El correo bíblico MAGISTERIO DE LA PALABRA DE DIOS, “Mi Biblia” A propósito de R12 Por José Rubén Arango De niños capturamos el mundo empoderándonos de él a través del lenguaje como algo natural. Una etapa que muchos denominan egocéntrica y que justificamos como el periodo de afincamiento y afirmación del sentido de pertenencia. Bien, algo similar ocurre con la Escritura, pues es frecuente escuchar la expresión “mi Biblia” de forma inocente y natural. Y, como será obvio, dirás que nada malo ves en este dicho, ya que la misma fórmula utilizas para decir “mi Dios”, “mi casa”, “mi pareja”. Quizá sea superfluo y banal lo que estoy aseverando. Quizá sea necio esto y, de verdad, no tenga nada de perjudicial. Pero en nuestra cultura tenemos ídolos imperceptibles, silenciosos, simples; no obstante, son mortales, dañinos. En la lengua hay un poder sin límites. En dos palabras hay una carga semántica y pragmática: ¿cuál es tu “mí”? ¿a qué Biblia haces referencia? Dirás que a la Palabra de Dios, la que todo creyente tiene y conoce. Sí y No. 1. Mi es un posesivo que connota apoderamiento, posesión de algo, adueñamiento, propiedad. Si se hace referencia a la Santa Palabra, la lógica es la asunción de interiorizarla, mostrar una actitud permanente de escucharla, obedecerla y tomar decisiones radicales de vida en la medida que se produce esa dinámica constante de meditar en sus palabras y vivirlas. Sin embargo, es frecuente la preocupación —que nada malo tiene en su justa proporción y correcta actitud— por lo externo del “libro sagrado”. Cuidamos la Biblia como una joya, nos ocupamos de adquirir una versión elegante, incluso con ciertas características especiales y particulares. Nos encanta ver aquellos libros bellos y hasta nos deslumbran. Pero, no hay la misma emoción e interés por su contenido interno. Aún más, si se hiciera una encuesta honesta para determinar cuántas veces ha leído la Biblia en el tiempo que lleva de vida cristiana, encontraríamos realidades desconsoladoras. Y más, algunos la leen cada año, pero no todos los libros o leen algunos sin mayor cuidado, porque no le encuentran un interés personal o espiritual, o porque no lo comprenden, o porque les parece descontextualizados ciertos libros o pasajes, como las guerras, listas de nombres en censos o genealogías, ordenanzas rituales o datos numéricos. Así, hay una diferencia entre “mi” y “la” Biblia. Mi libro santo está compuesto por todos los libros que “me gustan”, que “yo entiendo”, que “me dicen y me significan algo”. No pertenecen los difíciles, complicados o “aburridos”. Puede tener todo el libro o parte de él. En cambio, la Biblia son 66 libros inspirados por Dios que contienen un mensaje revelado y contundente para el hombre, con un propósito eterno de vida. Esa Palabra no dice lo “que nos parece” (Juan 5:39), sino que dan testimonio de Jesús y fue escrita “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:17). 2. “Biblia” ¿Te refieres a los 66 libros? Dirás, por supuesto. Tengo mis dudas, pues, ¿por qué nos cuesta
tanto trabajo aceptar cada una de sus verdades y vivirlas sin darle otra interpretación? Hagamos una autoevaluación sincera, sin justificaciones de ninguna naturaleza.
¿Hemos parcializado alguna enseñanza o le hemos dado una aplicación contraria a la expuesta en la misma Escritura? ¿Nos ocupamos más de ciertos temas o nos hemos fijado en temas como la prosperidad, las bendiciones, el éxito, etc., descuidando el equilibrio y la proporción integral? (Reitero, no tengo nada en contra de esta preocupación, pero si de una lectura descuidada y olvidadiza).
Vemos en el contexto cristiano personas con doble santidad: la de mostrar, la dominguera y una santidad justificada en sus propias interpretaciones. Creyentes con sonrisas de domingo y vidas críticas entre semana, con vidas disfrazadas y cristianismo camuflado. Esa doblez y ese esfuerzo infructuoso por ser lo que no es parte de una visión corta y recortada de la Palabra. Su alimento espiritual es incorrecto, es pobre, es insuficiente. El problema en muchos creyentes, en su relación con la Escritura, es que ven en sus páginas lo que quieren ver, La Palabra les dice lo que quieren que les diga y se interpreta desde su hermenéutica, no desde la dirección del Espíritu Santo, no desde el contexto preciso y desde la verdad de la Verdad de Dios. Jesús nos enseñó: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Observa bien. Dice el Señor que para ser libres, libertos en forma integral en nuestra vida, debemos conocer, comprensión y vida de esa verdad de Dios. Y esta realidad demuestra que verdaderamente somos sus discípulos, cristianos, creyentes nacidos por la Palabra y la obra del Espíritu en nosotros. La condición que se nos impone para una vida de testimonio es permanecer en su Palabra, es decir, conocerla verdaderamente… no en forma parcial o ajustada a nuestros patrones, a nuestros criterios, a nuestras opiniones, interpretaciones y creencias. ¿Qué ocurre, entonces, cuando dices “mi Biblia? ¿Qué relación guardan tus palabras con tu realidad cristiana? ¿Cómo es tu compromiso con la Escritura? ¿Cómo es tu relación cada día? ¿Cómo organizas tu tiempo para estudiarla?
MEDITACIÓN: LEE Y REFLEXIONA “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno.” (Salmos 139:23-24).
OCUPACIÓN: MEDITA EN ORACIÓN
Contesta cada una de las preguntas de la meditación con sinceridad y toma determinaciones puntuales en aquello que consideres que debes ajustar en relación con tu tiempo con la Palabra.
PLANTEA UNA ENCUESTA (Busca a lo menos cinco personas de tu congregación o de otras). Podrías preguntar:
¿Cuántas veces lees la Biblia cada año? ¿Cuántos años llevas como creyente y cuántas veces la has leído? ¿Qué libros de la Biblia nunca has leído? ¿Por qué? ¿Qué libro es el que más lees? ¿Por qué?
Aparte de la Biblia, ¿qué otro tipo de libros lees? ¿Cómo es tu proceso de relación con la Biblia? mira la mano). ¿Cuánto tiempo dedicas a la lectura, estudio o meditación de la Palabra? ¿Cuántas veces a la semana?
OBSERVA EL GRÁFICO DE LA MANO. INTENTA CALIFICAR CADA PROCESO CON LA PALABRA DE DIOS, MEDIANTE LAS PALABRAS: NUNCA, A VECES, POCAS VECES, MUCHAS VECES O SIEMPRE. SÉ HONESTO EN TU AUTOEVALUACIÓN
IMPORTANTE: Comparte conmigo tus conclusiones: joaro2140@gmail.com o a través de Raquel Pinto. Espero tus respuestas.