalicio, a través de cir, y puedo producir anteojos, PROVENGO, DÓNDE VIVO. Y LA nuestra libertad, a través de sillas, y otros objetos con los que DIGNIDAD DE LA PERSONA nuestra dignidad. Aquí está el satisfago mis necesidades. HUMANA NOS DICE EN segundo punto central de la Pongámonos en el caso de un DEFINITIVA QUE PROVENIMOS Encíclica: la única y fundamensastre que hace ropa, que reDE LA CASA EDIFICADA EN tal vía para la Iglesia es el homduce su vida a eso, a producir TORNO A LA VERDAD. TENEMOS bre, pero el hombre unido a los y a vender ropa. En definitiESTE PATRONÍMICO. SI YO VIVO demás en dirección al centro de va, verá que ha progresado en EN TORNO A LA VERDAD Y la historia y del cosmos, que es el hacer, pero él personalmenHACIA LA VERDAD, SOY DIGNO. la persona de Cristo. te sigue siendo el mismo. ÉSTA ES MI CASA Y AQUÍ ESTÁ Me parece, pues, que la EncíEventualmente no ha progreLA DIGNIDAD. clica «Redemptor Hominis» es sado, no ha madurado, no ha prácticamente una manifestahecho nada. ¿Qué ha sucedición de su antropología filosódo? Una gran desilusión, infica. Pero hay que distinguir bien al respecto, cluso una desesperación. porque en primer lugar lo que hizo Karol Hay entre tanto otro concepto de Gabriel Marcel, Wojtyla es una filosofía, una antropología, y la el «ser». En el ser, el hombre vive lo que Levinás «Redemptor Hominis» forma parte ya del ma- llama el deseo. Yo deseo ser y poder presentarme gisterio de la Iglesia, lo cual es otra cosa. No po- a los demás no a través de lo que tengo, sino a demos decir que sea una prolongación de su fi- través de mi ser, tal como Dios se presentó a losofía, pero sí podemos ver en la Encíclica una Moisés: «Yo soy el que soy». Es muy humillante espléndida manifestación dada a nosotros a tra- ver cómo la gente, cuando se le pregunta «¿quién vés de la fe, por Dios, por la Iglesia, manifesta- eres?», dice «Soy Presidente de la República». Eso ción, pero no prolongación de su antropología. es muy poco, no es nada. En el Fausto de Goethe,
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cuando Mefistófeles le dice a Dios «¿Has visto cómo se comporta el Doctor Fausto?», Dios responde: «Tú querías decir ‘Mi siervo Fausto’». La identidad de Fausto no reside en ser doctor, en su función o grado académico, sino en ser siervo de Dios, en estar ligado a Dios y en la dignidad o el amor, que es lo que nos identifica. En último término, la identidad en el ser proviene del pensamiento de Dios, que nos ve tal como somos. ¿Dónde están entonces la civilización y la cultura? Para mí, esta producción de anteojos, sillas, de las ciencias de los conocimientos, del saber hacer algo, saber construir fábricas, saber escribir libros, saber hacer bombas atómicas, y tantas cosas más, esto, para mí, es la civilización técnica, vinculada a las necesidades y al tener. Pero cuando uno, al fabricar los anteojos, al escribir libros, crece y acrecienta su ser en el propio actuar de dicho ser, es decir, en el amor y el conocimiento de la verdad, entonces tenemos la cultura. La palabra cultura viene de «cultivar», «coleo», «colere». Cultura es un participio futuro: las cosas futuras que nacerán. No es de los productos que nace el futuro. Éste nace de aquello que cultivamos en nosotros haciendo esto o aquello. —¿Cree usted posible ser un hombre civilizado y sin cultura? ¿Incluso, siendo civilizado, vivir una anticultura y potenciarla?
—Sí, evidentemente. Y puede ser así porque sin cultivar estos valores que me permiten ser libre, amante de la verdad y digno, no puedo ser el que soy, tal como Dios se presentó: «Soy el que soy». ¿Cuáles son estos valores? Son valores unidos al ser y no al tener, es decir, sobre todo amar, conocer la verdad, comportarse de acuerdo a la verdad, de acuerdo a la justicia, ser justo; serlo, por ejemplo, en relación con el agua, es decir, comportarse de acuerdo a la verdad del agua, obedecerle a la verdad del agua. Si nosotros actuáramos desde este punto de vista cultural, no tendríamos actualmente problemas ecológicos. Tenemos estos problemas porque no obedecemos a la verdad del agua, del bosque, del aire. Asimismo, tenemos problemas morales desastrosos en la sociedad porque no obedecemos a la verdad del hombre, de la familia. Existe una analogía entre los problemas ecológicos y los problemas negativamente morales, es decir, los desastres que ocurren en la familia, en la sociedad. Por consiguiente, estos valores, cultivados, constituyen propiamente nuestra cultura. Yo he acuñado el término «productura». La cultura reside en el deseo, en el obrar, es decir, en el amar, en el conocer, en el hacer justicia, hacer la paz, en el obrar pacíficamente. Esta es la cultura. Si reducimos nuestra vida sólo a hacer anteojos, libros, zapatos, a producir cosas, no vivimos en la cultura, sino en la «productura». Se puede ser un gran productor sin ser un cultivador. En este sentido, se puede ser civilizado sin cultura, incluso en contra de la cultura. Yo veo cómo la «productura», esta civilización técnica vinculada al tener, se ha reducido a sí misma, se ha encerrado en su propia inmanencia, y automáticamente es anticultura, porque es contraria al amor, la libertad, la dignidad, la justicia y la paz. —Usted ha defendido la idea de que toda cultura tiene un genio que le da su nombre de origen. En el caso de Occidente, usted ve este origen vinculado a Aristóteles y a otras grandes figuras de la cultura griega. Ahora bien, ¿en qué medida le atribuye importancia
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a los impulsos místicos y no meramente especulativos en el origen de una cultura ?
Aristóteles no se presta tanto para el teísmo. El dios de Aristóteles es un holgazán, es perezoso, no hace nada. Es amado, pero él no ama y no sabe que es amado. Por eso digo que aquí ya hay una declinación.
—Prescindiendo en este momento de la fe y la revelación, pienso que la cultura tiene siempre orígenes místicos. Si en un continente no hay un genio místico, es imposible que surja la cul- —No obstante, tendrá que reconocer que en Aristótura. Puede haber una gran «productura» muy teles hay un patrimonio e ideas de inconmensurable eficaz, perfecta, precisa, matemáticamente estu- alcance... penda, pero nunca estará presente la cultura. Pienso que la cultura europea nace incluso de —Sin duda. Hay ideas estupendas sobre ética y dos místicas: de la griega y de la hebraica. La política. Mal que mal era discípulo de Platón y algo de él tiene que haber hehebraica es más que mística redado. Pero en Platón lo enporque en ella también existe SABER HACER ALGO, SABER contramos todo desde el punla revelación en la mística. CONSTRUIR FÁBRICAS, SABER to de vista de la cultura. AhoESCRIBIR LIBROS, SABER HACER ra bien, en la filosofía de Pla—Se refiere usted al fenómeno culBOMBAS ATÓMICAS, Y TANTAS tón también se dan amplias tural judeo-cristiano... COSAS MÁS, ESTO, PARA MÍ, ES posibilidades para la razón; no LA CIVILIZACIÓN TÉCNICA, en vano fue él quien hizo po—Ciertamente. VINCULADA A LAS NECESIDADES sible a Aristóteles. Pero hay también otra místiY AL TENER. PERO CUANDO UNO, ca, que podríamos llamar naAL FABRICAR LOS ANTEOJOS, AL —¿Dónde entonces radica en detural, que yo considero proféESCRIBIR LIBROS, CRECE Y finitiva la cultura? tica. Es la mística de algunos ACRECIENTA SU SER EN EL griegos, los clamores profétiPROPIO ACTUAR DE DICHO SER, —En los místicos y en los sancos de los trágicos griegos: ES DECIR, EN EL AMOR Y EL tos. Fue una gran gracia otorEsquilo, Sófocles, Eurípides. CONOCIMIENTO DE LA VERDAD, gada a nosotros el que Dios se De hecho Esquilo clama: ENTONCES TENEMOS LA haya revelado precisamente «Revélate, oh, Dios, revélate, CULTURA. en Europa. No sabemos por porque así no se puede seguir qué Europa fue elegida, pero viviendo». Otro tanto hace hay una gran convergencia de Sófocles. Luego, están los presocráticos, asimismo muy inclinados a la la mística y la cultura que nace, y luego de la mística. Heráclito es un genio ético, pero no revelación. tan sólo ético, como también Sócrates. Por fin ¿Por qué actualmente existen tantas dificultades, por ejemplo, en la Iglesia? Porque cada vez Platón está de lleno en lo místico. La civilización, la «productura» me parece que hay mayor carencia de cultura. Hay una gran comienza con Aristóteles: es racionalista y «productura», pero falta la cultura. Así, para experimentalista. En cierto modo, allí se inicia Dios, con su palabra, resulta difícil penetrar; la decadencia del pensamiento griego. No por Dios sólo puede entrar en las personas humacasualidad los padres de la Iglesia se basaron nas libres, amantes y dignas, es decir, donde se en Platón y no en Aristóteles para su teología. encuentra la cultura. Es por eso que Juan Pablo Incluso Santo Tomás de Aquino es platónico en II pone acento en la fe y la cultura, que constitusu teología. A mi modo de ver, la filosofía de yen un todo orgánico.
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—En relación con el amor y la unión de la fenomenología y la metafísica me gustaría recordar las palabras de San Juan en la Primera —Es justamente eso lo que trato de decirles a Epístola: el amor no consiste en lo que tenemis estudiantes y escribir para los demás. Ac- mos, sino en el hecho de haber sido ya amatualmente, la filosofía, tal como se hace entre dos. Es decir, en el amor yo debo escuchar la nosotros –y también la teología en algunos ca- forma en que soy amado, porque de esa forsos, pero yo sólo hablo de la filosofía–, se ha ma tengo que amar. En esto no basta la fenoconvertido en un elemento de la «productura» menología y se requiere la metafísica y en el y no de la cultura. La filosofía actual está con- fondo la fe. tra la naturaleza de sí misma, porque en vez de Sin fe, la metafísica se convierte en ideología, estar al servicio de la sabiduría y la verdad se en construcción pura, y la fenomenología se ha convertido en un adulterio, un adulterio con convierte en una descripción de mis propias impresiones, pensamientos, deseos y caprilas cosas que se producen. chos; pero estos pensamientos Producir, producir y producir, son construcciones y no el incluso sistemas, ideas, ideoloCREO QUE EN EL TRABAJO DE UN pensar. El pensar implica esgías eficaces, convincentes. AGRICULTOR TENEMOS cuchar. Quiero tener consenso para PRECISAMENTE UN SÍMBOLO DE poder hacer algo, obtener algo, LA CULTURA. EL CULTIVA LA —Usted ha mostrado que existe tener, hay que tener. La filosoTIERRA, PREPARA LA TIERRA cierta relación entre lo que es hafía en cambio nace sólo en PONIENDO UNA SEMILLA PARA cer cultura y el quehacer agrícounos pocos del deseo de ver. RECIBIR ALGO MÁS, QUE NO SE la. Me parece también, por lo que Actualmente, por ejemplo, la EXPLICA ÚNICAMENTE CON LA acaba de explicar, que usted ve filosofía aprueba los experiTIERRA Y MEDIANTE LA TIERRA. en la cuItura un asumir la natumentos con criaturas en el reEL AGRICULTOR TRABAJA, PERO raleza y el cosmos. En este sentigazo materno, los experimenEN LO ESENCIAL DE SU TRABAJO do, ¿qué problema presenta para tos para incrementar las cienSE ENCUENTRA LA ESPERANZA. la cultura una sociedad como la cias. ¿Por qué? Porque se ha de nuestros días, donde lo agríconvertido también en un elecola pasa a segundo plano? mento de la «productura» y ya no es cultura. ¿Y por qué no es cultura? Porque le falta el momento místico del contacto con la —El término «hacer» me parece peligroso en realidad, el escuchar la palabra del agua, lo que relación con la cultura, ya que en sentido esdice la estrella, lo que dice el árbol, sobre todo tricto sólo puede hacerse una cosa, algo que lo que dice el otro. No se escucha, no se obede- se puede tener. Para la cultura yo prefiero emce. Hoy día el filósofo se dedica a construir el plear otro término filosófico, que es «obrar», mundo. Existe un mundo artificial donde él es decir, amar y conocer: agere. Y este agere es produce. En este sentido digo que es propio de la persona humana. «productura». La mística consiste en escuchar. Creo que en el trabajo de un agricultor tenemos precisamente un símbolo de la cultura. La agricultura como símbolo Él cultiva la tierra, prepara la tierra poniendo Hablamos de la filosofía moderna y contem- una semilla para recibir algo más, que no se poránea. De la fenomenología, de Husserl y explica únicamente con la tierra y mediante la tierra. El agricultor trabaja, pero en lo esencial de Scheler. Stanislaw Grygiel comenta: —Hay claramente en su planteamiento una suerte de simbiosis entre la filosofía y la fe.
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«Esperanza. Él espera, ya que el fruto final de su trabajo no depende de él, sino de otras cosas. De este modo, él aprende en la vida a escuchar y a obedecer a la verdad. Él ve que no todo en la vida es producto de su trabajo y sobre todo que la vida misma no es producto, que lo esencial trasciende el ser producto. Hay un don que él recibe».
de su trabajo se encuentra la esperanza. Él espera, ya que el fruto final de su trabajo no depende de él, sino de otras cosas. De este modo, él aprende en la vida a escuchar y a obedecer a la verdad. Él ve que no todo en la vida es producto de su trabajo y sobre todo que la vida misma no es producto, que lo esencial trasciende el ser producto. Hay un don que él recibe. En la «productura», un obrero que no es sino un obrero, no espera, porque sabe que si actúa de determinada manera se obtendrá un producto; pero al reducir la vida a ese actuar él pierde la capacidad de esperar y la capacidad de recibir, porque piensa que toda la construcción depende de él. El obrero es muy susceptible de
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autodivinización y en la civilización actual hay por lo general una autodivinización. ¿Por qué? Porque nos hemos limitado precisamente a ser obreros y no sabemos esperar, no sabemos recibir, creyendo que podemos producirlo todo, incluso nuestra vida y también la muerte, con el aborto y la eutanasia. En cambio, el verdadero agricultor sabe que no puede producirlo todo. Las cosas esenciales, las cosas fundamentales, sólo pueden recibirse como un don. Nuestro interlocutor retorna aquí al tema general de la civilización contemporánea para enfatizar lo siguiente:
—Hay un problema grave, para cuya com- —Efectivamente. Y esto no puede hacerse meprensión también nos podemos servir de la en- diante un sistema, porque sería una producción, señanza de Platón. En cuanto al hombre que sino que a través de hombres ya transfigurados. espera –sea el que fabrica zapatos u otros pro- Si el hombre, al producir, es ya amante, libre y ductos en esta vida, pero que sobre todo espe- digno, su producción es cultural. Otro tanto ocura recibir mucho más de Dios– el filósofo grie- rre con la política, que en tal caso será cultural, no go dice que éste establece un vínculo entre la un mero elemento de la «productura», sino un vida presente y la otra orilla, construye un momento esencial de la cultura y en la cultura. puente. Es un pontífice. La dificultad actual Pero no se trata en primer lugar de ver cómo nuestra –y de la misma Iglesia– se debe al he- convertir a la política y a la economía en cultucho de que estamos reducidos a simples ope- ra. Ese planteamiento no es correcto. Se trata de rarios, que sabemos hacer determinadas co- ver cómo hacer que el hombre sea libre, digno y amante, porque entonces el sas a la perfección, pero cada político convertirá a la política vez hay menos hombres capaEL OBRERO ES MUY en cultura y no en civilización ces de construir puentes con la SUSCEPTIBLE DE o «productura». Lo mismo otra orilla de la vida. Es decir, AUTODIVINIZACIÓN Y EN LA ocurre con un banquero o un cada vez hay menos pontífices. CIVILIZACIÓN ACTUAL HAY POR industrial. Si él es culto en el A consecuencia de lo cual falLO GENERAL UNA sentido que hablamos, su pota la cultura, ya que ésta nace AUTODIVINIZACIÓN. ¿POR QUÉ? lítica y su economía serán tamde la obra de los pontífices y PORQUE NOS HEMOS LIMITADO bién parte de la cultura. no de los operarios. PRECISAMENTE A SER OBREROS Este error yo lo observo tamY NO SABEMOS ESPERAR, NO bién con frecuencia en la acción —¿En qué medida la vida polítiSABEMOS RECIBIR, CREYENDO pastoral. No se trata de cómo ca, la organización de la «polis», QUE PODEMOS PRODUCIRLO hacer, sino de cómo ser. Si el sasu gobierno mismo, debe estar TODO, INCLUSO NUESTRA VIDA cerdote es un místico cultural, impregnado de esta visión de la Y TAMBIÉN LA MUERTE, CON EL su pastoral será mística y culcultura? ¿En qué debe consistir ABORTO Y LA EUTANASIA. (...) tural; de lo contrario, será una su relación con la cultura en este «productura» pastoral. Lo missentido profundo de la misma, y mo vale para la política y la no tanto de producción de eveneconomía. La primera cosa esencial es rezar, tos y administración de estudios? pedir, porque en primer lugar se requiere la con—Creo que la cosa se reduce al fin a algo muy versión del hombre; un hombre convertido en simple. Si la economía y la política quieren el amor, en la libertad, en la dignidad, que sea ayudar al hombre a ser él mismo, deben obe- capaz de edificar culturalmente la morada polídecer, escuchar la verdad presente en el hom- tico-económica. El problema central del hombre. Deben edificar «el puente» hacia la ver- bre es la conversión y no el cómo hacer. Tamdad. En otras palabras, deben ser pontificales y bién el pastor, el sacerdote debe comenzar por no sólo una fase del «simple operar». Deben convertirse. No es un problema técnico. transfigurarse en la cultura, ya que de otro Creo que nuestra situación actual es muy difícil. Por ejemplo, todos los sistemas comunismodo ocurrirá un desastre. tas han sido edificados en la «productura» y —El problema que se plantea inmediatamente es también el sistema occidental es una «productura». Actualmente, los políticos y cómo se realiza esto...
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economistas son productores, pero no cultiva- ante la verdad. Sólo cuando el horizonte no dores. Por consiguiente, la política y la econo- depende de mí, sino de la unión del cielo con mía sólo son «productura» y carecen de cultu- la tierra, es posible una comprensión total del ra. Por eso tenemos problemas con la justicia mundo. El punto de vista no lo dará entonces social, tensiones y agresiones, porque en la po- mi posición, sino la del horizonte. De este encuentro nace la mitología griega. En lítica y en la economía falta la cultura. En América del Sur –y en todas partes– si uno el nacimiento de la cultura ya podemos ver pretendiera hacer algo contra la economía y esta mística, la escatología, con la presencia del la política no culturales, pero de un modo que cielo sobre la tierra. La escatología es indisno sea cultural, perdería su tiempo. Se requie- pensable para poder comprender la totalidad re la conversión, que es condición de la cultu- de lo que es, incluyéndome a mí mismo. Si no ra. Se trata de vencer el mal, con el bien, como hay esto, toda comprensión no será sino una dice el Papa Juan Pablo II. Este fue el equívo- producción mía, que dependerá del punto co en que se sustentaron, por ejemplo, ciertas donde yo me encuentre, nada más; no es una aceptación de la verdad sino teologías de la liberación; la su producción, con lo cual ya «productura» debe transfi(...) EN CAMBIO, EL VERDADERO no es verdad. gurarse mediante la cultura y AGRICULTOR SABE QUE NO Hay otra figura que me resulno con otra «productura». PUEDE PRODUCIRLO TODO. ta también clarificadora. NoCuestión de horizonte LAS COSAS ESENCIALES, sotros existimos hacia el hoLAS COSAS FUNDAMENTALES, rizonte, siempre miramos ha—Usted ha explicado muy bien, SÓLO PUEDEN RECIBIRSE cia el horizonte y así podemos en otras ocasiones, el hecho de que COMO UN DON. comprenderlo todo. En nuesla secularización cancela la positra cultura, tenemos dos imábilidad de un pensamiento y una genes en este sentido. Una es existencia escatológicos. ¿Qué problema presenta esto al sentido y al valor de la la de Ulises. ¿Hacia dónde tiende él? ¿Dónde está su horizonte? En Itaca. El horizonte no existencia personal terrena? estará siempre a distancia de él, porque al fin —Toda nuestra comprensión es posible gracias un día llega a Itaca y se reúne con su mujer, en al horizonte. Sin horizonte todo es caótico y no su casa. ¿Dónde estará entonces su horizonte, podemos comprender nada. Los griegos decían hacia dónde tenderá él con su mujer? Él misque el caos se transfiguró en el cosmos. El or- mo es ya el horizonte. Aquí se ve el mundo den se produce cuando el cielo se une con la cerrado a la escatología. Distinta es la imagen tierra, y en el punto de unión entre el cielo y la de Moisés cuando sale de Egipto. ¿Dónde está su horizonte? ¿Dónde está la tierra prometitierra nace el horizonte. Si nosotros fijáramos el horizonte un poco más da? San Pablo dice que hasta morir Abraham acá de aquel punto de unión entre el cielo y la y Moisés saludaban la tierra prometida mirantierra, muchas cosas escaparían a nuestro en- do a lo lejos. De ese modo podían comprentendimiento y todo dependería al fin de nues- der su propia muerte, ya que el horizonte estro punto de vista para comprender. Bastará con taba lejos, donde el cielo y la tierra se encuenque yo dé un paso adelante o un paso atrás, a tran. Itaca no era el punto de encuentro entre la izquierda o a la derecha, para que todo cam- el cielo y la tierra, estaba más acá de ese punbie y de inmediato nos encontremos con el re- to, razón por la cual escaparon muchas cosas lativismo, y de éste surge el indeferentismo a la comprensión de Ulises. A Moisés no le ocu-
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rrió eso y pudo comprender incluso la muer- —Hay quienes objetan este punto de vista, porque te, gracias al horizonte de la tierra prometida. si alguien produce más eso les permitirá a los otros La tierra prometida es precisamente el punto también producir más. donde el cielo se encuentra con la tierra. El horizonte siempre está presente en nuestra —Si yo doy lo que poseo –y aquí están las mavida, se encuentra dentro de nosotros, es temáticas–, si tengo cien y le doy a usted no«intimior meo» como dice San Agustín, es el venta, sólo puedo darles diez a los demás. Sin lugar donde Dios desciende en nuestro inte- embargo, si en el dar está presente la cultura, si estoy presente yo mismo en rior y se encuentra con nosomi deseo de ser, si estoy pretros. Por eso, quien desea miEN AMÉRICA DEL SUR –Y EN sente en los noventa que le rar lejos debe mirar dentro de TODAS PARTES– SI UNO doy a usted y en los diez que sí, como hijo pródigo, que al PRETENDIERA HACER ALGO doy a los demás, se hace prehacerlo recordó la casa de su CONTRA LA ECONOMÍA Y LA sente la cultura y se salva la padre. POLÍTICA NO CULTURALES, limitación humana. En el plaPERO DE UN MODO QUE NO SEA no de la cultura, del ser, si yo —Esta negación de la dimensión CULTURAL, PERDERÍA SU me ofrezco a los demás, me sacra que caracteriza a la cultuTIEMPO. SE REQUIERE LA doy a los demás y trabajo para ra contemporánea –negación de CONVERSIÓN, QUE ES ellos, soy cada vez más yo la relación padre e hijo, sustituiCONDICIÓN DE LA CULTURA. SE mismo. da por la relación amo y esclavo, TRATA DE VENCER EL MAL CON Pero hay que saber recibir esha señalado usted– ¿en qué meEL BIEN, COMO DICE EL PAPA tos diez. Pienso que ningún redida es el aval de una cuantificaJUAN PABLO II. EN ESTE galo es aceptable sin mi preción generalizada de la realidad SENTIDO, ESTOY PENSANDO EN sencia en él. Por ejemplo, si yo que amenaza con el más crudo EL ERROR DE CIERTAS le doy una flor a una niña y no materialismo? TEOLOGÍAS DE LA LIBERACIÓN; estoy presente en esa flor, no LA «PRODUCTURA» DEBE hay un don, sino que estoy tra—Esto tiene absoluta coherenTRANSFIGURARSE MEDIANTE tando de comprarla a ella. cia en relación con todo lo que LA CULTURA Y NO CON OTRA «Timeo Danaos et dona hemos dicho. Sobre todo si «PRODUCTURA». ferentes»: temo a los griegos partimos del tener y del ser, cuando traen regalos, porque de las necesidades y el deseo me atemoriza cualquier regade ser y del horizonte. El horizonte de Ulises era propio de él. Itaca, la casa, lo en que siento o adivino que el donante no etc.; el horizonte de Moisés no era una pose- está presente y quiere comprarme. sión. El horizonte que somos nosotros es nues- La justicia verdaderamente humana se hará en tro interior, donde Dios desciende y se encuen- la sociedad actual cuando estemos presentes tra con nosotros, como el cielo se encuentra en lo que producimos, repartimos y damos a con la tierra; no es una posesión nuestra sino los demás. Si un señor «X» está presente en lo nuestro ser. Pero sólo el ser puede conocerse y que produce, lo que hace es un don cultural y amarse, y mientras más se conoce y ama, es no sólo un producto para la compraventa. Así cambia el mundo, se transfigura y se hace jusmás él mismo. Con la posesión no ocurre lo mismo, porque ticia humana, propia de la persona humana. en esto las matemáticas son muy crueles y diez En este sentido también podemos citar la escena del Evangelio del óbolo de la viuda. Ella no son veinte.
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dio más a pesar de que dio mucho menos que bargo, la justicia ha sido mayor con mi hijo, los ricos, porque dio todo de sí misma y esta- porque hay una relación de padre a hijo donde no está presente la dialéctica. En la dialécba presente en su dádiva. La justicia propia del ser humano es un ele- tica se requiere la justicia matemática o de lo mento de la cultura. La cultura, al no ser contrario se producen la revolución y la lu«productura», no es algo matemático; es ha- cha de clases. cer justicia a la verdad de las cosas, al hom- En la relación entre padre e hijo no está prebre. Y para poder hacer justicia al hombre yo sente la lucha. Si el hijo no desea ser tratado como tal sino sólo como un tengo que conocerlo, tengo esclavo, comienza a luchar. que conocer su verdad, es de¿EN QUÉ CONSISTE, EN EFECTO, En la parábola del Evangelio, cir, en el fondo tengo que coLA LIBERTAD PARA UN HOMBRE el segundo hijo, hermano del nocer a Cristo, porque en DE ESTA CIVILIZACIÓN? EN hijo pródigo, cuando ve que Cristo yace la verdad del ÚLTIMO TÉRMINO EN PODER el padre le da todo a su herhombre. Ahora, hacer justicia IMPONERLE A CADA SER, mano, se comporta como un a Cristo no significa distribuir INCLUIDO EL HOMBRE, LA esclavo y se niega a participar los productos dándole diez a IDENTIDAD QUE ÉL DESEA. en la fiesta. «Yo siempre traCristo y diez a cada uno de ACTUALMENTE LA LIBERTAD bajo contigo, he trabajado tanlos apóstoles. No reside en CONSISTE EN ESO: SI YO to y tú no me das esto». «Hijo eso el problema de la justicia. QUIERO QUE EL ELEFANTE SE mío, pero tú siempre estás El mismo Cristo trató de diCOMPORTE COMO UNA ROSA conmigo», le responde el paferente manera a Pedro, a HAGO TODO LO NECESARIO dre. Eso es justicia. «Estas Juan, a Santiago y a María, PARA CONSEGUIRLO, conmigo. ¿Qué quieres? No te llegando incluso a ser cruel FORZÁNDOLO INCLUSO. YO he dado esto, pero todo es con su madre; pero era justo, TENGO UNA IDEA DEL HOMBRE tuyo, estás conmigo, haces los porque a cada uno de ellos le Y LO DEFINO DE UNA MANERA mismos sacrificios que estoy daba lo que exige la verdad, DETERMINADA, A MI ANTOJO, Y haciendo yo, pero a este otro de acuerdo al pensamiento de TENGO QUE ENCONTRAR LA hijo, tu hermano, lo he vuelto Dios. FORMA DE PODER a encontrar». La relación paLa justicia propia de la perCONSTREÑIRLO A dre-hijo se da entre el padre sona humana es la que se da COMPORTARSE DE ACUERDO A y el hijo pródigo, mas el seen la relación entre padre e MI DEFINICIÓN. gundo hijo, que estuvo siemhijo. El padre exige mucho pre en la casa del padre tramás del hijo, lo castiga. En cambio, la justicia entre el siervo y el amo es bajando, aparece como esclavo y quiere ser matemática. «Yo te pago de acuerdo a lo pac- tratado como tal, es decir, con justicia matetado y no te castigo ni te exijo». Al siervo no mática. Esta parábola se aplica muy bien a los puedo exigirle un sacrificio, no puedo decir- problemas sociales de la actualidad. le: «Mira, en este momento no tengo dinero Para mí, el error central del comunismo radiy este mes no te voy a pagar»; pero a mi hijo caba en tratar mal al hombre, reduciendo a sí y a éste le doy menos que al siervo, le trato todo el mundo a la esclavitud. «A todos hay peor, dándole a mi hijo diez y al siervo cien, que distribuir así: 10, 10, 10, 10. De lo contraexigiendo que mi hijo sacrifique noventa, di- rio, se produce la lucha» se sostenía. Por conciéndole: «Hijo querido, no puedo darte sino siguiente, todos debíamos comportarnos como diez y olvídate de los otros noventa». Sin em- esclavos. El error básico del comunismo, su in-
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Si yo hoy quiero ser algo y mañana otra cosa, mis deseos constituyen una mera reacción a los estímulos externos, son caprichos. Para poder ser libre, una rosa debe tener la posibilidad de existir, comportarse como rosa y —Es muy común en los últimos años que se rinda no como elefante. homenaje a la nueva era de la libertad. La palabra El hombre, si quiere ser libre, debe crearse «libertad» se escucha ya sea con referencia al ámbito la posibilidad de tener un comportamiento familiar, al social o al eclesiástico. En el marco de de hombre. Hay que saber en primer lugar lo que usted ha explicado, ¿qué futuro avizora para qué es la rosa y qué soy yo y no qué deseo yo hoy. Tengo que escuchar, igual como ausla libertad? culta el médico cuando pone su oído en mi ser, y sentir lo —Si la verdad es un momenque soy. Por consiguiente, la to de la cultura, si es un moEL HOMBRE, SI QUIERE SER libertad va unida a la vermento divino, nuestra liberLIBRE, DEBE CREARSE LA dad, nace de ella. tad también lo será. ActualPOSIBILIDAD DE TENER UN Por desgracia la libertad es mente, en la atmósfera de la COMPORTAMIENTO DE HOMBRE. actualmente un elemento «productura», la libertad HAY QUE SABER EN PRIMER político y productural. Hay también es un producto, ya LUGAR QUÉ ES LA ROSA Y QUÉ que producir placer, se proque proviene de la verdad SOY YO Y NO QUÉ DESEO YO duce. Hay que producir hiproducida. HOY. TENGO QUE ESCUCHAR, jos que no vienen natural¿En qué consiste, en efecto, la IGUAL COMO AUSCULTA EL mente, se acude a la probelibertad para un hombre de MÉDICO CUANDO PONE SU OÍDO ta: es el hijo instrumento. En esta civilización? En último EN MI SER, Y SENTIR LO QUE nuestra civilización el amor término en poder imponerle SOY. POR CONSIGUIENTE, LA y la libertad son productos a cada ser, incluido el homLIBERTAD VA UNIDA A LA y, por consiguiente, el hombre, la identidad que él desea. VERDAD, NACE DE ELLA. bre también lo es, y la digniActualmente la libertad condad igual. En esto veo una siste en eso: si yo quiero que gran amenaza. En el fondo, el elefante se comporte como una rosa hago todo lo necesario para conse- si se entiende así la libertad, tal como hoy guirlo, forzándolo incluso. Yo tengo una idea se propone, se está dando un golpe mortal del hombre y lo defino de una manera deter- al hombre. minada, a mi antojo, y tengo que encontrar En este sentido podría recordarse la perspecla forma de poder constreñirlo a comportar- tiva del racionalismo ilustrado y luego de la se de acuerdo a mi definición. Por ejemplo, Revolución Francesa, porque entonces el si yo decido que el hombre no es sino un ins- concepto de libertad es precisamente ése. trumento para producir o un medio para acre- Creo que con la Revolución Francesa se abrió centar la ciencia, el problema sólo consiste en el camino hacia la idea de la libertad como encontrar la forma de obligarlo a comportar- producto. ¿En qué consistió la Revolución? se de acuerdo a ese esquema. Es así como he- En producir la libertad, la igualdad y la framos alterado el agua, por ejemplo, así tam- ternidad. Las tres cosas como productos. Se bién forzamos y violentamos las flores y los trató de tres momentos de la «productura» y no de la cultura. árboles. Así por fin violentamos al hombre. justicia para con el hombre, está en haber destruido en la cultura la relación de padre e hijo y la relación fraternal. En eso hay una injusticia radical.
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El Papa y la Confesión POR RAÚL HASBÚN
«La Iglesia del tercer milenio será la Iglesia de la Eucaristía
AL COMENZAR LA DÉCADA DE LOS ’70 LOS PASTORES PERCIBÍAN UN CIERTO ABANDONO DE LOS FIELES CON RESPECTO AL CONFESIONARIO. PARALELAMENTE, CONSTATABAN UN INCREMENTO DE COMULGANTES EUCARÍSTICOS. ¿SERÍA QUE COMENZABA A ATENUARSE EL SENTIDO DEL PECADO? (...)
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y de la Penitencia». Con esta definición programática, esbozada en su primera Encíclica, Redemptor Hominis (4-3-1979), Juan Pablo II anticipaba el punto de Arquímedes que la Iglesia necesitaría para apoyarse y transformar el mundo. Así habla un profeta. La contemporaneidad de la Iglesia con el mundo al que debe acompañar y servir, lejos de suponer que ella renuncie a sus valores y signos fundacionales, le exige guardarles fidelidad creativa. En la cuna de la Iglesia están la Cruz, la Eucaristía y el Sacramento del Perdón. La gracia que hace vivir a la Iglesia brota del corazón de Cristo traspasado en la cruz, y llega a cada persona, tiempo y espacio del mundo mediante los signos sacramentales, en especial, el que nos reconcilia con Dios después del pecado, y el que nos fusiona con el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo, Pan de Vida. Así habla un profeta. Los signos sacramentales son «pobres», carentes de esplendor puramente humano. Una mesa, un altar, un confesionario. De lo que se celebra sobre esa mesa-altar dirá la Iglesia que es «la fuente y la cumbre» de su fe. Y al interior de ese confesionario tiene lugar la obra más grande que hay en el mundo, la justificación de un pecador, la resurrección de un alma. Para crear el mundo y a los ángeles, se necesitó la potencia de Dios. Para perdonar los pecados y hacer pasar de la muerte a la vida, se necesita la misericordia de Dios. La misericordia de Dios que perdona el pecado es la máxima expresión de su omnipotencia. De la vigencia de la Eucaristía nos ha hablado recientemente el Papa, en su Encíclica «Ecclesia de Eucharistia». Esperamos comentarla en una próxima edición. Hoy nos centraremos en el sostenido empeño magisterial del Pontífice por recordar y urgir el valor salvífico del Sacramento del Perdón. Al comenzar la década de los ’70 los Pastores percibían un cierto abandono de los fieles con respecto al confesionario. Paralelamente, constataban un incremento de comulgantes eucarísticos. ¿Sería que comenzaba a atenuarse el sentido del pecado? Cobraba vigencia la frase de Pío XII en 1946: «el gran pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del pecado». También contribuía a este alejamiento la práctica, por entonces
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muy difundida, de liturgias penitenciales con absolución colectiva, es decir, sin previa confesión individual. La primera voz de alerta llegaría con Pablo VI, en 1977. Al recibir la visita de obispos norteamericanos, les pide instruir a sus sacerdotes en el sentido de que pueden dejar o posponer cualquier ministerio, pero no el de la confesión. Y les agregó: «el ejemplo del santo Cura de Ars no está pasado de moda». Seguía vigente la enseñanza del Concilio de Trento, declarando la confesión y absolución individual de los pecados como la única vía ordinaria para obtener el perdón de las faltas graves cometidas después del bautismo. Con su primera Encíclica, Juan Pablo II reafirma la prioridad del sacramento de la Penitencia, íntimamente vinculado con la Eucaristía. Y pasa de la doctrina a los hechos. El Viernes Santo baja, el Papa, a la Basílica de San Pedro y se sienta en un confesionario a escuchar durante dos o tres horas el relato arrepentido y esperanzado de humildes feligreses. Luego convoca a un Sínodo de obispos sobre «Reconciliación y Penitencia», concluido el cual redacta su Exhortación Apostólica con ese mismo nombre, fechada el 2 de diciembre de 1984. En la sesión de clausura de ese Sínodo canoniza a San Leopoldo Mandic, fraile capuchino fallecido en 1942 y beatificado por Pablo VI en 1976. El Padre Leopoldo era pequeñito (1.35 mts), flaco y enclenque, con problemas de esófago y notable dificultad para hablar de corrido. Ello lo descalificaba para cumplir sus sueños misioneros en Oriente. En lugar de acomplejarse, le dio al Señor de los talentos todo lo que tenía: dedicó los siguientes 52 años de su vida exclusivamente a la atención del confesionario. Pasó un promedio de 10 a 15 horas diarias, en una minúscula habitación, donde se congelaba en invierno y derretía en verano, acogiendo a cientos de miles de penitentes, niños y adultos, gente sencilla e intelectuales, laicos, sacerdotes y obispos que buscaban en él un reflejo sensible del amor invisible. No retaba: sabía que el penitente venía ya abrumado, traumatizado por la conciencia de sus faltas. Sólo contagiaba ánimo, consuelo, esperanza, alegría, su promesa de oración. Le reprocharon: «eres demasiado misericordioso». Respondía: «no será el Señor quien me lo reproche, porque entonces yo le diré ‘Tú me diste el mal ejemplo, Tú quisiste morir de amor por el pecador ’». Ya son varias las generaciones de sacerdotes que se han formado en la escuela espiritual de este santo patrono de los confesores. Ellos atestiguan, junto a la validez de su modelo inspirador, la excepcional eficacia de su poder intercesor.
«Ya son varias las generaciones de sacerdotes que se han formado en la escuela espiritual de este santo patrono de los confesores. Ellos atestiguan, junto a la validez de su modelo inspirador, la excepcional eficacia de su poder intercesor». (San Leopoldo Mandic)
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(...) COBRABA VIGENCIA LA FRASE DE PÍO XII EN 1946: «EL GRAN PECADO DE NUESTRO SIGLO ES LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DEL PECADO». TAMBIÉN CONTRIBUÍA A ESTE ALEJAMIENTO LA PRÁCTICA, POR ENTONCES MUY DIFUNDIDA, DE LITURGIAS PENITENCIALES CON ABSOLUCIÓN COLECTIVA, ES DECIR, SIN PREVIA CONFESIÓN INDIVIDUAL.
La Exhortación Apostólica «Reconciliatio et Paenitentia» dedica íntegramente su tercera parte a promover el sacramento de ese nombre. Su punto de partida es la frase del beato Isaac de la Estrella: «La Iglesia nada puede perdonar sin Cristo; Cristo nada quiere perdonar sin la Iglesia». Esta frase se contiene en las lecturas del Breviario. Juan Pablo II la escogió para rubricar este misterio que inquieta a no pocos de nuestros contemporáneos. Es claro, en efecto, que siendo Dios el ofendido por nuestro pecado (porque es su ley la que hemos transgredido, es su amor
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el que hemos rechazado, es a Él a quien le volvimos nuestras espaldas, prefiriendo la creatura al Creador), sólo a Él compete absolvernos. Además, el pecado genera un vacío de amor, un no-ser que retrotrae el alma a la condición pre-cósmica del caos. Pecando, uno niega su ley interior y se autoinfiere una herida mortal. De ese vacío y tiniebla sólo la potencia divina puede hacer surgir de nuevo la luz. El perdón de los pecados supone y requiere un acto creador, exclusivo de la omnipotencia divina. De hecho, el salmista rogará: «Crea en mí, oh Dios, un cora-
«La contemporaneidad de la Iglesia con el mundo al que debe acompañar y servir, lejos de suponer que ella renuncie a sus valores y signos fundacionales, le exige guardarles fidelidad creativa. En la cuna de la Iglesia están la Cruz, la Eucaristía y el Sacramento del Perdón». (Coliseo romano, Via Crucis del Viernes Santo)
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LA PRIMERA VOZ DE ALERTA LLEGARÍA CON PABLO VI, EN 1977. SEGUÍA VIGENTE LA ENSEÑANZA DEL CONCILIO DE TRENTO, DECLARANDO LA CONFESIÓN Y ABSOLUCIÓN INDIVIDUAL DE LOS PECADOS COMO LA ÚNICA VÍA ORDINARIA PARA OBTENER EL PERDÓN DE LAS FALTAS GRAVES COMETIDAS DESPUÉS DEL BAUTISMO.
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zón puro y renuévame por dentro con espíritu firme» (Salmo 50). El verbo «crear» es el mismo que se utiliza al comienzo del Génesis. El perdón de los pecados es, al igual que la Creación, la Redención y la Resurrección, obra del Espíritu Santo. Amor de Dios derramado en nuestros corazones, el Espíritu Santo es el perdón de los pecados. Y Cristo resucitado, al exhalar su aliento sobre los apóstoles el Domingo de Pascua, les comunicó ese Espíritu Santo. La Iglesia no perdona por su propio poder, sino por el poder del Espíritu Santo. Es su dote nupcial. La Iglesia-Esposa perdona porque Cristo, su Esposo, la ha escogido como sacramento de salvación y dispensadora de la gracia del perdón. Actuando como Ministra de la Reconciliación, la Iglesia da prueba de humilde fidelidad a su Maestro y Señor. ¿Qué puede haber movido a Jesús para decidir encomendarle a su Esposa este ministerio de la Penitencia y Reconciliación? Dijimos ya que Dios es el directamente ofendido por nuestro pecado. ¿Por qué ofendido, en qué le duele a Él que un hombre peque? La respuesta se contiene en la parábola del hijo pródigo. El pecado del hijo duele y daña al padre porque le hace daño al hijo que él ama. Cuando el hijo muere por el pecado, algo parece morir en el corazón del padre. De ahí que el regreso del hijo arrepentido provoque alborozo y convoque a una fiesta de «resurrección»: «este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida». Al hijo mayor le reiterará el padre: «este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida». El pecado es propiamente un suicidio. Y eso, ver la muerte o la herida del hijo amado, es lo que «ofende» al Padre. Para esa «ofensa» sólo cabe una reconciliación: que el hijo vuelva en sí y con ello al Padre, a la vida, a la familia. ¿Por qué agregamos «a la familia»? Porque ese hijo es miembro vivo de una comunidad, en la que todos se necesitan, se conduelen, se fecundan recíprocamente. Te pisan el pie, y te acarician la cabeza: entonces tú reclamas al que te acaricia la cabeza, rogándole que no te pise el pie: San Agustín describió con admirable sencillez el misterio de la unidad indivisible entre la cabeza y cada uno de sus miembros. Así es la Iglesia, familia de Dios. El que peca contra la cabeza, peca contra sus miembros. Por eso la Iglesia tiene derecho y deber de participar ministerialmente en la reconciliación de cada uno de sus miembros con Dios. La comunión de los santos, que nos hace subir espiritualmente, encuentra su contrapeso en la comunión de los pecados o pecadores, que nos empuja hacia abajo. Nadie se salva solo, nadie se pierde solo. Una cadena de so-
lidaridad nos une y hace partícipes de similar destino en la gracia y en el pecado. El sacerdote ministro de la Confesión actúa como testigo sacramental de Cristo que perdona, y de la Iglesia que acoge a ese hijo que la dañó o disminuyó con su pecado. No se agotan aquí las razones por las que Cristo dotó nupcialmente a su Iglesia con el poder de perdonar los pecados. Es cierto que la conciencia de haber violado la propia ley interior tiene su escenario natural en el corazón de cada hombre. Se comprende, así, el reclamo: «yo me confieso directamente con Dios». La pregunta que surge será: ¿y dónde está ese Dios? Concordamos sin dudar: está en nuestro corazón. O está allá arriba, en el cielo, hacia donde dirijo mis ojos y levanto mis manos suplicantes. ¿Cómo sé, sin embargo, que me ha escuchado; cómo me certifico de que me ha perdonado? Volvamos al hijo pródigo. Comprobar las consecuencias de su pecado lo hizo recapacitar, «volver en sí». Ya estaba arrepentido. Pero sintió la necesidad de sellar su arrepentimiento y solemnizar su reconciliación, mediante el regreso al hogar paterno. Allí, en el camino a casa, encontró la manifestación sensible de una gracia todavía invisible: su padre lo aceptaba, lo acogía, le reiteraba su incondicional amor. Fueron sus abrazos y besos, fue el despliegue de vestidos, anillos y fiesta los que terminaron de convencer al hijo de que su pecado estaba perdonado. El sacerdote confesor asume el sublime rol de ser testigo sacramental del padre de las misericordias. En cada confesión se reitera la parábola del hijo pródigo. Se recrea la alegría de Dios, festejando, así en la tierra como en el cielo, la resurrección del hijo que estaba muerto. La Exhortación Apostólica «Reconciliatio et Paenitentia» insiste en la «certeza», de este perdón, otorgado gracias a la sangre redentora de Cristo, por mediación ministerial de la Iglesia: «Ha quedado siempre sólida e inmutable en la conciencia de la Iglesia la certeza (subrayado papal) de que, por voluntad de Cristo, el perdón es ofrecido a cada uno por medio de la absolución sacramental, dada por los ministros de la penitencia; certeza reafirmada con particular vigor tanto por el Concilio de Trento como por el Concilio Vaticano II: «Quienes se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y al mismo tiempo se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron pecando, y que colabora a su conversión con la caridad, con el ejemplo y las oraciones» (N° 30). Para que la gracia del perdón se transmita de modo eficaz se requiere, en primer lugar, la validez del signo sacramental. El
SIENDO DIOS EL OFENDIDO POR NUESTRO PECADO (PORQUE ES SU LEY LA QUE HEMOS TRANSGREDIDO, ES SU AMOR EL QUE HEMOS RECHAZADO, ES A ÉL A QUIEN LE VOLVIMOS NUESTRAS ESPALDAS, PREFIRIENDO LA CREATURA AL CREADOR), SÓLO A ÉL COMPETE ABSOLVERNOS. ADEMÁS, EL PECADO GENERA UN VACÍO DE AMOR, UN NO-SER QUE RETROTRAE EL ALMA A LA CONDICIÓN PRE-CÓSMICA DEL CAOS. (...)
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(...) PECANDO, UNO NIEGA SU LEY INTERIOR Y SE AUTOINFIERE UNA HERIDA MORTAL. DE ESE VACÍO Y TINIEBLA SÓLO LA POTENCIA DIVINA PUEDE HACER SURGIR DE NUEVO LA LUZ. EL PERDÓN DE LOS PECADOS SUPONE Y REQUIERE UN ACTO CREADOR, EXCLUSIVO DE LA OMNIPOTENCIA DIVINA.(...)
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confesor ha de ser sacerdote y tener jurisdicción para absolver ese pecado. El penitente ha de estar debidamente dispuesto, disposición que incluye dolor por la falta cometida, propósito de enmienda y resuelta voluntad de hacer lo que esté de su parte para reparar el daño y perseverar en la gracia. Una valiosa contribución adicional a la fructuosidad del sacramento es la persona del ministro. Los penitentes esperan algo más que una absolución válida. Vienen en busca de aliento, orientación y consejo, y tienen derecho de encontrarlos en aquel que ha sido consagrado para escucharlos y acogerlos «in persona Christi». El Papa se extiende en trazar el perfil exigible al ministro de la Penitencia. Él hace presente a Cristo como «hermano del hombre, pontífice misericordioso, fiel y compasivo, pastor decidido a buscar la oveja perdida, médico que cura y conforta, maestro único que enseña la verdad e indica los caminos de Dios, juez de vivos y muertos, que juzga según la verdad y no según las apariencias». De ahí que, sin duda, sea este «el más difícil y delicado, el más fatigoso y exigente, pero también uno de los más hermosos y consoladores ministerios del sacerdote». Para cumplir cabalmente tal ministerio, «el confesor debe tener necesariamente cualidades humanas de prudencia, discreción, discernimiento, firmeza moderada por la mansedumbre y la bondad. Él debe tener, también, una preparación seria y cuidada, no fragmentaria sino integral y armónica, en las diversas ramas de la Teología, en la Pedagogía y en la Psicología, en la metodología del diálogo y, sobre todo, en el conocimiento vivo y comunicativo de la Palabra de Dios… Este conjunto de dotes humanas, de virtudes cristianas y de capacidades pastorales no se improvisa ni se adquiere sin esfuerzo. Para el ministerio de la Penitencia sacramental, cada sacerdote debe ser preparado ya desde los años del Seminario junto con el estudio de la Teología dogmática, moral, espiritual y pastoral, las ciencias del hombre, la metodología del diálogo y, especialmente, del coloquio pastoral. Después deberá ser iniciado y ayudado en las primeras experiencias. Siempre deberá cuidar la propia perfección y la puesta al día con el estudio permanente. ¡Qué tesoro de gracia, de vida verdadera e irradiación espiritual tendría la Iglesia, si cada sacerdote se mostrara solícito en no faltar nunca, por negligencia o pretextos varios, a la cita con los fieles en el confesionario, y fuera todavía más solícito en no ir sin preparación o sin las indispensables cualidades humanas y las condiciones espirituales y pastorales!».
Esta larga cita textual del Papa (N° 29) sintetiza y corrobora lo que la Iglesia espera hoy de sus ministros de la Penitencia y Reconciliación. Constelación de virtudes y exigencias a la que debe agregarse la confesión frecuente del propio sacerdote: «la vida espiritual y pastoral del sacerdote, como la de sus hermanos laicos y religiosos, depende, para su calidad y fervor, de la asidua y consciente práctica personal del sacramento de la Penitencia… Toda la existencia sacerdotal sufre un inevitable decaimiento si le falta, por negligencia o cualquier otro motivo, el recurso periódico e inspirado en auténtica fe y devoción al sacramento de la Penitencia. En un sacerdote que no se confesara o se confesara mal, su ser como sacerdote y su ministerio se resentirían muy pronto, y se daría cuenta también la comunidad de la que es pastor… Tal es la lógica interna de este gran sacramento» (N° 31). Trazado este perfil de alta exigencia, el Papa siente su deber el recordar «con devota admiración las figuras de extraordinarios apóstoles del confesionario, como San Juan Nepomuceno, San Juan María Vianney, San José Cafasso y San Leopoldo de Castelnuovo (Mandic)… Deseo también rendir homenaje a la innumerable multitud de confesores santos y casi siempre anónimos, a los que se debe la salvación de tantas almas ayudadas por ellos en su conversión y santificación. No dudo en decir que incluso los grandes Santos canonizados han salido generalmente de aquellos confesionarios; y con los Santos, el patrimonio espiritual de la Iglesia y el mismo florecimiento de una civilización impregnada de espíritu cristiano. Honor, pues, a este silencioso ejército de hermanos nuestros que han servido bien y sirven cada día a la causa de la reconciliación mediante el ministerio de la Penitencia sacramental» (N° 29). La diligencia de este Papa por procurar que los confesores se formen a tan alto nivel se reitera cada año, cuando el Pontífice dirige un discurso a los prelados y oficiales de la Penitenciaría Apostólica, como también a los penitenciarios (confesores a tiempo completo) de las basílicas patriarcales de Roma. Tales discursos, que superan ya la decena, conforman un rico acervo teológico y pastoral, merecedor de que cobren la figura de un libro. Sería algo así como un Espejo del Confesor, que prolongaría la obra clásica de San Alfonso María de Ligorio. En «Reconciliatio et Paenitentia» subraya el Papa la alianza bipolar que el ministro del sacramento debe observar con armónico equilibrio. Sus roles, en efecto, son al mismo tiempo de juez y de médico, ministro de justicia y ministro de misericordia, maestro de la verdad y modelo de caridad. Según la
(...)EL SALMISTA ROGARÁ: «CREA EN MÍ, OH DIOS, UN CORAZÓN PURO Y RENUÉVAME POR DENTRO CON ESPÍRITU FIRME» (SALMO 50). EL VERBO «CREAR» ES EL MISMO QUE SE UTILIZA AL COMIENZO DEL GÉNESIS. EL PERDÓN DE LOS PECADOS ES, AL IGUAL QUE LA CREACIÓN, LA REDENCIÓN Y LA RESURRECCIÓN, OBRA DEL ESPÍRITU SANTO. AMOR DE DIOS DERRAMADO EN NUESTROS CORAZONES, EL ESPÍRITU SANTO ES EL PERDÓN DE LOS PECADOS.
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LA IGLESIA NO PERDONA POR SU PROPIO PODER, SINO POR EL PODER DEL ESPÍRITU SANTO. ES SU DOTE NUPCIAL. LA IGLESIA-ESPOSA PERDONA PORQUE CRISTO, SU ESPOSO, LA HA ESCOGIDO COMO SACRAMENTO DE SALVACIÓN Y DISPENSADORA DE LA GRACIA DEL PERDÓN. ACTUANDO COMO MINISTRA DE LA RECONCILIACIÓN, LA IGLESIA DA PRUEBA DE HUMILDE FIDELIDAD A SU MAESTRO Y SEÑOR.
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concepción tradicional más antigua, el sacramento de la Penitencia es una especie de acto judicial, pero que se desarrolla ante un tribunal de misericordia, más que de estrecha y rigurosa justicia. Tiene, además, la confesión, un carácter terapéutico o medicinal, congruente con la presentación de Cristo como médico. Bajo ambos aspectos, tribunal de misericordia o lugar de sanación espiritual, el sacramento exige un conocimiento de lo íntimo del pecador para poder juzgarlo y absolver, para asistirlo y curarlo. De allí deriva la necesidad de que el penitente haga acusación sincera y completa de sus pecados: no es sólo por objetivos ascéticos (ejercicio de la humildad y mortificación), sino es inherente a la naturaleza del sacramento (N° 31). La bipolaridad o tensión creadora entre estos distintos roles viene desarrollada in extenso por el Papa en el N° 34. Menciona allí la coexistencia y mutua influencia de dos principios, igualmente importantes, que han de tenerse en cuenta a la hora de resolver casos delicados. El primero es el principio de la compasión y la misericordia, por el que la Iglesia, continuadora de la presencia y de la obra de Cristo en la historia, no queriendo la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, trata siempre de ofrecer, en la medida de lo posible, el camino del retorno a Dios y reconciliación con Él. El segundo es el principio de la verdad y la coherencia, por el cual la Iglesia no acepta llamar bien al mal, y mal al bien. «Basándose en estos dos principios complementarios, la Iglesia desea invitar a sus hijos, que se encuentran en situaciones dolorosas, a acercarse a la misericordia divina por otros caminos, pero no por el de los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, hasta que hayan alcanzado las disposiciones requeridas». Una nota al pie de este párrafo remite al lector a la «Familiaris Consortio», cuyo número 84 precisa el modo de tratar el sensible tema de los divorciados que intentan una segunda unión. En los años sucesivos, no cesará el Papa de reinsistir en la fecundidad del sacramento de la Penitencia. Además de los arriba citados discursos anuales a los padres penitenciarios, se debe recordar el documento de la Sagrada Congregación para el Clero (19 de marzo de 1999). Destacamos: «La nueva evangelización exige –y se trata de una exigencia pastoral absolutamente ineludible– un compromiso renovado por acercar a los fieles al sacramento de la Penitencia». Más recientemente, el 7 de abril de 2002, suscribió el Papa su Carta Apostólica «Misericordia Dei». Allí enfatiza lo que había formulado en la «Novo Millennio Ineunte»: «Deseo pedir
una renovada valentía pastoral para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer, de manera convincente y eficaz, la práctica del sacramento de la Reconciliación». Agregará: «Es necesario que los pastores tengan mayor confianza, creatividad y perseverancia en presentarlo y valorarlo». Para el Papa, se trata de una «exigencia de auténtica caridad y verdadera justicia pastoral», ya que todo fiel, con las debidas disposiciones interiores, «tiene derecho a recibir personalmente la gracia sacramental». Y no teme el Pontífice ser redundante: «muéstrense los sacerdotes siempre y totalmente dispuestos a administrar el sacramento de la Penitencia, cada vez que los fieles lo soliciten razonablemente. La falta de disponibilidad para acoger a las ovejas descarriadas, e incluso para ir en su búsqueda y poder volverlas al redil, sería un signo doloroso de falta de sentido pastoral en quien, por la ordenación sacerdotal, tiene que llevar en sí la imagen del buen Pastor». Los dardos sagrados apuntan no sólo a la disponibilidad generosa del confesor, sino a la oportuna providencia de los Ordinarios del lugar. Ellos, al igual que los párrocos y los rectores de iglesias y santuarios, «deben verificar periódicamente que se den de hecho las máximas facilidades posibles para la confesión de los fieles. En particular, se recomienda la presencia visible de los confesores en los lugares de culto, durante los horarios previstos; la adecuación de estos horarios a la situación real de los penitentes; y la especial disponibilidad para confesar antes de las misas y también, para atender a las necesidades de los fieles, durante la celebración de la santa Misa, si hay otros sacerdotes disponibles». Este último punto representa una novedad o acento pastoral, si se le confronta con el N° 13 del Ritual Romano para la celebración de la Penitencia: «… Procúrese que los fieles se acostumbren a acudir al sacramento de la Penitencia fuera de la celebración de la Misa». El último hito de este prolongado y consistente Magisterio Papal sobre la Penitencia es su discurso a los penitenciarios del 28 de marzo de este año. Allí resume Juan Pablo II lo más sustantivo del ser sacerdotal: «En verdad, el sacerdote católico es ante todo ministro del sacrificio redentor de Cristo en la Eucaristía y ministro del perdón divino en el sacramento de la Penitencia». Está claro: tanto el sacerdote como la Iglesia del Tercer Milenio cristiano serán sacerdote e Iglesia de la Eucaristía y de la Penitencia.
EL SACERDOTE CONFESOR ASUME EL SUBLIME ROL DE SER TESTIGO SACRAMENTAL DEL PADRE DE LAS MISERICORDIAS. EN CADA CONFESIÓN SE REITERA LA PARÁBOLA DEL HIJO PRÓDIGO. SE RECREA LA ALEGRÍA DE DIOS, FESTEJANDO, ASÍ EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO, LA RESURRECCIÓN DEL HIJO QUE ESTABA MUERTO.
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La Palabra del Papa A
lo largo de sus ocho años de existencia, la sección Palabra del Papa ha entregado ininterrumpidamente a los lectores de HUMANITAS, cada trimestre, un compendio de lo más esencial que haya ido diciendo el Sumo Pontífice. En algún caso excepcional se reprodujo un documento íntegro, como la «Carta a los artistas» en el Nº 16 de la revista, o una síntesis de documentos anteriores como los discursos del Santo Padre en Chile con ocasión de los diez años de su visita, en el Nº 6, correspondiente a abril de 1997. Quienes hayan seguido esta sección y aprovechado su contenido, habrán conocido así la cotidianidad del pensamiento pontificio, su acercamiento paternal y clarificador en relación con las materias más complejas de nuestro tiempo. La rica y variada sucesión de imágenes de Juan Pablo II con que de costumbre se ha abierto esta sección, nos ha enriquecido asimismo con la percepción de variadas facetas de su vida. En el presente Nº 31 de HUMANITAS, todo él dedicado a homenajear los veinticinco años del Pontificado de Juan Pablo II, antes que la habitual síntesis, hemos preferido recordar aquellas palabras inolvidables con que el domingo 22 de octubre de 1978, desde el balcón de la basílica de San Pedro, Juan Pablo II inauguraba su pontificado. Constituyen ellas algo así como un anuncio, síntesis y preparación para lo que estaba por venir. La única fotografía de esta sección, más breve esta vez pero cargada de significado histórico, es la que registra la ocasión de ese memorable discurso.
DISCURSO DE JUAN PABLO II PARA LA INICIACIÓN DEL PONTIFICADO Domingo, 22 de octubre de 1978
1. «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Estas palabras pronunció Simón, hijo de Jonás, en la región de Cesárea de Filipo. Sí, las expresó con su propia lengua, con una convicción profunda, vivida, sentida, si bien no tienen su origen en él: «...porque no es la carne ni la sangre quien eso te ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos» (Mt 16, 17). Eran palabras de Fe. Ellas marcan el comienzo de la misión de Pedro en la historia de la salvación, en la historia del Pueblo de Dios. A partir de semejante confesión de Fe, desde ese momento la histo-
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ria sagrada de la salvación y el Pueblo de Dios debía adquirir una nueva dimensión: expresarse en la dimensión histórica de la Iglesia. Esta dimensión eclesiástica de la historia del Pueblo de Dios tiene sus orígenes y de hecho nace de estas palabras de Fe, y entronca con el hombre que las pronunció: «Tú eres Pedro –roca, piedra– y sobre esta piedra edificaré yo mi Iglesia». 2. Hoy día y en este lugar tienen que pronunciarse y escucharse nuevamente las mismas palabras: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». HUMANITAS Nº 31 pp. 524 - 528
«Non abbiate paura! Apriate, anzi spalancate le porte a Cristo!» (Domingo 22 de octubre de 1978, inicio del Pontificado)
Sí, Hermanos e Hijos, ante todo estas palabras. Su contenido abre ante nuestros ojos el misterio de Dios vivo, misterio que el Hijo conoce y ha acercado a nosotros. En realidad, nadie ha acercado el Dios vivo a los hombres, nadie Lo ha revelado como únicamente él mismo lo hizo. En nuestro conocimiento de Dios, en nuestro camino hacia Dios estamos enteramente ligados al poder de las palabras «Quien a mí me ve, también ve al Padre». Aquel que es Infinito, inescrutable, inefable se hizo cercano para nosotros en Jesucristo, el Hijo unigénito, nacido de María Virgen en el establo de Belén. - Todos aquellos que ya tenéis la inestimable suerte de creer, - todos aquellos que aún buscáis a Dios, - y también quienes estáis atormentados por la duda:
acoged una vez más –hoy en este lugar sagrado– las palabras pronunciadas por Simón Pedro. En esas palabras se encuentra la fe de la Iglesia. En esas mismas palabras está la nueva verdad, más bien dicho la verdad última y definitiva sobre el hombre: el hijo de Dios vivo. «¡Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo!» 3. Hoy el nuevo Obispo de Roma inicia solemnemente su ministerio y la misión de Pedro. De hecho, Pedro llevó a cabo en esta Ciudad la misión que le confió el Señor. El Señor se dirigió hacia él diciendo: «...cuando eras joven, tú te ceñías e ibas donde querías; cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras» (Jn 21, 18). ¡Pedro vino a Roma! ¿Qué lo guió y condujo a esta Urbe, centro del
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Imperio Romano, sino la obediencia a la inspiración recibida del Señor? Tal vez este pescador de Galilea no habría deseado venir hasta acá. Tal vez habría preferido permanecer allá, en las orillas del lago de Genesaret, con su embarcación y sus redes; ¡pero guiado por el Señor, obedeciendo su inspiración, llegó acá! Según una antigua tradición (que encontró también una magnífica expresión literaria en una novela de Henryk Sienkiewicz), durante la persecución de Nerón, Pedro quería abandonar Roma; pero el señor intervino, yendo a su encuentro. Pedro se dirigió a él preguntando: «Quo vadis, Domine?» (¿Adónde vas, Señor?). Y el Señor le respondió de inmediato: «Voy a Roma para ser crucificado por segunda vez». Así, Pedro volvió a Roma y permaneció aquí hasta su crucifixión. Sí, Hermanos e Hijos, Roma es la Sede de Pedro. En el curso de los siglos siempre se han sucedido nuevos Obispos en esta Sede. Hoy un nuevo Obispo sube a la Cátedra Romana de Pedro, un Obispo lleno de temor, consciente de su indignidad. ¿¡Y cómo no temer ante la grandeza de semejante llamado y la misión universal de esta Sede Romana!? En la Sede de Pedro en Roma, sube hoy un Obispo que no es romano, un Obispo que es hijo de Polonia; pero desde este momento él también se convierte en romano. ¡Sí, romano! Y lo es también por ser hijo de una nación donde la historia, desde sus primeros albores, y las milenarias tradiciones están marcadas por un vínculo vivo, fuerte, jamás interrumpido, sentido y vivido con la Sede de Pedro, una nación que siempre permaneció fiel a esta Sede de Roma. ¡Oh, inescrutable es el designio de la Divina Providencia! 4. En los siglos anteriores, cuando el Sucesor de Pedro tomaba posesión de su Sede, ponían sobre su cabeza la tiara. El último coronado fue el Papa Pablo VI, en 1963, quien sin embargo, después del solemne rito de la coronación, jamás volvió a usar la tiara, dejando a sus Suce-
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sores en libertad de decidir al respecto. El Papa Juan Pablo I, cuyo recuerdo está tan vivo en nuestros corazones, no quiso la tiara y hoy no la desea su Sucesor. No es una época, en realidad, para volver a un rito y aquello que tal vez injustamente se consideró símbolo del poder temporal de los Papas. Nuestra época nos invita, nos impulsa, nos obliga a mirar al Señor y entregarnos a una humilde y devota meditación sobre el misterio de la suprema potestad del mismo Cristo. Aquel que nació de la Virgen María, el Hijo del carpintero –como se creía–, el Hijo de Dios vivo, como confesó Pedro, vino para hacer de todos nosotros «un reino de sacerdotes». El Concilio Vaticano II nos ha recordado el misterio de esta potestad y el hecho de que la misión de Cristo –Sacerdote, Profeta-Maestro, Rey– prosigue en la Iglesia. Y tal vez en el pasado se ponía sobre la cabeza del Papa la tiara, esa triple corona, para expresar con ese símbolo que todo el orden jerárquico de la Iglesia de Cristo, toda su «sacra potestad» ejercida en ella no es sino el servicio, un servicio con un objetivo único: que todo el Pueblo de Dios sea partícipe en esta triple misión de Cristo y permanezca siempre bajo la potestad del Señor, la cual no tiene su origen en los poderes de este mundo, sino en el Padre celestial y el misterio de la Cruz y la Resurrección. La potestad absoluta y a la vez dulce y suave del Señor responde al hombre en toda su profundidad, a sus más elevadas aspiraciones del intelecto, la voluntad y el corazón. Ella no habla con un lenguaje de fuerza, expresándose en cambio en la caridad y la verdad. El nuevo Sucesor de Pedro en la Sede de Roma eleva hoy una ferviente, humilde y confiada plegaria: «¡Oh, Cristo! ¡Haz que yo pueda convertirme en servidor de tu única potestad y serlo! ¡Servidor de tu dulce potestad! ¡Servidor de tu potestad que no conoce el ocaso! ¡Haz que yo pueda ser un siervo! Más aún, siervo de tus siervos».
5. Hermanos y Hermanas, ¡no tengáis miedo de acoger a Cristo y aceptar su potestad! Ayudad al Papa y a cuantos quieren servir a Cristo, y con la potestad de Cristo, servir al hombre y a toda la humanidad! ¡No temáis! ¡Abrid, más bien dicho abrid de par en par las puertas a Cristo! A su potestad salvadora abrid los confines de los Estados, los sistemas económicos y políticos, los amplios campos de la cultura, la civilización y el desarrollo. ¡No temáis! Cristo sabe «qué hay dentro del hombre»... ¡Sólo él lo sabe! Hoy en día el hombre desconoce tan a menudo lo que hay adentro, en lo profundo de su ánimo y su corazón; tan a menudo carece de certeza ante el sentido de su vida en esta tierra. Lo invade la duda, que se transforma en desesperación. Permitid, por tanto –os ruego, os imploro con humildad y confianza–, permitid a Cristo hablar al hombre. Sólo él tiene palabras de vida, ¡sí!, de vida eterna. Precisamente hoy día toda la Iglesia celebra su «Jornada Misionera Mundial», y reza, es decir, medita, actúa para que las palabras de vida de Cristo lleguen a todos los hombres y
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sean escuchadas por ellos como mensaje de esperanza, salvación y liberación total. 6. Agradezco a todos los presentes que han querido participar en esta solemne inauguración del ministerio del nuevo Sucesor de Pedro. Agradezco cordialmente a los Jefes de Estado, a los Representantes de las Autoridades y a las Delegaciones de los Gobiernos por su presencia que tanto me honra. ¡Gracias a vosotros, Eminentísimos Cardenales de la Santa Iglesia Romana! ¡Os agradezco, queridos Hermanos del Episcopado! ¡Gracias a vosotros, Sacerdotes! A vosotros, Hermanas y Hermanos, Religiosas y Religiosos de las Órdenes y las Congregaciones! ¡Gracias! ¡Gracias a vosotros, Romanos! ¡Gracias a los peregrinos que han acudido de todo el mundo! ¡Gracias a todos aquellos que están ligados a este Sagrado Rito a través de la Radio y la Televisión!
Do Was sie zwracam umilowani moi Rodacy, Pielgrzymi z Polski, Bracia Biskupi z Waszym Wspanialym Prymasem na czele, Kaplani, Siostry i Bracia polskich Zakonów – do Was, Przedstawiciele Polonii z calego swiata. A cóz powiedziec do Was, którzy tu przybyliscie z mojego Krakowa, od stolicy sw. Stanislawa, ktorego bylem niegodnym nastepca przez lat czternascie. Coz powiedziec? Wszystko co bym mogl powiedziec bedzie blade w stosunku do tego, co czuje w tej chwili mofe serce. A takze w stosunku do tego, co czuja Wasze serca. Wiec oszczedzmy slów. Niech pozostanie tylko wielkie milczenie przed Bogiem, ktore jest sama modlitwa. Prosze Was! Badzcie ze mna! Na Jasnej Gorze i wszedzie! Nie przestawajcie byc z Papiezem, który dzis prosi slowami poety «Matko Boza, co Jasnej bronisz Czestochowy i w Ostrej swiecisz Bramie»!i do Was kieruie te slowa w takiej niezwyklej chwili. È stato questo un appello ed un invito alla preghiera per il nuovo Papa, appello espresso in lingua polacca. Con lo stesso appello mi rivolgo a tutti i figli ed a tutte le figlie della Chiesa Cattolica. Ricordatemi oggi e sempre nella vostra preghiera. Aux catholiques des pays de langue française, j’exprime toute mon affection et tout mon dévouement! Et je me permets de compter sur votre soutien filial et sans réserve! Puissiez-vous progresser dans la foi! A ceux qui ne partagent pas cette foi, j’adresse aussi mon salut respectueux et cordial. J’espère que leurs sentiments de bienveillance faciliteront la mission spirituelle qui m’incombe et qui n’est pas sans retentissements sur le bonheur et la paix du monde!
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To all of you who speak English I offer in the name of Christ a cordial greeting. I count on the support of your prayers and your good will in carrying out my mission of service to the Church and mankind. May Christ give you his grace and his peace, overturning the barriers of division and making all things one in him. Einen herzlichen Gruss richte ich an die hier anwesenden Vertreter und alle Menschen aus den Ländern deutscher Sprache. Verschiedene Male – und erst kürzlich durch meinen Besuch in der Bundersrepublik Deutschland – hatte ich Gelegenheit, das segensreiche Wirken der Kirche und Ihrer Gläubigen persönlich kennen und Schätzen zu lernen. Lassen Sie Ihren opferbereiten Einsatz für Christus auch weiterhin fruchtbar werden für die grossen Anliegen und Note der Kirche in aller Welt. Darum bitte ich Sie und empfehle meinen neuen apostolischen Dienst auch Ihrem besonderen Gebet. Mi pensamiento se dirige ahora hacia el mundo de la lengua española, una porción tan considerable de la Iglesia de Cristo. A vosotros, Hermanos e hijos queridos, llegue en este momento solemne el afectuoso saludo del nuevo Papa. Unidos por los vínculos de una común fe católica, sed fieles a vuestra tradición cristiana, hecha vida en un clima cada vez más justo y solidario, mantened vuestra conocida cercanía al Vicario de Cristo y cultivad intensamente la devoción a nuestra Madre, María Santísima. Irmaos e Filhos de língua portuguesa: como «servo dos servos de Deus», eu vos saúdo afectuosamente no Senhor. Abenoando-vos, confio na caridade da vossa oraao, e na vossa fidelidade para viverdes sempre a mensagem deste dia e deste rito: «Tu és o Cristo, o Filho de Deus vivo!». (Se omite aquí el texto en lengua rusa)
Abro el corazón a todos los Hermanos de las Iglesias y Comunidades Cristianas, saludando en particular a vosotros que estáis presentes, en espera del próximo encuentro personal; pero desde ya os expreso un sincero aprecio por haber querido asistir a este solemne rito. Y una vez más me dirijo a todos los hombres, a cada hombre, ¡y con qué veneración debe el
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apóstol de Cristo pronunciar esta palabra: ¡hombre! ¡Orad por mí! ¡Ayudadme para que os pueda servir! Amén.
aviso Santander
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PANORAMA LEY DE DIVORCIO O LA BÚSQUEDA DE UN CAMBIO CULTURAL PROFUNDO El proyecto de Ley sobre Matrimonio Civil está a punto de ser discutido en el Senado, lo que sería el último trámite para su aprobación. Lo que hace única la situación chilena en este asunto es la participación de legisladores católicos que no sólo se han mostrado de acuerdo con una ley que introduzca el divorcio vincular, sino que la han promovido muy activamente. No han visto incompatibilidad entre su declarada condición de católicos y su intervención a favor de una ley que los Obispos, unánime y reiteradamente, coincidentes con declaraciones también reiteradas del más alto Magisterio, han denunciado como contraria a la moral cristiana y natural, y al bien de la sociedad. Esto último es claro, si se consideran los estudios hechos en países en los que el divorcio entró en la legislación hace ya bastante tiempo. De dichos estudios resulta claro que la cantidad de divorcios aumenta notablemente al existir una ley que lo admite. La pobreza aumenta en los divorciados, incidiendo especialmente en la mujer y los niños. Aumentan los niños nacidos fuera del matrimonio, también con consecuencias económicas graves. Las compensaciones económicas al cónyuge en situación más débil (generalmente la mujer) se cumplen mal, porque al divorciado, que por lo general contrae un nuevo vínculo civil, no le resulta fácil mantener dos casas, y la justicia difícilmente puede urgir con eficacia el cumplimiento de esa obligación, por más que la ley la establezca. Por último los hijos de matrimonios divorciados manifiestan tasas mayores de problemas psicológicos, bajo rendimiento escolar que se extiende a la educación superior, deserción escolar, drogadicción, criminalidad. Un estudio sobre la materia concluye que «toda la investigación moderna sobre conducta desviada ha descubierto que el factor de riesgo más importante es la ausencia de autoridad y control parental, mucho más que el conflicto conyugal o la disciplina abusiva («violencia doméstica»)». (Informe de la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica de Chile a la Comisión de Constitución, Legislación, Justicia y Reglamento del Senado). Estos datos confirman lo que la simple observación de la realidad permite reconocer, y destituyen de valor los argumentos que se esgrimen para introducir el divorcio en la legislación. Sin embargo se sigue adelante por convicciones que son de otro orden. Se da como razón para tener una ley de divorcio, la urgencia de favorecer la familia, dando la oportunidad de construir una nueva familia a quien ha fracasado en la primera, permitiéndole un nuevo matrimonio. Y esto, cada vez que el propio matrimonio «fracase», como se dice. Pero la realidad es que la aprobación del divorcio destruye la familia en la sociedad. Es verdad que la familia ya está muy deteriorada. Lo que habría que hacer entonces, si se considera seriamente que es un bien para la sociedad, sería apoyarla por todos los medios al alcance: la educación (en primer lugar), subsidios económicos, soluciones laborales y habitacionales, creando un ambiente favorable al matrimonio y a la familia. (Por ejemplo, como se ha logrado formar una conciencia ecológica). Pero se hace todo lo contrario. Es cierto que la mera exclusión del divorcio no basta para defender y promover la familia, pero la existencia legal del divorcio le da el golpe de gracia. En los países que lo tienen, la consecuencia ha sido el desinterés de los jóvenes por casarse. Simplemente conviven. Situación que no favorece la natalidad ni, en consecuencia, la formación de una familia. La verdad es que lo que se busca es la superación de lo que despectivamente se llama «familia tradicional» (es decir, la familia propiamente tal) porque es el bastión que defiende a la sociedad del individualismo, como ya lo veía Chesterton a comienzos del siglo pasado. La aprobación de la ley de divorcio es el signo más claro de que una sociedad opta por una cultura en la que prevalezca la libertad entendida como rechazo de cualquier compromiso
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que, por razones superiores, obligue moralmente de por vida; en la que ya no tiene cabida la idea de que entregar la vida por otro u otros es la expresión de la más auténtica nobleza. (Nótese la incapacidad que muestran hoy ciertos «artistas» de comprender el gesto de Prat). Hoy se proclama como valor supremo de vida la «autenticidad», pero entendida como la reivindicación del derecho a mostrarse «como se es», con todas las debilidades, defectos y hasta aberraciones que fácilmente aparecen en una naturaleza tan mal inclinada como la nuestra, sin ninguna idea de que se debe y se puede hacer algo por cambiar esa manera de ser. De que educar es formar en las virtudes, como ya lo habían entendido los grandes griegos. Es, simplemente, un cambio cultural profundo lo que se busca. Se dijo con toda claridad en España y se ha dicho también aquí. Se persigue un cambio en los valores de esta sociedad que es descalificada como «tradicional» y con otros epítetos, pero que, con las imperfecciones de toda realización humana, son los valores sobre los que se funda una sociedad cristiana. El divorcio es la viga maestra de esa transformación, como está bien probado. En él se apoyan las demás «conquistas»: despenalización del aborto, igualdad de «género», matrimonio de homosexuales, derecho al hijo con cualquier método de fecundación, eutanasia, producción de embriones para usos terapéuticos, clonación humana, etc. Y ya sabemos que no son fantasías. Puede ser que algún legislador católico piense, ingenuamente de buena fe, que el divorcio sería un bien para la sociedad chilena (que nos colocaría en la «modernidad») y que una ley que admite el divorcio por decisión unilateral va a poder ser aplicada con «suma estrictez» (lo que, aunque así fuera, no la haría moral). Hay quienes piensan que un legislador católico no tiene derecho a proponer (lo que no significa imponer) los principios éticos que se fundan en la ley natural y que son asumidos en la moral evangélica. Pero si el cristiano que asume esa alta responsabilidad política no hace sino apoyar lo que una mayoría pide, ¿cuál es su aporte específico a la sociedad? ¿Para qué sirve, como político «cristiano»? La respuesta la da Jesús con toda claridad: «para nada» (Mt. 5,13). Como dice una reciente «Nota doctrinal» emanada de la Congregación para la Doctrina de la Fe, acerca de estas materias: es una cuestión de coherencia del católico con su fe. Esa es la grave falla de algunos de nuestros parlamentarios. + ANTONIO MORENO CASAMITJANA Arzobispo de la Ssma. Concepción
Deceso Monseñor Renato Hasche
A mediados de mayo pasado, cuando participaba en Punta de Tralca junto a sus hermanos en el Episcopado en la Asamblea Plenaria, Mons. Renato Hasche Sánchez S.J. fue llamado por el Señor. Los síntomas dolorosos de un infarto hicieron que se le trasladara al Hospital de San Antonio, donde falleció en la madrugada del día 18 de ese mes. Mons. Renato Hasche nació en Santiago el 31 de octubre de 1927. Ingresó a la Compañía de Jesús el 1 de febrero de 1947 y fue ordenado presbítero el 19 de junio de 1980. Fue profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile, de la Escuela de Carabineros y del Seminario Pontificio de Santiago, también rector del Colegio San Luis de Antofagasta y director del Departamento de Teología de la Universidad Católica del Norte, en Antofagasta.
Fue elegido Obispo el 15 de mayo de 1993, consagrado el 29 de junio y tomó posesión de la diócesis el 18 de julio de ese mismo año. Los editores de Humanitas tuvieron la alegría y el privilegio de contar con la presencia de Mons. Hasche en el Consejo de Consultores y Colaboradores de la revista desde su fundación. Fueron numerosas las oportunidades en que su opinión prudente y bien fundamentada enriqueció nuestras tareas. Los lectores de Humanitas pudieron también en algunas ocasiones leerlo en nuestras páginas. Fiel al carisma de su familia religiosa, la Compañía de Jesús, Mons. Renato Hasche fue un hombre de vasta cultura, entregado de por vida a la formación de las personas. A los 66 años fue llamado a la plenitud del sacerdocio, haciéndose cargo de la diócesis de Arica. Después de diez intensos años de trabajo en la frontera norte del país, concluyó su vida en medio del afanoso ejercicio de sus responsabilidades como pastor.
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ACTIVIDADES
DE
HUM ANITA S
Presentación Humanitas 30 Foro sobre el New Age
Más de 130 personas asistieron al foro que se realizó con oca-
sión de la presentación del número 30 de revista HUMANITAS, en mayo pasado en el Centro de Extensión de esta Universidad. En esta oportunidad se analizó el texto «Jesucristo portador del agua de la vida. Una reflexión cristiana sobre el New Age», documento del Pontificio Consejo de Cultura. Participaron en este foro el presbítero Juan Carlos Urrea Viera, experto en sectas, y el profesor Augusto Merino, sociólogo. Moderó el debate el director de HUMANITAS, Jaime Antúnez. Al finalizar las exposiciones, los panelistas respondieron a las numerosas preguntas del público asistente. Para tener acceso a la versión completa de este documento, visite la Biblioteca electrónica de HUMANITAS en nuestra página web: humanitas.cl
Conferencia La creación, las ciencias naturales y Tomás de Aquino
El Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes en conjun-
to con revista HUMANITAS, invitaron al profesor William Carroll para dictar una conferencia el 22 de mayo pasado, realizada en el Aula Magna del edificio de la Biblioteca de la Universidad de los Andes, en donde asistió un variado y numeroso público El tema que expuso el profesor invitado tuvo por título «La creación, las ciencias naturales y Tomás de Aquino». Para Carroll, el modo en que Tomás de Aquino trató la cuestión de la creación del mundo en el siglo XIII es especialmente interesante para comprender nuestra propia situación contemporánea frente a las hipótesis físicas mejor acreditadas sobre el origen del universo.
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William Carroll es historiador del pensamiento europeo y de la ciencia. Su investigación y su docencia han versado primero sobre la recepción de la ciencia aristotélica en el medioevo islámico, cristiano y judío y el desarrollo de la doctrina de la creación, y segundo en el encuentro entre Galileo y la Inquisición. Para nuestros lectores el profesor Carroll ya era conocido por su artículo «Tomás de Aquino y el Big Bang. Hacia el origen del universo», publicado en HUMANITAS 24, el año 2001. Foro Efectos civiles del matrimonio religioso
Un debatido foro tuvo lugar el 9 de junio último en el Aula Magna de esta Universidad. Los expositores que participaron en este acto fueron Jorge Precht, profesor de Derecho Público de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica; Carlos Peña, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales, y el sacerdote Augusto Rojas, especialista en Derecho Canónico y Rector del Santuario Basílica de Lourdes. Al igual que en otras oportunidades revista HUMANITAS congregó a un público interesado en este crucial tema, actualmente en discusión en el Senado. Estuvieron presentes en el acto destacadas autoridades religiosas, académicas y universitarias así como juristas involucrados en el tema. Entre ellas Monseñor Ricardo Ezzati, obispo auxiliar de Santiago; Monseñor Orozimbo Fuenzalida, obispo de San Bernardo, y Monseñor Gonzalo Duarte, obispo de Valparaíso.
CRISIS DE LA MORALIDAD
«El mundo necesita a Jesucristo»
Monseñor Antonio Cañizares, arzobispo de Toledo y Primado de España, concedió una entrevista al semanario religioso Alfa y Omega en la que abordó la situación de la Iglesia en España, en vísperas de la Visita del Papa Juan Pablo II. Estas son algunas de sus respuestas. —¿Qué es lo que más le preocupa de la situación de la Iglesia en España hoy? —Lo que más me preocupa es la secularización interna de la Iglesia, reflejo de esa cultura secularizada de nuestra época en la que no se deja espacio a Dios; se vive, en efecto, al margen de él, como si no existiera. Éste es, a mi entender, el principal problema de la sociedad contemporánea: la quiebra del sentido de Dios; esta quiebra acarrea una profunda crisis de la moralidad, y conlleva una gran crisis de humanidad. —Hoy en día, ¿el cristianismo está en baja? —Hay síntomas de nuestra sociedad occidental que parecen reflejar, en efecto, un debilitamiento de la conciencia cristiana en el mundo contemporáneo. A eso parece corresponder la escasa vitalidad evangelizadora de buena parte de los cristianos de nuestro tiempo; o, lo que es lo mismo, a la constatación de que la fe, o no se propone a los demás, a los que no creen, o se propone tímidamente y sin fuerza. Se observa como una especie de temor a manifestar públicamente la fe y a que se note en su originalidad. Y en su aportación específica a la vida de los hombres. No es raro observar cómo lo cristiano ha pasado, para no pocos, de ser una experiencia que tiene que ver con todo lo humano y con todas las realidades y relaciones que afectan al hombre, a convertirse en algo abstracto o en un vago sentimiento religioso. Todo esto se traduce, por parte de bastantes cristianos, en una debilidad ética y en una pobre expresividad cultural y social de su fe. Con frecuencia, las cosas temporales se juzgan desde principios éticos ajenos a la fe, y se actúa desde esos criterios ajenos o contrarios con toda naturalidad, como si eso no tuviese que ver con el ser cristiano. Pero excluir, negar o suprimir a Cristo de esta historia nuestra es un acto contra el propio hombre, ya que la historia de todo hombre se cumple en Jesucristo. No podemos olvidar las palabras del Papa en el acto de dedicación de la catedral de Nuestra Señora de la Almudena, en Madrid: «En una sociedad pluralista como la vuestra, se hace necesaria una mayor presencia, individual y asociada, en los diversos campos en la vida pública. Es por ello inaceptable, como contrario al Evangelio, la pretensión de reducir el Evangelio al ámbito estrictamente privado, olvidando paradójicamente la dimensión esencialmente pública y social de la persona». —¿Cuál sería el primer objetivo apostólico de la Iglesia hoy? —Las posiciones en el contexto actual de nuestro mundo y de nuestra cultura respecto a la verdad y a la posibilidad de alcanzarla son, en efecto, uno de los principales problemas con los que se enfrenta la sociedad actual. De este modo, domina la persuasión de que no hay verdad última, de que no existen verdades absolutas, de que toda verdad es contingente y revisable, y que toda certeza es síntoma de inmadurez y dogmatismo intolerante. Ahora bien, sin esta referencia, cada uno queda a merced del arbitrio, y su condición de persona acaba por ser valorada por criterios pragmáticos basados esencialmente en el dato experimental, en el convencimiento erróneo de que todo debe ser dominado por la técnica. Todo este escepticismo, a mi entender, trae consecuencias graves para el sentido de la libertad y para el sentido mismo de la vida del hombre. Una libertad, en efecto, que no hace referencia o no tiene como referencia la verdad es una libertad falsa, destructiva para el hombre.
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ICOMOS-Chile Nueva Directiva
Un largo camino ha debió recorrer la postulación a Patrimo-
nio Mundial de la Humanidad del Centro Histórico de la ciudad de Valparaíso y que se concretó con su reciente nombramiento. Esto, porque debió respetar en toda su extensión las indicaciones aprobadas por la Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural, aprobado por la UNESCO en 1972. La Convención tiene por objeto la salvaguardia de los bienes que, ubicados en todos los continentes y en todas las épocas, por su valor extraordinario y su carácter excepcional, constituyen un patrimonio de toda la humanidad. Estos bienes se han ido inventariando año a año en la Lista del Patrimonio Mundial. El Comité del Patrimonio Mundial, compuesto por 21 miembros representantes de países firmantes de la Convención, es el órgano decisivo en la puesta en ejecución de la misma. El principal organismo asesor de la UNESCO que realiza estas evaluaciones de sitios culturales y naturales es ICOMOS. ICOMOS INTERNACIONAL, Consejo Internacional de Monumentos y Sitios, es una organización no gubernamental, científicotécnica, dedicada a promover y velar por la conservación de los monumentos y sitios históricos en el mundo. Fue fundado en 1965 en respuesta a la Carta de Conservación y Restauración firmada en Venecia. Además de nominar la Lista de Patrimonio Mundial, ICOMOS, reúne a especialistas en conservación de todas partes del mundo y promueve el diálogo e intercambio profesional, y vigila el estado de conservación de los lugares nominados. El Comité Chileno del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios ICOMOS-CHILE es uno de los 110 Comités Nacionales, que velan en cada país por este patrimonio de la humanidad. Se constituyó en mayo de 1969. Sus actividades más relevantes están asociadas a la puesta en valor del tema patrimonial en los círculos académicos especializados; en el pa-
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trocinio de proyectos de investigación; en la participación en seminarios y congresos sobre el patrimonio cultural, de monumentos y sitios. Participa también en Ciudadanos por Valparaíso, y en ICOMOS-CHILE Corporación Cultural. En Chile, se eligió recientemente su tercer directorio, quedando como Presidenta de ICOMOS-CHILE la arquitecto-restauradora Amaya Irarrázaval Z., y como miembros del directorio Raúl Buono-Core V., José de Nordenflycht C., Pedro Pujante I., Antonio Sahady V. En la actualidad, tres son los lugares chilenos que figuran entre los 730 bienes de la Lista de Patrimonio Mundial de la Humanidad: en 1995 el Parque Nacional de Rapa Nui; en 2000, las Iglesias de Chiloé. Recientemente se incorporó el Casco Histórico de Valparaíso.
Antología Cesare Cavalleri
Acaba de publicarse la tercera antología de la columna Persone y Parole que Cesare Cavalleri mantiene en el diario Avvenire desde el año 1985 y que cubre sus artículos entre 1996-2002. De las precedentes ediciones se dijo: «Estas páginas dan testimonio de la posibilidad de seguir la crónica de los hechos, es decir, la realidad, en una perspectiva enteramente moderna y al mismo tiempo católica». (Vittorio Messori, Avvenire). «Cavalleri tiene una vocación particular por la claridad de las ideas, por disipar los equívocos, amarrar las verdades incómodas. (Fernando Castelli, La Civilta Cattolica). Hay que decir que esta compilación no constituye en ningún caso una «operación nostalgia». Es en cambio un modo de recapitular eventos y situaciones que están por entrar en la historia y que ya son parte de nuestro panorama.
Origen y carácter de la crisis actual de la política
En una intervención, que pronunció en Trieste, el cardenal Joseph Ratzinger desenmascara los mitos que, en estos momentos, se han convertido en valores absolutos para los políticos, hundiendo la política en la crisis que todo el mundo denuncia, pero que pocos diagnostican. El desafío, según el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, consiste en recuperar la recta razón política, es decir, los valores fundamentales sobre los que se puede construir la sociedad
La política es el ámbito de la razón, no de una razón simplemente técnico-calculadora, sino moral, pues el fin del Estado, así como el fin de toda política, es de naturaleza moral, es decir, la paz y la justicia. Esto significa que la razón moral, o, más bien, el discernimiento racional de lo que sirve a la justicia y a la paz es –debe ser– ejercido y defendido ante oscurantismos que disminuyen la capacidad de discernimiento de la razón. El espíritu partidista que acompaña al poder producirá continuamente mitos de diferentes formas, que se presentan como la verdadera senda de la realidad moral en la política, pero que, en realidad, son máscaras y encubrimientos del poder. En el siglo pasado, experimentamos dos grandes construcciones míticas con consecuencias terribles: el racismo, con su falsa promesa de salvación, por parte del nacionalsocialismo, y la divinización de la revolución, bajo la influencia del evolucionismo histórico dialéctico. Ambos cancelaron las intuiciones morales originarias del hombre sobre el bien y el mal. Todo lo que sirve al dominio de la raza, es decir, todo lo que sirve a la instauración del mundo futuro está bien –se nos decía–, a pesar de que, según los conocimientos de la Humanidad hasta ahora alcanzados, fuera un mal. • Los mitos de la política. Tras la caída de las grandes ideologías, los mitos políticos hoy se presentan de manera menos clara, pero existen también ahora formas de mitificación de valores reales, que parecen creíbles, precisamente porque se anclan en auténticos valores, pero justamente por eso son peligrosos, pues unilateralizan estos valores de una manera que puede definirse mítica. Diría que hoy hay tres valores dominantes en la conciencia común, cuya unilateralización mítica representa, al mismo tiempo, un peligro para la razón moral de hoy. Estos tres valores mitificados continuamente de manera unilateral son el progreso, la ciencia, la libertad. • El progreso como mito. El progreso es, desde siempre, una palabra mítica, que se impone como norma de la acción política y humana en general, y se presenta como su cualificación moral más elevada. Basta mirar al camino recorrido en los últimos años para darse cuenta de que no se puede negar que se han alcanzado progresos enormes en la medicina, en la técnica, en el conocimiento y en la utilización de las fuerzas de la naturaleza, y son de esperar progresos ulteriores. No menos actual es, sin embargo, la ambivalencia de este progreso: el progreso comienza a amenazar la creación –la base de nuestra existencia–; produce desigualdades entre los hombres; y produce cada vez más amenazas al mundo y a la Humanidad. En este sentido, es indispensable orientar el progreso según criterios morales. ¿Según qué criterios? Éste es el problema. Ante todo, debe quedar claro que el progreso abarca la relación del hombre con el mundo material, pero no da lugar en cuanto tal –como el marxismo y el liberalismo habían enseñado– al hombre nuevo, a la sociedad nueva. El hombre, como hombre, sigue siendo igual en las situaciones primitivas y en las técnicamente desarrolladas; no aumenta de nivel simplemente por el hecho de que ha aprendido a utilizar instrumentos más desarrollados.
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El ámbito de la política El ser hombre vuelve a comenzar desde el inicio en todo ser humano. Por ello no puede existir definitivamente la sociedad nueva, avanzada y sana, en la que no sólo han esperado las grandes ideologías, sino que se convierte, cada vez más –después de que la esperanza en el más allá ha sido demolida–, en el objetivo general esperado por todos. Una sociedad definitivamente sana presupone el final de la libertad. Dado que, sin embargo, el hombre sigue siendo siempre libre, vuelve a comenzar con cada generación, y, por tanto, se debe actuar siempre de nuevo a favor de la forma justa de sociedad en condiciones siempre nuevas. El ámbito de la política, por tanto, es el presente, y no el futuro –el futuro sólo en la medida en que la política actual busca crear formas de derecho y de paz que puedan valer incluso para mañana–, y promover reformas correspondientes, que retomen y continúen lo que se ha alcanzado. Pero no podemos garantizarlo. Creo que es mucho más importante tener presentes estos límites del progreso y evitar falsos escapes en el futuro. • La ciencia como mito. En segundo lugar, quisiera mencionar el concepto de ciencia. La ciencia es un gran bien, precisamente porque es una forma de racionalidad controlada y confirmada por la experiencia. Pero hay también patologías de la ciencia, trastocamientos de sus posibilidades a favor del poder, en los que, al mismo tiempo, se menoscaba la dignidad del hombre. La ciencia puede servir también a la deshumanización. Basta pensar en las armas de destrucción masiva, o en los experimentos humanos y en el comercio de personas para la extracción de órganos, etc. Por tanto, debe aclararse que la ciencia también debe someterse a los criterios morales, y que pierde su auténtica naturaleza cuando, en vez de ponerse al servicio de la dignidad del hombre, sirve al poder o al comercio, o simplemente al éxito como único criterio. •La libertad como mito. Por último, está el concepto de libertad. También éste, en la época moderna, ha asumido diferentes características míticas. La libertad es concebida frecuentemente de manera anárquica o, simplemente, anti-institucional, convirtiéndose así en un ídolo. La libertad humana sólo puede ser, en todo momento, la libertad de la justa relación recíproca, la libertad en la justicia; de lo contrario, se convierte en mentira y lleva a la esclavitud. Dictadura de las mayorías El objetivo de toda desmitificación –siempre necesaria– es restituir la razón a sí misma. Aquí, sin embargo, tiene que desenmascararse, una vez más, un mito, que nos plantea la última decisiva cuestión de una política razonable: la decisión por mayoría, en muchos casos –quizá en la mayoría de los casos–, se convierte en el camino más razonable para llegar a soluciones comunes. Pero la mayoría no puede ser el principio último; hay valores que ninguna mayoría tiene el derecho de abrogar. El asesinato de los inocentes no puede convertirse nunca en un derecho y no puede ser elevado al nivel de un derecho por ningún poder. También en este caso se trata, en último término, de la defensa de la razón: la razón, la razón moral, es superior a la mayoría. Pero, ¿cómo es posible conocer estos valores últimos, que constituyen los fundamentos de toda política razonable, moralmente justa, y que, por tanto, vinculan a todos más allá de los cambios de las mayorías? ¿Cuáles son estos valores? La doctrina del Estado, ya sea en la antigüedad o en la Edad Media, así como en los contrastes de la época moderna, ha hecho referencia al derecho natural, que puede ser reconocido por la recta razón. Pero hoy esta recta razón parece que ya no da una respuesta, y el derecho natural ya no es considerado como aquello que es evidente para todos, sino, más bien, como una doctrina católica particular. Esto implica una crisis de la razón política, lo que equivale a una crisis de la política como tal. Parece que hoy ya sólo existe la razón partidista, y no la razón común a todos los hombres; al menos, en los grandes ordenamientos fundamentales de los valores. Trabajar por la superación de esta situación es una
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tarea urgente de todos aquellos que tienen en el mundo la responsabilidad por la paz y la justicia, y de hecho todos la tenemos. Este compromiso no se ha quedado, ni mucho menos, sin perspectivas, por el hecho de que la razón se deja escuchar continuamente contra el poder y el espíritu de parte. Existe hoy un canon alterado de los valores, que prácticamente no es puesto en discusión, pero, en realidad, es demasiado indeterminado y muestra zonas oscuras. La tríada de paz, justicia, integridad de la creación es universalmente reconocida, pero desde el punto de vista del contenido queda totalmente indeterminada: ¿Qué es el servicio de la paz? ¿Qué es la justicia? ¿Cómo es posible proteger de la mejor manera la creación? Otros valores universalmente reconocidos son la igualdad de los hombres, en oposición al racismo, la igual dignidad de los sexos, la libertad de pensamiento y de fe. También aquí falta claridad desde el punto de vista de los contenidos, que pueden volver a convertirse incluso en amenazas para la libertad de pensamiento y de fe, aunque las orientaciones de fondo son dignas de aprobación e importantes. Atropellos y heridas Un punto esencial sigue siendo controvertido: el derecho a la vida para todo ser humano, el carácter inviolable de la vida humana en todas sus fases. En nombre de la libertad y en nombre de la ciencia, se provocan heridas cada vez más graves a este derecho: allí donde el aborto es considerado un derecho de libertad, la libertad de uno se pone por encima del derecho a la vida del otro. Allí donde experimentos humanos con embriones son reivindicados en nombre de la ciencia, la dignidad del hombre es negada y pisoteada en el ser más indefenso. Aquí hay que dejar espacio a las desmitificaciones de los conceptos de libertad y de ciencia, si no queremos perder los fundamentos de todo derecho, el respeto por el hombre y por su dignidad. Un segundo punto oscuro consiste en la libertad de decidir lo que es sagrado para los demás. Gracias a Dios, entre nosotros nadie se puede permitir el decidir lo que es sagrado para un judío o para un musulmán. Pero se coloca entre los derechos de libertad fundamentales el derecho a ridiculizar lo que es sagrado para los cristianos. Por último, hay otro punto oscuro: matrimonio y familia parece que ya no son valores fundamentales de una sociedad moderna. Se requiere con urgencia completar la tabla de los valores y una desmitificación de los valores míticamente alterados. La actualidad de los Diez Mandamientos En mi debate con el filósofo Flores d’Arcais, se tocó precisamente este punto: los límites del principio del consenso. El filósofo no podía negar que existen valores que no pueden ser puestos en discusión, ni siquiera por las mayorías. Pero, ¿cuáles? Ante este problema, el moderador del debate, Gad Lerner, planteó la pregunta: ¿Por qué no tomar como criterio los Diez Mandamientos? En realidad, los Diez Mandamientos no son propiedad privada de los cristianos o de los judíos. Son una expresión altísima de razón moral, que, como tal, se identifica ampliamente también con la sabiduría de las demás grandes culturas. Hacer referencia de nuevo a los Diez Mandamientos podría ser esencial precisamente para resanar la razón, para un nuevo relanzamiento de la recta razón. Aquí surge también con claridad lo que la fe puede hacer por una buena política: no sustituye a la razón, pero puede contribuir a poner de manifiesto los valores esenciales. A través del carácter concreto de la vida de fe, les confiere una credibilidad que después ilumina y resana también a la razón. En el siglo pasado, como en todos los siglos, el testimonio de los mártires puso límites a los excesos del poder y contribuyó así de manera decisiva a resanar la razón.
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Mi experiencia de seminarista clandestino
Alocución del Papa al final del encuentro con sus seminaristas romanos. (1 de marzo de 2003) Antes de concluir este discurso, quisiera volver a hablaros de mi seminario. Era un seminario clandestino. Durante la guerra, con la ocupación nazi de Polonia y de Cracovia, habían sido cercados todos los seminarios. El cardenal Sapieha, mi obispo de Cracovia, había organizado un seminario clandestino y yo pertenecía a ese seminario clandestino, que podríamos llamar de catacumbas. Mi experiencia está vinculada sobre todo a ese seminario. Y tanto más cuanto que hoy hemos recordado a sor Faustina. Sor Faustina vivió y ahora está sepultada cerca de Cracovia, en una localidad que se llama Lagiewniki. Precisamente junto a Lagiewniki estaba la fábrica química de la Solvay, donde yo trabajé como obrero durante los cuatro años de la guerra y de la ocupación nazi. En aquellos tiempos, cuando era obrero, no podía imaginar que, un día, como obispo de Roma, hablaría de aquella experiencia a los seminaristas romanos. Aquella experiencia de obrero y, al mismo tiempo, de seminarista clandestino ha marcado toda mi vida. A la fábrica me llevaba algunos libros, para leer durante mi turno de ocho horas, tanto de día como de noche. Mis compañeros obreros se sorprendían un poco, pero no se escandalizaban. Más aún, me decían: «Te ayudaremos; puedes incluso descansar y nosotros, en tu lugar, trataremos de vigilar». Y así pude hacer también los exámenes ante mis profesores. Todo en la clandestinidad: filosofía, metafísica… Estudié la metafísica por mi cuenta, y trataba de entender sus categorías. Y entendí. Sin la ayuda de los profesores, entendí. Además de superar el examen, pude constatar que la metafísica, la filosofía cristiana, me daba una nueva visión del mundo, una visión más profunda de la realidad. Anteriormente había hecho sólo estudios humanísticos, de literatura, de lengua. Con la metafísica y con la filosofía encontré la clave para comprender a fondo el mundo. Una comprensión más profunda, podría decir, última. Tal vez habría otras cosas que recordar, pero, por desgracia, no podemos alargarnos demasiado. Con todo, quería decir esto, que me vino a la mente durante la ejecución musical del oratorio: «Tú que fuiste seminarista clandestino debes hablar a los seminaristas de Roma de aquellos días, de aquella experiencia». Doy gracias al Señor porque me dio esa experiencia extraordinaria y me ha permitido también hablar de esa experiencia del seminario clandestino, de catacumbas, a los seminaristas de Roma, después de más de cincuenta años. Y creo que esto es también un hermoso homenaje a la Virgen de la Confianza, porque durante todos esos años clandestinos se vivía también gracias a esta confianza, la confianza en Dios y en su Madre. Aprendí la confianza en la Virgen santísima, que es la patrona de vuestro seminario. Aprendí a tener confianza sobre todo durante los terribles años de la guerra y de la clandestinidad.
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¡Quédate con nosotros, Wojtyla!
Consideraciones del filósofo francés Bernard Henry Lévy, con ocasión del último viaje de Juan Pablo II a su patria polaca.
«Nietzsche emplea una expresión –en La aurora, creo– para definir a Cristo que siempre me hizo soñar: un gladiador agonizante. He recordado esta expresión desde el principio hasta el final de la última visita –habría que decir del último calvario– del Vicario de Cristo, Juan Pablo II, a su país Natal, Polonia. «Me parece que la expresión, fórmula extraña y magnífica, puede aplicarse más que nunca al hombre de 83 años antes llamado atleta de Dios, y a quien hemos visto, desgastado por la enfermedad, debilitado, doblado en dos, casi sordo, y encontrando, sin embargo, fuerzas para llegar hasta el santuario de la Divina Misericordia, para dirigir una oración ardiente a la Virgen de Kalvaria Zebrzydowska, hito de la veneración de la Pasión de Cristo adonde iba cuando era niño, para multiplicar los encuentros con los políticos, para orar ante el sepulcro de sus padres y hermano, para celebrar una larga misa bajo un sol de justicia en el parque de Blonia, en Cracovia; total, para llevar a cabo, sin desfallecer, su misión de evangelizador. «Yo soy poco sensible al Evangelio –es lo menos que pueda decirse– y, además, soy de los que, por mil razones fáciles de adivinar, escucho siempre con ansiedad lo que se dice en el bello pero inquietante país que sigue siendo Polonia. Pero, al mismo tiempo, ¿cómo no quedar impresionado por el mensaje de este hombre que, después de haber abierto hace veinte años la primera brecha en la ideología granítica del comunismo, encuentra, al atardecer de su vida, a pesar de las pocas fuerzas que le quedan, las palabras más exactas para decir, nada más llegar, al Presidente Kwasniewski su entera solidaridad con los marginados del orden neocapitalista mercantil? «¿Cómo no sentirse en total acuerdo con quien, igual que encontró en Toronto palabras oportunas para poner en guardia a los jóvenes contra un mundo regido únicamente por las leyes de dinero, éxito y poder, se pone claramente del lado de los indios víctimas de una liquidación cultural, y a veces física, en México y Guatemala, así como en Jerusalén, hace pocos años, sorprendía a los bien-pensantes de toda confesión al expresar la deuda de la Iglesia para con sus hermanos mayores, los judíos; de la misma manera que el año ante pasado, en el Kazakhstan musulmán, se situaba en el polo opuesto a las ideas de moda sobre la guerra de civilizaciones entre el mundo cristiano y el Islam? ¿Cómo no estar de acuerdo con este luchador del Derecho y del verdadero universalismo que, en Cracovia, ante un auditorio de ex-apparatchiks comunistas reciclados en el nacionalismo, vuelve a encontrar los acentos del pasado para poner en guardia a los europeos contra la tentación de un ensimismamiento patriotero?
« Más conmovedor aún: cómo permanecer insensible ante el espectáculo de este peregrino agotado que, dejando de lado su propia debilidad, casi electrizado por el amor que le tienen y que su ser entero irradia, contesta a quienes, incluso en la Curia romana, murmuran que sufre demasiado, que debería pensar en retirarse: «¿Acaso bajó Cristo de la cruz?; y los apóstoles Pedro y Pablo, ¿no siguieron al Señor hasta el martirio? No me mantengo aquí sino por la gracia del Espíritu Santo, y cumpliré, pues, mi misión, por intolerables que sean las miserias del cuerpo, hasta mi último aliento». «En estas escenas hay todo el dolor, pero también toda la nobleza del mundo. Hay en su presencia, en su forma de decir que sólo el descanso eterno puede silenciar una Palabra cuya autoridad no viene sino del Cielo, una fuerza interior, un ánimo del cual no veo, en el momento presente, ningún otro ejemplo en este mundo. «Que le sea permitido al escritor judío que soy, impregnado de cultura judía, pero que no tiene la menor duda acerca de lo que nuestra época debe, desde hace 20 años, al largo reinado del gladiador agonizante y de lo que le deberá aún si Dios lo guarda; sí, que me sea permitido decir, como los miles de fieles que lloraban al despedirle en Varsovia, temiendo no volver a verle: ‘¡Quédate con nosotros, Wojtyla!’» Carta del Papa al Cardenal Ratzinger Elaborar un compendio del Catecismo de la Iglesia católica
Para celebrar el décimo aniversario de la publicación de la edición
original del Catecismo de la Iglesia católica (1992) y el quinto aniversario de la promulgación de su edición típica latina y de la publicación de la edición renovada del Directorio catequístico general (1997), se celebró en Roma, del 8 al 11 de octubre del año pasado, un congreso catequístico internacional. Participaron en él los presidentes de las comisiones catequísticas de las diferentes Conferencias episcopales, junto con numerosos representantes de las Iglesias locales, comprometidos, de diversas maneras, en el servicio catequístico en sus respectivos países y en los organismos internacionales y nacionales instituidos para la promoción de la catequesis. Durante el congreso, se propuso la elaboración de un compendio del Catecismo de la Iglesia católica. Esta nueva obra debería contener los elementos esenciales y fundamentales de la fe y de la moral católica, formulados de manera breve y clara, tomando como fuente y modelo el Catecismo de la Iglesia católica. La finalidad de dicha propuesta era poder disponer de un texto autorizado, íntegro y completo por lo que se refiere a los aspectos esenciales de la fe católica que, aprobado por el Santo Padre, se pudiera convertir en punto de referencia para la elaboración de síntesis catequísticas locales, según las exigencias de las Iglesias particulares. Esta pro-
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puesta se presentó al Sumo Pontífice, el cual en una carta dirigida al cardenal Joseph Ratzinger el pasado 2 de febrero, la ha aprobado, invitando a dicho cardenal a constituir, de acuerdo con la Secretaría de Estado, una comisión especial y un comité de redacción para la preparación de ese compendio. En carta dirigida en febrero pasado al Señor cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, S.S. Juan Pablo II señala «El compendio del Catecismo de la Iglesia católica deberá exponer, de modo conciso, los contenidos esenciales y fundamentales de la fe de la Iglesia, respetando su totalidad e integridad doctrinal, de modo que constituya una especie de vademécum, que permita a las personas, creyentes y no creyentes, abarcar, con una mirada de conjunto, todo el panorama de la fe católica. Tendrá como fuente, modelo y punto de referencia constante el actual Catecismo de la Iglesia católica, que, manteniendo intacta su autoridad e importancia, podrá encontrar, en esa síntesis, un estímulo para una mayor profundización y, más en general, un ulterior instrumento de educación en la fe». Sherlock Holmes Entrevista a Mario Palmaro, coautor de «Sobrenatural, querido Watson»
Misterio, razón, crímenes, inocentes y culpables... ¿hablamos del
Evangelio o de una novela de Sherlock Holmes? En realidad, los dos temas están entrelazados en una curiosa publicación aparecida en Italia y titulada Sobrenatural, querido Watson, Soprannaturale, Watson. Sherlock Hlomes e il caso Dios. Uno de sus coautores, Mario Palmaro, nos desvela en esta entrevista como ha surgido el encuentro entre Dios y el detective inglés Holmes. Mario Palmaro, junto a Alessandro Gnocchi, ha escogido cinco relatos de Holmes y los ha analizado a la luz del Evangelio. El resultado es una reinterpretación sugerente que invita a la reflexión. Palmaro es profesor en la Universidad de Treviso (Italia) y en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma).
—¿Por qué se dedica a profundizar el tema de Sherlock Holmes y Dios un filósofo del derecho y especialista en bioética? —En mis estudios de filósofo del derecho he tenido la oportunidad de estudiar en particular el problema de la pena, la sanción y la responsabilidad de quien comete un delito. Se trata siempre de una temática fascinante. Las indagaciones de Holmes parten siempre del delito, y el esfuerzo de la investigación es descubrir al culpable, analizar la personalidad del criminal y estudiar sus «razones».
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Conan Doyle consigue casi siempre juntar la necesidad de castigar al culpable y el hecho de que éste es siempre un ser humano. Me parece una idea muy «católica», muy auténtica y real: el criminal, en la ficción literaria, nos fascina y al mismo tiempo nos turba, porque cada quien en conciencia tiene que admitir que podría ser tentado, en circunstancias particulares, a cometer un crimen. La criminología es un escenario óptimo para reflexionar sobre el pecado original.
—¿El libro intenta demostrar que la fe es un misterio como los que resuelve Sherlock Holmes? —Sí, existe una analogía. Más allá de este aspecto, mi idea es que el éxito de los cuentos de Holmes, aparte de la dimensión lúdica y aventurera que apasiona al lector, se debe a una razón más profunda: al tema antropológico de la búsqueda de la verdad. Como escribe Juan Pablo II en la encíclica «Fides et Ratio» , el hombre es aquel que busca la verdad. Cada uno de nosotros la persigue, del mismo modo que Holmes sigue la solución de cada caso que indaga. Y lo hace usando al máximo sus razonamientos. Él mismo debe admitir, en ciertos casos, que debe abandonarse a algo que está más allá. Así pues, no es la fe contra la razón, sino la razón que conduce al hombre hacia el umbral del misterio. Pero el golpe escénico en la gran historia de la vida es que Dios, con Jesús de Nazaret, se ha movido para venir a encontrar al hombre y dejarse encontrar. Este es el sentido de la auténtica revelación, que convierte al acontecimiento cristiano incomparable a otros fenómenos religiosos de cada época. —¿Usted cree que el Evangelio es como una novela policíaca? —Se podría enmarcar en estos términos. Hay algunos elementos en los evangelios que permiten esta relación: pensemos en el proceso ante Pilatos, que se desarrolló con la total observancia de las admirables garantías establecidas por el derecho romano, y que termina con la más grande injusticia de todos los tiempos por las presiones indebidas ejercidas por el Sanedrín sobre Pilatos, que entendió la inocencia de Jesús, pero le condenó por oportunismo político. Pero como he dicho antes, lo apasionante de esta «novela» policíaca es que el inocente, después de una muerte atroz, nos viene res-
tituido vivo. Se deja tocar por sus discípulos y promete estar con ellos hasta la fin de los tiempos. Conan Doyle no podría haberse inventado una historia tan interesante y veraz.
—¿Qué vínculos ha encontrado entre los cuentos citados y los pasajes del Evangelio propuestos por el libro al inicio de cada narración? —Escojo uno de ellos. En el cuento «El tratado naval», Holmes, símbolo de la razón fría y lógica hasta el paroxismo, interrumpe de repente sus investigaciones y dedica su atención a una bella rosa roja que se asoma a su habitación. Ante ella, exclama: «Nuestra máxima garantía de la bondad de la Providencia está en las flores». Las otras cosas nos sirven para vivir, pero ésta es un «más», un «plus». Aquí me vinieron enseguida a la memoria las palabras de Jesús, cuando en el Evangelio de Lucas exhorta a admirar la magnificencia de los lirios de los campos, que no hilan ni tejen pero superan la gloria de Salomón. No existe ninguna razón lógica por la cual Conan Doyle permite a Holmes esta divagación sobre las flores y la generosidad de Dios. Pero evidentemente, el autor necesita describir lo que ha escrito, porque en su corazón hay una inquietud, como la que todo hombre tiene en su interior. Mi deseo es que cada quien pueda descubrir este «hambre de Dios». Aborto Un aniversario no cicatrizado
En el número 321 de la revista italiana Studi Cattolici se recuerda que hace 25 años se aprobó la ley de aborto. Algunas reflexiones que recogemos en estos párrafos.
«Hace veinticinco años, el 22 de mayo de 1978, la ley 194 estable-
ció el aborto legal en Italia. Recordamos perfectamente las polémicas de esos días, y nuestra revista estuvo en primera línea defendiendo el derecho a la vida como fundamento de todos los demás derechos y base de un ordenamiento jurídico que pretenda considerarse democrático. Quien desee refrescar la memoria puede releer también algunos libros publicados en esos años por Edizioni Ares, como Aborto anno Uno de Pier Giorgio Liverani y La verità di carta de Aldo Maria Valli. «Tres años después, durante los días 17 y 18 de mayo, poco después del atentado a Juan Pablo II en la plaza San Pedro, el 68 por ciento de los votantes en el plebiscito convocado por el Movimiento por la Vida se declaró contrario a la revocación de la ley 194/78, con lo cual ésta quedó confirmada por la opinión pública, que fuera objeto de desprejuiciada manipulación por parte de los medios masivos de comunicación, sujetos al influjo de las ideas radicales. «Entre 1978 y 2001 (último año del cual se disponen datos oficia-
les), se han practicado en Italia 4.255.005 abortos. Repito: cuatro millones doscientos cincuenta y cinco mil cinco. Y se trata «únicamente» de los abortos legales, porque, como tristemente se sabe, el aborto clandestino no ha sido enteramente sustituido por aquellos con intervención médica, tanto así que el Ministro de Salud, en su informe anual al Parlamento, estimó en 21.100 los abortos clandestinos que se agregarían a los 135.133 de carácter «legal». «En el año 2001, siempre en palabras del Ministro, la tasa de abortividad, es decir, el número de abortos por cada mil nacidos vivos, fue de 245,5: por cada cuatro niños que nacen, uno es suprimido en el seno materno. «El verdadero problema es que los cuatro millones doscientos cincuenta y cinco mil cinco abortos constituyen en la sociedad italiana una desmesurada inyección de violencia, de incalculables recaídas. Se habla mucho de paz y solidaridad: ¿pero cómo puede pretenderse que una madre sea solidaria con los demás ciudadanos si no logra serlo con la criatura que lleva en el seno? Para no hablar de los daños psíquicos provocados por el trauma del aborto. «La ley 194/78 y sus aplicaciones son devastadoras: los consultores públicos, que deberían tener una función disuasiva, se han convertido en meras ventanillas para la entrega de certificados para abortar, a menudo también pasados los límites temporales previstos por la ley (un simple aborto voluntario se convierte fácilmente en «terapéutico» bajo la pluma de un médico poco escrupuloso). «De acuerdo con la terminología del Concilio Vaticano II, el aborto es y sigue siendo un «abominable delito». «El Papa no cesa de recordarlo a los cristianos y al mundo: sus intervenciones sobre el tema constituyen ya una voluminosa antología. Primera publicación Las encíclicas del Papa en un solo volumen
La Editorial Edibesa, de la Orden de los predicadores, es la res-
ponsable de la primera publicación mundial que reúne las catorce encíclicas de Juan Pablo II en un solo volumen, desde la primera «Redemptor hominis», escrita en 1979, hasta la última, «Ecclesia de Eucharistia», entregada el Jueves Santo de este año. El primer volumen que recogía las encíclicas del Papa había sido publicado por Edibesa en 1993, aunque fue necesario reeditarlo en 1994, en 1995 y en 1998. La edición de este año completa con las encíclicas «Fides et Ratio» y «Ecclesia de Eucharistia» el total de encíclicas escritas por Juan Pablo II hasta ahora. Este grueso volumen ofrece tres índices para facilitar la búsqueda y la consulta: uno de materias, otro onomástico (tanto de personas como de lugares geográficos) y otro de citas de la Sagrada Escritura y de autores. Más información en http://www.edibesa.com.
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EL PAPA EN ESPAÑA
La visita que realizara a la capital de España Juan Pablo II los días 3 y 4 de mayo pasado, constituyó un hecho de
fuentes inmensa trascendencia para esa nación, pero también para Europa y en cierto modo para Iberoamérica. Debe tomarse conciencia, antes de otra consideración, que ya no se trata, culturalmente, de la misma nación que visitó el mismo Pontífice por primera vez en 1982. Como lo ponderó con claridad el Cardenal Rouco-Varela, arzobispo de Madrid, ella es distinta tanto si se le mira desde la perspectiva interior de la Iglesia como de la cultura predominante en la sociedad. Respecto de lo primero predomina el hecho de que el discernimiento del mentis Concilio está hecho, «tanto desde el punto de vista de las como de los medios pastorales que responden verdaderamente a esa renovación». Respecto de lo segundo, la situación es en cambio desfavorable, por la gran pérdida del peso sociológico que ha sufrido el catolicismo español en estos últimos veinte años. «Desde entonces –señaló el Cardenal Rouco-Varela– España ha vivido bajo una influencia cultural y educativa que ha sido portadora de ideas y visiones de la vida marcadas por un inmanentismo humanista muy radical. Esto ha dejado sus huellas en las generaciones jóvenes y, en general, en la forma en que se ha articulado la nueva sociedad española». Con todo el significativo peso de este segundo factor –la secularización– España dio sin embargo, otra vez, demostración de la importante resistencia que en las capilaridades de la sociedad europea se observa aún a este proceso, como si una forma de raíces muy profundas se negara al abandono de la identidad cristiana. Fue por lo demás la constatación que hizo el propio Juan Pablo II, con manifiesta alegría, al regresar a Roma: España «ha confirmado mi profunda convicción de que las antiguas naciones de Europa conservan un alma cristiana que se identifica con el genio y la historia de los respectivosMaría pueblos». La visita papal, en sí misma, ofrece en su desarrollo múltiples ángulos de observación, lo que obliga en una nota de este espacio a una elección forzosamente excluyente. Detengámonos sólo en algunos de ellos. En el contexto de una campaña internacional de fuerte repercusión también al interior de España, que desacredita la imagen del sacerdocio en particular y de la vocación religiosa en general, el encuentro del Papa con 800 de mil jóvenes en el aeródromo de Cuatro Vientos, que tuvo lugar el sábado 4, constituyó la respuesta inequívoca de un catolicismo vivo, joven, serio y lleno de futuro. Fue asimismo, de paso, un mentís sin apelación a quienes afirman que el lenguaje de la Iglesia no llega a la juventud y que el diálogo con ésta debe llevarse a cabo en la clave hoy imperante en los medios de comunicación. Organizado este encuentro como una Vigilia de meditación de los misterios del Rosario –según el antiguo lema «A Jesús por María»– el vibrante guión del diálogo sostenido entre el Papa y los jóvenes giró en torno al testimonio vocacional y a la vida interior. Jóvenes de distintas familias espirituales iluminaron el acto con expresiones de compromiso maduro, discernido, plenamente abierto a una entrega con heroísmo. Coronó este propósito la palabra del propio Pontífice, al hablar de sus 56 años de sacerdocio: «Al volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida, os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo... ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!» Estas expresiones de donación de sí, en el contexto mariano de la vigilia, entroncarían de modo muy natural para el joven público con una llamada a la contemplación y a la vida interior: «María, además de ser la madre cercana, escuela discreta y comprensiva, es la mejor maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación. El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia de contemplación. Sin interioridad la cultura (...) es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma (...) Sin interioridad el hombre moderno pone en peligro su misma integridad». Por ese camino, la , donde no se separa nunca la acción
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de la contemplación, podrán los jóvenes españoles, recordó el Papa, contribuir a hacer realidad el gran sueño del nacimiento de una nueva Europa del espíritu. Sin rozar siquiera el debate de la contingencia política española –fuertemente tensionado por la guerra– aquí y en todo momento el Papa recordó la misión de España y su irreemplazable aportación religiosa y cultural en la tradición del continente. En la Plaza Colón, el domingo 4, ante un millón y medio de personas, en la misa en que canonizó a cinco grandes santos españoles del siglo XX, el Pontífice refrendó este llamado, constituyendo esta ocasión un verdadero complemento y conclusión a la serie de mensajes iniciados por él en España el año 1982. En primer lugar, al referirse a cada uno de estos cinco nuevos santos –quienes un día «fueron jóvenes... llenos de energía, ilusión y ganas de vivir» (homilía de Cuatro Vientos)– destacó su testimonio heroico en tiempos de la persecución religiosa, situación que llevó al martirio a San Pedro Poveda, a muchos jóvenes formados por San José María Rubio, y que tantos sufrimientos y peligros trajo para Santa Maravillas de Jesús y sus carmelitas. Esta heroicidad, junto con la interioridad que alimenta la verdadera cultura, subrayadas en Cuatro Vientos, tuvieron en la Plaza Colón la fuerza de un llamado que quiso recordar a España su papel en el contexto del mundo moderno, particularmente en el de esa Europa a la que el Papa, en 1982, en el acto europeísta de Santiago de Compostela, convocó a ser fiel a sí misma: «La fe cristiana y católica constituye la identidad del pueblo español (...) Conocer y profundizar el pasado de un pueblo es afianzar y enriquecer su propia identidad. ¡No rompáis con vuestras raíces cristianas! Sólo así seréis capaces de aportar al mundo y a Europa la riqueza cultural de vuestra historia!» Es la misión que tiene por delante una «España evangelizada y evangelizadora. ¡Ese es el camino!», el cual no debe descuidar hoy la misión que la hizo noble en el pasado, y que también se manifestó en lo que supo entregar a América, les recordó. En resumen, por la atmósfera que se vivió en toda la nación y principalmente en Madrid en aquellos dos días de mayo, por la multitudinaria y entusiasta respuesta de los españoles y particularmente de los jóvenes a la convocatoria papal, y por la inmensa sustancia espiritual y cultural de las intervenciones que tuvo Juan Pablo II a través de su palabra, se puede asegurar que se asistió a uno de los grandes momentos de la fe y de la cultura en la historia contemporánea de España. Y aunque el eco informativo no haya sido el mismo, agreguemos también que esta importancia se hace extensiva asimismo a toda Iberoamérica, por las comunes raíces que el Papa no dejó de recordar. Jaime Antúnez Aldunate
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internet
Glosario on-line de términos religiosos para periodistas Iniciativas del episcopado chileno y de los obispos del sur de España
nuevas
direcciones
en
Los periodistas y comunicadores cuentan con una nueva herramienta de consulta rápida en el Glosario de términos religiosos y eclesiásticos que ha elaborado la Oficina de Comunicaciones y Prensa de la Conferencia Episcopal de Chile . El documento para fines periodísticos contiene alfabéticamente numerosos términos con la aclaración de su significado y su uso correcto en la redacción. Así, un «cardenal» es un título, no un cargo, según el glosario. Además, se «crea», no se nombra ni se designa. Términos como «anáfora», «binación» o «ecumenismo» pueden encontrarse con igual rapidez en la lista de definiciones. Los sacramentos también están recogidos y definidos en el glosario, que explica las expresiones adecuadas para definir sus elementos y partes, con especial atención a la Misa. El documento permite comprender la forma adoptada en los escritos del Santo Padre cuando define, por ejemplo, qué es una «carta apostólica». Igualmente explica diferentes organismos y su composición, como es el caso de las «Conferencias Episcopales» o del «CELAM» –Consejo Episcopal Latinoamericano–. Qué es la «Iglesia» y cómo se emplea este nombre, el «magisterio», los tiempos litúrgicos y festividades católicas son otros aspectos que completan esta guía de términos religiosos y eclesiásticos. En un anexo final, el Glosario ofrece una lista de páginas web católicas para obtener más información y profundizar sobre temas de interés. Además, si existen dudas adicionales, el director de Comunicaciones y Prensa de la Conferencia Episcopal
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de Chile –Jaime Coiro C.– está a disposición del usuario en prensa@episcopado.cl Más información en http://www.iglesiachile.org/ prensa/glosario.htm. Los Delegados de Medios de Comunicación de las diócesis del Sur de España (http://www.odisur.com) también han comenzado a preparar un prontuario de términos para periodistas que abordan la temática religiosa, informa la agencia Veritas. Se trata de confeccionar un pequeño libro de mano para que se puedan seguir e interpretar los acontecimientos de la vida eclesial. El vocabulario básico que ha preparado el Delegado de Medios de Jaén, Antonio Pozo, está dividido en cuatro bloques: documentos, estructura y organización de la Iglesia, liturgia y un anexo. El bloque dedicado a la liturgia, a su vez se divide en cinco partes: año litúrgico, lugares sagrados, ornamentos y ajuar sagrado, sacramentos, signos y gestos. En él se podrán encontrar palabras como: abstinencia, capa pluvial, celibato, consistorio, exhortación, homilía, ofertorio, pectoral, pontifical o visita «ad limina», entre más de doscientas propuestas.
Esglesia.org, motor de búsqueda de sitios católicos La reunión continental de la Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL), celebrada en abril pasado en Monterrey (México), presentó la última actualización de http://www.esglesia.org, uno de los motores de búsqueda de sitios católicos más completo en Internet. El servicio, que existe desde hace ya varios años, ha hecho un notable esfuerzo tanto técnico como de actualización de su base de datos, ofreciendo ahora más de 28.000 enlaces,
cerca de 20.000 direcciones de correo electrónico, con tecnología en SQL-Server. Esglesia.org, está preparando en estos momentos su versión en varios idiomas: catalán, inglés, francés e italiano. Una página web dedicada en exclusiva a la doctrina social de la Iglesia, que permite acceder a documentos del magisterio pontificio y episcopal más reciente, informa sobre actividades relacionadas con la doctrina social de la Iglesia, ofrece estudios, reseñas de libros y revistas, y difunde documentación sobre instituciones eclesiales. Además, enlaza con otros centros de documentación de todo el mundo en esta materia. Colabora con la Comisión episcopal de Pastoral social en la difusión y organización del Máster en Doctrina Social de la Iglesia, y de los cursos sobre doctrina social que se celebran en la Fundación Pablo VI. www.instituto-social-leonxiii.org El Evangelio del domingo en cómic para niños
El Evangelio de la liturgia del domingo ilustrado en
cómic o historieta para niños es el nuevo servicio que acaba de lanzar uno de los primeros portales católicos que existieron en Internet, Church Forum. La iniciativa busca ayudar a los niños «a entender, reflexionar y vivir el evangelio dominical», explican los editores del portal. «Está hecho para que los niños coloreen las ilustraciones, lean la explicación y sigan los consejos prácticos que se les presentan, en un lenguaje apropiado para ellos», añaden. «El santo Evangelio ilustrado para niños» surgió de la creatividad de Jorge Garcés Domínguez, en la Ciudad de Toluca, México, a quien le inquietaba constatar cómo a los niños les es fácil distraerse durante las lecturas y homilías de la misa dominical. «El santo Evangelio ilustrado para niños» puede bajarse en http://www.churchforum.org/evangelio, tanto en formato .PDF de Adobe Acrobat como en Formato .DOC de Microsoft Word y puede imprimirse y repartirse libremente. En la misma dirección, además, Church Forum ofrece una reflexión del Evangelio para adultos.
Gabriel Guarda, O.S.B.
Padre Gabriel Guarda Premio Bicentenario 2003 El sacerdote benedictino Gabriel Guarda, Abad emérito del Monasterio de la Santísima Trinidad de Las Condes, recibió el premio Bicentenario 2003, en reconocimiento a su trabajo en el rescate del patrimonio histórico-arquitectónico del país. El galardón, otorgado por la Universidad de Chile, la Corporación Patrimonio Cultural de Chile y la Comisión Bicentenario de la República, fue entregado el 15 de mayo en el Salón de Honor de la Universidad de Chile. En años anteriores el premio recayó en Eugenio Heiremans (2000), Nicanor Parra (2001) y Gabriel Valdés (2002). El padre Gabriel Guarda, miembro del Comité Editorial de Humanitas, es una de las voces más autorizadas en el área del patrimonio arquitectónico y ha realizado a través de cátedras, seminarios y publicaciones una importante labor de rescate del patrimonio cultural arquitectónico de zonas como Chiloé, Osorno, Valdivia, Colchagua y Valle del Elqui y otras, además de participar en diversos proyectos patrimoniales y arquitectónicos, entre ellos la construcción de la Catedral de Valdivia. Nació en Valdivia y estudió arquitectura en la Universidad Católica. Luego se especializó en Madrid y Sevilla y en el Pontificio Ateneo de San Anselmo de Roma. Ingresó como monje a la orden benedictina en 1958. Fue profesor de la Facultad de Teología y de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica. El año 1984 recibió el Premio Nacional de Historia. Es Presidente de la Comisión de Bienes Culturales de la Iglesia en Chile. Ha publicado más de 300 títulos, entre los que destacan: «Historia Urbana del Reino de Chile», «Flandes Indiano. Las fortificaciones del Reino de Chile 1541-1826», «El arquitecto de La Moneda Joaquín Toesca. Una imagen del Imperio Español en América». El Papa Juan Pablo II lo nombró miembro del Pontificio Comité de Ciencias Históricas de la Santa Sede.
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ÉTICA, GOBIERNO Y NEGOCIOS
Apartes
¿Qué es la Ética? Es la ciencia que se ocupa de la moralidad de los actos humanos –libres– y califica a éstos como buenos o malos. Los estudia y da normas sobre la rectitud moral de éstos. Un Obispo francés, Monseñor Jean-Louis Brugués, señala que «se ha definido a veces la Ética como la ciencia del buen proceder». La Ética consiste, entonces, en un conjunto de normas morales que rigen la conducta humana. Fija criterios válidos para cualquier tiempo, lugar y circunstancias. La Ética es una sola ciencia, pero para efectos prácticos, se divide en Moral General y en Moral Especial o Social. Esta última aplica los principios, entre otras materias, al bien común de la sociedad, a la autoridad y al gobierno, a las leyes y a la ordenación moral de la economía. La autoridad política tiene por fin la obtención del bien común. Para cumplir este fin la autoridad debe actuar de acuerdo con la ética. Aristóteles, en su obra «Ética a Nicómaco», argumenta que una vida humana puede ser juzgada como buena, cuando está encuadrada por una búsqueda relativamente consistente de fines, que son en sí mismos buenos y agrega que una buena vida es orientada a bienes compartidos con otros, esto es el bien común de la sociedad de la cual uno es parte. Si uno se pregunta si los beneficios perseguidos con los pagos que se han efectuado u obtenido están destinados al bien común, al bienestar general de la nación, uno debe responder que no. Muchos de ellos están hechos para beneficiar a personas, mediante actos o discriminaciones arbitrarias; otros están hechos para favorecer a determinados partidos políticos o, según algunos, a grupos dentro de esos partidos o a candidatos individuales de los mismos. A mi juicio hay claras infracciones a la ética y la circunstancia que, en algunos casos, las personas que han actuado en forma tan generosa y arbitraria con el dinero fiscal, no hayan obtenido beneficios de tipo personal, no altera en absoluto la naturaleza inmoral –e ilegal– del acto. En primer año de Universidad aprendí en Derecho Constitucional, como principios básicos, que en derecho público sólo se puede hacer lo que la ley expresamente permite y que todo gasto público debe ser autorizado por ley. En derecho privado, en cambio, se puede hacer todo lo que no está prohibido. Con este antecedente está claro que el uso de «sistemas no convencionales» para pagar empleados públicos, no sólo contraría la ética –sobre la cual no pueden existir «convenios tácitos»–, sino también la Constitución Política del Estado. Esto lo sabían nuestros gobernantes. II La Ética de los negocios o empresas es el conjunto de normas morales que rigen la conducta en éstos o éstas. Son las reglas del buen proceder en estas actividades. Son normas éticas de los negocios, por ejemplo, administrar rectamente los bienes del mandante; establecer relaciones de equidad y no engañar a los proveedores, clientes o consumidores; no engañar a los bancos y acreedores; no realizar negociaciones en que existan conflictos de interés; no alterar los balances; mantener relaciones equitativas con los trabajadores; en fin, no aprovecharse de informaciones privilegiadas. El desempeño en la vida de los negocios y en la empresa debe estar sujeto a la ética. Desgraciadamente en el mundo, en general, y en los Estados Unidos, en especial, desde la década de los años cincuenta, especialmente en la de los sesenta y hasta los noventa inclusive del siglo pasado, se produjo lo que el cientista político Francis Fukuyama, en un libro publicado en 1999, llamó «La Gran Ruptura».
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Esta gran ruptura del orden social, según él, se «ha caracterizado por un creciente nivel de delincuencia y trastornos sociales, por la decadencia de la familia y las relaciones de parentesco como elemento de cohesión social, y por una caída en los niveles de confianza.» Señala que en la mayoría de los países, incluido por supuesto los Estados Unidos, «la cantidad de individuos que admitieron en 1990 que estarían dispuestos a comportarse en forma deshonesta, de una u otra manera, fue mayor que en 1981.» El profesor de ciencia política en Harvard, Samuel P. Huntington, anota que hay ciertos signos de declinación en Occidente y en los Estados Unidos, semejantes a los que mencionaba Fukuyama. Según él, Occidente presenta manifestaciones de decadencia moral que incluyen: incrementos en el comportamiento antisocial, tales como crímenes, uso de drogas y la violencia en general. Decadencia en la familia, incluyendo tasas incrementadas de divorcio, de hijos ilegítimos, de embarazos de adolescentes y de familias de un solo padre. En el fondo el problema consiste en un quebrantamiento progresivo de los valores de la sociedad. La pregunta que hay que plantear es: ¿Si no se respeta la ética en general, por qué la ética de los negocios quedará libre de este mal? El ejemplo reciente de los Estados Unidos es elocuente. Después de tres o cuatro décadas de una verdadera demolición de los valores en general, hemos visto recientemente los escándalos en las sociedades anónimas, que se descubrieron a raíz de los casos de Enron y Worldcom. Ejecutivos, auditores, banqueros, banqueros de inversión, abogados eran partícipes de fraudes y otros atentados a la ética, con graves consecuencias para las empresas, sus accionistas y la economía de los Estados Unidos. La descomposición moral de tantos años en la sociedad en general, se ha traducido ahora en una corrupción y falta de moral en el manejo de muchas empresas. Hay algunos ingenuos que han creído que esto se debe a falta de normas legales y reglamentarias. Pero, en el fondo, se trata de una transgresión o un desconocimiento de normas éticas elementales. El problema esencial es que muchos ejecutivos, afectados por la decadencia moral, no saben distinguir entre el bien y el mal. Me temo que en Chile con el libertinaje en que vivimos, con la destrucción de los valores tradicionales, con la proliferación de la droga, en todos los niveles sociales, estemos cerca de un problema serio de ética en los negocios y empresas. El problema de la falta de ética puede afectar la esencia misma de la economía de mercado, porque como ha escrito el Cardenal Joseph Ratzinger, «las fuerzas espirituales son un factor económico: las reglas del mercado sólo funcionan cuando existe un consenso moral básico que las sustente.» Por otra parte hay que recordar que en la economía de mercado un elemento muy importante (aunque a veces olvidado) es la libertad contractual, basada en la autonomía de la voluntad, que establece lo que el economista alemán Walter Eucken, inspirador del ministro Erhard, denomina «las condiciones generales de los negocios», que, por supuesto, deben estar sujetas a la ética. Estas «condiciones generales de los negocios» van formando las costumbres mercantiles, que en algunas materias son tan importantes como las normas legales. Creo que en el caso de la política chilena y en la vida de los negocios hay problemas serios en relación con la ética. No nos equivoquemos. Pienso que la campaña organizada para destruir los valores tradicionales; los ataques contra la familia; el desprecio por la tradición y por los héroes; el libertinaje que se predica como signo de modernidad; el materialismo exagerado; el abandono de las buenas costumbres; la promoción de la sexualidad en la enseñanza media; la falta de una política seria para combatir la proliferación de las drogas, están produciendo un quiebre moral profundo en la sociedad chilena. Estamos también en una «gran ruptura», como ocurrió en los Estados Unidos de América, país que empieza ahora a recuperarse. Tenemos que luchar por la recuperación moral de nuestra patria, para que volvamos a ser «maestra de naciones». Ricardo Claro Valdés
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Monseñor Francisco Javier Errázuriz
CELAM Nuevo presidente, arzobispo de Santiago de Chile
El cardenal arzobispo de Santiago de Chile, monseñor Francisco Javier Errázuriz, ha sido elegido nuevo presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) en el marco de la Asamblea General ordinaria que se realizó en Tuparenda, Paraguay. Monseñor Errázuriz, quien es presidente de la Conferencia Episcopal de Chile, reemplaza en el cargo al obispo de Zipaquirá (Colombia), monseñor Jorge Jiménez Carvajal. Asimismo, será vicepresidente del organismo monseñor Carlos Aguiar Retes, obispo de Texcoco, México, y segundo vicepresidente monseñor Gerardo Lyrio Rocha, arzobispo de Vitória Da Conquista, Brasil. La cita del CELAM, que reunió a nueve cardenales, dieciséis arzobispos y más de cuarenta obispos, se orientó a analizar la redacción de un «Nuevo plan global del CELAM para el período 2003- 2007». El Consejo Episcopal Latinoamericano es un organismo de la Iglesia católica que fue fundado en 1955 por el papa Pío XII a petición de los obispos de América Latina y del Caribe. El CELAM presta servicios de contacto, comunión, formación, investigación y reflexión a las 22 Conferencias Episcopales que se sitúan desde México hasta el Cabo de Hornos, incluyendo el Caribe y las Antillas. Sus Directivos son elegidos cada cuatro años por una Asamblea Ordinaria que reúne a los presidentes de las Conferencias Episcopales ya citadas. La sede del CELAM está situada en la ciudad de Santafé de Bogotá, Colombia. Icono de Kazan ¿Nexo de unión entre Roma y Moscú?
¿Podría un icono de la Virgen acercar posiciones entre el Vaticano y el Patriarcado de Moscú? Una mesa redonda sobre «La vía hacia Kazan: el deseado viaje a Rusia del Papa» ha intenta-
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do responder a la pregunta en un encuentro de expertos en iconografía, María y relaciones católico-ortodoxas. El editor de la revista Inside the Vatican, Robert Moynihan, introdujo la discusión explicando la historia del famoso icono de la Virgen de Kazan. Moynihan reveló que «una de las copias de esta imagen venerada en Rusia está desde hace una década en los apartamentos papales»; es la imagen que posiblemente será entregada por el Papa a Rusia. Este periodista norteamericano recordó que «un grupo vinculado a Fátima, «La Armada Azul», lo compró a un noble inglés y lo donó al pontífice, esperando que algún día pudiera entregarlo a la Iglesia ortodoxa rusa, su lugar de origen». Joaquín Navarro-Valls, portavoz de la Santa Sede, en el pasado viaje de Juan Pablo II a España, el 4 de mayo, confirmó el deseo del Papa de entregar esta imagen a Alejo II, patriarca de Moscú, pues el icono originalmente pertenecía a la Iglesia ortodoxa. Fuentes de prensa habían afirmado que el Vaticano había propuesto hacer esta entrega en Kazan, posible escala del programado viaje del Papa a Mongolia en agosto próximo. El fundador de la revista, que en estos días cumple diez años, se preguntó si «un icono puede ser la fuente de una nueva esperanza», aludiendo en concreto a la esperanza de un encuentro entre el Papa y Alejo II, patriarca de Moscú. Moynihan, que tuvo la oportunidad de admirar el icono en las habitaciones del Papa hace dos años, afirmó que «como sabemos un icono no es una pintura sino una ventana: no sabemos hacia dónde se abrirá ésta». Adriano Roccuci, miembro de la Comunidad de San Egidio, entregó en enero, junto al obispo Vincenzo Paglia, una reliquia de san Valentín a la Iglesia Rusa, que recibió con gratitud la ofrenda. El patriarca de Moscú, Alejo II, estuvo presente en ese acto de entrega, muestra de la simpatía por esta Comunidad. De hecho, la presencia de miembros de la Iglesia ortodoxa rusa ha sido una constante en todos los encuentros internacionales de oración por la paz convocados por la comunidad de San Egidio. El icono protector de Rusia todavía encierra muchos misterios sobre su origen, datación y otros aspectos técnicos.
Croacia Viaje Apostólico número cien fuera de Italia Del 5 al 9 de junio el Santo Padre realizó su viaje número cien fuera de Italia en sus casi veinticinco años de pontificado. La visita, de cinco días de duración, es la tercera efectuada por el Santo Padre a ese país de los Balcanes; las anteriores tuvieron lugar en septiembre de 1994 y en octubre de 1998. El Papa visitó cinco grandes ciudades croatas. Varios miles de peregrinos llegaron a Croacia para ver al obispo de Roma desde Eslovenia, Serbia y Montenegro, Bosnia y Herzegovina. Tras las visitas de 1994 y 1998, este viaje a Croacia tuvo por lema «La familia: senda de la Iglesia y de la nación». Croacia, nación independiente desde 1991, es una república con casi 4.800.000 habitantes, situada en la orilla oriental del Adriático y cuya capital es Zagreb. De sus 56.538 kilómetros de superficie, forman parte 1.185 islas, de las cuales 66 están deshabitadas. Los católicos son el 81 por ciento de la población. Hay 15 circunscripciones eclesiásticas, 1.554 parroquias, 27 obispos, 2.260 sacerdotes, 2 diáconos permanentes, 3.520 religiosos, 1.610 catequistas y 383 seminaristas mayores. El avión papal aterrizó en Rijeka, centro administrativo y universitario de 147.700 habitantes. En el aeropuerto tuvo lugar una ceremonia de bienvenida en presencia del presidente Stiepan Mesic. Desde allí Juan Pablo II se trasladó en automóvil al puerto de Omisalj, se embarcó en el catamarán «Marko Polo» y recorrió nueve millas marinas (15 kilómetros) hasta el puerto de Rijeka. Durante cinco días el Papa visitó diversos seminarios arquidiocesanos, se encontró con los obispos, y llegó al santuario de Nuestra Señora de Trsat. Celebró tres misas, entre ellas la de beatificación de Marija Petkovic (1892-1966), fundadora de la Congregación Franciscana Hijas de la Misericordia, y una liturgia de la Palabra. Para la celebración de la beatificación, los jóvenes de la diócesis de Dubrovnik, acompañados de peregrinos, iniciaron esta con una vigilia de cinco horas en el puerto de Gruz de Dubrovnik bajo el lema «Tú eres Pedro – la Roca».
El obispo de Dubrovnik había invitado a los jóvenes a una larga preparación espiritual para la visita del Papa a Croacia, sugerencia que aceptaron desde el inicio de la Cuaresma mediante reuniones en sus pequeñas comunidades para orar por la Iglesia, por las vocaciones y por el Santo Padre, así como para profundizar en distintas lecturas espirituales. Exactamente a medianoche, la zona del puerto de Gruz se abrió a los peregrinos, procedentes de toda Croacia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro y otros países de Europa y del resto del Mundo, que acudían a participar en la eucaristía de beatificación de Sor María Petkovic, celebrada por Juan Pablo II por la mañana. A continuación, los jóvenes de una docena de parroquias de la diócesis, de comunidades y del Centro de estudiantes católicos interpretaron canciones espirituales, dieron testimonio de su opción por Cristo y meditaron sobre los valores espirituales, entre recitales y representaciones. Rijeka se encuentra al fondo del golfo de Krk, cuna de la lengua glagolítica, cuya creación se atribuye a San Cirilo y que en la actualidad se habla solamente en algunas partes de la región dalmática de Croacia. El alfabeto glagolítico en Croacia se remonta a más de once siglos. Croacia, con su alfabeto glagolítico fue la única nación europea que, con permiso del Papa Inocencio IV en 1248, pudo utilizar en la liturgia su propio lenguaje y escritura. El Vaticano concedió una atención especial a la liturgia glagolítica en los siglos posteriores, y en Roma se publicaron incluso varios misales en esa lengua. Este privilegio se aplicó a todas las tierras croatas que utilizaban la liturgia glagolítica, en su mayor parte situadas a lo largo de la costa. En 1252 el Papa Inocencio IV permitió a los monjes benedictinos glagolíticos en Omisalj, en la isla de Krk, emplear la liturgia de la Iglesia croata-eslavónica y la escritura glagolítica en lugar del latín. Los miembros de la orden monástica benedictina eran habitualmente estrechos seguidores de la liturgia y la lengua latinas en toda Europa, excepto en las zonas costeras de Croacia. Cuando el Concilio Vaticano II (1962-1965) autorizó el uso de lenguas vernáculas en la liturgia, el glagolítico se siguió utilizando solamente en algunas diócesis croatas.
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LIBRO-ENTREVISTA
El carisma de la Legión de Cristo y del Regnum Christi narrado por su fundador
«Mi vida es Cristo» es el título del libro-entrevista en el que por primera vez el padre Marcial Maciel cuenta de manera exhaustiva, para el público en general, la manera en que fundó la congregación religiosa de los Legionarios de Cristo y el movimiento Regnum Christi, así como los rasgos fundamentales de su espiritualidad. El volumen, que mantiene el estilo coloquial de la conversación, afronta, además, temas decisivos para el futuro de la Iglesia y del mundo, como es el nuevo contexto de la globalización, internet, o el mundo después de los atentados del 11 de septiembre. En esta entrevista, Jesús Colina, director de la agencia internacional Zenit y corresponsal en Roma de «Alfa y Omega», autor de la entrevista, revela algunos detalles de la realización de este libro editado en México por Logos Press y en España por Planeta+Testimonio. —¿Cómo surgió la idea de escribir el libro? —Como explico en el prólogo, desde que soy corresponsal en Roma en 1992, he tenido la posibilidad de entrevistar a iniciadores o fundadores de los nuevos movimientos o comunidades eclesiales, que constituyen una auténtica sorpresa tanto dentro como fuera de la Iglesia. Nadie había previsto su nacimiento, y sin embargo en su seno millones de personas, sobre todo jóvenes, han descubierto su vocación y un camino de profunda entrega cristiana. Me interesaba y me interesa comprender un poco mejor cómo ha tenido lugar este fenómeno. Desde mi punto de vista pocos han respondido con profundidad esta pregunta. He querido hacerlo pidiendo su opinión al padre Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y del Regnum Christi, dos realidades que en las últimas décadas han experimentado un crecimiento inesperado. —¿Cuál es la aportación específica que ofrece el libro? —Nunca hasta ahora el padre Maciel se había expresado en un libro con tanto detalle y espontaneidad. Los Legionarios de Cristo y el Regnum Christi, tal y como sucede con las nuevas realidades eclesiales, son en ocasiones objeto de críticas que demuestran falta de un conocimiento directo. En cierto sentido, creo que es lógico el que suceda, pues ha sido tan inesperada y tan vital la novedad que han aportado las nuevas realidades eclesiales, que con facilidad pueden surgir malos entendidos o percepciones equivocadas. Este libro presenta con todo lujo de detalles la vida, el espíritu, la manera de trabajar de los legionarios y de los miembros del movimiento, así como de su fundador. Quien quiera saber qué es lo que creen, cuáles son sus ideales, principios y criterios, no tendrá más que leer las páginas del libro. —Como Ud. menciona, la Legión de Cristo es una de las congregaciones en la Iglesia católica que experimenta el mayor crecimiento en vocaciones al sacerdocio. En el movimiento Regnum Christi, por otra parte, miles de laicos – consagrados y no consagrados– así como sacerdotes diocesanos están encontrando un compromiso de vida y apostolado. Tras todas estas horas de conversación con el padre Maciel, ¿cómo explica Ud. este fenómeno? —La verdad es que he podido hallar la respuesta a esta pregunta en todas las conversaciones que tuve con el padre Maciel. Para él, el cristianismo no es una ideología, no es una ética abstracta o teórica, no es beatería. Para el padre Maciel el cristianismo es ante todo el encuentro personal con Cristo. Es la conciencia de sentirse amado por Él con un amor único, irrepetible. En una ocasión, me decía: «Cuando a la gente, especialmente a los jóvenes, se les predica a Cristo, el Cristo del evangelio, verdadero Dios y verdadero hombre, se sienten cautivados por la hermosura de su mensaje, por la fascinación de su persona». «La gente está demasiado cansada de ideas y nociones abstrac-
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tas –añadía–. Necesita dar un sentido a la vida y Cristo lo puede dar. Lo da». Por otra parte en la Legión y el Movimiento se propone la vivencia de la caridad, de la entrega a los demás –sin distinción de clases sociales, raza o religión–, con el estilo de los primeros cristianos. Esto es de un atractivo y de una actualidad candentes. Obviamente cada quien luego lo vive con sus propios límites, pero el espíritu ahí está, y así queda plasmado en el libro.
—¿Cuál ha sido la sorpresa más grande que se ha llevado al preparar el libro? —En realidad, las conversaciones obligaron al padre Maciel a rememorar la aventura de su existencia y, en cierto, sentido he podido, al igual que le sucederá al lector, «revivir» por así decir de cerca y de nuevo los avatares de una vida sorprendente. Él recordaba con la mayor tranquilidad del mundo cómo fundó la congregación con 20 años, sin ser ni siquiera sacerdote, o cómo llegó por primera vez a Europa para establecer un centro vocacional y un noviciado a los 26 años con 20 dólares en el bolsillo. Ese joven se las apañó para poder ser recibido en audiencia por el Papa Pío XII, quien, de manera totalmente inesperada, se interesó personalmente por la congregación, a pesar de que en ese momento no estaba formada más que por un puñado de adolescentes en el lejano (para la época) México. Y lo más impresionante es que yo me iba dando cuenta de que ya desde entonces tenía muy claro que aquellos jóvenes deberían formarse en las mejores universidades para que se convirtieran en sacerdotes que respondieran a los desafíos de un mundo nuevo, apasionante y complejo. Creo que basta leer algunas de las primeras páginas del libro para que el lector «reviva» también esta aventura. Desde luego, desde el punto de vista de la lógica humana, es imposible de comprender. —En algún artículo que he leído sobre los Legionarios, les colocan entre la derecha católica. ¿Es ésta la impresión que se ha llevado entrevistando al padre Maciel? —Habría que comenzar diciendo que la Legión y el Regnum Christi no tienen una postura política. En sus respuestas el P. Maciel ilustra con gran claridad como su misión es la evangelización. Están para servir a la Iglesia y a la sociedad. Y esto lo podemos ver en sus obras de apostolado. Algunos podrán etiquetarlas de derechas o izquierdas según su punto de vista. Pero estoy convencido de que estas categorías no son aptas para realidades eclesiales como son la Legión y el Regnum Christi. Para darle una idea de lo que se puede decir, he visto un artículo en una página web en el que se coloca a los Legionarios como parte de la Masonería del Gran Oriente. Increíble pero cierto [risas...]. Como acabo de decir al igual que sucede con Juan Pablo II, se podría decir que en algunas cuestiones el padre Maciel o los Legionarios podrían catalogarse como de izquierdas y en otras como de derechas. De hecho, ¿qué significa ser hoy de derechas? He vivido en varios países de dos continentes y la respuesta a la pregunta varía según países y obviamente según la posición del que habla. Por otra parte, he de confesar que mi respuesta a esta pregunta tiene un límite. El entrevistador no ha cumplido todavía los 35 años y, por tanto, no tiene la madurez de vida que requeriría una empresa de estas características. Esto significa que no me tocó vivir en primera persona las rabiosas divisiones entre izquierdas y derechas que se dieron en los años sesenta, setenta y ochenta. Esto llegó a dividir incluso a la Iglesia. Para la gente de mi generación, en tiempos de internet, estas categorías tienen otros significados —Entonces, ¿no es verdad eso de que los legionarios son ricos? —El padre Maciel me contaba que los legionarios, a diferencia de lo que se acostumbra a hacer en algunas congregaciones religiosas, no tienen ni siquiera un sueldo. Viven de su comunidad y en comunidad. Y esto no debe ser nada confortable. Las habitaciones de los legionarios son sencillas y en ellas no encontrará más que un reclinatorio, una mesa, una silla, una cama, y unos cuantos libros. Es verdad que sus instituciones, seminarios, escuelas, universidades... tienen una arquitectura moderna y sugerente que en algunos puede crear esta impresión. El padre
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Maciel me decía que, «puesto que la Iglesia se preocupa de lo verdadero y de lo bueno, no puede dejar de lado lo bello». Esto hizo posible que en el seno de la Iglesia, por ejemplo, en el Renacimiento, surgieran algunas de las obras de arte (pintura o arquitectura) más bellas de todos los tiempos. Para el padre Maciel y para los legionarios, vivir en un ambiente digno y bello, no está reñido ni con el evangelio ni con el voto de pobreza, pues por lo que he constatado no solamente se evitan los gastos superfluos, sino que también viven con mucha austeridad y un tremendo control de los gastos en cosas necesarias. Por el contrario, los ambientes armoniosos, ayudan a vivir con serenidad y profundidad el evangelio, sin que esto implique un rechazo de otras posibles formas de vivir la pobreza dentro de la Iglesia, que la verdad son sumamente atractivas. Ya que saca el tema, hay otro aspecto que se me hace más importante. Se critica el que los legionarios en su anuncio del evangelio se preocupen también porque sea escuchado por los líderes en los diferentes campos de la sociedad. Al hablar con el padre Maciel comprendí algo que antes no había visto con claridad. Es común escuchar críticas sobre la corrupción de los líderes (políticos, empresarios, del espectáculo, etc.). Ahora bien, yo me pregunto, ¿no es un fenómeno normal si a los católicos les es excluido a priori el anuncio del mensaje de amor de Dios a estas personas? ¿No será más bien anti-evangélico excluir a una categoría del anuncio del evangelio según nuestros propios criterios?
—¿Qué aportación considera que pueden hacer los Legionarios de Cristo y el Movimiento Regnum Christi a la Iglesia de hoy? —El padre Maciel responde a esta pregunta de muchos modos durante la entrevista. Personalmente creo que su insistencia en resaltar la importancia de la caridad evangélica, como parte central de la doctrina de Cristo es algo antiguo pero a la vez siempre novedoso. Es una aportación de consecuencias ilimitadas si realmente se toma en serio. Piense usted en lo que sería el mundo si cada católico, cada cristiano, viviese hasta sus últimas consecuencias el mandato que Cristo dejó en la Última Cena. Y en cierto sentido es ésa la misión de la Legión y del Movimiento Regnum Christi. Puede ser, en verdad, como el perno de la nueva evangelización. Pero eso ya no depende de un solo hombre, ni de una sola congregación. Es tarea y compromiso de todos los cristianos. En realidad serán las futuras generaciones las que podrán responder la pregunta que me ha hecho. Ellos podrán valorar mejor cuál es y será la aportación de estas nuevas realidades eclesiales..
Australia La Iglesia católica celebra los 200 años de su primera misa Con una misa concelebrada en la catedral de Santa María de Sydney por los obispos australianos, la Iglesia católica en Australia celebró los doscientos años de la primera misa celebrada en el país. La primera eucaristía fue celebrada por el padre James Dixon, sacerdote presidiario irlandés. En 1803, el gobernador Philip Gidley King proclamó que el padre Dixon podía ejercer su ministerio entre los católicos de la colonia, que hasta entonces no tenían plena libertad religiosa. «El bicentenario es significativo por dos motivos: conmemora la primera vez que se permitió a los católicos practicar su religión y marca el reconocimiento de la tolerancia religiosa de un grupo minoritario en Australia», explica una nota publicada por la arquidiócesis de Sydney.
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Recordando la historia del padre Dixon, monseñor George Pell, arzobispo de Sydney, afirmó: «Esta no es una historia de heroísmo narrada con altos vuelos. El primer buen pastor que cuidó de su rebaño en Australia era un presidiario, apoyado por una minoría de gente, presidiarios, ex presidiarios, hombres y mujeres libres. De este pequeño manantial un gran torrente de agua viva ha vivificado la vida australiana». «La comunidad católica ya no es una pequeña, pobre y casi perseguida minoría, sino un participante activo y dinámico en la vida australiana; castigada por recientes escándalos, afronta grandes desafíos tanto internos como externos, pero fundamentalmente se siente confiada y en casa en Australia», añadió el prelado. El 22 de mayo, en Parramatta, en el curso de una ceremonia cívica, en presencia de las autoridades ciudadanas y del obispo diocesano, monseñor Kevin Michael Manning, se conmemoró el edicto sobre la tolerancia religiosa, que ratificó el reconocimien-
to por parte de las autoridades civiles de la presencia católica en aquella colonia británica. Según el Anuario Estadístico de la Iglesia, el 27,75 por ciento de la población de Australia (algo menos de 20 millones de habitantes) es católica. Comunión y Liberación Un protagonista narra sus orígenes y «travesía del desierto» El movimiento Comunión y Liberación (CL), fundado en 1954 por monseñor Luigi Giussani, está marcado por dos momentos fuertes: el de los orígenes y el de la recuperación. Entre ellos, sin embargo, hubo una «travesía del desierto», según explicó monseñor Massimo Camisasca, uno de los primeros seguidores de Giussani en este nuevo movimiento eclesial nacido en Milán en la década de los cincuenta. Monseñor Camisasca presentó dos libros con la historia de CL. El primero describe «Los orígenes» (1954-1968); mientras que el segundo se ocupa de «La recuperación» («La ripresa», en italiano) del movimiento (1969-1976). ¿Qué pasó entre 1965 y 1969, años en los que don Giussani no lideró el movimiento que había fundado y estuvo apartado de él? Massimo Camisasca, superior general de la Fraternidad sacerdotal de los Misioneros de San Carlos, sociedad de vida apostólica que acoge a los sacerdotes de CL, reveló que «si bien el propio fundador no ha escrito nada ni nunca ha hablado de este tema, se sabe que fue el arzobispo de Milán de ese momento quien le mandó a América para estudiar teología». El objetivo era que monseñor Giussani olvidara su completa dedicación al movimiento y volviera a su cargo docente de teología en Milán. Esos años sin Giussani al frente del movimiento coincidieron con las revoluciones de 1968 y con crisis internas. Volvió a su puesto en 1975 y reorientó el movimiento, que enseguida recuperó la vitalidad de la que goza hoy en día. Es lo que monseñor Camisasca define «el renacimiento del movimiento». «CL es un verdadero movimiento: don Giussani está siempre en un movimiento constante hacia otras personas, despejando en ellas lo que él llama ‘experiencias fundamentales’», afirmó, recalcando la influencia que ha ejercido sobre él el poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1837). Don Camisasca explicó que «gracias al sentido estético de Giussani, en el movimiento se da mucha importancia a la literatura (se propone un libro cada mes), a la música y a la imagen».
«El fundador de CL tiene dos grandes pasiones: Cristo y el hombre», apuntó. Respondiendo a la pregunta de qué tipo de influencia ha tenido CL en la cultura italiana, el sacerdote respondió que «se ha privilegiado la formación de profesores, periodistas y trabajadores», señalando así tres de las líneas fuertes de incidencia. Según explica su página web oficial (http://www.comunioneliberazione.org), Comunión y Liberación es un movimiento eclesial cuya finalidad es la educación cristiana madura de sus propios seguidores y la colaboración con la misión de la Iglesia en todos los ámbitos de la sociedad contemporánea. Nació en Italia en 1954 cuando monseñor Luigi Giussani dio vida, a partir del liceo clásico «Berchet» de Milán, a una iniciativa de presencia cristiana llamada «Juventud Estudiantil». Las siglas actuales, Comunión y Liberación (CL), aparecen por primera vez en 1969. Sintetizan el convencimiento de que el acontecimiento cristiano, vivido en la comunión, es el fundamento de la auténtica liberación del hombre. En la actualidad Comunión y Liberación está presente en cerca de setenta países en todos los continentes. No se prevé ninguna forma de inscripción, sino únicamente la libre participación de las personas. Un instrumento fundamental de formación de los seguidores del movimiento es la catequesis semanal denominada «Escuela de comunidad». Nueva Revista La santidad, ¿locura o pasión?
Una original y entretenida revista y exposición abordan el tema de la santidad como un llamado exigente pero posible para todos los cristianos. Desmitificando la literatura que durante décadas exaltó e inventó para los santos gestas heroicas pero legendarias, la publicación y la exposición «La santidad, ¿locura o pasión?» rescata que la santidad no es privilegio de unos pocos, sino que transita por caminos cotidianos y muchas veces anónimos.
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El lanzamiento de esta publicación se efectuó el día 12 de abril, en el Salón Fresno del Centro de Extensión de la Pontificia Universidad Católica de Santiago. Ante más de 600 alumnos pertenecientes a diferentes colegios, a través de testimonios directos, videos, data shows y la publicación misma se conocieron las vivencias de personas que tuvieron que enfrentar grandes decisiones para ser congruentes con sus creencias. En 72 páginas Ayuda a la Iglesia que Sufre aborda el tema de la santidad desde el ámbito doctrinal a través de las vidas de santos de hoy y por medio de testimonios. El ejemplo de Carlos Vergara, un sencillo taxista que junto a su familia visita y comparte una vez al mes con aquellos que viven en las calles, está junto al de un periodista brasileño que impresionado por la juventud rusa, dedica su vida a la conversión de Rusia. La fundación Ayuda a la Iglesia que Sufre (AIS-Chile) es una entidad internacional, dependiente de la Santa Sede, cuyo fin es cuidar la fe en aquellos países y ámbitos en que ella está más amenazada. Esta es su tercera publicación, anteriormente habían abordado el tema de los mártires del siglo XX y el de las vocaciones. Al igual que en las otras, esta publicación y su correspondiente exposición circulará por parroquias, colegios y comunidades del país. Las solicitudes deben hacerse al 2350660 o ais@ais-chile.or. Jubileo del 2000 Visto por sociólogos de la religión
El Jubileo del año 2000 es un fenómeno que no sólo interesó a los 25 millones de peregrinos que llegaron a Roma en esa ocasión, sino que llama la atención de la sociología religiosa, especialmente en Italia. Desde 1996 un grupo de sociólogos, encabezados por Costantino Cipolla y formado por Roberto Cipriani y Stefano Martelli, entre otros, empezó a analizar el «fenómeno Jubileo 2000». El seminario de estudio «El Gran Jubileo de 2000» reunió en mayo pasado en el Instituto Luigi Sturzo (http://www.sturzo.it) a los autores de las investigaciones, que han versado sobre distintos aspectos: el perfil de los peregrinos, la religiosidad que emanó del Jubileo, las motivaciones de los participantes, etc.
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Roberto Cipriani, profesor en distintas universidades romanas, de Brasil y de Canadá, recalcó la dimensión de la oración entre los peregrinos: «La relevancia de la dimensión de la plegaria es uno de los indicadores que emergen de la indagación». Como aspecto menos positivo, constata la falta de educación entre los participantes en el «significado de la indulgencia», pues según Cipriani, muchos de los peregrinos no entendían totalmente el sentido del perdón de los pecados, ni el significado de cruzar la Puerta Santa. «El Jubileo de los otros» es otra dimensión de la investigación, que consiste en saber qué piensan distintos grupos religiosos unos de los otros. La conclusión es que existe desconocimiento entre las religiones, que motiva «juicios sin fundamento en un conocimiento real», alertó la profesora de Bolonia, Francesca Cremonini. El sociólogo Pino Losacco, que registró durante el año jubilar el comportamiento de los jóvenes que participaron en distintas fiestas jubilares (llamados por él mismo los «Papaboys de Godstock», en referencia al concierto de Woodstock), confesó que como sociólogo laico tuvo que olvidar sus prejuicios y «prepararse espiritualmente para conocer bien el acontecimiento». Su visión, admitió, «cambió radicalmente al entrar en contacto con la realidad, en la que descubrí que los peregrinos eran gente normal y corriente». Este ambicioso programa sociológico ha estudiado el Jubileo a través de mil testimonios. Los resultados de estas encuestas se están publicando en una serie de ocho libros, algunos ya en circulación. Proyecto STOQ, Piedra angular para el futuro del diálogo entre fe y ciencia
La Santa Sede, Universidades Pontificias de Roma y una Funda-
ción se han unido para lanzar un proyecto sin precedentes que busca promover el diálogo entre fe y ciencia. Se trata del Proyecto STOQ (Science, Theology and the Ontological Quest- Ciencia, Teología e Investigación ontológica), guiado por el Consejo Pontificio de la Cultura. Apoyada económicamente por la Templeton Foundation, la iniciativa es realizada por la Universidad Pontificia Lateranense, por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum y por la Universidad Pontificia Gregoriana. El proyecto busca favorecer la relación entre las Iglesias y comunidades eclesiales cristianas con el mundo científico. Su objetivo es formar personal especializado en el campo del diálogo entre la ciencia y la fe, mediante programas específicos de estudio ofrecidos por cada una de las Universidades.
Los programas están destinados ya sea a estudiantes de filosofía y teología de las facultades de Roma, ya sea a universitarios con una sólida formación científica, que desean profundizar en las implicaciones filosóficas y teológicas de la ciencia moderna. El proyecto, afirmó en el encuentro con la prensa el cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo Pontificio para la Cultural está llamado a convertirse en «una piedra angular en la historia de las relaciones entre la Iglesia y la ciencia». Coincide con «una nueva estación del diálogo entre la ciencia y la fe», insistió, pues «se enmarca en un clima que ha cambiado profundamente, tanto por parte de los científicos, como por parte de la Iglesia católica». «La Iglesia tiene necesidad de la ciencia y la ciencia tiene necesidad de la religión», añadió. «La ciencia puede purificar a la religión del error de la superstición –aclaró–. Como forma de conocimiento de la verdad, la Iglesia no puede prescindir de la ciencia». «La religión, por su parte, puede purificar a la ciencia de la idolatría del cientificismo y de los falsos absolutos», explicó por otra parte. «La ciencia necesita recuperar su dimensión sapiencial». Es decir, sintetizó el purpurado francés, se trata de hacer una alianza entre ciencia y conciencia para que «el trinomio ciencia-tecnología-conciencia esté al servicio de la causa del auténtico bien del hombre, de todo el hombre, y de todos los hombres». Cada una de las tres universidades desarrollará un área de investigación. La Universidad Gregoriana se centrará en los «problemas de la fundación de la filosofía de la ciencia y de la naturaleza». La Universidad Lateranense se dedicará a la formalización sistemática de la relación entre las disciplinas científicas y humanistas, utilizando la disciplina de la ontología formal, prestando particular atención a una «Antropología para el tercer milenio». Por su parte, el Ateneo Regina Apostolorum se dedicará a las «relaciones entre Teología, Filosofía y Ciencias de la vida», con particular atención a las implicaciones éticas, es decir, la bioética. El proyecto prevé iniciativas y programas conjuntos con otras Universidades, como Princeton, o Harvard Divinity School, con la posibilidad de ofrecer un doble reconocimiento, así como becas para realizar tesis doctorales en las principales universidades del mundo. Se ha previsto la organización de un Congreso internacional en noviembre de 2004, en el curso del segundo año académico del proyecto, con la participación de científicos, teólogos, y filósofos de todo el mundo sobre ciencia y religión. La iniciativa se complementará con publicaciones electrónicas y en papel sobre los argumentos centrales, así como con la creación de una página web de intercambio de información sobre la relación entre ciencia y fe. Más información en http://www.stoqnet.org.
La resurrección de Cristo Videoconferencia mundial en Internet
El 29 de abril, se celebró una videoconferencia mundial sobre
«La resurrección de Cristo» en la que participaron algunos de los teólogos más prestigiosos de los cinco continentes por iniciativa de la Congregación para el Clero. Tras la introducción del cardenal Darío Castrillon Hoyos, prefecto de esa Congregación vaticana, intervino desde Roma el obispo Rino Fisichella, rector de la Universidad Pontificia de Letrán, para explicar cómo la resurrección de Cristo es la verdad «suprema» de la fe cristiana. Desde Sudáfrica, el profesor Stuart Bate presentó el acontecimiento de la resurrección como «evento histórico y trascendente», mientras que monseñor Gerhard L. Müller, obispo de Regensburg, hizo un repaso de los antiguos opositores de la resurrección. Desde Moscú, el profesor Igor Kowalewsky afrontó la «solemnidad de Pascua en la tradición oriental», mientras que desde Nueva York, el tema se centró en el argumento «Resurrección y reencarnación» Tras las intervenciones de otros teólogos de los demás continentes, cerraron la serie el padre George Cottier, teólogo de la Casa Pontificia, y monseñor Bruno Forte, rector de la Facultad de Teología del Sur de Italia, con reflexiones sobre el misterio pascual. La videoconferencia fue posible seguirla en directo y diferido a través de la página web de la Congregación para el Clero http:// www.clerus.org. En esa misma página, se pueden consultar los textos escritos de las intervenciones.
Carlos I de Austria Un emperador hacia los altares
La Santa Sede ha dado un paso decisivo en el camino de la
beatificación de Carlos I (1887-1922), joven emperador de Austria y rey de Hungría, a quien la historia recuerda como el último monarca del imperio austro-húngaro. Más de ochenta años después de su muerte, la Congregación para las Causas de los Santos en presencia de Juan Pablo II proclamó recientemente sus «virtudes heroicas». Esto significa que para la beatificación del desafortunado protagonista de los acontecimientos ligados a la primera guerra mundial, sólo hace falta el reconocimiento de un milagro atribuido a su intercesión. Nació el 17 de agosto de 1887 en Persenbeug (Austria). Hijo mayor del archiduque Otón y nieto del emperador Francisco
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Carlos I (1887-1922)
José I. Cuando su tío, el archiduque Francisco Fernando, fue asesinado y Francisco José murió, Carlos fue proclamado emperador de Austria y rey de Hungría, en 1916, mientras tenía lugar la primera guerra mundial. Cinco años antes se había casado con la princesa Zita de Borbón Parma, a quien en el día de bodas le dijo: «Ahora tenemos que llevarnos el uno al otro al cielo». Tuvieron ocho hijos. En la ceremonia de publicación del decreto de virtudes heroicas, el cardenal José Saraiva Martins, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, le definió como «hombre de sólida fe, que buscó siempre el bien de su pueblo y en su acción de gobierno se inspiró en la doctrina social de la Iglesia». «Fomentó la justicia, la paz y alimentó un constante anhelo a la santidad. Fue ejemplar como marido, padre y soberano», concluyó. Cuando cayó el Imperio Austro-Húngaro el 11 de noviembre de 1918, Carlos abdicó del trono de húngaro. En marzo de 1919 salió de Austria y fue destituido formalmente por el Parlamento austríaco en abril. Pasó su exilio en la isla de Madeira (Portugal), lugar donde falleció a los 34 años. Rusia Aparecen nuevas fosas comunes
El diario Le Figaro, de París, ha dado recientemente cuenta del
descubrimiento, cerca de San Petersburgo, de una fosa común gigantesca, de la época soviética, tal vez la más grande encontrada hasta ahora. Se calcula que ella contiene los restos de alrededor de 30.000 víctimas, todas asesinadas con el clásico tiro en la nuca, que empleaba de preferencia la Tcheka. Sin embargo, entrevistada por el diario francés, Irina Frige, dirigente de Memorial, organización dedicada a conservar el recuerdo y dar a conocer los nombres de las víctimas del régimen comunista, ésta ha comentado que el trágico descubrimiento no ha impresionado a nadie ni en la ciudad ni en el resto de Rusia. Tampoco esta institución recibe ningún tipo de ayuda ni de facilidades por parte de las autoridades, cuando alguno de los es-
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casos sobrevivientes de esos años, da algún dato que permita sospechar la existencia de otro de estos enormes cementerios anónimos. Irina Frige y sus colaboradores trabajaron durante más de siete años para sacar a la luz del día esta fosa común. Los dirigentes de Memorial, que han logrado reunir numerosos testimonios y declaraciones de testigos, aseguran que aún faltan miles de víctimas por aparecer, o que no serán encontradas nunca. «En San Petersburgo –confirma Irina Frige– las purgas empezaron en 1918, y no se detuvieron jamás de ahí en adelante». Lo triste es comprobar la indiferencia de la sociedad ante su propio pasado. «Después de diez años de la caída del Muro –escribe el corresponsal– Rusia aún no examina su pasado reciente. El terror comunista sigue siendo un tema tabú. Algunos escasos intelectuales hacen oír su voz, no para juzgar estos hechos, sino para escribir el porvenir. Pero nadie quiere saber. En Rusia todos piensan que es mejor cerrar los ojos ante el pasado». Pontificia Universidad Lateranense Juan Pablo II: 25 años de pontificado. La Iglesia al servicio del hombre.
Con ocasión de los veinticinco años de pontificado de Juan Pablo II, la Pontificia Universidad Lateranense de Roma organizó un congreso, que se celebró del 8 al 10 de mayo sobre el tema «Juan Pablo II: 25 años de pontificado. La Iglesia al servicio del hombre», y que estuvo centrado en la persona de Karol Wojtyla, a lo largo de las diversas etapas de su vida. Los temas fueron: Cracovia y Roma, dos Iglesias hermanas; Lublin y Lateranense, las dos universidades de Juan Pablo II; Juan Pablo II, un Papa venido de lejos; Karol Wojtyla, recuerdo de un estudiante; Juan Pablo II y su diócesis de Roma; «Redemptor hominis», el programa de un pontificado; el desafío de una nueva Europa; 19782003: un nuevo panorama internacional; el magisterio del Jueves santo; la santidad, un programa de vida; peregrino por los caminos del mundo, una pastoral sin confines; la misión y las
Iglesias jóvenes; los laicos, llamados a ser protagonistas de la misión; el magisterio de Juan Pablo II en sus tres encíclicas; una colegialidad cada vez más visible; un anhelo pastoral: la unidad de los cristianos; «Totus tuus», el principio mariano; Juan Pablo II, el carisma de la comunicación; una presencia cultural en la nueva evangelización; los desafíos del pensamiento social; y «Duc in altum», el tercer milenio de la Iglesia. Tomaron parte en el congreso ochocientas personas entre estudiantes, profesores y personalidades religiosas y civiles. Abrieron los trabajos el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, y el obispo Rino Fisichella, rector de la universidad. El cardenal Sodano anunció que el próximo 16 de octubre todos los cardenales vendrán a Roma para festejar al Papa. Las sesiones del día 9 estuvieron presididas por los cardenales Alfonso López Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, y Josef Tomko, presidente del Comité pontificio para los Congresos eucarísticos internacionales. Participaron como expositores entre otros Monseñor Angelo Scola, Patriarca de Venecia; el Cardenal Josef Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe; Vittorio Messori, escritor. «Iglesia en Europa» Ofreciendo la brújula de las coordenadas del Evangelio
Con la publicación de la exhortación apostólica Iglesia en Europa (Ecclesia in Europa), Juan Pablo II ofrece una brújula para orientar la construcción de una comunidad europea siguiendo los puntos cardinales del Evangelio. «Las raíces cristianas son para Europa la principal garantía de su futuro», afirmó al publicar en la Basílica de San Pedro del Vaticano la exhortación en la que recoge las conclusiones que cierran oficialmente el segundo sínodo de obispos para Europa. El documento, de 135 páginas –traducido a siete idiomas– recoge las 40 proposiciones que presentaron los 179 obispos que participaron en la asamblea sinodal celebrada entre el 1 y el 23 de octubre de 1999. El lema de la exhortación es el mismo que el del sínodo: «Jesucristo vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa». Dado que la Iglesia sólo cumplirá esta misión si vive, anuncia, celebra y sirve el evangelio de la esperanza, estos cuatro enunciados se convierten en el núcleo de la Exhortación. Vivir En primer lugar, el Papa hace un llamamiento a los católicos europeos a vivir a fondo el Evangelio, pues constata en la Iglesia en Europa síntomas preocupantes de mundanización. Para ello invita a no perder la identidad cristiana, a recuperar la vida inte-
rior, a mantener la comunión, a superar temores, lentitudes, omisiones e infidelidades y a continuar el camino del diálogo ecuménico. Anunciar En segundo lugar, la exhortación invita a proclamar el misterio de Cristo, constatando que en Europa está creciendo el número de no bautizados a la vez que existen muchos bautizados alejados de la fe, contagiados por una interpretación secularista de la fe, que necesitan una nueva evangelización. Celebrar En tercer lugar, el documento constata la sed de Dios que siguen manifestando los europeos, y advierte ante el peligro de perder el sentido de la celebración de los Sacramentos, en particular el de la Reconciliación y la Eucaristía. Servir En cuarto lugar, propone el servicio de la caridad para extender la «cultura de la solidaridad», dando nueva esperanza a los pobres con el amor preferencial. En este sentido, el Papa ofrece tres grandes campos de acción: la defensa y ayuda de la familia (frente a propuestas y proyectos legales que desvirtúan su identidad); de la vida (frente a la escasa natalidad y las amenazas del aborto o de la eutanasia), y la acogida de los inmigrantes (fenómeno de grandes dimensiones en la Europa actual). La propuesta De este modo, los cristianos podrán ofrecer, según el Papa, su contribución para una nueva Europa, que queda expuesta de manera muy concreta en el capítulo sexto. La unión europea, según el Papa, «no tendrá solidez si queda reducida sólo a la dimensión geográfica y económica, pues ha de consistir ante todo en una concordia sobre los valores, que se exprese en el derecho y en la vida» (n. 110). Por ello pide que en la futura Constitución Europea figure la referencia al patrimonio religioso y particularmente cristiano y que respete los derechos que son propios de las Iglesias y comunidades religiosas. La relación de la Iglesia con Europa no es la de la vuelta a un Estado confesional, pero tampoco la de un laicismo o separación hostil, sino de sana cooperación, asegura. En definitiva, según el Papa, «Europa necesita un salto cualitativo en la toma de conciencia de su herencia espiritual» (n. 120). Por eso concluye diciendo a Europa: «El evangelio no está contra ti, sino a tu favor». El documento, como ya es costumbre, concluye con una oración dirigida a María para invocar su protección sobre Europa.
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KUWAIT
Occidente visto desde la Península Arábiga
Los países de la Península Arábiga tienen un arraigado rechazo hacia el mundo occidental, al que ven como un invasor. La incomprensión mutua podría salvarse desde la educación y eliminando el fundamentalismo de la región, según explicó el nuncio apostólico en Kuwait. Desde hace tres años, el arzobispo piamontés Giuseppe De Andrea, Nuncio apostólico en Kuwait, Bahrein y Yemen, con larga experiencia en la ONU, reside en estos territorios donde los infieles, para sus habitantes, «somos nosotros». —¿Qué amplitud tiene la comunidad católica en Kuwait? —Al menos cien mil personas, cien mil «expatriates». —¿Qué quiere decir? —Les llaman así a los católicos: expatriados o inmigrantes. Porque de hecho lo son. —¿De dónde proceden? —De la India, Filipinas, Pakistán, Sri Lanka, Egipto. En Arabia Saudita hay un millón, en Qatar al menos cuarenta mil.
—¿Ningún kuwaití? —Imposible. Si se convirtiera, perdería gran parte de los derechos civiles. Los «expatriates» no pueden obtener la ciudadanía, ni tener propiedades, ni aunque pasaran aquí toda la vida. Hay alguno que se convierte, pero lo hace en secreto, salva las apariencias. —¿Cómo se trata a los cristianos? ¿Se les persigue? —No. En Kuwait City hay un vicariado apostólico con un obispo -el maltés Mikallef- y una catedral, la de la Sagrada Familia. Una hermosa iglesia, pero se ha quedado muy pequeña: los fieles no caben; hay problemas en la comunión porque quien está dentro debe salir para permitir el acceso a los que se han quedado fuera. He pasado la Pascua en Dubai. El Viernes Santo había de ocho a diez mil personas en la iglesia. Lo mismo ocurre aquí. Una vez al mes, se reúnen en una vigilia de oración que empieza a las 9 de la noche y acaba a las 5 de la mañana. La misa del domingo se celebra el viernes, que es día festivo. El domingo aquí se trabaja. La fe existe, como ve; el problema está donde no podemos llegar, como Arabia Saudita. —¿Son muchas las limitaciones? —Es difícil evangelizar. Es difícil incluso difundir libros litúrgicos o de pensamiento cristiano. Para importarlos hace falta el permiso del gobierno. De vez en cuando los gobiernos dan algún paso. En Qatar nos han concedido terreno, y también a los protestantes y ortodoxos. Construiremos iglesias, centros, locales. Desde que estoy aquí, he consagrado dos iglesias, una en Dubai y otra en los Emiratos. En Yemen va un poco mejor porque el gobierno ha acogido cuatro centros de las religiosas de la Madre Teresa y un grupo de salesianos. —¿Qué piensan de los occidentales en la Península Arábiga? —Tienen una memoria de elefante. Para ellos la palabra «cruzada» tiene de verdad un sentido. Occidente es por antonomasia un intruso, un invasor. Ha sucedido incluso en un estado laico como Irak. Me sorprende que Estados Unidos no lo hubiera tenido en cuenta: estaban convencidos de que serían acogidos como los liberadores y en cambio la realidad se está revelando muy diferente. —¿Existe el peligro del choque de civilizaciones del que habla el historiador Huntington y que la Santa Sede teme que pueda degenerar en un conflicto de religiones?
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—El peligro existe y ha sido en gran manera infravalorado. Temo, más que un conflicto, una hostilidad sorda. Occidente ha encontrado alianzas en aquel 2-3 por ciento de la Península Arábiga que detenta el poder político y financiero, pero esto no quiere decir que estos sean países aliados, son poderes aliados. La gente corriente no piensa así.
—¿Cómo piensa? —Como se le enseña en la mezquita. Aquí hay un gran fundamentalismo, la escuela coránica walhabi es la predominante. Un niño de cinco años aprende desde muy pequeño que el occidental es un enemigo, no tiene los instrumentos para considerarlo de otra manera. —¿Qué es lo que no toleran de Occidente? —Hay una oposición profunda, diría étnica, a la que se añade el sutil velo islámico, pero el fenómeno está mucho más arraigado de lo que se pueda pensar. La superioridad tecnológica occidental ha sido desde siempre vivida como una amenaza, aunque todos sepan bien que sin la tecnología de Occidente, en pocos años volverían a estar con los camellos en la arena. Por lo tanto, necesitan de Occidente para conservar su prosperidad, sobre todo en Kuwait, en los Emiratos, en Qatar, pero al mismo tiempo lo temen y lo detestan, sobre todo la gente corriente. En algunas mezquitas –no en las kuwaitíes, porque aquí las predicaciones están reguladas y controladas por el Estado–, los imanes pintan a Occidente como el reino de la pornografía, de la música, de la corrupción, el reino de Satanás que amenaza directamente a su identidad. —No he visto sin embargo manifestaciones anti-estadounidenses en Kuwait, como las que en cambio hay en Egipto, Jordania o Pakistán. —No las permitirían. Este es un Estado paternalista, con un gobierno familiar que distribuye la riqueza. No hay peligro de revolución en Kuwait porque el Estado proporciona luz, teléfono y gas gratuitamente, paga la escuela, la sanidad y a los 40 años se puede uno jubilar. El gobierno es favorable a la guerra, como muchos estados de la Liga Árabe, a cambio de que la hagan otros. Saddam Hussein es un enemigo, les ha invadido, pero no sé si todos los kuwaitíes están contra él. —¿Cómo es posible que los estadounidenses no lo hayan entendido? —He pasado 41 años en Estados Unidos. Amo aquel pueblo y sé que es ingenuo. No es arrogante como se piensa, pero quizá se fía excesivamente de su pragmatismo. Desde hace algunas décadas ya nadie se pregunta en Estados Unidos si una cosa es buena o justa, sino si es útil, si funciona. No son así en cambio los ingleses o los franceses, que gozan de antiguas tradiciones, han tenido las colonias, saben comprender, mediar. Y luego está el beneficio, que ha hecho cerrar cien ojos a todos desde tiempos del Imperio Otomano. Gran parte del mundo árabe ha sido diseñado por los occidentales con líneas rectas en los mapas. —El beneficio lo han hecho también los señores del petróleo, el valiosísimo «Arabian Light» que corre como un océano bajo el Golfo... —Ciertamente también los árabes aprecian el beneficio. Veo una juventud kuwaití llena de automóviles, relojes rolex, privilegios, casas en Suiza. Y sin una sola idea, sin un verdadero futuro. Es una pena, porque es una hermosa juventud. —¿Cómo superar esta incomprensión entre los dos mundos? —Partiendo desde cero, de la educación. Apagando el fuego del fundamentalismo, donde quiera que esté, aprendiendo a mirar las cosas desde la otra orilla, tratando de comprender las razones del otro, del infiel.
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Libros El Tríptico Romano de Karol Wojtyla Este hecho poético Terminaba en Roma, justo hace veinte años, el Coloquio titulado «Karol Wojtyla, filósofo, teólogo, poeta». Una cincuentena de participantes formaba un corro en torno a Juan Pablo II que recibía con la cabeza gacha e inclinada los saludos de los convocadores del Coloquio. Al responder, habló con frases breves. La voz algo azorada. Se percibía que al Papa le turbaba la variedad de expertos interesados en esas tres facetas de su obra. Entonces dijo más o menos así: yo no sabía que mis escritos contenían todas estas vetas que ustedes han descubierto. En aquel Coloquio, al poeta Wojtyla lo presentó un reconocido eslavista, Jan Blonski. En la tercera sesión de trabajo había sostenido: «su poesía, difícil de descifrar, tiene a menudo un carácter abrupto y desconcertante. En efecto, ella no se parece a ninguna otra, desdibujando continuamente el límite entre el discurso meditativo y la expresión lírica...». Esta dualidad no es ambivalente, contradictoria. Emana fundida en la producción propiamente literaria del autor. La dualidad se refleja en las traducciones del polaco del Tríptico Romano. Tienen ellas diferentes subtítulos. Así, por ejemplo, en castellano se les nombra como «poemas» y en alemán se pre*
fiere decir Meditationen. Es que el texto porta en sí esa complejidad. Los germanistas gustan de hablar de Gedankenlyrik, una lírica de pensamientos. Giovanni Reale (curiosamente en la edición española se omite su nombre), quien escribió un excelente comentario que se incluye en todos los idiomas, aborda la justificada pregunta sobre si estos densos textos wojtylianos son propiamente poesía. Reale se apoya en T. S. Eliot. Este se remonta al caso del Dante y sostiene que trata «los conceptos filosóficos no como materia de discusión sino como materia de visión». Nos dice Reale que el género literario del Tríptico Romano sí es poético, porque nos comunica «una imaginación visual», porque es mediador «visionario» y no sólo alguien que se expresa meramente «en conceptos» como el filósofo y el teólogo. La categoría propia de lo poético sería entonces la imagen de la «visión». Y, agreguémoslo desde ya, esa imagen trasunta temblorosamente la inmediatez del misterio. Lo narrativo está transido y trasmutado por la «visión» que le imprime su carácter estético. El lector no puede obviar un dato para la comprensión del Tríptico Romano. Karol Wojtyla había afirmado en varias ocasiones que no volvería a escribir poesía. Al parecer, te-
«Tríptico Romano. Poemas», Juan Pablo II. 74 págs. (Universidad Católica San Antonio, Murcia, 2003. )
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nía la impresión de que ese arroyo había dado ya toda su agua. Probablemente el cauce poético, sentía él, había cedido su lugar expresivo a otras formas de la comunicación. Tal vez, el Papa como maestro de la fe, como predicador incesante de multitudes, experimentaba que el impulso a pronunciar líricamente los contenidos ya no retornaría. Todo parecía dicho en el profuso ejercicio de su magisterio. Pero no fue así. El estro lo visitó inopinadamente. La pluma corrió por la hoja blanca con su letra pequeña, ágil, apretada, en líneas casi siempre ascendentes. Así nació este poemario de tres cuerpos. Donde se trata de un arroyo, del mensaje de la Capilla Sixtina y del Monte Moria. La traducción castellana está hecha por un polaco, Bogdan Piotrowski, que trabaja largo tiempo en Colombia. Para quienes no conocemos el idioma materno del Papa esta versión, por venir de un polaco, nos asegura una ceñida fidelidad al original, propósito firme de Piotrowski. La calidad poética es susceptible de valoraciones diversas. Si se compara la castellana con traducciones a otros idiomas, se tiene la impresión de que en algunos pasos se nos lleva por planicies donde el original alcanzaría vuelos más libres y sugerentes. Por ejemplo, en el cántico tercero de la tercera parte, el uso del vocablo «sacrificio» suena en una reiteración innecesaria y fatigante. Con todo, hay que retener que el poeta exige dar saltos a los mismos polacos. Por ejemplo cuando crea un bello neologismo al inicio del primer poema. Habla de «la bahía del bosque», evocando marítimamente el conjunto arbóreo, la mancha verde que se adentra en un paisaje de otra calidad cromática. También, al oído polaco le llama la atención algunos giros que le daría un dejo de contemporaneidad cotidiana. Sucedería así al decir simplemente «la Sixtina». Respira aquí, con probabilidad, la inmediatez vecinal de Juan Pablo II con ese espacio mayor del Renacimiento.
La Obra El primer cuadro del retablo se titula «Arroyo». Con esto escoge la metáfora más recurrente y significativa de todo su quehacer poético, el agua. Más precisamente su metáfora predilecta es «el reflejarse de una imagen en el agua, en el cristal o incluso en el ojo del hombre», tal como lo anota Rocco Buttiglioni, en su clásica obra Il Pensiero di Karol Wojtyla. Hay en la lírica wojtiliana una continua alusión al pozo de Jacob en Sicar (Jn.4, 5 ss), junto al cual Jesús dialogó con la mujer samaritana. Para Buttiglioni esta metáfora desvela a la gracia santificante, penetrando la conciencia humana para permitir que sea «conciencia auténtica de la verdad». Esta primera parte del tríptico está formada por dos poemas muy logrados, en los cuales se decanta una síntesis de la metafísica y de la teología personalistas, tal como se expresa teóricamente en el libro Persona y Acto de Wojtyla. El primer poema es de una belleza clásica, conmovedora por su simplicidad y por un manejo musical, sinfónico, de las entradas y salidas. Se titula «asombro» y es imposible no rememorar el diálogo de Platón, donde Sócrates le dice a Teeteto «eres un filósofo y la filosofía comienza con la admiración». La persona humana es definida en este poema como el ser capaz de asombro. La novedad de las existencias de la creación que se le manifiestan al hombre, lo estremece. Al ver fluir el agua del ser, la persona asombrada cruza un umbral, y se descubre a sí mismo como un ser surgido desde «la onda» del agua y proyectado hacia «el puerto». En esta experiencia encara al Verbo Eterno y se le evidencia que el pasar por la vida «¡tiene sentido... tiene sentido... tiene sentido!» El poema siguiente es el remonte a la región del hontanar donde el agua le permite «ver el misterio de su principio»; entonces la súplica del hablante brota imperiosa: «déjame mojar los labios».
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El segundo cuadro del tríptico es llamado «Meditaciones sobre el Libro del Génesis en el umbral de la Capilla Sixtina». Si en el primer tema, en el del arroyo, se percibe una clara referencia topográfica y cultural a la patria nativa, en este segundo el poema está situado en la colina vaticana, en el alvéolo majestuoso de la Sixtina. Por así decirlo, el intelectual y el artista polaco ha tomado plena posesión del espacio propio del Sucesor de Pedro. Con su palabra se hace eco de la pléyade de eximios que dejaron su arte en la gran capilla y los trasciende con verbalidad teologal (antes que teológica) hacia el horizonte místico, arrastrando al lector en círculos de vértigo. Tenemos un antecedente precioso que se nos constituye en referencia necesaria. Es una homilía que establece un hito cultural dentro del magisterio de Juan Pablo II. Fue pronunciada en la Eucaristía, con ocasión de la inauguración de la restauración de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. En esta predicación del 8 de abril de 1994, aborda catequéticamente todos los contenidos, los «conceptos» que ahora en el tríptico serán «imaginación visual». El tema teológico es la visibilidad del misterio, del Origen y del Final del hombre. El cual es mirado en el espejo del Verbo. La Segunda Persona es el misterio fontal de todo lo creado, en el cual tiene consistencia la gozosa verdad que ya, en el primer día de la creación, permitió a Dios, «el primer Vidente», registrar en su pupila eterna que lo creado «era bueno». El Verbo es el umbral que hace posible, desde la tiniebla, rozar la luz, de modo que quienes eran ciegos pasan a ser también videntes por la fe. Es un tejido músico de múltiples hilos que anudan su colorido sonoro en el hecho contundente de la encarnación del Verbo. Dios: «En Él vivimos, nos movemos y existimos –precisamente en Él!», no sólo se revela en Cristo, sino que permite que
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todos los seres de la creación existan siendo «verdaderos y transparentes». «¡Es Él quien les permite participar de esta belleza que les insufló!». Es un regalo mutuo de la verdad, del bien y de la hermosura, indecible y comunicativa. El hombre en su cándida desnudez original manifiesta este don no avergonzándose de estar desnudo. La manifestación, la epifanía, encuentra cumbre cuando el hombre y la mujer «se vuelvan un solo cuerpo –admirable unión–; detrás de ese horizonte se revela la maternidad y la paternidad». Se sumergen juntos en el Principio, cruzan «el umbral de la más grande responsabilidad». El principio catapulta hacia el cumplimiento del Apocalipsis, hacia «el visible drama del Juicio», donde se alcanza la plenitud de la transparencia. Los dos desnudos, varón y mujer, llegarán a ser polvo, pero en medio de esa «fealdad del despojo», saben: «lo que es indestructible en mí permanece». Tal perduración los conduce a encontrarse cara a cara con «El que Es». La policromía de Miguel Ángel sostiene todo el curso de la meditación, porque la visibilidad crística del misterio («el que me ve a mí ve al Padre»), se hace, a su vez, visible y meditable en las figuras de la Sixtina. En esa visión se pasa de la estupefacción al temblor y al gozo y al aguijón exigente del albedrío como capacidad de amor o de destrucción. Contra este horizonte de «tremenda majestad» llega finamente Karol Wojtyla a su propia biografía. Alude a sus tiempos de estudiante en los ateneos romanos, y a su condición de Cardenal elector y después de Sumo Pontífice. Ya lo había hecho en su homilía de 1994, aquí antes aludida: «La capilla Sixtina es un lugar que, para todo Papa, encierra el recuerdo de un día particular de su vida. Para mí se trata del 16 de octubre de 1978». En el poema dirá que fue «en octubre del memorable año de los dos cónclaves». La rememoración autobiográfica da un sal-
to adelante, pre-sintiendo: «así será de nuevo en la fecha del próximo Cónclave, cuando se presente la necesidad después de mi muerte». E invoca al mismo Miguel Ángel, a quien pide que «concientice a los hombres». Pone de cara a la eternidad a los Cardenales electores en aquel día futuro, los conmina: «no olvidéis que todo está descubierto y revelado ante sus ojos». Y termina suplicándole al Señor del Principio y el Final «Tú que penetras todo ¡indica!» Es decir, «indica» cuál es el sucesor de Juan Pablo II, indícalo en la Sixtina. El tercer cuadro lleva por nombre «Monte en la región de Moria». Consta de cuatro poemas, en los que recorre la historia de Abran que deviene Abraham, el «padre de los creyentes». Se inicia con el éxodo, cuando el patriarca pastor debe «dejar Ur de los Caldeos». En medio del arco bíblico-teológico, emerge la pincelada humanísima cuando el poeta interroga «¿sintió la tristeza de la despedida?». Ya antes al inicio del viaje «la Voz» pronuncia la promesa: «serás padre de multitud de pueblos...». La escena siguiente es la misma que las Iglesias Orientales, Bizantina y Rusa, recogen con fruición como la hora de la prerrevelación del misterio de la Trinidad de Dios y que Andrei Rublev, el pintor santo de iconos, perpetuó con la más alta maestría. Es la teofanía de Mambré, la visita de los Tres Huéspedes a Abran y Sara. Abran «vio a tres y adoró a uno». Se hace la promesa cumplimiento y Sara concibe a Isaac, semilla de la «descendencia hasta los confines más alejados de la tierra». Abran, por fuerza de Dios, pasa a ser Abraham. Karol Wojtyla hace la exégesis del nombre nuevo en el fluir del verso, poniendo el acento característico de su comprensión de la fe, tal como lo ha desarrollado en múltiples documentos y catequesis. En esta materia Juan Pablo II ha tensado la comprensión católica de la fe, a un máximo. Urs von
Balthasar, en un comentario sobre Redemptoris Mater, llega a decir que en esta comprensión abrahámica de la fe el Papa actual entra en una proximidad de apasionado diálogo con Lutero. En este «Tríptico Romano», la sucinta exégesis simplemente registra «este nombre significará el-que-creyó-contra-toda-esperanza». Creyó en la paternidad cuando ya el vientre de Sara parecía definitivamente seco. Pero mucho más absolutamente «creyó contra toda esperanza», cuando el Dios Vivo le pidió sacrificar al hijo único en Moria. Era extremo el trance. La leña apilada. Del fuego se levantaba ya la lengua de la llama. El cuchillo del sacrificio se alzaba en la mano temblante pero decidida de Abraham. El patriarca «ya se ve como padre del hijo muerto que le dio la Voz y ¿ahora se lo quita?» Pero precisamente aquí está el umbral intransitable. Moria es el adelanto del Gólgota. Abraham en su ternura paterna es el icono del Padre Trinitario. Pero sólo Dios Padre puede ofrecer al Hijo. Tal sacrificio es únicamente divino. Abraham podía llegar hasta el borde mismo del abismo doloroso, pisar la línea ígnea del umbral, pero no cruzarlo. «Oh, Abraham que subes a este monte en la región de Moria, hay un límite de la paternidad, un umbral que tú no pasarás. Otro Padre recibirá aquí el sacrificio de su Hijo». Moria es el Gólgota. El tríptico que se inició al borde de un arroyo, termina en lo alto del monte con un poema titulado «Dios de la Alianza». La cumbre resplandece nítida, sin nubecillas ni vahos de la tierra. Es la centralidad misma de la revelación del Dios Trinidad volcado hacia el hombre en la locura delirante de la misericordia, «porque Dios reveló a Abraham qué es para un padre el sacrificio de su propio hijo». El poeta arrincona al patriarca pastor con la espada incandescente de la revelación y del programa futurizo: «Oh, Abraham, porque Dios quiso tanto al mun-
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do que le entregó a su Hijo para que cada uno que crea en Él tenga vida eterna». Pienso que este cántico desgarrador y regocijante del monte Moria hay que leerlo desde otro texto wojtyliano, desde la obra dramática, «Esplendor de paternidad». Esta pieza la considero delicadamente autobiográfica, confidencial, porque el autor desvela ciertamente una experiencia entrañable de su paternidad de sacerdote. En ese drama poético muestra que la paternidad supone una elección libérrima del padre por el hijo. En un momento la figura paterna de «Esplendor de paternidad» le dice a la hija, «si amo entonces he de elegirte sin cesar en mí, he de engendrarte siempre y siempre he de nacer en ti. Y de este modo engendrando a través de una elección continua, engendramos el amor» (lectura en clave trinitaria).
En el mismo pasaje había dicho más arriba «el amor es liberación de la libertad... A través del amor me libero de la libertad.» Esta liberación permite la apropiación mutua, la que se contiene en el decirse el uno al otro, «mío». El texto teatral explicará: «Padre e hijo se encuentran siempre gracias a la palabra mío». *** En el Tríptico Romano, en el galope final de las palabras escuetas, Dios le dirá a Abraham «yo llevo tu nombre en mí». Soy tu Padre, sería el resumen. Abraham, soy tu Padre. Jesús, Hijo Inmolado, soy tu Padre en el Espíritu. El asombro por el arroyo y la visión de la «Sixtina» desembocan en el Océano Trinitario. Llegan a puerto. Moria es el Gólgota de la vida.
JOAQUÍN ALLIENDE LUCO
PRÓLOGO AL
Tríptico Romano Con la autorización de sus editores –la Universidad Católica de San Antonio (Murcia, España)– reproducimos para los lectores de Humanitas el Prólogo del Cardenal Rouco Varela, Arzobispo de Madrid, de la 1ª Edición en lengua española (mayo 2003) del TRÍPTICO ROMANO, Poemas de Juan Pablo II.
El Tríptico Romano de Juan Pablo II es una «nueva epifanía de la belleza» que el Papa aporta al mundo. Esta expresión entrecomillada pertenece a la dedicatoria de su carta a los artistas en la Pascua de Resurrección del año 1999. En ella decía que «toda forma auténtica de arte es, a su modo, una vía de acceso a la realidad más profunda del hombre y del mundo. Por ello constituye un horizonte muy válido al horizonte de la fe, donde la vicisitud humana encuentra su interpretación completa»1. Con su Tríptico Romano, Juan Pablo II invita al hombre a cruzar el umbral –palabra clave que aparece en las tres partes del Tríptico– del misterio de Dios, del Verbo y del hombre mismo. O mejor dicho, porque «el Verbo Eterno es como si fuera un umbral tras el cual vivimos, nos movemos y existimos»2 , el hombre puede conocer su origen y su destino, su imagen y semejanza divina, y puede, sobre todo, ver el mundo creado con los ojos de Aquel Primer Vidente3, el Verbo, que ha venido a narrar, como dice el prólogo de san Juan, el misterio de Dios. 1 Juan Pablo II, Carta a los artistas, 6. 2 Juan Pablo II, Tríptico Romano, 32. 3 Juan Pablo II, Tríptico, 27.
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Desde el comienzo, Juan Pablo II utiliza una categoría estética en la que filosofía y teología se dan cita: el asombro. «Ante la sacralidad de la vida –decía a los artistas– y del ser humano, ante las maravillas del universo, la única actitud aprovechada es el asombro»4. Asombro es lo que provoca su primera parte del Tríptico, titulada Arroyo, en la que la creación es completada como un inmenso torrente de belleza que desciende desde la fuente que es Dios, el Creador. Sobrecoge en esta visión la figura del hombre, destinatario de todo lo creado, que, al asombrarse de tanta belleza, dice: «¡para! –en mí tienes el puerto», «en mí está el sitio del encuentro con el Verbo Eterno»5. Es fácil encontrar aquí los ecos místicos de san Ignacio de Loyola, en su contemplación para alcanzar amor, donde todos los dones de Dios encuentran su «puerto» en el hombre. Con lenguaje poético, el Papa insiste en uno de los temas más recurrentes de su magisterio: el hombre y su inserción en Dios. Espontánea es también la evocación al poema de San Juan de la Cruz, ¡que bien sé yo la fonte que mana y corre…!, que en el poema de Juan Pablo II, Fuente, invita a buscar a Dios –«si quieres la fuente encontrar, tienes que ir arriba, contra la corriente. Empéñate, busca, no cedas»– y a «mojar mis labios en el agua de la fuente»6. El texto del Papa discurre, desde esta visión primera del misterio de Dios y de su Verbo que lo expresa y visibiliza por la Encarnación, como una meditación de los orígenes y de la meta final del hombre que encuentra su imagen simbólica en los frescos de Miguel Ángel de la Capilla Sixtina. La teatralidad de esta segunda parte del Tríptico, que empieza con la imagen del verbo, Primer Viviente, y culmina con el Juicio, es puesta de relieve mediante el recurso a la intervención de los actores del drama –el Creador, el hombre (yo), Miguel Ángel, ellos–, que recuerda cómo la historia de los hombres se ha convertido en el escenario, al estilo calderoniano, del «drama» de Dios. En ese drama, en el que juega un lugar importante el Primado de Pedro, con las llaves del Reino que administran la salvación, Juan Pablo II contempla su propio destino en el momento de su elección y la sucesión después de su muerte. Todo ello, desde la perspectiva del Juicio último de Cristo bajo la imagen pictórica de Miguel Ángel. El clímax de este drama, y su última clave de interpretación, es la alianza definitiva en Cristo. Con admirable maestría, y fiel a la tradición cristiana que ha visto en el sacrificio de Isaac el tipo de sacrificio de Cristo, Juan Pablo II se introduce en la relación paterno-filial de Abraham e Isaac para mostrar el contraste de la Antigua y de la Nueva Alianza, es decir, para revelar la novedad del Nuevo Testamento, según la cual, el amor del Padre, al entregar a su Hijo Jesucristo, ha culminado lo que por piedad Dios no consintió a Abraham: que sacrificara a su propio hijo. Esta tercera parte del Tríptico, que desde el punto de vista poético, lleva el asombro del inicio a su máxima expresividad estética, revela hasta qué punto Dios ha entrado en la historia del hombre: «vino El que Es. Entró en la historia del hombre y le reveló el misterio oculto desde la fundación del mundo7 . Ese misterio, cuyo umbral Abraham no pasará, pues «hay un límite de la paternidad» que no se le permitirá transgredir, «Otro Padre», el de Jesucristo, lo pasará al recibir en el monte el sacrificio de su propio Hijo, Jesucristo. Juan Pablo II viene a decirnos que la paternidad de Dios no tiene límites. «Oh, Abraham –porque Dios quiso tanto al mundo que le entregó a su Hijo para que cada uno que crea en Él tenga la vida eterna»8 . Las palabras finales del Tríptico, dichas a Abraham en el monte Moria, imagen del Calvario, constituyen un magnífico colofón al evocar la Alianza definitiva: «No olvides este lugar cuando te vayas de aquí, este lugar esperará su día»9 . 4 Juan Pablo II, Carta, 16. 5 Juan Pablo II, Tríptico, 21. 6 Juan Pablo II, Tríptico, 23. 7 Juan Pablo II, Tríptico, 49. 8 Juan Pablo II, Tríptico, 53. 9 Juan Pablo II, Tríptico, 54. 10 Paulino de Nola, Carmen 20, 31.
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Sólo queda agradecer al Santo Padre estas meditaciones poéticas en las que, siguiendo sus propias palabras, la fe ofrece a la vicisitud humana su última clave de comprensión, a la que apunta el lenguaje poético. Hay que decir que el Verbo eterno, el Logos joánico, constituye la clave última de comprensión de toda palabra humana. Más aún, gracias a que el Verbo ha tomado sobre sí toda vicisitud humana, puede con su silencio, con sus palabras y con sus gestos revelarnos el sentido último de todo lo humano. Él es el umbral de lo divino y de lo humano. Esto es lo que nos ofrece Juan Pablo II desde la inspiración poética, y sobre todo, desde la fe. Leyendo su Tríptico podemos decir con Paulino de Nola: «Nuestro único arte es la fe y Cristo nuestro canto»10 . Antonio Ma. Rouco Varela Cardenal Arzobispo de Madrid
L’esperienza elementare. La vena profonda del magisterio di Giovanni Paolo II Angelo Scola Marietti 1820, 2003
Con motivo de su participación en los Diálogos en la Catedral, organizados por el Cardenal Camilo Ruini en la Basílica de San Juan de Letrán, sobre el tema «El fin del sujeto o nueva centralidad del hombre», Mons. Scola procedió a revisar la gran cantidad de artículos y conferencias que había dedicado al pensamiento de Karol Wojtyla y al magisterio de Juan Pablo II en los 25 años de su pontificado. El texto que ahora se publica, en homenaje a estos 25 años, selecciona algunos de estos textos ya publicados de entre una lista de referencias que se consigna al final del volumen.
Lo que el autor de este libro se propone no es dar una visión
exhaustiva y de conjunto sobre el magisterio del actual Pontífice, sino más bien, como explica en la Introducción, descubrir las claves filosóficas y teológicas más profundas del pensamiento del Papa. Tal búsqueda se funda en la convicción de que el pensamiento del Papa Wojtyla repropone la lectura de la tradición de la Iglesia desde una luz original y personal, relacionada con su propia experiencia de fe, con el contexto histórico de la cultura de su nación y con la singular antropología filosófica desarrollada por él como poeta, como profesor universitario y como pastor de la diócesis de Cracovia y, después, de la Iglesia universal. No obstante que muchos analistas se ven obligados a distinguir, con buenas razones, entre el pensamiento de Karol Wojtyla y el magisterio de Juan Pablo II en razón de lo diferente
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de ambos oficios y, particularmente, de la autoridad propia del magisterio pontificio, es evidente, por otra parte, la continuidad que existe en la visión sobre la persona, la Iglesia y el mundo– entre los textos de uno y otro período de su vida, continuidad garantizada por su experiencia de fe y por la especial sintonía entre el pensamiento del filósofo Wojtyla y la renovada orientación teológica, antropológica y social propuesta por el Concilio Vaticano II. Los textos de Mons. Scola ofrecen un análisis penetrante de los fundamentos de esta continuidad y son, en consecuencia, una inestimable ayuda para comprender no sólo la originalidad del magisterio de Juan Pablo II en relación a otros pontífices, sino la originalidad del Concilio Vaticano II mismo, los evidentes frutos pastorales que ya ha ofrecido a la Iglesia y al mundo, y lo que aún queda todavía por actualizar de estas grandes orientaciones. Personalmente, me había llamado mucho la atención el gesto solemne realizado por el Papa al término de la eucaristía con que celebró el jubileo de los laicos, en noviembre del 2000, al entregar a personas provenientes de los distintos continentes un ejemplar del texto de las grandes constituciones conciliares (Sacrosantum Concilium, Dei Verbum, Lumen gentium, Gaudium et Spes), indicándoles que esas eran las fuentes seguras y plenamente
vigentes para la misión de la Iglesia en el mundo de cara a los grandes desafíos de nuestra época. El texto de Mons. Scola ayuda a comprender este gesto en toda su grandeza y significación, mostrando las claves de lectura por las cuales es posible descubrir la identificación profunda de Juan Pablo II con el Concilio Vaticano II. El título de la obra de Mons. Scola resume de manera sintética la tesis que se desarrolla a lo largo de sus páginas: el punto de referencia, el fundamento al que retorna una y otra vez el Papa es lo que él denominó en su libro Persona y Acto, la experiencia humana elemental: «Hay algo que puede ser llamado «experiencia del hombre» y que, por «su simplicidad sustancial» supera toda «inconmensurabilidad» y toda «complejidad»» (págs. 12 y 30). Tal experiencia es indeducible de cualquier otra y sólo se puede intentar describir en sus rasgos más esenciales. «Tres son las palabras decisivas de este lenguaje elemental que constituye el logos de la experiencia humana» (pág. 33): a) «El sacramento, como signo visible, se constituye con el hombre en cuanto ‘cuerpo’, mediante su ‘visible’ masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo y sólo el cuerpo, es capaz de hacer visible aquello que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios y, así, llegar a ser un signo» (citando al Papa, pág. 33-34); b) «La persona, asumida como sujeto sui iuris et alteri incommunicabilis, se revela como originariamente constituida por y destinada a la communio personarum. Se anuncia así la segunda palabra que expresa el lenguaje de la experiencia elemental: hombre-mujer» (pág.37); c) «Del lenguaje de la experiencia elemental hombre-mujer se anticipa el tercer vocablo decisivo: la relación persona-comunidad. En efecto, hombre-mujer constituyen la forma más elemental de societas, precisamente porque atestigua cómo el ser humano existe en cuanto generado y, por ello, crece en una relación de pertenencia con un lugar de origen... La relación es el lugar eminente de la libertad, cuando se la piensa como re-conocimiento, es decir, como vínculo entre personas libres, en tensión continua hacia el ideal de la gratuidad» (pág. 40). Estos tres rasgos de la experiencia elemental son los que permiten volver a poner al ser humano en el centro de la cultura actual, respondiendo a la pregunta puesta por el Creador a Adán ¿dónde estás? y haciéndose cargo de los interrogantes objetivos abiertos por el pensamiento contemporáneo en el horizonte del dominio, que parece ya absoluto, del sujeto tecnocrático (cfr. págs. 29-30). La primera afirmación es el conocimiento de la persona a partir del hecho irreductible de que
el ser humano actúa. «El acto constituye el momento particular en que se revela la persona, experimentamos el hecho de que el hombre es persona, de lo cual nos convencemos porque realiza acciones. En la medida en que crece la necesidad de comprender al hombre como persona única en sí misma e irrepetible y, sobre todo –en este dinamismo propiamente humano del actuar (del acto) y del acontecer–, en la medida en que crece la necesidad de comprender la subjetividad personal del hombre, la categoría de experiencia adquiere su pleno significado» (citando Persona y Acto, pág. 30). Todo ser humano es una respuesta a la pregunta del Creador ¿dónde estás? y debe decidir en cada acto de libertad. Es la historia el lugar donde resuena esta pregunta y donde se responde. «Para la revelación judeo cristiana, la historia comienza con la acción de Dios Creador que entra directamente al escenario del drama para suscitar e implicar a todos los demás ‘agonistas’ en relación al ‘proto-agonista’ Jesucristo» (pág. 31). Mons. Scola señala en esta dimensión la total convergencia entre el pensamiento filosófico de Karol Wojtyla y teológico de Urs von Balthasar. «La manifestación plena del triple carácter originario de la experiencia elemental se da en la revelación que Jesucristo (Persona) hace de la Trinidad (comunión de Personas) a través de la Iglesia (pueblo nuevo)» (pág. 32). El texto compara bellamente estas afirmaciones teológicas con las expresiones poéticas de Karol Wojtyla que condensan estas intuiciones fundantes de la experiencia elemental y originaria de lo humano. El texto de Mons. Scola está dividido en tres partes e incluye dos apéndices. En la primera parte, de la que toma nombre el libro completo, se resumen los rasgos ya señalados de la experiencia elemental a través de dos textos: « El fin del sujeto o ¿la nueva centralidad del hombre?» y «Experiencia y fe». Ambos tratan de describir los trazos esenciales de la antropología cristiana desarrollada por el Papa. La segunda parte, «El acontecimiento de Jesucristo y la libertad humana» reseña algunos de los temas fundamentales del magisterio de Juan Pablo II, especialmente la relación entre verdad y libertad y el cristocentrismo trinitario característico de las tres grandes encíclicas dedicadas a las Personas de la Santísima Trinidad (Redemptor hominis, Dives in misericordia y Dominum et vivificantem). Se cierra esta parte con un artículo sobre la estatura moral del hombre en Cristo, como comentario a la Veritatis splendor. La tercera parte está compuesta de dos capítulos, el primero dedicado a las aportaciones del obispo Karol Wojtyla a las discusiones del Concilio Vaticano II y que se sintetizan en la expresión La Iglesia que surge de la persona, y el segundo, dedicado al novedoso planteamiento antropológico de la relación esponsalicia constitutiva de lo humano en su realidad hombre-mujer. Mons. Scola ha visto siempre ambos temas íntimamente
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relacionados, de modo que la dimensión comunional originaria de la relación hombre-mujer no sólo tiene una dimensión propiamente antropológica, sino también eclesiológica. En el No 26 de HUMANITAS tuve el gusto de hacer también la recensión de su libro El misterio nupcial, donde desarrolla profundamente esta renovada dimensión del magisterio pontificio. Finalmente, el texto incluye dos interesantes apéndices: un análisis del discurso del Santo Padre en el santuario de Loreto de 1985, marco de referencia de la pastoral de la Iglesia italiana y un análisis de la homilía en el acto jubilar penitencial que constituyó la memorable jornada del perdón. Sostiene Mons. Scola que en ambos casos se expone la visión wojtyliana de la experiencia humana elemental in actu exercito. Mons. Scola ha tenido siempre la íntima convicción de que las enseñanzas de Juan Pablo II, su lectura del misterio del hombre y de la historia en perspectiva cristológica y su visión de la historia como el lugar donde se juega diariamente la libertad humana que nace de la contemplación de la verdad, y de la que nace la profunda vocación mariana del Santo Padre, tienen una estatura epocal, es decir, no sólo renuevan el peregrinar de la Iglesia en la historia actual, volviéndola renovadamente sobre su fuente, sino que ofrecen a todos los hombres, creyentes y no creyentes, una visión de la dignidad humana que es verificable en su experiencia más personal y cotidiana. Juan Pablo II pertenece a la Iglesia, pero pertenece por igual a toda la humanidad. El texto que comentamos es de ello un elocuente testimonio.
ción del Clero, ha coordinado la edición en la que, de algún modo, los grandes de la tierra responden al mensaje que les dirigió Juan Pablo II el 4 de noviembre de 2000 con ocasión del Jubileo. «Nuestro querido Papa –escribe el tenor Luciano Pavarotti– es un ejemplo extraordinario de caridad y de fe. Lo que siempre me ha impresionado de su Pontificado es su inagotable disposición a llevar el Evangelio a todas las partes del mundo, como un verdadero apóstol; ni siquiera el sufrimiento físico de los últimos años le ha impedido ejercer su misión hasta el fondo». Por su parte, Seyyed Mohammad Khatami, presidente de la República de Irán, declara: «He visto en las palabras del Papa serenidad y certeza. La serenidad que está presente en las palabras de los verdaderos creyentes en Dios y en el mundo sobrenatural y de los religiosos animados por una fe auténtica. Después de un coloquio más bien variado, le dije: ‘Le ruego que pida por mí’. Él respondió: ‘Tenemos que rezar el uno por el otro’. Estas palabras son el signo de esa espiritualidad de la cual todos tenemos necesidad: ninguno de nosotros puede pasar sin oración y sin el íntimo coloquio con la Fuente de la Existencia».
Pedro Morandé Alberto Fijo Juan Pablo II y los grandes de la tierra Tommaso Stenico Traducción: Juan Gil Aguilar Edibesa / Giacomo Pezzali Editore, Madrid, 2002 253 págs.
Este hermoso volumen, profusamente ilustrado, recoge declaraciones de personajes relevantes de la política, artistas y líderes religiosos que han conocido a Juan Pablo II y quieren dejar constancia de su aprecio por la figura y el mensaje del Papa. El libro es una iniciativa de Giacomo Pezzali, con motivo del 80 cumpleaños de Juan Pablo II, e incluye los testimonios de personajes como Mandela, Khatami, Annan, Gorbachov, Havel, Castro, Loren, Sordi, Pavarotti, Carreras, entre otros. Pezzali ha producido las películas De un país lejano: Juan Pablo II y Hermano de nuestro Dios, inspirada en una pieza teatral escrita por el joven Karol Wojtyla en los años 40. Mons. Tomasso Stenico, que trabaja en la Congrega-
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Repensar la Universidad. La universidad ante lo nuevo Alejandro Llano Eunsa, Madrid, 2003 131 págs.
Alejandro Llano fue rector de la Universidad de Navarra y es cate-
drático de Metafísica. En los últimos años es cada vez más conocido por sus obras de pensamiento y divulgación filosófica (Humanismo cívico, El diablo es conservador, La vida lograda...). En sus libros adopta un tono directo, polémico, provocador. Sin pedanterías ni rigores de escuela, asume la tarea del intelectual comprometido. Y como buen intelectual, molesta. Quien lea el libro como una guía para enjuiciar las reformas universitarias españolas, no lo encontrará satisfactorio. Llano pone el acento en que los problemas de la Universidad son más profun-
La Creación y las Ciencias Naturales: Actualidad de Santo Tomás de Aquino William E. Carroll Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003 130 págs.
dos que los defectos de organización o financiación a los que se refiere compulsivamente el debate público. Habla de la Universidad como sismógrafo de la capacidad de adaptación de la sociedad ante lo nuevo. El ejemplo de mayo del 68 es claro: la última revolución moderna –y la única que ha triunfado– comenzó en la Universidad, y ha revelado la incapacidad de la ideología moderna para producir verdaderas novedades (los jóvenes revolucionarios metidos a hombres de sistema son un ejemplo). La Universidad, «comunidad de investigación y aprendizaje», no se deja comprender fácilmente por los reduccionismos conservadores o progresistas. Hoy día lo decisivo ha dejado de ser la habilidad para repetir procedimientos, o para acumular datos: ahora prima el conocimiento (la formación, la sabiduría) sobre la información. Y una formación meramente técnica o repetitiva –como la que se ve a menudo en las aulas, fruto de la inercia de profesores y alumnos– no puede alumbrar mentes creativas. Mucho menos puede lograrse en comunidades investigadoras esterilizadas por el localismo y el conservadurismo del propio puesto, incapaces de desplegar un esfuerzo investigador que integre la aportación de las jóvenes generaciones, o de colaborar con la comunidad universitaria universal. Llano secunda la sugerencia de MacIntyre de crear universidades con una clara identidad intelectual y moral, para no falsear el diálogo entre las distintas tradiciones. El conocimiento –explica Llano– es siempre novedoso, imprevisible; y no puede improvisarse. Por eso, una de sus propuestas fundamentales para el universitario es la adecuada simbiosis entre la utilización de las nuevas tecnologías –que liberan la atención de muchas tareas hoy automatizadas– y la sólida formación humanística. Porque la fuente de toda novedad es la persona, su libertad. Asumido el grave diagnóstico cultural que traza Llano, se agradece la esperanza («no el optimismo bobalicón») que destila este universitario, que deja traslucir que ha tenido momentos de profundo desánimo. El libro está escrito como con prisa, y es por eso muy denso de juicios sobre el momento cultural y filosófico. Pero no por eso pierde Llano el pulso de la redacción, que nunca es enrevesada. Ricardo Calleja Rovira
El libro reúne, en versión corregida y anotada, un conjunto de
conferencias que el profesor estadounidense dictara hace dos años en distintas universidades de Santiago, gracias a una invitación hecha por la Facultad de Ciencias Biológicas de esta universidad. Reputado historiador de las ciencias, Carroll es actualmente Aquinas Tutorial Fellow in Theology and Science en el Blackfriars College de la Universidad de Oxford, y acaba de estar nuevamente en nuestro país dictando un Curso en la Universidad de los Andes sobre ‘Galileo y la Inquisición’. Si hubiese que proponer un segundo subtítulo a este útil e interesante libro sugeriría: ‘Un ejercicio de sensatez’. En efecto, el libro recorre de modo claro, ameno y documentado, varios de los temas más espinudos de nuestro debate cultural actual, acerca de las relaciones entre ciencia, filosofía y religión. El affaire Galileo, el evolucionismo darwiniano, el big bang, son los temas que el autor examina con lucidez y ecuanimidad, haciéndonos conocer de manera concisa pero informativa, una amplia gama de autores contemporáneos que solemos conocer de oídas, pero a los cuales no siempre tenemos acceso directo. Dejándose guiar por el conocido lema de Maritain, ‘distinguir para unir’ , Carroll se lanza a una documentada y amena discusión con autores tan diversos como Stephen Jay Gould, Daniel Dennett, Michael Behe, Richard Dawkins o Stephen Hawking. El autor sortea con éxito el riesgo del eclecticismo o del concordismo fácil gracias a que detrás de todas las discusiones reaparece una y otra vez la tesis central del libro, ya sea para exponerla, fundamentarla o verificarla. Contrariamente a un relativismo historicista o a visiones rupturistas, Carroll piensa que es posible discernir una continuidad en el desarrollo de la ciencia, desde los griegos hasta nuestros tiempos. Percibir esta continuidad, sin embargo, exige un esfuerzo de discriminación epistemológica. Reconocer que cada disciplina tiene su modo propio de investigar, no niega la unidad radical de la realidad. De esta forma, la naturaleza puede ser legítimamente el objeto de estudio de las ciencias naturales, la filosofía de la naturaleza, la metafísica y la teología, en el respeto mutuo de las respectivas autonomías metodológicas y epistemológicas. Cuando la filosofía estudia el tema de la creación, lo hace desde una
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perspectiva existencial que conceptualiza la causalidad en términos de surgimiento y de mantención en el ser. Una visión de este tipo es compatible con las más diversas conceptualizaciones científicas, supongan éstas un comienzo temporal del universo, al modo de ciertas teorías del big bang, o una existencia desde siempre al modo aristotélico. Creatio non est mutatio repite nuestro autor siguiendo el adagio latino, para mostrar que una cosa es la conceptualización científica del origen del hombre o del universo, la cual no puede sino pensarse en términos de cambio, y otra es la conceptualización filosófica que apunta a la dependencia en el ser, y debe pensarse por lo tanto en términos ontológicos o metafísicos. El científico estudia el cambio originario en términos de causalidad material y eficiente, el filósofo incorpora la causalidad formal y final. Dicho de otro modo, la causalidad para el científico indica consecuencialidad predecible, mientras que para el filósofo dependencia ontológica o metafísica. El autor sostiene, al apoyo de numerosos textos y ejemplos, que una consideración desprejuiciada y actualizada del pensamiento de Tomás de Aquino permitiría resolver buena parte de los falsos dilemas planteados como consecuencia de un cierto cientifismo, que niega o desconoce la posibilidad de saberes distintos pero complementarios. La consideración tomista permitiría no sólo hacer la parte entre lo que corresponde a la ciencia natural y lo que corresponde a la filosofía, sino también incorporar la perspectiva teológica y religiosa, tantas veces caricaturizada como per se contraria o incompatible con la ciencia. Carroll muestra y sostiene que en el confuso y lamentable affaire Galileo, sólo se vieron oficialmente comprometidos aspectos disciplinarios y no doctrinales, y que buena parte si no todos los malentendidos habrían podido ser evitados remitiéndose a Agustín y Tomás de Aquino. Este expediente hubiese permitido mejor comprender –en expresión de un cardenal contemporáneo de Galileo– que el objeto de la Biblia es de mostrar al hombre cómo ir al cielo y no cómo va el cielo. No debe esperarse en este libro una discusión exhaustiva y menos una respuesta acabada a los problemas filosóficos comprometidos en temas como la creación del mundo y el origen del hombre. El autor se muestra advertido de esas discusiones pero no son por el momento su objetivo. Más bien este útil trabajo nos enseña, a la luz de diversas experiencias, y a fin de no malgastar esfuerzos en discusiones sin sentido, cómo no deben ser conducidas estas tentativas. Alejandro Serani
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Preparados para la guerra. Pensamiento militar chileno bajo la influencia alemana 1885-1930 Enrique Brahm Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, 2003 157 págs.
El desarrollo del gobierno militar volcó las miradas hacia el
papel del ejército en la vida política del país. En todo el continente los ejércitos han sido actores políticos de magnitud, con mayor o –generalmente– menor fortuna. Se pensaba que Chile era un caso «excepcional»; después, ha sido moneda corriente burlarse de esta imagen. Sin embargo, mirando a la totalidad del desarrollo republicano, habría que preguntarse si esa imagen no tiene mucho de verdad. En todo caso, desde 1973 han aparecido varios trabajos sobre la «prusianización» del ejército chileno, para explicar sus presuntos rasgos autoritarios, que se suponen mayores que en sus contrapartes latinoamericanas, cuando no explicar un militarismo particular, de la «Prusia de América del Sur». Su resultado ha sido dispar, destacando las obras de Sater y Herwig, que intentan demostrar el «fracaso» de la misión alemana en Chile, simbolizada por Emilio Körner; y la más reciente de Roberto Arancibia, que estudia detalladamente las misiones chilenas en Ecuador, El Salvador y Colombia, que en cierta manera reprodujeron la de Körner en Chile. El mérito de Enrique Brahm es entregar un detallado análisis, con cabal estudio de las fuentes chilenas y de la literatura alemana sobre historia militar, aunque no acometió lo mismo con las fuentes alemanas. Así emerge una historia militar más moderna. Se supera tanto la antigua historia militar, de campañas, batallas y jefes; como los estudios que estaban más enfocados hacia lo que se podría llamar una «sociología política» de los militares. Brahm se encarga de colocar un contexto mayor, sin perder la especificidad de lo militar. Los asesores alemanes vinieron a Chile como parte de una gran reforma que sucedía no sólo en Chile ni exclusivamente en el mundo latinoamericano, sino que era parte de la «profesionalización» de la carrera de los oficiales. La espectacularidad de los triunfos alemanes du-
rante la unificación, como la influencia benévola de Alemania en otras esferas de la vida chilena, hicieron que los chilenos no dudaran en mirar hacia Berlin. Con todo, no debe exagerarse la influencia militar germana, ya que en lo más fundamental, terminó en 1914 con la Primera Guerra Mundial. Por otro lado, como fue un acto casi refundacional del ejército chileno, su huella fue más poderosa que la de una simple misión. Brahm va probando lo profundo que en ese momento fue el modelo alemán para conformar no sólo las formas, sino que las doctrinas, la organización, estrategia, y lo que hoy se llama la «cultura militar», en el ejército de Chile. Esto le daría a Chile un aire agresivo, sobre todo en nuestro continente, alimentado por el recuerdo de la Guerra del Pacífico. En 1933, el general Carlos Sáez decía que todo «en la naturaleza vive en medio de una lucha constante a inconmensurable distancia de la paz perpetua soñada por los idealistas. La lucha es una condición de la vida». Podría sonar a belicismo germano. Habría que añadir que expresiones parecidas eran comunes al lenguaje militar de muchos ejércitos del mundo en esa época. Por ello, acertadamente Brahm culmina el libro con el hecho de que Chile y Argentina –país también influido por una misión alemana– a pesar de estas similitudes, no fueron a la guerra en el cambio de siglo. La pura cultura militar no explicaba toda su política. Las naciones europeas, en cambio, acometieron un cuasi-suicidio en 1914, con consecuencias que todavía perduran. Joaquín Fermandois Jacques Maritain Piero Viotto Città Nuova, Milano, 2003 477 págs.
C on su habitual y sabia modestia, sin arrogarse «lo pro-
pio», para dejar hablar a nuestro maestro Jacques Maritain, el filósofo y educador italiano Profesor Piero Viotto, nos presenta, con particular fidelidad, al filósofo francés en su obra; en toda su obra. Sin privilegiamientos impropios –y a menudo ideológicos, al respecto– Piero Viotto, en su estupenda selección de textos, nos presenta sin más al verdadero y propio Maritain. En su libro, modestamente calificado de «Diccionario», el autor italiano recorre fielmente la abundante y variada obra del filósofo cristiano por excelencia de nuestro tiempo, y por qué
no decirlo, para nuestro tiempo. Logra estupendamente lo que se propone y enuncia en su Introducción al libro que consideramos: hacer «una reconstrucción orgánica de las reflexiones maritainianas en la estructura lógica de su elaboración». Humanismo integral, la obra de Maritain de 1936 (¡tan fuertemente incomprendida, política o ideológicamente instrumentalizada y, así, asumida en desmedro de «todo lo demás»!), está presente en su núcleo originario: Problemas espirituales y temporales de una nueva cristiandad (1933). Pero esa magistral obra de filosofía de la cultura y de la historia (y no, primero de filosofía política...), supone en el discípulo de Santo Tomás de Aquino (y de Aristóteles), una filosofía moral («adecuadamente tomada» al decir de Maritain), una propia antropología, una auténtica metafísica, y aún una teología cristiana «certificada» por la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Desde este fundamento, la obra de Jacques Maritain se proyecta con profundidad, además (como lo muestran los textos elegidos por el filósofo italiano), en ámbitos tales como la educación (en el que sobresale el mismo Piero Viotto), el arte, y la misma teología. Por mucho que Maritain se negara a reconocerlo, fue, sin duda, un eximio teólogo, como lo recordara el Padre y luego Cardenal Charles Joumet. Y Dios permite el mal, Liturgia y Contemplación, De la gracia y de la humanidad de Jesús, capítulos fundamentales de Los Grandes del Saber , entre otras obras, testimonian de ello. Al mismo tiempo, la metafísica del conocimiento y la epistemología (como lo asumen Yves Simon y Henri Bars), además de sus obras específicas, atraviesan toda su filosofía. Al punto que el P. Bars lo definió como «el filósofo de la inteligencia» (por excelencia). Es todo esto, en armónica integridad lo que el excelente libro de Piero Viotto nos muestra. Queda clarísimo a través de sus páginas, que Jacques Maritain, eximio filósofo e hijo fidelísimo de la Iglesia (desde su conversión, junto a Raissa su mujer, por León Bloy), fue un gran señor del espíritu y una «lumbrera de la cristianidad», para decirlo con el Cardenal Cerejeira. Fernando Moreno Valencia
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Idea cristiana del hombre. Simposio del Instituto de Antropología y Ética de la Universidad de Navarra. Eunsa, Pamplona, 2002 440 págs.
El libro, que recoge trabajos presentados en un seminario sobre fe cristiana y cultura contemporánea realizado en la Universidad de Navarra, está dividido en dos partes: «medida del hombre» y «desafío ante el mundo». Abre el volumen Josef Seifert, de la Academia Internacional de Filosofía, con un diagnóstico de la situación actual de violencia que vive la humanidad; de ahí pasa a analizar la dignidad del hombre, bajo cuatro aspectos: dignidad de la sustancia humana, de la personalidad despertada, de la vocación personal y dignidad como un don para el hombre. Francesco Botturi, de la Universita del Sacro Cuore de Milán, centra su estudio en un fenómeno, que juzga relevante en la cultura occidental contemporánea: la escisión que se ha producido entre las dimensiones racional y afectiva del hombre. Por su parte, Lluis Clavel, de la Pontificia Universita della Santa Croce de Roma, dedica su ponencia a la libertad del hombre. Estos tres autores ejemplifican su pensamiento filosófico con observaciones de la sociedad moderna. El cuarto escritor, José Ignacio Murillo, de la Universidad de Navarra, dedica toda la exposición a un tema científico: la neurobiología, en concreto el estudio del cerebro. Se analizan algunas teorías que ven al pensamiento como una mera emanación de la materia, confrontándolas con la tesis que supone la presencia del espíritu en la naturaleza humana. Las ponencias de la segunda parte se refieren al desafío ante el mundo de la idea cristiana. Richard Schenk, O.P. de la Escuela Dominicana de Filosofía y Teología de Berkeley, se pregunta: el trabajo «¿es la corrupción o la perfección del ser humano?». Rafael Alvira, de la Universidad de Navarra, discurre sobre el problema sociopolítico del cristianismo actual y Lawrence Dewan, O.P. del College domi-
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nicano de Ottawa, analiza lo natural y lo sobrenatural en la sabiduría y la vida humana. En ambos grandes capítulos abundan las comunicaciones de muy variados intereses: la perspectiva personalista de Jean Mouroux y de M. Nedoncelle, la «divinohumanidad» de Soloviev, la libertad en Gabriel Marcel, a propósito del desafío ante el mundo; se presenta la «paciente espera» de Marisa Medieri, la ética de von Hildebrand y apuntes sobre la teoría de los valores de H.Maslow. Estos son solamente algunos de los muchos temas que se tratan, a los que habría que agregar las preguntas del público y la síntesis de las respuestas. Cuidadosamente editado, el libro significa un aporte para los estudiosos de filosofía y en general, para todos los interesados en fe cristiana y cultura contemporánea. Elena Vial Testigos de esperanza Monseñor F. X. Nguyen Van Thuan Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires, 2001 256 págs.
Esta obra del arzobispo vietnamita Cardenal Van Thuan, fallecido ex Presidente del Consejo Pontificio de Justicia y Paz, es la transcripción del retiro que éste hizo a la Curia Romana, a petición del Santo Padre, en la Cuaresma del año 2000. La vida y la personalidad de Monseñor Van Thuan tienen mucho de extraordinarias. Heredero de catorce generaciones de vietnamitas convertidos al catolicismo en el año 1698, las tradiciones de su cultura le permiten conocer detalladamente estos datos, y los nombres de todos sus antepasados, algunos de los cuales murieron mártires. Cuando era niño, su madre se encargaba de transmitir y grabar en su mente infantil este pasado, sólido fundamento de la fe religiosa, de la cual daría pruebas heroicas más tarde. Era arzobispo coadjutor de Saigon cuando Vietnam cayó definitivamente en manos del comunismo. Pocos meses después fue arrestado y vivió 13 años en prisión, 9 de ellos en duro régimen de aislamiento. Se trata pues de un testigo en el sentido plenamente cristiano de la palabra. Su personalidad, transparentada a través de estas homilías destinadas a la más alta jerarquía de la Iglesia, es la
de un hombre muy sincero, que puede relatar pasajes de su experiencia heroica, con humilde sencillez. La solemnidad de la ocasión no le impide tampoco manifestar su sentido del humor; como en el sermón en que predica sobre los «defectos de Jesús»: tenía mala memoria, ignoraba las matemáticas, carecía de criterio económico, etc. Todo ello por exceso de amor. Pero este estilo no excluye la profundidad espiritual de su autor. Hay mucho contenido en cada uno de los sermones que conforman los capítulos del libro. Y con frecuencia, frases ejemplarizadoras. Recordando a unos seminaristas que en cierta ocasión le pidieron que les dejara una consigna para el apostolado, monseñor Van Thuan les contestó: «Si seguís a Jesús, la gente os seguirá». Notable contraste con algunas corrientes contemporáneas que han intentado, sin éxito, hacer el Evangelio con el pretexto de más «humano», menos exigente, incluso más mundano. Para el Cardenal Van Thuan, por el contrario, la radicalidad de la fe católica es evidente e irrenunciable. Lo prueba, en una de sus homilías, llamando la atención incluso sobre la frecuencia con que los términos «todo», «totalmente», «hasta el extremo», «sed perfectos», etc. Figuran en boca de Jesús, en los textos evangélicos. El autor insiste mucho también en el tema de la comunión eclesial: «Sueño con la Iglesia del tercer milenio como Casa que custodia la presencia del Dios vivo, como Ciudad santa que baja de lo alto; no como un conjunto de piedras esparcidas, sino como una construcción articulada y armoniosa». Ningún católico sincero y espiritualmente formado puede dejar de compartir este sueño. Pero para lograrlo nos hace falta arraigar nuestra religión en la Comunión de los santos, y su vínculo, la Gracia santificante, temas que se abordan hoy día muy raramente en la prédica destinada a los fieles. Y esa prescindencia empobrece nuestra fe. Haría falta insistir en estos temas esenciales. Ut unum sint –«que sean uno»– pidió Cristo en la Oración Sacerdotal. Pero esa unidad no es social ni política. No es un acuerdo. Es la acción directa del Espíritu Santo en las almas, operando a través de la Gracia. Se puede decir por ello que Testigos de esperanza es un libro sencillo, pero capaz de suscitar inquietudes, y de calar en forma muy honda en las necesidades vitales de la Iglesia contemporánea.
La autora de esta publicación realizó estudios de escultura e historia del arte en la Academia de «San Fernando» en Madrid. Paralelamente a sus actividades artísticas, ha trabajado en diversas actividades apostólicas y de sensibilidad social, entre las cuales destaca el Centro de Ex Alumnas del Colegio Sagrado Corazón de Alameda. También ha incursionado en la poesía y literatura en los talleres de Rosa Cruchaga y Gonzalo Contreras, respectivamente. En 1997 publicó su primer libro «El Santo Rosario y otras oraciones al Señor y a la Santísima Virgen». La obra, de 512 páginas, es fruto de una larga y acuciosa recopilación que permite al lector encontrarse con las diversas formas en que a lo largo de la Historia de la Iglesia los pastores y fieles han enseñado y meditado acerca de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Este libro no pretende ser un tratado de teología, ni una historia de la Iglesia; su autora recoge las enseñanzas oficiales del Magisterio de la Iglesia sobre la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, como igualmente las revelaciones aceptadas por la Iglesia con que el Señor ha querido mostrar a sus Santos, los tesoros infinitos de su misericordia, haciendo llamados apremiantes a una vida de conversión y de esperanza en el Amor. María Loreto Marín, nos muestra a través de su obra cómo la devoción al Sagrado Corazón va mucho más allá de una teoría o una doctrina espiritual o de ser un suceso más en la historia de la Iglesia. Es una práctica diaria que nos hace vivir con los fundamentos de un verdadero cristiano comprometido, con actitudes ejecutoras unidas al centro mismo de nuestra obligación como bautizados, como así la consagración a Él y a la reparación de nuestros pecados.
Gisela Silva Encina
Gustavo Villavicencio
Un manantial de amor y misericordia: el Sagrado Corazón de Cristo María Loreto Marín Estévez Editorial Trineo, Santiago, 2002 512 págs.
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«Mi vida es Cristo». Entrevista con el fundador de los Legionarios de Cristo y del Movimiento Regnum Christi Jesús Colina Logos, México, 2003 289 págs.
Presencia en Chile del Colegio americano de cirujanos (American college of surgeons) Dr. Lorenzo Cubillos Osorio Centro de Documentación e Investigaciones Históricas, Santiago 2003 104 págs.
El libro Presencia en Chile del Colegio Americano de Cirujanos
(American College of Surgeons), cuyo autor-editor es el Prof. Dr. Lorenzo Cubillos Osorio, nos permite reencontrarnos con la historia de la cirugía chilena. A través de una magnífica síntesis de la historia de los grandes maestros de la cirugía que crearon en Chile la escuela quirúrgica nacional, a muchos de los cuales tuvimos el honor de conocer y de compartir en congresos de la especialidad quirúrgica, nos ha permitido recordar períodos en la formación de todo cirujano. El Dr. Cubillos, a través de un relato ameno y muy bien documentado de las principales figuras quirúrgicas del siglo XX, nos permite asistir al desarrollo de una sociedad quirúrgica formada por una elite de cirujanos que nos tocó presidir en un momento de su desarrollo. Es indudable el aporte que el Capítulo Chileno del American College of Surgeons ha hecho a la cirugía nacional en sus cincuenta años de existencia en el país y que el autor del libro lo señala muy bien en esta magnífica edición. Los objetivos de la sociedad madre americana, adoptadas por su filial nacional, de apoyar a la docencia en la formación del cirujano, establecer y promocionar normas éticas en el ejercicio de la profesión quirúrgica y la acreditación de centros hospitalarios que permitan una adecuada atención del paciente y de la docencia, han marcado en nuestro país el ejercicio de la cirugía. El Dr. Cubillos a través de este libro ha hecho un aporte real a la reafirmación de estos principios al permitirnos con su lectura comprender el valor del cirujano como persona al servicio del enfermo, quien es el motivo de nuestro quehacer profesional. Éste es un libro que debiera formar parte de la biblioteca de todo cirujano, por el valor histórico y conceptual que tiene. Dr. Juan Arraztoa Elustondo
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Muchos periodistas lo habían intentado antes y ninguno lo había
conseguido. Entrevistar al padre Marcial Maciel, L.C., preguntarle durante horas el porqué y el cómo de su vida, de la fundación de la Legión de Cristo y del movimiento «Regnum Christi», de lo que se dice de él, de sus realizaciones. El periodista Jesús Colina lo logró y acaba de publicar su libro, que titula: «Mi vida es Cristo». No fue fácil convencerle para que accediera a la realización de estas entrevistas que han hecho posible este libro. Pero, una vez que dio su sí, no ha faltado a la cita, explica Colina en su introducción. El padre Maciel ha abierto de par en par su corazón y por primera vez comparte con el público sus recuerdos de la guerra cristera, del amigo de infancia, José Sánchez del Río, cuyo martirio presenció a los 8 años de edad... Nos cuenta sobre su vida, sobre su vocación y los avatares de la fundación, desde sus años de seminario, los primeros pasos de la Legión de Cristo en la ciudad de México, su posterior traslado a Comillas, España, y después a Roma, hasta la definitiva aprobación pontificia para la congregación. Y habla también de los momentos más difíciles por los que pasó la Legión de Cristo entre los años 1956 y 1959 que le acarrearon incluso el destierro de Roma. Jesús Colina le plantea en este libro cuantas inquietudes escuchamos a diario en quienes se preguntan acerca de «el fundador de los legionarios», o se interesan por saber algo más sobre el Movimiento Regnum Christi. Le pide que exponga su propia visión acerca de los grandes interrogantes de la Iglesia y del mundo actual. Le cuestiona con franqueza y de modo muy directo dudas e inquietudes que cualquier observador externo puede tener. Y el padre Marcial Maciel sin eludir ninguna, ha respondido con una sinceridad y espontaneidad desarmantes, dice el mismo autor. El padre Maciel ha abierto al público su alma y su corazón con sencillez, para dejarse conocer tal cual es él. Ha abierto también su pensamiento, su visión sobre el mundo actual, sobre la Iglesia, sobre el futuro. Y ha dicho cosas que jamás le habían escuchado ni siquiera muchos de los suyos. Habla del carisma específico de los legionarios y miembros del «Regnum Christi», de la misión de los laicos católicos en el mundo, de la crisis vocacional posconciliar, de la fecundidad de la
oración y el diálogo interior con el Espíritu Santo, de la necesidad de la obediencia y la disciplina en la vida religiosa y de la vivencia coherente de la caridad cristiana. Y con la misma llaneza responde a preguntas que podríamos considerar atrevidas, como la que se refiere a la formación de la madurez afectiva en los sacerdotes, la que le interroga sobre los votos privados que profesan los Legionarios de Cristo además de los votos de pobreza, castidad y obediencia, o la que quiere saber qué piensa y cuál es su actitud ante las calumnias de que es objeto. El entrevistador, Jesús Colina, hizo realmente bien su trabajo. «Mi vida es Cristo» ha resultado un libro ágil, de los que enganchan la mirada y no permiten soltarlo hasta que se termine. Un libro extraordinariamente humano y al mismo tiempo lleno de esperanza y de profunda espiritualidad, en páginas sencillas y bellísimas. Ensancha el alma leerlo. Es, además, el primero y el único, hasta el momento, de cuanto se haya publicado sobre el padre Marcial Maciel, L.C., que contiene la verdad sobre su vida, su pensamiento y su obra, y que refleja con autenticidad la personalidad humana y sacerdotal del fundador de la Legión de Cristo y del Movimiento de apostolado Regnum Christi.
Animadores. Un proyecto de vida
Los autores de este libro son dos destacados docentes argentinos, con una vasta experiencia en el trabajo con jóvenes a nivel de Iglesia. Esta publicación de 156 páginas nos entrega de manera dinámica y entretenida subsidios para el trabajo catequístico en la parroquia, como para las clases de religión. El libro incorpora experiencias personales de los autores, docentes, sacerdotes y religiosos que se han transmitido por tradición oral, por boletines parroquiales y por documentos fotocopiados que han sido cuidadosamente recopilados e incluidos en esta publicación, que ya se encuentra en su segunda edición corregida y aumentada. La formación de dirigentes cristianos es hoy una tarea ineludible e impostergable dentro de nuestra Iglesia Latinoamericana; es por eso que «Animadores» resulta un interesante material de apoyo para los educadores en la fe del siglo XXI.
P. Donald O’Keeffe, L.C.
Pbro. Gustavo Adolfo Sánchez
Néstor Colombo y Mónica Silva Peralta Editorial Bonum, 2002, Buenos Aires 156 págs.
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Séptimo Arte En estas páginas se incluye una completa ficha de cada película, con los datos técnicos y artísticos más relevantes, una orientación sobre el público más apropiado y un comentario acerca del tema de la obra y su relación con otras producciones del mismo autor, cuando las haya. Adradecemos la colaboración de los críticos de cine Jerónimo José Martín, José María Aresté, Pedro Antonio Urbina y Fernando Gil-Delgado, quienes con su amplia experiencia en el tema, colaboran en esta sección. Al final de los apartes cine y video se publican las orientaciones de la Fundación Cinematográfica Católica.
COMENTARIO SOBRE CINE MATRIX, UNA LECCIÓN DE ANTROPOLOGÍA
Juan José Muñoz García (Segovia, 1967), autor de «Cine y misterio huma-
no», considera que el cine sigue siendo un instrumento privilegiado de comprensión del ser humano. El profesor Muñoz se vale de la película Matrix para razonar sobre algunas tendencias del pensamiento actual: «Hay muchos en nuestra época posmoderna que se conforman con un pensamiento débil: meras opiniones o simples datos. Afirman, como Cifra en Matrix, que la ignorancia es la felicidad». El cine nos explica cómo es el ser humano, advierte Muñoz, que en estas declaraciones a Zenit define el cine como pedagógico y «el principal cuenta cuentos» de nuestros días. Juan José Muñoz es profesor de antropología y ética en el área de comunicación del Centro Universitario Villanueva, adscrito a la Universidad Complutense, y también es docente de filosofía en el Colegio Retamar.
—¿Qué quiere decir cuando define el cine como el principal antropólogo de nuestros días? —Sólo pretendo recordar que todos hemos aprendido en qué consiste ser un buen hijo o un buen hermano oyendo relatos. Gracias a los cuentos asimilábamos qué significa ser persona y cómo debemos desenvolvernos en la vida. Las normas básicas del comportamiento se concretaban cuando oíamos historias y narraciones con moraleja. Cuando crecimos, la literatura cumplió esta función. Clásicos como El Quijote, Crimen y Castigo, La vida es sueño o Enrique V nos mostraban que la grandeza de la vida humana consiste en la capacidad de superación, y en la búsqueda de un significado para la existencia. Leyendo a Shakespeare, por ejemplo, podíamos aprender las consecuencias de los celos desmedidos (Otelo), la duda excesiva (Hamlet) o el afán de
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poder (Macbeth). A esto se unía la suerte de poder contemplar en nuestra vida diaria modelos cercanos que encarnaban los valores por los que merecía la pena vivir. Esta función didáctica del arte se ha dado en todas las culturas. Su éxito estriba en que la vida humana tiene una estructura narrativa. Nos deleita oír historias porque no somos mera biología, también tenemos una biografía, es decir, nuestra vida es un proyecto, un argumento que debe tener sentido. Pero desde hace varias décadas el principal cuenta cuentos es el cine. El séptimo arte ha asumido, en gran parte, el papel antropológico que antaño tenían la literatura y las tradiciones. El cine se ha convertido, como advierte Julián Marías, en una gran potencia educadora. Y si queremos hacer antropología hoy, no podemos prescindir de la gran pantalla. Películas tan dispares como Matrix, Sentido y Sensibilidad, Toy Story, El Señor de los Anillos, Los Miserables, La vida es bella o Despertares son lecciones de antropología implícita, pues nos están diciendo con imágenes qué es el ser humano. Sin embargo, el mundo audiovisual no es suficiente para conocer a fondo el misterio de la persona humana, necesita ser completado con las reflexiones de los filósofos y los teólogos.
—¿Por qué según usted nos ocurre como a Cifra, el personaje de Matrix, que a pesar de sus conocimientos prefiere quedarse anclado en las apariencias y abandonar la lucha por la verdad? —Descubrir la verdad y dejar que nos posea es una aventura que no se realiza sólo con el apoyo de la inteligencia. Como ya advirtieron Platón y Aristóteles, y nos recuerdan los psicólogos de la inteligencia emocional, llegar a la verdad requiere esfuerzo y hábitos éticos. Desgraciadamente hay muchos en nuestra época posmoderna que se conforman con un pensamiento débil: meras opiniones o simples datos. Afirman, como Cifra en Matrix, que la ignorancia es la felicidad. Y acto seguido toman decisiones que atentan contra la dignidad humana, como matar a personas no nacidas o a enfermos terminales, o dan su consentimiento para que se congelen y manipulen embriones humanos. Creo que el personaje de Matrix nos permite observar cómo la verdad y la ética van de la mano. Al negar la primera para quedarse con las apariencias, Cifra niega la segunda y acto seguido traiciona a sus compañeros. Por eso es tan peligroso decir que no hay certezas, sólo opiniones subjetivas, pues de ese modo abrimos las puertas a la voluntad arbitraria del más fuerte (sea científico, comunicador o político). —Así pues, ¿se puede salir de Matrix, es posible huir de la caverna? —Por supuesto. De esta huida ya se habla en La República de Platón, en El discurso del método de Descartes y en La vida es sueño de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681). Por otra parte es una idea básica de todas las religiones que se realiza de
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CINE LA MALDICIÓN DEL ESCORPIÓN DE JADE The Curse of the Jade Scorpion modo efectivo en el cristianismo: las cosas que captamos a primera vista no son la única realidad ni la fundamental, hay algo más allá. Debemos trascender lo inmediato, sin negar su valor relativo, y no ser esclavos de las sensaciones y los instintos. Es posible huir de la caverna, pero necesitamos ayuda para liberarnos de esa esclavitud. Aunque vivimos en una sociedad de culto a la apariencia y a la imagen –un defecto que explotan con éxito la prensa rosa y los reality shows– sabemos que es posible superar las sombras de la caverna platónica porque todo ser humano tiene un afán de trascendencia. Sentimos, como Neo en Matrix, una inquietud que nos lleva a buscar la auténtica realidad. De ahí que una vida volcada en la pura exterioridad dé lugar al vacío más absoluto, a la infelicidad y la depresión. No hace falta más que leer las biografías de algunos famosos para comprobar que nada de lo que nos rodea nos satisface plenamente. Sólo la verdad, el bien y la belleza plenas pueden saciar nuestra capacidad infinita de anhelar y desear. —Con dominio técnico y una buena dosis de humanidad, ¿sale un cine de calidad? —En efecto. Hay ejemplos de ello a lo largo de la historia centenaria del séptimo arte. De hecho las películas que más favor obtienen del público suelen ser aquellas que tienen un gran contenido humano. Y las que analizo en el libro como lecciones maestras de antropología implícita reúnen esos requisitos. Por citar sólo algunos ejemplos: La habitación de Marvin, Solas, Tierras de Penumbra, El aceite de la vida, Cyrano de Bergerac o Canción de Cuna. Creo que para ser creativo no basta con dominar los efectos especiales, las técnicas musicales o la fotografía. El artista plasma ámbitos de vida humana en sus obras y el espectador lo que quiere –aunque a veces parezca lo contrario– es poder contemplar desde su butaca a la persona retratada con fidelidad, no rebajada a la condición de objeto o de animal instintivo.
Guión: Woody Allen Intérpretes: Woody Allen, Helen Hunt, Dan Aykroyd, Elizabeth Berkley, Charlize Theron, Wallace Shawn. Público apropiado: Jóvenes.
Nueva York, 1940. C. W. Briggs (Woody Allen) es el investigador de una
compañía de seguros, un tipo veterano y de amplio recorrido, con legendaria fama de eficiente, meticuloso, singular y mujeriego. Los planes reformadores de Betty Ann (Helen Hunt), la nueva y enérgica responsable de calidad de la compañía, vienen a trastocar la consolidada posición de Briggs. Pero un misterioso robo... El métodico Allen repite comedia y no falla a la cita anual. Tras la buena acogida de Granujas de medio pelo, primera colaboración con la Dreamworks de Spielberg, el director neoyorquino reitera su apuesta por un cine ligero y alocado, predominantemente lúdico y festivo. Allen, a sus 65 años, pisa un terreno que conoce bien (Balas sobre Broadway, Días de radio) y se le nota suelto, menos recurrente que otras veces. Tiene esta película más equilibrio que las dos anteriores (Granujas de medio pelo y Acordes y desacuerdos), que albergaban magníficos tramos pero resultaban irregulares. Allen vuelve a contar con Zhao Fei, responsable de la fotografía en películas de Yimou y Chaige, que aborda su trabajo con el auxilio de un esmerado diseño de producción, habitual en el cine de época de Allen y propiciador de efectos humorísticos de atmósfera. Así, por ejemplo, una cabeza de alce disecado preside una conversación con el cuello girado hacia el escritorio donde se sientan los interlocutores. La frescura de Helen Hunt hace más llevadero el ya muy sabido –y a ratos cargante– personaje (de) Allen. Varios chistes de carcajada, situaciones de un divertido surrealismo, diálogos verborreicos, buen pulso narrativo y menos tics ideológicos de los habituales, llenan los excesivos 103 minutos de este elegante paseo de Woody Allen por la screwball comedy y las películas de ladrones de joyas, mujeres fatales y detectives privados. A. F.
—¿Cómo se supera el recelo de tantos católicos frente al cine? —Les recomendaría que leyeran la Carta de Juan Pablo II a los artistas. En ella se afirma que «la belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente». El cine tiene esa capacidad de «hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu». Es un medio para plasmar el misterio del ser humano «traduciéndolo en colores, formas o sonidos que ayudan a la intuición de quien contempla o escucha. Todo esto sin privar al mensaje mismo de su valor trascendente».
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CÓMO PERDER A UN HOMBRE EN 10 DÍAS
VIDEO
How To Lose a Guy in Ten Days Guión: Kristen Buckley, Brian Regan, Burr Steers. Intérpretes: Kate Hudson (Andie), Matthew McConaughey (Beb), Adam Goldberg (Tony), Michael Michele (Spears). Público apropiado: Jóvenes.
Cómo perder a un hombre en 10 días es una comedia de sabor clásico que habla de cómo nuestros planes son distintos de los planes de la vida, y que los últimos siempre se imponen. Matthew McConaughey y Kate Hudson, que triunfó con Casi famosos, son los protagonistas de esta cinta dirigida por Donald Petrie, del que ya conocimos Miss Agente Especial. A pesar de la falta de pretensiones de la cinta, la verdad es que hace un duro retrato de nuestra sociedad, donde las personas son tomadas como medios y nunca como fines. Cuenta la historia de una periodista que liga con un joven únicamente para hacer un reportaje sobre cómo hacer fracasar una relación en diez días. Lo que ella ignora es que él también la utiliza para ganar una apuesta. En el cálculo de ninguno se contemplaba la posibilidad de enamorarse. Interpretaciones correctas, homenajes a Desayuno con diamantes y una cierta simpatía hacen que esta película, plenamente previsible, se vea con agrado. Es llamativo que el personaje de McConaughey nunca accede a tener relaciones sexuales con ella, a pesar de sus insinuaciones. En fin, un divertimento comercial. J. O.
EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. LAS DOS TORRES The Lord of the Rings. The Two Towers Guión: Frances Walsh, Philippa Boyens, Stephen Sinclair y Peter Jackson. Intérpretes: Elijah Wood, Miranda Otto, Bernard Hill, Andy Serkis, Ian McKellen, Viggo Mortensen, Sean Astin, Liv Tyler, Ian Holm, Christopher Lee, Cate Blanchett, John Rhys-Davies, Hugo Weaving. Público apropiado: Jóvenes.(Desde 12 años)
Tras su magnífica versión de La Comunidad del Anillo, el neozelandés Peter Jackson da el do de pecho en Las Dos Torres, magistral adaptación de la segunda novela de El Señor de los Anillos, y más fresca, emotiva, dramática, divertida y profunda que su antecesora. Jackson sintetiza con habilidad la obra de J.R.R. Tolkien hasta entrelazar con sorprendente fluidez las tramas paralelas que la componen. Todos los nuevos personajes están muy bien caracterizados e interpretados, especialmente Gollum, animado por ordenador a partir de los gestos del actor Andy Serkis. Se introduce así en la historia un espléndido duelo dramático entre la enfermiza ambición de Gollum-Smeagol, la piedad que siente Frodo por él y la desconfianza de Sam, cuya inquebrantable lealtad se torna decisiva. Esta penetrante indagación moral se completa con una mayor atención al tono poético y mítico de los diálogos. Y alcanzan altas cotas de emoción las escenas bélicas, envueltas en un halo de heroísmo. Quien no se quede en la fascinante epidermis visual de la película disfrutará en plenitud con la sugestiva visión del hombre y del mundo que late bajo las poderosas imágenes. J.J.M.
CHICAGO Guión: Bill Condon. Intérpretes: Renée Zellweger, Catherine Zeta-Jones, Richard Gere, Queen Latifah, John C. Reilly, Taye Diggs, Christine Baranski, Lucy Liu. Público apropiado: Jóvenes-adultos. TODO ESPECTADOR Canguro Jack (12 años) / La gran película de Piglet Oye Arnold / X-Men (12 años) ADOLESCENTES (desde los 14 años ) Lugares comunes / Punto y aparte JÓVENES (desde los 16 años) El círculo / El pianista / Enlace mortal / La boda / La hora 25 Matrix 2 / Las confesiones de Schmidt / Locos de Ira / Pi, fe en el caos ADULTOS (desde los 18 años) Cesante / Ciudad de Dios / El ladrón de orquídeas / Fucking Amal Herencia de sangre / Iris / Lejos del cielo ADULTOS CON RESERVAS Cambio de vida / Infidelidad / La cacería / Lágrimas del sol Los debutantes / Piso compartido / Plata quemada / Sexo con amor
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Ambientada en los años de la Depresión, Chicago cuenta la estancia en prisión de Roxie Hart, una chica que desea triunfar en el mundo del cabaret y las candilejas. Un crimen pasional la ha conducido a la cárcel, y allí advierte que la única forma de salir bien librada es ganarse el favor de Billy Flynn, un astuto abogado que gusta del dinero y de la fama.
Chicago, la obra teatral escrita en 1926 por Maurine Dallas Watkins, ha sido llevada al cine en otras dos ocasiones: en 1927 y 1942. En 1975, Bob Fosse, Fred Ebb y John Kander la convirtieron en Broadway en musical de éxito. Ahora llega la adaptación cinematográfica de ese musical, bien respaldada por el éxito el pasado año de Moulin Rouge, prueba de que el género todavía tiene vida, si le dejan. Bill Condon (Dioses y monstruos), autor del guión, parte de una buena idea para insertar en la trama los números musicales que tiran el film: es Roxie, anhelosa de triunfar como cantante, quien imagina sus evoluciones como un espectáculo del que ella es protagonista absoluta. Consigue así escenas brillantísimas, donde las canciones apuntalan el buscado y muy conseguido tono de vodevil. Llama la atención la enorme carga de cinismo de la película. De un modo corrosivo y vitriólico se muestra cómo funcionan unas mujeres y un hombre dispuestos a lo que sea con tal de salirse con la suya. Ya sea engañar al esposo, vender la noticia de un embarazo o asociarse con tu peor enemiga, todo vale para encaramarse a lo más alto del show business. Ejemplar a tal respecto es el número de la rueda de prensa, donde las personas se convierten en marionetas de un guiñol muy particular. Porque la mayor parte del mundo que retrata Chicago es puro circo, vanidad de vanidades; y el eficaz contrapunto lo ponen los «buenos», auténticos perdedores: el marido burlado y la encarcelada convicta inocente. Rob Marshall dirige con soltura los números musicales, donde dominan los fondos minimalistas absolutamente oscuros y los focos apenas recogen otra cosa que las figuras de las sensuales cantantes y bailarinas. Los actores principales, a excepción de Queen Latifah, apenas tenían experiencia musical; pero Renée Zellweger, Catherine Zeta-Jones, Richard Gere, John C. Reilly y compañía han trabajado duro y superan con nota alta la invitación de cantar y bailar. J. M. A.
EL PIANISTA The Pianist Guión: Ronald Harwood. Intérpretes: Adrien Brody, Thomas Kretschman, Frank Finlay, Maureen Lipman. Público apropiado: Jóvenes. (Desde 16 años)
Wladyslaw Szpilman fue un pianista judío que se hizo famoso en la radio
estatal polaca durante los años 30. Cuando las tropas alemanas invadieron Polonia en 1939, Szpilman contaba 27 años. Como los demás judíos, él y su familia fueron desalojados de su casa y recluidos en el mugriento gueto de Varsovia. Cuando comenzó la deportación masiva a los campos de concentración, Szpilman logró salvarse y sobrevivir dentro del gueto. En 1946, escribió sus memorias, pero fueron prohibidas por las autoridades comunistas. En 1999 se publicaron por fin con el título de El pianista del gueto de Varsovia, y gozaron de un enorme éxito, ahora completado con la Palma de Oro que ganó en Cannes la versión fílmica rodada por Roman Polanski, muy alejado esta vez de sus tenebrosas obsesiones.
La primera mitad del film recuerda mucho a La lista de Schindler, aunque sin su rotunda perfección. De hecho, aquí el interés se mantiene gracias a la calidad literaria del guión y a las excelentes interpretaciones de Adrien Brody y el resto del reparto. Lo mejor se concentra en la segunda mitad, en la que Polanski dota de gran emotividad a los singulares encuentros de Szpilman, al paso que reflexiona sobre las grandezas y miserias en uno y otro bando. Esta apertura a la esperanza oxigena la dantesca violencia de la historia, recreada con dureza pero sin sordidez. J.J.M.
TODO ESPECTADOR El Hombre Araña / ET / Harry Potter y la cámara secreta Juego de espías / Lylo y Stitch / Monsters Inc. / No me olvides Scooby Doo con Batman / Yo soy Sam / Volviendo a casa ADOLESCENTES (desde los 14 años ) Ana y el rey / Deuda de sangre / El lado profundo del mar El último día / El Rey Escorpión / La habitación del pánico Miss Simpatía / Mi gran casamiento griego Una mente brillante / Vanilla Sky JÓVENES (desde los 16 años) Construyendo la vida / Chocolate / El diario de Bridget Jones El mosquetero / El último beso / La pareja del año Lo que ellas quieren / Minority report / Moulin Rouge / Titanic ADULTOS (desde los 18 años) 3.000 millas al Infierno / Amén / El silencio de los inocentes Ellen Brocovich / Dragón rojo / Hable con ella La sociedad de los poetas muertos ADULTOS CON RESERVAS Cambio de vida / Fiesta de aniversario Infidelidad / Todo sobre mi madre DESACONSEJABLE El crimen del padre Amaro
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Música Arte y Música según Juan Pablo II POR FERNANDO MARTÍNEZ GUZMÁN
«María, que supo elevar a Dios el Magnificat, el canto de las maravillas y la verdadera felicidad, sea vuestro modelo. Inspirándose en las palabras de este canto, la música ha producido a lo largo de los siglos infinitas melodías y los poetas han desarrollado una vasta y conmovedora antología. La música religiosa construye puentes entre el mensaje de salvación y quienes, pese a no acoger aún plenamente a Cristo, son sensibles a la belleza, porque la belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente» (Juan Pablo II a los Profesores y Alumnos del Instituto Pontificio de Música Sacra, enero de 2001).
El artista Karol Wojtyla Como afirma el profesor Clemens Franken, el Papa Juan Pablo II es un auténtico artista. Esta sensación se hace más cercana al explorar, desde el inicio, la poesía, los dramas y las inclinaciones artísticas de Karol Wojtyla. Según sus biógrafos, cuando sólo tenía 14 años, Karol había fundado con la ayuda de algunos profesores una asociación mariana y se sentía orgulloso de pertenecer a una pequeña compañía filodramática organizada por jóvenes estudiantes, donde él declamaba versos y cantaba con una bellísima voz. El Magnificat, poema escrito en 1939, revela fielmente el mundo espiritual de un joven de 19 años antes de estallar la Segunda Guerra Mundial. El poema es un impactante y maravilloso himno a Dios, lleno de fuerza espiritual, con un texto que reafirma la misión evangelizadora de Karol Wojtyla y que fundamenta su gran sensibilidad artística. En esa época, Wojtyla se define como partidario y defensor del teatro rapsódico, un movimiento que revive los versos y la prosa de los grandes poetas polacos, donde se recitaba al estilo de los antiguos griegos. Wojtyla se considera un sacerdote del arte, con la misión de transmitir a través de su poesía, los más altos valo-
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res para renovar al mundo por medio de la percepción artística de la verdad, la bondad y la belleza. Más tarde, en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial, bajo la ocupación alemana en Polonia, Karol Wojtyla organiza una compañía de jóvenes actores que se reúne en casas particulares. Como estos estudiantes trabajan en fábricas, ellos recitan las obras dramáticas ante público obrero al término de su dura jornada de trabajo. En el mismo instante en que Polonia se encuentra ocupada y dividida, la voz de estos jóvenes poetas e idealistas provee de valor y coraje a los trabajadores, ayudándolos a permanecer unidos y a no perder la confianza en la patria. En 1942, algunos años después de la muerte de su padre, Karol Wojtyla toma la dolorosa decisión de abandonar su sueño de actor para entrar al Seminario Mayor. Sin embargo, a partir de ese momento, Karol escribe cinco obras dramáticas, de las cuales sólo tres están traducidas al alemán, inglés o francés, y sólo una al castellano. La primera está escrita entre 1945 y 50, llamada « El hermano de nuestro Dios» («Der Bruder unseres Gottes»), y se refiere al conflicto interior de un pintor, que abandona su arte para irse a vivir con los
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«Juan Pablo II destaca que ‘todos los días nos reunimos para alabar a Dios en la Santa Misa y en la Adoración, y lo hacemos con la fascinación armoniosa del canto y la música sacra. Así nos insertamos en la bimilenaria tradición de la Iglesia, que al rendir culto de adoración a la Santísima Trinidad, se ha servido de la música y el canto, para expresar los más profundos sentimientos religiosos del cristiano: la adoración, la acción de gracias, la súplica, el dolor y el impulso espiritual’».
pobres. La obra muestra el camino de la búsqueda y el encuentro profundo con Dios a través del arte, y al mismo tiempo es una expresión del conflicto interior del joven Wojtyla, entre su vocación artística y sacerdotal. La segunda, «El taller del orfebre», representada años atrás por el Teatro de la Universidad Católica, es una meditación sobre el sacramento del matrimonio que destaca el amor fiel y el vínculo indisoluble de la unión matrimonial. La tercera obra, traducida al alemán, fue escrita cuando Karol Wojtyla era obispo de Cracovia, durante y después del Concilio Vaticano II, y se llama «Irradiación del Padre» («Strahlung des Vaters»). Es una meditación profunda sobre el sentido de la paternidad espiritual, que según el autor sirve en forma desinteresada a la vida del prójimo.
Arte, Verdad sobre el hombre y camino hacia Dios Lo que Karol Wojtyla pretendió y realizó en sus días de actor, poeta y dramaturgo, es lo mismo que el Papa Juan Pablo II posteriormente ha pedido a los artistas. Dentro del espíritu del Concilio Vaticano II, el Papa ha recalcado el diálogo entre Iglesia y arte. En 1980, en un encuentro con artistas alemanes, el Papa evoca la estrecha colaboración que ha existido durante tantos siglos, en los que la Iglesia se ha entregado «al diálogo con la literatura y el arte antiguo», jugando el papel de «una madre del arte», cuyo testimonio principal es la arquitectura, la literatura y la música de Europa y Occidente. Durante un Concierto en el Teatro alla Scala de Milán, en 1983, Juan Pablo II señala: «El mundo de la cultura y el arte está llamado a construir al hombre, a alentar la búsqueda
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del camino de lo bueno, lo verdadero y lo bello, tormentosa búsqueda a veces. La cultura y el arte son unión, nodispersión; son riqueza y no-empobrecimiento; son búsqueda apasionada, pero también una síntesis maravillosa donde los valores supremos de la existencia –con sus contrastes de luces y sombras, de bien y de mal– llevan a conocer profundamente al hombre, a mejorarlo y a no degradarlo. Es necesario una ecología del espíritu al servicio del hombre, de este hombre a quien San Ambrosio de Milán llama la obra más excelsa de este mundo, que es como el compendio del universo y la cumbre de la belleza de todas las criaturas de este mundo». Música Sacra: Canto gregoriano y polifonía La constitución apostólica Laudis canticum , con la que Paulo VI promulgó en 1970 la renovación litúrgica inaugurada por el Concilio Vaticano II, expresa la vocación profunda de la Iglesia a desplegar su canto perpetuo en las múltiples formas de arte. Su tradición musical constituye un patrimonio de valor inestimable, puesto que la música sacra está llamada a traducir la verdad del misterio que se celebra en la liturgia. Siguiendo la antigua tradición judía de la que se alimentaron Cristo y los Apóstoles, la música sacra se ha desarrollado a lo largo de siglos en todos los continentes, según la índole propia de cada cultura, manifestándose así la magnífica creatividad de las diversas familias litúrgicas de Oriente y Occidente. El último Concilio recogió la herencia del pasado y realizó un valioso trabajo desde la perspectiva pastoral, dedicando a la música sacra todo un capítulo de la constitución Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia. Ya en tiempos de Paulo VI la Sagrada Congregación de ritos precisó la aplicación de esta reflexión mediante la instrucción Musicam sacram (marzo, 1967). Por su parte, Juan Pablo II en el Congreso Internacional de música sacra, celebrada en enero de 2001, destaca que «el canto gregoriano y la polifonía han contribuido a la unión de los corazones en la fe y la caridad. El cántico de alabanza que resuena perpetuamente en el cielo y que Jesucristo, sumo sacerdote, trajo a la tierra, ha sido acompañado fiel y constantemente por la Iglesia, con una espléndida variedad de formas, a lo largo de los siglos» (L’Osservatore Romano, julio 1971). El Papa señala que en el ambiente de los últimos siglos, donde la sociedad se ha hecho más indiferente a la fe, afortunadamente el arte religioso no ha interrumpido su
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camino. Esta constatación se amplía, si más allá de las artes figurativas, se considera el gran desarrollo que ha tenido la música sacra, compuesta para la celebración litúrgica o vinculada a temas religiosos. Además de tantos artistas que se han dedicado preferentemente a la música sacra «–¿cómo no recordar a Pier Luigi da Palestrina, Orlando di Lasso y Tomás Luis de Victoria– es bien sabido que muchos grandes compositores –desde Haendel a Bach, desde Mozart a Schubert, desde Beethoven a Berlioz, desde Liszt a Verdi– nos han dejado obras de gran inspiración en este campo». La música sacra es parte integrante de la liturgia. Por su parte, el canto gregoriano, reconocido por la Iglesia como «el canto propio de la liturgia romana» es un patrimonio cultural único y universal, y constituye la expresión más límpida de la música sacra, al servicio de la palabra de Dios. Su influencia en el desarrollo de la música en Europa ha sido fundamental. Tanto los doctos trabajos en la abadía Saint-Pierre de Solesmes, las recopilaciones de canto gregoriano fomentadas por el Papa Paulo VI, como la multiplicación de los coros gregorianos, han contribuido a la renovación de la liturgia y la música sacra en particular. Desde siempre la Iglesia ha estimado el canto y la música sacra como función ministerial. En efecto, el canto sacro ha sido ensalzado tanto por la Sagrada Escritura como por los Romanos Pontífices, los que en los últimos tiempos, empezando por San Pío X, han expuesto con mayor precisión la función ministerial de la música sacra en el servicio divino. De ahí que el Concilio Vaticano II afirmara: «La tradición musical de la iglesia universal constituye un tesoro de inestimable valor, que sobresale entre las demás expresiones artísticas, principalmente porque el canto sacro, unido a las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la liturgia solemne». Por su parte, Juan Pablo II destaca que «todos los días nos reunimos para alabar a Dios en la Santa Misa y en la Adoración, y lo hacemos con la fascinación armoniosa del canto y la música sacra. Así nos insertamos en la bimilenaria tradición de la Iglesia, que al rendir culto de adoración a la Santísima Trinidad, se ha servido de la música y el canto, para expresar los más profundos sentimientos religiosos del cristiano: la adoración, la acción de gracias, la súplica, el dolor y el impulso espiritual» (Homilía en la Misa celebrada en la Basílica de San Pedro para el primer cen-
tenario de la Asociación Italiana de Santa Cecilia, septiembre de 1980). La música sacra es oración, fomenta la unidad y solemniza la liturgia. Por consiguiente, la música sacra será más santa mientras más unida esté a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o enriqueciendo de mayor solemnidad el rito sagrado. Por otra parte, si bien la Iglesia reconoce el lugar preponderante que tiene el canto gregoriano, también está abierta y acoge otras formas musicales, especialmente la polifonía. En todo caso, es conveniente que las diversas formas musicales estén acordes al «espíritu» de la acción litúrgica. En esta perspectiva, es muy evocadora la obra del músico Pier Luigi da Palestrina, el maestro de la polifonía clásica. Su inspiración lo convierte en el modelo de compositores de la música sacra al servicio de la liturgia. Música religiosa popular y órgano El Papa Juan Pablo II destaca que el canto popular, fomentado con empeño por el Concilio Vaticano II, es una forma particularmente idónea para la participación de los fieles. El canto popular, vínculo de unidad y una expresión de alegría de la comunidad en oración, fomenta la proclamación de la fe y da a la asamblea litúrgica una sobria e incomparable solemnidad. El canto gregoriano, la polifonía clásica y el himno popular, en particular el Himno del Jubileo, han permitido celebraciones litúrgicas fervorosas y de gran profundidad. «El órgano y la música instrumental también han tenido un lugar en las celebraciones del jubileo y han sido
una magnífica contribución a la unión de los corazones en la fe, trascendiendo la diversidad de lenguas y culturas». En un discurso, dirigido a los profesores y alumnos del Instituto Pontificio de Música Sacra, en enero de 2001, Juan Pablo II señala: «hemos entrado en un nuevo milenio y la Iglesia está totalmente comprometida en la obra de la nueva evangelización. Que no falte vuestra contribución en esta vasta acción misionera. A cada uno de vosotros se os pide un estudio académico riguroso y una atención constante a la liturgia y a la pastoral. A vosotros, profesores y alumnos, se os pide que valoricéis al máximo vuestras dotes artísticas, conservando y promoviendo el estudio y la práctica de la música y del canto en los ámbitos y con los instrumentos que el Concilio Vaticano II indicó como privilegiados: el canto gregoriano, la polifonía sacra y el órgano. Sólo así la música litúrgica podrá desempeñar dignamente su función en el ámbito de la celebración de los Sacramentos y, en especial, de la Santa Misa. Dios os ayude a cumplir fielmente esta misión al servicio del Evangelio y de la comunidad eclesial. María, que supo elevar a Dios el Magnificat , el canto de las maravillas y la verdadera felicidad, sea vuestro modelo. Inspirándose en las palabras de este canto, la música ha producido a lo largo de los siglos infinitas melodías, y los poetas han desarrollado una vasta y conmovedora antología. La música religiosa construye puentes entre el mensaje de salvación y quienes, pese a no acoger aún plenamente a Cristo, son sensibles a la belleza, porque la belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente.
Profundizando el canto del Magnificat Como homenaje al Papa Juan Pablo II, recomendamos la audición del Magnificat en re mayor, BWV 243 de Johann Sebastian Bach, maravillosa obra coral del compositor. Se destacan tres registros de magníficos directores, siendo todos un verdadero referente interpretativo: • Philipe Herreweghe dirige al Collegium Vocale de Ghent y a la Chapelle Royale de París. Instrumentos originales. Solistas: B. Schlick, A. Mellon, G. Lesne, H. Crook y P.Kooy. Harmonia Mundi DDD. • John Elliot Gardiner dirige al Coro Monteverdi y a los Solistas Barrocos Ingleses. Instrumentos originales. Solistas: N. Argenta, P. Kwella, E. Kirkby, Ch. Brett, A. Rolfe Johnson y D. Thomas. Philips DDD. • Karl Richter dirige al Coro y Orquesta Bach de Munich. Solistas: Stader, H.Töpper, E.Haefliger y D.Fischer-Dieskau. Deutsche Grammophon.
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Sobre los Autores ANGELO SCOLA. Patriarca de Venecia. Ex Rector de la Pontificia Universidad Lateranense, Roma. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de HUMANITAS.
JOSÉ LUIS ILLANES. Teólogo español. Director del Departamento de Teología Moral y Espiritual de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. Ex decano de esta misma Facultad.
MAURO MATTHEI O.S.B. Historiador y monje benedictino de la Abadía de la Santísima Trinidad de Las Condes. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS.
JAIME ANTÚNEZ ALDUNATE. Director de revista HUMANITAS. Doctor en Filosofía y Letras. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Ex Editor del suplemento «Artes y Letras» de El Mercurio. Autor de Crónicas de las Ideas (1988), De los sueños de la razón, al despertar (1990), El comienzo de la historia (1992), En busca del rumbo perdido (1998). Crónica de las ideas (2001), selección de entrevistas publicadas en España por Ed. Encuentro (Madrid).
CARDENAL ALFONSO LÓPEZ TRUJILLO. Presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. ROCCO BUTTIGLIONI. Prorrector de la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein. Ministro de Estado. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. CARDENAL PAUL POUPARD. Presidente del Pontificio Consejo de Cultura. Ex Rector del Instituto Católico de París. Autor de diversas obras sobre antropología y pastoral, entre ellas La Morale Chretienne, demaine; El horizonte de la libertad; Buscar la verdad. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. STANISLAW DZIWISZ. Obispo titular de San León. Prefecto administrativo de la Casa pontificia. CARDENAL JOSEPH RATZINGER. Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. JUAN DE DIOS VIAL CORREA. Médico cirujano. Presidente del Pontificio Consejo para la Vida. Ex Rector de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro de Número de la Academia de Ciencias del Instituto de Chile. Fue presidente de la Sociedad de Biología de Chile entre los años 1975-1977. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS. Es autor de diversas publicaciones en su especialidad. PEDRO MORANDÉ COURT. Ex Prorrector de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica. Miembro de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS. Autor de Cultura y Modernización en América Latina. Ensayo sociológico acerca de la crisis del desarrollismo y de su superación (1984). Iglesia y Cultura en América Latina (1989). Persona, Matrimonio y Familia (1994), entre otros. GABRIEL GUARDA O.S.B. Abad Emérito del Monasterio Benedictino de la Santísima Trinidad de Las Condes. Premio Nacional de Historia. Miembro de Número de la Academia de Historia del Instituto de Chile, Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS. JOSÉ MIGUEL IBÁÑEZ LANGLOIS. Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid. Doctor en Teología por la Pontificia Universidad Lateranense (Roma). Perteneció durante varios años a la Comisión Teológica Internacional. Miembro de Número de la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales del Instituto de Chile. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. Autor entre otras obras de Teología de la liberación y lucha de clases (Ediciones Universidad Católica de Chile), Doctrina Social de la Iglesia (ídem), Jesucristo, luz del mundo (editorial Andrés Bello).
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STANISLAW GRYGIEL. Director de la revista Il Nuovo Areopago. Profesor del Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre Matrimonio y Familia y de la Universidad Lateranense. RAÚL HASBÚN. Sacerdote diocesano de la Arquidiócesis de Santiago. Profesor de Teología Moral, de Confesión y de Predicación en el Seminario Mayor de Santiago. Columnista dominical de El Mercurio y los días viernes en el canal de Megavisión. Profesor de la Universidad Gabriela Mistral y Capellán del Colegio Mariano y Colegio Santa Úrsula. Pertenece al Instituto Diocesano de Schöenstatt. FERNANDO MARTÍNEZ GUZMÁN. Ingeniero Civil de Industria por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Colaborador del Suplemento «Artes y Letras» de El Mercurio, en artículos de ópera, música de cámara y música sinfónica. Miembro del Comité Editorial de revista HUMANITAS. ANDRE FROSSARD. Escritor francés. Miembro de la Academia francesa. Falleció el 2 de enero de 1995. FERNANDO MORENO VALENCIA. Filósofo. Director del programa de Ciencia Política de la Universidad Gabriela Mistral. Miembro de la Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de HUMANITAS. JOAQUIN FERMANDOIS. Historiador. Profesor del Instituto de Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Miembro de la Academia Chilena de Historia. Ha publicado libros y artículos en su tema, entre ellos «Abismo y cimiento» (1997). ALEJANDRO SERANI. Médico. Doctor en Filosofía, Universidad de Toulouse. Fundador del Centro de Bioética de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Actualmente es profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes. DONALD O’ KEEFFE. LC. Sacerdote. Licenciado en Filosofía y en Teología Dogmática con estudios en Irlanda, Salamanca y Roma. JOAQUÍN ALLIENDE LUCO. Sacerdote de Schöenstatt. Miembro de la Comisión Teológica de «Constitución y Fe» del Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Miembro de Número de la Academia de la Lengua del Instituto de Chile. Miembro del Consejo de Consultores y Colaboradores de revista HUMANITAS. Autor de numerosas obras de poesía, teología, pastoral y de evangelización de la cultura, publicadas en Europa y en América. CARDENAL ANTONIO MARíA ROUCO VARELA. Arzobispo de Madrid. Presidente de la Conferencia Episcopal Española. Miembro de número de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas.
Consejo de Consultores y Colaboradores NACIONALES
EXTRANJEROS
Andrés Arteaga: Obispo Auxiliar de Santiago. Vice Gran Canciller de la Pontificia Universidad Católica. Antonio Amado: profesor de Metafísica de la Universidad de Los Andes. Joaquín Alliende: director de la Fundación Cultural Angaro. Bernardino Bravo: profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. Francisco Claro: profesor de la Facultad de Física de la Universidad Católica. Carlos Cousiño: profesor del Instituto de Sociología de la Universidad Católica. Ricardo Couyoumdjian: profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica. Isabel Cruz: profesora del Instituto de Historia de la Universidad Católica. Nicolás Cruz: jefe del departamento de Historia Universal de la Universidad Católica. Vittorio di Girólamo: profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez. Fernando Debesa: dramaturgo, Premio Nacional de Arte 1981. José María Eyzaguirre: profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad Católica. José Miguel Ibáñez: teólogo y poeta. Ricardo Krebs: Premio Nacional de Historia 1982. Raúl Madrid: Secretario General de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Profesor de la Facultad de Derecho. Mauro Matthei, O.S.B.: Sacerdote y monje benedictino. Historiador Cardenal Jorge Medina: Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Anneliese Meis: profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Católica. Augusto Merino: cientista político, profesor de la Universidad Gabriela Mistral. Hugo Montes: Premio Nacional de Educación 1995. Antonio Moreno: Arzobispo de Concepción. Fernando Moreno: filósofo, director del programa de Ciencia Política de la Universidad Gabriela Mistral. Máximo Pacheco Gómez: Embajador de Chile ante la Santa Sede. Silvia Pellegrini: Vicerectora de Comunicaciones de la Universidad Católica. Francisco Petrillo, O.M.D.: profesor de la Facultad de Teología de la Universidad Católica. Bernardino Piñera: Arzobispo Emérito de La Serena. Héctor Riesle: Abogado. Ex embajador ante la Santa Sede y la Unesco. Alejandro San Francisco: profesor del Instituto de Historia de la Universidad Católica Alejandro Serani: profesor de Etica Médica y Antropología Filosófica de la Universidad de Los Andes. Gisela Silva Encina: escritora. Luis Eugenio Silva: profesor de la Escuela de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Olga Uliánova: doctora en Historia por la Universidad de Lomonosov, Moscú; Investigadora de la Universidad de Santiago. Juana Subercaseaux: profesora del Instituto de Música de la Universidad Católica. Juan Ignacio Varas: Prorrector de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Carl Anderson: Director del Instituto Juan Pablo II para la Familia, sede Washington. Jean-Louis Bruguès, O.P.: teólogo francés. Obispo de Angers. Rocco Buttiglione: filósofo italiano; Ministro de Estado. Carlo Caffarra: teólogo italiano; Arzobispo de Ferrara. Guzmán Carriquiry: Subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos. Alberto Caturelli: filósofo argentino. Cesare Cavalleri: Director de Studi Cattolici, Milán. Sergio Cotta: Presidente de la Unión Internacional de Juristas Católicos. Francesco D’Agostino: profesor de filosofía del derecho en la Universidad Tor Vergata de Roma. Presidente del Comité Nacional de Bioética en Italia. Adriano Dell’Asta: profesor de la Universidad Católica de Milán. Luis Fernando Figari: fundador y superior del Sodalicio de Vida Cristiana, Lima. Stanislaw Grygiel: filósofo polaco, profesor de la Universidad Lateranense de Roma. Henri Hude: filósofo francés. Ex rector del colegio Stanislas, París. Paul Johnson: historiador inglés. Abelardo Lobato, O.P.: Presidente de la Pontificia Academia Santo Tomás de Aquino. Nikolaus Lobkowicz: Director del Instituto de Estudios de Europa del Este y Central de la Universidad de Eichstätt, Alemania. Alfonso López Quintás: filósofo español. Cardenal Alfonso López Trujillo: Presidente del Pontificio Consejo para la Familia. Alejandro Llano: filósofo español, ex-Rector de la Universidad de Navarra. Julián Marías: filósofo español. Javier Martínez Fernández: Arzobispo de Granada. Carlos Ignacio Massini Correas: catedrático de la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina. Dominic Milroy, O.S.B.: Monje de Ampleforth, exRector de Ampleforth College, York (G.B.) Antonio Millán-Puelles: filósofo español. Michael Novak: director de estudios políticos y sociales del American Enterprise Institute, Premio Templeton 1994. José Miguel Oriol: Presidente de Editorial Encuentro, Madrid. Cardenal Paul Poupard: Presidente del Pontificio Consejo de Cultura. Florián Rodero L.C.: profesor de Teología del Ateneo Regina Apostolorum en Roma. Enrique Rojas: psiquiatra español. Romano Scalfi: Director del Centro Rusia Cristiana, Milán. Josef Seifert: Rector de la Academia Internacional de Filosofía de Liechtenstein. Angelo Scola: Patriarca de Venecia. Ex rector de la Universidad Lateranense Robert Spaemann: filósofo alemán. Diego Yuuki, S.J.: director del Museo de los 26 Mártires de Japón, Nagasaki.
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