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Chile y su Constitución

¿Se encamina Chile hacia una Constitución “chavista”?

Muchos se preguntan en el mundo qué le pasó a Chile, visto como el modelo ejemplar en la región de estabilidad y progreso, al observar las escenas de algarabía de la multitud festejando el triunfo del “Apruebo”, como si se tratara de la conquista de una copa mundial. Pareciera que los chilenos han vivido 30 años en una situación de precariedad y miseria, maniatados por una Carta Magna que no les ha permitido ser “felices”, siéndole útil solo a “unos pocos”. La actual Constitución nace en el 1980 en pleno régimen militar, pero fue sometida a sucesivas modificaciones, la última en el 2005, y hoy lleva la firma de Ricardo Lagos, ex presidente socialista. Es una Constitución profundamente liberal, que otorga al Estado un rol subsidiario y donde los bienes públicos como salud, educación, y otros, son entregados por actores público y privados. Establece quórums elevados que han impedido que mayorías ocasionales impongan medidas insensatas y populistas. Y como forma de elegir el Parlamento, rigió hasta el 2015 un sistema binominal que determinó la formación de dos grandes bloques que, obligados a consensuar políticas públicas, dieron estabilidad institucional a los gobiernos. ¿Como le fue a Chile con esta Constitución? Visto desde cualquier ángulo el país ha tenido el mejor período de crecimiento y mejora de la calidad de vida de toda su historia. Sin embargo, el abrumador 78% con el cual se impuso el “APRUEBO” parecen hablar de otro país. Encuestas actuales muestran que el 70% de quienes votaron por esta opción, buscan “garantizar derechos” para mejores pensiones, mejor educación, mejor salud, áreas donde hay aún enormes carencias,

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JOSÉ A. MORABITO

Economista (UBA). Master in Business Administration (SDA Bocconi, Milán. Consultor empresas. Radicado en Chile desde 1996.

a pesar del desarrollo. La paradoja es que una clase ascendente de jóvenes chilenos, la más educada y próspera de la historia, miden la calidad de las instituciones públicas con otra vara, quieren que el bienestar del “modelo” sea para todos en forma más contundente (pero terminando con él), y consideran que una Constitución de “derechos” les permitirá una sociedad más “igualitaria”. Así como sueñan que surja una nueva clase política proba, impoluta, lejos de los contubernios con los “grandes empresarios”, que garantice el cuidado del medio ambiente y se focalice en las reales necesidades del pueblo. Estos jóvenes crecieron en un país estable, organizado, sin crisis financieras, en libertad, y son por mucho más ricos que sus padres. El desafío que se abre hoy para la clase política es mayúsculo, deben encauzar los anhelos que el “Apruebo” despertó, y tiene la terrible tarea de moderar las expectativas, de calmar pasiones, de consensuar, justamente el rol de la política profesional, sin dejar de hacer soñar al electorado para ganar confianza… y votos. La nueva Constitución será redactada por constituyentes “independientes”, elegidos con el mismo sistema de elección de parlamentarios, con paridad de género, que trabajarán sobre una “hoja en blanco”, para “borrar” de forma total el legado de la “dictadura”. ¿Puede salir una Constitución “chavista” que forje un Estado omnipresente? ¿Quiere el pueblo chileno pertenecer a un “colectivo” que lo abrigue y proteja, o quiere un entorno donde expresar su potencial individual y llevar a cabo su proyecto de vida en libertad? ¿Es el “Apruebo” un “rechazo” de plano al modelo “neoliberal”, o es un mensaje claro de cansancio hacia la clase política, la corrupción y los abusos? ¿Una forma chilena de decir “que se vayan todos”? Mi opinión es que la clase media chilena que ha conquistado un relativo bienestar en estos años, no quiere perderlo, y su reclamo por mejor salud, educación y pensión no es otra cosa que el temor que determinadas circunstancias desfavorables de la vida, como la pérdida del empleo, una enfermedad, o la vejez, lo catapulten de nuevo al nivel de vida que tuvieron sus padres. Muchos de los que tradicionalmente votan a la derecha, votaron “Apruebo”, pero en las elecciones constituyentes de abril del 2021, donde se jugará la verdadera batalla, irán por candidatos moderados, quedando la izquierda radical relegada a cierto porcentaje, importante, pero no determinante. Y el “plebiscito de salida”, es decir una nueva votación para aprobar o no la nueva Constitución, es una garantía ulterior de que un texto radical no se aplique en el Chile del futuro.

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