7 minute read
HÉROE DE LA FE
Misionero en Asia, el pastor David Abeel destacó por su relación cercana con el Redentor, sus prédicas impactantes y una perseverancia que no pudo ser doblegada ni por las más duras enfermedades.
EL PODER DE DAVID
Advertisement
EDWIN SMITH
COMO en la mayoría de las historias de los misioneros que pasaron sus días en tierras extranjeras, no hay nadie que nos pueda esclarecer, a profundidad, las labores que desplegó el pastor David Abeel y las pruebas y los desalientos que tuvo que enfrentar o el resultado de su labor en beneficio de la sana doctrina. Sin embargo, una mirada a la biografía de este predicador de Cristo nos muestra la sacrificada vida de un portavoz de Dios. Descendiente de neerlandeses, el evangelista Abeel nació en la metrópoli de Nuevo Brunswick, ubicada en el estado de Nueva Jersey, el 12 de junio de 1804. Sus progenitores fueron el siervo David Abeel, hermano del reverendo John Abeel y oficial de la Marina de Guerra de los Estados Unidos, y la cre - yente Jane Hassert, una mujer comprome - tida profundamente con la expansión del cristianismo, quien le reveló las verdades contenidas en el interior de las Sagradas Es - crituras. Desde su niñez, se constituyó en un varón con una gran generosidad. Además, en este momento de su existencia, su optimismo y alegría también fueron notables y le sirvieron para hacer frente a los desalientos a los que estuvo expuesto. Después, a los quince años de edad, solicitó ser admitido en la academia militar estadounidense de West Point. Pero, al poco tiempo, desistió de sus pretensiones de enrolarse al
ejército norteamericano y optó por estudiar medicina. Luego de instruirse durante casi un año, el llamado del Evangelio llegó a su corazón y su alma se llenó de todos los horrores que proceden de una conciencia despierta ante el pecado y la maldad. Entonces, su agonía se volvió insoportable. Caminó a tientas en la oscuridad y espesas nubes lo rodearon. Hasta que la luz restauradora de Dios irrumpió en su presente y sus dudas y perplejidades se disiparon gracias al poder de las buenas nuevas y a la gracia divina.
Nueva criatura
Tras entregarse a Dios, su conversión lo llevó a ser una nueva criatura. Bendecido por el Altísimo, comenzó a manifestar su intención de consagrarse sin reservas a seguir el buen camino, de ponerse toda la armadura del Señor y pasar el resto de sus días al servicio del Creador. Asimismo, a partir de ese momento, el principal objetivo de su corazón fue conocer la voluntad del Padre celestial y la mejor manera de promover su causa entre sus ovejas descarriadas. Consciente de la importancia de la doctrina del Señor, ingresó en 1823 al Seminario Teológico de Nuevo Brunswick para formarse en teología. Durante tres años aprendió, con laboriosidad, todos los asuntos espirituales relacionados con el cristianismo. Mientras estuvo en el seminario más antiguo de Norteamérica trabajó mucho por el bienestar de los enfermos y los pobres de su localidad y pasó muchas horas exhortando a los pecadores, los idólatras y los mundanos. El 20 de abril de 1826, recibió su licencia para predicar y entró en la obra pastoral. Confiado en el poder sustentador del Salvador, el 1 de junio del mismo año asumió la conducción de un templo del pueblo de Atenas, ubicado en el estado de Nue-
va York, donde irradió la Palabra por espacio de dos años y medio. Cinco meses después, fue ordenado como evangelista y desplegó un ministerio que, con celo y energía, se expandió fuera de los ámbitos de su congregación. Reverendo incesante en su batalla contra el maligno, veló por todas aquellas almas que conquistó para el redil de Jesús. Sin embargo, su arduo quehacer evangelístico en Atenas, destacado por su amplia cosecha de conversiones, le produjo efectos desfavorables en su salud y lo obligó a entregar su cargo para recuperarse. Una vez que dejó su iglesia en buenas manos, se mudó a la ciudad de Nueva York y comenzó a predicar el Evangelio en un templo del barrio de Manhattan.
Mensaje de Dios
Mientras se encontraba en la urbe conocida como la capital del mundo, recibió una proposición por parte de la “Sociedad de Amigos de los Marineros Esta-
dounidenses”, una entidad evangélica, y de la “Junta Estadounidense de Comisionados para Misiones Extranjeras”, una de las primeras organizaciones misioneras de los Estados Unidos, para trasladarse al puerto de Cantón, situado en el corazón de China, y trabajar a favor de la cristianización de la población local. Predispuesto a irradiar el mensaje de Dios lejos de su nación, partió el 14 de octubre de 1829 al continente asiático. Durante su viaje, en un barco llamado “Román”, compartió la sana doctrina con todas las personas a bordo. Luego de llegar a China, el 25 de febrero de 1830, proclamó la Palabra durante un año entre hombres de mar. A continuación, partió a Indonesia, Malasia, Tailandia y las islas del este de Asia para ver la viabilidad de establecer allí estaciones misioneras. Confiado en Jesucristo, se concentró en la tarea que le fue asignada y así pasó cerca de dos años y medio desarrollando exploraciones en territorios donde buscó abrir un espacio para sembrar el Evangelio. En ese momento de su existencia, dividió su tiempo entre las Indias Orientales Neerlandesas, Tailandia y Singapur. Y, pese a que soportó diversas pruebas espirituales, nunca bajó los brazos y gastó todas sus energías en la expansión de la Obra del Redentor. El 25 de mayo de 1833, con su salud afectada nuevamente y por disposición de sus superiores, se marchó a Inglaterra. Desde suelo inglés, al que llegó después de un periplo de cuatro meses en el que recuperó su vitalidad, emprendió una gira evangelística por Francia, Alemania, Holanda y Suiza donde procuró hallar información vital respecto a los esfuerzos para ampliar la fe cristiana en todo el planeta y despertó un espíritu de cooperación a favor de las misiones. En agosto de 1834, retornó a Estados Unidos y cuando llegó a su patria promovió de inmediato la evangelización de los países que no habían sido alcanzados por el Creador. En esos días, fue de un lugar a otro y empuñó las Escrituras como una herramienta de fe más cortante que toda espada de dos filos, visitó instituciones teológicas, infundió los principios misioneros entre pastores, creyentes y obreros y habló sobre la necesidad de los gentiles de conocer al verdadero Dios.
Vida útil
Aconsejado por sus médicos, regresó a China, acompañado por otros misioneros, en octubre de 1838. Al arribar, en febrero de 1839, retomó sus actividades evangelizadoras en Cantón y en la región de Macao. Posteriormente, visitó la isla de Borneo, Malasia e Indonesia y pasó un tiempo en la urbe de Xiamen, en la isla de Gulangyu y Singapur donde compartió la Palabra. Por un período de cerca de seis años, peleó la buena batalla de la fe hasta que sus fuerzas se agotaron por completo. En enero de 1845, obligado por las circunstancias, se embarcó con destino a Nueva York. Sus enfermedades corporales eran grandes y, a veces, sus sufrimientos eran difíciles de soportar. Pero en cualquier condición, la Biblia fue su compañera y siempre fortaleció su alma con su lectura y lo preservó de la influencia de lo mundano. En sus aflicciones, se deleitó comentando diversos pasajes bíblicos y escudriñó el mensaje de Jehová en búsqueda de consuelo y fortaleza. El 4 de setiembre de 1846, a la edad de cuarenta y dos años, el reverendo David Abeel falleció y se fue a reunirse con el Altísimo en el reino celestial. Su relación cercana con el Creador, su sencillez de corazón, su gran interés por la oración, sus prédicas impactantes, su perseverancia constante, su conocimiento de varias lenguas asiáticas, su dominio del idioma chino y su gran determinación para predicar el Evangelio a toda criatura lo llevaron a desarrollar una vida útil y una muerte triunfante.
Predispuesto a irradiar el mensaje de Dios lejos de su nación, partió el 14 de octubre de 1829 al continente asiático. Luego de llegar a China, el 25 de febrero de 1830, proclamó la Palabra durante un año entre hombres de mar. A continuación, partió a Indonesia, Malasia, Tailandia y las islas del este de Asia para ver la viabilidad de establecer allí estaciones misioneras.