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ISNPIRARTE NUEVO

Luciano Jaramillo

¿Por qué tenemos que fracasar?

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Querido Dios:

Soy lo que llaman un «líder» y pudiera representar a cualquiera que tenga responsabilidad de dirigir a otros: un gerente, maestro, pastor o sacerdote; director de alguna organización o grupo cívico, económico o social; jefe militar, religioso o laboral: un líder. Quería compartirte mi frustración porque muchas veces las cosas no me salen bien. Si doy una orden son muchos los que la desobedecen. Si me propongo algo que creo importante para mi empresa u organización, no faltan los que critican mis palabras y dañan el espíritu de todo el grupo. Si tomo alguna medida que favorezca a alguien, reconociendo sus méritos, se crean las envidias y recelos y se forman las divisiones. Me siento con frecuencia rodeado de mucha hipocresía, cuando no abierta oposición. Tú sabes, Señor, lo desagradable que es sentirse fracasado; experimentar la humillación de haber fallado, la ausencia de los aplausos y reconocimientos y hasta la no disimulada alegría de los rivales y enemigos. Quisiera escuchar una palabra tuya que me ayude a mí y a muchos otros que buscamos el éxito como la meta permanente de nuestra vida; pero con frecuencia, nos sentimos abocados a morder el polvo del fracaso.

Tu hijo fracasado RESPUESTA DE DIOS:

Mí querido hijo «fracasado»:

Quiero contarte, o mejor, repetirte, porque tú ya debes conocerla, la historia de mi siervo Moisés:

Casi todo lo que este señor se propuso, le salió al revés. Nació condenado a muerte por el faraón de Egipto, como primogénito de una familia judía. Perdió a su madre natural desde su cuna, cuando esta, para salvarle la vida, lo arrojó al torrente del río Nilo en una canastilla. Rescatado de las aguas por una princesa egipcia, llegó a ser importante en la corte del faraón, donde, bien educado y respetado, vivía una vida cómoda.

Todo este mundo dorado, sin embargo, se derrumbó cuando llevado por su orgullo nacionalista asesinó a un capataz egipcio que maltrataba a uno de su tribu. Y tuvo que huir.

Quiso reconstruir su vida en el exilio. Y en tierras de quien sería su suegro, Jetro, ganadero rico e importante y sacerdote de su clan, se hizo pastor próspero, casándose con una de las hijas del jefe beduino. Pero esta nueva comodidad tampoco le iba a durar mucho tiempo.

Un día, yo mismo me le aparecí detrás de una zarza. Fui a incomodarlo y a desbaratarle su nueva tranquilidad. El resto de la historia tú la conoces bien: su presencia y acción ante el faraón; las aventuras dolorosas y sangrientas de las plagas; el sacrificio de los primogénitos; el paso del Mar Rojo, y la marcha tediosa, accidentada y difícil por el desierto, dirigiendo a un pueblo necio, testarudo y rebelde.

Esta marcha del que se suponía era «mi pueblo» y que concluyó con la Alianza, y muchos de los acontecimientos que constituyeron su marco histórico y social, no fueron precisamente «una empresa de éxito».

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