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panorámica histórica

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luego, cobran pleno sentido las palabras de Moreno (2008), cuando asegura: “El ideal de una teoría plenamente acabada de la comunicación es una verdadera utopía” (párr. 20).

Y, aunque parece una utopía tratar de examinar las relaciones desde todos los ángulos posibles, cada uno de los capítulos se encarga de aportar unas claves distintivas: en el primero de ellos, antes de abordar el estudio de la ciberesfera, trazaremos una panorámica histórica, con el fin de visualizar las transformaciones por las que ha atravesado la comunicación hasta el momento actual, ya con la generalización de internet.

En el segundo capítulo, se profundizarán los cambios en los procesos de emisión y recepción del mensaje, para en el tercero abordar las transformaciones que ha sufrido la relación entre los medios de comunicación y las audiencias. Por último, en el cuarto capítulo se ofrece una panorámica sobre los intentos de apropiación organizacional del ciberespacio, así como alrededor de las innovaciones basadas en la automatización de los sistemas de comunicación contemporáneos, hasta llegar a las conclusiones de todo lo anterior.

1.1. Medios de comunicación y participación social: una panorámica histórica

Como anotábamos en las páginas anteriores, la participación se ha ido desarrollando en función de las características y las facilidades técnicas y culturales de cada época. En cada periodo histórico, y a tenor de los avances disponibles, se ha ido canalizando y readaptando el discurso

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social: “<...> cada época plantea desafíos a resolver en el campo tecnológico y de mercado que terminan en la configuración de estructuras propias de acuerdo a los respectivos desafíos” (Castellanos, 2016, p. 37).

Dentro de los procesos de participación, la información, históricamente, ha poseído un valor estratégico instrumental. Su uso ha sido clave, bien para el mantenimiento de la cohesión social -habitualmente, mediante distorsiones y omisiones propiciadas por las élites gobernantes-; bien para la transformación y la innovación política y cultural; bien para el enriquecimiento de los imaginarios, a través de un acercamiento de otras ideas o formas de ver el mundo. En las siguientes páginas, se ofrece un recorrido desde los orígenes de la información, con el fin de contextualizar los cambios y desafíos propuestos por las innovaciones tecnológicas del siglo XXI.

Muchos de los desarrollos técnicos relacionados con la prehistoria de los medios de comunicación se deben a China, de donde proceden inventos como el de la tinta (2500 a. C.), el papel (105 a. C.), o el papel reusable (1041 d. C.). Aunque la difusión informativa permaneció oral durante largo tiempo, la dinastía Chou (o Zhou) creó una gaceta imperial alrededor del año 600 a. C., la cual se empleaba para divulgar edictos o proclamaciones: son los llamados Dibao, unos reportes manuscritos, solo accesibles para los oficiales, que difundían los temas de la actualidad del Imperio, así como los anuncios estatales; eso sí, la escritura de los mismos introducía una hibridación literaria: “Las convenciones de la época dictaban que las comunicaciones de la corte imperial tomasen la forma de ensayos literarios y clásicos, en vez de la

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forma de reportear que tenemos hoy en día” (Green, 2003, p. 275). Lo interesante de estos manuscritos es que principiaron una interconexión entre las provincias y las regiones con la capital, contribuyendo a una mayor cohesión, además de ejercer una labor documental como huellas de su periodo, fragmentos que recogen la memoria de la vida pública de su tiempo.

En China, a diferencia de en Europa, la palabra escrita tenía una gran importancia durante la antigüedad imperial. Por ejemplo, entre tres y cuatro de cada 10 hombres, y sobre 1 de cada 10 mujeres, sabían leer, unos porcentajes que se alcanzarían en Inglaterra en el siglo XVIII (Salazar, 2015, p. 82). De acuerdo a este autor, la gente común manejaba textos distintos a los de las élites, en que se simplificaba el estilo y el vocabulario.

Por el lado occidental, en el Imperio romano fueron muy populares las llamadas Actas Diurnas (59 a. C. – 222 d. C.), las cuales “<…> consistían en una serie de tablones expuestos en los muros del palacio imperial o en el foro, en los que se recogían los últimos y más importantes acontecimientos sucedidos en el Imperio” (Bernabéu, 2016, p.1). Estos mensajes públicos, escritos sobre piedra o metal, no se vendían y, en cambio, se instalaban en las zonas de máxima afluencia, custodiadas habitualmente por soldados, para evitar posibles manipulaciones. Eran la palabra escrita del Estado: solían informar sobre cuestiones políticas o sociales, como nuevas leyes, matrimonios, noticias de sucesos de los rincones del Imperio, entre otros. Además, había una modalidad local, denominada Acta Diurna Urbis (García

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Barcala, 2018, 28 de enero), también de carácter oficial, tematizada por las cuestiones micro de los distintos enclaves del Imperio. De esta manera, en las Acta Diurna Urbis se difundía un repertorio de sucesos, de avatares, de edictos.

Fig. 1. Las Actas Diurnas del Imperio romano: antecedentes de los medios de comunicación occidentales

Fuente: García Barcala (2018, 28 de enero)

Más adelante, en la medida en que fue ampliándose el Imperio, surgió la necesidad de transportar la información de forma más eficiente. Por ello, las Actas Diurnas empezaron a ser copiadas en papiro y comercializadas en otras partes del Imperio. Y, aunque enfatizaban y sobredimensionaban

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los acontecimientos relacionados con la ciudad de Roma, lo cierto es que el avance técnico propuesto por el papiro -es decir, de la piedra al papel primigenio-, ayudaba a crear un imaginario común y una identidad cultural propia (Wright, 2016).

Las Actas Diurnas, si bien eran documentos construidos alrededor de los intereses del Estado romano, resultaron fundamentales para el estímulo de la participación ciudadana en Occidente, debido a cuatro aspectos: en primer lugar, estimularon una expectativa por la actualidad, en un doble eje Imperial-local, de modo que favorecieron un mayor reconocimiento del entorno, dentro del entorno imperial común. En segundo lugar, fomentaron una centralidad de la información, al situar a la información en el epicentro de la vida pública de las ciudades. Dicha centralización, posteriormente, se iría fragmentando en una multiplicidad de mecanismos de adquisición y transferencia, esto es, aquellos ciudadanos que no sabían leer, recibían las noticias gracias a mecanismos orales (pregoneros, voceros oficiales, difusión boca a boca), así como desde otros artefactos y dispositivos culturales, como las obras de teatro. De hecho, la oralización sería una constante no solo propia del Imperio romano, sino en general característica de los siglos sucesivos. En el caso que nos ocupa, la divulgación dio pie a la emergencia de unos nuevos profesionales encargados de transmitir la información de un lugar a otro:

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“<...> los “Praeco” eran pregoneros que recorrían la ciudad comunicando noticias oralmente. Existieron también otra clase de pregoneros, como los “Strilloni” que comunicaban información y publicidad comercial y los “Subrostani”, que vendían la información que poseían, como lo hacen las agencias de noticias actuales”.

(García, 2015, p. 16)

Los pregoneros, asimismo, a menudo actuaban también como corresponsales de importantes personajes, además de que podían ser contratados para dañar alguna reputación mediante libelos (Díaz Noci, 1999). Todos estos indicadores señalan la importancia de la opinión pública en tiempos romanos, al tiempo que subrayan el decisivo papel arbitral que se estaba configurando asociado a la información y, sobre todo, al acceso a las fuentes y a la representación de las mismas.

En tercer lugar, la falta de espacio de los soportes empleados para imprimir las Actas Diurnas motivó la necesidad de concentrar la narración en la descripción de los hechos esenciales, con lo cual se estaba dando paso a un tipo de escritura distintiva, más instrumental y menos ornamental que la literaria -su antecedente inmediato-, que se iría perfeccionando y profesionalizando con el paso de los siglos. En el Satiricón -una novela satírica de un autor romano llamado Petronio-, se ofrece en un pasaje la lectura de una de estas Actas Diurnas; fíjense en la estructura sincopada de la enumeración:

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“Pero un empleado interrumpió su pasión por el baile leyendo e imitando el diario de la ciudad: 26 de julio. Treinta niños y cuarenta niñas nacieron en la finca de Cumae, que es de Trimalchio. Se llevaron 500,000 fanegas de trigo desde la era hasta el granero. Se introdujeron quinientos bueyes. En la misma fecha, el esclavo Mitrídates fue llevado a la crucifixión por haber condenado el alma de nuestro señor Cayo. En la misma fecha: diez millones de sestercios que no pudieron ser invertidos fueron devueltos a la caja fuerte. El mismo día: hubo un incendio en nuestros jardines de Pompeya, que estalló en la casa de Nasta el alguacil”.

(Petronio, Satiricón, cit. por Wright, 2016, p. 153)

En la descripción anterior, destacan los hechos que se encadenan con una escasa hilación; la contextualización temporal; la falta de adjetivación; la precisión de las cifras; la alusión a los lugares; y el intento de involucrar a los ciudadanos en el Estado, mediante el aporte y la explicación de temas públicos que, por ello mismo, afectan a la mayoría.

Pero, y en cuarto lugar y más importante, las Actas Diurnas, entonces, junto con los mecanismos orales de transferencia, y con la racionalización y la transparencia asumida por parte del Estado, fueron propiciando una interpretación social de la información oficial. Ante la falta de soportes mediadores entre los gobernantes y los ciudadanos, éstos últimos convirtieron a las ciudades en interfaces capaces de recoger la crítica, la denuncia social, para promover

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recomendaciones, difundir anuncios o convocatorias y divulgar caricaturas, entre otros.

Las ciudades, desde ese punto de vista, prolongaban la significación y la interpretación de la información oficial de las Actas Diurnas y de la divulgación oral; sus murallas registraban el intercambio entre quienes las habitaban, como un antecedente claro de lo que más adelante describiremos como contenido generado por el usuario, muchos siglos después, ya con internet. Las paredes, como enclaves participativos, ofrecían un repertorio de aportes ciudadanos, anotaciones anónimas o firmadas, textuales o gráficas -en el caso de las caricaturas-, orientadas a la acusación pública por determinadas malas prácticas de un representante público, anuncios o invitaciones, contenidos difamatorios o expresiones del malestar o de la alegría que, finalmente, son características de las comunidades.

En las murallas de Pompeya (siglo VI a. C.), una ciudad sepultada por la precipitada erupción del volcán Vesubio acaecida en el año 79 d. C., se han conservado intactos muchos de estos ejemplos de participación, de estos comentarios inscritos por los ciudadanos y que aportan una contextualización de la intrahistoria o historia interna de la ciudad, una injerencia de lo privado en lo público:

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Fig. 2. Ejemplos de inscripciones en las murallas de Pompeya (siglo VI a. C.) “Ampliatus Pedania es un ladrón” “Teófilo, no les hagas sexo oral a las chicas apoyadas en la muralla como si fueras un perro” “Aufidus estuvo aquí, adiós” “La vida es incierta para un pobre cuando un rico codicioso vive cerca” “Restitutus ha engañado a muchas chicas muchas veces” “Floronio, soldado muy bien dotado de la Séptima Legión, estuvo aquí. Las mujeres no lo sabían. Solo seis se enteraron, muy pocas para un semental como él” Fuente: Pardo (2017, 20 de diciembre)

Además de las inscripciones en las ciudades, uno de los hallazgos del Imperio romano fue la conexión de los territorios en los que tenía influencia a través de un avanzado sistema de calzadas. Para Bowman & Clark-Gordon (2017), la Vía Apia -una de las rutas más importantes que atravesaba Italia-, puede entenderse como una forma primigenia de red social, gracias a su poder de fomentar una interacción entre distintos pueblos mediante el intercambio comercial y cultural.

Con la caída del Imperio romano (siglo V d. C.), muchas de las rutinas ideadas y desarrolladas durante este periodo fueron apropiadas y potenciadas durante la Edad Media (siglos V – XV), el periodo histórico que se sucedería con la fragmentación imperial en una miríada de reinos. Con esta segmentación territorial, se fracturó la necesidad de acuñar una identidad común a través de la información pública, es decir, las Actas Diurnas fueron sustituidas por distintos

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mecanismos dependientes de los distintos gobiernos. La Edad Media fue la época dorada de la oralización, porque, como explica Rizzini (1977), “los pocos individuos que sabían escribir no tenían cómo, ni a quién hacerlo” (p. 11). La información, durante buena parte de la Edad Media, se difundía oralmente en enclaves públicos, como las plazas, alrededor de los conventos, las tabernas y los hostales (Casado, 2008). Al mismo tiempo, las ciudades incorporaban mensajes explícitos -inscripciones en las murallas, similares a las de Pompeya-, u ocultos, enlazados a las obras artísticas, como las esculturas o las pinturas, cuya narrativa, en muchos casos, se asemejaba a una narración gráfica o cómic.

Asimismo, durante la Edad Media comenzó a ocupar un gran protagonismo el correo mercantil, el cual se desarrolló como una necesidad asociada a minimizar la incertidumbre económica. Como describe Bernabéu (2016), en este periodo los negociantes redactaban unos manuscritos denominados Avisos: “Consistían en cuatro páginas escritas a mano, que no llevaban título ni firma, con la fecha y el nombre de la ciudad en que se redactaban” (p. 17). Los Avisos difundían noticias de marineros y peregrinos, que eran de suma importancia para conocer el estado de los territorios, qué productos o manufacturas se percibían como necesarios, qué amenazas o peligros debían tenerse en cuenta, entre otros. También aparecieron unos documentos técnicos llamados Price-courrents, que ejercían una función de catálogos o de información de servicio, ya que aportaban información práctica, como los precios de las mercancías o el horario del transporte marítimo, por citar algunos (Bernabéu, 2016).

En paralelo, los pregoneros de la época romana se transformaron en los trovadores y juglares medievales: los

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