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LITERATURA
Libro de gran utilidad para maestros, alumnos, pastores y lectores en general. Es un texto de incalculable valor que exhorta a investigar en las bases mismas de la fe. Fue redactado por el teólogo cubano Justo L. González.
HISTORIA DEL CRISTIANISMO TOMO 1
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DESDE sus mismos orígenes, el Evangelio se injertó en la historia humana. De hecho, eso es el Evangelio: las buenas nuevas de que en Jesucristo Dios se ha introducido en nuestra historia, en pro de nuestra redención. Los autores bíblicos no dejan lugar a dudas acerca de esto. El Evangelio de San Lucas nos dice que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en tiempo de Augusto César, y “siendo Cirenio gobernador de Siria” (Lucas 2:2). Poco antes, el mismo evangelista coloca su narración dentro del marco de la historia de Israel, al decirnos que estos hechos sucedieron “en los días de Herodes, rey de Judea” (Lucas 1:5). El Evangelio de San Mateo se abre con una genealogía que enmarca a Jesús dentro de la historia y las esperanzas del pueblo de Israel, y casi seguidamente nos dice también que Jesús nació “en días del rey Herodes” (Mateo 2:1). Marcos nos da menos detalles, pero no deja de señalar que su libro trata de lo que “aconteció en aquellos días” (Marcos 1:9). De enorme provecho para maestros, alumnos, pastores y lectores en general, la obra “Historia del cristianismo tomo 1” es un documento de incalculable utilidad que exhorta a ahondar en las bases mismas de la fe evangélica. Escrita entre 1984 y 1985 por el teólogo cubano Justo L. González, hace un recorrido de la cronología eclesiástica desde la era de los mártires hasta la era de los sueños frustrados.
Hacia fines del siglo segundo, la iglesia había gozado de un período de relativa paz. El Imperio, envuelto en guerras civiles al mismo tiempo que trataba de defender sus fronteras frente al empuje de los pueblos germánicos, no les había prestado demasiada atención a los cristianos. Además, todavía seguía en vigor el viejo principio
promulgado por Trajano, en el sentido de que los cristianos debían ser castigados si se les delataba y se negaban a ofrecerles sacrificio a los dioses, pero que no debía buscárseles activamente. En el siglo tercero, sin embargo, la situación cambió. A través de todo el siglo continuó vigente la legislación de Trajano, y por tanto de vez en cuando, en uno u otro lugar, hubo martirios más o menos aislados. Pero además de esto hubo dos políticas nuevas, una promulgada por Septimio Severo y otra por Decio, que afectaron profundamente la vida de la iglesia.
Sana doctrina
Dividido en cincuenta y cinco capítulos, el libro del exégeta González aborda entre sus principales temas los siguientes asuntos: cristianismo e historia, la misión a los gentiles, la persecución en el siglo segundo, los maestros de la iglesia, la teología oficial: Eusebio de Cesarea, bajo el régimen de los bárbaros, las iglesias disidentes, la cruzadas, la actividad teológica, Juan Wyclif, Juan Huss y Jerónimo Savonarola.
El término “papa”, que hoy se emplea en el Occidente para referirse exclusivamente al obispo de Roma, no siempre tuvo ese sentido. La palabra en sí no quiere decir sino “papá”, y es por tanto un término de cariño y respeto. En época antigua, se le aplicaba a cualquier obispo distinguido, sin importar para nada si era o no obispo de Roma. Así, por ejemplo, hay documentos antiguos que se refieren al “papa Cipriano” de Cartago, o al “papa Atanasio” de Alejandría. Además, mientras en el Occidente el término por fin se reservó exclusivamente para el obispo de Roma, en varias partes de la iglesia oriental continuó utilizándose con más liberalidad. En todo caso, la cuestión más importante no es el origen del término mismo, “papa”, sino el modo en que el papa de Roma llegó a gozar de la autoridad que tuvo durante la Edad Media, y que tiene todavía en la Iglesia Católica Romana.
Considerado por su autor como un texto autobiográfico en gran medida, este volumen está basado en los escritos, pensamientos y acciones de Ireneo, Atanasio y otros siervos que defendieron la sana doctrina. En ese sentido, el pastor González comentó, en el prefacio de su obra, que: “Ellos me han acompañado en las muchas vueltas y giros de la vida. Como los amigos contemporáneos, a menudo me han servido de gozo”.
De todos los altos ideales que cautivaron el espíritu de la época, ninguno tan arrollador, tan dramático, ni tan contradictorio, como el de las cruzadas. Por espacio de varios siglos la Europa occidental derramó su fervor y su sangre en una serie de expediciones cuyos resultados fueron, en los mejores casos, efímeros; y en los peores, trágicos. Lo que se esperaba era derrotar a los musulmanes que amenazaban a Constantinopla, salvar el Imperio de Oriente, unir de nuevo la cristiandad, reconquistar la Tierra Santa, y en todo ello ganar el cielo. Si este último propósito se logró o no, toca al Juez Supremo decidirlo. Todos los demás se alcanzaron en una u otra medida. Pero ninguno de estos logros fue permanente. Los musulmanes, derrotados al principio por estar divididos entre sí, a la postre se unieron y echaron a los cruzados.
Teología evangélica
Natural de La Habana, donde nació el 9 de agosto de 1937, el reverendo Justo se formó en el Seminario Unido de Cuba. Hijo de una pareja de creyentes comprometidos con la difusión de Palabra de Dios, pasó por las aulas de la Universidad de Yale donde cursó estudios de maestría y doctorado. Especializado en historia teológica, fue docente en el Seminario Evangélico de Puerto Rico.
El curso ininterrumpido de nuestra narración nos ha hecho continuar la historia del papado y del movimiento conciliar hasta principios del siglo XV. En esa narración nos hemos referido repetidamente a los intentos de reforma que caracterizaron al movimiento conciliar. Según hemos visto, esa reforma se dirigía, no a cuestiones de doctrina,
sino más bien a la práctica de la vida religiosa, y en particular contra abusos tales como la simonía, el absentismo, etc. Pero al mismo tiempo que los acontecimientos que hemos narrado estaban teniendo lugar, había otro movimiento de reforma mucho más radical, que no se contentaba con atacar las cuestiones referentes a la vida y las costumbres, sino que buscaba también corregir las doctrinas de la iglesia medieval, ajustándolas más al mensaje bíblico. De los muchos que siguieron este camino los más destacados fueron Juan Wyclif y Juan Huss. Miembro fundador de la Asociación para la Educación Teológica Hispana, el hermano González también fue profesor de la Escuela de Teología Candler de Atlanta. Además, ha desplegado una serie de labores en beneficio del progreso de la teología evangélica en América Latina. Asimismo, ha redactado varios libros de fe que gozan de amplio reconocimiento.
Los siglos XIV y XV, en medio de sus muchas frustraciones, y quizá en parte debido a ellas, fueron un período de gran exaltación religiosa. Tanto en España como en Inglaterra e Italia, hubo místicos notables cuyas obras sirvieron de inspiración a varias generaciones. Empero fue en
Alemania, en las riberas del Rin, que este movimiento floreció y alcanzó sus mayores logros.
A través de toda su historia, el cristianismo ha contado con hombres y mujeres cuya relación con Dios ha sido tal que se les ha dado el título de “místicos”. Pero en esa historia se han dado dos tipos distintos de misticismo, que conviene distinguir. Uno es esencialmente cristocéntrico. No pretende llegar a Dios mediante la contemplación directa, o mediante una iluminación divina, sino a través de Jesucristo. Su contemplación se dirige hacia los sufrimientos de Jesús, o hacia su resurrección y triunfo final. Ejemplos de este tipo de misticismo son el Apocalipsis, San Bernardo de Claraval y San Francisco de Asís. La otra clase de misticismo se deriva principalmente de la tradición neoplatónica.