La portada de esta paquette, es realizada con un formato de 14cm x 28cm, a la cual, se le aplican dos dobleces. A continuaciรณn, se muestra a la izquierda la doblada y en las imรกgenes de abajo, el tiro y retiro de la misma.
Ukumarito (voz quechua), representación indígena del oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa de San Isidro, en las proximidades de Santa Cruz de Mora. Mérida – Venezuela.
El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura a través de la Fundación Editorial el perro y la rana, con el apoyo y la participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela, tiene como objeto fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. Este sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una pequeña imprenta que le da paso a la publicación de autores, principalmente inéditos. A través de un Consejo Editorial Popular, se realiza la selección de los títulos a publicar dentro de un plan de abierta participación.
La Colección Gelindo Casasola, en su serie Palabra Inicial, proporciona a voces de la escritura más reciente la oportunidad de publicar sus primeros textos, en un formato de edición limitada como lo es la plaquette. Un galicismo heredado de escritores franceses de finales del siglo XIX y comienzos del XX, que en forma de folleto dieron a conocer su obra. Estas ediciones no son más que la continuidad del trabajo que dejaron, entre otros, El techo de la ballena, Talud, La draga y el dragón, La espada rota, Laurel, que de alguna manera inauguraron, en el ámbito editorial, estas novedosas publicaciones en el país. Aquí la palabra renovadora tendrá un espacio: una impronta en la literatura venezolana. Este formato incorpora la obra de artistas plásticos locales que complementan una publicación integral en un maridaje entre la palabra y la imagen.
Milagros Guarisma
Los amores de Pablito Pablín y Rosana
Fundación Editorial el perro y la rana Red Nacional de Escritores de Venezuela Imprenta de Mérida. 2010 Colección Gelindo Casasola / Palabra Inicial
Había una vez una joven pareja que creía alcanzar el sol con sus dedos…
A Pablito no le gustaba ir de mandado a la bodega “derecha a su casa”, porque así no podía ver a Rosana quien vivía del lado contrario a dicha bodega. Muchachita de hermosos rizos castaños que faraleaban su cara y se tornaban dorados con el sol; su cara adornada también con unos finos labios, frecuentemente repasados por el dedo índice de Pablito en aquellos cálidos momentos que solían vivir los adolescentes en su reencuentro de vacaciones escolares. Pablito era de cuerpo delgado y musculoso, de anchas espaldas, estrechas caderas y piernas de correspondiente anatomía… ¡tan bien conformado, que no parecía ser un cuerpo de sólo catorce años! En su cara, sus pobladas cejas daban protección a unos ojos de “tortolita” (paloma montañesa de Falcón), los cuales imprimían especial expresión infantil a su mirada, mientras que sus labios de marcada comisura, daban un toque de picardía a su sonrisa, dejando con
frecuencia al descubierto una blanca dentadura ortodóncicamente perfecta. Pablito y Rosana estudiaban en una de las mejores Escuelas Bolivarianas de la localidad; se caracterizaban por ser bastante aprovechados en sus estudios, lo que propició el acercamiento entre ellos; acostumbraban competir por las calificaciones y participaban además, en actividades científicas, culturales y deportivas, en las cuales siempre trataban –y mayormente lo lograban– llevarse el premio mayor. En eso de estar juntos para prepararse para sus exámenes y competencias, fue creciendo entre ellos tan grande admiración mutua que nació algo más que admiración: ¡Rosana y Pablito se hicieron novios! Rosana solía ir de vacaciones a casa de su tía Mercedes. Le encantaba ir con la familia a visitar a la tía Mercedes quien vivía en un lugar llamado por todos en casa “El Campito”;
en realidad se trataba de un sector rural a las afueras de Ciudad Bolívar, geográficamente llamado “El Carrizal”. Para Rosana era muy emocionante acompañar a tía Mercedes a dar comida a sus tres cochinos, a sus trescientas gallinas rojas en un gran corral, a su pareja de gallo y gallina llamados “Ramón” y “Violeta”. También le emocionaba ver a su tío Alcides (profesional desertor de la vida citadina) recolectar y enguacalar los huevos, y observar con él cómo los huevos de “Violeta” eran encubados para que nacieran los pollitos. Le parecía interesante todo lo que hacía su tío para ganarse el sustento. Esos huevos eran repartidos en Ciudad Bolívar; además, él arreglaba mecánicamente los jeeps de los trabajadores de la tierra y de los criadores de ganado del sector. A Pablito le encantaba cuando la familia alquilaba una casa de playa en Tucacas, Edo. Falcón; 10
por lo general, se unía su familia con la familia de tía Marcela porque así se reunía con sus primos. Pablito no pelaba hacer su colección de recuerdos para Rosana, como piedritas brillantes, caracolitos y plumas rosadas dejadas por ciertas garzas. En sus reencuentros después de vacaciones, la parejita solía vivir momentos muy cálidos, que iban de las mutuas manifestaciones de ternura con el intercambio de regalos hasta los más intensos contactos físicos, los cuales siempre eran controlados por Rosana, quien acostumbraba salir con “la norma de la pareja”: “no debemos llegar a actos de adultos”, “¡cuidado con un embarazo!”. Y allí pasaban a recordar las anécdotas del inicio de su noviazgo con diálogos como éste: —Rosi, ¿recuerdas cuando teníamos 12 y 13 años? Yo contaba los días para que llegara el día de tu cumpleaños porque sólo ese día me permitías darte un beso de piquito en la boca. 11
—Jajaja –riendo Rosi– pero ahora… ¡si por ti fuera…, con tal, todo quede sólo en besitos y besotes! Luego de esos diálogos, la pareja tocaba temas serios como avances para el tratamiento del SIDA, explicado por la profesora de Ciencias Físico-Naturales en clase de Biología. Pablito contaba cómo le impresionaba el comportamiento de su prima Lucía en Caracas, pues ésta lo primero que hacía al salir con su novio era meter un condón en la cartera y siempre estaba bajando por internet imágenes sexuales que iban desde las más científicas y “normalitas” hasta las más perversas de relaciones, no de parejas entre hombre y mujer, sino de dos mujeres y un hombre, de dos hombres o dos mujeres: —Bueno... ¡De todo hay! –agregaba Rosana. 12
—Una vez –siguió contando Pablito– me invitaron a una discoteca, Lucía y su novio, y resulta que la discoteca era un sitio donde se veía en el salón de baile, a dos muchachas bailando y acariciándose y a dos hombres en el mismo plan. —¡Esto está perdido… hay que cuidarse de todo! –dijo Rosana. Al fin en quinto año, Rosana y Pablito sa-lieron de vacaciones como siempre, pero el reencuentro esta vez se tornó algo triste, pues a Pablito le salió una beca para hacer estudios superiores en España y tuvo que irse ese año. Durante los primeros meses se escribían por internet, casi a diario, luego semanalmente, mensualmente, hasta llegar un momento en que no se comunicaron más. 13
Un buen día, pasados ya los años, Pablito ofreció una visita a Rosana pero, ¡ya no era Pablito!, era ¡el doctor Pablo!, quien se encontró con la profesora Rosana que lo esperó con su esposo e hijos en la sala de su casa. Y en algún lugar muy especial quedaron dormidos: las piedrecillas, caracolitos y plumas, como un bello recuerdo de los amores de Pablito Pablín con Rosana…
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