El canto desde adentro, el ver al otro, sentir lo que un hermano de vida siente, detallar
el momento en que se separan los pétalos de un botón de rosa, y decir todo esto en
verso, nos hace recordar una candidez creadora que se traslada a la primera armonía
con la tierra, al campo, a la naturaleza y al ser humano no desligado de ella. En Brisa,
frailejón y sueños, los versos son espejo que confronta, recordando la humanidad
como parte esencial de las vivencias. Para Yrene Carrizo, el sujeto de sus poemas es el
simple hecho de despertarse día a día y que cada uno sea distinto, porque el día es la
interrelación con sus amigos, con los vendedores, los caminantes, con la brisa que ella
respira y contempla del mismo modo como se observa a las gentes. La completitud de
temas se puede entrever en este poemario donde música y palabra se entremezclan
para ser una sola voz. Se recuerda aquí los orígenes genuinos de la poesía –por lo
menos en nuestro carácter occidental– y se acentúa una transpare