Santa Elena en el tiempo version digital

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HUMBERTO LARA

Santa Elena en el tiempo

estado Vargas



Ukumarito (voz quechua), representación indígena del oso frontino, tomada de un petroglifo hallado en la Mesa de San Isidro, en las proximidades de Santa Cruz de Mora. Mérida – Venezuela.


El Sistema de Editoriales Regionales (SER) es el brazo ejecutor del Ministerio del Poder Popular para la Cultura para la producción editorial en las regiones, y está adscrito a la Fundación Editorial El Perro y la Rana. Este Sistema se ramifica por todos los estados del país, donde funciona una editorial-escuela regional que garantiza la publicación de autoras y autores que no gozan de publicaciones por las grandes empresas editoriales, ni de procesos formativos en el área de literatura, promoción de lectura, gestión editorial y aspectos comunicacionales y técnicos relacionados con la difusión de contenidos. El SER les brinda estos y otros beneficios gracias a su personal capacitado para la edición, impresión y promoción del libro, la lectura y el estímulo a la escritura. Y le acompaña un cuerpo voluntario denominado Consejo Editorial Popular, co-gestionado junto con el Especialista del Libro del Gabinete Cultural estadal y promotores de literatura de la región.


Humberto Lara

Santa Elena en el tiempo

Fundación Editorial el perro y la rana Sistema de Editoriales Regionales-SER ¦ Mérida. 2017 Colección Juan Félix Sánchez Edición Digital


Primera edición impresa 2013 © Humberto Lara © Fundación Editorial el perro y la rana, 2013 Segunda edición digital 2017 © Humberto Lara © Fundación Editorial el perro y la rana, 2017 Ministerio del Poder Popular para la Cultura G-20007541-4 Centro Simón Bolívar, Torre Norte, Piso 21, El Silencio, Caracas – Venezuela 1010 Telfs.: (0212) 377.2811 / 808.4986 http://www.elperroylarana.gob.ve coordinaciondels.e.r@gmail.com @perroyranalibro Fundación Editorial Escuela El perro y la rana Sistema de Editoriales Regionales-SER, Mérida Calle 21, entre Av 2 y 3. Centro Cultural Tulio Febres Cordero, nivel sótano Mérida – Venezuela merida.ser.fepr@gmail.com @SNIMerida Imprenta Mérida

Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida – FUNDECEM Corrección Gregorio Suárez Diseño y diagramación YesYKa Quintero Portada © Natalio Lara Primera casa en la entrada de Santa Elena Técnica: Oleo sobre tela Tamaño: 1mts x 0,70mts Depósito Legal: DC2017000572 ISBN: 978-980-14-3704-8


Humberto Lara

Santa Elena en el tiempo



Dedicatoria A la memoria de mis padres: Máximo de la Trinidad Lara y Elisa Carrillo. A mis hijos Alexander, Atahualpa y Tanya Lorena. A mis nietos Máximo Alessandro, Adriana Carolina, María Victoria, Elda Lorena y Atahualpa Alejandro. A mis hermanos y demás familiares. A todos.



Para que este libro sirva de historia y conocimiento de nuestros antepasados y nos permita recordar que somos acontecimientos.

Agradezco a Heriberto Briceño, Leonardo Mora, Demetrio Rangel, Hugo Torres, Oswaldo Gutiérrez, Alfonso Araque, Alejandro Araque y Rigoberto Parra (Palomo) por los datos aportados en la construcción de esta memoria; P Sacerdote y Jesuita Clive Mendoza por facilitarme la nota biográfica sobre la Santa Elena, a María Gabriela Díaz por ayudarme a ordenar y transcribir los textos, a Gregorio Suárez López por las sugerencias en cuanto a precisar datos y fechas, y sobre todo, su orientación en favor del toque narrativo presente en varios pasajes del libro. Mi gratitud a todos.



Anécdota inicial La ciudad de Mérida está situada al occidente de Venezuela en un lugar privilegiado a 1.650metros sobre el nivel del mar, con clima agradable de bosque nublado. Hacia el sureste de la ciudad se encuentra el barrio Santa Elena, del cual no se ha escrito nada, o casi nada, por lo que nos ocupamos en contar algunas vivencias. Este anecdotario se escribió para su publicación en el marco de los 450 años de la fundación de Mérida y no se hizo por causas de fuerza mayor. Santa Elena se encuentra circundada, al norte, por la escuela Rafael Antonio Godoy; al este, por el cauce del río Chama; al sur por el Hospital Universitariod de los Andes, y al oeste por la Avenida 16 de Septiembre. Comentaban nuestros antepasados que el relieve de esta zona, antes de ser urbanizado, estaba poblado de árboles y arbustos como bucares, guamos, cínaros, surures, higuerotes, curos cimarrones, animes, uvitos y el escaso miyelico. Todas estas plantas formaban un espeso bosque que servía para la procreación de una gran variedad de aves: urracas, pavas, paujíes, gonzalitos, turpiales, chorchos, niguaces, palomas rabo blanco, torcazas, cacaítas, trigueñitos, copetones, tijeretas, torditos, paparotes; además de otros animales: ardillas, puercoespines, cachicamos y rabipelados. En barzales y montones de piedras, bandadas de perdices dejaban nidos de huevos y los tornasolados colibríes se veían de flor en flor. Todos emigraron o desaparecieron a medida que la mano del hombre destruía los bosques para dar paso a las siembras. Solo quedaron, en la ribera del Chama, los guamos y bucares, benefactores para el cultivo del café.

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Finca de los paoli y del coronel horacio mora El señor Heriberto Briceño en 1995, con plena lucidez a sus 109 años, contó que el francés Alecio Paoli, adquirió los terrenos donde hoy se levanta Santa Elena, mediante gestiones hechas ante la municipalidad de Mérida en 1923. Allí logró establecer una pequeña finca de frutos menores. Cuando fallece Alecio le sucede su hermano Rafael, quien por causas que se desconocen cayó preso y, en el peor calabozo de la cárcel de Mérida, llamado El Rastrillo, aqui falleció. La finca fue adquirida en 1935 por el Coronel Horacio Mora Sánchez, nacido en Rubio, estado Táchira en 1887, quien realizó estudios castrenses durante el gobierno del General Juan Vicente Gómez (para esa época se ingresaba a la Academia Militar con sexto grado). Se casó con Blanca de Mora y tuvo doce hijos. El Coronel era muy conocido y bien relacionado, tan así es, que mantuvo compadrazgo con el General Gómez. Sin experiencia en fincas, el Coronel Mora acudió a su hermano Manuel, quien sí la tenía, para que se la administrase. Comenzaron por sembrar caña de azúcar. La cultivaron en lotes de terrenos repartidos con los señores Rafael Rangel, Heriberto Briceño, Miguel Rondón y Encarnación Bermúdez, obteniendo siembras muy prósperas. En aquellos días se podía observar la vistosidad de los cañaverales, todo un paisaje verde ondeado por el agradable y fresco viento merideño. Coronel Horacio Mora. 1935


Al inicio utilizaron un trapiche rústico para moler la caña con solo dos obreros, Heriberto Briceño como parrillero y Julio Rivas, fondero. Pero el crecimiento de la producción obligó al Coronel Mora, a adquirir un trapiche movido por motor diesel en 1939, lo que a la postre arrojó mayor rendimiento. Como nunca faltan los inconvenientes, hubo desaciertos en el manejo del nuevo trapiche, lo que impacientó al Coronel Mora y casi que claudica, pero el optimismo y ánimo de su hermano Manuel evitó esa decisión. Paulatinamente la hacienda se transformó en una fuente de trabajo para los habitantes cercanos y generó muchos beneficios a labriegos. Todos los que estaban vinculados al quehacer de la finca sentían admiración y respeto por el Coronel. Algunos obreros compartían sus cosechas de yuca o plátano con el Coronel, ya que él les facilitaba, benevolentemente, parcelas para la siembra. En la hacienda también producían carbón. Lo hacían en las cercanías del río Chama utilizando trozos de guamo y cínaro; los enterraban en huecos y le prendían candela, los tapaban con piedras, tierra y ramas; cuando estaba en su punto, le regaban agua para disminuir el humo. El carbón obtenido lo usaban, una parte en la misma hacienda, y el resto lo vendían. Llegó el día en que su hermano se retira del negocio, pero ya el Coronel había aprendido y siguió adelante con su hacienda.

El trapiche El trapiche fue instalado en el sitio donde existe la prefectura de la Parroquia Domingo Peña, en la calle 6. Es de reseñar que por este sector pasaba una que-

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brada que le decían El Cequión y era utilizada para surtir de agua al trapiche. Los obreros la bifurcaban para el riego de los cañaverales y cafetales hasta su desembocadura en el río Chama. La actividad del trapiche era intensa. Lo demostraba la gran cantidad de obreros en su trajinar diario. En algunas oportunidades trabajaban hasta altas horas de la noche por lo que el torreón siempre estaba echando humo. En la avenida El Milagro, doble vía de recuas y llamada en un principio “calle ciega”, constantemente se veían mulas cargadas de caña que traían de otras haciendas para ser molida en el trapiche de Santa Elena, porque los otros trapiches que funcionaban con bestias daban resultados muy lentos. Moler caña de otras fincas o haciendas le daba buenas ganancias a Santa Elena. Los fines de semana era un desfile de mulas por la avenida El Milagro cargando las pacas, cada una de veinticuatro panelas. En esa avenida, en la amplia casa Nº 1-13, ocupada por la familia Rangel, comían diariamente los obreros que laboraban en la hacienda. El cultivo del café también se realizó a gran escala. En tiempos de cosecha, hombres y mujeres con canastos amarrados en la cintura recogían las frutas rojas para procesarlas. Aquello era un cuadro en movimiento. Después que eliminaban la pulpa y asoleaban las semillas en grandes patios de cemento, las trasladaban en sacos al Rafael María Peña galpón de la viuda Camargo, ubicado

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en la avenida 2 Lora. Allí almacenaban el café proveniente de varias fincas; lo vendían al detal y al mayor. Uno de los primeros obreros en el ramo del café fue Rafael María Peña, apodado Tata, que luego pasó a ser caporal.

Por qué el Coronel Mora denominó a su hacienda Santa Elena Por su formación católica el Coronel Mora fue devoto de Santa Elena. La veneraba y la alumbraba con mucha frecuencia. Convenció a sus familiares y obreros que le tuvieran fe, porque según él, la mayoría de sus éxitos se debía a esa Santa. Celebraba su día con mucha solemnidad, fiesta a la que invitaba a todos los que estaban cerca de su radio de acción.

La Santa Elena La tradición asegura que Elena (248-328 d.c.) se casó con el oficial romano Constancio I Cloro, quien se hace emperador del 305 al 306 d.c., año en que muere. Elena vivió con él en muchas guarniciones del Imperio Romano y de su unión nació el futuro emperador Constantino el Grande. Parece ser que para el año 292 d.c. fue repudiada por su propio esposo, razón por la cual ella se dedica al peregrinaje religioso. Cuando su hijo Constantino sube al trono imperial en el año 306 d.c., la invita para que viva con él en la corte; la colma de honores, le da el título de Augusta e incluso acuña monedas con su efigie. Santa Elena fundó la iglesia del Santo Sepulcro y es principalmente recordada porque se le asocia con el descubrimiento del madero en que fue crucificado

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Jesucristo, la llamada Veracruz, la cual fue dividida en infinitos trozos y repartida por toda la cristiandad. Su festividad se celebra el 18 de agosto.

Ocaso de la hacienda Después de años de ser explotada la Hacienda Santa Elena, su dueño, ya doblegado por el cansancio y dolencias musculares que van dando los años, decidió poner fin a esas labores, y poco a poco la fue liquidando. Las autoridades gubernamentales de aquel entonces le propusieron comprarle el terreno para urbanizarla. El coronel no aceptó la oferta: Por cuenta propia parceló toda la parte plana. Con el propósito de ayudar a la gente de bajos recursos económicos fue vendiendo y fiando los terrenos por lotes. Los que se encontraban en lugares pedregosos y barrealosos los ofertaba a uno y dos bolívares el metro cuadrado, y los de mejores condiciones los ofrecía entre tres y cinco bolívares en 1947. La mayoría de los compradores le quedaron debiendo. El Coronel Horacio Mora murió en la ciudad de San Cristóbal el l5 de marzo de 1958. Actualmente, en el barrio Santa Elena, aún viven dos hijos del Coronel Mora: Leonardo Mora, en la calle 6 al lado de la Prefectura, y Freddy Mora, en la casa Nº 8-058, calle 8, anexa al módulo de servicio.

Fundadores del barrio Santa Elena Al señor Heriberto Briceño, nacido en el año 1886, y otros que nacieron con el siglo XX, tal como Rafael María Peña (Tata), Máximo Lara y Rafael Rangel, podemos apuntarlos como los fundadores del Barrio Santa Elena.

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Heriberto Briceño en su cumpleaños 113 (12/12/1999)

Máximo Lara, mi padre, vivió cerca del camino que más tarde se transformó en la Avenida 16 de Septiembre. Aledañamente, un poco más abajo de una casona o pequeño monasterio de religiosas, Tulio Febres Cordero frecuentaba su casa de campo, y a veces visitaba el trapiche de otra hacienda que quedaba donde hoy día se ubica la iglesia San Juan Apóstol de Santa Juana. Máximo Lara trabajó como obrero en el trapiche de esta hacienda, también fue amigo y vecino de Don Tulio. Años más tarde, nos mudamos a una casa colonial ubicada en Campo de Oro, que al tiempo fue demolida para dar paso a las instalaciones del Hospital Universitario. En 1943, mi padre conoció a Alberto Carnevali, con quien hizo amistad y logró negociar una casa en la entrada del barrio Santa Elena, frente al actual semáforo. En la proximidad vivía Miguel Rangel, poseedor de unos corrales de ordeño, que junto a los amplios potreros y buenos pastos hacía la estancia amena y próspera. Además, nos beneficiábamos de una fuente de agua cristalina que pasaba serenamente hasta desembocar en el Chama. Hoy añoro aquella casa que para mí fue una mansión. Su sala principal sirvió para grandes fiestas, bautizos, matrimonios y hasta para velorios. Recuerdo, y

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aún se me paran los pelos de miedo, que recién llegados a esa casona, al cambiar las baldosas del piso y las tapias de embarre, conseguimos muchos pelos y huesos que parecían de muertos. Después de larga vida al pasitrote del tiempo aquella numerosa familia que parecía una escuela en la mansión de los recuerdos unos murieron otros se fueron y uno de los que queda que le da calor a la casa no solo escribe o cuenta si no le falla la memoria aquellas remembranzas o sencillamente la historia del barrio Santa Elena.

Constructores Buenos albañiles eran Heriberto Briceño y Orangel Rivera quienes construyeron las primeras casas: la de Arturo Sosa, de Leonidas Uzcátegui, de Pedro Rondón, de los hermanos Víctor y Lucía Uzcátegui, entre otras. Fueron, por decirlo de alguna manera, los primeros maestros de obra. En el año 1946 se constituyó la empresa Hermanos Vielma Muñoz Constructores. En el año 1953 se registró con el nombre Constructores Cecilio Vielma Hermanos, donde se incluyeron Feliciano González, Rómulo Rangel, Pedro Vivas, Bartolo Camacho, Carlos Lobo y Ho-

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racio Mora (hijo del Coronel Mora). En aquel entonces, Víctor Contreras, director de la Banda Marcial del Estado Mérida, estableció la primera concretera y permitió terminar algunas casitas de paredes de embarre, techos de paja o de láminas de zinc, con sus correspondientes letrinas y pozos sépticos, las puertas de las casas las aseguraban con fuertes trancas de un árbol llamado verdenás. El agua de uso doméstico nos la servían manantiales naturales, sobre todo las llamadas manas, que más bien eran ojos de agua cristalinos asomándose entre las piedras y las raíces de los pomarrosos o los maitines. El ingeniero Román Eduardo Sandia al servicio de Obras Públicas de Mérida, en los años 63 y 64, dirigió la construcción de las aceras y la pavimentación de las calles del barrio. En esa obra trabajaron los señores José Sánchez (Chucho) y Baudilio Valero. El maquinista Ángel Hernández, popularmente conocido como burro Ángel, fue quien patroleó las calles y el área de la Plaza Miranda. En el año 1947 se inició la construcción de las viviendas con bloques de cemento, tejas, asbesto o zinc. Para llevar los bloques al sitio de la construcción, pagaban una locha (doce céntimos y medio) por cada camión descargado. El Coronel Mora facilitó el agua a través de una tubería que iba de su casa hasta una tanquilla en la Plaza Miranda. Desde allí la gente trasladaba el agua en baldes o perolas a sus respectivos lugares. Hecho curioso, y admiración de muchos, fue la pareja de inmigrantes yugoslavos: el señor Eugenio Krupij D. y su esposa Zenowia H. de Krupij. Construyeron, ellos mismos, su vivienda; él hacía las veces de albañil y ella de ayudante. Lograron una de las primeras casas

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en la calle 4, la Nº 1-66. El señor Krupij gozó de buenas credenciales, lo que le permitió ingresar a la Universidad de Los Andes como tipógrafo y se convirtió en el fundador de los Talleres Gráficos Universitarios. Su hijo, Valentín Krupij, se incorporó a dichos talleres como auxiliar y corrector. Con su labor, la familia Krupij animó tanto a los primeros moradores del barrio que en Esposos Krupij agosto del año 1947, ya se habían transformado en casas los pocos ranchos que había. En el transcurso de los días muchos interesados compraron parcelitas a precios irrisorios como dijimos anteriormente. Trazaron calles y demás infraestructuras; para ello contaron con el maestro de obra Tomás Díaz Torres quien ocupó la casa Nº 1-9 de la calle 4, hecha por él mismo. Fue un maestro de obra muy calificado. Descifraba los planos con gran destreza y realizaba instalaciones eléctricas y de plomería. El barrio fue creciendo paulatinamente. Gente oriunda de El Morro, Santa Catalina, pueblos del sur y de otras zonas del Estado Mérida, se sumaron a la actividad germinal de Santa Elena. Desde esos lugares llegaron: el señor Gaspar Durán Méndez y las familias Lara Carrillo, Bermúdez Espitia, Valero Avendaño, Parra Rojas, Guerrero Chavarri, Sánchez Aliso y Uzcátegui Rojas. A Santa Elena, en el transcurrir del tiempo, se le anexó El Paraíso, zona del antiguo Municipio Llano Grande conformada inicialmente por las familias Suárez, Peña Guerrero, Calderón Guerrero, Peña Ariaño, Peña Lobo, Ramírez

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Hernández, Rondón Morales, y los señores Gregorio Zerpa y Rodulfo Peña (Palillo).Habitaron por primera vez la avenida Buena Vista las familias Molina Leal y Ramírez Flores. Durante la década de los sesenta se pavimentaron las calles y se establecieron los servicios públicos de manera organizada. Actualmente el barrio está constituido por quinientas viviendas y aproximadamente cinco mil habitantes, muchos de ellos en la categoría de población flotante.

RELIGIÓN A pesar de que la mayoría de los habitantes son católicos, Santa Elena nunca tuvo iglesia. El Coronel Mora había seleccionado un terreno para construir una, pero nunca se hizo, y ese espacio fue utilizado en la construcción de garajes y talleres mecánicos. Los feligreses asistían a los oficios religiosos en la fábrica de tubos de cemento La Institucional, donde en la actualidad está ubicada la Urbanización Juan XXIII. En ese lugar, el padre Zavala oficiaba la misa los domingos. En el año 1958 el padre Roberto Dávila fundó la iglesia San José Obrero, en el barrio que lleva ese nombre. Las orientaciones preparatorias para la Primera Comunión y la Confirmación se facilitaban en la Casa Hogar o en la iglesia El Llano. La expresión Allá van los católicos a cumplir con sus obligaciones religiosas aún la escucho en mis recuerdos.

La escuela En 1945 el gobierno del Estado estableció una Escuela Unitaria en el lugar que le decimos calle principal

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El Paraíso, en la casa de la familia Peña, vivienda que aún existe (anexa al INCES). Para ese tiempo había pocas casas y estaban separadas entre sí. Una joven morena, alta y austera fue nuestra primera maestra. Sólo recuerdo su nombre, Cecilia. Éramos pocos alumnos y se asistía a clase en dos turnos, de ocho y media a doce de la mañana y de dos a cuatro de la tarde. Luego la escuela fue trasladada a la avenida El Milagro, en la casa de la familia Uzcátegui Rojas, hoy día con el Nº 1-44. Las maestras eran: doña Rita de Aranguren en primer grado, Josefina Espinosa en segundo Esquina de la primera escuela. y Dora Contreras en tercero. Sector El Paraíso Austeridad y rigidez resaltaba en las primeras aulas. Cuando el alumno se portaba mal, no cumplía con las tareas o desobedecía alguna orden, era reprimido. Los alumnos agachaban las orejas; les hacían extender las manos y les daban unos palmetazos. ¡Ay! de quien se burlara o comentara sobre esos castigos, porque le aplicaban la misma dosis. Otro castigo consistía en arrodillar al alumno sobre granos de arvejas con los brazos extendidos y con una piedra de cierto tamaño en cada mano, como si estuvieran pagando una promesa. Era aquél un método despiadado destinado a desaparecer. A mediados del año 1949 la escuela ubicada en casa de la familia Uzcátegui Rojas, fue mudada a casa de la familia Lara, Nº 1-13, donde daban solamente tercer grado. Se destacaron las maestras Dora Contreras y Elba Salas, quienes dieron un trato más amable a sus educandos e hicieron crecer la matrícula. Los padres y

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representantes iban teniendo más acercamiento hacia las maestras que, con frecuencia, los fines de semana, en particular los sábados, daban catecismo e historia sagrada. Los representantes las congratulaban enviándoles albricias con los alumnos. Después, cuando la escuela fue trasladada a la casa del Coronel Mora, se llamó Escuela Concentrada. La matrícula aumentó y requirió de cuatro maestras, doña Rita de Aranguren, doña Eva de Lobo, Josefina Espinosa y la Directora, Gregoriana Peña de Avendaño. Se establecieron grados de primero a sexto. En 1954, en la casa del señor Tomás Díaz Torres, calle 4, funcionó una escuela particular de los padres Jesuitas, de primero a tercer grado, horarios mañana y tarde. La maestra se llamaba Cristina Sosa. En el año 1958 la situación política en Venezuela era muy susceptible debido a la caída de la dictadura del General Marcos Pérez Jiménez. Mérida no escapaba a esa circunstancia y la educación se veía afectada. Las escuelas Rafael Antonio Godoy, Vicente Dávila y Gonzalo Picón Febres no estaban normalizadas en sus actividades educativas. Esto ameritó que fundaran, por Decreto Municipal, el Grupo Escolar 23 de Enero, en octubre de 1958, en la avenida El Milagro; era presidente Pedro Pulido y Lucas Rincón el encargado de la parte educativa. Muchos años después a dicha escuela se le asigna el nombre de Filomena Dávila Nucete, por disposición del presidente de Concejo Municipal Jesús Rondón Nucete, en homenaje a la maestra merideña homónima. Fueron de gran apoyo, para el resurgimiento de la escuela, la profesora Isidora de Sánchez, primera Directora, y las profesoras Romelia Pulido y Carmen Elena Nava.

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El cariño, la lucha, la buena voluntad de estos maestros fundadores y otros más que posteriormente se incorporaron al plantel de la Institución, lograron que se impartiera la educación preescolar y primaria hasta sexto grado. Debemos recordar y agradecer el aporte dado por otras docentes, como la profesora Paulina de Maldonado, María Romero de Díaz, Carmen Omaira Palma y Tania Sosa, quienes fueron sus Directoras e hicieron de éste un lugar de excelencia. También las profesoras María Haydee Espinoza, Rosario Nava, Lucía Maldonado, Doris de Venero, Lilian Uzcátegui, Carmen de Cepeda y Haydee Rivas dieron un gran aporte para elevar el nivel educativo y pedagógico en pro de la educación merideña. En la actualidad, en esta Institución, se imparten las actividades en el horario de siete de la mañana hasta las doce del mediodía, en los niveles de preescolar, primera y segunda etapa. Cuenta con dieciséis docentes, tres auxiliares, una secretaria, seis bedeles y doscientos cincuenta alumnos. En 1972 surge la escuela 23 de Enero, en la casa Nº l-5, calle 9, atendida por las maestras Fidelia de Sosa, Emma Noguera de Sánchez y Carmen de Téllez. En 1975 se le da el nombre Fray Juan Ramos de Lora, en honor a ese insigne obispo fundador de la Universidad de Los Andes, en el aniversario 190 de esa casa de estudios. Desde marzo de 1980 la escuela Fray Juan Ramos de Lora se instala en la misma edificación de la escuela Filomena Dávila, en el turno de la tarde. En el período 2007-2008 se incorpora a las actividades pedagógicas un Centro Bolivariano de Informática y Telemática, con dos facilitadoras encargadas de alfabetizar al personal de la Institución, alumnado y la comunidad.

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Estas dos escuelas, con todo el apoyo institucional posible, son consecuentes con el ideario de nuestro Libertador: Moral y luces son nuestras primeras necesidades.

Los cuentos de la maestra Eva La maestra más pintoresca en letras, de segundo y tercer grado, era Eva María Rodríguez de Lobo (Doña Eva). Se desenvolvía en la docencia con integridad bondadosa y se destacaba por tener una letra muy bonita que lucía en las rústicas pizarras de entonces. Los padres se mostraban contentos porque sus hijos salían bien preparados y con buenos modales. Impartía las clases en su casa, en la actual Eva María Rodríguez avenida Gonzalo Picón. El último día de clases de la semana ella amenizaba, el final de la jornada, echando cuentos a sus alumnos. Una vez contó el caso de unas brujas colombianas, llamadas maleteras, que pasaban la frontera hacia Venezuela volando de noche en sus escobas, cargadas de bolsos y maletas apretadas de ropa y otras cosas afines. Descansaban en maitines y seguían la tentadora ruta a Mérida donde vendían todo el contrabando. Tales mujeres a veces eran detenidas por las autoridades policiales, las encalabozaban en La Alcaidesa, cárcel para mujeres, las desnudaban y las bañaban con una manguera a presión para que dejaran el oficio de contrabandistas. Daban gritos muy feos ¡ay! ¡ay! ¡ay! qué fría está el agua.

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Otro cuento era de cómo la gente de antes guardaba los reales. En ese tiempo no existían bancos y el dinero que circulaba eran monedas. Entonces colocaban la plata en una chirigua, múcura de barro, o en baúles de madera, y los enterraban en la pata de un árbol, en bases de paredes en ruinas o en otros lugares estratégicos. Después de morirse el dueño del valioso entierro, por las noches aparecía un cocuyo sobre el lugar secreto donde estaban ocultas las monedas. La luz parpadeante llamaba la atención, pero cuando los buscadores llegaban al sitio encontraban una culebra, un sapo gigante, un tigre u otra rara criatura. Primero había que vencer el propio miedo, y luego descifrar el conjuro para lograr desenterrar el tesoro. Era un total misterio. Estos exploradores nocturnos utilizaban una aguja detectora de metales, y su equipo de herramientas disponía de pico, pala, palín, chícura y barra. Para darse valor en plena oscuridad, porque los entierros se buscan justamente a la media noche, llevaban una botella de aguardiente, escapularios y agua bendita para regarla donde se suponía estaban los reales. Una cajita de fósforos y unas velas ayudaban a soportar el sombrío lugar. Pero si se oía una voz de ultratumba que decía… y por qué no se van a acostar más bien… había que poner las de batir barro a correr paticas pa´ qué te tengo. Algunas veces, los más decididos y valientes, corrían con suerte. Después de tanto sudar miedos sacaban aquéllas tinajas repletas de oro o plata y, de la noche a la mañana, se hacían ricos. Otros en cambio eran víctimas de su propia ambición, porque cuando estaban sacando el tesoro deliraban estos rea-

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les son para mí y van a ser para disfrutar, tomar aguardiente, conseguir mujeres, viajar lejos. El que vive de ilusiones muere de desengaños y todo aquel tesoro se convertía en vidrio, piedras y metras.

Vivencias de nuestra juventud Un pintor catire, pelo largo y chivudo llevaba consigo una paleta con muchos colores y demás útiles de pintura. Se detuvo a pintar una casa de bahareque con techo de paja que estaba detrás de la actual iglesia San José Obrero. Alrededor, grama verde como una alfombra; en el amplio patio de la casa, aves de corral de un sitio a otro buscando qué picotear; también lucía un arbolito su cargamento de toronjas; en un azahar florecido entraban y salían pájaros cuidando su nido. Al aire libre y sobre el atril donde descansaba el lienzo, el pintor plasmaba el paisaje con su pincel. Nos sentamos varios curiosos, sin fastidiar, en la grama a observarlo detenidamente. Estábamos gratamente impresionados por lo que él hacía. Al terminar recogió sus enseres y caminó hasta Santa Elena, siguió pintando debajo de un árbol con vista al Chama. Silenciosamente lo seguimos. Después se marchó y no lo vimos más nunca. ¡Era un artista! Hacíamos papagayos o cometas con tiras de carruzo, papel seda y largas colas de trapo que elevábamos con rollos de pabilo a orillas de las barrancas del Chama. Veíamos plácidamente cómo subían las cometas que a lo lejos se confundían con bandadas de zamuros que rondaban el lugar atraídos por alguna carroña; o nos concentrábamos contemplando grupos de águilas que jugueteaban en los cielos.

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Un gran bosque de bucares y abundante pasto se extendía donde hoy día se ubica el Hospital Universitario y la Facultad de Farmacia. El lugar se nos tornaba misterioso porque algunas personas mayores nos asustaban diciéndonos que no nos metiéramos por los caminos del bosque, ya que en los atardeceres se oían los gritos de La Llorona y El Ánima Sola… ¡Ayyy! ¡Ayyy!... ¡Ayyy!... Eran cuentos de camino. En ciertos lugares entrando al barrio había tremedales. Los barbascales invadían charcas y fuentes de agua con sus orillas cubiertas de berros. Lo que se conoce como El Paraíso era una expansión de áreas verdes con cercados de piedra para retener el ganado y las bestias. Se observaban sitios de grama, variedad de pastos, musgos, helechos y enredaderas espinosas como la zarzamora, donde las sabandijas se dejaban ver buscando insectos. En los huecos de los cercados también se notaban las inquietas comadrejas rojas y negras a la caza de ratas y culebras. En las épocas de lluvia, bandadas de patos guiris, yaguazos, y otros de plumaje blanco, azul y negro (farrafarros) surcaban los espacios azules del cielo. Reposaban de su vuelo en las lagunas, una cercana al actual mercado Periférico, y la otra donde años más tarde se levantaría el hospital universitario. Ahí, las alegres aves, chapoteaban y se divertían comiendo gusanos, lombrices y pasto tierno. Algunos cazaban los patos con escopetas rústicas, de esas que usaban con fulminantes, tacos y pólvora. Otros los agarraban vivos en trampas. Sabrosos aquellos sancochos de pato a la guariney, con mucho ajo y otros aliños. La ciudad de Mérida llegaba hasta la plaza Glorias Patrias. Allí, alrededor de una redoma, giraban los carros hacia la avenida 2 Lora, y retornaban al centro. Dentro

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de la redoma había una estatua de bronce representando a una india que sostenía entre sus manos y su cabeza una tinaja, y por la boca de esta, caía abundante agua. En ese lugar perduró la efigie por varios años. En relación con las diversiones, bien recordamos los carnavales de entonces. Nos alegrábamos al ver las reinas por las calles de la ciudad montadas en carrozas muy bien adornadas, desde donde lanzaban, a diestra y siniestra, caramelos, paqueticos de bombas para jugar con agua, puños de uvas y monedas (puyas, lochas y medios). A ese lanzamiento de cosas le decíamos grulla y gritábamos, ¡grulla! ¡grulla! ¡tiren grulla! Eramos una algarabía de muchachos por las calles recogiendo todo lo que lanzaban. Luego competíamos en carreras de sacos, en el palo encebado, en la moneda pegada en un sartén y en otras actividades que entusiasmaban a la concurrencia. En Glorias Patrias colocaban piñatas: ollas de arcilla cubiertas con papel de colores llenas de juguetes metálicos o plásticos, caramelos, galletas y confites. En Semana Santa cumplíamos con los oficios religiosos. Visitábamos los altares que hacían los sacerdotes en las iglesias de la ciudad, escuchábamos los sermones, la prédica de las siete palabras, atendíamos con interés y reverencia el Popule Meus (pueblo mío) de José Ángel Lamas. Nos divertíamos jugando trompo en las competencias llamadas troyas. Zumbaban las rústicas peonzas de cínaro o naranjo, labradas por nosotros mismos, y que hacíamos girar con guarales donde el herrón agudo pegaba fuerte y se hacía sentir. Algunas troyas eran tan reñidas que terminaban en trompadas. También el juego

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de metras era tradicional para esta fecha. Pero otros se reunían con sus familiares y amigos para jugar dados, bingo, lotería, y con las barajas nueve, treinta y uno, ajíley o caída militar y lo más divertido el dominó El cine Glorias Patrias nos sirvió de esparcimiento cuando aún no existía el cine Miranda; el costo de la entrada era de un bolívar. Sin embargo, ver una película resultaba algo penoso porque el cine estaba plagado de pulgas. Emocionados y con la firmeza de aguantar la picazón logramos ver Los Hermanos Villalobos, la serie Los Tambores de Fu Manchú, El Mozo. Y como éramos aficionados a la lucha libre, cuyas películas también estaban de moda, vimos con mucho interés El Enmascarado de Plata, El Dragón Chino y otras que nos llenaban de emoción. Al cine Glorias Patrias le decíamos cine Glorias Pulgas. Conocer a Linder García es algo que rememoro gratamente. Miembro de una distinguida familia, vivió en la urbanización Bella Vista, cerca a Santa Elena. Desde pequeño le decíamos cariñosamente el Nené. Era muy risueño, bondadoso, tremendo y temerario. Le sobraban los juguetes en su mundo de infancia y muchos de ellos los compartió con nosotros: su bicicleta nueva, el balón de fútbol, los guantes, bates y pelotas de béisbol. En áreas verdes, cerca de las veredas de la citada urbanización, con frecuencia jugábamos con él. Incentivados por las películas que mencioné, en particular las de lucha libre, Linder hizo un pequeño gimnasio en su casa. Él, luciendo un traje negro, llevaba la batuta de los ejercicios y movimientos, y practicábamos lo que veíamos en el cine, con éxito y muchos aplausos que nosotros mismos nos dábamos. También ejercitamos el levantamiento de pesas, que no eran más que latas

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de leche Reina del Campo rellenas con cemento. Otra diversión eran los columpios que consistían en unos largos mecates que amarrábamos para balancearnos en las ramas de los árboles. Algunas veces Linder nos acompañaba a la finca que tenía mi padre en las laderas de Santa Juana. Allí nos poníamos opíparos de tanto comer cambures maduros, naranjas y frutas veradas. Esa relación aún perdura, nacida de una amistad sana, pícara, respetuosa y sin malicia. Mis padres tuvieron pocos recursos para costearnos los estudios. No obstante siempre tuvieron presente un futuro halagador para sus hijos. Algunos pudimos estudiar, otros no. Nos estimulaban diciéndonos si salen bien en la escuela y hacen lo que se les dice les daremos una sorpresa a fin de año. Confiados en lo prometido, todo lo hacíamos con el interés de ser algo en la vida. Nos daba mucha alegría cuando nos compraban alpargatas nuevas, calzones ponchos con camisas y elásticas, o mochilas de tela para cargar los útiles escolares. Nos regalaban golosinas: roscas bañadas en azúcar, conservas de coco calientitas en hojas de naranjo, paledonias o catalinas, alfondoques, aliados hechos de pata de res y los largos y entorchados caramelos de panela. Al Circo Razzore lo vi por primera vez en el lugar donde está el Complejo Deportivo Luis Ghersi Govea, que para aquel entonces era un potrero. Nos deleitábamos con la interpretación del Alma Llanera, tocada por dos jóvenes en un mismo piano; los chistes y ocurrencias del payaso Cascarita, las peripecias de los trapecistas y los movimientos de las bailarinas. En ese mismo lugar se instalaron los primeros carruseles que llegaron a Mérida.

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¡Cómo se alegraban los niños del barrio! Se les oía decir: — ¡Abuelo, vístase chévere, póngase el slack para que se vea pavo y llévenos al carrusel a montarnos en los caballitos, en los carros chocones, en la vuelta a la luna! El abuelo murmuraba: —Ya llegó la gente esa a llevarse nuestro sencillo. — ¿Te gusta el carrusel abuelito? Él, entre dientes, terminaba expresando: ¡Umjú! Alguna vez, en uno de esos carruseles, al bullicio de un altoparlante, anunciaban a Madán Satán, mujer que echaba las cartas. En un cuartito, estrecho y sofocante, con su aspecto de bruja y por sólo dos bolívares, esa mujer adivinaba el porvenir de la gente. No pegaba una. El cantante marabino Julio Franchi Molina vino a Mérida en el año 1964. Con mucha expectativa, generada por sus actuaciones en televisión, el artista se presentó en el programa Estelar de Radio Universidad. Lo acompañó el grupo musical Copleros de Venezuela de Quintín Rangel. Cabe destacar que los ensayos previos lo realizaron en La Embajada, mi casa, nombrada así porque allí concurrían, en épocas de fin de año, carnaval y semana santa, la gente del barrio que se había ido a otras ciudades del país. Eran encuentros siempre disfrutados en un ambiente de amistad y algarabía.

Juegos de niños Los niños, ayudados por sus padres o hermanos mayores, elaboraban juguetes de arcilla fresca, muñequitos de palo, carritos con latas de sardina o de madera halados con cordeles o pabilos.

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A algunas frutas como la toronja, por ejemplo, les metían un palito por el centro y pequeños chuzos de carruzo en el entorno, para hacerlas girar en caídas de agua. Se les nombraba toritos, y de ahí la invitación de los niños vamos a jugar toritos. Otros juguetes hechos por los propios niños eran los muñecos de anime con figuras de payaso, vestidos con retazos de tela de varios colores. Con bellotas de plátano o de cambur se hacían muñecos de corcho que parecían tener viruela. El runche consistía en una chapa de refresco que se aplanaba con piedras, se le abrían dos agujeros en el centro por donde se insertaba un trozo de pabilo de cierta longitud anudándose las puntas. Con los dedos índices se hacia girar el runche, y este tomaba una velocidad de giro en dos sentidos, hacia delante y hacia atrás. Las niñas se divertían con muñecas hechas de medias rellenas con trapo. Por fuera las impregnaban de almidón para pegarle los vestidos de tela, de fieltro, de lino o de sacos de harina, luego le pintaban ojos, boca y nariz; el cabello era de fibra de fique o sisal, de jojoto o de barba de palo. También, en algunas ocasiones, se empleaban perinolas hechas de mene, llamadas musarañas. El juego consistía en encajar de forma continua.

Primeros auxilios En relación al tratamiento de ciertas enfermedades, y como los médicos eran escasos, se recurría a personas que aplicaban sus conocimientos naturistas. El mal de ojo lo curaban con una clara de huevo tibia puesta en el vientre de los niños. Para evitar la afectación de este mal utilizaban amuletos, collarci-

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tos, azabaches, alguna oración escrita, doblada y forrada en plástico en miniatura o también escapularios que se colocaban en las muñecas de los niños. Para dolores, calambres, dislocaduras, enfermedades de la piel, niguas, piojos, picaduras de corronchos y otros insectos, utilizaban unturas, pomadas, creolina o brebajes caseros. Hubo un yerbatero, Felipe Quintero, que siempre estaba al tanto de las personas enfermas en los caseríos. Lo buscaban mucho y él desinteresadamente acudía optimista, así lloviera o fuera otra la adversidad. Le pusieron el sobrenombre de Primeros Auxilios. Se hizo tan popular que lo solicitaban hasta en pueblos lejanos. Su ausencia se hacía sentir. Los partos era lo único que no atendía, esos casos lo ponían nervioso y le daba tembladera. Y ¿cómo curaba Primeros Auxilios? Los dolores de estómago con sobas de rescoldo. Para los niños que se orinaban en la cama unturas de poleo con aceite de almendras en el vientre. Para las cortadas, telarañas con café molido. Contra llagas en la piel, emplasto de chimó con vela de graso. Para aliviar el dolor de cabeza, parches de chimó pegado en las sienes. Combatía las lombrices en los niños con bebedizo de hierba buena o paico. Cuando el enfermo no lo curaba Primeros Auxilios o algún otro médico había que encomendárselo a Dios y a la Virgen. Eran expresiones de aquellos tiempos: ¡Dónde estará Primeros Auxilios! ¡Allá va Primeros Auxilios! ¡Allá viene Primeros Auxilios! ¡Échele un grito a Primeros Auxilios, o péguele un silbido que lo necesitamos con urgencia! ¡Es para curar un hombre de la culebrilla!... para que lo rece.

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La mesa servida El tiempo pasa y todo va cambiando. Hay innovaciones o exigencias de los pobladores y los platos de comida es parte de ese acontecer. En los primeros años de vida del barrio la gente preparaba diferentes clases de comidas criollas. A continuación nombraremos algunas de ellas: Maíz tostado o virús. Mojo de lela (pescado). Pizca andina. Era común pavo y gallina con sus respectivos aderezos, en particular en días de fiestas o celebraciones. Arepas asadas en tiesto de arcilla quemada. Hallacas andinas. Pan cocido en hornos de arcilla. Asado de vísceras de cochino (fritanga). Chicharrones con yuca asada o sancochada. Para acompañar casi todas las comidas era común los chochecos o cambures sancochados. Arvejones sancochados con onoto y un poco de manteca. Perico de huevo con manteca y tomate cherry (tomate pequeño como una metra). Ajiaco (caraotas o frijoles tisuríes tiernos con granos de mazorca). Preparado de ají chirel con concha de plátano verde. Bollitos de maíz tierno molido envueltos en hoja de jojoto. El maíz era molido en la famosa máquina de moler, artefacto de hierro que es movido manualmente. Carabinas con huevos sancochados y mantequilla casera. Envueltos de plátano maduro rellenos con carne y queso. Indios pelones: bollitos hechos de masa de maíz pilado.

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Plátanos maduros triturados que se rellenaban con queso, canela y azúcar. Complementos: mazamorra, majarete, atol, fororo, chicha andina y chorote (preparación de cacao con paledonia y queso). Chanfaina o mute hecho con garbanzos, maíz cocido, tripa y librillo. Ajiagua: ají con la flor del maguey, zapallo y chayota. Dulces comunes de: toronja, lechosa, higo y cabello de ángel (de zapallo). Tortas de arroz: se hacían con el arroz sobrante del día anterior. Bebidas: café negro o con leche; guayoyo (café clarito); café bolón, no colado para volverlo muy espeso, lo preparaban en un envase o múcura de barro. Jagüinga, guarapo un poco dulce y clarito. Guarapo de caña, panela y guarapo fuerte; para tomarlos se utilizaban jícaras o totumas. Caspiroleta: batido de malta con leche y huevos. Chapola: café con miche claro. Jugo de naranja o de limón con panela. Para salar las comidas se utilizaba sal en grano. Precios de Alimentos, entre los años 1952 y 1958 1 litro de leche................................... 0,75 céntimos 1 vaso de chicha.................................1 locha 1 vaso de horchata............................. 1 locha 1 vaso de guarapo fuerte.....................1 puya 1 paledonia.........................................1 locha 1 kilo de arroz..................……........…1 real 1 kilo de azúcar.................................. 1 real 1 kilo de fideos (palo de fósforo)....... 1 bolívar

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1 panela morena...............…………… 3 lochas 1 panela blanca...................................1 real 1 paca de panela (24 p.).......................9 bolívares 1 Kg de pescado (bagre)......................2,5 bolívares 1 Kg de carne con hueso.....................1,25 bolívares 1 Kg de carne en pulpa.........................2 bolívares Leche en polvo Reina del Campo….....2,50 bolívares Leche en polvo Klim………………...…3 bolívares Leche en polvo Nido………………..…2,50 bolívares

Matrimonios En aquellos tiempos, por la idiosincrasia y formación de la juventud, que no tenía la malicia de ahora, los noviazgos duraban poco y generalmente resultaban en casamiento. Después de algunos encuentros de la pareja a escondidas, el joven visitaba a su novia, ya en convenio con los padres de la muchacha. Visitas que solían hacerse una vez por semana, sobre todo el día sábado. La decencia y la caballerosidad debían ser galas del pretendiente. No podían faltar los comentarios como el siguiente: Epa, aquel anda recién bañado con jabón de la tierra, muy fachoso porque tiene novia. Los domingos se vuelve un patiquín: bien vestido, peinado con glostora, oloroso a agua florida, con su noviecita y los suegros oyendo misa. Por las exigencias y condiciones que ponían los suegros siempre se casaban por el civil y la iglesia; así se metían en problemas con buena ley. El día del matrimonio era de entusiasmo entre familiares y amigos en un ambiente de capilla aldeana o improvisada. Los

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novios después de la ceremonia nupcial salían solemnemente de la iglesia, ella con exuberante vestido y él bien empaquetado con sus zapatos de charol. En la puerta de la capilla unos músicos con instrumentos de cuerda los seguían tocándoles Qué vivan los novios o Qué linda es la mañana cuando nace el sol y otras canciones que se cantaban en esos acontecimientos. Allí había comida en abundancia. Los niños disfrutaban en lugar aparte, chucheaban galletas, roscas o paledonias con horchata. Los familiares e invitados celebraban no sólo con música de cuerdas, sino con música de discos tocados en vitrola, ¡y a bailar hasta el amanecer! Después venía el embarazo. Cuando la esposa estaba por parir o dar a luz, las exclamaciones eran: ¡Fulana está esperando cama! ¡Debe estar listo el catre con su tendido, almohadas y gruesas cobijas! Después del alumbramiento y saber que todo había salido bien, se comentaba: —¿Y cómo salió fulanita del parto? —Completamente normal. —¿Quién la atendió? —Pues una comadrona. Gracias a Dios que tanto la madre como la criatura se encuentran en excelente estado de salud. La partera o comadrona era la mujer que asistía los partos. En Santa Elena hubo una muy conocida, la señora Alicia Flores. Pero cierta vez se le presentó un problema fuerte que la obligó a dejar el barrio en forma definitiva. No se supo más de ella. Las nonas o abuelas también cumplían el rol de parteras y acompañaban a las parturientas durante

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la tradicional cuarentena: cuarenta días de estricto reposo, comiendo gallina criolla de diferentes maneras, en hervidos con aliños verdes y jojoto, gallina rellena, gallina con pizca andina, gallina asada, gallina en salsa. Preparaban chocolate caliente con trocitos de queso y bizcocho. En algunas bebidas naturales utilizaban hinojo o eneldo. Logro alcanzar la vivencia en una casa donde se había dado un alumbramiento. Era un ambiente de mucha alegría y fiesta. Mientras el fogón de la cocina daba calorcito al dormitado gato de la casa, entre la tenue luz de una lámpara de kerosén, me entretenía mirando un molinillo y una cucharota de palo colgados en la pared. En un claroscuro rincón y sobre un amplio azafate de anime varias garrafas de mistela lucían esbeltas sus sabores a durazno, higo y manzana con chirimoya. Tres acemas de afrecho y una ollita repleta de majarete, aguaban la boca. Las abejas, inquietas por el dulce olor de la bebida, rondaban las tapas de las garrafas. Al otro lado del pasillo, en el cuarto de la parturienta, el nuevo ser rozagante, enrollado en sutiles pañales como un gusano de seda en su capullo, dormía. El padre del niño alegre y bullanguero fachoso se ponía su sombrero aquél sombrero de guachamarón y celebraba por momentos con miche callejonero o con una botella de ron.

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Personajes Don Tulio Febres Cordero, mediante una estrecha vía, visitaba de vez en cuando el trapiche de Santa Juana. Él observaba detenidamente la actividad de aquel entorno. Tomaba un poco de guarapo crudo y saboreaba mendrugos de panela. Decían que don Tulio era un hombre alto, sencillo, muy amable, observador, detallista y con frecuencia usaba sombrero de cogollo. Filomena Dávila Nucete nació el 21 de enero de 1856 en Pueblo Llano. Fueron sus padres José Vicente Dávila Nucete y María del Carmen Paredes de Dávila. Cursó estudios en la Escuela de señoritas Almarza para luego incorporarse a una escuela en Mucuchíes. Allí estuvo cuatro años; luego pasó a una escuela de Lagunillas, año 1882, donde permaneció quince años. Después la designaron Directora de la Escuela Central de Mérida en el año 1889, la cual fue elevada a la categoría de Colegio del Estado y el nombramiento le fue otorgado por el Presidente del Estado General Espíritu Santo Morales en el año 1900. En este colegio sirvió por espacio de dieciséis años. En 1916 funda el Colegio Inmaculada Concepción, el cual dirige hasta el año 1922, fecha en la que se retiró de la enseñanza. Muere a la edad de 67 años el 18 de noviembre 1923. Cascarita alegraba y divertía a los demás. Desde niño tuvo la facilidad e imaginación de hacer reír contando anécdotas y chistes que él mismo inventaba. Trabajó por los años sesenta como payaso en el Circo Internacional Razzore. Su nombre real es Abel Paredes, y fue uno de los primeros habitantes de la calle 9 de Santa Elena. El apodo de Cascarita se le atribuyó

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por su tamaño, bajito. Por sus méritos, en noviembre de 2008, un grupo de artistas merideños le rindió un merecido homenaje. Y como hijo de tigre nace pintado, Abel Alfonso Paredes, hijo de Cascarita, tomó el quehacer artístico de su padre. Es un excelente mago. En el 2004 tuvo la oportunidad de hacer varias presentaciones en Valencia. Ahí conoció a unos chinos que se interesaron en él para que formara parte de un circo. Abel Alfonso aceptó la oferta y comenzó a trabajar como mago. Sus actuaciones eran cada vez más sorprendentes, tanto es así que los chinos agradados con él, le pusieron al Circo el nombre de MERVEN (Mérida-Venezuela). En la actualidad MERVEN es un circo internacionalmente conocido. Eulogio Paredes, de formación comunista y profesión carpintero, fundó la calle 9 en 1953 y se destacó en la promoción cultural y deportiva. Creó el Grupo Aquiles Nazoa, conjuntamente con otros miembros de la comunidad, desde donde organizó eventos teatrales, musicales, películas, títeres, foros y otros. Gregoriana Peña de Avendaño, maestra, una de las más destacadas fundadoras de la calle 2. Atilio Cuevas, conocido como el sargento Cuevas, habitante de la calle 1, fue un hombre entusiasta de gran iniciativa en la promoción de eventos comunitarios. Cada año se encargaba de organizar la celebración del Día de la Guardia Nacional (4 de agosto). Estuvo asignado en el Destacamento 16, para ese entonces, al lado de la comandancia policial del estado Mérida.

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Jesús Manuel Lara, maestro mayor jubilado de la Fuerza Aérea venezolana. Henry Ramírez Hernández, piloto comercial egresado de la Escuela Aeronáutica de México. Rubén Darío Ramírez Hernández, piloto comercial egresado de la escuela de Aviación Civil de Maracay, hermano del anterior. Albio Contreras fue uno de los primeros habitantes de la calle 6, oriundo de la aldea El Salado, municipio Campo Elías de Mérida. Abogado egresado de la ULA. Juez Segundo de Primera Instancia de la circunscripción Judicial del estado Mérida, cargo obtenido mediante concurso en el año 1991, en el primer concurso de oposición realizado en este estado. Hombre pausado, siempre mostró gran interés por la lectura y el estudio. Siendo estudiante universitario tuvo un perro que siempre lo acompañó, su perro Bachiller, el cual a veces, echado sobre una lata o un cartón, hacía perder la concentración a Albio, rascándose las pulgas, ya que su incesante rasquiña hacía mucha bulla. Roberto Rondón Morales, uno de los primeros habitantes del callejón El Paraíso, oriundo de Chiguará, Municipio Sucre, Mérida. Médico cirujano egresado de la Universidad de Los Andes. Director de la Escuela de Medicina en 1975 y Director de Secretaría y Viceministro de Sanidad durante 1993-1997. Erminia Zambrano de Contreras siempre estuvo dispuesta a atender enfermos de la comunidad para las correspondientes curas e inyecciones. Rosita Plaza vive actualmente en la calle 4, casa Nº 1-18. Trabajó en la Escuela de Enfermeras durante treintiocho años cuando ésta quedaba en la Avenida Urdaneta.

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Se jubiló de dicha Institución en 1990. Fue catequista en la iglesia San José Obrero, ad honorem, a petición del padre Roberto Dávila. También dio catecismo durante 4 años a los niños de tareas dirigidas en el módulo de Santa Elena, enviada por el padre Juan Carricaburu. Está autorizada para colocar el agua bautismal a los niños recién nacidos. Ensayó a varios grupos de estudiantes universitarios para las misas de acción de gracia en su graduación. Colaboradora en festividades navideñas preparando a los jóvenes pastores para los pesebres vivientes y las Paraduras del Niño Jesús. Incansable en su trajinar a sus 89 años de edad, cumplidos en 2009. Adán Villasmil se dedicó, desde muy joven, al trabajo social. Ayudando a los demás se hizo popular en el barrio. Avelina de Giso siempre ha manifestado su solidaridad con las personas carentes de recursos económicos. Alfonso Contreras, hombre con aparente seriedad, siempre afable, chistoso y de movimientos enérgicos. Fue dueño de un carrito Mercury del año 1938, un poco deteriorado que le decían el carro de los bandidos. Ganaba reales haciendo viajecitos. Se divertía trasladando músicos, junto con su hermano Albio Contreras, para dar serenatas y declamar poemas a las madres de los amigos que los acompañaban en ese día. También se ocupaba colocando inyecciones a domicilio, oficio que aprendió de su mamá, la señora Erminia de Contreras. Alfonso estimulaba a los enfermos con sus palabras. Heriberto Briceño. Cuando nació Máximo Lara, el 18 de febrero de 1903, fue a conocerlo y felicitó a su

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madre, Trina Lara. Heriberto se encariñó con el niño y se acostumbró a visitarlo. Después se hicieron amigos hasta la muerte. Cuando Máximo Lara murió en 1995, Heriberto lo lloró y lo acompañó hasta el cementerio La Inmaculada. Contaba Heriberto Briceño que durante el mandato de Gómez, él estuvo al servicio de la Gobernación del Estado Mérida. En ese tiempo la comunicación, y más que todo el transporte, eran limitados. Los primeros carros que trasladaban en barcos de Estados Unidos al lago de Maracaibo, solamente podían llegar a El Vigía. El traslado a la ciudad de Mérida se hacía difícil por la carencia de carreteras apropiadas, sólo habían trochas o caminos de tierra. Entonces el Gobierno contrataba a varias personas, entre ellas a Heriberto, para desarmar cuidadosamente los vehículos. Era una labor de esfuerzo y contratiempos, pero una vez desarmados traían las piezas, poco a poco, sobre bestias o en parihuelas. Después de varios días de camino y estando todas las partes en la ciudad se volvían a armar. Esos automóviles eran exhibidos en la Plaza Bolívar, llamando la atención de todo el mundo. Así, fueron conocidos los primeros carros. Heriberto Briceño fue conocido en la comunidad por su participación colaboradora en diferentes aspectos y circunstancias. Cuando moría alguien, él hacía los cordones para difuntos con pabilo. Los nudos de los cordones los cortaba la gente y se llevaba los pedazos como amuletos para que el muerto los protegiera. En su larga existencia hizo vida conyugal varias veces, y aunque no logró procrear hijos, los adoptó, los crió y los educó junto a sus compañeras.

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Gaspar Durán, a pesar de que le faltaba un brazo, era buen trabajador y se desenvolvía con habilidad. En contraste con el señor Heriberto formó una numerosa familia: veinticinco hijos. Por varios años se desempeñó como vigilante del matadero Municipal de Mérida que quedaba donde está la Facultad de Farmacia. Para aprovechar ratos libres tuvo la iniciativa de preparar terrenos aptos para las siembras, que estaban cerca de los corrales del matadero. Mezclaba la tierra con estiércol de ganado y así cultivaba en pequeñas áreas: hortalizas y aliños verdes, cosechaba los productos y uno de sus hijos le ayudaba a llevarlos a su casa, ubicada en la avenida El Milagro. Allí los lavaban y los preparaban para venderlos en los sectores de Santa Elena, el mercado Periférico y Glorias Patrias. Gorgonio González, personaje pintoresco y echador de broma. Era muy alegre pero sumamente serio a la hora de hacer negocios. Por los años sesenta, en la calle 8, donde hoy queda la licorería Sorocaima, tenía un local, compartido en abasto y bar, muy concurrido por los habitantes del barrio. Gorgonio también se hizo popular por su amabilidad y facilitar el fiao. Algunos dejaban empeñados objetos de valor por lo que compraban; ejemplo: un anillo de grado de bachiller por una caja de cerveza. Lo risible era que Gorgonio exhibía en un gancho de ropa los relojes, bolsos, cadenas y anillos de bodas, producto del negocio. La curiosidad obligaba a la gente a preguntarle sobre tan particulares objetos y él, con una enorme sonrisa decía: Esos son regalos de mis buenos clientes.

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Urbana Espitia de Bermúdez, nacida en 1915, fue una persona muy caritativa; católica, enérgica y colaboradora con sus vecinos en distintas circunstancias, en particular, cuando estaban enfermos. Cofundadora de la avenida El Milagro. Su esposo Encarnación Bermúdez trabajó en La Hacienda y comerció en el Mercado Periférico. Tuvieron 5 hijos: Elena Emperatriz, Irma, Alberto, Lucila y Yolanda. Habitaron la casa Nº 1-34 de la avenida El Milagro, frente a la escuela Filomena Dávila. Urbana Espitia, por el año 1945, cocinó para varios obreros de La Hacienda Santa Elena y lavaba la ropa al personal de la Guardia Nacional. Cuando escaseaba el jabón ella utilizaba la guaba, planta arbustiva parecida al café caturro, que se da en partes frías y húmedas, cuyo fruto es de una coloración morada. La fruta se dejaba remojando en poncheras de peltre para ablandar la concha hasta que se formaba la espuma jabonosa que servía para el lavado. Así se ganaba el dinero modestamente. Murió en 1987 a los 72 años de edad. Aquiles Peña fue el primer ciudadano en colocar la Bandera Tricolor al pie de la estatua del prócer Francisco de Miranda, en la plaza homónima. Simón Ramírez fue quien plantó el árbol El Caucho (1962), el más grande de la plaza Miranda, y Juan de Dios Briceño colaboró con el mantenimiento del mismo. Melanio Márquez hacía materos de cemento y los vendía en el Mercado Principal.

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Joel Marquina Guerrero y Gustavo Rivas son dos jóvenes con mucho talento y destellos de buenos músicos. Gualberto Ibarreto, cuando estudiaba en la ULA, vivió en Santa Elena, por la avenida Buena Vista, edificio Mis Muchachos. Acostumbraba a dar serenatas. Luis Canaguá vivió en Santa Elena, por la calle 4, desde 1982 a 1987.

El cine El Cine Miranda fue construido e inaugurado en el año 1964 por la compañía Cinelandia, empresa de Cines del circuito teatral Los Andes. Este cine fue muy concurrido no solamente para ver películas sino para otras presentaciones. Hoy día lo utilizan para mobiliario o alquiler de festejos y para cultos evangélicos. Por las películas que proyectaron ahí conocimos a Resortes, Viruta y Capulina, Tintán, Cantinflas, El Mozo y los hermanos Villalobos, entre otros.

Comercio Primeras bodegas: La bodega Las Delicias de Miguelito Paredes; la de Romelio Vielma y Agustín Hernández (Augusto) eran las más surtidas y lograban abastecer las pocas casas del barrio. Luego montaron bodegas Baudilio Valero, Joel García, Gorgonio González, Arístides Pérez y Feliciano González. Más tarde Orestes Chacón establece una bodega con el nombre El Gallito y después se transforma en un mini abasto. El señor Orestes estableció luego en la avenida El Milagro un abasto con el nombre La Sultanita.

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Bares: El Bar Caracas, en la avenida Buena Vista, se instaló en 1950. Varios dueños pasaron por su administración, cuyos nombres escapan a mi memoria. Dejó de existir en agosto de 1960. El plebeyo y Flor sin retoño, cantados por el charro mexicano Pedro Infante, resonaron intensamente desde la rockola en el amplísimo salón del bar. Con un bolívar se marcaban cinco discos de cuarenticinco revoluciones por minuto. Carnicería: La primera carnicería fue la de Jesús María Méndez, cerca de la plaza, y la de Julio Rojas, ambas iniciadas en los años cincuenta. Carpintería: La primera carpintería fue la de Benedicto Molina, establecida en la calle l2 durante l959. Panaderías: La panadería Santa Elena de José Luis Hernández se instauró en l972 en la planta baja del edificio que llevaba por nombre Mis Muchachos, actualmente edificio Mujica, en la avenida Buena Vista. Hoy día la panadería lleva por nombre Boavista, representada por Juan Mujica, hijo del anterior. Zapaterías: Como la mayoría de las personas eran pobres, usaban alpargatas. El conocido alpargatero era Cristóbal Paredes que tenía su negocio por la calle 4 y era el artículo que más vendía. Cuando las alpargatas cayeron en desuso, las zapaterías empezaron a establecerse. La primera, sin nombre, la montó el italiano Francesco Calé, ubicada en la calle 6 con esquina de la plaza Miranda, en l955. Hugo Torres era el ayudante, pero años más tarde decidió montar su propia zapatería, llamándola Alixcor en alusión a su primera sobrina que lleva ese nombre. Al pasar los años Hugo Torres alquiló la zapatería a Basilio Peña y éste, luego, a Natividad Avendaño, quien actualmente la atiende

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en la calle 9, cerca del pasaje Aquiles Nazoa, identificada como Negel. Desde l977, zapatería La Vaca de Guillermo Galvis Nieto, en la calle 8, y zapatería Santa Elena en la calle 4, establecida en l987, son las únicas que quedan en el barrio. Barberías: El señor Mateo Rojas era barbero. Vivió en la calle 8 en 1949. Peluqueaba a sus clientes con una máquina manual; cobraba un real (Bs. 0,50) por el corte. Otro barbero lo fue Arcadio Fernández, quien vivió en la calle 6 Nº 1-26 por los años cincuenta. También cobraba un real y afeitaba a domicilio cuando se lo solicitaban. Pero el que sí se mantiene en esa labor de vivir de los pelos de los demás es el popular Palomo, cuyo nombre verdadero es Rigoberto Parra. Su barbería, Salón Estética Palomo, está ubicada en la avenida El Milagro, donde permanece instalado desde l969. Otro lugar es la Peluquería y Salón de Belleza Peter Hair Styles de Pedro Gerardo Contreras Delgado. Técnico estilista y educador; instaló su negocio en l984, en El Paraíso. Consultorio Médico: Desde el año 1965 existió el consultorio de un médico colombiano al final de la calle 4, parte alta. Por motivos de salud el médico dejó de atender a sus pacientes. Fue bastante solicitado, y se le conoció como el colombiano. Su verdadero nombre era Antonio Gánez. Farmacias: La farmacia Santa Elena la estableció la doctora Elizabeth Parra de Vidosa en l960 y la Farmacia La Salud Rodrigo Rojas (el puma) el 2 de junio de 1992.

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Talleres de autos: El que estableció el primer taller mecánico fue el señor Luis Angarita, en la calle 8 con esquina de la plaza Miranda. En el año l98l lo alquiló a Omar González con el nombre de Auto Taller Ferrari C.A. Mi hermano Maximiliano logró establecer en l950 el taller mecánico La Flecha, en la avenida Buena Vista. Taller El Artesano: En la entrada conocida popularmente como El hueco (final de la calle 9), desde l979 funciona este taller, especializado en talabartería, tapicería, latonería, soldadura, remodelación de correas, bolsos y chaquetas. Fotocopiadoras: Santa Elena desde mayo de 1986 cuenta con un negocio de fotocopiados, Copy Center, en la calle 8. Es atendido por sus dueños Martha Ochoa de González y Natalio González Méndez. Natalio Lara abrió en 1985 la papelería Arte Lara, donde se vendían periódicos, revistas y lo relacionado con piñatería. En 1990 continúa con el negocio su hermana Ana Lara de Mejías, cambiándole el nombre por Copy Lara e incorporándole la venta de juguetes. En el 2004 se cerró el establecimiento.Actualmente existe una frutería que lleva por nombre La montaña del sur.

Arte En artes plásticas, Natalio Lara, egresado de la Universidad de Los Andes, se destacó como pintor. Realizó distintas exposiciones, tanto individuales como colectivas, en Mérida, Venezuela y el exterior. Fue dibujante de especies botánica y diseñador grafico de la ULA. Ilustrador de los libros Turismo de Mérida, Santiago de Lagunillas y Las Verbenáceas en Venezuela.

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N ació para hacer historia A sí en las pinceladas T iernas de su memoria A l arte que plasmaba L os lienzos para el recuerdo I nfinitos se quedaron O la firma de Natalio Lara

Nuestro folclore Grupo de Danzas Cinco Águilas Blancas: Jimmy Villarreal y Carolina Mendoza, también naturales de Santa Elena, fundaron este grupo. Desde 1993 dan clases a niños, niñas y jóvenes de danzas tradicionales. Han dispuesto de distintos escenarios para los ensayos: escuela Rafael Antonio Godoy, módulo de servicios Santa Elena, salones adyacentes a la Iglesia San José Obrero y el Centro Cultural Carlos Febres Pobeda en el barrio Campo de Oro, donde actualmente ensayan. Grupos Musicales: Nuestro folclore siempre ha estado representado por la música que mana del violín, cuatro, guitarra y maracas. Para amenizar fiestas navideñas y las Paraduras del Niño, estaba el conjunto, muy conocido, del violinista Miguelito Rondón. También cantaban romances a angelitos (velorios de niños) y amenizaban matrimonios y bautizos. En el año 1950 integraron este grupo: Miguelito

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Rondón y Eligio Mocoyoyo (violinistas) Aquiles Calderón y Heriberto Briceño (cuatristas), Ázael Ramírez, Carlos Rondón, Natalio Lara (maraqueros), Hernán Ramírez (guitarrista), Guillermo Parra, José Sánchez, Máximo Lara, Toribio Parra, Rafael Rangel, Rafael María Peña (Tata) y Atilio Guerrero (cantantes). El grupo Copleros de Venezuela, 1960, lo conformaron Quintín Rangel (director y arpista), Antonio Gómez (cuatro), Atencio Gómez (maracas), Jeremías Márquez (guitarra), Anita Ramírez, Seleuco Flores y Diómedes Dávila (cantantes). El grupo Los Terepaima y los Soles, fundado en 1963, fue dirigido por Isidora Sánchez; Jeremías Márquez (guitarrista), Quintín Rangel (cuatrista), Rigoberto Parra Palomo (tumbadora), Emiro Rangel (güiro), Atencio Gómez (tambora), Solede Lara, Digna Lara, Elsy Picón, Martina Guerrero y Marcolina Ariaño (cantantes). Doris Araque colaboró prestando su casa para los ensayos. La agrupación Combo Yaraví, del año 1965, la asumieron Quintín Rangel (director y guitarra eléctrica), Orlando Zolano (bajo), Manuel Calderón (trompeta), Hugo Calderón (saxofón I), Luís Calderón (saxofón II), Ramón Calderón (tumbadora), Atencio Gómez (batería), Rigoberto Parra y Alí Márquez (cantantes). Mención especial merece el señor Quintín Rangel, el primer arpista que conocimos en Mérida, quien desde su niñez dio destellos de buen músico. Vivió mucho tiempo en Santa Elena donde contrajo matrimonio con Rosita Ariaño. En la actualidad sigue deleitando con su arpa a los visitantes de La Venezuela de Antier.

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El grupo musical Palma Sola nació en La Azulita durante el año l979, en el Primer Festival Rural de esa población. Fueron sus primeros integrantes: Jhony Rondón (director), José Luís Rodríguez, Fernando Márquez (bajista), German Lacruz (maraquero), Virginia Vielma, Ramón Márquez (El Indio), Richard Urbina y María Elena Delgadillo (cantantes). Desde l983 esta agrupación se radicó en el barrio Santa Elena y sus integrantes han sido: Gerardo Raga, cuatrista, con diez años en el grupo y natural de Boconó (Trujillo), maraquero, Gerardo Rodríguez (La Azulita), David Uzcátegui (La Parroquia), Jhonny Rondón, arpista, Marlene Moreno (Guárico), Jesús Albarrán (Ejido) y Luis Canaguá (Canaguá), cantantes. Durante 30 años de actividad artística han pasado buenos y destacados músicos, así como cantantes que vienen a Mérida de otras partes a compartir y participar con esta agrupación. Han logrado grabar cuatro discos compactos con buena aceptación. El grupo de paraduras Brisas del Paraíso lo integran: Alfonso Araque (director), sus hermanos Alejandro y Simón, sus hijos Rosaida e Iván, Darío Hernández (violinista), Leopoldo Hernández y Humberto Lara (guitarristas), José Chipía, Pío Pérez Rojas (cuatristas), Rosaida Araque de Suárez y su esposo Atilio Suárez (cantantes), José Nicudemus Paredes (rezandero).

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A un virtuoso del arpa Q ueremos acercarnos a un amigo U nido a viejos tiempos I nquieto desde pequeño N iño virtuoso de talento T alento de músico y compositor I nsigne en los arpegios N ítido pentagrama de atención R ecital de arpa para el que canta A meno sabor de sentimientos N os alegra los recuerdos G ratas manos que cuerdas desgranan E n la inmensidad del alma L os que te ven, te oyen y te oyeron.

Tierra futbolística En Mérida el deporte ha servido para motivar y levantar juventudes de diferentes pueblos y ciudades con la consigna Mente Sana Cuerpo Sano. Pero la práctica que ha marcado la historia deportiva es, sin duda, el fútbol. En un extenso terreno, donde muchos años después se edificaría el Hospital Universitario, improvisamos una cancha de fútbol. Allí nos iniciamos en ese deporte jugando en alpargatas y con balones desechados. La referencia primordial en fútbol estaba marcada por la Universidad de Los Andes, el Colegio San José de los padres Jesuitas y el Colegio Salesiano San Luis, donde se conformaron equipos de primera categoría. A pesar que siempre perdíamos por paliza ante el equipo del

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colegio San Luis eso nos ayudó a exigirnos para avanzar poco a poco. Cuando comenzamos a jugar con guayos, y después de acostumbrarnos a ellos, ya no nos ganaban con facilidad. El crecimiento futbolístico fue tan significativo que en una oportunidad los directivos del colegio San José nos pidieron dos de nuestros jugadores para reforzar su selección. Fueron: Rolando Sánchez (Choliche) y Gerardo Uzcátegui (Lalo). Importante fue la creación de los interbarrios. La idea y la organización de esto se le debe a José Ricardo Matos, conocido popularmente como el loco Matos. Los primeros interbarrios se jugaron en 1958. En l960 se realizó en Maracaibo el Tercer Campeonato Nacional Juvenil de Fútbol. El equipo del colegio San José, representante de Mérida, regresó del Zulia como flamante campeón. Se destacaron en ese acontecimiento, además de Choliche y Lalo, jugadores como Luis Vargas, León Pino, Carlos Eduardo Gómez, Luis Ghersi Govea y otros que dieron todo por nuestra entidad. El padre Jesús Francia, último Rector del colegio San José, homenajeó a los campeones. A raíz del triunfo merideño se acentuó mucho más el entusiasmo por el fútbol. Ya en el interbarrios participaban ocho equipos: El Espejo, Campo de Oro, Milla, Barinitas, Pueblo Nuevo, Loban (La Otra Banda), Belén y Santa Juana. En el año l96l salió el equipo Nivelan que quiere decir (región de las nieves) del barrio Santa Elena. Sus fundadores fueron: Hugo Lara, Ángel Uzcátegui, conocido como Ángel Chama y Juan Márquez. El equipo lo patrocinó el Banco Obrero, gracias a la mediación de un empleado de esa institución y habitante de Santa Elena, de nombre José Quintero, conocido por

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nosotros como José calzones. Los jugadores llevaban estampado en la camiseta azul el nombre Nivelan, por la parte de atrás, y en la parte delantera, en fieltro anaranjado, las siglas B.O. Años después salió el equipo Guaicaipuro, fundado por Gilberto Altuve (Peluquia). La cantidad de futbolistas tuvo un crecimiento notorio, lo que estimuló al profesor Jesús (Chucho) Arias fundar el equipo Odeame (Organización de Educación del Estado Mérida). Así que los equipos: Nivelan, Guaicaipuro y Odeame, representaron al barrio Santa Elena en las contiendas futbolísticas. El que cosechó más triunfos fue el Nivelan, campeón en los años l962 y l963. Esos equipos llenaron de emoción por varios años a la población merideña. El interbarrios había resultado todo un éxito. Era tal la emoción que surgió la idea de sacar una selección donde figuraran los mejores jugadores de los barrios. Esta inquietud la manifestaron Lucidio Guerrero y Mario Torres del equipo Loban; Toribio León y los Portillo del equipo Milla; Oscar Chaparro, fotógrafo y directivo del equipo El Espejo; el señor Godoy de la Imprenta Mérida; Luís Hernández, comerciante; Rómulo Nava, locutor que transmitía algunos juegos por Radio Universidad y el comentarista Omar Dávila Araque. Con ellos, se nombra una directiva para sacar el equipo de primera categoría. La mayoría de las reuniones se hicieron en la avenida El Milagro, casa Nº l-l3 de Santa Elena. En medio de polémicas deliberaciones sobre el nombre que se le iba poner a aquella selección de los interbarrios, Hugo Lara propuso el nombre Once Inter porque sintetizaba lo que acontecía con el fútbol y, además, era una expresión bonita y corta, idea que fue aprobada por la asamblea.

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Después vino la odisea para conformar aquel equipo deportivo. Había que trabajar duro para lograrlo. Y esa misión fue distribuida entre directivos y jugadores: había que resolver el fichaje, el uniforme, los guayos. Los primeros guayos que se usaron eran de cuero, color blanco y negro, hechos por el zapatero Antonio Ramírez, ubicado en la urbanización Bella Vista. El primer día, desde las 8 de la mañana hasta las 2 de la tarde, salieron a visitar casas comerciales de Santa Elena y la ciudad, Hugo Lara, Ana Lara, Oscar Parra, Gerardo Uzcátegui, Rigoberto Parra y otros. Lograron recolectar esa mañana 7 bolívares. Al estar el equipo Once Inter ya casi formado, faltaba por resolver lo del entrenador y el arquero. Un joven de nombre Lorenzo Maggiolo que tenía antecedentes de buen arquero y que había jugado como titular en la ULA, al darse cuenta del buen material humano y de la disciplina de los jugadores, se comprometió ante aquel plantel como entrenador y arquero sin ninguna remuneración. De esa manera logró salir el Once Inter, en 1961, un equipo de primera categoría. Varios jugadores que lo integraban eran del barrio Santa Elena. Primera alineación del Once Inter Arquero: Lorenzo Maggiolo. Defensas: Antonio Lara, Pisca Cuevas, G. Gaetano, Juan Márquez. Medios: Ángel Uzcátegui (Chama), Gerardo Uzcátegui (Lalo),

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Natalio Lara, Hugo Lara, Delanteros: Humberto Lara, el negro Luís. Suplentes: Freddy Urbina, Alberto López (la “Llama López”), Humberto Briceño (Manita) y Rigoberto Parra (Palomo). Madrina: Ana Lara. El equipo se distinguía con un uniforme de kaki color blanco. El número de las casacas era anaranjado y las medias igualmente blancas. Las camisas y pantalonetas fueron hechas por la señora Hilda de Arias quien vivía al frente de la casa Nº 1-13, avenida El Milagro. Los diseños fueron hechos por Natalio Lara. Equipos de primera de la época: Universidad de Los Andes, Colegio San José, Génova y Once Inter. El primer campeonato se realizó en el antiguo estadio Mérida, ubicado en Glorias Patrias, frente al comando de la policía. Todos los juegos fueron muy disputados, y la emoción mantenía la adrenalina subida. La final se dio entre Génova y Once Inter, juego sin precedentes para la época. El primer tiempo finalizó con triunfo parcial del Génova, tres por cero. Pero durante el segundo tiempo el Once Inter logró empatar. El juego estaba muy bregado por ambos equipos, y en los minutos finales se caldearon los ánimos que ameritó la intervención de la Guardia Nacional. Hubo planazos a diestra y siniestra. Más tarde, al calmarse los ánimos, siguió el juego, y Génova definió el partido a su favor cuatro por tres, llevándose la copa de ese primer campeonato. El Once Inter tuvo triunfos y derrotas como le puede suceder a cualquier equipo. El triunfo más importante fue en el año 1963, cuando le arrebató el invicto al equipo zuliano Italo Cabimas, una oncena muy bien conformada que llevaba 27 juegos sin perder y

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contaba con dos excelentes jugadores colombianos: Navarro y Manjarrés. El Once Inter le empató uno a uno en Cabimas y le ganó tres a uno en Mérida. Al devenir los años, los jugadores, por distintos motivos y en tiempos diferentes, abandonaron el equipo. Otros jóvenes futbolistas iban conformando el nuevo Once Inter. Cómo pasaron los días inolvidables de aquellos años de sano ambiente jóvenes futbolistas incansables que divirtieron a tanta gente ¡11 INTER! se oía en las gradas y el fervor se hacía presente cuando el balón con el alma se jugaba y entraba con los pies o con la frente. Hoy vuelve el equipo por sus fueros con otros jóvenes de relevo siguiendo el ejemplo de un ayer desde otras gradas les observaremos como los caballos que fueron buenos viendo a los demás correr.

Futbolistas de Santa Elena José Trinidad Araque, conocido como el Cachete Araque, jugó en la categoría juvenil en el año 1969 cuando se inauguró el Estadio Guillermo Soto Rosa. Luego lo hizo con la selección de primera categoría de Mérida en el año 1970 y con la selección de Venezuela en el preolímpico de

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Bogotá en 1971. La Federación Venezolana de Fútbol le otorgó el Botón Dorado por haber anotado el primer gol de nuestra selección en ese tipo de competencia internacional. Integró el equipo Estudiantes de Mérida desde 1971 a 1977. Con este equipo participó en la Copa Libertadores de América, en 1977, enfrentando a los equipos peruanos Unión Huaral y Sport Boys. Su posición: delantero. Hugo Briceño, arquero, integró la selección Juvenil de Mérida (1969) y jugó con Estudiantes desde 1971. También compitió en la Copa Libertadores de 1977. Estaba con Estudiantes cuando se coronó campeón de Venezuela en 1980. Luís Ghersi Govea, excelente jugador de fútbol. Hombre justo, organizado, hogareño, ingeniero civil graduado en la ULA. Defendió los colores del Colegio San José. Fue miembro fundador de Estudiantes de Mérida el 4 de abril de 1971 y suministró el primer uniforme de entrenamiento a este equipo. Falleció en 1980, a la edad de treinta y nueve años. Oscar (Chiqui) Peña, representó a Venezuela en el suramericano juvenil de fútbol en 1980 en Bolivia. Siempre se desempeñó como mediocampista. En 1981 se destacó con el equipo ULA FC. En 1985 juega con Estudiantes de Mérida, que gana el campeonato nacional y, por ende, representanta a Venezuela en la Copa Libertadores. Su hijo Ángelo Peña en el 2005 debutó, a sus 16 años de edad, con Estudiantes de Mérida, como delantero. Participó en el Mundial Sub-20 efectuado en El Cairo (Egipto) en el 2009. Es de resaltar que Chiqui Peña y Ángelo Peña son nieto y bisnieto, respectivamente, de Rafael María Peña (Tata).

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Eventos de bellezas Las mujeres con su sutileza, talento, sencillez y belleza han sido partícipes de muchos acontecimientos importantes. Por ellas, Santa Elena ha estado bien representada en eventos que destacan feminidad y elegancia. En l970, Sonia Bonilla fue reina de Las Nieves. Marisol Baamonde, en 1974, y Lina del Valle Molina Leal, 1976, fueron elegidas reinas de La Ferias del Sol. La señorita Estefanía Fernández Krupij, nacida en Mérida el cuatro de septiembre de 1990, nieta de Eugenio Krupij y Cenovia de Krupij, nos representó en la elección de la Reina Feria Internacional del Sol, en su edición 2008. También participó en el Miss Trujillo 2008, ocupando el segundo lugar de la competencia. El diez de septiembre logró el galardón del quincuagésimo sexto concurso Miss Venezuela 2008. Ganó el certamen Miss Universo celebrado en Nassau, Bahamas, el veintitrés de agosto de 2009.

Transporte Transporte Pesado: El señor Luis Angarita era quien trasladaba los víveres en su camión Ford hasta las pocas bodegas que había en la etapa inicial del barrio. Adán Villasmil fue poseedor de varias gandolas y le prestó servicio a la empresa Polar. Y Gabriel Dávila distribuyó agua mineral en su camión; actualmente se desempeña en viajes y mudanzas. Transporte Público: En todas las ciudades, urbanizaciones, barrios o comunidades, uno de los servicios más importantes es el transporte. En este barrio los primeros autobuses eran de hierro y parte de madera, con capacidad para 30 pasajeros.

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Los señores Enrique Achanto y Mario Gómez los armaban en un amplio potrero ubicado en el sector Milla, donde actualmente queda el edificio Doña Rosa. El chasis con el motor, nuevos costaban seis mil bolívares, marcas conocidas como Ford, Chevrolet y Dodge. El costo del pasaje por persona era de dos centavos (dos puyas, cada una de cinco céntimos) y a locha (doce céntimos y medio). Los primeros chóferes fueron: Manuel Pineda (Manita), Felipe Briceño, Demetrio Rangel (el Palillo), Ignacio (el Pájaro), Antonio Mora y José Rosario Suárez. A este último le pusieron el apodo de Chorro de humo por el viejo autobús que conducía el cual botaba mucho humo, porque pasaba aceite. Los que recibían el pasaje o colectores eran Chuy Centeno, Chiquitín, Coco, entre otros. La Línea de transporte La Vuelta que va de Santa Elena a la Vuelta de Lola y viceversa tuvo su verdadera organización el 10 de junio de 1949, de allí en adelante comenzaron a cobrar medio por el pasaje (medio equivalía a veinticinco céntimos).

Servicios públicos Los promotores y los que tuvieron más interés para la instalación de los servicios públicos fueron miembros de la familia Ramírez Hernández. Debido a sus gestiones pronto se comenzó con las aguas blancas, obras ejecutadas por el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). Actualmente la planta de tratamiento de aguas de Mérida, ubicada en el Vallecito, está en buen funcionamiento, por lo que son pocas las personas, en particular los niños que se enferman al consumir el preciado líquido; no obstante muchas familias hierven el agua por precaución.

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Gas: Hasta los primeros años de los 50 se utilizaron cocinas a kerosene. En 1954 funcionó en Mérida Comercial Occidente de Miguel Delgado Febres. Algunos habitantes de Santa Elena adquirieron en esa casa comercial calentadores de agua a kerosene, y desde 1956 utilizaron el gas Shelane para uso doméstico, luego Mattera gas, Bus gas; entre otros. Telefonía: Pocas viviendas tenían teléfonos. Los primeros aparatos que se conocieron fueron por los años 1950 y funcionaban con manilla. El señor Jesús Sánchez (Chucho) quien vivía en la calle 10 de Santa Elena fue quien tuvo el primer teléfono de manilla (año 1954) en su taller de electricidad ubicado en la avenida 2 Lora, cerca del añorado Mercado Principal. Más tarde (1962) el señor Erminio Volcanes habitante de la calle 4, quien era empleado de la empresa CANTV, fue el segundo en tener este tipo de artefacto. Aseo Urbano: El aseo urbano domiciliario se llamó así desde 1952. Para tal época se pagaba 1,50 bolívares mensual. Alumbrado Eléctrico: Todo va cambiando a medida que avanzamos en el tiempo. Si nos referimos al alumbrado imagínense cómo era en tiempos de antaño. El primer alumbrado que hubo fue con lámparas caseras. ¿Cómo se hacían? Se recolectaban semillas de tártago para sacar aceite. Las semillas se tostaban, luego se molían, se pasaban por un fino colador y se ponían a hervir en agua. Cuando se asentaba quedaba un aceite espeso. Luego éste se vertía en tacitas de arcilla quemada. Se amarraban dos palillos en forma de cruz, en cada punta y en equilibrio se colocaba un pedacito de corcho o anime, y en el centro un mechoncito de

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pabilo envuelto en espelma. Una vez lista, se prendía con un fósforo la mecha de hilo, y aquella lámpara duraba varias horas con la llama encendida. El alumbrado eléctrico fue difícil al comienzo. Un joven que estudiaba ingeniería en la ULA, apodado el Bachiller, tenía una pequeña planta eléctrica que todos los días la instalaba en la casa de la señora Concha, calle 8, cerca de lo que hoy es el Módulo de Servicios. Allí prendía la planta, que conectada a largos cables, permitía el alumbrado a las pocas casas que había en esa área. La luz funcionaba todos los días de seis de la tarde a nueve de la noche. El bachiller cobraba tres bolívares al mes por casa. Más adelante llegó el alumbrado eléctrico mediante la empresa Luz Parra generada por el río Mucujún; después salió otra empresa Luz Picón cuya planta se ubicaba en la parte alta del sector Santa Catalina, generada por la quebrada La Fría. La luz que producían esas plantas no era tan fuerte o intensa como la de hoy día pero satisfacía las necesidades para aquellos tiempos. Para nuestra distracción conectábamos un radiecito y nos concentrábamos alrededor para oír las noticias que transmitían por Radio Caracas. Con énfasis escuchábamos ¡Qué le corten eso! ¡Qué le corten eso! Aquello nos daba risa, pero lo cierto es que escuchábamos mal, pues la cuestión era: ¡El Reporter Esso! ¡El Reporter Esso! el reportaje de noticias auspiciado por la compañía petrolera Esso. También escuchábamos La Voz de la Sierra, a mediados del año 1948. Ésa fue la primera emisora de Mérida que después se llamó Radio Universidad, cuya planta transmisora fue instalada en el barrio Santa Elena, donde hoy ocupa lugar

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la escuela Filomena Dávila Nucete. Su primer plantista o empleado fue Ramón Uzcátegui Sánchez, uno de los primeros habitantes de la avenida El Milagro. Mediante esas emisoras nos divertíamos oyendo música venezolana y valses como Flor de loto, Dama Antañona, Mis bellas noches de Maiquetía; canciones mexicanas como el corrido Tengo una pata de palo y Soy campeón en las carreras, El jinete, Juan Charrasqueado; del folclore colombiano, guabinas, bambucos y al grupo musical Los Tolimenses; y algunos tangos cantados por Carlos Gardel y milongas del folclore argentino. Así, la radio nos hizo olvidar poco a poco, los cuentos que trataban del diablo, sus andanzas y el pacto que hacían algunos atrevidos mortales con ese personaje, quienes supuestamente se hacían millonarios, pero perdían el alma, ofreciéndosela al maligno; los cuentos y chistes de Pedro Rimales y las nombradas fábulas de Onza, Tigre y León que nos contaba de vez en cuando, en horas de la noche, Víctor Segovia, un señor oriundo de Cuicas, pueblito trujillano. En 1953, durante el gobierno de Marcos Pérez Jiménez, se monta la televisión en nuestro país. Se inauguró en Caracas el canal 2, pero esa señal llegó a Mérida en 1963. La televisión despertó mucha curiosidad, la gente se acercaba a las bodegas o lugares de concurrencia, que habían logrado instalar un televisor, a ver algunos programas aunque fuera por poco tiempo. Había llegado otra forma de distracción, y aquello competía con la austeridad de nuestros padres que no nos dejaban descansar de la labranza, sembrando hortalizas, maíz, caraotas, habas, frijol tisurí, o aporreando sacos de frijol en vainitas secas; desgranando

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maíz con los dedos para el consumo doméstico o para vender y hacer trueques. Como ejemplo podemos citar: un cochino por un saco de maíz, un gallo pataruco por unos kilos de papa, una tinaja por un chivo o un queso criollo por una docena de chirimoyas.

Infraestructuras La Escuela de Labores del Ejecutivo fue construida en el año 1951. Está en la calle 4 con esquina de la Plaza Miranda. La Plaza Miranda de Santa Elena: Esta plaza con su respectiva estatua fue inaugurada en l962 en honor a nuestro Prócer el General Francisco de Miranda. La estatua de Miranda tiene una placa que dice:

EL GOBIERNO Y PUEBLO DE MERIDA AL GENERALISIMO FRANCISCO DE MIRANDA 1962

El Hospital Universitario de los Andes se inauguró el 23 de diciembre de 1972 durante la gestión de Rafael Caldera. Esta obra se había iniciado en 1964, durante el gobierno de Raúl Leoni. El Módulo de Santa Elena: En la calle 8 con calle 7 existió un club o casa de beneficencia, que en algunas

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ocasiones sirvió para fiestas. Todo fue demolido para la construcción del módulo. En l985, bajo convenio entre la Gobernación y Funda Común, el ingeniero Sócrates Soto y una empresa local construyeron el Módulo de Servicios Múltiples, el cual ofrece un gran aporte, no solo a la comunidad de Santa Elena sino a las adyacencias de la Parroquia Domingo Peña. En esta infraestructura están las instalaciones y servicios de la Prefectura Domingo Peña, el Centro Odontopediátrico de la Universidad de Los Andes y el Ambulatorio I de Santa Elena, este último asistido desde l996 por la doctora Luz Castillo y Jorge Quiñones, médico de familia. En el primer piso del edificio se ubica el salón múltiple, donde se imparten cursos por el ejecutivo, el INCES, la ULA y otros, tales como: formación secretarial, computación, cerámica, electricidad automotriz, cursos de organización comunitaria y para árbitros de futbol. También Tareas Dirigidas, conducidas por la economista Coromoto Zerpa, una mujer que con alegría, constancia y esfuerzo ha enseñado a un incontable número de niños, niñas y adolescentes desde el año 1993. Allí también se realizan reuniones comunitarias, conferencias, clausuras de cursos, celebraciones navideñas y cenas para los abuelos, fiestas para niños, elecciones de la Reina en época de carnaval, ensayos musicales, ensayos de danzas como las danzas Mundiven o Cinco Águilas, velatorios de difuntos cuyos familiares carecen de recursos o porque han sido muy apreciados en la comunidad. Historia del Hueco: el paso al Hospital Universitario. Por la calle 9 había un muro de cemento y piedras con fuertes cabillas que impedía el acceso hacia el hospital, en particular a algunos empleados de esa institución que vivían en el barrio, quienes para llegar a su sitio de la-

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bores tenían que salir a El Paraíso, luego a San José Obrero y seguir hasta el citado hospital. Para evitar aquella incomodidad, Victoria Calderón de Rangel empezó a dar paso a los transeúntes para que llegaran al hospital. Igualmente Rosa Calderón de Perozo, quien trabajaba como enfermera y, de acuerdo con los vecinos del lugar, fabricó dos escaleras de madera para subir y bajar por aquella pared al lado de la casa de la señora Victoria. La gente se fue uniendo para facilitar el paso, y con Pedro Rincón y Nelson Peña, como maestros de obra y sin tomar en cuenta a las autoridades de la época, tumbaron la fuerte pared. Utilizaron porras y seguetas, cortaron cabillas y lograron abrir el hueco, como de 50 centímetros, y por allí iba pasando la gente con cierto cuidado. Las autoridades del hospital, como represalia, taparon el hueco. Pero la comunidad insistió y lo volvieron abrir, esa vez mucho más amplio y de fácil acceso. La entrada se ha remodelado tres veces con piso de cemento y nuevas jardineras. La pionera de esa labor fue la señora Avelina de Giso. Hoy día ese paso se denomina Pasaje Aquiles Nazoa.

Curiosidades En el Bar Caracas a veces se formaban pleitos o escándalos que duraban ratos largos. En plena avenida Buena Vista se veían aquellas enconadas peleas donde saltaban esclavas, lentes, relojes y hasta dientes. En una de esas trifulcas, un vecino que pasaba por allí agarró en el aire un reloj Nivada.

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En la Plaza Miranda están plantados tres árboles en hilera que representan nuestra Bandera Tricolor: un araguaney (flores amarillas), una guarupa (flores azules) y un bucare (flores rojas). Unos ganaderos de El Vigía construyeron en 1957 la primera manga de toros coleados en la parte baja de los terrenos donde hoy día está el Hospital Universitario. El Coronel Mora era gran aficionado a la riña de gallos por lo que, en 1956, hizo un palenque bien acondicionado en la avenida Buena Vista, hoy día Publi-Vías C.A. Máximo Lara fue quien bautizó a la Avenida El Milagro con ese nombre. En la esquina de la calle 8 con la Avenida El Milagro, donde está la escuela Filomena Dávila Nucete, había una pared y un letrero que decía: Hacienda Santa Elena. En el año 1947 llegó al aeropuerto Alberto Carnevali el primer avión (AT-11) piloteado por el capitán Alberto Delgado Ontiveros. Las autoridades Municipales de Mérida le brindaron un sancocho hecho en casa de la familia Lara (en la avenida El Milagro). Quienes hicieron los primeros Pesebres Navideños en la plaza Miranda fueron: Segundo Peña, Rafael Montilla, Tito Villafraz y Eduviges (el Chato). Las primeras patrullas de la policía que se conocieron, eran automóviles negros con sirenas que le decían La Wilson. Cuando la gente oía aquellas alarmas exclamaban: ¡A esconderse que viene La Wilson! La patrulla inspiraba respeto.

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José Luis Hernández, quien también tuvo una sastrería, llegó a ser presidente del Once Inter. Y se dedicó tanto al equipo que su negocio se fue a la quiebra. Navidad y Año Nuevo, en los tiempos de antaño, se caracterizaban por un ambiente muy alegre y familiar. No se celebraba con pan de jamón ni con la cena navideña, tampoco existía el ritual de las uvas del tiempo ni del espíritu de la Navidad. Eso sí, se hacían vacas (recolección de dinero entre participantes) para hacer la leche de burra o el cuba libre, aunque sin hielo, porque no se conseguía y las neveras eran muy escasas; pero con entusiasmo todo salía a gusto, y con un radiecito o con un tocadiscos Garrad se bailaba sanamente, hasta que los participantes rendidos y trasnochados se iban a dormir. A la nanita nana (Villancico de la época-1952) A la nanita nana, nanita nana nanita ea. Mi niño tiene sueño bendito sea bendito sea. Pimpollo de canela lirio en capullo lirio en capullo Duérmete sin recelo mientras te arrullo mientras te arrullo. Duérmete que en el alma mi canto brota mi canto brota.

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Y un delirio de amores en cada nota en cada nota. Fuentecilla que corres clara y sonora. Ruiseñor que en la selva cantando lloras. Callad mientras la cuna se balancea se balancea. A la nanita nana. A la nanita ea. Invasión: Durante el gobierno de Rafael Caldera se construyeron los bloques de la urbanización Santa Mónica. Algunos edificios fueron invadidos, y entre los invasores estuvo un habitante de Santa Elena. Dicho personaje se dejó llevar por lo que decía la gente: cuando note que viene la Guardia Nacional, quítese la camisa, cúbrase con la Bandera Tricolor y comience a cantar el Himno Nacional para que no le hagan nada. Se oyó la alarma… ¡Corran que viene la Guardia Nacional con sable en mano! Cuando los guardias ven aquel hombre arrodillado, envuelto con la bandera y cantando el Gloria al Bravo Pueblo, sin compasión le dieron una planamentazón de padre y señor mío, tanto así que las estrellas de la bandera le quedaron marcadas en la espalda. Unos días después algunos decían. ¡Mira como está aquél! Allá sentado en un taburete en la planta baja del bloque, poniéndose sinapismos de sábila tibia en la espalda estrellada. Pero el hombre, repuesto de la represión, estaba contento por su nuevo apartamento.

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Mascar chimó puede considerarse un vicio, pero su uso tiene ciertas ventajas. Unos lo mastican para amortiguar o quitar el frío; otros lo hacen en el trabajo de campo para aplicarlo en mordeduras de culebras o picadas de mosquitos, avispas y gusanos, sobre todo el gusano pollo, cuya picadura es fuerte y doblega a cualquiera, muy común en los cafetales. Existen quienes creen que el chimó ayuda a conservar los dientes fuertes y sanos. Al lado de la Prefectura de Santa Elena aún se ve la fachada de la vieja casa donde vivió el Coronel Mora, hoy ocupada por su hijo Leonardo Mora. La cubre el follaje de un vetusto aguacatero que nos trae muchos recuerdos del Coronel.

Chistes de la vida real Por allá en l949 dos muchachos de Santa Elena llevaban amarrada a una cochina para venderla en el mercado de Glorias Patrias. Bruscamente la cochina templó el mecate y se les soltó. A los zagaletones que iban desprevenidos se les cayeron las elásticas y los calzones. Andaban sin interiores y así siguieron detrás de la marrana con los testículos al aire echando bendiciones. Una joven dama sorprendida exclamó: ¡ah rigor! y la gente reía a carcajadas. Una abuela tenía en un corral cuatro gallinas y un gallo pataruco. Al gallo le gustaba comer carne con grasa y vísceras de otros animales de corral. Como era el animal consentido, todos los días le fritaban su alimento. El pataruco se puso muy gordo, sobrepasó los ocho kilos de peso, y su canto le empezó a salir ronco. Un día, de pronto, se muere. Dijeron los nietecitos:

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abuelita hay que votar el gallo que se murió de repente, quedó morado. No mis nietecitos, dijo la abuela, no lo boten, hay que beneficiarlo. Al día siguiente los nietos salieron por las calles del barrio Santa Elena pregonando ¡Sí hay empanadas de pollo!, ¡sí hay pasteles de pollo!, ¡sí hay arepas de pollo! El gallo, al parecer, murió de un infarto. Nunca faltan aquéllos que se las echan de enamorados. Una vez estaba una joven señora preparando chicha andina. Un carrizo se enteró que la mujer estaba sola, se fue sigilosamente y la consiguió batiendo la chicha. Pretendió seducirla pero se llevó tremendo chasco. El hombre salió corriendo bañado en chicha y un perro bravo detrás de él mordiéndole los talones. El Híncate Cotí era un juego entre jóvenes amigos. Lo aplicaban suspicazmente al momento de encontrarse en cualquier lugar. El primero que dijera, ¡Híncate Cotí!, obligaba a la otra persona a arrodillarse al instante. El beso robao consistía en besar a una muchacha desprevenida. La manifestación de respeto a los muertos es parte de nuestra cultura. Se les reza y se les hace novenario con devoción y seriedad; esos momentos de duelo no son motivos para echar chistes, cuentos o para jugar dominó. La gente se muestra muy solidaria con los familiares del difunto. Un señor muy serio y respondón llegó un día a la barbería de Palomo. Pase adelante, le dice el barbero, siéntese. ¿Qué corte quiere? El señor con voz subida de tono le contestó: ¡Callado la boca! Todo quedó en silencio. Palomo lo afeitó con una sonrisa de pocos amigos y sin cruzar palabras. Como ironía, en la

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Barbería de Palomo hay un letrero que dice Aquí se prohíben las tertulias, cuando Palomo se caracteriza por hablar mucho, de todo y con humor. Cuando se acabó el Circo Razzore, subastaron los animales. Un señor de Santa Elena compró un caballito pony y le puso por nombre Maicito, su propio remoquete. Y para culminar el presente anecdotario, transcribo un acróstico que le dediqué a Santa Elena, barrio de mis adentros: Cuando se inauguro la plaza Miranda de Santa Elena, el que dió el discurso o arengó sobre el Generalisimo Francisco de Mirando, fue el profesor Tablante Garrido. Acróstico dedicado a Santa Elena S uena con orgullo lo sublime A los acontecimientos de mi barrio N ombre Elena como se escribe T odo origen grande y legendario A una plegaria con mi rosario. E n días de recogimiento L uciendo lo que no se ve E speranzas y mucha fe N acidas en los adentros A la luz del amanecer. Mérida, diciembre 2010

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POEMAS


A un cumpleañero, quien trabajó en la hacienda Santa Elena y fue fundador de esta comunidad. Nació el 03-12-1886. Se llama Heriberto Briceño hombre fuerte de piel morena viejo roble de Santa Elena dice que su vida es un sueño imponente como las nieves 115 años es una diadema de recuerdos que no fenecen entre claridades y tinieblas. Las golondrinas de la primavera lo arrullaron un 3 de diciembre en aquella pintoresca Mérida nuestra Mérida de siempre. Resalta la lucidez con que cuenta crónicas de este suelo andino y lo vemos sentado en una acera allá en el callejón El Paraíso. Símbolo de guapeza ante el tiempo que va menguando en un sonreír y el optimismo es su secreto los grandes deseos de vivir. Libros ni letras conoció y así solo por su cuenta a cultivar la tierra con amor se dedicó. La prosperidad de sus siembras fue su gran satisfacción el agotamiento no lo amilanó al mirar sus talones reventados

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terrosos como unos ocumos uñas rústicas de dedos cansados de engordar los campos y verlos bien cultivados. Al quitar el sudor en quebradas sus pupilas de expresivas miradas pareciera que dijeran yo también nací en esta ribera. De tantos avatares en la vida poco a poco se ha ido doblegando ante la dureza ha luchado con fervor y los años le han producido el cansancio como el que conquista la arisca roca para sentir el calor de un frailejón. Aquí tenemos al caminante lejano cargado de recuerdos y andanzas a quien celebramos merecido cumpleaños en noche clara con torta decorada. Música de antaño hoy suena en homenaje que le rendimos con el calor de los vecinos del Barrio Santa Elena.

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Bodas de diamante, a mis padres: Máximo de la Trinidad Lara y María Elisa Carrillo de Lara, en la celebración de sus 68 años de vida matrimonial. (24-06-1925 / 24-06-1993) En el paisaje frondoso de la tierra merideña 68 años se adueñan de dos seres cariñosos muy felices y amorosos por cuestiones del destino se unieron en un pasado de aquel año veinticinco que con empeño y ahínco vieron su anhelo colmado. Madre, digna y laboriosa ejemplo de dinastías vibran en mí todavía tus palabras cariñosas eres tú la más hermosa estrella del cielo mío eres frailejón con rocío del amanecer andino eres luz de los caminos donde se pierde el hastío.

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Padre, coraje y valor ejemplo de nuestro hogar donde no pudo faltar ternura, pan y amor eres aquel sembrador que cultivas la esperanza, eres digno de alabanza cuando rechazas la angustia eres la noche mustia cuando mi pena se enlaza. Que Dios todopoderoso les dĂŠ vida eternamente y que despuĂŠs del presente sigan viviendo dichosos que el lucero mĂĄs hermoso les ilumine el sendero que el firmamento entero les brinde su claridad y que sea dicha y felicidad son nuestros sinceros deseos.

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A Rosita Plaza en su cumpleaños

Hoy el cielo está azul azul de primavera la sonrisa es una luz de Rosita que celebra. Y se prolonga a Santa Elena con familiares en regocijo porque son 85 años apenas que con ella compartimos. Esta felicidad que hoy refleja Ana Rosa tan contenta es su presencia y sencillez. Y al sabor de dulce torta, qué broten rosas olorosas y jazmines a sus pies

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A Santa Elena en los 450 años de Mérida

Para una existencia bendita de mi barrio Santa Elena la niñez pareciera infinita así vivo nueva primavera. Quisiera apurar el paso para ver cosas nuevas niño soy y abro los brazos A lo inmenso de mi tierra y entre jugarretas pienso en futuras faenas con estímulo que invita a luchar donde estoy y pareciera una interrogación para una existencia bendita Muchos amiguitos sanos también comparten conmigo y de ese Ambiente es testigo su gran árbol caucho donde todos disfrutamos en una visión que encanta siempre enhorabuena paisaje de vida plena es la plaza Miranda de mi barrio Santa Elena.

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Voy creciendo lentamente como el árbol que cité en contacto con mi gente juventud es amanecer, luego en mi acontecer me extenderé como semilla que en prosperidad cultiva el surco hacia el horizonte y meditando como hombre la niñez pareciera infinita. Ya crecí y me realicé y desde aquí sigo viendo más niños como se ven allá desordenados corriendo en un espacio inmenso de tantas cosas buenas ser niño otra vez quisiera y andar por la plaza descalzo y una chupeta saboreando así vivo nueva primavera.

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El árbol caucho de su plaza En la celebración de los 50 años del Barrio Santa Elena y la semana del árbol

Soy un árbol grande, obra del creador Estoy en la Plaza Miranda de Santa Elena Me dicen “caucho” y me siento como un gran señor Amplio y sombrío Y me cierno inmóvil Ante las miradas indiferentes. Soy un individuo que demuestro juventud Pues siempre tengo las hojas verdes Y de aspecto tiernas Como pueden ver Albergo búhos y murciélagos en la oscuridad O en la extensión de mi ser Miro siempre hacia la Sierra Nevada Y eso me da optimismo y vitalidad. La brisa del Río Chama acaricia mi follaje Así brindo todas mis bondades A aquellas personas que descansan En los bancos bajo mis sombras Otros en fin observando el paisaje Callados taciturnos a mi lado Mirando la algarabía de muchachos Que muy a menudo juegan En la plaza alborozados. En estos días de festejos De sus habitantes entusiasmados Quisiera que a mi alrededor

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Estuviera un florecido araguaney Con sus flores amarillas Una guarupa con flores azules Y un bucare con sus flores llamativas O nacaradas para embellecer Y resaltar nuestra bandera tricolor Y la grácil presencia De Monseñor Dávila Y del padre Labrador Abanderados guías de lealtad Luchadores por los demás. Pareciera que el busto del Libertador En el pico más alto de nuestro relieve Ante el cielo azul y frío ambiente Acompañado de la Virgen de Las Nieves Hiciera un intercambio Con Francisco de Miranda Cuya estatua luce imponente En la plaza que lleva su nombre, Todos diáfanos o sonrientes Ante este acontecimiento Son presencia imperecedera De lo que se celebra. Me imagino un amplio túnel Que atraviese la mole montañosa De nuestra Sierra Nevada De alegres luces grandiosas De acceso o comunicación Que sirvieran de invitación A toda Venezuela Como a los estados llaneros Y así en la plaza Santa Elena

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Con tesón todos celebremos Vendimias, teatros con zarzuelas En presencia del Alcalde O del Gobernador. En colorido de competencias Trasnocho y alharacas Al sonar del arpa, cuatro y maracas Que del llano deleitan con orgullo Notas que salen del corazón O nuestra música ligera Del maestro Piyuyo También rica en tradición Y que disfrute todo el mundo Los sabores de nuestro folklore. Damas, caballeros y niños Vengan a compartir conmigo Que bajo mi amplitud los acobijo Y con la bendición de Santa Elena Todo sea enhorabuena La celebración de esta semana En mi regazo les daré un abrazo Con mi follaje y con mis ramas.

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Glosario Ad honórem: Gratuito. Albricias: Hortalizas o frutos que cultivaban en casa. Apañar: Recoger. Azafate: Pequeña batea de madera. Bifurcaban: Dividían. Bisoños: Inexpertos. Charol: Zapato de patente. Cordeles: Guarales. Corricanes: Guarales. Eslack: Traje de moda. Fachoso: Pretencioso. Guayos: Zapatos para jugar fútbol. Glostora: Fijador para el cabello. Horchata: Bebida rosada casera. Jícara: Envase de taparita. Lela: Pez. Maíz pilado: Maíz blanco o amarillo pasado por el pilón. Majarete: Postre hecho con maicena, azúcar y jojoto. Mene: Petróleo. Mens sana in corpore sano: Mente sana en cuerpo sano. Mistela: Bebida preparada con panela, frutas y miche andino. Miyelico: Arbusto espinoso. Molinillo: Batidor o mezclador de madera. Opíparo: Persona satisfecha de tanto comer. Palmeta: Regla de madera para golpear la mano. Parihuela: Carga soportada en palos resistentes llevados a hombros entre varias personas. Peonza: Trompo. Pataruco: De raza. Patiquín: Galán.

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Patrol: Máquina excavadora usada en la construcción. Patrolear: Limpiar y nivelar vías y construcciones. Planamentazón: Planazón. Rescoldo: Cenizas con brasas. Runche: Gurrufío. Sabandija: Pequeño reptil. Taburete: Banco individual de madera, sin respaldar ni brazos. Tiesto: Budare de arcilla quemada. Tijereta: Ave con cola en forma de tijera abierta. Tremedal: Sitio cenagoso. Torreón: Respiradero del trapiche. Vitrola: Gramófono o toca disco.

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VersiĂłn digital enero 2017 Sistema de Editoriales Regionales-SER MĂŠrida - Venezuela


Colección Juan Félix Sánchez Historia Local Santa Elena en el tiempo Humberto Lara, en su interacción diaria con sus vecinos de la comunidad de Santa Elena, le lleva a recoger, a investigar y a plasmar en esta obra literaria, las historias y anécdotas de ésta parte de la población merideña, realzando la idiosincracia, importante en nuestra historial local. Por ahora, Humberto Lara nos presenta Santa Elena en el tiempo, anecdotario donde pretende compartir las rememoraciones de su propia vivencia en una suerte de andanzas que se baten entre los aires bucólicos de aquellos tiempos y los vientos urbanos de ahora.

Sistema de Editoriales Regionales

Mérida

Humberto Lara

(Mérida, Venezuela, 21 de febrero 1938)

Desde muy pequeño vive en la populosa comunidad de Santa Elena, donde se ha desempeñado en diversas actividades como Secretario de la prefectura, Coordinador del módulo de servicios, Prefecto y promotor de eventos culturales y deportivos; lo que le permitio estar en contacto con su comunidad y realizar la investigación de su historia local. Tuvo una larga experiencia como perito forestal en Apure y Amazonas que lo motivó a escribir su primer libro Simón y el Araguaney, obra aún sin publicar.


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