ROMANOS 8:26-27 El Espíritu Santo es la tercera personeidad de Dios, con los mismos atributos que tiene el Padre y el Hijo, quien vino para convencer al mundo de pecado, de juicio y de justicia; para consolarnos, para guiarnos a toda la verdad, para sellarnos, enseñarnos y recordarnos toda la Escritura, para morar en nuestra vida como templo vivo suyo, para ayudarnos en nuestra debilidad, para darnos sus dones y para que se manifieste en nosotros su fruto de forma permanente (Jn 14:16-17,26; 16:7-14 Las batallas que enfrentamos cada día por la tentación o por la vieja naturaleza que lucha en nuestra carne mortal para esclavizarnos no se ganan con yoga, meditación trascendental, mente positiva, ser buenos cristianos o con buenas obras, sino con el poder del Espíritu Santo de Dios (Zac 4:7). También nos conducirá adecuadamente cuando suframos persecución o tribulación por causa del evangelio (Jn 15:26; Mr 13:11; Lc 12:11-12) Somos carta de testimonio y de la obra redentora de Cristo, expedida por quien nos predicó el evangelio, escrita en nuestro corazón y en nuestro cuerpo con el Espíritu del Dios vivo (2 Co 3:2-3). El Consolador conoce nuestra naturaleza y sabe de qué tenemos necesidad. Sabe qué debemos pedir y qué debemos hablar, según las circunstancias y situaciones. Él intercede por nosotros. Pero aún más, sabe con exactitud lo que nos conviene, cómo tener vidas victoriosas, cómo ser vencedores y cómo ir de triunfo en triunfo en Cristo Jesús. Por todo, debemos orar en el Espíritu de Dios (Jud 1:20-21; Ef 6:18). Y como bien dice la Escritura: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gá 5:25; Ro 8:125) para caminar en libertad, no contristando al Espíritu de la gracia (Ef 4:30) y no apagándolo en nosotros (1 Ts 5:19). Por el contrario, debemos ser llenos permanentemente del Espíritu (Ef 5:15-20). Necesitamos un avivamiento espiritual tal, ser renovados, que podamos experimentar y vivir como la iglesia primitiva. Una vida genuina en el Espíritu: recibieron el don del E.S, fueron llenos del E.S, les hablaba el E.S, orando les dijo, avisados por el E.S, etc. Dones, ministerios, prodigios, fruto, guía, inspiración, iluminación… acción plena del Santo Espíritu en personas selladas, revestidas y ungidas por Él. Así debemos vivir y andar. Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica
HECHOS 1:14, 24-26 La Iglesia cristiana, los del Camino, desde sus albores, tuvieron claro que la oración era un pilote fundamental para robustecer la fe, enfrentar todos los embates, asechanzas y estratagemas del diablo contra ella. Cristo les había instruido durante tres años y les reveló una teología de poder. Él sería la piedra del ángulo, la roca, el cimiento de su iglesia. Los discípulos y cada creyente edificarían y sobreedificarían sobre este fundamento. Así, los pastores y ministros son “colaboradores de Dios” y cada creyente labranza y edificio de Dios (Mt 16:18ª; 1 Co 3:9-11) Pero, todavía más, dijo que les entregaría “las llaves del reino”; es decir, el poder y la unción de Cristo, su autoridad y su fuerza para traer libertad a los cautivos, liberación a los oprimidos por el diablo, sanidad a los enfermos, esperanza a los abatidos, etc. (Mt 16:19, 18:18; Jn 20:21-23; Mr 16:16-18) Además, enfatizó que las puertas del Hades no prevalecerían contra su iglesia, que las fortalezas de divisiones, de maldad, de engaño, del error, del ocultismo, de las herejías, de la corrupción, de la envidia y de cualquier otro pecado, no reinarían, no dominarían, no sobresaldrían contra la iglesia que compró con su propia sangre (Mt 16:18; 2 Co 10:3-6; Ef 6:10-20; 1 Jn 3:8; Hch 20:28-31). Para usar adecuadamente esas llaves del reino y derribar las puertas del Hades, hay que vestirse la armadura de Dios, vestirse como hijo de luz, vestirse de Cristo, es decir, echar mano de los recursos que el Señor nos ha dado, en las condiciones y modo que nos ha indicado en su Palabra (Ro 13:10-14). Uno de estos recursos es la oración. La iglesia no tenía oraciones débiles ni pobres. Ellos aprendieron la importancia de la oración. Quizá recordaban las parábolas y palabras del Señor sobre este asunto (Mt 6:5-13, 7:7-8; 9:37-38; 21:22; 26:40-41; Mr 6:41,46, 9:28-29, Lc 11:1-13, 18:1-8, 22:39-46; Jn 17:1-26). Aprendieron a velar y orar, comprendieron que toda oración debe ser oportuna e importuna; insistente, consistente, persistente y resistente; con fe, poder, unción y autoridad; en santidad y reverente; sin vanas repeticiones y sincera; específica y liberadora. Una lectura cuidadosa del libro de Hechos nos enseña principios claros sobre una oración con poder y autoridad, que tenían respuestas efectivas y eficaces. Lo que ataban en la tierra, era atado en el cielo; y todo lo que desataban en la tierra, era desatado en el cielo. En las esferas espirituales pedían y recibían, buscaban y encontraban, llamaban y se les abría. Eran oraciones fuertes y robustas que pedían al monte trasladarse y se movía, que derribaban fortalezas con solo gemir ¡Abba, Padre!, que rompían cadenas y liberaban. Oraciones de fe, oraciones de liberación y sanidad. Pidamos para que sea abierto nuestro entendimiento y volvamos el corazón a una vida de oración como la enseñó Jesús y como la practicaron sus discípulos en el primer siglo. Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica
SALMOS 95:6-7 El salmista David hace siete invitaciones con motivaciones específicas:
invitación
cómo
Venid, aclamemos Cantemos Lleguemos ante su presencia aclamémosle
alegremente a Jehová con júbilo a la roca de nuestra salvación con alabanza con cánticos
Venid, adoremos postrémonos arrodillémonos
por qué por lo que es y hace por lo que es
por su grandeza porque es Rey porque es soberano porque tiene el poder sobre todo porque se basta a sí mismo porque es nuestro Dios porque es nuestro Pastor porque es misericordioso
En la primera parte convoca al pueblo a venir a alabarle por todo lo que ha hecho, pero eso muestra y revela su aseidad, su poder, su grandeza, su realeza, su dominio sobre todo. Es un Dios vivo que está por encima de los dioses paganos, los cuales no tienen el poder y la fuerza del Dios de Israel. Esos dioses carecen de vida para dar vida, carecen de creatividad para crear, carecen de identidad para tener algo propio. Nuestro Dios es eterno Hacedor, Formador y Creador. Su Majestad es inmensurable e insondable. Toda su obra es acabada, perfecta y lleva el sello de su huella infinita y amorosa. Toda esta realidad motiva al alma a enamorarse más de Dios y expresarse con júbilo, con cantos y con aclamación. En la segunda parte, merma la euforia del salmo para entrar en una etapa de reposo. Llama a su pueblo para que acuda a adorarle. Dios es la Roca de nuestra salvación porque solo quien ha hecho tan grandes obras y maravillas puede con suficiencia redimirnos y rescatarnos de la muerte. Porque en su infinita gracia le plació, por su misericordia y por su bondad, salvarnos y hacernos ovejas de su redil para pastorearos y apacentarnos. Porque nos invita a participar del reposo que desecharon los israelitas, a ser participantes de Cristo y acercarnos confiadamente a su trono de gracia. Por esa benevolencia suya, por esa ternura y ese amor de un Dios grande y poderoso, Omnipotente, es que el corazón se rinde y el alma se humilla, llevando al cuerpo a un acto de postración y contemplación de la gloria de Dios (Ro 12:1). Quienes hemos alcanzado y entrado en su reposo, no necesitamos sujetarnos a los viejos rudimentos de la tradición ni permitir que se nos juzgue por no caer en los lazos de celebraciones que fueron sombra y figura de la realidad que es Cristo, nuestra Pascua, nuestro Jubileo, nuestro Sábado y legítimo Reposo (Col 2:16-17, He 4:1-11). Y si Cristo es nuestro reposo, podemos entrar en sus atrios con alabanza, en su presencia con adoración cada día, echando nuestras cargas sobre Él, para rendirnos a descubrir su rostro, la plenitud de su Deidad, la hermosura de su Santidad, la majestad de su Gloria y la grandeza de su Ser (Sal 23 y 29). Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica
JEREMÍAS 33:1-3, 6-9
Jerusalén, fue tributaria de Egipto, en tiempo del rey Necao; y luego fue sitiada por Babilonia, padeció el cautiverio en tres momentos, fue saqueada y destruida la ciudad, durante el reinado de Nabucodonosor. El cuadro es bastante desolador y desconsolador. Jeremías ejerció su ministerio profético por más de 40 años, desde el año 13 del reinado de Josías. Padeció por causa de la obra del Señor, estuvo encarcelado varias veces, sufrió amenazas y fue obligado a ir Egipto. Estando preso vino palabra de Jehová al profeta, palabra de renovación, de restauración, de misericordia y de pacto por parte de Jehová Tsidkenú (Dios justicia
nuestra). Fueron asolados y sufrieron un cautiverio por 70 años. «Y Jehová el Dios de sus padres envió constantemente palabra a ellos por medio de sus mensajeros, porque él tenía misericordia de su pueblo y de su habitación. Mas ellos hacían escarnio de los mensajeros de Dios, y menospreciaban sus palabras, burlándose de sus profetas, hasta que subió la ira de Jehová contra su pueblo, y no hubo ya remedio» (2 Cr 36:15-16). CONDICIÓN v. 3 Clamar a Dios Debían solicitar su oportuno socorro con vehemencia y fervor, creyendo que Él es justo y misericordioso. Este clamor debe ir acompañado de verdadero arrepentimiento, perdón individual y colectivo, renovación y justicia social, con temor reverente a Dios y oración persistente.
RESULTADO REVELACIÓN v.3 v. 6-11 El Señor daría respuesta a su Vendría sanidad física y espiritual clamor revelaría abundancia de paz y de verdad Dios les enseñaría “cosas retorno de los cautivos a su patria grandes y ocultas” = revelación restauración plena = quitar el velo de la ignorancia perdón, libertad y liberación Serían testimonio entre las naciones, proclamando la bondad del Renuevo de justicia.
Este mensaje bien se aplica, entre otros:
a nosotros, a cada creyente que se encuentra preso por causa del pecado, de la iniquidad, de la desobediencia y la transgresión; para quienes se hallan cautivos en sus emociones, en crisis económicas, familiares o laborares, en sus pensamientos o en sus actitudes, y que no han sujetado estas áreas —u otras— al Señorío de Cristo; para quienes permanecen afligidos y humillados por otras personas y por diversas razones; para quienes sufren por causa de la obra del Señor y del evangelio. Para todos aquellos que se encuentran “cautivos” en alguna forma o medida, el Renuevo y Sol de Justicia trae una voz de esperanza, un mensaje alentador… Solo exige una condición: ¡Clamar!. Dios demanda el 1% de quienes le buscan y a cambio nos ofrece el 99% de apoyo y 100% de bendiciones. Así que, ¡manos a la obra! Es tiempo de actuar para ver la bondad de Dios en acción.
Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica
1 CRÓNICAS 4:9-10 Jabes (heb. oseb = dolor, confusión, afrenta) era descendiente de la tribu Judá (= alabanza; Dios es alabado). La tribu de la que desciende David y es la línea genealógica de Jesucristo. De este personaje poco se sabe. No se conoce la línea familiar, no se menciona su padre, ni tenemos datos de su vida personal. Solo está claro que la madre lo dio a luz en dolor, de ahí su nombre, y que fue el más ilustre (distinguido, célebre) entre sus hermanos. Arrastraba, quizá, una maldición generacional: el dolor, el sufrimiento. Además, se desconocía su procedencia familiar. Pero, fue distinguido por alguna razón, hecho o talento. Como Jabes, no importa nuestro pasado, nuestra historia y nuestro contexto, pues Cristo cargó todo esto y más en la cruz. Fue hecho maldición por nosotros, se hizo pobre para enriquecernos, llevó en sí nuestros dolores, nuestras enfermedades, nuestros padecimientos y nuestras debilidades… (Gá 3:13; Is 53; 2 Co 8:9). Este Jabes invocó al Dios de Israel (Gn 4:26). Invocar es reconocer a Dios como Omnipotente, como Suficiente, como Alto y Sublime, como mi único Salvador, Sanador y Libertador. Confesar abiertamente que la respuesta a cualquier demanda, súplica, clamor, petición o ruego está en Él. Jamás nos desoirá ni nos abandonará. No acudió a ninguna otra fuente para buscar respuesta o levantar su clamor. Fue con seguridad y confianza (Sal 37:4; He 4:16; 1 Jn 5:14-15; Fil 4:6-7). Su oración está cargada de fe, de fervor, de perseverancia y convicción (He 11:6). Oró y Dios le otorgó lo que pidió (Lc 11:9; Jn 15:7). Hizo cuatro peticiones a Dios, que eran cuatro anhelos o cuatro deseos de un hombre que buscó con sinceridad, de verdad, con ahínco y de corazón al Dios y Padre de las luces que jamás nos defraudará ni nos dejará avergonzados (Stg1:17). Pero eran cuatro peticiones desprovistas de egoísmo, de vanagloria, de orgullo y de arrogancia. Había humildad y sencillez en cada solicitud, una determinación de bendición para bendecir, de crecimiento
para servir y ayudar, de libertad para liberar ¿Qué intenciones arropan nuestras oraciones? ¿Por qué pedimos y para qué pedimos? PETICIÓN
EXPLICACIÓN ¡Oh, si me dieras Aunque ya nos ha bendecido, debemos desear recibir bendición fresca para el desarrollo ministerial, el crecimiento bendición personal y congregacional, etc. “… y ensancharas Es pedir por oportunidades para servir, evangelizar y fortalecer el ministerio; crecer en nuestras relaciones, en mi territorio” nuestro trabajo, en cada desempeño, en visión, en liderazgo; mejorar en múltiples aspectos; pedir prosperidad y éxito para bendecir a los necesitados; etc. “Y si tu mano Implorar la presencia, la unción y el poder de Dios en cada acción de nuestra vida. estuviera conmigo”
REFERENCIAS Fil 1:9-11; Col 1:9-14; 1 Ts 3:9-13; Ef 1:3-23
Éx 34:24; Is 54:1-3; Mi 7:8,11 Is 49:10
“y me libraras del Suplicar protección y ser guardados del maligno. Que Dios nos dé discernimiento, sabiduría para detectar los lazos y mal, del diablo, vencer las tentaciones y luchar para que no me maquinaciones Jn 17:15-17 contra los apetitos de la carne y las argucias del mudo. dañe!” Fortalecer nuestra voluntad para mantenernos en santidad y en el temor de Dios.
Debemos ser como Jabes. Más allá de nuestros contextos, de las maldiciones generacionales, de cualquier pasado, defecto o limitación está la confianza en Dios, una fe férrea, inamovible y visionaria que puede mirar al autor y consumador de la fe, al Señor que siempre estará atento a nuestras peticiones. Como dijo David: 1. Escucha, oh Jehová, mis palabras; considera mi gemir. 2. Está atento a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. 3. Oh Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y esperaré. 7. Mas yo por la abundancia de tu misericordia entraré en tu casa; adoraré hacia tu santo templo en tu temor. 8. Guíame, Jehová, en tu justicia, a causa de mis enemigos; endereza delante de mí tu camino. 11. Pero alégrense todos los que en ti confían; den voces de júbilo para siempre, porque tú los defiendes; en ti se regocijen los que aman tu nombre. 12. Porque tú, oh Jehová, bendecirás al justo; como con un escudo lo rodearás de tu favor.
(Salmos 5)
Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica
1 CRÓNICAS 16:8-12 Hay servicios en las congregaciones que no se les presta la debida importancia. Uno de estos es el de la alabanza y adoración. “David comenzó a aclamar a Jehová por mano de Asaf y de sus hermanos”. Para el rey y salmista la alabanza a Dios fue su prioridad, y por esta misma razón distribuyó todos los servicios del templo que construiría su hijo Salomón. Eran unos cuatro mil músicos y cantores de los hijos de Asaf, Hemán y Jedutún que fueron apartados para el ministerio, para alabar al Señor con los instrumentos hechos por David para tributar alabanzas. Estos músicos y cantores debían ser idóneos para la obra del ministerio y para profetizar con arpas, salterios y címbalos. Amaba el orden en la ministración de la alabanza y la adoración. El día que trajeron el arca de Dios, se ofrecieron holocaustos y sacrificios de paz; David bendijo al pueblo y les repartió alimentos. Además, distribuyó a los levitas para que recordaran la bondad y el pacto de Dios (v. 13-22), confesaran y loaran al Señor. En los versículos que nos ocupa la atención, podemos observar que el rey David aclama, prorrumpe con voz de júbilo y loor, invitando y convocando al pueblo a ministrar a Dios. Pero no de cualquier manera. Emplea el modo imperativo enfático para motivar al pueblo a participar activa y fervorosamente de esta fiesta, de este regocijo de alabanza. Pero, ¿qué aclama? Diez cosas pide el salmista: ACCIÓN Alabad Invocad Dad a conocer Cantad Hablad Gloriaos (=glorificad) Alégrese el corazón Buscad Buscad Haced memoria
SIGNIFICADO Celebrar con palabras. Demandar ayuda mediante una súplica vehemente. Comunicar a los pueblos. Producir con la voz salmos melodiosos. Expresarse, comunicarse, pronunciar un mensaje. Reconocer y ensalzar a quien es glorioso tributándole alabanzas. Avivar, hermosear, dar nuevo esplendor y más grato aspecto a las cosas. Hacer algo para hallar a alguien o algo. Hacer lo necesario para conseguir algo. rememorar, recordar
MOTIVO O RAZÓN a Jehová el nombre de Dios las obras del Señor al Todopoderoso de las maravillas del Omnipotente en el santo nombre del Sublime y Glorioso Dios de quienes buscan a Dios a Jehová y su poder (=Shekinná) el rostro del Señor continuamente los sucesos admirables del Altísimo
¿Qué prelación tiene la alabanza en tu vida? ¿Cómo aclamas a Dios? ¿Qué expresas en tu alabanza? ¿Mora en abundancia la Palabra en ti, con salmos, himnos y cánticos espirituales? (Col 3:16-17; Neh 12:46; Sal 95:2). Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica
1 SAMUEL 17:45-50 EL VERDADERO GUERRERO ESPIRITUAL
Este pasaje tradicional, bien conocido por creyentes e incrédulos, ha sido interpretado de múltiples maneras y ha servido de plataforma para centenares de mensajes. Los teólogos ven en esta historia un cuadro profético cristológico, en el cual el Hijo de Dios, por el poder de su palabra, derrota al gigante Goliat, Satanás, en la cruz (Col 2:13-15). Y se han tejido otras muchas aplicaciones. Pero, vamos a considerar el pasaje a la luz de la escena de una guerra, una guerra espiritual. Para ello examinaremos rápidamente el perfil de los dos paladines de esta historia. Lee calladamente la historia y registra conmigo lo que vas observando de cada uno. Notarás la grandeza de Goliat, no solo en su estatura descomunal sino en la potencia de sus palabras y cómo despertaba una sensación de pánico, de pavor y amilanamiento entre los varones de Israel. También notarás que llevaban 40 días en la refriega con los filisteos y 40 días soportando a un verdugo implacable, dispuesto a derrotar las huestes de Israel. De pronto, aparece en escena David. Veamos:
Goliat =’asqueroso, montón de basura Filisteo de Gat, 17:4 2,92 de estatura Fuerte y corpulento; parece ser de facciones bruscas. Paladín experimentado, 17:33 Valeroso e idólatra Orgulloso, vulgar, osado y desafiante, 17:8-10, 16; 43-44
David = ‘amado’
Efrateo de Belén de Judá, 17:12 No era tan alto, 16:7* Rubio y de buen parecer, 16:12; 17:42 Pastor de ovejas; ungido por Samuel; músico; 17:15 Valiente y temeroso de Dios Humilde, obediente, hombre de fe y seguro de sí; 17:20,26,32,34-37 Vestidura 17:5-7 17:40 Casco de bronce en su cabeza [cf. Yelmo, Ef 6:17a] “Tú vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo Cota de malla de 5000 siclos de bronce [cf. Coraza, peto + Ropa de campo a ti en el nombre de Jehová de espaldar o lomo, Ef 6:14] los ejércitos, el Dios de los Grebas de bronce [cf. Sandalias, Ef 6:15] sandalias Jabalina de bronce entre sus hombros Honda y cinco piedras escuadrones de Israel, a quien tú has provocado”, 17:45. lisas del arroyo Lanza de 600 siclos de hierro y espada [cf. Ef 6:17b] Cayado y zurrón Escudero [cf. Ef 6:16] Escudero, Salmos 18:1-3 Seguro en su fuerza y su experiencia, y en sus dioses, Fe y confianza en Dios, 17:46-47 17:43
Confiaba en sus dioses y en Goliat, 17:51
Ejército Guerreros fuertes y experimentados como Saúl y los hermanos mayores de David, pero pusilánime, inseguro y sin confianza en Dios, 17:11,13,19,24-25
(*) Todas las citas son de 1 Samuel
Bien, hemos leído el texto. Hemos registrado algunas cosas que parecen importantes de destacar. Pero algo más. Si estudias la vida de Saúl, el rey escogido según el corazón del pueblo, podrás leer varias cosas: Fue pastor de ganado, que fue a buscar las asnas de su padre cuando fue escogido para ser rey de Israel, 1 Sm 8:3-6; 11:5 Era un rey a semejante de los reyes de las demás naciones, 1 Sm 8:5 No era el rey conforme al corazón de Dios, pero fue escogido por el Señor; 1 Sm 8:7, 9:17; 12:12-13 Era un varón benjaminita, hijo de Cis, valeroso; 1 Sm 9:1-2 Era un hombre joven y demasiado guapo; alto (quizá, más de 1,90 cm.); 1 Sm 9:2 Fue ungido como príncipe de Israel, 1 Sm 10:1 Fue lleno del Espíritu Santo y profetizó en la escuela de los profetas, 1 Sm 10:9-10, (cf. 11:6) Fue investido rey, por el profeta, juez y sacerdote Samuel quien les recitó las leyes del reino, 1 Sm 10:24-25; 11:15 Derrotó a los amonitas, 1 Sm 11:11-13 Fue probado, pero se apresuró a sacrificar víctimas atendiendo al temor del pueblo y no confiando en Dios; su reinado no sería duradero. 1 Sm 13:5-14 Nuevamente desobedece a Dios en una misión, 1 Sm 15:1-3, 7-9, 10-11,13-29 Era atormentado por un “espíritu malo”, 1 Sm 16:14,23 Se había enfrentado ya a los filisteos varias veces y había obtenido victorias (1 Samuel 14). Era un varón de guerra, fuerte, valiente y estratega para la batalla. Era el hombre escogido para salvar a su pueblo de los filisteos (1 Sm 9:16). Sin embargo, no pudo enfrentar a Goliat y vencerlo para traer la victoria y la paz a Israel. Tampoco sus hermanos que presumían de valerosos y menospreciaban el oficio humilde de David. Mucho menos tantos de los varones de guerra que servían al rey. Era un panorama bastante triste ver tantos valientes y esforzados hombres llenos de cobardía, asustadizos y aterrorizados, que durante cuarenta días repitieron esta vergonzosa escena. Cuarenta días. Este número hace referencia en la Escritura al cambio, a la preparación necesaria para la manifestación histórica y trascendente de Dios en nuevos eventos, nuevos retos, nuevas misiones. Está asociado con la prueba, con periodos de búsqueda para iniciar un ministerio o recibir algo nuevo y mejor. Cabe recordar los ayunos de Moisés y del Señor Jesús; los días que llovió durante el tiempo del diluvio; la edad de Isaac cuando tomó por mujer a Rebeca; los días que duró caminando Elías hasta Horeb; los años que estuvo Israel vagando en el desierto antes de entrar a la tierra prometida; la vida de Moisés se divide en tres periodos de cuarenta años cada uno; los años que administraron justicia los jueces Otoniel, Gedeón, Débora, Elí, y cuarenta años oprimidos antes de venir Sansón a traer la paz a Israel; los reinados de Saúl, de David, de Salomón y de Joás. Cuarenta días sin resultados. Hombres de guerra sin dar ningún fruto de victoria. Un rey valeroso que durante cuarenta días había tenido al pueblo ayuno de una buena nueva para danzar, cantar y alabar al Dios de los Ejércitos de Israel. Un periodo de desierto, de fracaso, de ensayo y error, de experimentos e intentos por vencer a los incircuncisos filisteos; un tiempo de preparación para lo que Dios haría por mano de un insignificante pastor de ovejas, porque “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia” (1 Corintios 1:27-29). David representaba lo que no era, pues nadie para entonces sabía de David más que lo que nos enseña la Escritura: un muchacho joven, de estatura promedia, de ojos hermosos, de buen parecer, que apacentaba el
ganado ovino de su padre Isaí. Desde el punto de vista de la guerra contra las naciones enemigas de Israel, no significaba nada, no era nadie, pertenecía al pueblo indefenso que debía ser protegido. Fue a ver a sus hermanos y a llevar la vitualla que su padre le ordenó llevar; nada más. Empezó a preguntar por sus hermanos y, sin proponerse absolutamente nada ni planear ninguna cosa, escuchó las sandeces que vociferaba a todo pulmón el gigantón de Goliat; se molestó e inquirió por el asunto. Era un pastor de ovejas, que tenía algo que quizá todo el ejército de Israel junto, comandado por su general, el rey Saúl, no tenía: un celo vivo por Dios, un espíritu de adorador y un corazón que anhelaba la presencia de Dios siempre. Era músico y llegaría a inventar y construir centenares de instrumentos para adorar a Dios; fue el compositor de más del 60% del salterio. Ese fue el secreto de la victoria de ese día, después de esperar cuarenta para lograrlo (Salmos 27:3-6; 34:6-9; 61:1-5; 56:9; 63:8). No fue la corpulencia de David ni ser un paladín bélico ni conocer de guerra ni saber vestir las ropas del guerrero y andar con ellas. Demostró su torpeza en asuntos de guerra. Usó, en cambio, el conocimiento simple que había adquirido en las filas pastoriles. Esa sabiduría de un campesino que cuidaba ovejas, que las defendía de los lobos y los leones, que las apacentaba y las conducía al redil, con solo un zurrón y un cayado. Fue todo lo que le bastó para derrotar a Goliat. En la vida cristiana ocurre igual. Cuánto tiempo llevamos esperando una respuesta oportuna, cuántos días de angustia y preocupación, cuántos días de desierto, de prueba, de zozobra, de calamidad… Pasamos por periodos áridos y tiempos marcados por algún tipo de prueba y dificultad. Pero no deben tiempos vanos y sin fruto, como ocurrió al ejército de Israel. Cuarenta días perdidos, cuarenta días infructuosos. Ese tiempo, seguramente, lo pasó David apacentando las ovejas de su padre y en la presencia de Dios. Claro, hubo dificultades, pero el enfrentaba los osos y los leones de la adversidad, adorando al Señor. Cuando vino, aparentemente por un asunto familiar y cotidiano, era Dios quien lo traía para obtener la victoria de un muchacho que había sido ungido por Samuel, que caminaba con el Señor y tenía un corazón conforme al propósito y a la voluntad de Él. ¿En qué nos ocupamos durante el tiempo antes del cambio, antes de la manifestación poderosa de Dios? ¿En mostrarnos medrosos, achicopalados, derrotados y fastidiados con la vida que llevamos y la suerte que tenemos? ¿En entrar en su presencia y echar la carga delante de Dios? Confianza o temor marcan la diferencia antes de vencer, antes de derribar los obstáculos y ver el poder de Dios en acción. El gigante vestía un traje pesado de bronce, una aleación de cobre con estaño, y algunas armas de hierro. David vestía ropas de campo cotidianas y traía sus herramientas de trabajo. Qué cuadro tan bello y contradictor. Dios nos ha llamado a vestirnos de toda la armadura de Él para estar firmes contra las asechanzas del diablo. Vestirnos, además, de Jesucristo y las armas de luz y del amor. Satanás también tiene un casco o yelmo, coraza o cota, grebas, escudo y armas de ataque. Pero las armas del enemigo son engañosas (una mezcla) y no funcionan cuando la fe está activa. Son las armas del error, de la injusticia, de la impiedad, de la incredulidad, de la mentira, de la vida fácil y relajada, del egoísmo y de toda idolatría. Él se disfraza como ángel de luz. Goliat no alcanzó a moverse ni a usar la lanza ni la espada ni la jabalina, y mucho menos su escudero alcanzó a reaccionar. La fe mueve montañas y vence el sistema del mundo montado por Satanás. El diablo se vale de la carne y del sistema del mundo para tratar de destruirnos (1 Jn 2:16-17). Pero ya fue derrotado, ya fue vencido en la cruz. Nuestra vida de fe y nuestra confianza en Dios, será nuestra arma para mantenerlo fuera de combate. Claro que hay una lucha todo el tiempo, pues el engañador, la serpiente antigua, busca convencernos que es mentira que fue vencido, busca atraparnos y busca afanosamente que nos apartemos del Señor1. Pero la Escritura nos enseña que somos vencedores, que nos lleva siempre en triunfo en Lea estos textos con cuidado: 1 Juan 2:13-14; 3:8; 4:4; 5:4-5, 18-19; 1 P 5:8-10; Jn 10:10, 8:44, 16:33; Stg 4:7; He 2:14-15; Ef 4:27, 6:10-20; Ro 16:19-20; 1 Co 10:13; 2 Co 2:14-17 1
Cristo. No dice que no habrá sufrimientos ni pruebas ni tiempos difíciles ni crisis… Todo esto habrá y quizá persecución y tribulaciones y penalidades. Pero una cosa es lo que sucede como cristianos y otra como pecadores. Una cosa es esta realidad que Cristo anunció y otra que no signifique, aun estando en crisis, que podamos permanecer en el gozo del Señor. La victoria y el triunfo no significan una vida de éxito, de prosperidad, de paz, de felicidad, de superación y de bienestar o comodidad. Muchas cosas de estas podremos tener y experimentar, por supuesto. La victoria está en que somos de Cristo, que nuestro nombre está registrado en el libro de la vida y que nadie podrá arrancarnos el gozo de la salvación, nadie podrá quitarnos la corona de la salvación y arrebatarnos las arras del Espíritu. Todas las bendiciones prometidas y ganadas son nuestras, pase lo que pase en el trayecto de nuestra vida cristiana, venga lo que sobrevenga somos del Señor; nada ni nadie puede separarnos del amor que es en Cristo Jesús (Ro 8: 28-39). Una simple y sencilla piedra lisa del arroyo bastaría y sería suficiente para derribar al gigante Goliat. Una palabra de poder declarada, una palabra de fe, una sencilla oración con fe, derriban los gigantes, las montañas que aparecen en nuestro recorrido (Mt 17:20). David dijo, leamos pausadamente: «Jehová te entregará hoy en mi mano, y yo te venceré, y te cortaré la cabeza, y daré hoy los cuerpos de los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra; y toda la tierra sabrá que hay Dios en Israel. Y sabrá toda esta congregación que Jehová no salva con espada y con lanza; porque de Jehová es la batalla, y él os entregará en nuestras manos». Veamos: ¿Cuándo lo derrotaría? Hoy (2 veces). Era una palabra profética con fe, convicción, con la seguridad en un Dios que no tarda sus promesas ni demora su respuesta. ¿Qué haría David? Vencerlo, cortarle la cabeza y entregarlo como comida a las bestias. Es la imagen de la victoria declarada, porque no hay nada que pueda ser más grande o más fuerte que el poder de Dios. Sabía quién era el poderoso gigante, la roca más alta; sabía que estaba garantizada la victoria y se aferró a esta verdad sin ningún temor sin ninguna duda. Dios era el terror de sus enemigos (1 Sm 17:50-51, 54). ¿Qué mensaje quedaría con el fin de esta molesta guerra que llevaba cuarenta días sin resultado alguno? Que en Israel no hay dioses sino Dios; que no salva como salvan los hombres; y que de Dios es la batalla. Zac 4:6; Sof 3:17; Jer 1:19; 15:20; 2 Cr 20:15,17). Al final, vencido el grandulón, vencidos los filisteos y ganada la batalla, véase v. 52-53
Rubén Arango Ministerio de Investigación Bíblica