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Martín Cornelio... Una historia hecha a mano

Alberto Arizmendi

Él mismo se describe como un poco tosco, por su origen campesino. Pero detrás de esa parquedad aparente hay un hombre humilde y dispuesto a ayudar a los demás, pues reconoce que a lo largo de su vida encontró a mucha gente que le apoyó y “la única forma en que tú pagas eso, es haciendo lo mismo con quienes lo necesiten”.

Hablamos de Martín Cornelio, dueño de Cornelio Cigar Factory, quien entró al Mundo del Tabaco “por negocio y se quedó por placer”. Una pasión que le ha permitido crecer –poco a poco– y llevar sus puros desde la República Dominicana a escenarios internacionales, como la reciente feria comercial InterTabac, celebrada en Alemania.

Productor de cuatro marcas propias y seis privadas, es miembro de la Asociación Universal de Tabaqueros Dominicanos (Unitadom), y considera que agruparse permite a los pequeños y medianos empresarios buscar oportunidades en otros mercados, ya que “todos, y no sólo los grandes, tenemos derecho a subsistir”.

TABACO PARA ANDULLO

Martín Cornelio nació hace 57 años en el campo, en un paraje llamado Río Chiquito, en el municipio de El Valle, provincia de Hato Mayor del Rey, entre las montañas del sureste de la República Dominicana. Es una zona agrícola donde la gente se dedica a producir cítricos y alimentos para el consumo humano, así como a la ganadería.

En este sitio no había un poblado, sino casas junto a las áreas de siembra, distantes entre sí uno o dos kilómetros. Tampoco se tenía muchos amigos, ya que para convivir con los vecinos había que esperar a los domingos, cuando acostumbraban visitarse. Él se crió con su madre y su padrastro, quien sembraba víveres, pero también tabaco para Andullo. “Nunca lo fumé, pero crecí haciendo Andullo en La Loma, que era una selva”.

Explica que el Andullo son las hojas de tabaco que se enrollan unas con otras y se envuelven en yagua –el tejido fibroso de la palma– para hacer un fardo que cada semana se suelta y se aprieta nuevamente. Como resultado de la fermentación, cuyo proceso puede durar hasta un año, se convierte en una pasta negra y dependiendo de su calidad se usa para fumar en pipa, mascar o hacer cigarritos.

“Es muy fuerte. La gente mayor lo fuma, pero a los jóvenes no les gusta tanto –dice–. Cuando se está curando su olor varía, y de acuerdo con el tipo de tabaco utilizado puede ser floral, a estiércol, paja, tierra mojada…”. Aunque el que ellos producían le recuerda a las flores silvestres, ese aroma que percibía por las mañanas al abrir la puerta de su casa.

Este tabaco tradicional se vende en tiendas pequeñas, llamadas colmados, donde la gente de los pueblos lo compra por pedazos o en picadura. Martín cuenta que todos sus mayores fumaban: los abuelos, abuela, tíos y su madre. Usaban pipas de madera, “claro que no como las de ahora, pero lo sé porque todavía conservo la de mi mamá”.

Habla de una infancia difícil. Siendo el menor de cinco varones, desde los siete años se levantaba a las cuatro de la mañana para ordeñar vacas o llevar víveres al pueblo con una recua de mulos, “un animal mañoso que resulta de la cruza de burro y yegua, que patea, muerde y hace de todo. Me crié bregando con ellos, ordeñando vacas y sembrando el conuco –parcela–. Esa fue toda mi vida de niño”. Su mejor recuerdo es cuando en temporada de mangos iba a buscar esta fruta, que tanto le gustaba.

El lugar más cercano, El Valle, queda como a 10 kilómetros de distancia. Se trata de una ciudad pequeña, con apenas 6 ó 7 mil habitantes, pero rodeada de montañas. Ahí vivía su padre, con quien se mudó cuando su madre lo mandó a estudiar. Tenía unos 12 años y “a esa edad uno no decide las cosas. Mi papá era dueño de una propiedad muy grande con cacao, que me tocaba recoger. Por la mañana iba al campo y regresaba al mediodía, a bañarme para ir a la escuela”.

Ahí adquirió otras responsabilidades. Además de ir a buscar a los trabajadores cada mañana y de las jornadas duras, machete en mano, tenía un horario para regresar a casa. Nunca después de las nueve de la noche, pues a esa hora le cerraban la puerta y se quedaba fuera. “No sé ahora, porque a los niños ya no se les corrige a golpes, pero a mí me pegaban todos los días. No era fácil aguantar eso, había que irse”.

La decisión fue también resultado del Huracán David, que devastó la isla en 1979 y arrasó la plantación de cacao. Martín Cornelio tenía 14 años cuando partió a San Pedro de Macorís, una ciudad cercana donde encontró trabajo en un colmado y vivió con su hermano mayor durante dos años, antes de independizarse.

Dice provenir de una familia “muy corta”, porque su abuelo paterno vino de Italia y el materno, de España. “Eran campesinos que se asentaron en esta zona por el resto de sus vidas y se dedicaron a sembrar y a trabajar la tierra”.

APARECE UN NEGOCIO

A partir de los 16 años y hasta los 30, trabajó en la fábrica de calzado Américan Sports Company, asentada en la Zona Franca, donde se convirtió en un profesional del ramo. “Aprendí de todo de esa industria. Fue una etapa de desarrollo en mi vida que me ayudó a ser hombre, porque entraba a las seis de la mañana y salía a las once de la noche todos los días, incluso los domingos. He sido una persona muy trabajadora”.

Se casó al cumplir 20 años, con una mujer que le llevaba cuatro años. “Ella me enseñó parte de la vida y me dio dos hijos que ya son adultos: una vive en Francia y el otro, en Nueva York. Son muchachos muy buenos y eso se lo agradezco a ella” –dice–, al explicar que su separación fue por “incompatibilidad de caracteres”.

En esa fábrica se maquilaban distintos tipos de zapatos y tenis para marcas como Thom McAn, Adidas y New Balance. Era un establecimiento muy grande, con más de 3 mil empleados, en

el que fue ascendiendo desde aprendiz en el departamento de Stamping –donde se ponen el nombre y el número de la talla–, hasta convertirse en Maestro de Corte y finalmente Gerente de Pieles.

El ofrecimiento de un puesto similar en una fábrica de La Romana lo trajo a su lugar de residencia actual. Aunque no trabajó ahí por mucho tiempo. Entrar como Asistente del Jefe de Seguridad del Aeropuerto Internacional le permitió, después, ser Gerente de Operaciones de Seguridad del hotel Casa de Campo Resort & Villas. Entonces supo ver la oportunidad en el transporte turístico, actividad en la que al cabo del tiempo se hizo propietario.

La historia de Martín Cornelio en el Mundo del Tabaco empezó ahí, a finales de 2007 y principios de 2008, cuando aportó el dinero para montar una fábrica de cigarros: Cigars Factory, con su ex socio. Vio el asunto simplemente

como negocio, porque “fue lo que apareció” y al trabajar con turistas había un mercado. “El producto se vendía bien, pero no recibía ganancias. Resulta que me engañó y él se quedaba con todo. Entonces hablamos y le compré su parte”.

El 8 de marzo de 2009 cambió el nombre de la compañía a Cornelio Cigars Factory, y fue entonces cuando comenzó a fumar, a probar... “Un amigo de Santiago de los Caballeros me dijo: tú estás trabajando con cigarro, y quien hace esto tiene que fumar, para saber lo que está ofreciendo”.

El primero que probó fue uno de los que él mismo hacía, tras un año de producirlos. “Me lo fumé las 12 del día, me fui a acostar y dormí 24 horas. Le pregunté a un amigo ‘viejo, este cigarro me durmió, ¿qué fue lo que paso?’. ‘Te durmió porque te tragaste el humo’, me dijo. Ahí fue que comencé, poco a poco, hasta llegar a la etapa en que me fumaba de 10 a 15 puros al día”.

APRENDER A MEZCLAR

Habían comenzado con una marca que era de su ex socio, Estrella de Punta Cana, para la que sólo hacían tres vitolas que conserva con las medidas siguientes: un Robusto de 5 pulgadas, cepo 50; Toro, de 6 pulgadas, cepo 60, y Belicoso, de 6 pulgadas, cepo 52. Producían unos 300 ó 400 cigarros al día y se vendían todos, porque tenían una tienda junto a la fábrica; una costumbre que conserva hasta el día de hoy.

Al tomar las riendas, a Martín Cornelio sólo le quedaba aprender. Así que se fue un par de meses a la fábrica Tabacos La Rambla, en Villa González, donde el dueño le abrió las puertas y el gerente de Producción, Roberto Cabrera, le mostró todos los procesos de manufactura. Le dijeron que fuera todos los días y les tomó la palabra, de tal suerte que se integró al trabajo como un empleado más.

“Conocí también a muchos amigos que me enseñaron; señores mayores de quienes fui aprendiendo y poco a poco comencé a cambiar y a mejorar nuestro sistema con cosas que veía en otros sitios, porque las fui adaptando o implantando”, cuenta.

En ese entonces sólo tenía tres empleados: una bonchera, una rolera y un vendedor en la tienda, y la fábrica siguió funcionando normalmente porque el personal conocía su trabajo. “El tabaquero era un experto fabricando cigarros, pero eso no significa que fuera bueno mezclando. En Santiago aprendí a mezclar, que es como lo que hace un chef en su cocina al combinar especias y alimentos. Así como hay comida que te gusta, otra no, y con el tabaco pasa lo mismo. No todo el mundo da para eso y no cualquiera sabe”.

Así que al regresar de Santiago hizo su primer blend con apoyo de algunas personas que conocen del negocio. “Dicen que salió bueno y a mí me gustó. Durante todos estos años he fumado muchos cigarros y tabaco puro, sin mezcla, para captar los sabores y aromas de cada variedad. Cuando prendo alguno puedo saber qué tiene y a veces, hasta adivinar de qué finca es”.

Afirma que desde sus primeras ligas ha buscado hacer puros con gran aroma y sabores dulces. “Normalmente me gustan los aromas florales y los sabores finos, esos que te hacen sentir que no estás fumando cualquier cosa, sino algo extravagante, como se dice aquí. Porque muchos tabacos son amargos y el propósito es que al combinarlos te brinden el efecto contrario; eso es lo primordial”.

No obstante, como fabricante se debe ofrecer lo que la gente busca. “No puedes producir nada más para ti; no son tus gustos, sino los del público”. Actualmente Cornelio Cigars Factory produce más de 20 vitolas y cuatro marcas propias; una de ella con variantes.

LAS LIGAS Y LAS MARCAS

Luego de Estrella de Punta Cana, la segunda de sus marcas es Flor de Bayahíbe, que debe su nombre a La Rosa de Bayahíbe (Leuenbergeria quisqueyana), flor nacional de la República Dominicana que aparece en un cactus endémico de una región turística muy cerca de La Romana, “donde está la mejor, o al menos una de las mejores playa de este país”, continúa Martín, quien se considera “bendecido” por haber registrado el nombre y llevar ese símbolo en las anillas de estos puros.

Sus vitolas, con capa Criollo 98 dominicano, incluyen Robusto, Toro y Belicoso tanto normales como box pressed, así como un 6 pulgadas, cepo 60; un 4 pulgadas, cepo 60; dos Salomón de 6 pulgadas, cepo 58, y de 5 pulgadas, cepo 56, y un Hemingway –figurado de doble punta–, de 5.5 pulgadas, con un cepo que va disminuyendo de 52 hasta 48.

Posteriormente apareció Escipión, llamado así “para dar gusto a la familia”, pues su abuelo le contaba que provenía de Italia y al llevar el apellido Cornelio descendía de una rama de un general, cónsul y político romano llamado Publio Cornelio Escipión, El Africano. “Así que lo hice en nombre de mi abuelo, con esa historia que viene desde Roma hasta nosotros, y para que mi padre sepa que su apellido está viajando por el mundo”.

Con una capa Habana 92 dominicana, se presenta en seis vitolas: Robusto de 5 pulgadas, cepo 52; Toro de 6 pulgadas, cepo 52, y Belicoso de 6 pulgadas, cepo 52, tanto normales como en box pressed. Además de algunos detalles que hacen referencia al tema, como una espada, su anilla lleva la frase latina Ave non soli sumus, que significa “No estamos solos”.

En la marca Cornelio, la más reciente, utiliza una capa Criollo 98. Presenta un Toro de 6 pulgadas, cepo 54; Robusto de 5 pulgadas, cepo 52; Corona de 5.5 pulgadas, cepo 42, y una panetela de 6.54 pulgadas, cepo 40. Su anilla es elegante, vistosa, con dorados y tonos oscuros que contrastan con escenas del campo y la fecha de creación de la fábrica.

También produce un puro de tripa corta, económico, llamado Cornelio Short Filler, en vitolas de 6 pulgadas, cepo 60; 4 pulgadas, cepo 60, y 5 pulgadas, cepo 52. Llevan capa Negro San Andrés, pues al combinar distintas especies de tabaco sube su fortaleza y les otorga carácter.

Martín Cornelio aclara que él manufactura puros y no cigarros, pues la diferencia es que en los primeros se utiliza tabacos del mismo país de procedencia en capa, capote y tripa. En su caso, 100 por ciento de la República Dominicana, y que se encuentra desarrollando nuevas mezclas con las que ampliará el número de vitolas y los colores de sus anillas.

APERTURA DE MERCADOS

Sobre los tabacos que ocupa –continúa–, desde hace ocho años todos provienen del mismo cosechero, Leo Reyes, quien le produce esta materia prima de manera exclusiva en tres de sus fincas ubicadas en distintas regiones de la isla. Para la tripa, por ejemplo, utiliza más de siete variedades, como Piloto Cubano, 2020, Criollo 98, tres tipos de Corojo y Connecticut Ecuador, así como una de semilla peruana que sólo se cultiva en el país.

Fabrica además seis marcas privadas y a principios de 2023 sumará otras tres. En estos casos, cuando se lo piden, utiliza tabacos de Nicaragua o Ecuador, por ejemplo, aunque normalmente llevan capa dominicana. Para una persona de Monrovia, África, está haciendo puros con un poco de Andullo: “son muy buenos, aunque no es mi fumada porque son muy intensos y no me gusta que el sabor se quede en boca; prefiero el paladar limpio”.

Esto se extiende a dos marcas locales, dos de Estados Unidos, una de Marruecos y otra de Lituania, a donde envía –porque la quieren con sus anillas–, una Edición Especial de La Flor de Bayahíbe con una liga pensada para Europa del Este, donde les gusta el tabaco fuerte.

En septiembre pasado Martín Cornelio participó en InterTabac, la mayor feria comercial internacional para productos de tabaco, con sede en Dortmund, Alemania. Llevó la marca Cornelio, con la idea de conocer la dinámica de los eventos de este tipo. “Salí sorprendido, porque ellos cada tarde hacen una cata y los tres días utilizaron mi cigarro. Creo que me fue muy bien”. De hecho, sus nuevos clientes adquirirán esta línea, pero con anillas propias.

Está en proceso de surtir un pedido a Hong Kong, China, aunque en ello no pone muchas esperanzas porque “a ellos lo que les gusta es copiar y no creo que pueda hacer buen negocio. Eso es así… De todas formas, avizora tratos comerciales nuevos en Estados Unidos y Europa.

Actualmente tiene 14 empleados y tres parejas que elaboran mil 200 puros al día; “gente que sabe, personas con 20 ó 25 años de experiencia que en conjunto manufacturan más de 30 mil piezas mensuales. Pero estamos ampliando la fábrica, porque la meta es hacer de 80 a 100 mil cigarros al mes durante 2023 y habrá tres parejas más. Esperamos que la cosa siga subiendo poco a poco”.

Cuando se le pregunta si está en su mejor momento como tabaquero, Martín Cornelio responde que todavía no, porque en este negocio se aprende todos los días e incluso una persona que no sabe de tabaco dice algo y te surge una idea. “Es como una escuela en la que nunca terminas. Nosotros no andamos diciendo por ahí que somos los mejores, pues se trata de seguir creciendo y de que la gente, el aficionado, nos tenga en cuenta”.

La idea es mantenerlo todo “por la línea, en regla, como debe ser”, porque al final eso te permite sobresalir y que “cuando tengas alguno de nuestros puros sepas que estás fumando algo diferente a lo que normalmente encuentras en el mercado. Que cuando por ahí veas un Cornelio confíes en que es bueno y lo puedes comprar, porque es resultado de un equipo que trabaja contento y busca que todo mache bien”.

PROYECTO A LARGO PLAZO

Cornelio cigar Factory se ha desarrollado a través del tiempo. “Nada se hace de la noche a la mañana, todo lleva un proceso. Cuando formas una compañía y desde el principio quieres ser grande, no llegas, te caes... Nuestra meta es a 30 años y ya tenemos 15 en el mercado. Por eso pienso que en otro periodo similar seremos una empresa sólida y moderna, pero poco a poco, sumando a personas inteligentes”.

De sus tres hijos, el menor tomó la decisión de dejar los estudios para dedicarse de lleno a la tabacalera y trabajar con él. “Estoy tratando de enseñarle todo lo que sé, para que si un día falto él pueda seguir. Tiene 24 años y es todavía un muchacho, pero el propósito es que alguien de la familia entienda el negocio y pueda continuarlo durante mucho tiempo”.

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