Nahia entre
CANDILEJAS Por: Nahia Laiz www.nahialaiz.es
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HACE POCO LEÍ POR CASUALIDAD ESTA PREGUNTA:“¿TE ACUERDAS DE LA PRIMERA VEZ QUE HICISTE ALGO?” La estoy citando de memoria así que ahora mismo no sé si era así o algo más bonita, pero venía a clavarse con ese mensaje directamente en mi corazón… Y en mis recuerdos. Me quedé pensando unos minutos, por suerte podía permitírmelo (bendito regalo el de los minutos para reflexionar). Por fortuna recuerdo muchas primeras veces. Lo considero una ventura porque cada “primera vez” de algo que recordé me trajo una punzada de esperanza, ternura y alegría. Tómate unos minutos antes de seguir leyendo y prueba. Hasta las primeras veces de los momentos más difíciles (la primera vez que te dejaron, la primera vez que te despidieron…) pueden ser un recuerdo tierno, bien mirado con distancia lo que entonces parecía un drama. Hace poco viví una “primera vez”: Fui al teatro después de 7 meses sin haber podido hacerlo y el retorno no podía haber sido para mejor. Vi “FARIÑA” en Matadero, magistralmente dirigida por Tito Asorey y me llevó de nuevo a esta reflexión y a la sensación que os comparto más adelante. De vuelta a casa, recuerdo a recuerdo, primera vez a primera vez, me di de bruces en mi memoria con la
primera vez que estuve “entre candilejas”. Yo era muy pequeña. Habíamos ido en una de esas excursiones organizadas por el colegio a conocer el Teatro Arriaga de Bilbao, donde vivía. No me acuerdo en absoluto de la obra que vimos, ni siquiera del paseo por las entrañas del teatro, si es que lo dimos. Un único momento nubla todo lo demás: Al terminar la visita sentí que me apetecía mucho quedarme sola. Escuchaba las voces y las risas de mis compañeros y compañeras de clase como si estuvieran muy lejos. Las profesoras iban indicando que nos levantáramos de las butacas - ¡aquellas butacas! – y fuéramos saliendo del teatro de manera ordenada. Yo creo que cogí mi abrigo muy despacio, me levanté muy despacio, miré hacia mi derecha y vi una masa de adultos, niños y niñas que se dirigían a la puerta de salida por el pasillo central. No sé cómo me fui quedando sola y las luces de la sala se apagaron. En lugar de seguir a mi grupo caminé en sentido contrario y respirando con cautela, saboreando lo prohibido, subí los escalones que daban al centro del escenario. Una vez arriba me
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