Quinqué 5

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Foto. Óscar Menéndez


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Año 4, no. 5, Mayo de 2014 Revista independiente Equipo Editorial Félix García Yaiza Rodríguez Jave Villanueva Diseño de interiores y portada Jave Villanueva Portada y contraportada Fotografía: Óscar Menéndez quinque@razonyraiz.com Se da total libertad a la reproducción y uso del contenido publicado en este número con la sola condición de que se respeten a los autores y se cite la fuente. ISSN - En trámite


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Los planetas se alinearon otra vez, ahora en la casa de Tauro y Mayo, mes 5 del año 14, es un buen momento para lanzar el número quinto de Quinqué que hemos venido preparando durante los últimos meses, recopilando y seleccionando material y luego traduciendo los textos elegidos y agregando imágenes y fotografías con la minuciosidad de tratadistas del Renacimiento. Como siempre, tenemos a muchos que recordar y homenajear ya sea por natalicio o defunción o por celebración de fecha de publicación o terminación de obra y otras conmemoraciones, festividades y efemérides. Son tantos y de tan variada índole que más vale dejarlos a las preferencias y a la memoria de cada uno de los lectores. Como siempre, queremos ser multifacéticos y multidisciplinarios además de amenos, divertidos y divulgadores del conocimiento y la reflexión. Ojalá podamos lograrlo esta vez.

Quinqueart Quinquearte

Foto. Jave Villanueva



Ensayo Félix García

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John Prigge

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Alejandro Piña

46

Cincuenta años de Bajo el Volcán Blasted Oblivion Canijo Olvido

Mala costumbre El vigía olvidadizo Posibilidad de un ensayo sobre Tres versiones de Judas de J. L. Borges Poesía

Yaiza A. Rodríguez

52

Violeta Orozco

54

Tlatelolco Patzcuarito The Earth Shake

El temblor de la tierra

The human firework El cohete humano

[Ainda reconheço as folhas que amarelecias nos passeios] Marcelo Teixeira

58

[Todavía reconozco las hojas que amarilleabas en las calles]

A revolução no teu corpo La revolución en tu cuerpo Cuento

Raúl Zamora

60

Los peces rojos Azul, siempre azul Rumor en las pupilas Pintura

Guianeya Marín Óscar Menéndez Maricela Figueroa

70 90 102

Fotografía, 88

Columnas

Pablo Romo Waitszappa

108 En la madrugada cálida de Bombay 116 Mi necesidad

Martha Elena Welsh Yaiza A. Rodríguez

120 Danza en Casa Xitla


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Cincuenta anos de

Bajo el Volcan Félix García


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E

n 1947 se publicó Bajo el Volcán simultáneamente en Nueva York por Reynal & Hitchcock, en una edición que tuvo que reimprimir ese mismo año, y en Londres por Jonathan Cape, en una edición que tardó en venderse.

“…Lowry no obtuvo fama inmediata al publicarse su novela; de hecho, los dioses le fueron adversos porque el mismo año salió The Lost Weekend, de Charles Jackson, que abordaba el problema del alcoholismo, y fue tal el éxito de esta obra que Billy Wilder filmó una versión cinematográfica. Te imaginarás la multitud de curiosos que se lanzaron a leer a Jackson cuando la Academia de Artes Cinematográficas designó como la mejor actuación del año la de Ray Milland. La traducción francesa, promovida por Maurice Nadeau, en su editorial Les Lettres Nouvelles, lanzó a la fama a Lowry” (Miranda, Carlos. Bajo el volcán: la traducción. Entrevista con Raúl Ortiz y Ortiz). La publicación que promovió Maurice Nadeau (1911-2013) vio la luz en 1949, el traductor al francés fue Stephen Spriel con la colaboración de Clarisse Francillon y el propio Malcolm Lowry que escribió un prefacio para esta edición. “Debo a un matrimonio de franceses, Laurence y Jean Morawiecki, el haber descubierto a Lowry; él, ministro consejero de la embajada de Francia en México, y su esposa, consideraban al Volcán como la obra más estrujante sobre México” (Miranda, Carlos). De este modo entró Raúl Ortiz y Ortiz, traductor de la novela al español, al universo de Bajo el volcán que leyó en “la traducción francesa, porque no fue posible conseguir el texto original en México sino después de varios años. Era una


10 obra de alcances mayores, de una complejidad que sólo habían podido lograr los traductores al francés. Después de haberla leído, en 1956, 1957, vinieron a proponerme que la tradujera. Pensé, a pesar de que ya conocía algunas de sus complejidades, que iba a ser un trabajo de unos ocho meses, pero al octavo mes me encontraba terminando apenas la primera versión del capítulo doce. Me di a la tarea de solicitar a la viuda de Lowry que concediera un plazo mayor, hice todas las gestiones y ella me indicó que no era un caso excepcional, ya que todos los traductores siempre habían solicitado plazos más amplios, gracias a lo cual tuve una correspondencia constante con ella; de esta relación epistolar surgió una amistad que se intensificó cuando la visité en Los Ángeles, a donde le llevé los primeros ejemplares traducidos al español. “Carlos Miranda: ¿Quién te propuso traducirla? “Raúl Ortiz: La editorial Era, Neus Espresate. Yo había conocido a su hermano en París y ella supo que yo tenía algún conocimiento del inglés. No sé si ella había leído la novela porque nuestra relación fue prácticamente de negocios —no muy afortunada para mí, pero en fin, me dio la oportunidad de dar a conocer una obra tan importante—. Yo me imagino que alguna publicación le había revelado la relevancia que tenía el texto en inglés y solicitó los derechos para la publicación. Comencé la traducción en 1961 y la concluí en 1964. “CM: Creo que una de los aspectos más notables en tu traducción es la traslación del ritmo, de la sintaxis de Lowry al español.

“RO: Efectivamente. Fue una meta final, pero para alcanzarla fueron necesarios mucho trabajo y muchas revisiones; eso implicó que me llevara tres años y medio, en los cuales trabajaba cuatro horas todas las tardes, de las cuatro a las ocho, y los fines de semana me iba al monasterio del padre Lemercier en Cuernavaca, donde podía trabajar los viernes en la tarde, el sábado completo y el domingo medio día, que era el único en que bajaba a Cuernavaca a distraerme un poco y a comer algo que no fuera comida penitenciaria como la que nos daban en el monasterio. “CM: Hay lecturas obligadas para apreciar Bajo el volcán, en primer lugar La divina comedia, ¿cuáles otras hiciste para compenetrarte con la novela? “RO: El punto capital de la traducción fue el de la carta con que concluye el primer capítulo, allí se encuentra el documento más patético que haya yo leído dentro de la literatura moderna, el grito más desesperado, más derrotista, más doloroso, que me dio todos los matices que Lowry iba a desenvolver

Raúl en la casa de Malcolm Lowry


11 después de este prólogo a manera de obertura a lo largo de los once capítulos subsiguientes” (Miranda, Carlos). En este año celebramos el cincuentenario de la primera edición de Bajo el volcán en español con el sello de Editorial Era que sigue reimprimiéndolo desde entonces. La traducción que logró el maestro Raúl Ortiz y Ortiz (México, 1931) resguarda la sorprendente atmósfera de la novela; los acentos atronadores del texto; el soporte cultural del México antiguo y contemporáneo que subyace; la serie infinita de re-

Facsimilar de hoja de trabajo de Raúl Ortiz

ferencias de todo tipo de la cultura universal, desde canciones infantiles populares hasta Dante y la Cábala o el jazz, y la musicalidad del discurso. Acometer el trabajo de traducir Bajo el volcán era una labor de titanes, se necesitaba entereza y osadía y una mente enciclopédica que pudiera establecer un diálogo digno con el propio Lowry que puso en el Volcán todo lo que no iba a poner en ninguna otra obra porque ya se figuraba que después del esa novela quedaría imposibilitado de escribir nada más, no por otra cosa, sino porque todo estaba dicho. Raúl Ortiz y Ortiz nació en la Ciudad de México fue actor, diplomático y profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México; entre sus múltiples premios, ha recibido el de Artes y Letras en 1963 y 1984, Caballero de la Legión de Honor de la República Francesa en 1985, Premio Alfonso X de Traducción Literaria en 1987 y ha ganado el reconocimiento de muchas personas del mundo Lowryano como Margerie Bonner, Earle Birney, Jaime García Terrés, Rosario Castellanos, Sherril Grace y Chris Ackerley. A pesar de que Lowry nunca recibió honores por su trabajo ni obtuvo ningún premio de literatura ― excepto el Governor General’s Literary Award que el gobierno de Canadá entregó a Margerie Bonner, su viuda, en 1962, cuando él tenía cinco años de muerto―, Bajo el volcán es una de las cumbres de la literatura del siglo XX y en la actualidad es un clásico, tengo en mente la definición de Borges: “Clásico es aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término. (...) Clásico no es un libro (lo repito)


12 que necesariamente posee tales o cuales méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad” (Borges, Jorge Luis, Nueva Antología personal). Entre todos los escritores extranjeros que han vivido y escrito sobre y desde México, Lowry es el que mejor comprensión ha tenido de este país. México, escribió, es un buen lugar para situar el drama, “un drama en torno a la lucha de un hombre entre las potencias de la luz y las tinieblas” (Lowry, Malcolm. Carta a Jonathan Cape del 2 de enero de 1946). En las manos de Lowry, México adquiere la categoría de un símbolo: el del paraíso terrenal.

Margerie Bonner, viuda de Malcolm Lowry en casa de Raúl


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Raúl Ortíz y Ortíz en su biblioteca. Foto Óscar Menéndez


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Blasted Oblivion A Reading of Mary Shelleys Frankenstein John Prigge


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Wax Musuem, Dublín, Irlanda Photo. Miguel Méndez


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Oh! Stars and clouds and winds, ye are all about to mock me: if ye really pity me, crush sensation and memory; let me be as naught. Victor Frankenstein I allowed my thoughts, unchecked by reason, to ramble in the fields of Paradise. The Creature

T

he gods and goddesses create only to annihilate. In bestowing life they can be careless and in destroying it callous. But, they never outright abandon their creations. “Since every creation is a divine work and hence an irruption of the sacred”, writes Mircea Eliade, “it at the same time represents an irruption of creative energy into the world. Every creation springs from an abundance”. There are some gods who might get tuckered out by all that irrupting, like one who rested up on the “seventh day”, and later “was sorry that he had made man on the earth, and it grieved him to his heart”. (Genesis 6:6) Bunjil of the Australian Kulin and Puluga of the Andaman Islanders chose to withdraw to the sky. The supreme being of the Bantu of Africa is “too great for the common affairs of men” and “after creating man, no longer cares about him”. And the Sumerian Enlil, unable to rest due to the increasing hullabaloo from humankind, sent plagues, famine, and drought to silence them. But, whether the creative act was realized through speech, spittle, or semen, all gods and goddesses, if not concerned themselves, have left sons, daughters, spirits, angels, or heroes to guide their creatures. Heliopolis, Valhalla, Olympus, Heaven, and Vedic, Eddic, and other countless pantheons have concerned themselves with them. Oh, and Enki intervened to save the Sumerians (and to this day we live in a noisy world; so when your neighbor won’t turn his stereo down, pray to Enlil). And, of the many concerns of the gods, one especially is always expressed, as Black Hactcin of the Apache says to the first creature, “You are all alone. I shall make it so that you shall have others from your body”. And so Black Hactcin caused the man to sleep and dream, and in his dream he saw a woman, and when he awoke, there she was. In Genesis Yahweh says, “It is not good that the man should be alone”, and


17 so while Adam sleeps he snatches a rib to fashion a companion. In the Brihadaranyaka Upanishad it is the god itself who realizes this essential need. In the beginning this universe was nothing but the Self. It looked around and saw that there was nothing but itself, whereupon its first shout was, “It is I!”; whence the concept “I” arose. Then it was afraid. But it considered: “Since there is no one here but myself, what is there to fear?” Whereupon the fear departed. However, it still lacked delight and desired a second. This Self then divided itself in two parts; and with that, there was a male and a female. (Campbell, Joseph. 1962)

And so it was for millennia until June 16, 1816, when an eighteen year old woman by the name of Mary Wollstonecraft Shelley experienced a waking dream depicting a singular, portentous departure from all that had come before. In her preface to a new publication of Frankenstein in 1831 she relates her vision: When I placed my head on my pillow, I did not sleep, nor could I be said to think. My imagination, unbidden, possessed and guided me, gifting me the successive images that arose in my mind with a vividness far beyond the usual bounds of reverie. I saw – with shut eyes, but acute mental vision, -- I saw the pale student of unhallowed arts kneeling beside the thing he had put together. I saw the hideous phantasm of a man stretched out, and then, on the working of some powerful engine, show signs of life, and stir with an uneasy, half vital motion. Frightful must it be; for supremely frightful would be the effect of any human endeavor to mock the stupendous mechanism of the Creator of the world. His success would terrify the artist; he would rush away from his odious handiwork, horrorstricken. He would hope that, left to itself, the slight spark of life which he had communicated would fade; that this thing, which had received such imperfect animation, would subside into dead matter, and he might sleep in the

belief that the silence of the grave would quench for ever the transient existence of the hideous corpse which he had looked upon as the cradle of life. He sleeps; but he is awakened; he opens his eyes; behold the horrid thing stands at his bedside, opening his curtains, and looking on him with yellow, watery, but speculative eyes.

Mary Shelley immediately gave a name to the “pale student of unhallowed arts”; Victor Frankenstein; and soon after a life; the novel was published in early 1818. Victor Frankenstein immediately abandons his creation on that “dreary night of November... when [he] saw the dull yellow eye of the creature open”1, and, as he narrates his life to Captain Walton, whose ship has taken him on in most incredible circumstances in the Arctic seas, says “I had worked hard for nearly two years, for the sole purpose of infusing life into an inanimate body. For this I had deprived myself of rest and health. I had desired it with an ardor that far exceeded moderation; but now I had finished, the beauty of the dream vanished, and breathless horror and disgust filled my heart. Unable to endure the aspect of the being I had created, I rushed out of the room”. Except for one further glimpse of his creation later in his bedroom, from which he flees once again, Victor does not behold him again until two years later. Under very different circumstances. 1 Quotes are from the original 1818 publication of Mary Shelley’s Frankenstein, which expresses a more immediate, coherent, and natural response to the experience of her waking dream. The 1831 edition, (which for some reason is the preferred version for most publications), with its additions and omissions by Shelley herself, seems to have been written in some haste, resulting at times in carelessness to detail. For example; while Elizabeth and Victor visit the innocent Justine just before her execution, he thinks, “Despair! Who dared talk of that?” This despair refers to a previous statement by Justine in her attempt to console the outraged Elizabeth, “This, dear lady, is despair, and not resignation.” But this line has disappeared in the 1831 rewrite.


18 And, of course, he never names his creature, and refers to him by pejorative terms like villain, daemon, vile insect, fiend, wretch, brute, and, of course, monster. No creators before Frankenstein failed to name their creations, not even the Babylonian goddess Tiamat, who “gave birth to monster serpents, sharp of tooth and fang, filled with poison instead of blood, ferocious, terrible, and crowned with fear-inspiring glory, such that to look upon them was to perish. . . And of these the first-born, Kingu by name, Tiamat exalted and made great in their midst” (Campbell, Joseph. 1964). Nor Uranus, who hated from the beginning his progeny with Gaia, and, as told by Hesiod in the Theogony, though they were created with “a hundred monstrous hands sprouting from their shoulders, and fifty heads on top of their shoulders growing from their sturdy bodies”, they had names such as Cottus, Briareus, and Gyes, and, also unlike Frankenstein’s creature, had each other and further siblings like their younger brother Cronus, who revenged them all against the hateful, brutal Uranus by castrating him with a sickle. But Frankenstein’s creation has no one, he is absolutely alone in the universe.

convalescence, he becomes “as cheerful as before I was attacked by the fatal passion.” And in his uniquely vain, overweening way adds, “I became the same happy creature who, a few years ago, loving and beloved by all, had no sorrows or care. When happy, inanimate nature had the power of bestowing on me the most delightful sensations.” Incredibly, he does not once mention the existence of the “inanimate body” in which he had infused life. But, just as his first inspiration for his creation came from a bolt of lightning that left an old and beautiful oak a “blasted stump,” and so heard his father describe the various effects of electricity2, he now relates a similar instance, with very distinct results, around the environs of his hometown of Geneva, when he finally comes home after receiving the tragic news of the murder of his youngest brother William. “A flash of lightning illuminated the object, and discovered its shape plainly to me; its gigantic stature, and the deformity of its aspect, more hideous than belongs to humanity, instantly informed me that it was the wretch, the filthy daemon to whom I had given life. What did he there? Could he be (I shudder at the conception) the murderer of my brother?”

Denying him a name, Victor even wishes to deny his creation a life. In her original vision, Mary Shelley’s student hopes that “left to itself, the slight spark of life which he had communicated would fade; that this thing, which had received such imperfect animation, would subside into dead matter. . .” Instead, in the novel, it is Victor himself who soon subsides into a delirious fever that will incapacitate him for months. But later, during his

Now blasted back to reality by the flash that illuminates his creation, Victor can only deliberate on the wretch’s utter destruction, and, when before he had infused the “spark of being into the lifeless thing” he had claimed, “Life and death appeared to me ideal bounds, which I should break through, 2 Among several other changes, the 1831 rewrite replaces the father with an acquaintance who “entered on the explanation of a theory which he had formed on the subject of electricity and galvanism…”


19 and pour a torrent of light into our dark world,” he now cries during his first direct encounter with his creature, “Cursed be the day, abhorred devil, in which you first saw light.” While two years before he had boasted, “A new species would bless me as its creator and source; many happy and excellent natures would owe their being to me,” he now wails, “Wretched devil! You reproach me with your creation; come on, then, that I may extinguish the spark which I so negligently bestowed.” The Creator and the Destroyer are two of the 99 names of Allah that the Sufis meditate on. But, they also celebrate such attributes as the Wise, the Giver of Peace, the Source of Goodness, the Forgiver, the Avenger, the Manifest, the Hidden, the Benefactor, the Tormentor, the One, the Vast, the First and the Last. On the other hand, the list of attributes for the God of Bush, Palin, Pat Robertson, and the rightwing evangelicals would appear to be much shortened and could be summed up as the Sycophant; since he always seems to tell them exactly what they want to hear. Being created by the likes of Victor Frankenstein would also imply a very short list, basically beginning and ending with one attribute, the Tergiversator. There would be one boon to this, though; prayers would be very short. I would imagine them along the lines of “Oh, Great Tergiversator, thanks for nothing!” And Victor Frankenstein is a tergiversator (which literally, in Latin, means “to turn the back”) like no other in the history of Western literature. Far different is Ovid’s sculptor Pygmalion in The Metamorphoses who, instead of aban-

doning the ivory statue of his creation, lay atop her and “kissed the girl until she woke beneath him”. So, what can account for an eighteen year old English woman of the early nineteenth century to write such a strange, brilliant, sometimes frustrating novel such as Frankenstein? Myths, folklore, dreams, and visions all work on several levels of interpretation. On a literal level, Shelley’s “waking dream” deals with the loss of her baby eighteen months earlier, and, of course, the abandonment by her own mother, who died just days after giving birth to her. And, Mary is coming of age in an era where the white, European male is rampaging across the entire globe, forcing a brutal colonization that carelessly and callously turns its back on those they colonize. The Chinese Tao Te Ching states that “those who would take over the earth and shape it to their will never succeed”. But Yahweh was of a different persuasion and said man should “have dominion over the fish of the sea, and over the birds of the air, and over the cattle, and over all the earth, and over every creeping thing that creeps upon the earth”. No empire has needed Yahweh to persuade them of this (though many have used him as their excuse) and the English empire was certainly no exception. Since Victor Frankenstein, the tergiversator, has turned his back on his creature, much of the latter’s education takes place as he observes the De Lacey family in their cottage through the chink of his hovel abutting it. Felix De Lacey reads to his Arabian fiancée from Ruins of Empires by Constantin Francois Volney. Though Shelley only refers to the title, many readers of the time would have been aware of Volney’s severe disapproval concerning


20 the world view of the typical European imperialist of the time. Here he lays bare the cynical attitude of Imperialism; Why fatigue ourselves to produce enjoyments which we may find in the hands of the weak? Let us join and despoil them; they shall labor for us, and we will enjoy their labor... And those nations which call themselves polished, are they not the same that for the last three centuries have filled the earth with their injustice? Are they not those who under the pretext of commerce, have desolated India, dispeopled a new continent, and subject Africa at present to the most barbarous slavery?

And, like the colonized populations of European Imperialism, Mary Wollstonecraft Shelly is also marginalized3; as a woman. In the novel, Elizabeth, who grew up with Victor and to whom he becomes betrothed, innocently expresses the limitations of the sheltered life she has led when she laments the fate of Justine, unjustly hung for the murder of William. “When I reflect . . . on the miserable death of Justine, I no longer see the world and its works as they before appeared to me. Before, I looked upon the accounts of vice and injustice, that I read in books or heard from others as tales of ancient days or imaginary evils; at least they were remote and more familiar to reason than to the imagination; but now misery has come home, and men appear to me as monsters thirsting for each other’s blood.” (One could almost say that here Shelley had in some inchoate way already imagined how the warring over spoils by the Euro3 The word marginalize actually didn’t come into use until the 1970’s, according to the Merriam-Webster Dictionary, but there is no more succinct word to define those “relegated to an unimportant or powerless position within a society or group”. (Definition quoted from Merriam-Webster Dictionary.)

pean powers would eventually culminate in the further horrors of World War I.) And, even more to the point, as Victor relates to Captain Walton one more of his trips away from the family, “Elizabeth approved of the reasons of my departure, and only regretted that she had not the same opportunities of enlarging her experience and cultivating her understanding”4. Nothing could better portray the role expected of women, and other marginalized peoples, than to produce here an exchange of letters between Abigail Adams and her husband John Adams in 1776, just months before he signed the Declaration of Independence of the thirteen American colonies. Abigail Adams wrote, I long to hear that you have declared an independency – and by the way, in the new code of laws which I suppose it will be necessary for you to make, I desire you would remember the ladies, and be more generous to them than your ancestors. Do not put such unlimited power in the hands of husbands. Remember, all men would be tyrants if they could. If particular care and attention are not paid to the ladies, we are determined to foment a rebellion, and will not hold ourselves bound to obey laws in which we have no voice of representation.

And her husband, future president of the United States, answered, I cannot but laugh. We have been told that our struggle has loosened the bonds of government everywhere. That children and apprentices were disobedient – that schools and colleges were grown turbulent – that Indians slighted their guardians and Negroes grew insolent to their masters. 4 This quote is another example of one of Shelley’s omissions from the 1831 publication.


21 But your letter was the first intimation that another tribe more numerous and powerful than all the rest were grown discontented. This is rather too coarse a compliment, but you are so saucy. I won’t blot it out. Depend on it, we know better than to repeal our masculine system.5

In response, in part, to Edmund Burke, who had written that “a woman is but an animal, and an animal not of the highest order” (Burke, Edmund. 1790), Shelley’s own mother, Mary Wollstonecraft, wrote in A Vindication of the Rights of Women (1792), It would be an endless task to trace the variety of meannesses, cares, and sorrows into which women are plunged by the prevailing opinion, that they were created rather to feel than reason, and that all the power they obtain, must be obtained by their charms and weakness. . . I wish to show that the first object of laudable ambition is to obtain a character as a human being, regardless of the distinction of sex.

Like both Victor Frankenstein, whose “thoughts rambled to various subjects, reflecting confusedly on [his] misfortunes and their cause,” and his creature, who “rambles in the fields of Paradise,” I would likewise ramble, and mine takes me anon to another theme that I believe Shelley addresses. (No lesser an authority than Joyce Carol Oates 5 While on this subject, it is interesting to note that the 1931 Universal Pictures film adaptation of Frankenstein lists in the credits the source as ‘From the Novel by Mrs. Percy B. Shelley.’ And while on that subject, it should be mentioned that the film was based on a screenplay written by Francis Faragoh and Garrett Fort, which was adapted from John Balderston’s adaptation of the play written by Peggy Webling. In other words, it had naught to do with the novel. The Kenneth Branagh production Mary Shelley’s Frankenstein (1994), while at times is recognizable to the novel, still finds it necessary to make Victor more sympathetic; one example among many, he does not abandon the creature outright, as he believes that it is dead. The best adaptation by far is, of course, Mel Brooks’ brilliant and hilarious Young Frankenstein (1974).

(2007) wrote, “It is a measure of the subtlety of this moral parable that the demon strikes so many archetypal chords and suggests so many variant readings”). But, first, I think it is high time to do something that Victor Frankenstein refused to do; and that is to name his creation. Amidst all the several defamatory names, once or twice he refers to his creation as “the being.” Unintentionally, Victor has given him a very appropriate name, and I will use that from now on. And so, in Frankenstein, Mary Shelley’s shamanic-like vision also addresses the archetypal, primordial themes of the Creator and the Destroyer, the Manifest and the Hidden, the One and the Vast, and the Benefactor and the Tormentor. And, consciousness and forgetfulness, being and nonbeing. Victor and the Being, both dreadfully bewildered by existence, are searching for their own particular myths; one leading to a consoling and stagnant oblivion, and the other to a harrowing, unquenchable conflagration of awareness. “I was formed for peaceful happiness”, Victor informs Captain Walton. “No youth could have passed more happily than mine. My parents were indulgent, and my companions amiable. . . Such was our domestic circle, from which care and pain seemed for ever banished”. And he goes on to explain the two years leading up to that “dreary night of November”, as “a kind of enthusiastic frenzy” in which he had “lost all soul or sensation but for the one pursuit”. Victor “has closed himself up, till he sees all things thro’ narrow chinks of his cavern” (Blake, William. The Marriage of Heaven and Hell) until finally his eyes are completely “shut


22 to the horror of [his] proceedings.” And then, by the half-extinguished light of a nearly burnt out candle, he sees “the dull yellow eye of the creature open.” “How can I describe”, he cries to Walton, “my emotions at this catastrophe. . ?” The earlier catastrophe of the old oak destroyed by the lightning bolt had excited Victor’s astonishment and inspired his dreams which “were undisturbed by reality.” But now reality overwhelms the pampered, careless student and he flees to his bedroom where “at length lassitude succeeded to the tumult I had before endured; and I threw myself on the bed in my clothes, endeavoring to seek a few moments of forgetfulness.” Victor had never actually considered the consequences of his enthusiasm, and, interestingly, almost seven decades later Nietzsche writes in The Will To Power that one of “the ways of self narcotization [is an] attempt to work blindly as an instrument of science. And, just for good measure, he also lists the voluptuous enjoyment of eternal emptiness”. And, as further bolts of catastrophe strike, so begins for Victor a series of fevers, faints, deceptions, evasions, suicidal musings, opium use, selfvindications, and confinements in hospitals, mental asylums, and jail, and all with one paramount purpose, expressed as only Victor Frankenstein can, “Now all was blasted . . . I shunned the face of man; all joy or complacency was torture to me; solitude was my only consolation – deep, dark, deathlike solitude”.

And in pursuit of this, shortly after the deaths of William and Justine, Victor treks to the summit of Montanvert to “forget them [Elizabeth, his family both living and dead], the world, and, more than all, myself ”. There amidst the glacial wilderness he cries out in joy, “Wandering spirits, if indeed ye wander, and do not rest in your narrow beds, allow me this faint happiness, or take me, as your companion, away from the joys of life”. And, in answer, from across the icy vastness of the glacier, something does appear. “I suddenly beheld the figure of a man, at some distance, advancing towards me with superhuman speed. He bounded over the crevices in the ice, among which I had walked with caution; his stature, also, as he approached, seemed to exceed that of man. I was troubled: a mist came over my eyes, and I felt a faintness seize me; but I was quickly restored by the cold gale of the mountains. I perceived, as the shape came nearer (sight tremendous and abhorred!) that it was the wretch whom I had created.” As he so often does, Victor first looks for escape in the forgetfulness of unconsciousness, but the cold mountain air, and even more so, the actual presence of his creation, will not oblige him. Victor Frankenstein’s stubborn egocentricity makes him a very unreliable narrator for his own story; as, for example, when he states that he feels responsible for the deaths of William and Justine, but in the very next instant declares he is completely innocent of the tragedy. But now, finally facing his creation on this vast, frozen wasteland, Victor is forced to


23 narrate another’s story, and this task, in effect, creates some distance from his own highly indulged self, and he is able to relate it faithfully to Captain Walton. And so, at long last, the Being has a voice. After being received by his creator with wild threats and curses, the Being says, How can I move thee? Will no entreaties cause thee to turn a favorable eye upon thy creature, who implores thy goodness and compassion? Believe me, Frankenstein: I was benevolent; my soul glowed with love and humanity; but am I not alone, miserably alone? You, my creator abhor me; what hope can I gather from your fellow-creatures, who owe me nothing? They spurn and hate me. The desert mountains and dreary glaciers are my refuge. . . You accuse me of murder, and yet you would, with a satisfied conscience, destroy your own creature. Oh, praise the eternal justice of man!” (Among many other human attributes both good and bad, the Being has already learned about sarcasm.) “Yet I ask you not to spare me: listen to me; and then, if you can, and if you will, destroy the work of your hands. Hear my tale; it is long and strange...

“It is with considerable difficulty that I remember the original era of my being”, the Being begins, “all the events of that period appear confused and indistinct.” He is abandoned to this odyssey of self discovery literally by himself. And, despite his best intentions, remains that way. But though he is considered abhorrent by his few witnesses, his mind is sublime, and that is apparent in how he recounts his first night. “Soon a gentle light stole over the heavens, and gave me a sensation of pleasure. I started up and beheld a radiant form rise from among the trees. I gazed with a kind of wonder. It moved slowly, but it enlightened my path...”

And in the two years that have elapsed since his creation he has tread a most illuminating path. Whereas Victor sees “all things thro’ narrow chinks of his cavern”, for the Being the “small and almost imperceptible chink” in his hovel that looks into the cottage becomes more like a door of perception, which, “if cleansed every thing would appear... as it is, infinite” (Blake, William. The Marriage of Heaven and Hell). I believe Shelley gives a clue for a more esoteric interpretation to the path of the Being’s self discovery by the names of the three young occupants of the cottage; Safie, Felix, and Agatha. Their names bring to mind that ancient mystical tradition of the Law of Three; the active, passive, and reconciling forces that participate in all phenomena both manifest and hidden, for the reason that their names signify, respectively, wisdom, happiness, and the good. The Being compares his hovel to a paradise, and, like another creature, Adam, he also acquires knowledge there, and with that, the inevitable; “Increase of knowledge,” he says, “only discovered to me more clearly what a wretched outcast I was.” He at first identifies with Adam’s state, but, through further suffering realizes “Satan as the fitter emblem of [his] condition”. Kierkegaard’s words, in Works of love (1847), thirty years later could well speak for the Being , “The greater the degree of consciousness, the more intensive the despair. The devil’s despair is the most intensive despair, for the devil is pure spirit and hence unqualified consciousness and transparency, there is no obscurity in the devil that could serve as a mitigating excuse, his despair is therefore absolute defiance. This is the maximum of despair”.


24 The Being is more than marginalized, he exists beyond the margins of humankind. He is more than ostracized, he has never belonged anywhere. He is an outcast who has never been cast. “Satan had his companions, fellow devils,” he says, “to admire and encourage him; but I am solitary and detested.” And so he asks of his creator what any creature in his state would, “You must create a female for me, with whom I can live in the interchange of those sympathies necessary for my being. This you alone can do; and I demand it of you as a right which you must not refuse to concede.” Well, after many evasions and further attempts to find peace in self forgetfulness, Victor does refuse. And the Being’s response threatens yet another of those bolts onto the oblivious Victor; “Shall each man find a wife for his bosom, and each beast have his mate, and I be alone? I had feelings of affection, and they were requited by detestation and scorn. Man! You may hate, but beware! Your hours will pass in dread and misery, and soon the bolt will fall which must ravish from you your happiness forever.” Where the bolts are to fall are all too obvious to the reader of Frankenstein, but not so to the person who goes by that name. A first reaction to this can be that the plot becomes somewhat contrived or clumsy. (I stand accused!) But, of course, this state is perfectly in character for Frankenstein the Tergiversator, Victor the searcher of “deep, dark, deathlike solitude”. And so the tragic bolts fall one by one on the hapless victims who have the extreme misfortune of being part of his “domestic circle, from which care and pain seemed for ever banished.” Each one shocks

him back to his dreadful present, but not for long. Soon enough he is blessing sleep as “the giver of oblivion,” wondering why he “did not sink into forgetfulness and rest?” or crying to the stars and clouds and winds, “If ye really pity me, crush sensation and memory; let me become as naught”. Even so, he is able to look forward to his marriage with Elizabeth as the “delight of a union from which [he] expected peace.” It appears he wasn’t expecting much else. The Being, unlike Cronus, has no need to castrate his creator because Victor is already emasculated; on his wedding night he sends Elizabeth to her death without consummating the marriage. Then, of course, when he hears her death scream from the next room, “The whole truth rushed into [his] mind.” His reaction, what else, he “fell senseless on the ground.” Shortly after this tragedy his father dies of an apoplectic fit and so “care and pain” is literally banished from all those in his domestic circle. Victor and the Being have stood at the same crossroads though each perceived it differently. Victor says, “If our impulses were confined to hunger, thirst, and desire, we might be nearly free...” After the Being realizes that knowledge brings sorrow, he cries, “Oh that I had forever remained in my native wood, nor known nor felt beyond the sensations of hunger, thirst, and heat!” Victor discovers that consciousness can disappoint his desire to remain in the passive oblivion of paradise. He is a blasted stump. His path from the crossroads leads downwards. But, the Being endures the anguish of consciousness, and find-


25 ing that his rambles in the fields of paradise were “all a dream,” far from turning his back on the suffering this causes, he departs from paradise. As he explains, “The path of my departure was free and there was none to lament my annihilation... What did this mean? Who was I? Whence did I come? What was my destination?” There are no answers or counsel from his creator, but Silenus, the companion to Dionysius, could have given him the same advice regarding the horrors and terrors of existence as he gave King Midas, “Ephemeral wretch, child of chance and sorrow, why do you force me to tell you what it would be your greatest boon not to hear? What would be best for you is quite beyond your reach: not to have been born, not to be, to be nothing” (Nietzsche. The Birth of Tragedy). But the wretched Being is searching. His path leads upwards. And eventually he will come to the further realization that, as Heraclitus claimed over two millennia before, “The path up and the path down are one and the same”. After months in a mental asylum, Victor Frankenstein is released and wanders to the cemetery where all those who had lovingly indulged him lay, and, as is he won’t, he cries out, “By the sacred earth on which I kneel, by the shades that wander near me, by the deep and eternal grief that I feel, I swear; and by thee, O Night, and the spirits that preside over thee, to pursue the daemon, who caused this misery, until he or I shall perish in mortal conflict. For this purpose I will preserve my life: to execute this dear revenge will I again behold the sun, and tread the green herbage of earth, which otherwise should vanish from my eyes

Mujer Frankenstein,, Illustration. Bernie Wrightson


26 forever. And I call on you, spirits of the dead, and on you, wandering ministers of vengeance, to aid and conduct me in my work. Let the cursed and hellish monster drink deep of agony; let him feel the despair that now torments me.” And once again it is the Being who answers Victor’s call, this time in a whisper, “I am satisfied: miserable wretch! You have determined to live, and I am satisfied.” One more characteristic on Nietzsche’s list of self-narcotization is “a blind enthusiasm for a single human being (as hatred, etc.)”. The Being has divined this, also. He gives his creator one last desire, one last reason to live. Victor and he are bound by ties which, as the Being clarified earlier on the frozen mountain tops, are “only dissoluble by the annihilation of one of [them].” And so begins a strange and startling odyssey. And Victor, who “sought the attainment of one object of pursuit and was solely wrapt up in this” two years before as he endeavored to create, is now enthralled in a pursuit to destroy. “Guided by the slightest clue,” Victor sails down the Rhone to the Mediterranean where, “by a strange chance,” he glimpses the Being hide aboard a vessel bound for the Black Sea. Ever northward suffering through the wilds of Tartary and Russia they go where, Victor relates in a lucid moment, “Sometimes he himself, who feared that if I lost all trace I should despair and die, often left some mark to guide me.” And just as suddenly, recounting the desperate moments when suddenly a repast is left prepared for him in the frigid wastelands, his frail mind fails him once again and he says, “I will not doubt that it was set there by the spirits that I had invoked to aid

me.” On this tragic pilgrimage opposites coincide; the creator pursues his creation in delirious rage and the creature guides his maker with profound anguish and compassion. The opposing wayfarers finally converge on the hazardous sea ice of the Arctic, but at this moment a tremendous ground sea breaks up the ice and each is abandoned to his own destiny. “Who was I? Whence did I come? What was my destination?” the Being had cried out in his desolation. Victor is rescued from the absolute middle of nowhere by a ship searching for the Northwest Passage and the Being is presumed lost to the elements. Aboard the ship Victor finds one more person to soothe and indulge him. Captain Walton discovers in Victor the “friend” he had searched for as passionately as the Northwest Passage. And so, surrounded by unbounded admiration and sympathy, and declaring in some of his last words that in examining his past conduct, he does not “find it blamable,” he is finally released into the absolute oblivion that he had long desired. It is said that Victor Frankenstein dies in the confines of the novel, but that his creation does not. Actually, Victor lives on in the person of Captain Walton. “Must I then lose this admirable being!” Walton laments. “I have longed for a friend; I have sought one who would sympathize with and love me. Behold, on these desert seas I have found such a one; but, I fear, I have gained him only to know his value, and lose him.” Other than one being a


27 scientist and the other an explorer there is precious little that separates the two. This becomes all too obvious by the fact that Walton has no qualms whatsoever concerning the narration he has faithfully written down. In all earnestness he says of Victor, “What a glorious creature must he have been in the days of his prosperity, when he is thus noble and godlike in ruin!” Well, this observation beggars the question; with a god like that, who needs the devil? When his ship crew, “unsupported by ideas of glory and honor,” convinces Walton to turn back from his quest, he says, “Thus are my hopes blasted by cowardice and indecision.” Victor lives on! “Everything opposing converges into one harmony”, Heraclitus wrote, and Walton suddenly realizes the two paths of the creator and the creature have converged when he hears a sound as of a human voice nearby. He writes, “I entered the cabin where lay the remains of my ill-fated and admirable friend. Over him hung a form which I cannot find words to describe. . .” Without his creator pursuing his destruction, the Being is now more utterly alone in the universe than ever; as if that were possible. He beholds his creator, his deus absconditus, laid before him. The Being weeps6. Kierkegaard writes in Repetition (1843), “I stick my finger into existence – it smells of nothing. Where am I? What is this thing called the 6 The shortest sentence in the Bible. Jesus wept. (John 11:35) Another example, on the literal level, of life bestowed on an inanimate body. And what became of Lazarus, anyhow? The last we hear of him the chief priests are planning on putting him to death. Could he have cried, like Adam in the epigraph Shelley uses from Milton’s Paradise Lost, Did I solicit thee from darkness to promote me?

world? Who is it who has lured me into the thing, and now leaves me here?”. The Being didn’t just stick his finger into existence, he stuck his whole gigantic stature into it. And his despair is likewise immense; it is the devil’s despair, as Kierkegaard described it, for the devil is pure spirit and hence unqualified consciousness. . . Amongst his many adulating praises of Victor, Walton once wrote, “He may suffer misery and be overwhelmed by disappointments, yet, when he has retired into himself, he will be like a celestial spirit, that has a halo around him, within whose circle no grief or folly ventures.” This is not the circle of Kierkegaard’s devil or Shelley’s creature. Theirs is more like that of the mystical philosophers who describe “an intelligible sphere, whose center is everywhere and circumference nowhere”. In this circle, everything both joyous and terrible ventures. “My work is nearly complete,” The Being says to Walton when he enters the room. “Neither yours nor any man’s death is needed to consummate the series of my being, and accomplish that which must be done; but it requires my own”. He, like the Vedic Self of the Upanishads who “looked around and saw that there was nothing but itself ”, has also cried, “It is I!”. And, though he also “lacked delight and desired a second”, this was not forthcoming. So the Being must instead unmake creation. But, not by a literal burning annihilation on a funeral pyre as Walton understands. He must blast his I, his ego, but by returning to the Self, to the One and the Vast. Confronted by the overwhelming contradictions in his series of being, and nonbeing, he rejects the oblivion of his creator, and chooses the


28 path of consciousness, where “excess of sorrow laughs, excess of joy weeps” (Blake, William. The Marriage of Heaven and Hell), where existence is the coincidence of opposites, as Nicholas of Cusa defined God; and so, reconciling being and nonbeing, he chooses the arduous path of becoming. The unmaking of his creation does not take the Being back to Paradise. “I shall quit your vessel on the ice-raft which brought me thither”, he tells Walton, “and shall seek the most northern extremity of the globe”. And Walton closes the haunting narrative with these words, “He was soon borne away by the waves, and lost in darkness and distance”. Lost in darkness for Walton, who, like Victor, is not capable of imagining another’s existence, but he is not necessarily lost to the reader’s imagination. And so he calls to my mind the last of the four Brahmins7 who set forth to seek their fortune in a strange and startling Hindu fable. At the beginning of their journey they encounter a magician named Terror-Joy who, when asked for assistance, gives them each a magic quill, and also instructions to go north, to the northern slope of the Himalayas, and that whenever a quill dropped, there they would find treasure. So the first Brahmin departs when finding copper, the next when his quill discovers silver, and the third turns back with gold. But the fourth cries, “Don’t you see the point? First copper, then silver, then gold. Beyond there will surely be gems”. And so he braves the northernmost wilderness until; At last, on a whirling platform, he saw a man with blood 7 And, by the way, the Being also is a vegetarian.

dripping down his body; for a wheel was whirling on his head. Then he made haste and said, “Sir, why do you stand thus with a wheel whirling on your head?” The moment the Brahmin said this, the wheel left the other’s head and settled on his own. “My dear sir,” said he, “what is the meaning of this?” “In the very same way,” replied the other, “it settled on my head.” “But,” said the Brahmin, “when will it go away? It hurts terribly.” And the fellow said: “When someone who holds in his hand a magic quill, such as you had, arrives and speaks as you did, then it will settle on his head.” “Well,” said the Brahmin, “how long have you been here?” “When Rama was king, I was poverty-stricken, procured a magic quill, and came here, just like you. And I saw another man with a wheel on his head and put the question to him. The moment I asked a question (just like you) the wheel left his head and settled on mine. But I cannot reckon the centuries.” Then the wheel-bearer asked: “My dear sir, how, pray, did you get food while standing thus?” “The god of wealth,” said the fellow, “fearful lest his treasures be stolen, prepared this terror, so that no magician might come so far. And if any should succeed in coming, he was to be freed from hunger and thirst, preserved from decrepitude and death, and was merely to endure this torture. So now permit me to say farewell.” And he went. (Campbell , Joseph. 1968)

On the literal level the tale appears to be no more than a moral parable warning of the greedy egoism that Victor Frankenstein and Captain Walton are guilty of. But actually, as Joseph Campbell goes on to say, the parable was originally a Mahayana Buddhist legend concerning states of consciousness. Heraclitus, Nicholas of Cusa, and Blake would have all recognized this immediately by the name of the magician who assists them on their quest; Terror-Joy. And only the fourth Brahmin proves himself worthy of the assistance of this magician


29 and the boon he offered. The Brahmin takes his place on the whirling platform and stands in the abundant irruption of the sacred. The treasures that the wheel-bearer stands amongst are not of this material world. He is “freed from hunger and thirst”. Within the agony of the whirling wheel pummeling his head lies also the bliss emanating from the wheel’s still center. Terror and joy are then transcended by pure consciousness. In The Marriage of Heaven and Hell, Blake says, “Without Contraries is no progression. Attraction and Repulsion, Reason and Energy, Love and Hate, are necessary to Human existence”. Like the Brahmin, the Being also received a gift, albeit unintentional; Victor, who attempted to avoid suffering through self-absorption and self-forgetfulness, nevertheless bestowed that boon on his creation. And so the suffering Being, in his arduous and burgeoning state of becoming, no longer looks for the meaning of life, but seeks now the experience of being alive. “In the depth of winter, when the cold was most severe, he was placed on a small sledge just large enough for him to sit on, and carried away...” So begins the initiation ordeal of the Caribou Eskimo shaman Igjugarjuk as reported to the Arctic explorer and ethnologist Knud Rasmussen. “No food or drink was given him; he was exhorted to think only of the Great Spirit – and so he was left to himself and his meditations” (Campbel, Joseph. 1959). The Being is now carried away to the most northern extremities of freezing wilderness. And there I imagine one last bolt of lightning. But unlike the one that blasted the oak tree and first

inspired his creation, or the one that first revealed his tergiversating god to him, this third bolt is the inner conflagration that illuminates the souls of shamans and other mystics. The inner lightning of the shaman consists “of a mysterious light which he or she suddenly feels in the body, inside the head, within the brain, an inexplicable searchlight, a luminous fire, which enables them to see in the dark, both literally and metaphorically speaking...” (Eliade, Mircea. 1964) So the Being, an Arctic shaman alone on the vast, frozen wilderness, is struck by this innermost, celestial lightning. And with the beating wheel initiating a rhythm in this manifest world of sorrows, he is cast whirling aloft to hidden, cosmic realms of being and nonbeing and becoming. “The only true wisdom”, Igjugarjuk says to Rasmussen, “lives far from mankind, out in the great loneliness, and it can be reached only through suffering. Privation and suffering alone can open the mind of human beings to all that is hidden to others”8. “Blasted as thou wert,” the Being cries over the lifeless form of Victor Frankenstein, “my agony was still superior to thine.” His excess of agony rejoices. The creature surpasses the creator.

8 And, a young English woman, in the seclusion of her home in rural West Yorkshire, wrote, “The more that anguish racks, the earlier it will bless”. (Bronte, Emily. The Prisioner. 1845)


Bibliography: Blake, William. 1793. The Marriage of Heaven and Hell. Burke, Edmund. 1790. Reflection on the Revolution in France. Campbell, Joseph. 1959. The Masks of God: Primitive Mythology. ---. 1962. The Masks of God; Oriental Mythology. ---. 1964. The Masks of God, Occidental Mythology. ---. 1968. The Masks of God: Creative Mythology. Eliade, Mircea. 1964. Shamanism: Archaic Techniques of Ecstasy. Kierkegaard, Soren. 1843. Repetition ---. 1847. Works of Love. Nietzsche, Friedrich. 1872. The Birth of Tragedy. Oates, Joyce Carol. 2007. “Frankenstein’s Fallen Angel” in Mary Shelley’s Frankenstein. editor Harold Bloom.


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CaniLo Olvido Una lectura de Frankenstein de Mary Shelley

John Prigge

¡Ay! Estrellas, nubes y vientos, están aquí para burlarse: si realmente me compadecen, quítenme los sentidos y la memoria, permítanme volverme nada. Víctor Frankenstein …a veces dejaba que mis pensamientos, sin el freno de la razón, vagaran por los campos del Paraíso... La Criatura

L

Fotograma de la película Young Frankenstein (1974)

os dioses y las diosas crean sólo para aniquilar, al otorgar la vida pueden ser descuidados y al destruirla insensibles, sin embargo, nunca abandonan sus creaciones. “Cada creación es una obra divina y por lo tanto una irrupción de lo sagrado”, escribe Mircea Eliade, “que al mismo tiempo representa la irrupción de la energía creativa en el mundo. Cada creación mana de la abundancia”. Hay algunos dioses que pudieran agotarse por tantas irrupciones, como el que descansó al séptimo día, “y más tarde se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en su corazón” (Génesis 6:6). El dios Bunjil de los Kulin australianos y el dios Puluga de los isleños de Andaman, decidieron desvanecerse en el cielo. El ser supremo de los Bantúes de África era demasiado poderoso para querer tratar con los asuntos comunes de los seres humanos y después de crearlos, ya no se preocupa por ellos. El sumerio Enlil, incapaz de descansar debido al creciente bullicio de la humanidad, envió plagas, hambrunas y sequías para silenciarlos. Pero no importa si el


32 acto creativo se realizó a través del habla, saliva o semen, todos los dioses y diosas, si no involucrados ellos mismos, dejan detrás hijos, hijas, espíritus, ángeles o héroes para guiar a sus criaturas. Heliopolis, Valhalla, el Olimpo, el Cielo, el Cielo de los Vedas y otros innumerables panteones se han encargado de albergarlos. Ah, y no podemos olvidar a Enki que intervino para salvar a los sumerios (hasta el día de hoy vivimos en un mundo ruidoso, así que cuando tu vecino no le baje al radio, puedes rezarle a Enlil). De las muchas preocupaciones que tienen los dioses, una siempre se expresa, como dice el Negro Hactcin de los Apaches a su primera criatura: “Estás completamente solo. Haré esto para que tengas otros como tú”. Entonces Negro Hactcin hizo que el hombre durmiera profundamente y soñara, y en su sueño vio a una mujer y cuando despertó, ella estaba allí. Otro ejemplo es el del Génesis donde Yahvé dice: “No es bueno que el hombre esté solo”, así que mientras Adán dormía, tomó una de sus costillas y con ella creó a la que sería su compañera. En el Brihadaranyaka Upanishad es el propio dios que se da cuenta de esta necesidad esencial para su creación. En el principio del universo era solamente el ser. Al caer en cuenta que no había más que sí mismo, miró a su alrededor y gritó por primera vez: “¡Soy yo!”, es por este acto que la idea del “Yo” fue concebida. Este pensamiento le causó miedo, más después de considerarlo, dedujo: “Si no existe nadie más que yo, ¿porqué habría de temer?”, entonces el miedo se fue. Sin embargo, se sentía carente de alegría y deseaba compañía. Fue entonces que decidió dividirse, creando una mitad femenina y una masculina (Campbell, Joseph. 1962).

Y así fue por milenios hasta el 16 de junio 1816, cuando una mujer de dieciocho años con el nombre de Mary Wollstonecraft Shelley tuvo una portentosa visión de todo lo sucedido anteriormente. Ella nos relata esta visión en el Prólogo de una nueva edición de Frankenstein en 1831: Al colocar mi cabeza sobre la almohada, no podía dormirme, aunque tampoco puede decirse que pensara. Mi imaginación, desinhibida, me poseyó y me dio impulso, dotando las sucesivas imágenes que aparecieron en mi mente con una vivacidad que sobrepasaba los límites usuales de la ensoñación. Vi —con los ojos cerrados, pero con aguda visión mental— al pálido estudiante de artes profanas arrodillado junto a la cosa que había formado. Vi acostado el repulsivo espectro de un hombre, que luego, por la acción de un mecanismo potente, mostraba signos de vida y comenzaba a agitarse con movimientos torpes, semivitales. Tenía que ser terrorífico; porque sería insuperablemente terrorífico el efecto de cualquier intento humano por parodiar el estupendo mecanismo del Creador del mundo. El artista se vería aterrado por el éxito; huiría de su aborrecible artesanía, presa del horror. Tendría la esperanza de que, abandonada a su suerte, la leve chispa de vida que había comunicado se extinguiera; que la cosa que había recibido esa imperfecta animación pasara a ser materia muerta; y podría dormir creyendo que el silencio de la tumba sofocaría para siempre la fugaz existencia del repulsivo cadáver que había contemplado como la cuna de la vida. Ahora duerme; algo lo despierta; abre sus ojos; ¡atención!, la horrible cosa está de pie junto a la cama, abre las cortinas y lo observa con ojos amarillentos, acuosos, pero reflexivos.

Mary Shelley inmediatamente dio nombre al pálido estudiante de artes impías: Víctor Frankenstein, y poco después, una vida; la novela fue publicada a principios de 1818. Víctor Frankenstein abandona inmediatamente su creación en esa “triste noche de


33 noviembre… cuando vio abrirse los ojos amarillentos de aquella criatura”1 y así mientras narra su vida al Capitán Walton, a cuyo barco subió en circunstancias increíbles en el océano ártico, le dice, “Había trabajado intensamente durante casi dos años con el fin de infundir vida a un cuerpo inanimado, privándome para ello de descanso y salud. Lo había deseado con un ardor superior a toda moderación, y entonces, terminado mi trabajo, se desvanecía la belleza de mi sueño y el corazón se me llenaba de horror y disgusto. Incapaz de soportar la presencia del ser creado, huí del taller...” Excepto por aquella vez en su habitación que pudo entrever a su creación antes de que escape apresurado, Víctor no vuelve a ver a su criatura hasta dos años más tarde, bajo circunstancias muy diferentes.

creadas para inspirar un verdadero temor, tan grande que sólo mirarlas era mortal... y de éstos, al primogénito Kingu, Tiamat lo exaltó y engrandeció entre todos” ( Campbell, Joseph. 1964). Ni siquiera Urano y Gaia que odiaron desde el principio a su progenie y, como relata Hesíodo en la Teogonía, aunque fueron creados con “un centenar de manos monstruosas que brotaban de sus hombros y de sus cuerpos robustos crecían cincuenta cabezas”, todos tenían nombre: Cottus, Briareus, Gyes… y a diferencia de la criatura de Frankenstein, se tenían unos a otros y más hermanos como Cronos, quien vengó a todos contra el brutal y odioso Urano, castrándolo con una hoz. Pero la creación de Víctor Frankenstein no tiene a nadie, está completamente solo en el universo.

Y claro que nunca le da un nombre a su criatura, sólo se refiere a él bajo nombres despectivos como villano, demonio, insecto vil, malvado, miserable, bruto y por supuesto, monstruo. Ningún creador antes de Víctor Frankenstein fracasó en la tarea de nombrar a sus creaciones, ni siquiera la diosa babilónica Tiamat, quien “dio a luz a las serpientes monstruo, con agudos colmillos y dientes, llenas de veneno en vez de sangre, feroces, terribles y

Negándole un nombre, Víctor incluso desea negarle a su creación una vida. En su visión original, el estudiante de Mary Shelley espera que si lo “abandonada a su suerte, la leve chispa de vida que había comunicado se extinguiera; que la cosa que había recibido esa imperfecta animación pasara a ser materia muerta…” En cambio, en la novela, es el propio Víctor que de pronto se desploma por una fiebre delirante que lo deja incapacitado por meses. Pero más tarde, durante su convalecencia, vuelve a ser “tan alegre como lo había sido hasta que me atacó aquella pasión fatal”. Y en su forma tan única, vanidosa y arrogante añade, “Volví a ser la misma persona feliz que, amado y apreciado por todos, vivía libre de preocupaciones y pesares como en aquellos años en que la alegre naturaleza despertaba en mí las sensaciones más deliciosas”. Curiosamente, nunca menciona la existencia del

1 Las citas vienen de la publicación original en 1818, Frankenstein de Mary Shelley, donde se muestra una respuesta más inmediata, coherente y natural a la experiencia de su ensueño. La edición de 1831 (que por alguna razón, es la preferida para la mayoría de las publicaciones), con sus añadidos y omisiones por Shelley misma, parece que fue escrita con prisa, resultando a veces en descuido de algunos detalles. Por ejemplo; mientras que Elizabeth y Víctor visitan a Justine justo antes de su ejecución, él piensa, “¡Desesperación! ¿Quién se atreve hablar de ésta?” Esta desesperación se refiere a una declaración de Justine en su intento de consolar a la indignada Elizabeth, “Ésta, querida dama, es desesperación y no resignación”. Pero esta frase desapareció en la revisión de 1831.


34 cuerpo inanimado en el que había infundido la vida. Y al igual que su primera inspiración fue un rayo de luz que cayó sobre un hermoso y viejo roble convirtiéndolo en un “tronco carbonizado” por lo que escuchó a su padre describir los diversos efectos de la electricidad2, ahora relata un caso similar, con resultados completamente distintos, en los alrededores de Ginebra, su ciudad natal, cuando por fin llega a casa después de recibir la trágica noticia del asesinato de William, su hermano menor. “El resplandor de un relámpago lo iluminó, descubriéndome claramente sus contornos. Su gigantesca estatura y lo deforme de su cuerpo, demasiado repulsivo para un ser humano, me indicaron en seguida que aquél era el espantoso demonio al que yo diera la vida. ¿Qué hacía allí? ¿Podría ser —me estremecí al pensar esto— el asesino de mi hermano?” Arrojado de nuevo a la realidad por el mismo rayo que ilumina su creación, Víctor sólo puede fantasear sobre la destrucción absoluta del miserable, aun cuando antes había “infundido la chispa de vida en esa cosa inanimada”, diciendo, “La vida y la muerte se me antojaban límites que yo iba a destruir al derramar un torrente de luz sobre las tinieblas del mundo”, Víctor ahora grita en su primer encuentro directo con su criatura, “¡Maldito sea el día, demonio odiado, en que viste por primera vez la luz!” Mientras dos años antes se vanagloriaba de que “Una nueva especie me adoraría como su creador; muchas criaturas felices y buenas 2 Dentro de los varios cambios del texto, en la edición de 1831 se substituye al padre con un conocido que, “empezó a explicar la teoría que se había formado sobre electricidad y galvanismo...”

me deberían el ser”, ahora se lamenta, “¡Miserable demonio! Me reprochas el haberte creado... Acércate, pues, para que pueda apagar la chispa que tan imprudentemente encendí”. Creador y Destructor son dos de los noventa y nueve nombres de Alá sobre los que los sufíes meditan. Sin embargo, también se le atribuyen otros tales como: Sabio, Sereno, Misericordioso, Indulgente, Vengador, Manifiesto, Oculto, Benefactor, Atormentador, Único, Vasto, Primero y Último. Si el creador es Víctor Frankenstein la lista de atributos sería muy corta, básicamente empezaría y terminaría con un atributo: Tergiversador. Sin embargo, habría una ventaja: plegarias cortas. Me puedo imaginar algo como, “¡Oh..., gracias por nada!” En latín, tergiversar significa literalmente dar la espalda, y Víctor Frankenstein lo ha hecho como ningún otro en la historia de la literatura occidental. Muy distinto es Pigmalión, el escultor de Ovidio en La metamorfosis, quien, en vez de abandonar la estatua de marfil que había creado, se acuesta sobre ella para besarla hasta que despierte. Pero, ¿Qué podría explicar que una inglesa de dieciocho años de principios del siglo XIX escriba una novela tan extraña, brillante y a veces frustrante, como Frankenstein? Mitos, folklore, sueños y visiones trabajan con diferentes niveles de interpretación. Al nivel literal, la visión de Shelley revive la pérdida de su bebé dieciocho meses antes y el abandono de su madre, que se murió justo después de darle a luz. También, Mary está llegando a la edad adulta en una época en que el hombre blanco europeo


35 está arrasando el mundo entero, colonizando brutal y despiadadamente, y dando después la espalda a aquellos que habían conquistado. El Tao Te King dice que “aquellos que tomen la tierra para darle forma a su voluntad nunca tendrán éxito”. Pero Yahvé tenía un argumento diferente y dijo que el hombre debe tener “dominio sobre los peces del mar, las aves de los cielos, sobre las bestias, toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra”. Ningún imperio ha necesitado Yahvé para convencerse de esto (aunque muchos han utilizado sus palabras como excusa) y claro, el Imperio Inglés no fue la excepción. Desde que Víctor Frankenstein, el Tergiversador, le dio la espalda, la criatura encontró gran parte de su educación mientras observa a la familia De Lacey en su cabaña a través de la rendija de la choza colindante. Félix De Lacey lee a su prometida árabe Las Ruinas o meditaciones sobre las revoluciones de los imperios de Francois Volney. Aunque Shelley sólo menciona el título, muchos lectores de la época habrían sido conscientes de la desaprobación severa de Volney sobre la visión del mundo del imperialista europeo típico de la época. En esta parte se pone al descubierto la actitud cínica del imperialismo: ¿Por qué habríamos de fatigarnos para producir placeres que podemos encontrar en manos de los más débiles? Unámonos para despojarlos; que trabajen para nosotros y disfrutemos de su labor... Y esas naciones que se llaman a sí mismas refinadas, ¿no son ellas las mismas que por tres siglos han llenado la tierra con sus injusticias? ¿No son ellas las que con el pretexto de comerciar, han devastado la India, despoblaron un nuevo continente y sometieron a África a la más bárbara de las esclavitudes?

Y, al igual que las poblaciones colonizadas por el imperialismo europeo, Mary Wollstonecraft Shelley

también está marginada por ser mujer3. En la novela, Elizabeth, que creció con Víctor y se convierte en su prometida, inocentemente expresa las limitaciones de la protegida vida que ha llevado, cuando lamenta el destino de Justine, colgada injustamente como la asesina de William. “Cuando pienso... en la penosa muerte de Justine, ya no contemplo al mundo y sus obras como lo contemplaba antes. Recuerdo que los actos de maldad e injusticia que leía en los libros o escuchaba relatarme parecían pertenecer a otros años o ser cosas irreales; por lo menos eran remotísimos para mí, que no alcanzaba a imaginarlos. Pero ahora, la miseria ha golpeado a mi puerta y los hombres me parecen como monstruos sedientos de la sangre de sus semejantes” (casi se podría decir que Shelley, de alguna manera, había imaginado cómo las beligerantes potencias europeas pelearían por el botín hasta culminar en la Primera Guerra Mundial). Y más precisamente, cuando Víctor relata al capitán Walton uno más de sus viajes lejos de la familia, “Elizabeth aprobó las razones de mi viaje, sólo se lamenta por no tener las mismas oportunidades de ampliar su experiencia y cultivar su conocimiento”4. Nada puede retratar mejor el papel que cumplen las mujeres y otros marginados que mostrando un intercambio de cartas entre Abigail Adams y su marido John Adams en 1776, pocos meses antes de que se firmara la Declaración de Independencia 3La palabra “marginado” en su sentido actual no entró en uso hasta 1970, según el Diccionario Merriam-Webster, pero no existe una palabra más precisa para definir a los relegados a una posición sin importancia ni poder dentro de una sociedad o grupo (definición citada en el Diccionario Merriam-Webster). 4 Esta cita es otro ejemplo de las omisiones de Shelley en la publicación de 1831.


36 de las trece colonias americanas. Abigail Adams escribió: Tengo bastos deseos de saber que has declarado una independencia y, por cierto, en el nuevo código de leyes, que supongo será necesario que hagas, desearía que recordaras a las damas y ser más generoso con ellas que tus antepasados. No pongas sólo ese poder ilimitado en las manos de los maridos. Recuerda, si pudieran, todos los hombres serían tiranos. Si no se da particular atención a los asuntos de las damas, estamos determinadas a fomentar una rebelión y no nos detendremos para obedecer las leyes que no nos dan voz de representación.

Su marido, el futuro presidente de los Estados Unidos, respondió: No puedo dejar de reír. Se nos ha dicho que nuestra lucha ha aflojado los lazos del gobierno en todas partes. Que los niños y los alumnos eran desobedientes, que las escuelas y colegios se volvieron rebeldes, que los indios desprecian a sus guardianes y los negros se hicieron insolentes con sus amos. Pero tu carta fue la primera indicación de que otra tribu, más numerosa y poderosa que todo el resto, está en descontento. Eres tan descarada. No voy a olvidarlo. Cuenta con ello, que somos demasiado listos para abrogar nuestro sistema masculino5.

En respuesta, en parte, a Edmund Burke (1790), quien había escrito que, “una mujer no es más 5 En este tema es interesante a notar que en la adaptación al cine de Frankenstein en 1931 de Universal Pictures, los créditos de la novela son para la Sra. Percy B. Shelley. Y, en el mismo tema, se debe mencionar que la película estaba basada en el guión escrito por Francis Faragoh y Garrett Fort, adaptado de una obra de John Balderston que igual es una adaptación de la obra teatral de Peggy Webling. En otras palabras, no tiene nada que ver con la novela. En la producción de Kenneth Branagh, Frankenstein de Mary Shelley (1994), que a veces es más fiel al original, todavía se ve obligada a retratar a Víctor como más simpático; un ejemplo entre varios, él no abandona a su criatura pura y simplemente, sino que cree que está muerta. La mejor adaptación por mucho es, por supuesto, la brillante y divertidísima Joven Frankenstein (1974) de Mel Brooks.

que un animal, y no un animal de primer orden”, la propia madre de Shelley, Mary Wollstonecraft, escribió en Una vindicación de los derechos de la mujer (1792): Sería una tarea interminable tratar de identificar la variedad de mezquindades, cuidados y penas a los que las mujeres son sometidas por la opinión dominante, que se crearon más para sentir que para usar la razón, y que todo el poder que obtienen, debe ser alcanzado por sus encantos y debilidad... Me gustaría demostrar que el primer signo de una ambición loable es la de un carácter humanitario, independientemente del sexo que se tenga.

Al igual que Víctor Frankenstein, cuyos “pensamientos vagaban de un asunto a otro, recorriendo en forma confusa las desgracias sufridas hasta entonces y los orígenes de ellas” y su criatura, que vagó “por los espacios y campos del Paraíso”, me gustaría también vagar, y esto me lleva a otro tema que creo que Shelley aborda. (Fue, nada más y nada menos, que una autoridad como Joyce Carol Oates (2007) la que escribió: “Es una sutileza de esta parábola moral que la creatura golpea tantos acordes arquetípicos y sugiere tantas variantes de lectura”.) Pero primero, creo que es hora de hacer algo que Víctor Frankenstein se negó a hacer, y que consiste en nombrar a su creación. Entre todos los nombres despectivos, una o dos veces se refiere a su creación como “El Ser”. Sin querer, Víctor le ha dado un nombre muy apropiado que voy a usar a partir de ahora. En Frankenstein, la visión chamánica de Mary Shelley también aborda los arquetipos y temas primordiales como Creador y Destructor, Manifiesto y Oculto, Único y Vasto, Benefactor y Torturador, y Conciencia y Olvido,


37 Ser y No-ser. Víctor y “El Ser”, tan terriblemente desconcertados por la existencia, buscan sus mitos particulares, uno que quiere llegar a un consolador y estático olvido y el otro a una desgarradora e insaciable conflagración del conocimiento. “Me formé para la felicidad pacífica”, informa Víctor al Capitán Walton. “Ningún joven pudo haber pasado el tiempo más felizmente que yo. Mis padres eran indulgentes y mis compañeros amables… Tal fue nuestro círculo doméstico, en el cual la preocupación y el dolor parecían apartados para siempre”. Y explica los dos años previos a “la noche triste de noviembre” como “una especie de frenesí entusiasta” en la que perdió “toda alma o sensación que no sea para esa búsqueda”. Víctor “se ha recluido hasta no ver las cosas sino a través de las estrechas grietas de su caverna” (Blake, William. La boda del cielo y el infierno), hasta que finalmente sus ojos están “completamente cerrados por horror de [sus] actuaciones”. Y de pronto, al débil resplandor de una vela casi consumida, ve “abrirse los ojos amarillentos de aquella criatura”. “¿Cómo puedo expresar”, grita a Walton, “las emociones que hicieron presa en mí ante semejante catástrofe?” La catástrofe del viejo roble destruido por el rayo había excitado el asombro de Víctor e inspiró sueños que, “no fueron destruidos por la realidad”. Pero ahora la realidad supera al descuidado y mimado estudiante que huye a su dormitorio, donde “por fin, desfallecido, descansé del tumulto que había tolerado y me tiré en la cama con la ropa puesta, tratando de buscar un momento de olvido”. Víctor en realidad nunca había

considerado las consecuencias de su entusiasmo y, curiosamente, casi siete décadas más tarde Nietzsche escribe en La voluntad de poder que una de las formas de auto narcotización es un intento de trabajar a ciegas como un instrumento de la ciencia. Y, sólo por si acaso, también enumera el voluptuoso goce del vacío eterno. Y, mientras más rayos de catástrofe lo golpean, comienza para Víctor una serie de fiebres, desmayos, engaños, evasiones, reflexiones suicidas, el consumo de opio, auto-rehabilitaciones y encierros en hospitales, manicomios y la cárcel, y todo eso con el sólo propósito, expresado como sólo Víctor Frankenstein puede, “Ahora todo está maldito… Huía de mis semejantes. Toda señal de alegría o de satisfacción era para mí una tortura. Mi único consuelo era la soledad... la soledad profunda, oscura y mortal”. Y en búsqueda de esto, poco después de la muerte de William y Justine, Víctor camina hasta la cima de Montanvert para “olvidarlos a todos [a Elizabeth, su familia, tanto vivos como muertos], el mundo y, sobre todo, a mí mismo”. Ahí en medio de ese desierto glacial grita de alegría: “Espíritus errantes, si es que andan vagando y no están descansando en sus angostos lechos, concédanme esta tenue felicidad, o llévenme como su compañero, lejos de las alegrías de la vida”. Y, en respuesta, desde el otro lado de la helada inmensidad del glaciar, aparece algo. “De repente, vi a un hombre que avanzaba hacía mí con una velocidad sobrehumana, sorteando con gran facili-


38 dad las mismas resquebrajaduras del hielo sobre las que yo había andado con tanto cuidado. A medida que se acercaba, su estatura adquiría proporciones anormales. Los ojos se me nublaron y estuve a punto de desfallecer, pero el frío cortante impidió que perdiera el sentido y me reanimó rápidamente. Cuando aquel hombre estaba ya muy cerca de mí, pude ver, ¡terrible visión!, que se trataba del monstruo a quien yo había creado”. Como hace a menudo, Víctor busca escapar en el olvido de la inconsciencia, pero el aire frío de la montaña, y más aún, la presencia física de su creación, no le ayudan. Egocéntrico y obstinado, Víctor Frankenstein se contradice constantemente a sí mismo; en un momento se siente culpable por las muertes de William y Justine y de repente se cree totalmente inocente de la tragedia. Pero, ahora, por fin, frente a su creación en este vasto páramo helado, Víctor está obligado a narrar otra historia y esta tarea, en efecto, crea un alejamiento de su consentido ego, y así es capaz de relatarlo fielmente al capitán Walton. Por fin, “El Ser” tiene voz. Después de ser recibido por su creador con salvajes amenazas y maldiciones, “El Ser” dice: ¿Cómo podría conmoverte? ¿Nada hay que pueda hacerte mirar con favor a tu creación, que te implora bondad y compasión? Créeme, Frankenstein: era bueno, mi alma rebosaba de amor y humanidad. Pero, ¿no ves que estoy solo, miserablemente solo? Si tú, mi creador, me aborreces, ¿qué puedo esperar de tus semejantes, que no me deben nada? Me desprecian y me odian. En las montañas desiertas y en los fríos ventisqueros encuentro refugio… ¡Tú me acusas de ser un asesino, y sin embargo, serías capaz de destruir, con la conciencia libre de remordimientos, a la

criatura que es tu propia obra! ¡Oh, alabada sea la justicia eterna del hombre!” (entre los atributos buenos y malos de los humanos “El Ser” ha aprendido algo de sarcasmo.) “Sin embargo, no te pido que me perdones. Óyeme y después, si quieres y puedes, destruye el trabajo de tus propias manos. Escucha mi relato, es largo y extraño...

“Con grandes dificultades puedo recordar la época original de mi ser”, comienza diciendo “El Ser”, “puesto que todos los acontecimientos en aquel período aparecen confusos e indistintos”. Fue abandonado a su odisea del auto - conocimiento, completamente solo. Y, a pesar de sus mejores intenciones, sigue estando así. Pero aunque es considerado un abominable ser por los pocos testigos que lo vieron, su mente es sublime, y eso era evidente por la forma en que relataba su primera noche. “Pronto apareció en el cielo una suave luz, cuya vista me dio una sensación de placer. Me puse de pie, sobresaltado, y vi un disco radiante elevarse de entre los árboles. Se movía lentamente e iluminaba mi camino…” Y en los dos años que transcurrieron desde su creación ha transitado por un camino sumamente iluminado. Mientras que Víctor “ve las cosas a través de las estrechas grietas de su caverna”, para “El Ser” la “grieta pequeña, casi imperceptible” en su cobertizo, le permite ver adentro de la cabaña como una puerta de la percepción, en la que si estuviera limpia aparecerían todas las cosas así como son, infinitas (Blake, William. La boda del cielo y el infierno ). Creo que Shelley le da una interpretación más esotérica a la senda del auto-conocimiento de “El Ser” por los nombres de los tres jóvenes de la cabaña; Safie, Félix y Agatha. Sus nombres


39 evocan la antigua tradición mística de la Ley de los Tres, las fuerzas activas, pasivas y de conciliación que participan en todos los fenómenos, tanto manifiestos como ocultos, por la sencilla razón de que sus nombres significan, respectivamente: la sabiduría, la felicidad y la bondad. “El Ser” compara su cobertizo con el Paraíso y, al igual que otra criatura, Adán, también adquiere el conocimiento allí y con ello, lo inevitable; el aumento de conocimientos, dice, “tan sólo me llevaba a ver con mayor claridad mi desgracia y mi calidad de proscrito”. En un principio se identifica con Adán, pero, después del sufrimiento se da cuenta de que, “Satanás era el ser que personificaba mejor [su] condición”. Las palabras que Kierkegaard diría treinta años más tarde podrían hablar por “El Ser”, Cuanto mayor es el grado de conciencia, más intensa es la desesperación. La desesperación del diablo es la más intensa que existe, porque el diablo es puro espíritu y por lo tanto su conciencia es absoluta y transparente. En el diablo no hay oscuridad que pueda servir para atenuar las excusas, por lo tanto su desesperación es completamente desafiante. Esta es la máxima angustia (Kierkegaard, Soren. Las obras del amor, 1847).

Ilustración. Enrique Acevedo

“El Ser” está más que marginado, existe más allá de los márgenes de la humanidad. Está más que condenado al ostracismo, nunca ha encajado en ninguna parte. Es el desechado que nunca fue echado. “Satanás tuvo compañeros, diablos como él, que lo admiraban y alentaban”, dice. “Yo, por mi parte, estoy solitario y odiado”. Y así pide a su creador lo que cualquier criatura en su estado


40 pediría: “Tienes que crear para mí una hembra con la que pueda vivir en un intercambio de simpatías que me es necesario. Nadie más que tú puede hacerlo y te lo demando como un derecho que no puedes negarte a conceder”. Después de varias evasiones y más intentos de encontrar la paz a través del olvido, Víctor se rehúsa. En respuesta “El Ser” amenaza al inconsciente Víctor con otro trancazo; “¿He de vivir siempre solo, cuando cada hombre tiene su esposa y cada bestia su compañera? Sentí cariño y lo vi compensado con el desprecio y la burla. Hombre, escucha: quizá me odies, pero ten cuidado, pues tus horas transcurrirán en el miedo y la infelicidad y no tardará en caer el golpe que alejará de ti la felicidad para siempre”. Para el lector de Frankenstein es obvio dónde van a caer estos golpes, pero no para el personaje. Una primera reacción a esto puede ser que la trama se vuelve un tanto artificial o torpe (¡Yo me declaro culpable!). Pero, por supuesto, este estado, queda perfectamente con el carácter de Frankenstein el Tergiversador, Víctor investigador de la soledad profunda, oscura y mortal. Y así los rayos de la tragedia caen uno a uno sobre las desafortunadas víctimas que tienen la mala suerte de ser parte de su “círculo doméstico, en el cual la preocupación y el dolor parecían apartados para siempre”. Con cada choque le asombraba su terrible situación actual, pero no por mucho tiempo. Muy pronto él estará bendiciendo el sueño como “aquel que concede el olvido”, cuestionándose “¿Porque no se hundió en el olvido y el reposo?” o lloró a las estrellas, nubes, y vientos, “si realmente me compadecen, quítenme los sentidos y la memoria, permítanme volverme nada”.

Aún así, es capaz de imaginar su matrimonio con Elizabeth como la “alegría de la unión en la que podrá tener paz”. Al parecer, es lo único que anhela. “El Ser” a diferencia de Cronos, no tiene necesidad de castrar a su creador, porque Víctor ya está emasculado; en su noche de bodas, manda a Elizabeth a su muerte sin consumar el matrimonio. Y claro, cuando escucha sus gritos de terror desde la habitación contigua, “La verdad se precipitó en [su] mente”. Su reacción: “Cayó sin sentido en el suelo”. Poco después de esta tragedia, muere su padre de un ataque de apoplejía y con esto “la preocupación y el dolor” literalmente desaparecen de su círculo doméstico. Víctor y “El Ser” se pararon en la misma encrucijada, aunque cada uno lo percibe de manera diferente. Víctor dice, “Si nuestros impulsos se limitaran al hambre, la sed y el deseo, podríamos ser prácticamente libres…” Después de que “El Ser” se da cuenta de que el conocimiento trae dolor, se lamenta, “¡Oh, si me hubiera quedado para siempre en el bosque natal, aun sin conocer otras sensaciones que las del hambre, la sed y el calor”. Víctor descubre que la conciencia puede desalentar su deseo de permanecer en el tranquilo paraíso del olvido. Él es un tocón marchito. Su camino desde la encrucijada lo conduce hacia abajo. Pero, “El Ser” soporta la angustia de ser consciente y, dándose cuenta que sus paseos por los campos del paraíso eran “todo un sueño”, lejos de dar la espalda al sufrimiento que esto le causa, se aparta de este paraíso. Él mismo explica, “El camino de mi partida estaba libre y no había nadie que lamentara mi aniquilación… ¿Qué significaba esto? ¿Quién


41 era yo? ¿De dónde vengo? ¿Cuál era mi destino?” No hay respuesta ni consejo de su creador, pero Sileno, el compañero de Dionisio, podría haberle dado los mismos consejos que le dio al rey Midas respecto a los horrores de la existencia; “Miserable efímero, hijo del azar y el dolor, ¿por qué me obligas a decirte lo que hubiera sido tu mayor bendición ignorar? Lo que hubiera sido mejor para ti esta más allá de tu alcance: como no haber nacido, no existir, no ser nada”( Nietzsche, Friedrich. 1872). Pero “El Ser” miserable está buscando y su camino conduce hacia arriba. Y eventualmente el se dará cuenta que, así como Heráclito lo dijo dos milenios antes, el camino que va hacia arriba y el que desciende son uno mismo. Después de pasar meses en un manicomio, Víctor Frankenstein es liberado y anda por el cementerio donde todos los que amorosamente se le habían entregado yacían y, como es su costumbre, grita: “Por la tierra sagrada sobre la que me arrodillo, por las sombras que flotan a mí alrededor, por el dolor y pesadumbre que me roe las entrañas, y también por ti, ¡oh, noche impenetrable! así como por los espíritus que llenan tus tinieblas, juro perseguir al demoniaco monstruo que causó tan inmensa desgracia, hasta que uno de los dos perezcamos en el mortal combate. Esta será la única cosa que me permita ver el sol y dejar mis huellas en la hierba. ¡Espíritus de mis queridos muertos, les llamo! Vengan, ayúdenme en mi propósito y guíenme en el camino que he de recorrer. Que el maldito e infernal “Ser” beba hasta apurar la copa del dolor, que padezca conmigo la desesperación que me atormenta”.

Y una vez más es “El Ser” que responde al llamado de Víctor, pero esta vez con un susurro, “Estoy satisfecho, miserable, has decidido vivir y esto me llena de satisfacción”. Una característica más en su lista de auto-narcotización de Nietzsche es un “entusiasmo ciego por un solo ser humano (como el odio, etc)”. “El Ser” también logra descifrar esto, y concede a su creador una ultima razón para vivir. Víctor y él están ligados por lazos que, como “El Ser” dijo en la cima de la montaña congelada, es un lazo que “sólo se disuelve con la aniquilación de alguno de los dos”. Y así comienza una extraña y sorprendente odisea, Víctor, que trató “de alcanzar un mismo objetivo durante tanto tiempo hasta quedar obsesionado por él” mientras que se empeñó en crear, ahora está obsesionado por la búsqueda de su destrucción. “Guiado por leves indicios”, Víctor navega por el Ródano hasta el Mediterráneo, donde, “por una extraña casualidad”, logra vislumbrar a “El Ser” escondido a bordo de un buque con destino al Mar Negro. Siempre con dirección al norte, sufriendo a través de los desiertos de Tartaria y Rusia donde Víctor relata al capitán Walton en un momento de lucidez, “A veces él mismo, que temía que si yo le perdía el rastro iba a desesperar y morir, a menudo se dejaba alguna pista que me guiaba”. Y así como de repente, recordando los momentos de desesperación cuando de pronto encuentra una comida preparada para él en las tierras heladas, su mente frágil le falla una vez más y le dice: “No me cabe duda de que los espíritus lo pusieron en mi camino, los mismo que yo había invocado para ayudarme”. En este trágico viaje los


42 opuestos convergen; El creador persigue a su creación con una furia delirante mientras la criatura lo guía con profunda angustia y compasión. Los viajeros opuestos finalmente convergen en el peligroso hielo marino del Ártico, pero justo en este momento un tremendo movimiento del mar rompe el hielo y cada uno está abandonado a su propio destino. “¿Quién era yo? ¿De dónde venía? ¿Cuál era mi destino?” había gritado “El Ser” en su angustia y desolación. Víctor es hallado y rescatado de en medio de la nada por un barco en búsqueda del Paso al Noroeste y “El Ser” se piensa perdido en la intemperie de los glaciares. A bordo del buque Víctor descubre una persona más dispuesta a consentirlo. El capitán Walton encuentra en Víctor al amigo que tanto había buscado, tanto como el Paso al Noroeste. Y así, rodeado de ilimitada admiración y simpatía, declara en algunas de sus últimas palabras que al examinar su conducta en el pasado, “no se encuentra culpable”, y por fin está entregado al olvido absoluto que tanto había deseado. Se dice que Víctor Frankenstein muere en los confines de la novela, pero no su creación. En realidad, Víctor vive en el capitán Walton. “¿Debo perder a este admirable ser?”, se lamenta Walton. “He deseado un amigo, he buscado alguien con quien simpatizar y que me quiera. Aquí, en estos mares del desierto encontré a esa persona. Pero, me temo que lo he ganado sólo para conocer su valor y después perderlo”. Aunque uno sea científico y el otro explorador hay muy poco que los separa.

Esto es obvio ya que Walton carece de escrúpulos respeto a la historia que fielmente anotó. Con toda seriedad dice de Víctor: “¡Que persona maravillosa debe haber sido en sus días de prosperidad si ahora, destruido por el infortunio, es tan noble, tan divino!” Bueno, esta observación lleva a la pregunta, ¿Con un dios así, quién necesita demonios? Cuando la tripulación, “sin el apoyo de las ideas del honor y la gloria”, convencen a Walton de retractarse en su búsqueda, dice: “Así mis esperanzas están asolados por la cobardía y la desidia”. ¡Víctor sigue vivo! “Todos los opuestos convergen en una armonía”, escribió Heráclito y de pronto, Walton se da cuenta que el camino del creador y el de la criatura, han convergido cuando escucha de cerca el sonido de una voz. Él escribe, “Al llegar al camarote donde yacían los restos de mi desgraciado amigo vi pendiente sobre él un cuerpo para cuya descripción no encuentro palabras apropiadas...” Sin su creador persiguiendo su destrucción, “El Ser” está ahora más completamente solo en el universo que nunca, como si esto fuera posible. Observa a su creador, su absconditus deus, puesto frente a él. “El Ser” llora6. Kierkegaard, en Repetición (1843) escribió: “Meto mi dedo en la existencia, no huele a nada. ¿Dónde estoy? ¿Qué es esta cosa que llaman mundo? ¿Quién es el que me ha atraído con artimañas a esta cosa y ahora me deja aquí?”. “El 6 También “Jesús lloró” (Juan 11:35) y es la oración más corta de la Biblia, en un pasaje que es otro ejemplo, en el nivel literal, de vida infundida a un cuerpo inanimado. Y, a propósito, ¿qué pasó con Lázaro? Lo último que escuchamos de él es que los sacerdotes estaban planeando ejecutarlo. Y él también exclama, como Adán en el epígrafe que pone Shelley tomado del Paraíso perdido de Milton: “¿Acaso te pedí que me sacaras de la oscuridad”.


43 Ser” no sólo mete su dedo en la existencia sino toda su gigantesca estatura, y su angustia es igualmente inmensa, es la desesperación del diablo, como Kierkegaard la describió, “porque el diablo es puro espíritu y por lo tanto su conciencia es absoluta…” Entre las muchas alabanzas que Walton le hace a Víctor, escribió, “Puede hundirse en el sufrimiento y dejarse abrumar por los desengaños y sin embargo cuando se retrae en su mundo interior es como un espíritu celeste que tiene un halo a su alrededor, dentro de cuyo círculo mágico no se atreven a aventurar ni el dolor ni la locura”. Este no es el círculo del diablo de Kierkegaard o la criatura de Shelley. Los suyos son más parecidos al de los filósofos místicos que describen “una esfera inteligible, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna”. En este círculo, todo, lo alegre y lo doloroso, bien puede arriesgarse. “Mi trabajo está casi terminado”, dice “El Ser” a Walton cuando entra en la habitación. “No me hace falta ni tu muerte ni la de ninguna otra persona para completar la serie de mi existencia… Sólo se requiere lo mío”. Tanto él, como el Yo Védico de los Upanishads, miró a su alrededor y vio que no había nadie más que él, que estaba solo, y también gritó ¡Soy yo! Y, a pesar de que también estaba carente de alegría y deseaba compañía, nunca la encontró. Así que en su lugar “El Ser” es quien debe deshacer la creación. Pero no por una literal aniquilación en llamas sobre una pira funeraria como creería Walton. Él debe desmantelar su ego, volviendo al Ser, al Único y al Vasto. Frente a las abrumadoras contradicciones en su serie de estados

de Ser y de No-ser, resiste el olvido de su creador y decide tomar el camino de la conciencia, donde por el exceso de dolor, se ríe; por el exceso de alegría, hay lágrimas (Blake, William. La boda del cielo y el infierno, 1793), donde la existencia es la coincidencia de los opuestos, como Nicolás de Cusa definió a Dios; y así, conciliando el Ser y el No ser, elige el arduo camino de “convertirse en…” Al deshacer su creación no está de vuelta en el paraíso. “Me retiro de tu barco en el trineo que me trajo hasta aquí”, le dice a Walton, “debo buscar el extremo más al norte del planeta”. Y Walton cierra la inolvidable narración con estas palabras, “No tardó en ser arrastrado por las olas y perderse en la oscuridad y la distancia”. Perdido en la oscuridad para Walton, quien, al igual que Víctor, no era capaz de imaginar la existencia de los otros, pero en la imaginación del lector no está necesariamente perdido. Y esto me hace recordar al último de los cuatro Brahmanes7 que estaban decididos a buscar su fortuna en una extraña y sorprendente fábula hindú. Al comienzo de su viaje se encuentran a un mago llamado Terror-Alegría, a quien le piden un consejo, y a cada uno le da una pluma mágica e instrucciones para llegar el norte, a la vertiente norte de la cordillera del Himalaya; cada vez que una pluma cayera, encontrarían un tesoro. El primer Brahman se retira cuando encuentra cobre, el segundo cuando su pluma descubre plata y el tercero volvió con oro. Pero el cuarto exclama: ¿No lo entiendes? Primero cobre, luego plata, y por ultimo oro. Más allá seguramente habrá gemas. Así que toma valor y sigue por el septentrional desierto hasta que… 7 Y, por cierto, “El Ser” también es vegetariano.


44 …por fin, en una plataforma giratoria, ve a un hombre ensangrentado, por una herida que le provoca una rueda que da vueltas en su cabeza y se apresura a decirle: Señor, ¿Por qué estás así, con una rueda girando en tu cabeza? En el momento en que el Brahman dijo esto, la rueda liberó la cabeza del señor y se posó en la suya. “Mi querido señor, dijo él, ¿cuál es el significado de esto?” A lo que el otro respondió, “Así igual se instaló en mi cabeza”. “Pero”, dijo el Brahman, “¿Cuándo se irá? Me duele terriblemente”. Y el hombre dijo, “Cuando alguien con una pluma mágica, como la que tú tenías, llegue y hable como tú lo hiciste, la rueda se posara en su cabeza”. “Bueno”, dijo el Brahman, “¿Cuánto tiempo llevas aquí?” “Cuando Rama era el rey, yo era pobre y conseguí una pluma mágica para venir aquí, al igual que tú. Vi a otro hombre con una rueda en la cabeza y le hice una pregunta. En el momento en que pregunté (al igual que tú) la rueda pasó de su cabeza a la mía. Pero no puedo recordar cuantos siglos”. Entonces el Brahman le preguntó: “Mi querido señor, te ruego, ¿cómo conseguiste alimentarte todo este tiempo, permaneciendo aquí parado?” “El dios de la riqueza”, dijo el señor, “temeroso de que su tesoro le fuera robado, hizo este tormento, para que ningún mago pudiera llegar tan lejos. Y si alguien llegara a lograrlo, será liberado de toda hambre y sed, preservado de la decrepitud y de la muerte, sólo por aguantar este sufrimiento. Así, permítame que me despida. Me has liberado de una enorme miseria”. Y se fue (Campbell, Joseph. 1968).

A nivel literal, el cuento no parece ser más que una parábola moral advirtiendo sobre la avaricia de la que Víctor Frankenstein y el capitán Walton eran responsables. Pero, como Joseph Campbell dice, la parábola originalmente hacía referencia a una leyenda Budista Mahayana sobre los estados de conciencia. Heráclito, Nicolás de Cusa y Blake podrían reconocer esto inmediatamente por el nombre del mago que les ayuda en su búsqueda: Terror-Alegría. Y sólo el cuarto Brahman demuestra ser digno de la

ayuda de este mago y la bendición que ofrecía. El Brahman toma su lugar en la plataforma giratoria y se para en la abundante irrupción de lo sagrado. Los tesoros alrededor del portador de la rueda no son de este mundo material. Él es liberado del hambre y la sed. Dentro de la agonía de la rueda que gira golpeando su cabeza se encuentra también el éxtasis que emana desde el centro inmóvil de la rueda. El terror y la alegría se trascienden por la conciencia pura. En El matrimonio del cielo y el infierno Blake dice, “Sin contrarios no hay progresión. Atracción y repulsión, razón y energía, amor y odio, son necesarios para la existencia humana”. Al igual que el Brahman, “El Ser” también recibió un regalo, aunque no intencionalmente; a pesar de que fue Víctor quien quiso evitar su sufrimiento a través de la auto-compasión y el olvido, esta bendición del sufrimiento se le otorgó a su creación. Y así, “El Ser”, en su arduo y penoso estado de transformación, ya no busca el sentido de la vida, sino la experiencia de estar vivo. “En medio del invierno, cuando el frío era más insoportable, se subió en un trineo sólo lo suficientemente grande como para que se sentara en él y lo llevara…” Así comienza el ritual de iniciación del chamán esquimal caribú Igjugarjuk como se informó al explorador del Ártico y etnólogo Knud Rasmussen. “Ningún alimento o bebida le fue dado, exhortado a pensar sólo en el Gran Espíritu y se le dejó solo con sus meditaciones” (Campbell, Joseph. 1959). “El Ser” es ahora llevado a los extremos más septentrionales de congelación. Y ahí me imagino un último rayo de luz. Pero a diferencia del que golpeó al árbol inspirando su creación, o lo que le


45 reveló a su dios tergiversador en los alrededores de Ginebra, este tercer rayo es la conflagración interna que ilumina las almas de los chamanes y otros místicos. El rayo interior del chamán consiste en “una luz misteriosa que él o ella de repente siente en el cuerpo, en la cabeza, en el cerebro, un reflector inexplicable, un fuego luminoso, lo que les permite ver en la oscuridad, tanto literal como metafóricamente…” (Eliade, Mircea. 1964). Así que “El Ser”, un chamán ártico, solo en el vasto desierto congelado, es golpeado por un íntimo rayo celestial. Y con la rueda tocando un ritmo en este mundo manifiesto de dolores, se lanza como un torbellino a la nada, en reinos cósmicos del Ser, el No-ser y el Devenir. “La única gran verdad”, dice Igjugarjuk a Rasmussen, “vive lejos de la humanidad, en la inmensa soledad, y sólo se puede llegar a través del sufrimiento. Sólo el despojo y el sufrimiento pueden abrir la mente de los seres humanos a todo lo que está oculto para otros”8. “Maldito como fueras”, “El Ser” llora sobre el cuerpo sin vida de Víctor Frankenstein, “mi agonía era todavía superior a la tuya”. Se regocija en su exceso de agonía. La criatura supera al creador.

8 Y, una joven inglesa, en la reclusión de su casa en West Yorkshire, escribe, Mientras más atormenta la angustia, más pronto será una bendición (El prisionero, Emily Bronte, 1845).

Bibliografía Blake, William. 1793. La boda del cielo y el infierno. Burke, Edmund. 1790. Reflexiones sobre la revolución francesa. Campbell, Joseph. 1959. Las máscaras de dios: Mitología primitiva. ---. 1962. Las máscaras de Dios, Mitología oriental. ---. 1964. Las máscaras de Dios, Mitología occidental. ---. 1968. Las máscaras de dios: Mitología creativa. Eliade, Mircea. 1964. El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis. Kierkegaard, Soren. 1843. Repetición. Kierkegaard, Soren. 1847. Las obras del amor. Nietzsche, Friedrich. 1872. El nacimiento de la tragedia. Oates, Joyce Carol. 2007. “El ángel caído de Frankenstein”, en Frankenstein de Mary Shelley, editado por Harold Bloom.


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on tantas las voces de los libros, tantos los espejos que cansados de la luz reflejan toda la materia o se vuelven traslúcidos, tantas las premisas que fundan un solo inicio, tantas y tan pocas. Una de las más grandes maldiciones que acompañan nuestra fundación en el lenguaje es la supresión de la pregunta. Y esa pregunta suprimida luego deviene en pecado, mal karma, castigo, pena, remordimiento. Bastante conocida es la frase que muchos pronunciamos con respecto a los niños: “Está en la edad de las preguntas incómodas”. Las dichosas preguntas que incomodan son, sin lugar a dudas, las que posteriormente todo niño se hará durante la adultez: ¿Quién es Dios?”, ¿cómo es?, ¿por qué se mueren las cosas?, ¿a dónde van los muertos?, ¿a dónde vamos todos? Nos maravillamos de los pequeños pues los creemos incapaces de formular preguntas tan “trascendentales”; obviamos el hecho claro de que esas preguntas nacen en todos nosotros a la misma edad y sólo después nos permitimos formularlas. Una segunda etapa en el desarrollo de los interrogantes humanos es la posibilidad de cuestionar lo imposible: ¿qué es el Ser?, ¿qué podemos conocer?, ¿qué es el arte? Antonio Machado lo había puesto en otros términos: “En preguntar lo que sabes, / el tiempo no has de perder/ y a preguntas sin respuesta, / ¿quién te podrá responder?”. Aquí comienza a gestarse el vacío, pues el adulto es el mismo niño que sus padres asesinaron; sólo la muerte de la infancia nos lleva a la adultez. Por eso el hombre adulto busca en el otro su propio contenido, sus propias preguntas. La pregunta deja un espacio vacío tras ser pronunciada, un espacio en tensión que exige ser contenido. La pregunta es el continente de toda palabra y no una palabra como tal: es el motivo, no el fin. En la pregunta se funda el conocimiento y en ella se clausura también, pues todo interrogante implica un abandono y un llenado.


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Alejandro Pi単a


La respuesta a una pregunta no es finita como podría pensarse en un simple vistazo: la pregunta engendra tantas respuestas como posibilidades existen en un solo individuo. De ahí que el razonamiento de Machado implique la pérdida del tiempo y genere preguntas sin respuesta. Toda pregunta involucra un límite. El margen que las interrogaciones trazan no es fronterizo en el sentido de enmarcar una exterioridad y una interioridad, sino que enmarcan el espacio vacío entre lo preguntado y las múltiples voces que no alcanzan a encajarse en la ranura abierta. Quizás sea esta una explicación para la presencia del desierto en tantas obras literarias de mediados del siglo XX. El límite de las preguntas no se encuentra en sus orillas como en un cuadro o un espejo, sus lindes son similares a desarmar un espejo y mirar detrás de los azogues en busca de algún reflejo incrustado: en la pregunta no quedan resabios del lenguaje. ¿Dónde acaba lo que acaba? ¿Dónde se trazan las fronteras entre lo visible y lo que las cosas ocultan? El lenguaje es el primer animal invisible de lo visible. Por eso el niño es un vidente y aprende a olvidar lo que ve y lo que se pregunta; por eso el niño disuelve en la leche materna la sensación del pecado. Pedro Salinas busca detrás de los espejos en busca de sí mismo y se encuentra con el otro: “Que cuando los espejos, espías, / azogues, almas cortas, aseguran/ que estoy aquí, yo, inmóvil, / con los ojos cerrados y los labios, / negándome al amor/de la luz, de la flor y de los nombres, / la verdad trasvisible es que camino/ sin mis pasos, con otros, / allá lejos, y allí/ estoy besando flores, luces, hablo”. Detrás de ese espejo doble que es la pregunta el universo se funda y se clausura como la muerte, como el

desierto lleno de objetos innombrables, como una hoja eternamente blanca que no puede colmarse de letras por más voces extranjeras que intenten superponerse. Una última voz surge y me pregunta por qué no la incluyo teniéndole tan cerca: “Mi casa tiene una cerca. Línea divisoria, serie de estacas, crucifijos que dividen mi pasión de otros calvarios. Del otro lado, un mundo que no me pertenece. La inmensa franja marca el inicio y el fin de lo que soy y poseo. Dentro de mi casa hay un Monet y un Manet. Ambos, mundos distintos. La caoba enmarca sus diferencias. Bien miradas, cada sección áurea apunta a cuatro elementos diversos. Una línea en un objeto, distinta de las otras. Cada gota de pintura es un estanque vacío en una gota de agua: lirios, flores, trazos, marcas, huellas, colores, toda frontera trasgredida se extiende hacia lo infinito. Y el infinito, querida, final previsible y cómodo, por más bello e inaprensible, es el más odioso de los límites”. ¿Qué sería de mí y de muchos otros conmigo si la literatura se definiera, si las artes encontraran sus límites? He aprendido, contra mi voluntad, lo que todas las voces que he citado y que me citan enseñan a fuerza de no decir: acepto y contraigo la mala costumbre de preguntar incesantemente. Me someto al designio malhadado de perderme en las mazmorras blancas de los Cioran, los Jabès y los Celan. Esta mala costumbre de hablar con una voz ajena, de mirar con una atención extrañamente propia, de exponerme ante mí como una carencia, esta mala costumbre es, sin embargo, la única pregunta que se yergue sencilla, sin antepreguntas, y sella y roe y destroza el infinito que en mí nos multiplica; tantas voces son aún pocas.


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El vigia olvidadizo Alejandro Piña Aún hay tiempo de cortar amapolas para que nuestras manos no envejezcan encerradas en el claustro de los libros.

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Yannis Ritsos, Sueño de un mediodía de verano

omo buen apóstata epicureísta que soy, de vez en cuando recuerdo cómo es eso de vivir por vivir (parecido al famoso “hacer arte por el arte”) y me veo en la necesidad de dejar la teoría de lado. Decir que al ser humano le fascina teorizar y problematizar es, más que un lugar común, una odiosa constatación de todo lo que hace al hombre hablar y hablar, no quiero decir sin sentido, pero sí sin dirección. Fundada en la mayéutica (y posteriormente en la dialéctica), la institución del conocimiento humano (A.C.) ha pretendido encontrar algo; vago y abstracto como pueda sonar, aún no me queda claro (ni me molesta) cuál sería el fin último de toda discusión, hasta dónde termina el largo camino del saber, cuál es la conclusión que no admite nuevas premisas o dónde se ubica la meta de las palabras. Pareciera como si el hombre fuera un topo que cava y raspa toda posible veta de conocimiento, sin darse cuenta que finalmente termina cavando su tumba. El ser humano ha olvidado ese estado iniciático de silencio (in-fancia, el que no habla), no como fuente, origen, causa o consecuencia del conocimiento, sino


50 como pura y radical torre vigía, donde todas las cosas, todos los acontecimientos se muestran en su plena novedad. Desde las alturas de este faro, en la primera soledad del hombre, las palabras navegan libremente, sin ataduras, no se constriñen a un papel, ni se inscriben lentamente en una tabula rasa; sólo están ahí, en ese lugar sin nombre donde nada se ha dicho y todo aparece fulgurante, ante nuestros ojos desnudos de juicio, todo revestido con todas las palabras posibles (“el lugar de la fulgurante aparición de la palabra”, dice José Ángel Valente). El infante, la criatura despojada de las palabras, el vigía o el gaviero descubridor de nuevas tierras, se descubre, por primera vez, cuando se ha reconciliado con las palabras. Una vez aprendido el oficio de hablar, la artesanía de esculpir monolitos de palabras, queda apresado después de construir todo lo que su nueva herramienta le permite y olvida el mundo primerizo que ahora cubren los castillos. Horacio predicaba el “Carpe diem”, Yannis Ritsos o Giorgio Agamben parecen replicar “Carpe diem ut infante”. Vivir como si todo fuera nuevo, como si a cada paso dado el hombre no dejara de asombrarse. Es en este deslumbramiento donde se “alumbran” las cosas, engendradas antes del Verbo y libres por no estar sujetas a él. El hombre anciano descubre de manera similar el mundo: ver las cosas por última vez es mirarlas despojadas de lo que el tránsito por la vida les ha impuesto. Por eso el niño y el anciano son usualmente compatibles, por eso ambos son sabios. Ambos comparten una misma tumba y un mismo nacimiento.


51 Posibilidad de un ensayo sobre Tres versiones de Judas de J L Borges

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Alejandro Piña

odría comenzar un ensayo diciendo que podría comenzar un ensayo, pero me resulta imposible. Fuera de los rasgos grafográficos de esta frase, no es su circularidad, ni su flagrante ironía desmedida lo que interesa, sino la constatación inmediata, por parte del lector, que en el decir se enmarca el hacer. Es más, al enunciar como posible un hecho de facto, tanto el acontecimiento como la posibilidad se cancelan mutuamente. “Un estudiante desquehacerado pudo haber sido forzado a explicarse en un ensayo”, el hecho de que el ordenador aún no se rebele en mi contra parece confirmar este dato. El hecho de que continúe con la escritura muestra la fuerza que me ha sido impuesta en la redacción de este papel. Pero el hecho (pues fue enunciado) de que pude haber sido forzado quiebra la aparente verdad que encerraban las dos oraciones anteriores a ésta. La paradoja como figura retórico-literaria trama desde su concepción la ruptura, e incluso la augura. Es en este presagio y en el acuerdo que el lector ha establecido con las leyes de la letra escrita donde toda historia paradójica queda clausurada, es decir, queda irremediablemente condenada a permanecer “estática”, tal como Las meninas siguen trazando los rostros de todo espectador futuro que alguna vez las contemple, según la lectura de Michel Foucault. Así, Borges se ve en la necesidad de trazar límites en un cuento como “Tres versiones de Judas”. El límite que traza es, precisamente, la incapacidad del lector para imaginar, de manera puntual, el infinito que la posibilidad siempre engendra. Borges siempre se ocupa de mantener al lector ocupado en la posibilidad de que Nils Runeberg sea quien dice ser, que los hechos que Borges imagina bien podrían adaptarse a Runeberg se mantengan presentes y que las ideas de Runeberg se confundan con su falsa biografía. Dos o hasta tres Nils Runeberg desfilan en el cuento, dos judas coexisten con el apóstol desprestigiado. Borges realiza un ejercicio mediante el cual enfrenta las casi infinitas justificaciones bibliográficas que podrían generar otro judas con el hecho (dudable, pero aceptado) de que el límite infinito que le ha impuesto a toda posibilidad es contradictorio. Pero, gracias a la conclusión de Borges, este ensayo quizás podría considerarse terminado.


52 I Recorrido por Tlatelolco Ahora, mayor es la quietud frente a la estela de la muerte, los nombres cuelgan del polvo. A un lado, el pasto iluminado, absorbe una sangre incolora, que se filtra por las ranuras de las losetas. La vieja iglesia abre sus fauces en muda súplica, la retocan y las arrugas se sepultan en lo profundo. II Corredores de Tlatelolco Amaneció con lluvia dilatada, fresca se estrella contra el rostro.

Yaiza A. Rodriguez

Al llegar a la plaza, la escurriente estela da la bienvenida, el musgo amenaza ya las coyunturas de los nombres. La vista más allá del Eje encuentra nubes continuas de lluvia. Los corredores calientan, y sus perros defecan un montículo, que después será surcado por la llanta de una bicicleta. Para los corredores la plaza de la masacre se ha convertido en una pista. Las líneas marcan las vueltas, número de vueltas número de muertos.


53 III Tlatelolco “paraíso de perros” Entre mil razas y tamaños pasean perros y dueños. Desfile de colas esponjadas y grandes pelajes, pisadas diminutas, trotes y trotecitos con el ano descubierto. En pasillos, jardines y explanadas los perros han encontrado su paraíso, en domingos las marimbas tocan para ellos, en sábados, las trompetas y tambores. Las revoluciones ahora se dan entre perros. Las lluvias lavan y enverdecen, temporada en que los perros no solo defecan, se multiplican como moscas sin alas. Paseando uno las ve arrastrarse a cuatro patas. Huele a verde y huele a caca. ¡Los héroes han dejado su paso a los perros, y los jóvenes han tomado las patinetas! Recorrren las explanadas en ellas, hacen sus piruetas entre excremento seco y ranuras del cemento. Los recuerdos del histórico, se escurren entre las fracturas e inspiran malabares en ellos. Aquí, se adoptan perros como adoptar ideas, “la protesta se da en el número de perros que pueda tener”.


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Violeta Orozco PATZCUARITO A field of blushing violet was spread thorough the flat sky like butter on the smoothest slice of bread. Missile shaped clouds pointed to the same horizon in the orange direction of infinity. The tinge converged to dust, vibrating in radiant red, the light submerged it's tip gently into the blue, until the whole sea imitated it's colorful rage. The world bloomed into a mirror of hues, violently eclipsing the opacity of the sand. The limits of the beach collapsed into a flat picture of striped phosphorescence, a lattice of panting pulsations suspended in the intensity of their dye. The glow turned on a sky bereft of sun, a red bubble expanded the horizon till it burst, and the sun dissolved into the water, shattering it's rays onto the globe, as if the dying light desired to drop its last remnant of impossible scarlet: a startled pebble into the dimming water. The brilliance dissolved in space. Dusk exploded into dust. And night prevailed over the memory of the light, barely a dimmed sound humming off its drapery, slowly receding in sleepiness with a vague lullaby of absence.

Un sonrojo violeta se esparció a lo largo del campo del cielo como mantequilla sobre la rebanada de pan más lisa de la hogaza. Nubes-misiles apuntaban a un mismo horizonte en la dirección anaranjada de la infinitud. El tinte se aglutinó hasta formar polvo colorado, vibrando de roja plenitud, la luz sumergió temerosamente una extremidad en el azul, hasta que el mar entero imitó su rabia colorida. El mundo retoñó un espejo de tonalidades, violentamente eclipsando la opacidad de la arena. Los límites de la playa colapsaron en un cuadro plano de fosforescencia rayada: una celosía de pulsaciones entrecortadas suspendidas por la intensidad de sus pigmentos. El arrebol encendió el cielo apagado de sol, una burbuja roja expandió el horizonte hasta romperlo, y el sol se disolvió en el agua, quebrando sus rayos en el orbe. Como si la luz moribunda deseara dejar caer su último repositorio de escarlata imposible: una piedra asombrada hacia el agua atenuada. El destello se disolvió en el espacio. Y el atardecer se pulverizó. La noche acabó prevaleciendo sobre la memoria de la luz, apenas un sonido mitigado cantando para desprenderse de su ropaje, lentamente retrocediendo hacia el sueño con una vaga melodía de arrulladora ausencia.


55 THE EARTH SHAKE I heard the distant rumbling of the thunderfall dash off to pieces, shattered by forces too strong to be real. I felt the breaking motion spreading through my bones I felt alone and small swallowed by the shadow of the waterfall. The towering tidal wave took my fear to an infinite height. i was only panic spreading and growing an gaining in might spurting speed and speech llike a plane unto flight till a scream filled the light and into my deepness there flooded a gap the entire disolution of my embodied mishap. Then something exploded i guess it was life or maybe my birth had turned back on it's side. I was outside the world beyond the real and wide a small molecule alive with so much movement that was transferred to my mass.

EL TEMBLOR DE LA TIERRA Escuché el clamor distante de la catarata el muro romperse caer y azotar con fuerza tan potente. Sentí un crujir de huesos reflejar la potencia de la movilidad, sentí mi pequeñez y enorme soledad devorados por la sombra de la cascada colosal. El maremoto monumental alzó mi miedo al ras de la infinidad yo era pánico puro creciendo y ampliando mi voz y velocidad como avión al volar. Hasta que un grito impregnó la noche y mi profundidad se vio inundada por un hueco que disolvió mi alteridad. Después algo explotó supongo que fue la vida o tal vez mi nacimiento que cambió de dirección. Estaba fuera del mundo fuera de lo extenso y de lo real una humilde molécula de viento avivada por tanto movimiento transmitido a mi ser material.


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THE HUMAN FIREWORK Life ... is a tale Told by an idiot, full of sound and fury, Signifying nothing. W. Shakespeare

Shards of light exploding into nothingness, a simulation of bursting constellations burning into life, glittering into decay. Mingled delight and fear struggling for a final expression. Light screaming with frenzy in madness immoderate by the craze of reason. The furious struggle of naked impossibilities striving desperately to last, to become real, stable, eternal. Myriad multitudes of colors expanding and organizing their senseless chaos. Spasmodic outbursts dissolving their debris into the air. Painful shreds of life isolated in the sky. Forebodings of terror flooding into the field of vision, pure panic flowing into the waterbed of the eye –a shard of amazed pain gazing at its own destruction in aweparalyzed by movement, muted by the noise. The wheel of resurrections spun uncontrollably till sparks spurted out of its center, driving it out of its axis, plunging it into sea at night. The shivering remnants of light huddled in the shade till they melted out of recognition, dissipated their sparkle into the wind. Such absurd might wasted by space, such impotence of power, a ridiculous sacrifice to a god of emptiness. Dappled curtains of light fell like

a luminous web onto the grass, the famous shower of sparks, menacing to drop upon the viewer, whirring and blurting and spurting words of idiocy and insanity: a symphony of senselessness. What an outburst of scandalous futility, boasting its temporary enormity in vain, preening it’s fickle drama of pains and pleasures, showing off artifices of showy light and feathers, it’s mad melody of striking passion. An undimensioned awe spurred the flames forward, worms of speeding light dart from different corners of the universe, randomly traversing the full length of space. Newly bred forms sprung out of the black womb and back into the night. Three dimensional spirals whirled their never ending ends like an uncoiled snake of wrath, piles of fire leaping into further levels of unbounded light: yards and yarns of string unraveling in speed. And all with such an apparent sense of intentionality, a perfect arrangement of derangement into order and beauty. In every firework and ash there was inscribed a tale of joy and horror, of lunacy and lucidity, of exaggeration and insignificance. The tale of life.


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EL COHETE HUMANO La vida es un relato contado por un idiota, lleno de furia y sonido, que no significa nada. W. Shakespeare

Astillas de luz explotando en la nada, una simulación de constelaciones quemándose para vivir, relumbrando simultáneamente hacia su fin. Gozo y miedo luchando por una expresión última, luz gritando de frenesí en medio de su abundancia inmoderada por la locura de la razón. La furiosa lucha de imposibilidades desnudas intentando desesperadamente de durar, de volverse reales, estables, eternas. Misceláneas multitudes de colores expandiéndose y organizando su caos sin sentido. Espasmódicos estallidos disolviendo sus restos en el aire, dolorosos jirones de vida aislados en el cielo. Presentimientos de terror inundando el campo visual, pánico puro fluyendo hacia dentro de la cama de agua del ojo –una atónita astilla de dolor mirando su propia destrucción estupefacta- paralizada por el movimiento, silenciada por el sonido. La ola de resurrecciones giró incontrolablemente hasta que las chispas fueron escupidas por el centro, sacándolo de su eje, sumergiéndolo en un mar nocturno. Los residuos temblorosos de la luz se acurrucaron en la sombra hasta que se derritieron y nadie pudo distinguirlos ya, hasta que hubieron disipado su fulgor en el viento. Tanta potencia absurda desperdiciada por el espacio, tanta impotencia del poder, un

sacrificio ridículo a un dios del vacío. Cortinas tamizadas de luz cayeron como una red luminosa al pasto, el famoso baño de chispas que amenazaba caer sobre el espectador, zumbando y soltando palabras de idiotez y locura: una sinfonía de insensatez. Qué efusión de fútil escándalo luciendo su transitoria enormidad en vano, pavoneando su voluble drama de dolores y placeres, exhibiendo sus artificios de emplumada luz llamativa, su alocada melodía de pasión batiente. Un sobresalto sin dimensiones propulsa a las flamas hacia enfrente, veloces gusanos de luz rebotan de distintos rincones del universo, atravesando azarosamente el largo del espacio. Figuras recién engendradas saltan del útero negro y de regreso hacia la noche. Espirales tridimensionales dan vueltas en torno a su cola como una serpiente desenroscada de furia, depósitos de fuego saltando a niveles superiores de luz sin límites: yardas y yardas de estambre desenrollándose de rapidez. Y todo sucediendo con tal apariencia de sentido y de intencionalidad, un arreglo perfecto del desvarío en patrones de orden y belleza. En cada fuego artificial y en cada ceniza estaba inscrita una historia de júbilo y horror, de demencia y de lucidez: la historia de la vida.


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Marcelo [AINDA RECONHEÇO AS FOLHAS QUE AMARELECIAS NOS PASSEIOS] Ainda reconheço as folhas que amarelecias nos passeios o primeiro medo imagem e semelhança a escolha quieta. Ainda conservo o cheiro que antecipavas das acácias a revelação tranquila pele que antecede o nome a morada certa. Ainda recordo a tristeza de correr para casa ao primeiro nevão perder o comboio de Minsk adiar o último beijo. É sempre Inverno quando sinto a memória respirar.

A REVOLUÇÃO NO TEU CORPO E aqui, a meio das costas, a conquista de Zacatecas! disseste feliz um dia esgotada a maresia. (Sabia já que não há batalha mais triste do que aquela em que os corpos vão tombando abraçados).


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Teixeira [TODAVÍA RECONOZCO LAS HOJAS QUE AMARILLEABAS EN LAS CALLES] Todavía reconozco las hojas que amarilleabas en las calles el primer miedo imagen y semejanza la opción tranquila. Todavía guardo el tufo que predecías en las acácias revelación serena piel antes del nombre refugio seguro. Todavía recuerdo la tristeza de correr a casa en la primera nevada perder el tren de Minsk aplazar el último beso. Siempre es Invierno cuando siento que respira la memoria.

LA REVOLUCIÓN EN TU CUERPO Y aquí, por la espalda ¡la conquista de Zacatecas! dijiste feliz un día agotado el rocío. (Ya sabía que no hay batalla más triste que aquella en que los cuerpos abrazados, van cayendo).


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A

mbos quisimos desesperadamente niños llenando la casa. Todas las noches no dormíamos con la premonición de que finalmente llegaría uno, hasta que descubrimos que éramos ya muy viejos. Tú siempre muy dulce, muy suave, jamás quisiste saber cuál de los dos estaba incapacitado para la procreación y me decía que nos teníamos a nosotros y que nuestro amor nos salvaría. Pero cuando no estaba (que era la mayor parte del tiempo) ¿qué podía hacer yo? Encerrada en esta enorme casa. Fue cuando sin saber cómo, empecé a llenar la casa de muñecas. Tu obsesión por mis sonrisas desapareció porque siempre estaba contenta. Esa alegría que tú tanto celebrabas tenía que ver con las muñecas pero también con algo que nunca me he atrevido a contarte. ¿Recuerdas aquel muchacho que pasaba todo el día metido entre las plantas? Un día, mientras caminaba por la sección japonesa del jardín lo vi. Estaba desnudo y miraba los peces rojos.


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Los peces rojos RaĂşl Zamora


62 La visión de ese joven, escurriéndose y de una u otra manera escondiendo un cuerpo enteramente nuevo para mí, acostumbrada a tu blando cuerpo, estuvo perturbándome durante mucho tiempo. La segunda vez que pude ver totalmente aquel cuerpo, una inquietud se apoderó de mí y ya no me abandonó. Por una razón que sólo después pude entender, él se desnudaba sólo los martes. ¿Te acuerdas que repentinamente dejé de tocarte durante ese día y que las explicaciones que te daba te dejaban perplejo? Los marte martes llegaron a ser mis días predilectos. Alfonso (era su nombre) me parecía un nombre perfecto. Probé a decirlo en todos los tonos y de todas las maneras posibles y de todas esas formas el nombre me parecía delicioso. Supongo que él nunca llegó a darse cuenta de mi escrutadora mirada, siguiendo cada uno de sus movimientos en esa sección del jardín. Sabía que era vieja, que me estaba volviendo vieja. Un día llegaste y todos los espejos de la casa habían desaparecido. No dijiste nada pero moviste la cabeza socarronamente. Poco después, como recordarás, llegó la enfermedad. Primero se me paralizó una mano y poco a poco fui perdiendo el movimiento en todo el cuerpo. Excepto por mis ojos, que se movían frenéticamente.

Mientras todavía tenía voz, pedía que me llevaran cerca de las muñecas y que me dejaran sola. Allí me iba tranquilizando poco a poco. ¿Y lo otro? ¿Cómo renunciar a mi ritual de los martes? Llegue a odiarte, llegué a odiarlos a todos. A esas repugnantes caras que me miraban con profunda lástima. Cuando alguien acertaba a llevarme al cuarto donde habían puesto todas mis muñecas, mi terror desaparecía. ¿No era una muñeca yo misma? ¿No tenía todo mi cuerpo inmóvil también? Y mi amor secreto, mi callado amor que se violentaba más que nunca los martes ¿llegó alguien a saberlo? Encerrada en una isla de carne, llegué a tomar conciencia de mi organismo. De las vísceras y las glándulas en perfecta coordinación para mantener vivo el monstruo en que se había convertido mi cuerpo. Primero llegó el silencio y después los sonidos. Comencé a diferenciarlos y después a reconocerlos. Llegué a familiarizarme con el ruido de los pájaros. Los de una especie a los de la otra. El suave llamado de las hembras y el hilarante piafar de los machos.


63 Su algarabía era mayor en una sección del jardín y los martes el sonido era ensordecedor. Formaban cierto tipo de coros que se alejaban y después reaparecían misteriosamente.

que él veía no era su silueta sino sus pensamientos. Se reía y contemplaba la risa traducida en colores a través del agua, oraba y podía mirar el efecto de las sagradas palabras en su cuerpo.

Cuando sabía que Alfonso se había ido del estanque los cantos desaparecían ¿A dónde se iban?

Eso atraía a los pájaros que hacían círculos y cantaban en torno a la imagen del que los enamoraba.

Llegué incluso a identificar el vuelo de algunas mariposas nocturnas. ¿Te acuerdas que llegamos incluso a tener un criadero de esfinges y que eso te mantuvo entusiasmado durante mucho tiempo? Negras esfinges que en la noche lanzaban gemidos que helaban la sangre.

Lo que me trajo mi enfermedad fue aquietamiento. Este a no temer nada, sobre todo estar, gozar el instante.

Había por supuesto, sonidos que me gustaban más que otros: la algarabía de los pájaros los martes. Y los sonidos de la ciudad en la noche. Aquello, ¿cómo llamarle?, expansión, ¿te gusta esa palabra?, se fue dando de una manera inesperada. Empezó primero con un reconocimiento de mi propio cuerpo, después con lo más inmediato; es decir la casa. Adivinaba todo lo que pasaba en ella. Me daba cuenta de todo. Después cuando ésta ya no fue suficiente para detener mi curiosidad, quería llegar al jardín, no necesito decirte para qué. La ciudad la descubrí de noche. Y en la noche pasan cosas, eso todo mundo lo sabe. Ciudad de día y ciudad de noche. Las inocentes pisadas del día eran borradas por otras muy distintas durante la noche. Antes de estar inmóvil nunca me pregunté por qué Alfonso se desnudaba frente al agua. Él en realidad no se miraba a sí mismo como pensé al principio; lo

Cuando dormía recorría mi adorado Puerto Santo. ¿Recuerdas que nunca quise conocer esta ciudad cuando pude hacerlo? En mi inmovilidad la llegué a conocer íntimamente. ¿Te hablé de los que deshacen las huellas en la noche? ¿Cómo se precipitan unos sobre otros, la pasión con la que se desnudan, se ama, se destrozan y después desaparecen? Llegué incluso a entender su violencia y el origen. Su sangre sigue siendo el alimento favorito de algunos seres, es su alimento. En este último momento en que he podido hablar, mientras te miro, es para agradecerte. Sé que me soñarás. Pero en ese sueño, no seré exactamente yo, sino el reflejo que tendrás de mí. Ahora ya estoy cerca de lo otro, ya siento la inmersión.


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os conocí a los dos. Ella jugaba el juego de las palabras y las palmas y por lo que llegué a ver era la mejor. La recuerdo lanzando las palmas como si fueran palomas volando para encontrarse con las de mi hija en un chasquido que parecía una sonrisa. Llegué a memorizar aquellas palabras y a veces las repetía para mis adentros y me llenaba de ternura al contemplarlas viviendo su tiempo de niñas. Ángel tenía un aire distraído desde niño y el oliva de sus ojos creaba un efecto tranquilizante. Por alguna razón querías protegerlo ¿de qué? si era un niño hermoso. ¿En qué momento dejaron de ser niños? ¿en qué momento sintieron el llamado? Porque a partir de no sé qué momento se les vio siempre juntos. Desde los trece años, inseparables. Primero las bromas y después todos nos acostumbrarnos a verlos así.

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Raúl Zamora


65 A veces venían, no tanto como cuando eran niños y compraban chocolates. A ella le gustaban mucho los que venían con malvavisco. Él venía y se los compraba. Yo lo veía llegar y le preguntaba ¿son para ti o para ella? Y él me decía son para Alicia. Me miraba y yo lo veía desaparecer y sentía algo como que me aprisionaba pero no sabía por qué. Ahora pienso que para mí fueron como mis hijos. O los hijos que me hubiera gustado tener. Porque aunque amo a mis gemelos, había algo en estos niños que me los hacía muy especiales. Cuando pasaba mucho tiempo sin verlos, me sentía ansiosa y cuando me decían que estaban bien me tranquilizaba. Estaban en la misma escuela de mis niños y yo conocía muy bien a sus papás. Me gustaba mucho hablar con ellos. La mamá de Alicia tenía como un estado de gracia que a mí me embelesaba. A la mamá de él la veía en la Maitines y cruzábamos unas sonrisas que a mí me llenaban de placer. Nunca hablamos mucho pero cuando lo hicimos fue siempre de muy buen modo. Cuando entraron a la secundaria, fue cuando en cierto sentido dejé de verlos con más frecuencia. Pero siempre estaba al tanto de ellos a través de mis hijos. Que más de una vez me preguntaron extrañados la razón de mi curiosidad. Y les dije que tampoco lo sabía. Un día la mamá de Alicia vino sonriente a comprar algunos medicamentos, y mientras esperaba en la línea, le pregunté acerca de los rumores de que se iban a ir al norte. Ella me dijo que sí, que el marido

tenía una oferta de trabajo muy buena y que si todo salía bien, se iban como en dos meses. Desde que oí aquello me dio mucha tristeza. Estuve pensando mucho rato en eso hasta que el ritmo del trabajo me hizo distraerme. Un mes después de ese pequeño incidente, en la tarde, mi hija llegó con los ojos rojos y vi que había llorado mucho. Yo le dije ¿qué te pasa?, ella me dijo ¿te acuerdas de Alicia?. Sentí un vuelco en el corazón y le dije ¿qué le pasó? Todavía no se sabe. Pero parece que se suicidó. Me quedé sin habla, sin decir nada, con la mente blanco; solamente acerté en abrazar a mi hija y lloramos durante mucho tiempo. Cuando nos tranquilizamos me lo dijo: dejó una nota a los papás, en ella escribió cuatro palabras aparte del de su nombre: Me quedo con Ángel, Alicia. Eso decía solamente. No sé cómo, ni por qué lo hice, pero le dije a mi hija que se quedara al tanto del negocio. Que necesitaba saber. Me salí a la calle y empecé a llorar y no me importaba la gente. Iba llorando como una niña ¿A dónde iba? Tampoco sabía dónde vivían los papás. Sólo estuve vagando. Hasta que poco a poco me fui calmando y regresé. Acabo de saber lo Ángel. Dicen que cuando supo lo que pasó estuvo callado y no decía nada. Así estuvo durante mucho tiempo. Todos pensábamos que con el tiempo olvidaría pero no lo hizo. Ya pasaron diez años desde aquello y aún parece que miro a mi hija y a Alicia en sus juegos. Y a la mamá muy contenta anunciándome lo del viaje


66 A veces pienso en ellos. En lo hermoso que era verlos juntos. Por Alicia no siento pena, hizo lo que tenía que hacer. Por él sí, sigue siendo un muchachito, lo veo llegar y le pregunto: ¿los chocolates son para Alicia? Y él me dice sí. Son para ella, son para Alicia. La memoria nos salva. Me salva a mí y lo salva a él en esa eterna edad en él que viene sonriendo a comprar chocolates para él y malvaviscos para ella mientras yo lo abrazo, lo abrazo con mis ojos.


67 Rumor en las pupilas

Raúl Zamora

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uando Alma me besó noté que su Aires de los Tiempos empezaba a diluirse. Se quedó mirándome un momento y salió a recoger a la niña. Pensé que si el amor tuviera rostro sería el de ella esa mañana.

Por una razón que todavía desconozco, esa mañana, empecé a tratar de encontrar otros indicios de esa forma suya de estar presente. Descarté desde el principio nuestro cuarto, porque este olía todo a ella siempre. Fui a la cocina y entre el olor a especias, su perfume se imponía también. Invadido por la emoción, pensé que este perfume, al igual que ella, también me pertenecía. Recuerdo que después de la primera pelea que tuvimos me fui de la casa. Volví a los tres días y encontré algo que me sorprendió muchísimo: Alma había colocado papelitos en cada una de mis cosas. En mi cama escribió: amo este aparato porque es lo que salva al hombre que yo amo del vacío. Mis pantalones y camisas tenían todos también un papelito azul y en él decía: cúbranle la piel. Al mirarla en esa orfandad, me dio miedo y la abracé. Hasta ese instante calibré la forma en que me amaba. A veces la encontraba mansamente ordenando las cosas que teníamos y que ella atesoraba: un osito dormilón que ocupó el centro de la cama hasta que llegó la chiquita. También estaban dos diminutos pericos, que le regalé en nuestro segundo año viviendo juntos. Yo le había dicho, “somos nosotros, en forma de pajarito”. Uno, el azul, insistía ella, tenía la misma manera en que yo miraba; el otro era distraído como Alma.

Ilustración. José Luis Fariñas,

Una noche en que llegué tarde, encontré una nota que decía, Daría, tuve que salir, te amo. Estuve pensando en el pequeño papel, mientras retocaba algunas fotos en el laboratorio. Al amanecer, cuando regresó, tenía los ojos vidriosos; a pesar de esos se veía contenta. Me abrazó y me mostró varios billetes. Noté que su cara resplandecía Me abrazó muy fuerte y después comenzó a desnudarme. Hicimos el


68 amor de una manera imprevista esa madrugada, era como si ella le pidiera perdón a mi cuerpo, o como si a través de mis caricias se sintiera purificada y revitalizada. Nunca le pregunté cómo había conseguido ese dinero; teníamos un mutuo respeto para cosas que pensábamos hacían mantener nuestras individualidades. A partir de esa fecha, Alma empezó a desaparecer todas las noches. Llegaba alguna veces tambaleante y me abrazaba desesperadamente y me decía, “tú, mi amor, eres el que le da sentido a todo esto, tú y también la niña”. En momentos como estos era cuando iba al cuarto de Beda, y cuando la miraba dormida, me tomaba de la mano, me llevaba a nuestro cuarto y empezaba a desnudarme repitiendo el ritual de todo de todos los amaneceres. Nuestra vida a pesar de esa variante, seguía siendo la misma; yo emperrado en seguir con lo de la fotografía, que no daba trazos de ninguna mejoría. Alma ocupada en mantener la casa en sus raptos nocturnos. Hacíamos sobre todo salidas a la playa. Porque ella decía que le tranquilizaba el ruido de las olas. La miraba con la vista fija y era como si la retina de sus ojos se moviera en el oleaje. Creo que pocas veces la vi tan feliz como en aquellos instantes en que se perdía en el vasto azul. Es increíble cómo pasó el tiempo. A finales de abril, del quinto año de vivir juntos, recuerdo que era un domingo en la noche y estaba en el cuarto oscuro, cuando oí el llanto de la niña; me acerqué

y vi que lloraba en el sueño, su delicado cuerpo se estremecía. Cuando despertó, repetía algo que no pude entender, sus ojos estaban conmocionados. Como no lograba calmarla le dije que era solamente un sueño, y que yo estaba con ella; me dijo, “tengo miedo, duérmeme, cántame la canción del pececito”. Me acosté con ella hasta que se durmió. En el patio, los periquitos hacían un gran alboroto, pensé era a causa de algún gato inoportuno pero no había nada que los perturbara, excepto ellos mismos. Siguieron largo rato lanzando los tijeretazos de sus llamadas. Después sólo el silencio. Cuando Alma llegaba, por más pasada que estuviera, se quitaba los zapatos y caminaba sin hacer ruido, iba al cuarto de la niña y cuando se aseguraba que estaba dormida, llegaba a acariciarme, lo hacía con lentitud, como trazando líneas finas en mi cuerpo. Hubo un tiempo en que yo respondía automáticamente, pero me fui acostumbrando a esa práctica regular y continuada. Pero esa noche Alma no llegó, el primero en extrañar su presencia fue mi cuerpo. Dado que siempre me he ufanado de mi sangre fría, he tratado de mantener la calma hasta límites inciertos. Empecé a expurgar todas las posibilidades. Pudo haberse ido con Nora, o tal vez hubo una redada y esté en la comisaría. Cuando no pude aguantar más, decidí buscarla en la zona roja, donde había averiguado, trabajaba de stripper. Nunca había ido, por un extraño pudor, pero esa mañana lo hice.


69 Indagué y averigüé que había salido a la misma hora que todas las noches. Fui a la comisaría y a otros lugares, en ninguno la habían visto. El último recurso era que hubiese llegado a casa mientras yo andaba en su búsqueda. Al llegar escuché la pausada respiración de la niña en la fase final del sueño, pronta para despertar. Alma no estaba. Me senté un rato, traté de calmarme, y sin poder evitarlo empecé a recordar la manera en que nos habíamos conocido. Éramos amigos comunes de una mujer a la que quise mucho, no como amante, pero sí como mujer. “Cuando llegues a la ciudad, búscala”, eso me había dicho cuando salí de mi pueblo. Localicé a Alma en cuanto se me acabó el dinero. Lo que más me impresionó de ella, fue su capacidad para darse completa. Porque eso fue lo que hizo conmigo. Me mostró la ciudad, y ella fue lo único cálido que había sentido en todos esos meses en que había estado –como en la mayor parte de mi vida– atravesando una mala racha. Me incorporó a su vida, en un momento en que me ahogaba. Todo eso pensaba fumando recostado en el diván del pequeño estudio. Cerré los ojos como oliendo esa memoria con el perfume que ella usaba, su Aire de los Tiempos. Luego vino todo lo demás, quiero decir la vida que inventamos juntos. La niña, el pequeño espacio que compartíamos. Todo en nosotros es pequeño, decía ella, excepto mi amor por ti, que es absoluto. Todo eso pensaba mientras recorría con la vista algunas cosas de la casa.

En un momento dado descubrí que los minúsculos pájaros habían escapado. La jaula estaba abierta y se veía quieta sin sus dos habituales y diminutos habitantes. No supe por qué me cubrí la cara y empecé a llorar. Un llanto automático. Era como si lo hubiera tenido guardado en una caja y ésta se fuera, poco a poco, vaciando. Después no supe qué pasó. Entrada la mañana vinieron a buscarme los azules, me pidieron hablar aparte, mi mujer –dijeron– había sido destrozada por los obscuros. Descubrieron que se trataba de ella, no porque la hubieran reconocido, sino porque encontraron, entre lo que había quedado de ella, un carnet con la dirección de la casa. Había muerto convertida en pequeños fragmentos que las gaviotas habían devorado, un regalo que los obscuros ofrecían a esas aves en el inicio de la primavera. Mientras los hombres recorrieron la casa, dos pensamientos me llegaron de improviso; Alma siempre había querido volar, de una u otra manera lo había logrado. El otro, tenía que reconocerlo, nunca amé a Alma. Yo había sido sólo una sombra donde ella había volcado su amor demasiado grande para mí. Ella me forzó a un vuelo donde no pude alcanzarla. Pero de todo esto que habíamos vivido quedaba algo más que mis recuerdos, y tal vez que mis remordimientos, mi hija. Lo supe y fui a abrazarla, en el momento que despertaba frotándose los ojos, me miró muy seria y la abracé. Normalmente gritaba de alegría en situaciones así, pero esta vez apenas dibujo una débil sonrisa. Cuando me preguntó por su mamá sólo le dije que se había ido con los pájaros.


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Guianeya Marín

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n la cabeza traemos nudos, pájaros, ideas locas o concretas. Nuestras ideas que toman forma concreta, nos aprisionan, son como las jaulas para los pájaros, dagas para el corazón, corazónes atados a nuestra cabellera.

Es inevitable traer algo ahí, ¿será? El cabello crece, eso es cierto, quizás solo depende de una lo que se llegue enredar en él, quizás nos es impuesto, pero sea cual sea la ocasión eso no debe impedir de que podamos adornarnos de la forma en que creamos que más refleje lo somos. “¿En perseguirme, mundo, qué interesas? /¿En qué te ofendo, cuando sólo intento /poner bellezas en mi entendimiento /y no mi entendimiento en las bellezas?” Pero quizás no mi entendimiento solamente, dónde queda también mis sentimientos, mis emociones, a ellas también hay adornarlas con bellezas.


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a palabra fotografía viene del griego Phos que significa luz y Grafe que significa pintar, es una técnica para atrapar la luz con una película sensible que antes se conocía como daguerrotipo y daguerrotipia, ya que el descubrimiento fue hecho público por Louis Daguerre (17871851), aunque había experiencias previas inéditas de Joseph Nicephore Niépce (1765-1833). El primer procedimiento fotográfico fue el fotograbado descubierto por Niépce en la década de 1820. Tras la muerte de Niépce, ocurrida en 1833, Daguerre siguió trabajando hasta que desarrolló en 1837 el daguerrotipo, difundiéndolo en 1839. La fotografía captura un instante irrepetible del tiempo tomando una impresión de la luz que nos revela los colores, los tonos, los matices y las texturas. La fotografía captura un momento y detiene el tiempo. No cambia la realidad, pero sí puede mostrarla. Para capturar estas imágenes y almacenarlas se usaban películas sensibles que con un proceso fotoquímico tomaban prototipos de la realidad y que en un cuarto oscuro podían revelarse para obtener los negativos que luego con la ayuda de una lámpara y papel fotográfico sensible también a la luz, se convertía en positivo. En la actualidad la fotografía digital emplea sensores CCD (Charge-Coupled Device) o CMOS (Complementary Metal Oxide Semiconductor) y memorias digitales y existen varios programas para manejo de imágenes que permiten modificar cualquier archivo fotográfico tradicional. Las posibles combinaciones son infinitas.

Fotografía. Bbay


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La Fotografia

Al principio, la fotografía era una técnica sin los cánones del arte, su integración al arte fue un proceso reñido que comenzó con los fotógrafos retratistas. El retrato fotográfico fue bien recibido para reemplazar el retrato pintado porque era más barato y permitía la aplicación de óleos y acrílicos para el acabado; con el tiempo muchos pintores se convirtieron en fotógrafos retratistas. Estos pintores fueron los primeros en dar la batalla en favor de la fotografía para que fuera considerada arte. En la segunda mitad del siglo XIX floreció el Naturalismo como tendencia artística que proponía la objetividad como valor central, imitando la realidad y la naturaleza con un alto grado de perfección. Por esta puerta entró la fotografía ya que era una forma casi perfecta de reproducir la realidad y superaba ampliamente a la pintura. Por otra parte, el perfeccionamiento de la técnica sobre el uso de la luz dio origen a fotografías con más sentido estético. Además, en cuanto fue posible hacer de la cámara un dispositivo móvil, surgió la subjetividad del fotógrafo que iba construyendo un lenguaje artístico en el modo de ver la realidad. En la actualidad el arte fotográfico es completamente subjetivo y la manipulación de las imágenes se ha convertido en expresión artística fundamental. El lenguaje de la fotografía es una herencia del grabado y de la pintura, pero su léxico creció gracias a la facilidad de hacer enfoques en distintas direcciones y a la capacidad de capturar el movimiento desde un punto inmóvil de absoluta precisión que permite ver secuencias de instantes congelados de tiempo. La cámara fotográfica ve más y con más detalle, entra en la intimidad y, al modo como lo haría un dios omnipresente, se convierte en testigo de lo que pasa desapercibido para el ojo humano. Como resultado de ello, las imágenes que nos ofrece la cámara fotográfica son historias completas por sí mismas, con argumentos llenos de argucias, perspicacias y sutilezas, pero comprensibles para cualquier observador que comprende e imagina. La cámara fotográfica nos despabila y con manotazos de luz, nos muestra la realidad, nos hace ver lo que en la cotidianidad pasa desapercibido para nuestros ojos, y nos ofrece la posibilidad de entender que para ser realistas es importante, sobre todo, aprender a edificar lo imposible… La fotografía es ahora un arte como la escultura, la música, la danza o la poesía que son formas de expresión del artista para hablar de sus emociones, sentimientos y pensamientos, pero lo extraordinario de la fotografía radica en que nos hace visible lo invisible.


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Muchachas con ofrenda a los ancestros África, Mozambique. 1997 Playa del mar indico Técnica blanco y negro, plata y gelatina Formato 6x6. Cámara Mamilla flex. PelículaKodak


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Óscar Menéndez

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ació en 1934, estudió en la Academia de San Carlos y en la Universidad Carolina de Praga. Fue profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, organizó el archivo etnográfico del Instituto Nacional Indigenista del que fue nombrado director en 1982, trabajó también para el Instituto Nacional de Antropología e Historia, Imevisión y TvUNAM entre otras instituciones. Realizó más de sesenta documentales y es uno de los pioneros del cine independiente en México. En 1969 y 1970 fue uno de los organizadores de los primeros concursos de cine independiente en Super8. Durante el movimiento estudiantil de 1968 pudo hacer varios cortometrajes que sirvieron para divulgar los acontecimientos mientras que los medios de comunicación permanecían cerrados y para hacer trabajo político. En la actualidad esos documentales son testimonio y registro histórico inestimable. Entre ellos sobresalen: Todos somos hermanos, 2 de octubre, aquí México e Historia de un documento. En 1971 filmó para el gobierno popular de Chile Los mineros del salitre y regresó a México en el 73, un poco antes de la caída de Salvador Allende. No sólo se ha dedicado al cine político, cuenta también con una amplia producción de material sobre pueblos indígenas como los tarahumaras. Uno de los varios reconocimientos que ha recibido es el Premio Quinto Centenario (1992) por su video filme Sáname con tu poder donde trata el tema de la medicina tradicional entre los mixes. También obtuvo el Premio Nacional de Periodismo (1991) por el documental Malcolm Lowry en México filmado en Cuernavaca. Como fotógrafo ha presentado exposiciones individuales en las principales ciudades de la República Mexicana. Ha recibido un sinnúmero de reconocimientos en Francia, Suiza, Rusia, Colombia, Venezuela, Perú, España y México. Actualmente preside la Asociación de Documentalistas de México ADOC, A. C.


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China, Pekin. 1974 Ciudad Prohibida Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 35 mm. CĂĄmara Nikon. PelĂ­cula Kodak


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Puerta palacio de verano China, Pekín. 1974 Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 35 mm. Cámara Nikon. Película Kodak


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México, Lago de Patzcuaro. 1963 Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 6x6. Cámara Rolly flex. Película AGFA


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Calle con árbol Praga. 1958 Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 6x6. Cámara Esakta flex. Película Orvo


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Calle Praga. 1958 Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 6x6. CĂĄmara Esakta flex. PelĂ­cula Orvo


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Hombre del puente Praga. 1958 Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 6x6. CĂĄmara Esakta flex. PelĂ­cula Orvo


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Jefe Inca Perú, Cuzco. 1972 Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 6x6. Cámara Rolly flex. Película AGFA


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México, Tarahumara. 1963 México, Tarahumara. 1963 Técnica blanco y negro, plata Técnica y gelatina blanco y negro, plata y gelatina Formato 6x6. Cámara Mamilla Formato flex. PelículaKodak 6x6. Cámara Mamilla flex. PelículaKodak


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El músico México, Tarahumara. 1963 Técnica blanco y negro, plata y gelatina Formato 6x6. Cámara Mamilla flex. PelículaKodak


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La reyna de la carpa Tecnica blanco y negro, plata y gelatina. Formato 35 mm. CĂĄmara Canon. PĂŠlicula kodak


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Maricela Figueroa

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riginaria del Estado de Guerrero, estudió en San Carlos y ha perfeccionado el arte del retrato con carbón y la fotografía. Como viajera tenaz ha recorrido el país con una cámara o con varias cámaras a la vez captando todas las imágenes posibles: flores, ríos, nubes, pájaros, gallinas picoteando la tierra, charcos en las plazas o las calles, rostros, manos, bosques, atardeceres y mares, la luna creciente y las altas montañas, la flor de la caña de azúcar, las mazorcas del maíz o el cacao, las alas de algún ángel terreno en la plaza o los bailarines en los foros de danza; ha buscado la luz rasante del atardecer y sus fotos revelan y ocultan a la vez diferentes aspectos del laberinto de símbolos en el que nos envolvemos. Ha documentado de este modo con miles de fotografías guardadas en sus archivos digitales los últimos acontecimientos importantes de México y las cosas insignificantes que nadie, excepto ella, ve como prodigios y milagros. La serie de fotografías que presentamos corresponden a una función de danza de Foramen en Cuernavaca, Morelos, y son una muestra de interdisciplina: los bailarines haciendo su trabajo dancístico en el escenario y la fotógrafa haciendo su trabajo con la cámara. El resultado es asombroso: el movimiento congelado, la fuerza detenida, los cuerpos suspendidos, las manos crispadas en el aire del foro y la concentración de los bailarines en piernas y brazos que inmóviles, se mueven. La cámara fotográfica toma instantes del tiempo y entra con ello a la intimidad más espiritual de cada persona y su manifestación. Se trata de un ojo que ve entre los pliegues de la carne y, desmembrando la acción, congela y petrifica. Gracias al trabajo de Maricela Figueroa podemos contemplar de manera dinámica la interrupción del movimiento y el dolor del cuerpo suspendido en la danza: la angustia de la perfección.


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lr e d o g ie


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Foto. Maricela Figueroa


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Foto. Maricela Figueroa


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Foto. Maricela Figueroa


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Foto. Maricela Figueroa


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En la madrugada calida de Bombay Pablo Romo


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l tren quiebra el frágil silencio que cunde en las calles. Un lago de aceite, orín y lodo costea las cabañas que se acercan titubeantes a las vías. El golpe de los ejes que hacen rodar las llantas de metal en medio de la noche ahuyenta los demonios que se esconden veloces en las sobras de las paredes de Bombay. Son las cuatro de la mañana y estamos llegando a Dadana donde cambiaremos de tren para poder circular por la zona urbana de esta indescriptible ciudad. Es domingo cinco de marzo y todavía no amanece, pero la ciudad no duerme del todo. Con un ojo atisba las posibles oportunidades para seguir subsistiendo. Una anciana merodea un bote de basura y unos jóvenes sonámbulos caminan despacio hacia la estación. Edna me despierta y salgo de mi escondite donde he pasado algo de la noche. Salto hacia el corredor y veo ya despiertos a la familia de musulmanes, que según me explicaron cuando abordaron, van a la Meca en su visita de fieles creyentes. Van vestidos de gala y con gran entusiasmo se despidieron ayer de sus amigos. El tren detiene su gemido y nos aprestamos con velocidad a salir del vagón. Una buena parte de los pasajeros descienden y corren a los andenes de correspondencia. Aún las tinieblas no dejan ver claramente lo que me circunda y el sueño pegajoso me impide hacer otra cosa que seguir a la gente. Una niña de escasos ocho años cuida de su hermanito recostado en su regazo mientras cuenta unas monedas en medio de la escalera.

Foto. Javisax

A lo largo de mi estancia en India constato que las estaciones de trenes tienen el mismo olor característico de las ciudades en la Edad Media (Nunca las olí a aquéllas pero estoy convencido que así olía Roma en tiempos de Honorio III y no distaba mucho París de esa misma época). Es un olor pesado a humanidad emergente y a


110 incienso que se escurre de entre los abundantes templos hindús que circundan la estación. Olor agrio y perfumado, cargados contrastes que se pegan a la piel y arrancan el sabor de la noche en vela. Caminamos aprisa sin hablarnos; abordamos después de un rato el tren interurbano cuajado de colgaderas donde en las horas pico, como murciélagos se acurrucan los pasajeros que quieren llegar a tiempo a no sé dónde. Repaso los días en India mientras dormito en el vagón medio lleno. Ha sido un tiempo como de retiro espiritual: viendo este hermoso país no he dejado de pensar en su devoción y en su tesón. En el sentido más profundo que los mantiene con vida. He recorrido prácticamente toda la costa oeste de la India visitando cuanto convento y casa de hermanas y hermanos dominicos haya. La experiencia ha sido una iniciación en un mundo que me deja claro que jamás lo entenderé. Ello me ha hecho pensar que lo que sabía no es tan importante ni tan apremiante. He visto hombres verdes trepados en elefantes con máscaras doradas, santones en trajes de una simpleza escandalosa, mujeres colgando aretes y arracadas de oros finísimos. Niños de todas las edades deambulando solitarios unos y otros ávidos de estudio. Templos de todos los tamaños y colores como para catálogo de Price Club. He constatado la imposibilidad en carne propia de romper algunas de las leyes de la física más elementales: como aquella que dice que dos cuerpos no pueden ocupar simultáneamente un mismo espacio en un mismo tiempo. Este experimento lo he hecho varias veces sin resultados en contra en los autobuses que me conducían a los lugares más remotos a velocidades de dioses mayores: por más que nos apretábamos

nos acabábamos con aquélla ley y lo que comprobábamos fue que finalmente no somos mucho en este mundo (Gracias a Dios nadie sabía, de los pasajeros que viajaban conmigo, que la ley de la entropía posibilita la reubicación de las partículas de la materia en los espacios interatómicos, si no, lo hubieran intentado aún con más fe). Enormes edificios diviso a lo lejos, allá en el centro de Bombay donde no se permite la circulación de las “rickshaws” – motos taxis que pululan en todas partes y te pueden llevar por un módico precio hasta el interior del escape de un tráiler sin el menor problema y sacarte vivo justo cuando creías haber muerto He estado leyendo a Gandhi en el viaje y sobre todo en el tren. Justo hoy regreso de la región donde él instaló su Ashram (Sabarmati) una vez que dejó África del Sur. En efecto, visité el estado de Gujarat y pasé por la capital llamada Ahmedabad. El Ashram es un espacio de oración muy simple y el museo es claro y pedagógico. Ahí está Gandhi meditando, viviendo sus convicciones, protestando contra las grandes empresas de textiles hilando con su rueca. Hoy las empresas de textiles despiden miles de trabajadores que echan a las calles porque están tecnificando sus sistemas y una máquina remplaza al menos una veintena de hombres y mujeres. Ahí está Gandhiji discutiendo con Neru sobre la posibilidad de la cárcel para ellos; hablando con Kasturba sobre el celibato, dando entrevistas al New York Times y diciendo que las enseñanzas de Jesús son excelentes, pero que los cristianos dejan mucho que desear. En otra sala están planeando su marcha de la sal. Hoy una empresa que domina el mercado


111 de vehículos “Tata” también controla el mercado de detergentes, la producción y envase del té (¡oh my goodnes!) y de la sal. El segundo billonario del mundo, después de Gates es de la India y tiene gran parte de las acciones de esta empresa “Tata” que también le ha entrado al mercado del software con excelentes resultados. ¿Quién hará esta vez la marcha de la sal? Gandhi está presente en muchas cosas y ha sido usada su figura por los políticos para sus propios intereses dejando de largo su enseñanza. Todos los billetes nuevos de la India tienen la efigie de Gandhi y construyen monumentos los hijos de quienes lo mataron. El fundamentalismo hindú es un fenómeno creciente que es apoyado por el gobierno federal como parte de la estrategia de unidad nacional. De hecho es el gobierno quien hace uso de grupos fanáticos para atacar tanto a los musulmanes como a los cristianos. Hace poco un pastor cristiano australiano fue asesinado junto con dos niños por estas horas y no hace mucho fue derruida completamente una mezquita en el nombre de la pureza de la tradición en la India. Esas purezas que ¡matan! Tan puras y castas como otras en otras latitudes. El tren detenido inicia su marcha. Bombay se colorea de rosa pálida y da perfiles a las casas rasposas y a los edificios a medio hacer. En medio de la madrugada aún saboreo los diversos platillos degustados a lo largo de mi viaje y me doy cuenta de lo goloso que me he convertido. Descubrir la cocina de la India ha sido un acontecimiento: Desde el chapati –especie

de tortilla de harina–, hasta los más exóticos sabores que ofrece el curry. Así entiendo por qué se hacían las guerras en busca de las especies. Ayer me tocó descubrir algo verdaderamente delicioso: una cosa como pan empapado de jengibre en medio de una salsa de yogurt con especies flotando alrededor. El arroz es un elemento fundamental, pero se puede prescindir de él si se cambia por alguna verdura hervida con hojas de olor. Obviamente la comida vegetariana gana terreno a la de los carnívoros y la variedad de la primera convierte a la segunda en párvula. Ya no es necesario más cargar con mi latita de jalapeños, la cual la abandoné cuando descubrí el piquel, especie de salsa picosa con mango. No se entiende la primera parte de la autobiografía de Gandhi cuando consagra capítulos enteros en disertar cómo optó por ser vegetariano si no se conoce la cocina en India. Los sabores de las plantas, hojas, tallos, raíces y frutos son tan diversos y complejos como la propia gente que vive en el país. Llegamos al fin de nuestro recorrido en tren. Ahora iniciamos el trayecto en autobús. Bombay se extiende por la costa del mar arábigo e intenta trepar las primeras montañas que dividen el altiplano con las zonas bajas. Las ciudades perdidas, “slums”, rellenan los huecos que va dejando vacío el concreto. En ciertas partes los camellones de las avenidas también se pueblan de pequeñas cabañas. Una vaca madrugadora pasta en un bote de basura mientras nuestro autobús avanza perezoso. A las vacas se les tiene mucha consideración en todas partes de la India. En las ciudades se les encuentra en cada calle y no son vacas “callejeras”, es decir, sin dueño. Lo tienen, pero con frecuencia éstos son pobres y no pueden alimentarlas


112 dejándolas “pastar” (basurear, diría alguno) por las calles. Son vacas gordas, fodongas que no respetan ni el tráfico ni a los policías que lo dirigen. Se echan en las glorietas y todos los vehículos las rondan como si fueran parte de algún monumento. Los musulmanes y los cristianos las comen y no tienen pudor en colocar sus carnicerías enfrente de los templos de los hindús. Aquí todo se vale. Por fin llegamos al convento de las hermanas. Se trata de un piso de un apartamento pequeño en un edificio de cuatro plantas. Siento como si estuviera en la Guerrero, allá en la Ciudad de México. La pequeña casa también ofrece en un rincón con una mesa de servicio para las personas que buscan trabajo. De lunes a viernes por las mañanas una hermana con el teléfono de la casa-oficina hace constantes llamadas a los posibles lugares donde contraten un pintor, un albañil, un plomero, una costurera. Aquí viven cuatro hermanas: dos aún están en formación y estudian por las tardes, las otras trabajan en la parroquia y en el “slum” vecino animando una diminuta guardería, para las madres que trabajan y no tienen dónde dejar sus hijos; un pequeño dispensario y un salón de costura y alfabetización. El minúsculo oratorio con cojines en el tapete invita a la oración. Yo lo que busco es un lugar para dejar mi sueño. Son como las seis de la mañana y a las nueve hay que acompañar la celebración en la parroquia. La celebración del último domingo del tiempo ordinario no es nada especial. No tiene los gestos y ritos que en Bangalore compartí con el padre Jacob en la celebración de rito Indio, ni tiene las expresiones originales del rito siro-maronita que celebramos


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Foto. Martin Roemers

en Mannanrkkard con las hermanas dominicas de las Santísima Trinidad. Fue interesante saber que toda la congregación se rige por el derecho SiroMaronita y no por el Latino, tanto en sus celebraciones como en el propio derecho canónico. Este rito es antiquísimo y tiene gran arraigo en Kerala al sur-oeste de India. El rito es en malaryam, lengua local, y por tanto de inmediata comprensión para la población. De no ser por el Concilio Vaticano II el rito latino continuaría en la incomprensible lengua de oriente (para nosotros y para ellos lejano occidente), el latín, y por tanto inaccesible para la población. La genialidad de los diversos ritos fue indiscutiblemente su proximidad con el pueblo no letrado que no hablaba la lengua del imperio y que expresaba con sentido común (inculturado) la fe en Dios. El imperialismo del imperio (gulp!) obligó a rigidizar las expresiones rituales y a descontextualizarlas para hacerlas “globales”, las expresiones dejaron de tener sentido para algunas culturas y los ritos locales fueron una alternativa sabia para permitir la expresión contextual. La celebración y la visita de la iglesia en el National Biblical Catechetical and Liturgiacal Centre en Bangalore me ayudó mucho a comprender lo difícil que resulta el proceso de inculturación, tratando, por un lado de incorporar signos de una cultura con una religión dominante politeísta y por otro con una iglesia asentada fundamentalmente en Europa. Europa representa todavía la expresión colonial de muerte y dominio de esta nación que trabajó tantos años para los ingleses. La reciente visita del Papa con su documento sobre la evangelización en Asia ha sido enriquecedora en cuanto que aglutinó a los cristianos en su minoría y les dio un impulso de ánimo, pero el contenido del


114 documento deja un sabor de “extra-ecclesia nula salutis”. Ante ello, las autoridades de India han citado a los dirigentes religiosos católicos para que expliquen si el significado de “misión” es para convertir paganos, o es más bien para convivir en armonía. Cuando visité Kawant en Gujurat, cerca del golfo de Cambay, la labor de las hermanas me impresionó, pues su trabajo es de testimonio auxiliando a los grupos tribales, especialmente a los “Ralbawa” en su educación y promoción humana, dignificando su vida y reconociendo sus valores históricos. La parroquia donde se encuentran hay unos doscientos poblados y la presencia católica es de menos de un centenar de personas. Aquí se habla poco del macroecumenismo, pero se vive con frutos muy gratos. Esta diversidad y riqueza me hizo pensar en el rito tzotzil y en el tzeltal y en el ch’ol, lenguas mayas del lejano país mexicano de donde provengo. Salimos a Juhu, en el otro lado de Bombay para visitar a las hermanas de la Unión de Santa Catalina. La “rickshaw” serpentea en el tráfico dominical y me permite ver otra parte de Bombay desconocida. Grandes edificios con letreros anuncian la llegada de la economía global y anticipan el fin de las empresas nacionales. Cabe decir que las empresas nacionales no son la maravilla y han auxiliado en mucho a la corrupción del país. El claxon no descansa. Un gran camión “Tata” obstruye el camino y una docena de hombres semi-desnudos con turbante blanco lo empujan a la orilla del camino. Ya estamos llegando, ahí está el templo de los Hare Krishna, una escisión del hinduismo que se conoce más en Estados Unidos que en India. Este templo se encuentra cerca de la playa y de los Holiday Inn

Bombay y de Ramada’s Inn. Una multitud hace cola delante de las vitrinas que enseña a los demonios del infierno cómo se devoran a sus víctimas junto con los leones de la jungla. Al final de las vitrinas los monjes otorgan una pequeña colación de arroz azafranado. La calle está repleta de transeúntes que van a todas partes. El mercado se estaciona en las aceras y hace del paso un rodar enclaxonado. La casa de las hermanas también es minúscula, pero suficiente para hospedarme esta noche. Mañana parto a Islamabad allá en Pakistán. Ellas trabajan en escuelas gubernamentales. Así, explican ellas, dan testimonio con su trabajo del Evangelio y no se atan a grandes instituciones que después tienen que vivir para ellas y no a la inversa. Apenas es el medio día de un día de viaje cualquiera. La comida nos aguarda. Chapati, arroz, curry, piquel, lentejas con salsas raras, pollo frito en aceite de coco, frutas clásicas. Después de la comida y el té tengo tiempo de ordenar mis cosas y prepararlas para el viaje de mañana. Ha sido una visita larga de cerca de veinte días y sólo he visitado 23 comunidades. He recorrido al menos unos cuatro mil kilómetros en trenes, autobuses, rickshaws, taxis, y me falta todavía viajar en elefante o en camello, pero poco falta. Visité en el estado de Maharashtra, Bombay, Ghatkopar y Juhu estos dos suburbios de la gran ciudad que también la llaman Mumbay, en este esfuerzo de hinduizar los nombres de los lugares y de desbritanizar. También visité Nagpur en el mismo estado de Maharashtra; Trivandrum o escrito lengua local Tiruvananthapuram, capital de Kerala y en el resto del estado estuve en Eda Cochin, Kochi, Vaduthala, Kottuva-


115 lly, Kuttikad, Varadium, Mannarkkad, Thenakara, Thachampara, Shreekrishnapuram. En Karnataka visité Mangalore, Bangalore y Kengeri cerca de Bangalore. En Gujurat estuve en Ahmedabad, Baroda, Kawant. En fin, un primer contacto, un breve encuentro y en él mi fascinación. He quedado sorprendido y atrapado en los brazos de la diosa Kali. Este tiempo ha sido como un retiro, un dejar muchas cosas, mucho de lo mío. Empaco con lentitud, no queriendo salir del país. Es una sensación extraña y la primera vez en la vida que siento que no quiero regresar. No quiero dejar India todavía, no he descubierto su secreto, no he visto sus entrañas: no he entendido. Mi racionalidad es muy diferente, mi discurso y mi palabra es equívoca en este mundo. Asomo por la ventana y veo un hombre con tres rayas anaranjadas en la frente, con un pequeño trapo cubriendo lo más elemental del cuerpo, descalzo, caminando entre la multitud. Veo a una mujer sonriente con un arete en la nariz y un elegante sari que baja por su cuerpo con gracia y vigor. Veo gente caminando, veo el ruido de sus pasos, el aliento de su espera. Y nada entiendo. Cuando era adolescente intenté mi primera novela de aventuras que tomaba lugar en (por supuesto) en India. Iniciaba con un viaje y me perdía en medio del corazón de este sub-continente. Ni duda que el personaje central estaba descrito en primera persona del singular. Nunca terminé la novela, no sé dónde me quedé. Luis se acuerda de ella: fue una época en la casa que todos escribíamos novelas y cuentos cortos. Creo que no podía terminarla, pues son de esas que no tienen fin.

Quien sabe que tiene este país de Tagore y su Gitanjali, de sus abominables castas y sus purezas e impurezas; de su Gandhi; la India de bomba atómica; la India espiritual y miserable. La India de sus innumerables películas, especialmente “Salam Bombay” y ahora de moda “Water”. Me regalaron un librito de poesía de una adolecente mística que murió de cáncer hace ya unos años. Termino con algo ella: Every moment Of my life I know not What may happen Next. All I desire And want is… You should be there, When… I meet my end. Del libro The Gitanjali Album

Foto. Martin Roemers


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A

lgún filósofo dijo: “De todas las artes, la música está en primer lugar”, y yo firmemente lo creo. La música no requiere procesos, va directo de los oídos a nuestro corazón y vísceras. Está al alcance de todos, es democrática, universal, poderosa y por alguna razón, el hombre desde que es hombre en esta tierra ha buscado el modo de producirla, como una necesidad primigenia. ¿Quién no se siente infinito al escuchar a Bach?, ¿A quién no se le hace un vacío en el estómago con la intensidad y el poder de Beethoven?. Todos hemos sido tenores con la Rapsodia Bohemia cantando a la par de Freddy Mercury y algo de ropa nos hemos quitado a ritmo de You can leave your hat on. La música nos salva, nos cura, intensifica nuestras emociones. Pero no se preocupen ínclitos lectores, no vengo a hablar de algo tan sabido por ustedes, y en realidad tampoco voy a descubrir el hilo negro, pero quiero dedicar estas líneas a una “otra” música, una que rara vez está en la radio o en la televisión. Hagamos un ejercicio: imaginen un puente, -¿lo hicieron?- en un lado está su vida cotidiana, su modernidad, su celular y su Starbucks, transiten por él, al otro lado está la tierra sin premura, esa donde los niños aún juegan corriendo, donde las mujeres huelen sabroso, los ancianos y las piedras lo saben todo. Si alguno de ustedes logró cruzar este puente, quizás abrió su propia ventana y encontró algo de su geografía personal. Ahí, en ese lugar sin límites precisos, con paredes de viento y días que se pueden situar a la orilla del mar, a mitad del desierto o en la última loma del horizonte, ahí vive la música tradicional. Jaranas, violines, tambores, gaitas, lejos de todas las emociones que nos puedan causar sus sonidos; en el caso particular de la música tradicional, nos transmiten conocimientos. En alguna ocasión Gilberto Gutiérrez, líder del grupo de Son Jarocho Mono Blanco dijo, “El Son Jarocho se come, se viste, se cultiva” (bueno no literalmente, pero algo así dijo). La idea principal es que la música tradicional conlleva toda una cultura en sí misma, no son sólo las canciones, es un saber más


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Mi necesidad Waitszappa


118 completo, es cómo construir instrumentos, cocinar ciertos platillos, portar atuendos particulares y supongo que algo así sucede con todos los géneros musicales, pero en ninguno de manera tan contundente como con la música tradicional. Por años ha habido un discurso dominante en el cual se ha relegado esta música como algo “regional” se le ha pintado de manera folklorizada y se ha hecho creer a la gente que es algo del pasado, que debe estar en las fonotecas y lo más grave de todo, nos han hecho creer que no es necesaria. A la par, los medios masivos de comunicación nos recetan todos los días de manera repetitiva y constante un modelo sonoro que, independiente de que tenga o no calidad, nos homogeniza y nos vuelve a todos iguales, cuando la riqueza está en nuestra diversidad, la cual podríamos mostrar y compartir porque no hace falta pertenecer a un grupo específico para poder disfrutar la vastedad. La inflexión en la voz del flamenco, los ritmos africanos, las flautas armenias, las ragas hindúes, hay un sin fin de posibilidades que son marca de identidad y raíz de miles de culturas. En México quien domina la escena tradicional es el Son. De la jarana al violín, de la décima al sexteto, del falsete al verso improvisado, el Son recorre planicies, serranías, costas y valles de nuestro país. Hace ya varios años en Veracruz el Son Jarocho tradicional estaba muriendo, ya no se tocaba, no había jaranas y pocos recordaban cómo hacerlas, sin embargo algunos músicos locales buscaron a los

viejos, aprendieron de nuevo, retomaron la sensibilidad de los portadores y volvieron a la vida los fandangos, pulieron de nuevo las tarimas con el baile y se ha vuelto una necesidad para las nuevas generaciones. Algunas muchachas en Veracruz, Oaxaca y Tabasco, aunque portan mini faldas y la ropa de moda para ir a escuela, por las noches los fines de semana van a los fandangos y se ponen sus faldones de colores con punta blanca, mientras los muchachos de nuevo buscan sombreros de 3 pedradas y ya andan haciendo coplas para conquistar a la vieja usanza. Y fue tal el renacer del Son Jarocho que ahora encontramos Jarochilangos, Tijuarochos, Jarochihuahuos… y hasta más allende las fronteras, Jarogachupos en España y Franchurochos en París. Pero no todas las formas del Son han corrido la misma suerte, el Son abajeño, el Son de artesa, el calentano, el istmeño, el huasteco, incluso los mariachis que por años fueron transmisores del Son Jalisciense han integrado instrumentos y ritmos que alteran la memoria, la ritualidad y hasta podría decirse que han perdido las claves secretas de nuestra historia, ahora los Mariachis son locos y quieren bailar, hacen coreografías y dan brinquitos que ya no se sabe si son de cumbia o reggaetón. Aún recuerdo de niña a mi mamá cantando Pirekuas en purépecha mientras cocinaba o a mi papá escuchando Sones huastecos y diciendo que ni el mejor violinista de conservatorio lograría sacar sonidos a las cuerdas como el violín de Los Camperos de Valles. Siempre admiré los falsetes y escuchaba con atención la poesía y la picaresca de los versos, luego en la escuela, sólo a veces se escuchaba algo


119 de música tradicional adaptada para infundir artificiosos nacionalismos, pero no era lo mismo. Y he tenido suerte, he ido a los fandangos en Veracruz, a las topadas en Xichú, vi tocar en vivo a Juan Reynoso, he golpeado un arpa grande y sentí con mis propios pies vibrar la artesa, pero aunque me erice la piel, aunque me estremezca, y aunque en todas esas ocasiones yo haya sido sólo una invitada, una parte de mí sabe con tristeza que mucho de eso bueno no durará. Hace unos meses finalmente pude escuchar en vivo a unos cardencheros en Coahuila y al final del concierto le pregunté a uno de ellos si había jóvenes interesados en aprender a cantar como él y contestó lo que he venido repitiendo desde que inicié el texto “no, ya no es necesario, ahora tienen el ipod”. De alguna u otra forma la modernidad nos comió, ya no se siente ese espíritu de comunidad que hoy en día es privilegio de pocos. Ya no hay leyendas como esa que escuché un día en Hidalgo: Se decía que cuando un músico quería atosigar a un violinista, le daba cuerdas de víbora coralillo, o esa otra del huapanguero que tocó en el infierno por dinero. Siento cómo todo eso se va quedando en una vereda cada vez más lejana, y tengo claro que tampoco podemos obligar al mundo a que las cosas no cambien, ni a que las tradiciones permanezcan, debe ser algo natural, se tenga o no la necesidad. Yo debo decir que, a pesar de vivir en la Ciudad de México, a pesar de asistir a conciertos de Metal y gozar escuchando mis discos de Frank Zappa; aun-

que no se vestir las faldas largas ni cocinar uchepos como mi mamá, persiste en mí la necesidad. Quiero la tierra generosa y no la enemiga, quiero el placer de la memoria y la conversación, más que mi abstracción al teléfono celular; necesito a esos versadores y a esas bailadoras a las que nunca podré imitar y que me emocionan sobre manera, pero por encima de todo invoco a esos músicos que aun construyen universos sonoros que me pintan raíces en el alma y me tejen estrellas en el firmamento.


Danza en Martha Elena Welsh

A

l sur de la Ciudad de México se encuentra Casa Xitla espacio y territorio de encuentro en donde convive la acción creativa y sensible al desarrollo humano en armonía con la naturaleza. Ahí uno de los ejes más importantes parte del principio de reconocer la experiencia del movimiento de la naturaleza de nuestro cuerpo y su capacidad creadora.


Casa Xitla con fotografĂ­as de Jave Villanueva

Yaiza A. RodrĂ­guez


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En la búsqueda de promover la investigación y la experimentación de las posibilidades de expresión y comunicación artística Casa Xitla inició su Segundo Ciclo de Danza en Primavera en Casa Xitla, como parte de un sueño compartido y uno de los cinco pilares que la fundamentan.


123 El proyecto de Arte y Cultura se encuentra en el origen y búsqueda original por nuevas expresiones artísticas en la danza. Es así que el pasado 1 de marzo se presentó “Danza Liminal: Tri-Unidad” con la coreografía de Ángel Méndez. Danza que inauguró el Segundo Ciclo de Danza y expuso una propuesta dancística que explora la posibilidad de ser y encontrarnos en el otro, una extensión de humanidad expresada a través del cuerpo, de la unión y armonía del movimiento del yo y los otros. Es así que entre movimientos acompañados de luz vemos una individualidad que se expande en tres entes independientes y semejantes al mismo tiempo.


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¿Por qué danzar en primavera? Es un rito heredado desde nuestros antepasados, los de toda raza y cultura. La danza existe porque es parte inherente al propio ser humano. Es, a través de ésta, que el hombre y la mujer tocan el espacio y lo transforman, y se comunican, aún antes de que el propio lenguaje existiese.


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El espacio interior trasciende al individuo y se prolonga hacia su exterior, a través del cuerpo y su movimiento. Entonces, las palabras sobran. La expresión nace y se manifiesta, como de ninguna otra manera, viva, en la dinámica corporal expresiva: la danza. Y así, desde que existimos, ha sido posible encontrar esta fuerza que nos otorga nuestra propia naturaleza, nuestra corporalidad sensible e inteligente que transforma realidad en sueño, en espíritu, en energía, en relato, en trascendencia.


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La comunicaci贸n con fuerzas o dioses m谩s all谩 de la realidad tangible, era una de las primeras interpretaciones que se le daban a los ritos danzados de los antepasados en muchas culturas primitivas. Era especialmente, en rituales de iniciaci贸n, fertilidad, funerarios, mediante danzas y procesiones que relacionaban la naturaleza humana con lo divino.


127 Ciclos de vida que había que conectar para dar y recibir. Vivir y morir. Morir entregando el cuerpo a la tierra, alimentándola así para renacer. Un ciclo, movimiento de vida, transformación constante que vuelve a florecer, después de que se ha dado plenamente, se marchita, cae para engendrar nueva flor. La danza se funde con el ser en su sueño de vigilia, reencontrándose en la expresión más pura de su existir, en sí mismo “… es la fusión entre el ser interior y el mundo exterior; es conciencia simbólica que utiliza sus símbolos para transfigurar los sentidos –la percepción sensorial de este mundo– en un lenguaje corporal capaz de comunicar un sentido transmutado de la realidad.” (Waldeen, 1982. La danza, imagen de creación continua).


Félix Gracía. Bien conocido. John Prigge. Lo conocen de Quinqué 1 y 2, así que es igualmente conocido y bien. Alejandro Piña. Reaparece después de una larga ausencia desde el primer Quinqué, donde se presentó como cuentista, así que también ya lo conocen. Yaiza. Bien conocida, desde Villa Purificación, hasta la ciudad del pecado. Violeta Orozco. Recién galardonada con el Premio Nacional del Estudiante Universitario “José Emilio Pacheco”, así que aguántenla, sus travesías cosmonauticas irradian una leve luz por el cosmos. Marcelo Teixeira. Poeta, traductor y editor portugués avecindado en Lisboa desde donde irradia sus letras y letreros. Viejo conocido desde el primer Quinqué. Raúl Zamora. Mago cuidador de un árbol de arrayán que recibe sombra de aquella montaña mística llamada tepozteco. Conocedor de buena parte del mundo y amigo de poetas, escultores y pintores que gustasamente recibe en su casa, la casa del arrayán. Guianeya Marín. Mujer que pinta mujeres, que las plasma con mirada transcendiente, su obra ha recorrido vastas galerías donde ha construido realidades ficticias en la mente de sus observadores. Óscar Menéndez. Fotógrafo y cineasta educado en el antiguo imperio de la Unión Soviética de donde volvió con una cámara fotográfica de fabricación rusa de altísima precisión. Maricela Figueroa: artista plástica, retratista, fotógrafa y maestra de la Universidad Pedagógica Nacional de origen guerrerense, a mucha honra. Pablo Romo. Conocido. Waitszappa. Bien conocida. Martha Elena Welsh. También conocida.


Ilustraci贸n. Guianeya Mar铆n



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