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Noches de Paz
Raúl Melo
El ejército de mercenarios al mando del Capitán Clinton había tomado las calles desde hacía algún tiempo. Las últimas noticias relevantes hablaban sobre el supuesto auto atraco planeado por el señor Alfred Shugert para vaciar la bóveda del banco y escapar, una vez más, de sus responsabilidades.
En cierta forma, desde la llegada de los ex militares a Lafayette las cosas estaban tranquilas. Sí, la gente había dejado de ser libre, sufrían de abusos y vivían bajo el yugo de estos salvajes, pero fuera de las atrocidades que ellos cometían, en la ciudad no había más delitos, a excepción de la ocasional desaparición de materia prima de Carrigan Tobacco
Ese cabo suelto, precisamente, era el que mantenía inquieto a Kalvin y compañía, pues también había sido la razón para tomar la seguridad del pueblo en propia mano.
En el fuerte Johnston, sitio de comando de la Guardia del Sur, el Capitán Clinton se mantenía al tanto de todo lo que sucedía en la ciudad, ubicada a pocos kilómetros de la fortificación militar.
Sabía que el único crimen ajeno e impune era el cometido por el niño y un pistolero, ubicados siempre en los sitios donde la mercancía desaparecía.
A diferencia de Kalvin, el Capitán Clinton era un hábil estratega que pensaba con la mente y no con las tripas, y fue así que pensó en expandir la zona de búsqueda de estas personas. Durante los días siguientes, las tropas de la Guardia se replegaron de la ciudad y expandieron su dominio por todos los alrededores.
En la mesa principal del fuerte Johnston, el Capitán reunió a un grupo de tenientes bajo su mando:
–Harris, Coltrane, Stevenson y Hatfield, desde hoy vamos a hacer las cosas distintas. Debemos pensar fuera de la caja–, expuso ante el grupo.
–¿Para qué querrían estas personas el tabaco de Carrigan? Para hacer cigarros, supongo. ¿Dónde almacenarían las cantidades que a la fecha han desaparecido? Tendría que ser un lugar amplio, con suficiente espacio para conservar el material y elaborar cigarros, además de poder esconder una carreta para transportarlo. Si no se puede esconder en el interior, ya deberíamos haber visto esa carreta por aquí. ¿Ubican algún sitio así?–, cuestionó a sus oficiales.
–No, señor. Hemos patrullado prácticamente cada rincón de la ciudad y no existe lugar alguno que coincida. Los espacios más grandes están en la zona residencial, vecinos de la mansión Lafayette y, con respeto, señor, yo no me atrevería a husmear por ahí sin consultarlo con el Alcalde–, respondió Harris.
–Coincido, Teniente. Pero aún así debemos investigar. Diríjase a la residencia Shugert, el viejo actuaba sospechoso antes de desaparecer, así que tal vez haya estado relacionado y Lafayette no se molestará si buscamos en ese lugar–, ordenó Clinton.
–De acuerdo, Capitán–, asintió Harris.
–Habiendo quedado claros de que aquí no hay un espacio óptimo para las labores de nuestros sujetos, resulta obvio pensar que vienen de algún otro lugar. Ya hemos patrullado los accesos a la ciudad, sin resultados, salvo algunos enfrentamientos con apaches y unidades que jamás volvieron al cuartel. ¿Qué cuadrante cubrían los compañeros desaparecidos, Coltrane?–, inquirió el líder.
–Se dirigían al Noroeste, señor–, dijo el Teniente su ahondar en detalles.
–Bien. Hasta la fecha nos habíamos concentrado en la ciudad y en los caminos de acceso, pero como dije al principio, debemos pensar fuera de la caja, fuera de la ciudad en sí, más allá de los caminos. Debemos pensar en los orígenes de esos caminos. En la ciudad no hay espacios que encajen con las necesidades de estos bandidos; por los caminos no los hemos ubicado, salvo por quienes hoy ya no están con nosotros. Por ello he decidido enfocar nuestros esfuerzos únicamente al Noroeste de Lafayette. Hay un camino hacia las montañas y otro que conduce a las praderas. Harris permanecerá en la ciudad para verificar la propiedad Shugert y apoyar con la vigilancia en general; Coltrane cubrirá el camino a la montaña; Stevenson hacia la pradera, y Hatfield establecerá un campamento en la intersección de esos dos caminos. ¿Queda claro?
–Sí, señor–, respondieron los oficiales al unísono.
El clima en el pantano era templado, pero hacia las montañas y la pradera el invierno se dejaba sentir con fuerza. No sería tarea fácil para estos hombres alejarse de lo que ellos llamaban hogar o de una ciudad repleta de comodidades, pero estaban acostumbrados a la mala vida y de seguro no sería un problema, sino una motivación para terminar pronto la encomienda y volver a descansar.
Los tres oficiales iniciaron su recorrido desde las afueras de Lafayette hasta la intersección de caminos, donde separarían sus destinos y los de quienes eran sus objetivos.
La columna de hombres y caballos lucía impresionante. Aquel desfile militar que en algún momento se diluyó hubiera impresionado a cualquiera, sólo con verlo. Y nosotros jamás los vimos venir.
Las vacaciones en la cabaña nos habían hecho bajar la guardia, relajarnos y vivir la vida que siempre habíamos querido. Simplemente no estábamos listos para lo que venía. No hubo una advertencia, o en realidad no la vimos, cegados por el ego y el exceso de confianza. Nos creímos en la cima del mundo; pero claro, cuando nada has tenido, con muy poco puedes perder el suelo
Mientras celebrábamos Navidad todos los días de nieve, los hombres de Clinton avanzaban a nuestro alrededor. Se colocaron en un campamento a la entrada de Lafayette, se distribuyeron por los bosques donde solíamos salir a cazar y de a poco se acercaban a Callahan Ridge, a donde afortunadamente no iríamos durante la temporada invernal.
En aquel momento no lo sabíamos, pero las aventuras de JC lejos de la cabaña empezaban a representar un peligro constante, ignorando que nos encontrábamos bajo el acecho de mercenarios sin ganas de pasar un minuto más en ese lugar.
Como dije, cada noche en la cabaña era Noche Buena y cada mañana, Navidad. De vez en vez intercambiábamos algún regalo, cosas sencillas; tal vez un ramo de flores, alguna talla de madera o un pequeño cigarro elaborado con sobrantes. Sólo queríamos recuperar todos esos años sin felicidad y con mucha soledad.
JC era el más espléndido. Llegaba a casa con sorpresas gratas como algún vestido nuevo para Alyssa, una pipa para Rubens o cosas para la casa en general…una vez me obsequió un sombrero.
Este chico se había vuelto entrañable, tal vez así se sienta ser padre, no lo sé, pero por lo poco que recuerdo así se siente tener una familia. Y como todo en la vida, cuando empiezas a disfrutar, las cosas suelen ponerse mal. Ante ese capricho llamado destino, nunca he tenido suerte.
Dentro de mí tenía el presentimiento de que tantas bendiciones no podían terminar en nada bueno y algo malo se avecinaba. No estábamos al tanto de la operación militar de Clinton, pero en poco tiempo esa movilización no haría más que darme una bofetada en el rostro y, con ella, la razón.
La Navidad es un momento único para todos; la naturaleza se viste con paisajes extraordinarios y algunos animales cambian sus pelajes para combinar con el entorno. Nosotros también nos mimetizaríamos con la armonía natural del bosque y disfrutaríamos de algunas decenas de Noches de Paz. Nunca se sabe lo que puede pasar, y menos en nuestra profesión.
“Vive cada día como si fuera el último”; una frase que ahora recuerdo y que leí en algún lugar.