1 SAMUEL 17:45-50 EL VERDADERO GUERRERO ESPIRITUAL
Este pasaje tradicional, bien conocido por creyentes e incrédulos, ha sido interpretado de múltiples maneras y ha servido de plataforma para centenares de mensajes. Los teólogos ven en esta historia un cuadro profético cristológico, en el cual el Hijo de Dios, por el poder de su palabra, derrota al gigante Goliat, Satanás, en la cruz (Col 2:13-15). Y se han tejido otras muchas aplicaciones. Pero, vamos a considerar el pasaje a la luz de la escena de una guerra, una guerra espiritual. Para ello examinaremos rápidamente el perfil de los dos paladines de esta historia. Lee calladamente la historia y registra conmigo lo que vas observando de cada uno. Notarás la grandeza de Goliat, no solo en su estatura descomunal sino en la potencia de sus palabras y cómo despertaba una sensación de pánico, de pavor y amilanamiento entre los varones de Israel. También notarás que llevaban 40 días en la refriega con los filisteos y 40 días soportando a un verdugo implacable, dispuesto a derrotar las huestes de Israel. De pronto, aparece en escena David. Veamos:
Goliat =’asqueroso, montón de basura Filisteo de Gat, 17:4 2,92 de estatura Fuerte y corpulento; parece ser de facciones bruscas. Paladín experimentado, 17:33 Valeroso e idólatra Orgulloso, vulgar, osado y desafiante, 17:8-10, 16; 43-44
David = ‘amado’
Efrateo de Belén de Judá, 17:12 No era tan alto, 16:7* Rubio y de buen parecer, 16:12; 17:42 Pastor de ovejas; ungido por Samuel; músico; 17:15 Valiente y temeroso de Dios Humilde, obediente, hombre de fe y seguro de sí; 17:20,26,32,34-37 Vestidura 17:5-7 17:40 Casco de bronce en su cabeza [cf. Yelmo, Ef 6:17a] “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo Cota de malla de 5000 siclos de bronce [cf. Coraza, peto + Ropa de campo a ti en el nombre de Jehová de espaldar o lomo, Ef 6:14] los ejércitos, el Dios de los Grebas de bronce [cf. Sandalias, Ef 6:15] sandalias Jabalina de bronce entre sus hombros Honda y cinco piedras escuadrones de Israel, a quien tú has provocado”, 17:45. lisas del arroyo Lanza de 600 siclos de hierro y espada [cf. Ef 6:17b] Cayado y zurrón Escudero [cf. Ef 6:16] Escudero, Salmos 18:1-3 Seguro en su fuerza y su experiencia, y en sus dioses, Fe y confianza en Dios, 17:46-47 17:43
Confiaba en sus dioses y en Goliat, 17:51
Ejército Guerreros fuertes y experimentados como Saúl y los hermanos mayores de David, pero pusilánime, inseguro y sin confianza en Dios, 17:11,13,19,24-25
(*) Todas las citas son de 1 Samuel
Bien, hemos leído el texto. Hemos registrado algunas cosas que parecen importantes de destacar. Pero algo más. Si estudias la vida de Saúl, el rey escogido según el corazón del pueblo, podrás leer varias cosas: Fue pastor de ganado, que fue a buscar las asnas de su padre cuando fue escogido para ser rey de Israel, 1 Sm 8:3-6; 11:5 Era un rey a semejante de los reyes de las demás naciones, 1 Sm 8:5 No era el rey conforme al corazón de Dios, pero fue escogido por el Señor; 1 Sm 8:7, 9:17; 12:12-13 Era un varón benjaminita, hijo de Cis, valeroso; 1 Sm 9:1-2 Era un hombre joven y demasiado guapo; alto (quizá, más de 1,90 cm.); 1 Sm 9:2 Fue ungido como príncipe de Israel, 1 Sm 10:1 Fue lleno del Espíritu Santo y profetizó en la escuela de los profetas, 1 Sm 10:9-10, (cf. 11:6) Fue investido rey, por el profeta, juez y sacerdote Samuel quien les recitó las leyes del reino, 1 Sm 10:24-25; 11:15 Derrotó a los amonitas, 1 Sm 11:11-13 Fue probado, pero se apresuró a sacrificar víctimas atendiendo al temor del pueblo y no confiando en Dios; su reinado no sería duradero. 1 Sm 13:5-14 Nuevamente desobedece a Dios en una misión, 1 Sm 15:1-3, 7-9, 10-11,13-29 Era atormentado por un “espíritu malo”, 1 Sm 16:14,23 Se había enfrentado ya a los filisteos varias veces y había obtenido victorias (1 Samuel 14). Era un varón de guerra, fuerte, valiente y estratega para la batalla. Era el hombre escogido para salvar a su pueblo de los filisteos (1 Sm 9:16). Sin embargo, no pudo enfrentar a Goliat y vencerlo para traer la victoria y la paz a Israel. Tampoco sus hermanos que presumían de valerosos y menospreciaban el oficio humilde de David. Mucho menos tantos de los varones de guerra que servían al rey. Era un panorama bastante triste ver tantos valientes y esforzados hombres llenos de cobardía, asustadizos y aterrorizados, que durante cuarenta días repitieron esta vergonzosa escena. Cuarenta días. Este número hace referencia en la Escritura al cambio, a la preparación necesaria para la manifestación histórica y trascendente de Dios en nuevos eventos, nuevos retos, nuevas misiones. Está asociado con la prueba, con periodos de búsqueda para iniciar un ministerio o recibir algo nuevo y mejor. Cabe recordar los ayunos de Moisés y del Señor Jesús; los días que llovió durante el tiempo del diluvio; la edad de Isaac cuando tomó por mujer a Rebeca; los días que duró caminando Elías hasta Horeb; los años que estuvo Israel vagando en el desierto antes de entrar a la tierra prometida; la vida de Moisés se divide en tres periodos de cuarenta años cada uno; los años que administraron justicia los jueces Otoniel, Gedeón, Débora, Elí, y cuarenta años oprimidos antes de venir Sansón a traer la paz a Israel; los reinados de Saúl, de David, de Salomón y de Joás. Cuarenta días sin resultados. Hombres de guerra sin dar ningún fruto de victoria. Un rey valeroso que durante cuarenta días había tenido al pueblo ayuno de una buena nueva para danzar, cantar y alabar al Dios de los Ejércitos de Israel. Un periodo de desierto, de fracaso, de ensayo y error, de experimentos e intentos por vencer a los incircuncisos filisteos; un tiempo de preparación para lo que Dios haría por mano de un insignificante pastor de ovejas, porque “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:27-29). David representaba lo que no era, pues nadie para entonces sabía de David más que lo que nos enseña la Escritura: un muchacho joven, de estatura promedia, de ojos hermosos, de buen parecer, que apacentaba el
ganado ovino de su padre Isaí. Desde el punto de vista de la guerra contra las naciones enemigas de Israel, no significaba nada, no era nadie, pertenecía al pueblo indefenso que debía ser protegido. Fue a ver a sus hermanos y a llevar la vitualla que su padre le ordenó llevar; nada más. Empezó a preguntar por sus hermanos y, sin proponerse absolutamente nada ni planear ninguna cosa, escuchó las sandeces que vociferaba a todo pulmón el gigantón de Goliat; se molestó e inquirió por el asunto. Era un pastor de ovejas, que tenía algo que quizá todo el ejército de Israel junto, comandado por su general, el rey Saúl, no tenía: un celo vivo por Dios, un espíritu de adorador y un corazón que anhelaba la presencia de Dios siempre. Era músico y llegaría a inventar y construir centenares de instrumentos para adorar a Dios; fue el compositor de más del 60% del salterio. Ese fue el secreto de la victoria de ese día, después de esperar cuarenta para lograrlo (Salmos 27:3-6; 34:6-9; 61:1-5; 56:9; 63:8). No fue la corpulencia de David ni ser un paladín bélico ni conocer de guerra ni saber vestir las ropas del guerrero y andar con ellas. Demostró su torpeza en asuntos de guerra. Usó, en cambio, el conocimiento simple que había adquirido en las filas pastoriles. Esa sabiduría de un campesino que cuidaba ovejas, que las defendía de los lobos y los leones, que las apacentaba y las conducía al redil, con solo un zurrón y un cayado. Fue todo lo que le bastó para derrotar a Goliat. En la vida cristiana ocurre igual. Cuánto tiempo llevamos esperando una respuesta oportuna, cuántos días de angustia y preocupación, cuántos días de desierto, de prueba, de zozobra, de calamidad… Pasamos por periodos áridos y tiempos marcados por algún tipo de prueba y dificultad. Pero no deben tiempos vanos y sin fruto, como ocurrió al ejército de Israel. Cuarenta días perdidos, cuarenta días infructuosos. Ese tiempo, seguramente, lo pasó David apacentando las ovejas de su padre y en la presencia de Dios. Claro, hubo dificultades, pero el enfrentaba los osos y los leones de la adversidad, adorando al Señor. Cuando vino, aparentemente por un asunto familiar y cotidiano, era Dios quien lo traía para obtener la victoria de un muchacho que había sido ungido por Samuel, que caminaba con el Señor y tenía un corazón conforme al propósito y a la voluntad de Él. ¿En qué nos ocupamos durante el tiempo antes del cambio, antes de la manifestación poderosa de Dios? ¿En mostrarnos medrosos, achicopalados, derrotados y fastidiados con la vida que llevamos y la suerte que tenemos? ¿En entrar en su presencia y echar la carga delante de Dios? Confianza o temor marcan la diferencia antes de vencer, antes de derribar los obstáculos y ver el poder de Dios en acción. El gigante vestía un traje pesado de bronce, una aleación de cobre con estaño, y algunas armas de hierro. David vestía ropas de campo cotidianas y traía sus herramientas de trabajo. Qué cuadro tan bello y contradictor. Dios nos ha llamado a vestirnos de toda la armadura de Él para estar firmes contra las asechanzas del diablo. Vestirnos, además, de Jesucristo y las armas de luz y del amor. Satanás también tiene un casco o yelmo, coraza o cota, grebas, escudo y armas de ataque. Pero las armas del enemigo son engañosas (una mezcla) y no funcionan cuando la fe está activa. Son las armas del error, de la injusticia, de la impiedad, de la incredulidad, de la mentira, de la vida fácil y relajada, del egoísmo y de toda idolatría. Él se disfraza como ángel de luz. Goliat no alcanzó a moverse ni a usar la lanza ni la espada ni la jabalina, y mucho menos su escudero alcanzó a reaccionar. La fe mueve montañas y vence el sistema del mundo montado por Satanás. El diablo se vale de la carne y del sistema del mundo para tratar de destruirnos (1 Jn 2:16-17). Pero ya fue derrotado, ya fue vencido en la cruz. Nuestra vida de fe y nuestra confianza en Dios, será nuestra arma para mantenerlo fuera de combate. Claro que hay una lucha todo el tiempo, pues el engañador, la serpiente antigua, busca convencernos que es mentira que fue vencido, busca atraparnos y busca afanosamente que nos apartemos del Señor1. Pero la Escritura nos enseña que somos vencedores, que nos lleva siempre en triunfo en Lea estos textos con cuidado: 1 Juan 2:13-14; 3:8; 4:4; 5:4-5, 18-19; 1 P 5:8-10; Jn 10:10, 8:44, 16:33; Stg 4:7; He 2:14-15; Ef 4:27, 6:10-20; Ro 16:19-20; 1 Co 10:13; 2 Co 2:14-17 1
Cristo. No dice que no habrá sufrimientos ni pruebas ni tiempos difíciles ni crisis… Todo esto habrá y quizá persecución y tribulaciones y penalidades. Pero una cosa es lo que sucede como cristianos y otra como pecadores. Una cosa es esta realidad que Cristo anunció y otra que no signifique, aun estando en crisis, que podamos permanecer en el gozo del Señor. La victoria y el triunfo no significan una vida de éxito, de prosperidad, de paz, de felicidad, de superación y de bienestar o comodidad. Muchas cosas de estas podremos tener y experimentar, por supuesto. La victoria está en que somos de Cristo, que nuestro nombre está registrado en el libro de la vida y que nadie podrá arrancarnos el gozo de la salvación, nadie podrá quitarnos la corona de la salvación y arrebatarnos las arras del Espíritu. Todas las bendiciones prometidas y ganadas son nuestras, pase lo que pase en el trayecto de nuestra vida cristiana, venga lo que sobrevenga somos del Señor; nada ni nadie puede separarnos del amor que es en Cristo Jesús (Ro 8: 28-39). Una simple y sencilla piedra lisa del arroyo bastaría y sería suficiente para derribar al gigante Goliat. Una palabra de poder declarada, una palabra de fe, una sencilla oración con fe, derriban los gigantes, las montañas que aparecen en nuestro recorrido (Mt 17:20). David dijo, leamos pausadamente: «Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos». Veamos: ¿Cuándo lo derrotaría? Hoy (2 veces). Era una palabra profética con fe, convicción, con la seguridad en un Dios que no tarda sus promesas ni demora su respuesta. ¿Qué haría David? Vencerlo, cortarle la cabeza y entregarlo como comida a las bestias. Es la imagen de la victoria declarada, porque no hay nada que pueda ser más grande o más fuerte que el poder de Dios. Sabía quién era el poderoso gigante, la roca más alta; sabía que estaba garantizada la victoria y se aferró a esta verdad sin ningún temor sin ninguna duda. Dios era el terror de sus enemigos (1 Sm 17:50-51, 54). ¿Qué mensaje quedaría con el fin de esta molesta guerra que llevaba cuarenta días sin resultado alguno? Que en Israel no hay dioses sino Dios; que no salva como salvan los hombres; y que de Dios es la batalla. Zac 4:6; Sof 3:17; Jer 1:19; 15:20; 2 Cr 20:15,17). Al final, vencido el grandulón, vencidos los filisteos y ganada la batalla, véase v. 52-53
Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica