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Capítulo 1. INTRODUCCIÓN. MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y PARTICIPACIÓN SOCIAL: UNA PANORÁMICA HISTÓRICA

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Prólogo

Prólogo

Capítulo 1.

INTRODUCCIÓN. MEDIOS DE COMUNICACIÓN Y PARTICIPACIÓN SOCIAL: UNA PANORÁMICA HISTÓRICA

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La historia de la comunicación, en términos globales, se enraíza con la propia historia del hombre, en tanto que, al hablar de comunicación, nos referimos a su triple acepción como “proceso, disciplina y profesión” (Sarale, 2008, p. 1). Como proceso, la comunicación permite el intercambio de ideas de persona a persona y es responsable, entre otros muchos hallazgos, de la conformación de las sociedades. Como profesión, en cambio, la comunicación alude al conjunto de valores y atributos que hacen posible la profesionalización del mensaje, es decir, su metamorfosis desde la idea hasta ese producto terminado que asienta una aproximación a la realidad. Como disciplina, por su parte, la comunicación se encarga de estudiar los distintos fenómenos asociados a la comunicación como proceso y como profesión y, con ello, de constituir una epistemología, a menudo ligada a la observación empírica.

Uno de los grandes problemas que ha tenido, históricamente, la comunicación, se centra en la cuestión de su definición disciplinaria. Al formar parte inextricable

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del ser humano y de las sociedades, la comunicación se ha ido transversalizando y desarrollando desde la multiplicidad de saberes. De hecho, autores como Rizo (2014, p. 248), la describen como un campo “multidisciplinario” e “interdisciplinario”, cuyos orígenes como área de estudios se remontan hacia mediados del siglo XIX, gracias a la labor de algunos estudiosos pioneros, procedentes de las Ciencias Humanas, como Augusto Comte, Herbert Spencer y Emile Durkheim.

Desde su triple acepción -“proceso, profesión y disciplina”-, la comunicación va unida indisolublemente a otro ámbito, que es la participación social, la cual ayuda a “innovar y generar nuevo conocimiento para resolver problemas malditos” (Tarragó & Brugué, 2015, pp. 20 - 21). De igual forma que resulta impensable un ser humano sin algún tipo de mecanismo asociado de comunicación, toda comunicación se relaciona con un acto de participación social. Y la participación es responsable de la deliberación pública, pues gracias a ella el conocimiento avanza, se erosionan los prejuicios, se dinamizan los tabús y se construyen nuevos tabús, se establecen redes de colaboración y, con ellas, se refuerza el aprendizaje (Saxena, 2018).

Por lo tanto, según se desprende de los autores citados, la comunicación y la participación social organizan un fenómeno más complejo, como es la opinión pública. Dentro de los procesos dialógicos que constituyen y que definen a la opinión pública -que son, por consiguiente, procesos comunicativos y participativos-, los medios de comunicación, entonces, encarnan un rol mediador, al constituirse como un punto de encuentro entre instituciones, organizaciones y ciudadanos

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en general. Los medios, por consiguiente, contribuyen decisivamente con el establecimiento de los imaginarios y, desde ese ángulo, estimulan una “adaptación dinámica a la cultura” (Fromm, 1995, p. 42). Son responsables, junto a instituciones como la familia o los centros educativos, de estructurar la realidad, de organizar la complejidad del marco simbólico de las sociedades, y de impulsar la enseñanza y el aprendizaje.

Para Habermas (1981), la opinión pública se configura como un espacio relacional, construido por los individuos que conforman una sociedad, e incentivado por los medios de comunicación particularmente en el siglo XX. Los medios, según este autor, conforman el principal locus contemporáneo encargado de gestionar la interacción social. Agregamos la etiqueta contemporáneo, porque los locus o enclaves participativos se transforman a partir de las posibilidades técnicas y culturales; no permanecen estáticos, dado que se constituyen como dispositivos que canalizan la comunicación y la participación social y, por lo tanto, dependen estrechamente de las sociedades en que se originan, a las que caracterizan y distinguen. Como espacio relacional, por consiguiente, la opinión pública -según veremos a lo largo de este capítulo primero-, evoluciona en la medida en que lo hacen los locus o enclaves participativos: los medios de comunicación, mediante la aparición de la comunicación de masas, desempeñan el mismo papel que, en otros siglos, ejercieron los muros o las plazas de las ciudades.

Los medios, en la concepción habermasiana, orientan un doble eje de acción: son portadores de mensajes, de manera que el entorno social, gracias a ellos, recibe una descripción

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de los hechos; y, también, son portadores de interpretaciones sobre esos mismos mensajes, con lo que contribuyen a la formación de puntos de vista. De este modo, los medios se constituyen como ventanas abiertas a la actualidad del mundo (Tuchman, 1978), capaces de organizar los hechos y las interpretaciones de los hechos que se suceden a nivel global. Pero, como explica esta misma autora, a menudo se favorece un discurso poco propicio para la deliberación pública, porque la sistematización fenomenológica de los medios suele conllevar una asociación con una ideología, frecuentemente la dominante en un país o contexto geográfico o cultural.

Autores como McQuail (2000), al sintetizar el conocimiento alrededor de los medios característicos de la comunicación de masas, aseguran que dichos medios pueden influir en las opiniones individuales e, incluso, conformar las percepciones de la realidad que tienen algunos grupos sociales. Esta influencia, como veremos a lo largo de las páginas del libro, es cada vez más discutida y controversial, sobre todo porque, con la emergencia de internet, la opinión pública se ha ido trasladando hacia la nueva esfera relacional, en la cual los medios cohabitan con otros agentes involucrados en la comunicación y en la participación social, como las redes sociales (Barredo, Oller & Buenaventura, 2013).

De este modo, hemos pasado del concepto de comunicación de masas -del medio a las multitudes-, a un escenario en transformación en que las multitudes construyen a los medios (Peñafiel, 2016). Autores como Stockmann & Luo (2017) mencionan, de hecho, la creación de una “opinión pública en línea” (p. 189), mediada por la participación

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masiva de los usuarios que, en términos globales, tiende a coincidir, bien entrado el siglo XXI, con la ciudadanía en general. La opinión pública digital se desarrolla a la par que los avances tecnológicos, favorecida por los mecanismos de interacción entre los usuarios. Un aprovechamiento de estos canales introduce nuevas formas de relacionamiento entre los usuarios (Van Laer & Van Aelst, 2010), aunque también entre los usuarios y los medios de comunicación, o entre los usuarios y las instituciones y organizaciones.

Pero la opinión pública, en cualquier caso, también puede concebirse como un mecanismo de control de los procesos de deliberación social (Noelle – Neumann, 1995). De hecho, como explica Castells (2017), la concepción habermasiana establece un espacio ideal en que los ciudadanos se informan y discuten las propuestas originadas al interior de los medios; sin embargo, lo que sucede, más bien, es que los ciudadanos tienden a confirmar sus opiniones desde los medios que consultan, con lo cual los procesos de deliberación se diluyen a favor de los sesgos que difunden los medios, y con los que concuerdan las audiencias. Y esto no solo sucede en los medios. La participación de los usuarios en las plataformas en línea no tiene por qué darse en un marco deliberativo, de revisión crítica de los problemas comunes, sino que, por el contrario, autores como Acebedo (2015) han observado que los aportes -en espacios como los comentarios de las noticias- se vinculan más bien con “la disputa simbólica por la hegemonía política” (p. 198), o como manifestaciones de polarización y de odio (Montaña, González & Ariza, 2013).

En el contexto del siglo XXI, la vigilancia y la manipulación de la opinión pública se ha ido intensificando

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mediante el establecimiento de mecanismos artificiales que simulan la participación de los usuarios, como las fake news o los bots, entre otros. Unos mecanismos cuyos efectos en las sociedades, como apuntan Lazer et al. (2018), apenas conocemos todavía, aunque cobran especial relevancia porque se consideran un “fenómeno global y generalizado” (Bradshaw & Howard, 2017, p. 3), utilizado por los distintos países para tratar de influir en la opinión pública, bien de sus sociedades, bien de otros contextos.

Pero, en cualquier caso, y a pesar de los problemas enumerados -que podrían ser, en última instancia, extensibles a otras esferas de la comunicación y la participación social, y no solo a aquellas mediadas por la tecnología-, el trasvase de los usuarios hacia las plataformas en línea es abrupto en el caso de los usuarios más jóvenes, y progresivo, en el caso de los mayores. Ello obliga a los medios de comunicación a escenificar una mayor creatividad (Zeng, Dennstedt & Koller, 2016), aunque también a replantear la conceptualización que los identifica, en aras de transformarlos en plataformas más innovadoras, más apetecibles, más abiertas al diálogo con las necesidades de los usuarios que los secundan.

Precisamente, mientras se redactan estas líneas, se percibe una primera tensión entre unos medios concebidos para un espacio público fuera de línea y otros que se han constituido alrededor de lo digital, como fruto de una transformación social que conllevan aparejadas las innovaciones tecnológicas. Al mismo tiempo, se percibe una segunda tensión entre las demandas de la ciudadanía de profundizar la deliberación en las organizaciones e instituciones -para las cuales los instrumentos persuasivos convencionales han perdido la

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eficacia-, que sustituyen la participación social a favor de estrategias activas de posicionamiento. Y también se observa una tercera tensión en internet, como espacio en disputa en que convergen medios de comunicación, grandes plataformas tecnológicas, organizaciones e instituciones comerciales y políticas, y en que colisionan intereses diversos y a menudo contrapuestos. Pero internet también es un espacio construido e identificado con unos ciudadanos cada vez más informados, en donde unos grupos más vulnerables -por disponer de un mayor acceso a los medios o a las plataformas-, coexisten con otros más resistentes a los manejos mediados por los intereses espurios, centrados en la monetización de la participación, en la extensión de las redes de influencia, en la distorsión de la deliberación.

En el trasfondo de estas tensiones se percibe el choque entre una concepción cultural asentada en el siglo XX -la comunicación de masas-, y, a la vez, una concepción cultural emergente, sobre la cual trata de documentar este libro.

Las siguientes páginas se han escrito a partir de una experiencia de tres años de estudios y de reflexiones sobre la relación entre medios digitales, participación y opinión pública, dentro del proyecto “Esfera pública y participación ciudadana”, financiado por la Universidad del Rosario (Colombia). Un fenómeno tan complejo como el que lleva por título exige una explicación basada en la interrelación entre teorías, descripciones históricas y resultados empíricos; sin embargo, abarcar todos los aspectos de la relación entre los medios digitales, la participación y la opinión pública resulta una tarea imposible, particularmente porque, al escribir estas páginas, están apareciendo nuevos problemas y soluciones;

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