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LITERATURA

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CARTAS

CARTAS

Obra publicada originalmente en inglés en 1988. Se enfoca en el aspecto histórico y la relevancia de la lista de libros dignos de ser considerados como escritos sagrados de inspiración divina. Fue escrito por el erudito bíblico Frederick Fyvie Bruce.

EL CANON DE LA ESCRITURA

Cuando hablamos del canon de la Escritura, la palabra “canon” tiene un significado sencillo. Hace referencia a la lista de libros contenidos en la Escritura, la lista de libros reconocidos dignos de ser incluidos dentro de los escritos sagrados de una comunidad de culto. En un contexto cristiano, podemos definir la palabra como la lista de escritos reconocidos por la Iglesia como documentos revelados por Dios. Al parecer, fue Atanasio, obispo de Alejandría, quien utilizó por primera vez esta palabra en dicho sentido, en una carta que circuló en el año 367 d.C. La palabra “canon” se ha introducido en nuestro lenguaje (a través del latín) a partir de la palabra griega kanon. En griego significa caña, especialmente en referencia a la caña recta que se utiliza como regla. De este uso procede el otro significado que suele tener en inglés: “regla” o “patrón de medida”.

Publicado originalmente en inglés en 1988, el libro “El canon de la Escritura”, obra del erudito bíblico Frederick Fyvie Bruce, aborda el aspecto histórico y la relevancia de la lista de libros reconocidos como dignos de ser considerados escritos sagrados de inspiración divina. Fundamentado en la Biblia, despeja las dudas sobre uno de los puntos de mayor debate al interior del cristianismo.

La Iglesia cristiana comenzó su existencia con un libro, pero no es al libro al que debe su existencia. Compartía el libro con el pueblo judío; de hecho, sus primeros miembros eran judíos sin excepción. La Iglesia debía su existencia distintiva a una persona: a Jesús de Nazaret, crucificado, muerto y sepultado, pero declarado Hijo de Dios con poder [...] por la resurrección de entre los muertos (Romanos 1:4). Jesús había sido exaltado por Dios como Señor... había enviado a Su Espíritu para estar presente con sus seguidores, unirse a ellos e infundirles vida como Su Cuerpo en la tierra. La función del Libro era dar testimonio de Él. ¿Qué libros son los que propiamente forman par-

te del texto bíblico? ¿Quién decidió qué libros debían aceptarse o rechazarse? ¿En qué se fundamentó tal decisión? ¿Continúan teniendo validez tales argumentos en el día de hoy? ¿Es el canon de la Sagrada Escritura un canon cerrado? ¿Cabe pensar en la posibilidad de añadir otros textos originales en caso de ser actualmente descubiertos y probada su autenticidad? Son algunas de las preguntas que responde el estudioso Bruce en su texto. La Biblia en latín de Jerónimo se fue abriendo paso de forma lenta pero segura en la Iglesia occidental, reemplazando de forma gradual la vieja versión latina. Si hasta un ilustrado lector como Agustín estaba un poco desconcertado por lo que parecía ser el rechazo implacable por parte de Jerónimo de la Septuaginta como base para traducir el Antiguo Testamento, podemos imaginarnos la resistencia que ofrecerían los demás a las innovaciones de Jerónimo. No les convencía en absoluto el argumento de que la nueva traducción era mucho más exacta que la antigua: entonces, como ahora, la exactitud era una cuestión que preocupaba sólo a una minoría. No obstante, el gran mérito de la versión de Jerónimo se reconoció con el tiempo hasta llegar a ser conocida como la Vulgata o edición popular, una designación que previamente se utilizaba para la versión reemplazada por la obra de Jerónimo.

ESCRITO MAGISTRAL El libro del académico Bruce es reconocido como un escrito magistral, docto y científicamente documentado; pero, de la misma forma, comprensible para cualquier persona. En su primera parte, hace una presentación de la Santa Escritura. En su segunda porción, escudriña el Antiguo Testamento. En su tercera fracción, analiza el Nuevo Testamento. Y finaliza con una sección denominada “conclusión”. Jesús no escribió libro alguno; enseñó por medio de la palabra que salía de su boca y su ejemplo personal. Pero algunos de sus seguidores enseñaron por escrito además de oralmente. Con frecuencia sus escritos fueron verdaderamente el mejor sustituto para la palabra hablada. En Gálatas 4:20, por ejemplo, Pablo desea poder estar con sus amigos en Galacia y hablarles directamente para que puedan captar su tono de voz además de sus palabras; pero, puesto que no podía visitarlos justo en aquel momento, tendría que bastar con una carta. La carta a los Hebreos tiene muchas de las características de una homilía en la sinagoga basada en algunas de las lecciones de las Escrituras prescritas para la época de Pentecostés, y hay indicaciones hacia el final de que el escritor habría preferido decir estas cosas cara a cara si hubiera gozado de la libertad de visitar a los receptores.

Los primeros cristianos no se preocupaban por los criterios de canonicidad. Aceptaban las Escrituras del Antiguo Testamento tal como las habían recibido: la autoridad de aquellas Escrituras estaba suficientemente ratificada por la enseñanza y el ejemplo del Señor y de sus apóstoles. La enseñanza y el ejemplo del Señor y de sus apóstoles, transmitidos tanto de forma verbal como escrita, tenían una autoridad axiomática para ellos.

En las páginas de “El canon de la Escritura”, que se editó en español en el 2002, resaltan algunos temas de gran relevancia para la comunidad evangélica como la ley y los profetas, el Antiguo Testamento griego, el canon cristiano del Antiguo Testamento, antes y después de la Reforma, escritos de la nueva era, el canon del Nuevo Testamento en la era de la imprenta y criterios de canonicidad.

Los pueblos del sudeste de la Galia de habla griega fueron evangelizados desde la provincia de Asia, el área a partir de la cual habían sido fundados aquellos pueblos muchos siglos antes. Su evangelización tuvo lugar probablemente al principio del siglo II, si no antes (algunos han sugerido que la “Galacia” a la que se dice que fue Crescente en 2 Timoteo 4:10 no era la Galacia de Anatolia sino la Galia europea). Nuestro primer conocimiento concreto del cristianismo en el sudeste de la Galia procede de una carta enviada por dos iglesias del valle del Ródano, las de Lyon y Viena, para informar a sus amigos en el proconsulado de Asia de una feroz persecución que tuvieron que soportar en el año 177 d.C., durante el gobierno de Marco Aurelio.

DESTACADO EXÉGETA Profesor emérito de la Universidad de Manchester en el área de exégesis y crítica bíblica, el doctor Bruce fue una de las mayores autoridades mundiales en lo que respecta al canon de la Sagrada Escritura. Nacido el 12 de octubre de 1910, en Escocia, perteneció a una familia de creyentes. Promotor de la confiabilidad histórica del Nuevo Testamento, estudió en las universidades de Aberdeen, de Cambridge y de Viena.

Los primeros cristianos no se preocupaban por los criterios

Jesús no escribió libro alguno; enseñó por medio de la palabra que salía de su boca y su ejemplo personal. Pero algunos de sus seguidores enseñaron por escrito además de oralmente. Con frecuencia sus escritos fueron verdaderamente el mejor sustituto para la palabra hablada. En Gálatas 4:20, por ejemplo, Pablo desea poder estar con sus amigos en Galacia, pero, puesto que no podía visitarlos justo en aquel momento, tendría que bastar con una carta.

de canonicidad; ni siquiera habrían comprendido fácilmente dicha expresión. Aceptaban las Escrituras del Antiguo Testamento tal como las habían recibido: la autoridad de aquellas Escrituras estaba suficientemente ratificada por la enseñanza y el ejemplo del Señor y de sus apóstoles. La enseñanza y el ejemplo del Señor y de sus apóstoles, transmitidos tanto de forma verbal como escrita, tenían una autoridad axiomática para ellos.

Autor de alrededor de medio centenar de obras, el exégeta Frederick Fyvie Bruce, quien dejó de existir el 11 de setiembre de 1990, se desempeñó como editor de las revistas “Evangelical Quarterly” y “Palestine Exploration Quarterly”. Estudioso de la vida y el ministerio del apóstol Pablo, fue miembro de la Academia Británica y presidió las sociedades para el estudio del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento. Puesto que Jesús no dejó personalmente nada por escrito, los escritos con mayor autoridad al alcance de la Iglesia eran aquellos que procedían de sus apóstoles. Entre sus apóstoles, ninguno fue más activo a la hora de escribir (y de otras cosas) que Pablo. Había personas en tiempos de Pablo, y unos cuantos en generaciones posteriores, que cuestionaban su derecho a denominarse apóstol; pero, en las iglesias de los gentiles, su apostolado por lo general no era puesto en duda (lo cual era inevitable, porque muchas de aquellas iglesias no habrían existido si no hubiera sido por su ministerio apostólico). La autoridad de las cartas auténticas continuó siendo reconocida después de su muerte (no sólo por las iglesias a las que eran enviadas respectivamente, sino por las iglesias en general). No resulta sorprendente que las cartas de Pablo se encontraran entre los primeros, si es que no fueron los primeros, documentos de nuestro Nuevo Testamento en ser reunidos y puestos en circulación como colección.

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