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Prólogo
Dra. Elba Díaz-Cerveró
Universidad Panamericana – campus Guadalajara (México)
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Cuando recibí la invitación para prologar Medios digitales, participación y opinión pública, estuve tentada a juzgar su contenido como el de una más de esas obras que quedan almacenadas en la oficina de su autor hasta albergar dosis ingentes de polvo y suciedad. Pude haber llegado a pensar que el libro pasaría de ser la prometedora compilación de un entusiasta profesor, a un abandonado conjunto de páginas que a pocos -probablemente solo a él- le interesarían.
No nos engañemos: todos conocemos a alguien en el mundo académico que, por cumplir metas de investigación, o por justificar los resultados de un proyecto -o tal vez por ambas cosas- publica cualquier cosa en cualquier editorial, y de cualquier forma. Si usted es investigador, es probable que se haya visto identificado en la anécdota relatada.
Pero tampoco nos engañemos: quienes conocemos a Daniel Barredo sabemos que eso no iba a ser así en su caso. Por eso me decidí a aceptar el encargo de escribir las líneas que ahora mismo usted está leyendo y que, por cierto, están publicadas en una de las mejores editoriales de nuestro
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ámbito. Incluso aunque conozco bien tanto a la editorial, como al autor, debo decir que lo que vi me sorprendió de inmediato.
Por lo tanto, si usted, lector, se decide a continuar, deberá saber que descubrirá ante sus ojos una descripción del panorama periodístico tan completa que es algo así como volver a estudiar la carrera. Pero no la misma carrera que algún día estudiamos. Tampoco una absolutamente nueva.
En realidad, las páginas de Medios digitales, participación y opinión pública hacen un repaso por los contenidos teóricos, históricos y metodológicos más relevantes de los últimos dos siglos, entrelazados de una manera magistral con el presente y el futuro de la profesión periodística. Y todo ello en menos de 459 páginas.
Pero no destripemos lo que cuenta el libro todavía. Déjenme decirles primero por qué no me atreví a prejuzgar negativamente su contenido antes de sumergirme en él. Como saben, uno de los aspectos más importantes de la comunicación es la credibilidad que nos merece la fuente. Pero la credibilidad hay que ganársela y, como tantas veces se nos dice, cuesta mucho ganarla y muy poquito perderla.
Pues bien, Daniel Barredo es un colega que para mí tiene toda la credibilidad como investigador. Desde que lo conocí, hará dentro de poco un lustro, me demostró no solo que vale la pena leer todo lo que publica -es un excelente escritor de
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literatura también-, sino que es un placer compartir con él las investigaciones, tanto las que ideo yo, como las que proceden de su cosecha.
No sé si él lo recordará, pero, el día en que nos conocimos, en aquel Congreso de la Asociación Latina de Comunicación Social, celebrado en 2015, nos propusimos cada uno colaborar en la investigación del otro. A ojos de académicos expertos, aquellos planes de trabajos conjuntos podrían haber parecido idealistas expectativas de dos investigadores noveles.
Sin embargo, no solo no fue así, sino que las dos investigaciones prometidas se convirtieron en seis, y todas ellas se han publicado. El hecho de que hoy cuente esta anécdota no obedece a nada más que a ilustrar la credibilidad que me merece el autor del libro que los ocupa.
Además de los artículos publicados dentro del proyecto que dirijo -también sobre aspectos periodísticos, pero de otro campo de investigación-, Daniel Barredo y yo publicamos varias obras sobre la interactividad, que -y ahora sí destripo el contenido- es uno de los retos fundamentales del periodismo de hoy -y, ojalá, del mañana- que el profesor Barredo recoge con un acertadísimo tono en este libro.
La autonomía de las audiencias comenzó como un aspecto de poco valor y denostado por los primeros teóricos de la comunicación, como Lasswell -y su archiconocida aguja
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hipodérmica (1927)-, que preferían pensar que toda la fuerza residía en el emisor y su mensaje.
Si bien unas décadas más tarde, la teoría de los efectos limitados (Katz y Lazarsfeld, 1955) empoderó en alguna medida al receptor -y así se fue avanzando ese empoderamiento, en la década de los 80, con el concepto de audiencias activas- lo cierto es que la llegada de la web 2.0 y 3.0 no ha traído tanta participación de los usuarios como cabría esperar.
Aunque la tecnología lo permite de sobra, y muchos usuarios parecen dispuestos a contribuir, parecen ser los periodistas quienes se oponen a que los usuarios tengan una participación quasi profesional -o al menos más sustanciosa- en los medios de comunicación. Y, así, como insinúa Daniel Barredo -y les confieso que yo misma pienso- pierden unos y otros.
Los medios se quejan de que decae el número de lectores y usuarios, pero se niegan a poner toda la carne en el asador, lo cual, en el terreno de lo digital, supone desplegar un abanico de opciones de participación ciudadana muy superior a la que hoy en día ofrecen casi todos los medios a sus públicos.
Muchos de quienes dirigen los diarios tradicionales estarían muy cómodos si siguieran operando como en la Web 1.0, cuando el discurso era completamente monológico -desde el periódico a sus lectores- y sin ninguna retroalimentación
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de estos últimos, más allá de las limitadas -y muchas veces artificiales- cartas al director.
Incluso todo sería más fácil para los creadores de contenido, tanto periodístico como publicitario, si todo consistiera en inyectar al final de la película el hipodérmico mensaje de “Beba Coca-Cola”. Pero las cosas han cambiado. Como bien apunta Daniel Barredo en algún apartado de Medios digitales, participación y opinión pública, este último concepto ya no se identifica con la opinión publicada, como se nos dijo más de una vez cuando estudiábamos.
Hoy en día, la opinión pública se constituye y mantiene de forma paralela a lo que publican los medios. Incluso en países tan autoritarios como en China -o quizás precisamente debido a ese autoritarismo-, los ciudadanos han desarrollado estrategias para burlar la censura y no dejarse llevar por los contenidos oficialistas de los grandes y anquilosados periódicos del régimen.
Es precisamente ese gran país -al que bien conocemos, aunque por diferentes motivos, quien escribe estas líneas y el autor del libro- donde parece que la ciudadanía está despertando de siglos y siglos de censura. El reciente conocimiento del autor de esa realidad in situ contrasta con la profundidad con la que analiza los datos que de allí proceden.
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Al respecto del actual panorama mediático chino y el papel de sus audiencias, sorprenden gratamente los resultados de todas las investigaciones que Barredo llevó a cabo allí. En primer lugar, por los hallazgos, que en sí mismos producen la alegría de pensar que los usuarios son ya verdaderamente activos en el Gigante Asiático.
Pero, sobre todo, y por si el punto comentado en el párrafo anterior no fuera suficientemente importante, por la minuciosidad y la delicadeza con las que el autor nos regala esas vivencias en forma de trabajo de investigación de primer nivel.
Dada la dificultad del idioma y las trabas censoras, no es tan frecuente que desde el ámbito latinoamericano podamos llegar a gozar de un conocimiento tan vasto -en ideas y tendencias- e ilustrado -en ejemplos de todo tipo- como el que nos proporciona Daniel Barredo sobre el panorama mediático de China.
Por eso, si antes les decía que el libro era como estudiar de nuevo la carrera de Periodismo, me quedé corta. En realidad, la carrera de Periodismo que Daniel Barredo nos propone en Medios digitales, participación y opinión pública no solo es más amplia y renovada que la que cualquiera de nosotros estudiamos hace -en mi caso 15- años.
Junto a esa nueva carrera de Periodismo, este brillante profesor de la Universidad del Rosario, una de las más
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prestigiosas de Colombia y Latinoamérica, aporta también en su obra -y siguiendo el símil académico- la especialidad de medios de comunicación de China y Asia.
No obstante, el hecho de que Barredo haya disfrutado no hace mucho de una estancia de investigación en ese continente no quiere decir que el profesor deje de lado lo que sucede en otras latitudes. Resulta grato leer en las páginas de su libro sucesos más o menos recientes, y todos ellos relevantes, que han tenido lugar en el panorama comunicativo de otros entornos.
El principal país al que el autor dedica su exhaustivo trabajo es, obviamente, Colombia, su verdadera casa y a la que ha dedicado más de tres años de investigación. El lector no verá que en este caso el profesor dedique un capítulo en exclusiva al panorama de medios y audiencias colombianas, sino que, en cada apartado, este es descrito e ilustrado en relación con cada aspecto tratado.
Llegados a este punto, es agradable encontrar en Medios digitales, participación y opinión pública aspectos loables que muestran la valentía de medios de países donde impera la censura -como los que hemos ido viendo en el caso de China- junto a otras prácticas reprobables de otros -medios y países- supuestamente democráticos.
A este respecto, leí con cierto pudor cómo los medios de mi país -origen que también comparto con el autor- habrían
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llegado a silenciar un asunto que afectaba directamente a la reputación de la Casa Real y del Rey Juan Carlos I.
Teniendo en cuenta la inmunidad mediática de la que hasta ese momento gozaba el Rey, una imprudencia suya -aunque yo prefiero llamarla atrocidad- habría pasado inadvertida si no fuera porque la ciudadanía impulsó, a través de las redes sociales, que los grandes diarios, radios y televisoras se hicieran eco de la realidad. Y, cuando esto sucedió, el Rey tuvo que pedir públicamente perdón.
En realidad, las audiencias tienen hoy más poder que nunca, y ello lo demuestra el hito histórico que supuso la disculpa del Rey español y, en general, el hecho de que sean los usuarios, y no ya los propios medios, quienes imponen la agenda. “Los ciudadanos interactúan con los medios y al margen de ellos” es una máxima que se menciona en algún punto del libro al hablar del periodismo actual.
Otra idea digna de resaltarse, de entre lo que nos cuenta Daniel Barredo en Medios digitales, participación y opinión pública, es que los medios de hoy necesitan más que nunca a sus audiencias. Y, de la misma manera en que se deben a ellas -exigiendo y equilibrando a los poderosos en forma de cuarto poder-, también a esos usuarios se les puede exigir un retorno para seguir manteniendo un periodismo de calidad.
Probablemente, uno de los mayores errores de los periódicos, en su transición al soporte digital, fue el hecho de
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dejar de cobrar por los contenidos que sí tenían un valor -un precio que los usuarios estaban dispuestos a pagar- en papel. De eso han pasado ya dos décadas y la mayoría de los medios -tanto esos tradicionales como los nativos digitales- siguen peleando por encontrar un modelo de negocio sostenible en el futuro y que les ayude a reponerse de otros mazazos como el de las crisis, económica y de credibilidad.
Como respuesta a la falta de recursos derivada de los problemas mencionados en el párrafo anterior, es precisamente Colombia un país pionero en pedir cooperación a sus audiencias. Para poder llevar a cabo investigaciones puntuales, algunos medios de ese país -y posteriormente otros de América Latina- se han especializado en la captación de recursos a través de lo que en inglés se conoce como crowdsourcing.
Si nos fijamos bien, todas las relaciones que funcionan tienen un enorme componente simbiótico. Es eso lo que necesitan en su relación los medios y sus usuarios. Si, como medios, permitimos participar activamente a nuestras audiencias -incluso con contenido propio- estas nos serán fieles y, además, crearán comunidad y completarán nuestros puntos de vista.
Y, si a ello le añadimos el hecho de que son las audiencias las que imponen los temas del debate público -en, como dice Barredo, una especie de Agenda setting invertida-, lo mejor para involucrarlas será escucharlas. Así, los medios sabrán lo
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que les están pidiendo. Y estos, conociendo esas necesidades de los usuarios, dejarán atrás la mera información para darles, además, la interpretación necesaria como para alcanzar a entender un mundo tan complejo como este en el que vivimos.